Presentación

Abstract

Tres meses después de que el CeDInCI abriera sus puertas en una vieja casona porteña de la calle Sarmiento 3433,
Ricardo Piglia llegó una tarde de visita. Seguramente fue por recomendación de su amigo José Sazbón, que nos había
acompañado desde el momento mismo de la inauguración, en abril de 1998. Ricardo recorrió conmigo las que entonces
eran apenas las dos salas de depósito de nuestro acervo y se detuvo particularmente en los estantes que sostenían la
colección de revistas culturales argentinas de las décadas de 1960 y 1970. “Es aquí donde hay que buscar la riqueza
cultural de la Argentina —me dijo de pronto. Si hay algo que los argentinos hicimos bien, fue esto”.

A medida que descubría nuevos títulos, su entusiasmo crecía. Durante una hora o más fue sacando con cuidado las re-
vistas del estante, demorándose en repasar cada ejemplar. Para cada título rememoraba alguna historia, traía a cuento

una anécdota graciosa, trazaba un rápido perfil del editor, develaba algún seudónimo, identificaba con precisión una

orientación política. Como estábamos de pie, me resultaba imposible tomar nota de esos relatos preciosos que permi-
tían reconstruir la trama de esas redes político-intelectuales. Entonces le propuse hacer una entrevista grabada en la

que, con las revistas a la vista, pudiera ir relatándome su propio itinerario entrelazado con la historia de esas revistas.
Volvió pocos días después, una tarde de julio de 1998. Yo lo esperé con las revistas desplegadas sobre mi escritorio.
El pacto inicial fue que yo no haría pública la entrevista, sería sólo un insumo para mis propias investigaciones sobre
la cultura marxista de los años 1960 y 1970. Comenzamos con su historia familiar, los años del colegio secundario, las
primeras lecturas, la llegada a la Universidad Nacional de La Plata. Grabamos durante casi una hora las dos caras de un

microcasette de un equipito de periodista Sanyo. Esa noche, cuando volví a casa, me encontré un extenso y cálido men-
saje en el contestador telefónico. “Hola Horacio, te habla Ricardo. Mirá, quería decirte que hoy me sentí muy cómodo

contándote todas esas historias. Si querés, sigamos adelante con otros encuentros. En una de ésas, después hacemos
algo con esas grabaciones”.
Los encuentros se fueron sucediendo a lo largo de los cuatro años siguientes, siempre en el segundo semestre (si mal
no recuerdo, cuando Ricardo y Beba volvían de su periplo en Princeton). Pero no siempre encontrábamos el tiempo y el
espacio para grabar. El CeDInCI bullía de actividades y mi oficina estaba siempre asediada por visitantes que entraban
y salían. La grabación delata chirridos de puertas que se abren y se cierran. Algunos intrusos no dudaban en sumarse a
la conversación. Yo desesperaba ante cada interrupción, pero Ricardo se entregaba complacido a todas esas derivas. A
veces los visitantes eran sus propios amigos, como Arcadio Díaz Quiñones, Neil Larsen o Germán L. García, que él mismo
había convocado para que nos visiten. O eran amigos comunes, como Roberto Jacoby y José Fernández Vega.
De esas conversaciones nació la idea de ofrecer en el CeDInCI una conferencia sobre el Che que retomaba temas de un
seminario que venía de dictar en la Universidad de Princeton. Fue en la vieja sede del CeDInCI del barrio del Abasto que
Ricardo pronunció, un 10 de noviembre del 2000, la conferencia “Ernesto Guevara, el último lector”. Dimos a conocer

años después una versión desgrabada en nuestra revista, Políticas de la Memoria no 4, en diciembre de 2004. Las imá-
genes que ilustran el texto eran copia de unas fotografías que Ricardo iba desplegando a lo largo de la charla, donde se

veía al Che en distintas situaciones de lectura. Ricardo después recogió el texto de esa conferencia en su libro El último
lector, que publicó Anagrama de Barcelona.
Finalmente, fue en el segundo semestre de 2001 que logramos grabar otros dos largos encuentros de una hora cada

uno, uno en julio y otro a fines de septiembre, en las postrimerías del gobierno de Fernando de la Rúa, cuando la Ar-

gentina parecía al borde del derrumbe. En estos tramos se ha sumado a la entrevista Ana Longoni. En cierto momento
irrumpe en la sala Blas de Santos y también dispara una pregunta. La oscilación entre el “vos” y el “ustedes” se debe

a estos interlocutores cambiantes. Ricardo responde sin reservas a todas las preguntas, desplegando una gran desen-
voltura. En estas últimas grabaciones se refiere expresamente a la publicación de la entrevista y al concluir, nos regala

incluso el título.
Ricardo llegó a leer una desgrabación en crudo de estos tres encuentros. Me manifestó su satisfaccción por el resultado

e incluso llegamos a anunciar su publicación en Políticas de la Memoria para el año 2002. Pero después de meditar-
lo un poco me pidió posponerla a la publicación de Los Diarios de Emilio Renzi. Como es sabido, el tercer y último

volumen de los Diarios apareció en 2017, pocos meses después de que Ricardo falleciera.

