Femenismo. A la modista de L’Avennire
PDF

Palabras clave

Anarquismo
Feminismo

Resumen

Virgilio P., «Femenismo. A la modista de L’Avennire», Germinal, no 8, 6 de
marzo de 1898.

Conque, ya estás enterada de lo que es el femenismo, de su valor
y fines en el mo vimiento social internacional; te aconsejaron ale-
jarte de este movimiento porque es nocivo para las hijas del pue-
blo, de no hacer caso de él porque es una creación de las «mujer-
citas elegantes», y que si sufres la tiranía no solo de las
instituciones burguesas (obras del hombre), sino, principalmen-
te del hombre, de tu padre, hermano, esposo, compañero, debes
esperar pasiva y resignada del compañero, esposo, hermano y
padre que éstos te den la felicidad dándote la libertad, haciendo
ellos la Revolución redentora.
¿Estás enterada y satisfecha? Si lo estás tú, en cambio no lo esta-
mos nosotros y, nos atrevemos a decirte, a ti modista de «L’
Avvenire» que te han engañado bárbaramente. Poniendo los pun-
tos sobre las íes, es lo que vamos a probar.
El femenismo no es una creación de las mujercitas elegantes
y de bolsillos repletos como lo afirma el señor de la «Academia».
Solo basta hojear algunas páginas de la historia para conven-
cerse de la esencia altamente revolucionaria y justiciera del
femenismo. Cuando las religiones, y principalmente la cristia-
na hubieron destruido la individualidad de la mujer, conde-
nándola como un ser impuro, un bicho dañoso, una criatura de
satanás, entonces, quedó abierto el camino de la tiranía que
hasta hoy ensangrentó el mundo entero; tiranía que no se hubie-
ra desarrollado, hechos que no se hubieran cumplido si la mujer,
con su extrema fuerza sensitiva que provoca a aquellos impul-
sos humanamente generosos, tan frecuentes en su sexo a pesar
de la innoble esclavitud donde hállase sumida, si hubiera teni-
do parte activa en la marcha de la humanidad. Pero, la reacción
se impuso, y la revolución del 89 ofrece el espectáculo de revo-
lucionarios como Marat, Olympe de Gouges y varios otros
alzando la voz a favor de la condenada, pero, sin embargo, sin
purificarla del veneno cristiano con el que durante los siglos
se la ensució.

enemos que adelantarnos hasta la tercera parte del presente
siglo para ver a los Mill, a los Michelet en la literatura destruir
con elocuencia la superioridad del hombre, a los Coste, a los
Pouchet con la ciencia médica y anatómica probar que la mujer
no es un ser fisiológicamente impuro; a los Acollas, a los Richer,
los Daniel Sterne (condesa Agoult) eminentemente femenistas
apoderarse de los descubrimientos científicos y llevarlos al terre-
no sociológico:
La mujer no es inferior al hombre, no es impura, mucho menos
una herida; no existe del hombre a la mujer ninguna separa-
ción intelectual en pro o en contra de éste o de ésta, solo mide
diferencia orgánica, cuyas propiedades no pueden servir de
base a especie alguna de superioridad.
Estas afirmaciones de la ciencia, basadas no solo en un principio
de justicia, sino también en averiguaciones, cuyos resultados son
irrefutables: manifestaciones de la inteligencia, pruebas de valor
cívico y actividad vital. Pues, es justamente de este principio de
igualdad, comprobado en los estudios antropológicos y psíqui-
cos que ha nacido el femenismo actual. En efecto ¿como podía
la mujer, quedarse en el estado de sumisión impuesto por 19 siglos
de tiranía religiosa cuando, a la faz del mundo, repeliendo las vie-
jas preo cupaciones y rutinarias ideas, la ciencia afirmó la no supe-
rioridad del masculino?
Nacido de una revolución científica y de un principio de justicia
libertaria, el femenismo después de andar a tientas en divaga-
ciones lloronas con Michelet, tomó cuerpo de lucha y es esta for-
ma que hoy está revistiendo con los Bauer, los Lacour, las Dissart,
las Hudry-Menos; formas simbólicas, con Tolstoi e Ibsen, y nue-
vas averiguaciones científicas y positivas con Luis Franch y E.
Carpenter. ¿Cuán lejos estamos de esta creación debida a las
mujercitas elegantes, no les parece a Uds.?
¿Qué se deduce de lo precedente? Que el femenismo es la rei-
vindicación de la individualidad para la mujer; individualidad que
bárbara e hipócritamente le es negada de un modo positivo por
los unos e implícito por la mayoría de los socialistas y anarquis-

