Abstract
En el actual panorama académico, donde escasean las auténticas polémicas, acaba de iniciarse una sobre la Guerra Fría Latinoamericana que nos obliga a revisar los aciertos y límites de ese nuevo campo de estudios. En marzo de 2019 el historiador Gilbert Joseph, expresidente de la red estadounidense más importante de historia latinoamericana, la Latin American Studies Association (LASA), publicó en la revista inglesa Cold War History, órgano de la London School of Economics, un balance historiográfico titulado “Border crossings and the remaking of Latin American Cold War Studies”. Tres números después, la revista publicó la respuesta polémica del joven historiador chileno Marcelo Casals. Su cuestionamiento del balance de Joseph se tituló “Which borders have not yet been crossed? A supplement to Gilbert Joseph’s historiographical balance of the Latin American Cold War”. A ello Joseph respondió en el mismo número con “The continuing challenge of border crossing: a response to Marcelo Casals’ commentary”.1 Tres piezas polémicas que avivan la discusión sobre las condiciones sociohistóricas de la emergencia de esa historia mundial que refiere Marx en la cita del epígrafe.
Desde 1945 y durante más de cuatro décadas, la disputa entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por la hegemonía militar, económica, política y cultural dio lugar a lo que lo que se conoce como Guerra Fría, alcanzando también al continente latinoamericano. Joseph, en el balance que dispara la polémica, revisa la producción historiográfica de las últimas dos décadas para detectar los problemas y conceptos que permitieron avanzar en el conocimiento de la “Guerra Fría en América Latina”. Los expertos en relaciones internacionales venían ocupándose del modo en que las dos superpotencias proyectaron sobre América Latina y el resto del “Tercer Mundo” la confrontación que mantenían entre sí. Como subraya Joseph, la actual producción no deja dudas de las limitaciones de ese enfoque ceñido a las políticas exteriores de la Unión Soviética y de los Estados Unidos. Las nuevas reconstrucciones y análisis impiden reducir la historia de la Guerra Fría en nuestro continente al estudio de “una playa cubana”. El fecundo intercambio de ideas que se viene desarrollando entre los estudiosos de las relaciones internacionales y las ciencias sociales permite identificar una “larga” Guerra Fría Latinoamericana, en la que el conflicto entre las superpotencias operó incluso sobre procesos endógenos latinoamericanos, iniciados incluso a comienzos de siglo XX. Asimismo, los cruces entre académicos/as del “Norte global” y del “Sur global” ha dado lugar a innovadores estudios transnacionales que lograron, por ejemplo, precisar la injerencia estadounidense durante 1973 en la destrucción de la democracia chilena y que iluminaron el rol de actores estatales y no estatales en los genocidios perpetrados desde la década del setenta en Guatemala y otros países latinoamericanos. Entre las “fronteras a cruzar” por el emergente campo de estudios se encontraría una mayor indagación de las instancias ideológicas, especialmente del rol de los expertos e intermediarios culturales.
Casals responde a ese balance reconociéndole a Joseph su distancia con los estudios provenientes de las relaciones internacionales que borraban la agencia de los sujetos latinoamericanos, al punto de reducirlos a meras piezas de ajedrez en el juego de las superpotencias. Coincidiendo con Joseph, la historiografía sobre la Guerra Fría logró renovarse tanto por su atención a los flujos multidireccionales en la circulación transnacional de ideas y recursos como por la superposición de estos flujos con los avances y retrocesos de las lógicas imperialistas hacia América Latina. Pero Casals también advierte en el balance de Joseph una reformulada persistencia de ese borramiento de la agencia latinoamericana. Un repaso de la bibliografía que compone el balance de Joseph arroja el siguiente porcentaje: de las 264 obras citadas, el 92% fue publicado en inglés mientras que sólo el 8% apareció en español y no se consigna ninguna obra en portugués. A ello Casals contrapone la sólida base de investigaciones en español que “complementa, complica y a veces desdibuja el consenso explícito e implícito sobre el cual avanza la historiografía de la Guerra Fría”. En primer lugar, los estudios chilenos, uruguayos y argentinos sobre la historia de la cultura de izquierdas y la recepción de sus ideas durante el siglo XIX y XX (como los de Olga Ulianova, Sergio Grez, Gerardo Leibner y Horacio Tarcus) ofrecerían potentes ejemplos de la conformación de actores políticos en la