Abstract
Como se sabe, puede haber impresiones, libros y lectores sin mercado ni campo editorial, y ése fue el modo en que las artes de la edición comenzaron a desarrollarse en nuestro país, y también el modo en el cual, conforme avanzaba la concentración técnica, económica, política y simbólica en una única ciudad, continuaron haciendo su curso las experiencias locales de producción y circulación de impresos: experiencias relativamente aisladas y de alcance urbano o regional antes que satélites o centros menores de un campo unificado a escala nacional. Y si un cierto mercado comienza a esbozarse a fines del siglo XIX a través de los propios intercambios (ciertamente arrastrados por los de bienes más sustantivos), es claro que la emergencia de un mercado editorial de dimensiones nacionales, así como del tipo de capital y sistema de posiciones
que presume un campo, sólo fue posible a partir de niveles inéditos de concentración de las fuerzas de la creatividad, la técnica y el capital en una
única sede (a veces debilitando cuadros locales prometedores).
En el reverso, sin embargo, hay más que la multitud de intentos locales de traducir, reforzar y expandir mundos culturales a través de la palabra impresa, la multiplicación y la cualificación de la lectura (fenómenos cuya fisonomía y dinámica es también preciso restituir): hay la posibilidad de comprender mejor de qué manera se operó esa concentración simbólica y material que, más temprano que tarde, acabaría por obturar también la perspectiva de un esquema culturalmente más equilibrado; es decir, la posibilidad de entender mejor una dinámica de producción de centros y periferias culturales de dimensión, cuando menos, nacional.
En esta entrega, la tercera de esta sección, se presentan dos de los segmentos inicialmente previstos, ambos íntegramente consagrados a Santiago del Estero. En Experiencias pueden leerse cuatro artículos relativos a emprendimientos bibliotecarios y hemerográficos señeros: el de Alberto Tasso (INDES/UNSE/CONICET/ Biblioteca Sarmiento), que reconstruye la etapa inicial de la Biblioteca Sarmiento (1893), atento a la asociación, la ciudad y la sociedad que le dieron vida; el de Ana Teresa Martínez (INDES-UNSE/CONICET), dedicado a la revista La Brasa (1927-1928), sus condiciones de emergencia −entre ellas la actividad del grupo homónimo− y su peculiaridad relativa frente a experiencias comparables; el de César Gómez (INDES-UNSE/CONICET), que considera la articulación dinámica entre la revista Dimensión (1956-1962), el grupo reunido en torno a ella y las librerías Aymara y Dimensión, todas iniciativas que reconocen en Francisco René Santucho su artífice fundamental; finalmente el texto de Ana Belén Trucco
(Bec. CIN/ Programa de Historia y Antropología de la Cultura, IDACOR CONICET- UNC), también consagrado a la revista Dimensión, que enfatiza su razón regional y su orientación cultural en tanto marcas colectivas, al tiempo que su sensible impronta “de autor”. En conjunto, la serie de cortes temporales implicados en los diversos artículos ilumina un sugestivo mundo de grupos culturales, experiencias hemerográficas y bibliotecarias y formas de producción y circulación editorial en la mediana duración.