Abstract
Bitácora del Año segundo de la Peste
Cuando por primera vez asistimos a la declaración de una pandemia; cuando por segundo año consecutivo la vida colectiva se restringe y la crisis económica y política se profundizan; cuando lo cotidiano y lo doméstico continúan apoderándose de la energía que antes dejábamos en instituciones, en calles y en bares… ¿qué se sostiene? ¿Qué se mantiene con algún sentido todavía, atravesando todas las dificultades y los nuevos desafíos virtuales? Este equipo no dudó de que los proyectos colectivos de reflexión y producción intelectual tenían que continuar. Prueba de ello es el extenso índice de este número, que de ser impreso como nos gustaría tendría un lomo grueso y bien visible en nuestras bibliotecas. Difícil decidir cuál merece ser destacado. A las nuevas entregas de las secciones Sexo y revolución, a cargo de Laura Fernández Cordero, e Historia de libro y la edición, coordinada por Ezequiel Saferstein, se suma desde este número la sección Centro de documentación para el estudio de las izquierdas, que coordinan Lucas Domínguez Rubio y Horacio Tarcus, y que en esta entrega cuenta con tres artículos —traducidos especialmente— sobre tres instituciones que antecedieron al CeDInCI en la tarea de preservación documental de las izquierdas: la Biblioteca-Instituto Fetrinelli, el Instituto Marx-Engels y el Archivo de Bakunin.
Pese a las restricciones, entre el último número de Políticas de la memoria y esta nueva edición, los meses vinieron muy cargados de cuestiones políticas globales de fuerte impacto y de coyunturas locales vertiginosas. Las transformaciones en los espacios y las lógicas de trabajo y la crisis de cuidado generalizada que desató la pandemia, demostraron la pertinencia y la oportunidad histórica de los aportes que venían haciendo los feminismos. Y ello se acompañó de una perplejidad generalizada que puso en jaque nuestros supuestos sobre el futuro, pero también nuestras formas de reflexionar sobre el pasado. Más sentido aún adquiere una revista que intenta pensar de manera crítica las políticas de la memoria y sus efectos presentes.
Sin dudas, fue un año en el que consolidamos nuestros aprendizajes sobre la vida virtual. Con la sede semicerrada por las restricciones sanitarias y los protocolos inestables, despotricamos contra las plataformas virtuales, pero también les agradecimos que nos permitieran abrir nuestra pequeña sala al mundo de una manera que no habíamos previsto y, al final, comenzamos a experimentar no sin temblor los primeros reencuentros presenciales.
El fin de la URSS, treinta años después
Otra cuestión que signó este segundo año de pandemia fue la respuesta a la ingenua pregunta de cuán mejores nos haría la nueva crisis global, crisis que coincide con un inquietante resurgir de las derechas a escala mundial. Y todo ello en un año en el que se cumplen tres décadas de un acontecimiento que nos introdujo en otra crisis global: la disolución de la Unión Soviética. Tres décadas es distancia más que suficiente para volver a un evento de vital importancia no sólo para Rusia sino también para todo el mundo. Y es también distancia más que suficiente para hacer necesario ese regreso. Son las renovadas preocupaciones sobre el presente las que coordinan las preguntas que hacemos al pasado con la esperanza de poder encontrar allí insumos que nos ayuden a entender nuestra propia actualidad. La pregunta por la disolución de la URSS no sólo nos permite comprender mejor los múltiples factores que intervinieron allí, sino también el impacto y los alcances que dicho evento generó en dos dimensiones fundamentales: el reordenamiento global del espacio ruso y la viabilidad del proyecto comunista. Varias cuestiones que sobrevuelan hoy la realidad de Rusia y del mundo están atravesadas por la problemática relación que el presente ruso establece con su pasado soviético y su traumático fin.
Sin dudas, la disolución de la Unión Soviética marcó para todos aquellos que vivían en su territorio el fin de un proyecto compartido y de un universo que, a pesar de sus múltiples falencias, les resultaba familiar. En ese sentido, la caída significó para todos ellos —o al menos para una gran mayoría— lo que podríamos considerar como un “fin del mundo”. Pero, y como bien apunta Alejandro Galliano en su último libro, “después del fin del mundo, el mundo siguió existiendo”. Por lo tanto, quienes continuaron viviendo en la Rusia post-soviética tuvieron que pensar el modo en el cual reconstruir ese mundo después del fin del mundo en sus múltiples sentidos. La recomposición de la identidad nacional no fue una cuestión menor. Hacia allí se dirigió el Estado, sobre todo a partir de la llegada a la presidencia de Vladímir Putin en el año 2000, luego de la década maldita de 1990 que Boris Yeltsin había comandado aplicando una doctrina de shock que pauperizó la vida social interna y degradó a Rusia de la escena global, además de mostrar signos erráticos y confusos para responder a la inquietante pregunta de quiénes son los rusos.