intersección entre recepción de la dinámica global y adaptación a las luchas locales. En segundo lugar, las investigaciones sobre las izquierdas, los populismos y las derechas (como las de Rodrigo Patto Sa Motta, Ernesto Bohoslavvsky, Joao Fabio Bertonha, Sthépane Boisard y Ernesto Semán) permitirían identificar otras relaciones y múltiples “zonas de contacto” que matizarían la centralidad de la diputa con los Estados Unidos, o que incluso invertirían la relación de influencia entre los actores latinoamericanos y los europeos, africanos y asiáticos. En tercer término, los estudios sobre historia reciente, aunque centrados en experiencias políticas locales y sin enmarcarse necesariamente en la Guerra Fría o en el protagonismo de los Estados Unidos, contribuyen al análisis de los procesos populistas y de la radicalización político-ideológica extendida a nivel continental. Finalmente, el balance de Joseph omite un libro que sí recupera la amplia bibliografía en español y algo de la editada en portugués y que, según Casals, ofrece una perspectiva distante a la del estadounidense, la Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina del italiano Vanni Pettinà, editada en 2018 por el Colegio de México. Pettinà propone que en la Guerra Fría Latinoamericana fue decisiva la intersección de dos rupturas producidas entre 1946 y 1948. Mientras que la “ruptura externa” implicó que los Estados Unidos reordenaran el sistema internacional interamericano con el objetivo de inscribirlo en la batalla anticomunista, la “ruptura interna” afectó a las políticas industrialistas y estatistas latinoamericanas en beneficio de los sectores conservadores de cada país. Los estudios de la Guerra Fría Latinoamericana se encontrarían ante el desafío de precisar, por un lado, el modo en que esas dos rupturas se inscribieron en las situaciones locales y, por otro, el ritmo que imprimieron a los procesos de cambio político, social y cultural. En suma, la referencia a Pettinà y especialmente a numerosas obras editadas en Sudamérica le permite a Casals concluir que si los centros anglófonos dejaran de una vez de ignorar la investigación latinoamericana calificada, sería posible levantar esa clásica barrera lingüística —y sociocultural— que viene obstaculizando el “diálogo intelectual franco” en un nivel de igualdad.
En la tercera pieza de la polémica, Joseph revisa las críticas de Casals para proponer que, en realidad, se trata de cuestiones abordadas. En efecto, su balance no realizaría una impugnable selección idiomática, sino que atendería únicamente a las “obras de alto perfil” que marcarían una tendencia por apoyarse en nuevos archivos, renovar las preguntas y ofrecer análisis transnacionales. A la “cuota idiomática” reclamada por Casals, responde Joseph que varias de las obras citadas provienen de autores latinoamericanos que vienen participando de reuniones académicas realizadas en Estados Unidos, Europa o América Latina y que decidieron publicar sus investigaciones en inglés y en revistas del “Norte global” frente al viejo problema de la carencia de un campo editorial en español. Es más, no habría que obsesionarse con una supuesta “narrativa hemisférica hegemónica”, ya que la mayoría de los jóvenes investigadores incluidos en el balance reconocería los problemas que formula Casals.
El historiador estadounidense intenta acordar con el historiador chileno, pero sus omisiones bibliográficas y los efectos en las relaciones académicas siguen allí. A distancia de los estudios de los flujos multidireccionales de la historia global, el reconocimiento de los historiadores latinoamericanos es unidireccional: la única dirección para lograr ese reconocimiento señalaría a los nuevos espacios del LASA. Y ello es confirmado cuando se revisan los tres volúmenes de The Cambridge History of the Cold War, aparecidos en 2010 bajo la coordinación de Odd Arne Westad —a quien Pettinà retoma en el citado libro— y Melvyn P. Leffler. No cabe duda, por un lado, de que es fundamental la apertura y mantenimiento de un espacio de discusión como el LASA para construir un campo con investigaciones de alto perfil y, por el otro, de que las vastas desigualdades globales en el acceso a los recursos académicos ofrecen una convincente explicación de la ubicación estadounidense de ese espacio. Pero reducir las investigaciones de ese tipo a las que circulan —en inglés— en ese espacio implica un escaso reconocimiento a los latinoamericanos, escasez en la que la perspectiva decolonial encontraría una prueba del colonialismo desde el que el Norte viene imponiéndole al Sur su producción y circulación de saber, entre otros órdenes.
