El femenismo
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Anarquismo
Feminismo

Resumen

Virgilio P., Germinal. Periódico anarquista, no 3, 12 diciembre 1897. Disponible
en el CeDInCI: microfilm, rollo no 26.

Mlle. Chauvin, la bien conocida y ardiente propagandista de la eman-
cipación de la mujer, ha visto su pedido de admisión en el cuerpo
de abogados de París rechazado por el foro, a pesar de haber ella
demostrado sus capacidades necesarias para tal puesto. Los enso-
tanados de la magistratura basaron su rechazo en la inadmisión del
sexo femenino en el foro francés, caso previsto por la ley!!
La parcialidad con que en todos los tiempos el hombre ha diferencia-
do sobre las capacidades respectivas de los dos sexos, es innegable,
hoy estamos viendo los resultados. Las prerrogativas que el varón ha
otorgado exclusivamente a su sexo para el desempeño de empleos
administrativos y la gestión de intereses públicos y privados, ha hecho,
ayudado por la educación de la mujer, la muy coqueta y frívola que
hizo y hace todavía las delicias de la mayoría de los hombres.
Laudables esfuerzos son los que hacen ahora una pléyade de muje-
res para reconquistar en la sociedad, su lugar al par del hombre.
Generosas intenciones animan a las propagandistas femeninas. Sus
agitaciones son dignas de aplauso y de ayuda... Pero parece que las
mujeres no comprendieron todavía cual eran las verdaderas des-
igualdades entre ellas y el hombre.
Protestan contra la eliminación de la mujer en la participación del
gobierno, recriminaron en contra la magistratura [sic], por estar exclu-
sivamente compuesta de hombres, cuando las mujeres también están
sujetas a pasar bajo sus poderes, como acusadas. Argumentaron con-
tra la usurpación del derecho de paternidad, en fin, pleitearon con
elocuencia, ayudadas por talentos masculinos, en pro de la inteli-
gencia femenina, relegada hasta ahora en los bajo-fondos de las
divagaciones religiosas y de los quehaceres domésticos; y no reco-
nocieron que la desigualdad para la mujer, como dijo Tolstoi, no
consistía en la privación del derecho de votar o de ejercitar una
magistratura —quedando para saber si estas ocupaciones consti-
tuían derechos— pero sí en la desigualdad de condición moral, en
la interdicción de ir hacia un hombre o de alejarse de él, de escoger
a uno de su gusto en vez de ser escogidas. Tolstoi tiene razón. La
cuestión femenina es más alta que una tribuna parlamentaria o jurí-
dica. Tiene su asiento en la misma esencia de la familia y en las rela-
ciones y en la relación diaria de los dos sexos.
La campaña actual emprendida por los y las feministas puede ser
animada de mucha generosidad, pero es errónea por haber sido mal
comprendida la igualdad de los sexos. Verdad es que el hecho de
ser una mujer juzgada únicamente por hombres, constituye un cri-
men; pero el crimen mayor no es la ausencia del elemento femeni-
no, en el acto de juzgar, pero sí el acto mismo por ser antinatural y
vergonzoso. También son elocuentes las palabras pronunciadas por
Mll. Olympe de Gouges, revolucionaria francesa de 1792: «La mujer
tiene derecho de subir al patíbulo, lo debe igualmente tener para
subir a la tribuna.» Pero más elocuentes aún son las que condenan
el patíbulo y la tribuna.
La ausencia de la mujer en el gobierno de los pueblos y en la admi-
nistración de los asuntos públicos, puede ser chocante; pero más
chocante e injusto es la facultad que se arrogaron algunos hombres
de gobernar a los demás y administrar asuntos que no les incumbe
sino que para perpetuar la opresión. La presencia de la mujer en los
parlamentos, tribuna, foro y administración no atenuaría en nada
las miserias, las injusticias y la tiranía y todas las aberraciones pro-
vocadas por esas instituciones, al contrario, las generalizarían dán-
dole un carácter más universal, por consiguiente un aspecto de jus-
ticia que no tienen ni pueden tener.
Un diputado, un magistrado, un administrador de bienes públicos,
serán siempre unos privilegiados, y ahora bien, nosotros pregunta-
mos ¿qué ganarían las mujeres no privilegiadas con tener represen-
tantes de su mismo sexo? nada, salvo el ser tiranizadas directamen-
te por mujeres y aquí se presenta el mismo axioma. Poco importa el
color de la mano que castiga y de la forma del fusil que mata; la cues-
tión es de no ser castigado y no ser muerto. Si los y las feministas
están animados por verdaderos sentimientos de justicia a fortiori
deben combatir las causas que obstaculizan sus advenimientos.
Hoy, en los mismos espíritus avanzados o igualitarios si la mujer no
es considerada como esclava del hombre en el sentido brutal de la
palabra lo es de hecho, por el simple hecho que vemos en la mujer
el cuerpo orgánico que nos debe hacer gozar espasmódicas emo-
ciones... pero en la medida de reciprocidad (?) apresurase a decir,
y es justamente este espíritu que se debe combatir e infiltrar en los
cerebros la convicción que la mujer no está hecha para el mayor
goce del hombre, como tampoco este último para mantener a la
mujer bajo ninguna medida de reciprocidad muy discutible. [sic]
Este es el verdadero terreno de la emancipación de la mujer, que
sus defensores parecen no haber comprendido. El asunto es vasto
y volveré a ocuparme de él.

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