tas, puesto que, unos y otros quieren a la mujer en el hogar cuan-
do es justamente allí donde ella es cuádruplemente esclava: escla-
vitud económica, esclavitud paterna, esclavitud marital, esclavi-
tud filial; he ahí el patrimonio de la mujer cuya opresión siente
cuanto más es del pueblo, porque ahí el hogar es aun más tiráni-
co por ser más estrecho y más brutal el hombre, merced a inte-
lecto craso y oprimido por su vida miserable [sic].
¿Quieren una prueba de los sentimientos de falsa generosidad
de la mayoría de los obreros? Solo basta oírlos gritar con deses-
peración que sus salarios ni siquiera son suficientes para mante-
ner a sus mujeres. Y esto quiere decir que ellos se abrogan el
derecho de mantenerlas; y que en virtud de este derecho, la mujer
mantenida deberá servirles de criada y de algo más. Lo mismo
deseaban los socialistas Russel y Marty, en un congreso de
Burdeos, cuando propusieron la supresión del trabajo manual
para las mujeres, afirmando —uso Michelet— «que el hombre
debía trabajar para la mujer». Esto es, ni más ni menos querer
perpetuar la dominación del hombre sobre la mujer.
“Cuando es que la mujer comprenderá que tiene que proveer ella
misma a sus necesidades para emanciparse del hombre.» Esto lo
dijo un simple legislador, pero que tenía algo más de sentido
común y sentimientos de justicia, que muchísimos de aquellos
furibundos libertarios y principalmente del burguésimo autor del
artículo de L’Avvenire.
¡La cuestión económica! Ahí está el nudo gordiano que los débi-
les y los interesados oponen a la emancipación de la mujer. Pues,
hay que decirlo de una buena vez. La cuestión económica es uno
de los principales caracteres que animan al femenismo actual; y
si es que la mayoría del elemento femenista busca la resolución
del problema por medio del parlamentarismo, de la ley: está en
el error, como lo están los socialistas parlamentarios, como lo
están los obreros con sus asociaciones de resistencia, que dicho
sea de paso, sólo saben resistir al empuje de las nuevas ideas,
como los sois vosotros mismos, los anarquistas tan magnetiza-
dos por vuestras organizaciones, como, en fin, lo son todos aque-
llos que no habiendo comprendido la marcha del progreso ni su
índole altamente individual, lo quieren provocar como en los orga-
nismos primitivos del general al particular cuando la verdad es
que en los organismos superiores, el progreso se produce del par-
ticular al general.
Está dicho, la situación económica de la mujer le impide emanci-
parse del hombre. Pero, también al obrero su situación econó-
mica se opone a su emancipación del patrón, del capitalista. ¿Acaso
esto implica la fatalidad de aceptar sin murmurar el yugo y de
esperar todo de la bondad del amo? Si así lo pensáis, señor de
L’Avvenire, nos vemos obligados a deciros que sois un vulgar con-
servador y que bien haréis en ofrecer vuestra mercancía a cual-
quier limpia-culos burgués.
Existe una diferencia muy grande entre el sufrir la opresión y acep-
tarle con resignación. Sin embargo, es esta resignación que ofre-
céis a la mujer cuando la invitáis en «quedarse en lo que es» con

su «caracteristica gentile» los «tesoros de afecciones» y la «poe-
sía del pensamiento». Pues, esta «poesía», aquellos «tesoros»,
este «caratteristica gentile» en fin, este «quedarse en lo que es»,
se traducen positivamente en remiendos de trapos, limpieza de
cacerolas y el papel más inicuo aun de apasionada, en el lecho
con el esposo cuando por lo general, la mujer siente repugnan-
cia por un acto que trae por único resultado una cadena más a su
vida, y sin haberlo querido, muchas veces, y sin haber gozado, casi
siempre: Un hijo [sic].
Lejos de no servir para nada a las hijas del pueblo, el femenismo
es una cuestión trascendental para ellas, visto que más que nadie
sufren ellas todas las opresiones y todas las injusticias que 20 siglos
de tiranía religiosa han amontonado sobre las cabezas, mutilando
los cuerpos, torciendo los cerebros con su inquisitorial desarrollo.
Y tú, mujer del pueblo, víctima expiadora de las debilidades bru-
tales del hombre, recuérdate que hoy, lo que con tanto cinismo
el mentiroso poeta llama amor, es una cadena dorada con los
sofismas, y que solo sirve para oprimirte más. No quiero decirte
de no amar. Lejos de mí este pensamiento; ama, que en cierto
periodo la naturaleza reclama los besos frenéticos, pero, si estás
desilusionada por la horrible realidad: no cur [se corta el texto]...
barte bajo una fatalidad que no existe, pero si, yérguete en tu
dolor punzante, y odia, odia mucho, que odiar es vivir.

PDF

Descargas

La descarga de datos todavía no está disponible.