Ello nos conduce a la cuestión con que quisiéramos cerrar estas reflexiones. No se trata sólo de ampliar la bibliografía, sino sobre todo de revisar la narrativa que subyace al balance de Joseph para buscar una mayor historización en el estudio del amplio continente latinoamericano. En ese sentido, al registro de “un único proceso con una cronología unificada y definida para toda la región”, la historiadora argentina Marina Franco y la italiana Benedetta Calandra, en La guerra fría cultural en América Latina (Buenos Aires, Biblos, 2012), contraponen la posibilidad de diversas cronologías operantes en distintas regiones. A la circulación latinoamericana del esquema bipolar de la Guerra Fría, el historiador uruguayo Eduardo Rey Tristán, en su colaboración en aquel libro y en otros trabajos, suma la vitalidad que adquirió el esquema bipolar cuando, articulado con el panamericanismo, el antiimperialismo y otras matrices ideológicas previas, dio lugar a una peculiar Guerra Fría Cultural en América Latina. A la presión de las superpotencias sobre la cultura y los intelectuales latinoamericanos, Karina Jannello y Vania Markarian agregan el análisis de la autonomía desde la que intelectuales de distintos países latinoamericanos decidieron incorporarse al Congreso por la Libertad de la Cultura y a otras redes financiadas por la CIA o por los soviéticos.2
Finalmente, a la supuesta omnipresencia de la Guerra Fría en los procesos político-culturales latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, diversos estudios sobre la nueva izquierda y la radicalización católica en América Latina enrostran la circulación y eficacia de ideas de izquierda europeas y tercermundistas. En efecto, como precisaron hace varios años, entre otros, Oscar Terán en el caso argentino, Marcelo Ridenti en el brasileño y Claudia Gilman a escala latinoamericana, las ideas del francés Jean-Paul Sartre y del argelino Frantz Fanon fueron centrales en la radicalización político-cultural de importantes franjas de las clases medias y populares.3 Pero la atención a esta radicalización no desplaza sino que reubica a la Guerra Fría. Fue para contrarrestar al entusiasmo revolucionario abierto por la Revolución Cubana y el tercermundismo que las derechas nacionalistas retomaron el esquema bipolar de la Guerra Fría como legitimación de la represión estatal y paraestatal que marcó la década del setenta de la mayoría de los países latinoamericanos. Otro descentramiento de la Guerra Fría para pensar la cultura política de los países latinoamericanos emerge del renovador programa de estudio de las ediciones comunistas en Brasil y Francia que coordinaron Jean Yves Mollier y Marisa Midori Deaecto y dio lugar a Edição e Revolução: Leituras Comunistas no Brasil e na França (Minas Geraes, Atelie Editorial-Editora UFMG, 2013). Y el descentramiento también se advierte, por un lado, en las investigaciones de Alejandro Dagfal, Hugo Vezzetti y Luciano García sobre el “campo psi” argentino, resultado de complejos flujos ideológicos con Francia y la Unión Soviética y, por otro, en la reconstrucción de la imagen de Oriente cuya circulación descubre Martín Bergel —desde una original lectura de Edward Said— en un amplio campo de publicaciones y de intelectuales argentinos y latinoamericanos que buscaron una alternativa a la crisis civilizatoria occidental.4
En el libro de 2018 destacado por Casals, Pettinà invoca a la historiadora inglesa Tania Harmer para sostener que la historia latinoamericana de la Guerra Fría “sigue esperando a ser escrita”. Son indudables la concentración de los archivos en el Norte global así como las asimetrías entre el Norte y el Sur en cuanto a recursos financieros para investigar y al mercado editorial para difundir las investigaciones. Pero ello no ha impedido el mantenimiento de programas de investigación, la fundación de archivos y la edición de obras significativas. De ahí que tampoco debiera impedir a los historiados anglófonos cruzar las fronteras idiomáticas y socioculturales para recuperar las diversas investigaciones latinoamericanas que permiten descubrir el peso específico que tuvo la Guerra Fría en América Latina.
Adrián Celentano
1 Gilbert M. Joseph, “Border crossings and the remaking of Latin American Cold War Studies”, en Cold War History, Vol. 19, n° 1, 2019, pp. 141-170; Marcelo Casals, “Wich borders have not yet been crossed. A supplement to Gilbert Joseph's historiographical balance of the Latin American Cold War”, en Cold War History, Vol. 20, n° 3, 2020, pp. 367-372; Gilbert M. Joseph “The continuing challenge of border crossing: a response to Marcelo Casals’ commentary”, en Cold War History, Vol. 20, n° 3, 2020, pp. 373-377.
2 Karina Jannello, “Los intelectuales de la Guerra Fría. Una cartografía latinoamericana (1953-1961)” en Políticas de la Memoria, nº 14 (verano 2013/2014), pp. 79-101; Vania Markarian, Universidad, revolución y dólares. Dos estudios sobre la Guerra Fría cultural en el Uruguay de los sesenta, Montevideo, Debate, 2020.
3 Oscar Terán, Nuestros años sesentas, Buenos Aires, Punto sur, 1991; Marcelo Ridenti, O fantasma da revolução brasileira, Sao Paulo, UNESP, 2010 (2005); Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.
4 Alejandro Dagfal, Entre París y Buenos Aires. La invención del psicólogo (1942-1966), Buenos Aires, Paidós, 2008; Luciano García, La psicología por asalto. Psiquiatría y cultura científica en el comunismo argentino (1935-1991), Buenos Aires, Edhasa, 2016; Hugo Vezzetti, Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la Guerra Fría, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016; y Martín Bergel, El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, UnQui, 2015.