Sobre todo desde el tercer mandato de Putin, que se inició en 2012, el problema de la identidad nacional comenzó a resolverse con un fuerte rol del Estado, privilegiando una intención geopolítica de reposicionamiento global de Rusia y con una fuerte impronta conservadora que coloca a Rusia como guardiana de valores tradicionales pervertidos por Occidente. La salida propuesta por Putin apuntó entonces a privilegiar el orden por sobre cualquier atisbo de cambio social. Esto, sin embargo, no es un producto de su pasado como espía ni del camino especial ruso, sino apenas un capítulo más dentro del resurgimiento de los neoconservadurismos a nivel global. En ese sentido, el gobierno ruso atina a reforzar su carácter nacionalista y conservador con el fin de reconstituir el lazo social y saldar cuentas con su pasado soviético, pero también para acallar a la oposición y disimular su incapacidad de hacer frente a la crisis económica y social que ya lleva varios años. La caída de la Unión Soviética legó problemas para Rusia y el mundo que, como muestra el actual resurgimiento mundial de las derechas, todavía pretenden ser resueltos con un espíritu cada vez más lejano de los ideales que le dieron nacimiento en 1917.
Nuestro nuevo número
Entre los problemas legados por la Unión Soviética se encuentra el que recorre el dossier Trotskismos latinoamericanos: la (im)posibilidad de que los gobiernos comunistas contengan a sus oposiciones de izquierda. El movimiento trotskista no logró cumplir con las expectativas de su fundador: constituirse en la segunda posguerra en la dirección revolucionaria de recambio. Los dos anuncios del Programa de Transición trotskista habían fallado, pues el stalinismo salía fortalecido de la guerra y el capitalismo se mostraba capaz de desarrollar las fuerzas productivas más allá de lo imaginable en las primeras décadas del siglo XX. A pesar de su constante fragmentación y de nadar una vez más contra la corriente, los trotskismos de nuestro continente lograron por momentos trascender la dimensión testimonial y escribir algunas páginas de la historia latinoamericana. Además de las investigaciones de Andrey Schelchkov y de Dainis Karepovs, nuestro dossier ofrece dos documentos inéditos: el Diario de Samuel Glusberg en México, en el que narra sus encuentros con Trotsky y Diego Rivera, y la entrevista de Juan José Sebreli a Nahuel Moreno sobre los años de formación de su corriente política.
Al dossier Trotskismos latinoamericanos se suma uno sobre Historia intelectual. Por un lado, a pedido de nuestra revista, el historiador Christophe Prochasson —reconocido por sus estudios sobre el socialismo francés y los intelectuales— preparó una reflexión sobre la historia intelectual en el espacio europeo, reflexión que prosigue la investigadora del CeDInCI Mariana Canavese centrándose en el espacio argentino de las últimas dos décadas.
Y hay más. No podía faltar en este nuevo número un problema que ensayó una breve vía de resolución en los comienzos de la Unión Soviética y que, como mencionamos, la pandemia puso en el centro: la politización del reducto doméstico para remediar las inequidades en el reparto de las labores de limpieza, cuidados y crianza. Las dos décadas transcurridas del siglo XXI comprueban el acierto de un movimiento de carácter internacional como el feminista, que no reduce sus intercambios y reflexiones a los ámbitos locales, sino que potencia su crítica en el escenario global.
Que la construcción de ese movimiento lleva décadas lo demuestra la nueva entrega de la sección del Programa de memorias políticas y sexogenéricas, Sexo y Revolución. Allí se compilan las huellas en la prensa de uno de los tantos episodios de intercambio y diálogo de las izquierdas en torno a la “cuestión sexual” en clave revolucionaria. Como un antecedente, entre tantos, de la agitación de las identidades y las luchas sexogenéricas, la escritora y librepensadora brasileña Maria Lacerda de Moura realizó una serie de conferencias en el Buenos Aires de hace casi un siglo en diálogo con los espacios más combativos, en especial, el anarquismo. Su escritura y su presentación pública enlazaba una renovación del “problema sexual” con una fuerte denuncia del fascismo imperante. Recuperar estas aparentes anécdotas menores fortalece las luchas presentes, sobre todo porque no las alimenta de heroicidades ni grandes nombres, sino de una construcción colectiva persistente e inclaudicable. Del mismo modo, recuerda esas vertientes de los feminismos y los activismos LGBT+ que no se detienen en una necesaria batalla por reconocimientos y derechos, sino que tienen en su horizonte un cambio radical.
Last but not least, Políticas de la memoria n° 21 vuelve a ocuparse, como en números anteriores, de la historiografía de las izquierdas. En esta entrega lo hace con una encuesta sobre los estudios anarquistas preparada por las investigadoras María Miguelañez Martínez e Ivanna Margarucci, y con dos dossiers temáticos.
En suma, presentamos un nuevo número de Políticas de la memoria y nos reconforta confirmar que esa decisión no fue solitaria sino acompañada por decenas de personas que colaboraron con sus textos y con ello reafirmaron que al infortunio global y al empobrecimiento generalizado de las condiciones de vida, se le oponen intervención intelectual y escritura comprometida. Más allá de estas palabras preliminares, la aparición de un nuevo número es una manera de afirmar que, contra la adversidad económica y política, apostamos a la escritura del compromiso, la reflexión crítica y el archivo vital que hace a la historia de las izquierdas.
El Colectivo Editor