De modo que recién ahora,
respetando su voluntad, me decido a dar a conocer estas conversaciones iniciadas hace más de veinte años.
Junto a estas conversaciones, incluimos un conjunto de cartas que Ricardo intercambió entre 1973 y 1985 con uno de
sus más cercanos e íntimos amigos: José Sazbón. La correspondencia –cuyos originales se resguardan en el CeDInCI y
en la Biblioteca de la Universidad de Princeton–, fue transcripta por Sofía Mercader quien, además escribió un estudio
introductorio para su análisis, detallando la trayectoria intelectual y biográfica de uno y otro, señalando la relevancia
del intercambio epistolar para el estudio de la historia intelectual. Las diecisiete cartas transcriptas —cuatro de Sazbón
a Piglia, trece de Piglia a Sazbón—, son huellas de una hermandad entre dos intelectuales imprescindibles de nuestra
cultura, sostenida durante cuatro décadas a pesar de las distancias que impusieron los exilios, los viajes de formación, o
las estancias de trabajo en diversos países.

Tengo la convicción de que tanto las entrevistas como las cartas ofrecen un plus respecto de los Diarios y de lo pu-
blicado hasta ahora sobre Ricardo Piglia. Si bien se repiten ciertos acontecimientos, determinadas anécdotas y algunas

personas, aquí se encuentran tramados en narrativas que pertenecen a otros géneros, el de la entrevista y el de la
correspondencia, y creo que cobran una nueva significación. Los Diarios de Emilio Renzi son una transcripción literaria
del diario íntimo que Ricardo Piglia fue escribiendo a lo largo de su vida. En este diálogo y en estas cartas, en cambio,
Piglia habla en primera persona, sin la máscara de Renzi. También aquí relata minuciosamente su vida pero lo hace en
un género diverso, estableciendo otro pacto de lectura, teniendo a la vista otros interlocutores. En las entrevistas nos
habla siempre como escritor, pero sobre todo como intelectual, recurriendo casi siempre a su tiempo verbal preferido, el
presente histórico, para ofrecernos una lectura de la trama política de la literatura argentina. Además, en estos diálogos
se anuncian en escorzo obras que aparecieron varios años después, así como también proyectos que no llegó a escribir.
Respecto de la transcripción de nuestras conversaciones, a pesar de que Ricardo no alcanzó a editarlas ni a corregirlas,
amigos comunes me instaron a hacerlas públicas tal como quedaron grabados. Opté, finalmente, por darlos a conocer

respetando el tono coloquial con que los encuentros se desenvolvieron entonces. No me sentí con el derecho a morige-
rar algunas expresiones coloquiales ni el de omitir los nombres propios ni siquiera cuando los juicios fueron mordaces.

Me esforcé en ofrecer una transcripción lo más fiel que fuera posible a ese Piglia oral. Antes que preocupado por la co-
rrección política, me propuse respetar y transmitir aquel clima reflexivo de distentida confianza, donde el tono asertivo

fue dejando lugar a los interrogantes que a menudo matizaban la conclusión de una oración (“¿no?”), al suspenso de las
frases inconclusas, al humor y a la complicidad que campeó en esos encuentros. Sólo omití la transcripción de un breve
párrafo sobre la construcción ficcional de un personaje, donde Ricardo dice expresamente, con una sonrisa, “esto se los
digo a ustedes, no me vayan a deschavar”.
Quiero agradecer a Beba Eguía, compañera de Piglia, su apoyo a la hora de dar a conocer este testimonio; a Berta Stolior,
compañera de José Sazbón, y a su hijo Daniel Sazbón su conformidad con la publicación de estas cartas inéditas; y a
José Fernández Vega por la lectura atenta y los consejos amistosos para mejorar esta edición. Dejo constancia de que la
transcripción, las notas al pie, las palabras entre corchetes, el título y los subtítulos de los diálogos con Ricardo Piglia
son de mi exclusiva responsabilidad.

H.T.

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