Los archivos del movimiento obrero, los movimientos sociales y las izquierdas en la Argentina
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Resumen

La República Argentina es un país paradojal. El historiador Milcíades Peña solía decir que Argentina es el país del «como sí» , donde nada es lo que parece, donde detrás de la pátina deslumbrante de modernidad es necesario descubrir el atraso. Aunque Peña estaba pensando sobre todo en el fracaso de la modernización industrial, su visión crítica es también pertinente para pensar el sorprendente atraso bibliotecológico y archivístico de la Argentina.

Los investigadores que proceden del exterior a trabajar durante un tiempo en el país viven la paradoja en carne propia: llegan hipnotizados por el atractivo de la ciudad capital moderna y pujante, pero no tardan en despertar de su sueño al toparse con el estado de abandono, el atraso tecnológico, las puertas cerradas y la opacidad institucional que caracterizan a las bibliotecas y archivos del país. Los investigadores no tardan en ver frustradas sus expectativas de acceder a las fuentes argentinas a través de catálogos digitalizados y de ser atendidos y orientados por personal competente. No tardan en descubrir, por citar los dos casos más resonantes, que los fondos documentales del Archivo General de la Nación duermen en el más absoluto abandono 1 y que la Biblioteca Nacional se ha convertido en una gran sala de espectáculos culturales, con absoluto menoscabo de su función más elemental: reunir, preservar, acrecentar, catalogar y difundir el patrimonio biblio-hemerográfico nacional.

 

Los investigadores visitantes van descubriendo así la paradoja argentina: un país que desplegó a lo largo de dos siglos de histo ia una sorprendente riqueza cultural, de la que los argentinos estamos orgullosos, e incluso presumidos, pero que sin embargo no se preocupa en preservar. Un país agobiado por sus fantasmas históricos, que vive mirando un pasado que nunca logra saldar; un país que vive preso de sus dilemas históricos; un país cuyos hombres políticos, como en El XVIII Brumario de Luis Bonaparte, se empeñan en vestir los trajes del pasado y se nombran con los nombres de los muertos; un país cuyos funcionarios se llenan la boca hablando de patrimonio y de memoria; pues bien, ese país, al mismo tiempo, no muestra interés en generar condiciones para resguardar institucionalmente sus fuentes históricas.

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