Abstract
La sociedad rusa actual mantiene vínculos difíciles y contradictorios con su pasado, especialmente con el pasado soviético. El fin de la Unión Soviética, que fue recibido como una liberación en la mayoría de los países que habían formado parte de ella, causó una grave crisis de identidad en la población rusa. El recorrido de la memoria rusa desde los años 90, analizado en este artículo, se ha caracterizado por la búsqueda de una nueva identidad nacional. La actual sociedad sigue estando profundamente traumada por la memoria de las violencias masivas y las represiones de la época estalinista, que causaron millones de víctimas, pero aún no ha logrado saldar sus cuentas con el pasado: evitando preguntarse sobre la cuestión de las responsabilidades, optó por refugiarse en la amnesia y reprimir el pasado estalinista hacia los márgenes de la conciencia colectiva. El poder postsoviético usó el pasado para sus propios fines políticos, en particular para tratar de forjar una nueva identidad nacional. En un primer momento, con Boris Yelsin, el pasado soviético fue rechazado en bloque, como un paréntesis completamente negativo de la historia rusa, y fue sustituido por el mito de la época prerrevolucionaria, presentada como una suerte de edad de oro. Vladimir Putin, en cambio, recuperó y rehabilitó varios aspectos de la historia soviética (la modernización económica, la victoria sobre la Alemania nazi, la expansión del poderío ruso) en el marco de una ideología nacionalista basada en el mito de la Gran Rusia. Estas orientaciones fueron recibidas favorablemente por una gran parte de la población rusa que ha alimentado una cierta nostalgia por la época soviética. La rehabilitación de Stalin como modernizador y como el estratega de la victoria sobre Alemania, constituye un elemento central del discurso nacionalista desplegado por Putin. En cuanto a las víctimas del estalinismo, siguen siendo ignoradas por el poder ruso post-soviético.