Abstract
Desde la aparición del ya clásico Trotskysm in Latin America (1973) del historiador estadounidense Robert J. Alexander, las aventuras y desventuras de los trotskismos latinoamericanos han merecido estudios monográficos sobre las diversas experiencias nacionales, pero ninguna obra rigurosa de conjunto. Algunos balances historiográficos en ese sentido fueron presentados en el seminario “El impacto de León Trotsky en el pensamiento y en la política de América Latina”, patrocinado por el Stanford Center for Latin American Studies y realizado en la Universidad de Stanford el 23 de marzo de 2017, en el que participaron Herbert Klein, Vera Carnovale, Pablo Stefanoni, Olivia Gall, Dainis Karepovs, Horacio Tarcus, Rolando Rojas y Antonio Zapata Velasco. Dos años después, nuevos balances de las experiencias trotskistas latinoamericanas fueron presentados en las Xas Jornadas de Historia de las Izquierdas del CeDInCI “Dos décadas de historia de las izquierdas latinoamericanas. Aniversario y balance”, realizadas en Buenos Aires en noviembre de 2019.
De esas ponencias presentadas en Stanford y en Buenos Aires recuperamos para nuestro dossier las intervenciones de Andrey Schelchcov y de Dainis Karepovs, a las que sumamos una serie de documentos inéditos con la convicción de que contribuirán a enriquecer los futuros abordajes.
El historiador ruso Andrey Schelchcov reconstruye la concepción que el trotskismo internacional elaboró sobre la naturaleza del continente latinoamericano en la década de 1930, durante los años de formación de la Cuarta Internacional. Se centra en las discusiones sobre temas latinoamericanos que tuvieron lugar entre los años 1933 y 1935 en el Secretariado Internacional (SI) de la Liga Comunista Internacionalista (bolchevique-leninista) (LCI), precursora de la Internacional trotskista. Buena parte de la singularidad de su aporte proviene de la riqueza de sus fuentes: Schelchcov pudo trabajar con los documentos conservados en el Archivo Henk Sneevliet, un oposicionista de izquierda holandés que había participado activamente en esos debates. Por una verdadera paradoja de la historia, luego de que Sneevliet fuera ejecutado por los nazis, sus papeles terminaron en el Archivo de la Komintern, ubicado en Moscú.
Por su parte, el historiador Dainis Karepovs, el mayor especialista en historia del trotskismo brasileño, estudia la posición antiimperialista que mantuvieron los trotskistas en el Brasil y junto a ello ilumina el aislamiento y el desconocimiento que, durante la década del treinta, mantenía el comunismo brasileño respecto de América Latina. En las filas anarcosindicalistas que habían conformado el campo revolucionario brasileño en los albores del siglo XX, las relaciones con sus congéneres latinoamericanos se establecieron en el campo de la solidaridad proletaria antes que en el de una identidad histórica y cultural común entre los antiguos países sometidos al colonialismo español o portugués. Y ese tipo de relación no se modificó sustancialmente con la emergencia del comunismo. Si bien desde mediados de los años 1930, como resultado del trabajo desarrollado por el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista, el idioma castellano ganó espacio dentro del movimiento marxista del continente, tanto el Brasil como los países de la América hispana fueron considerados sin mayores especificaciones dentro del cartabón de los países “coloniales y semicoloniales”. Karepovs se detiene en la recepción de la que fueron objeto “América Latina” en su conjunto o los diversos países de la región en la prensa trotskista brasileña de las décadas de 1930 y 1940, resaltando la singularidad que representaron las observaciones del propio Trotsky sobre el Brasil, así como los aportes de Mario Pedrosa y Febus Gikovate.
Completan nuestro Dossier “Trotskismos latinoamericanos” una serie de documentos inéditos. El primero es el diario de viaje de Samuel Glusberg a México, donde relata sus numerosos encuentros con Diego Rivera y León Trotsky. Para el año 1938, el editor argentino que venía de publicar en Buenos Aires las revistas Babel (1921-1929) y La Vida Literaria (1928-1932), llevaba tres años instalado en Santiago de Chile. Cuando era “medianoche en el siglo”, Glusberg estaba en la búsqueda de socios y colaboradores para lanzar un nuevo proyecto revisteril latinoamericano capaz de asumir el compromiso intelectual que exigía la hora. Había entrado en contacto con los grupos trotskistas de Buenos Aires y de Santiago, pero los encontró urgidos por la publicación de una prensa de agitación y propaganda, enfrascados en sus cuestiones organizativas. Glusberg no encontró en ellos su lugar: no buscaba encuadrarse en una militancia política convencional, sino establecer alianzas con intelectuales independientes para lanzar una nueva revista marxista crítica del orden burgués pero también del stalinismo. Su exploración a través de la correspondencia lo llevó a escribirse con Diego Rivera, que se había convertido poco tiempo atrás en el anfitrión de León Trotsky en México. Por su parte, Rivera, Trotsky y una docena de intelectuales mexicanos nucleados en la LCI preparaban por entonces el lanzamiento de Clave, una publicación que debía aparecer no como órgano partidario sino como revista marxista independiente. Convocado por Rivera para sumarse al proyecto revisteril, Glusberg se embarcó en Valparaíso rumbo al puerto de Veracruz, adonde arribó el 31 de diciembre de 1938.
Permaneció en México un mes y unos pocos días, durante los que estrechó vínculos con Diego Rivera y Frida Khalo, participó de algunas reuniones que animaban Jean Van Heijenoort y varios de los trotskistas mexicanos, y visitó dos veces a Trotsky en la Casa Azul de Coyoacán. El diario que transcribimos en nuestro dossier nos habla de diálogos animados y de relaciones amistosas, e incluso de confesiones personales. Pero también trasunta cierto desencanto de Glusberg con el medio cultural mexicano. El editor chileno-argentino no vislumbró entre los colaboradores de Clave el equipo que creía necesario para su revista. “Si hubiera un escritor del valor de Diego Rivera en pintura…”, anota en su diario con evidente desconsuelo. Los encuentros con Trotsky hablan de un núcleo de afinidades, pero también de cierto desencuentro. El revolucionario ruso, que venía asistiendo durante aquellos años a la defección de tantos escritores que callaban o incluso celebraban los peores crímenes del stalinismo, recelaba de los intelectuales. El editor, por su parte, confiaba en su capacidad para salvar la dignidad del “gremio” mediante una revista de izquierda independiente. Y si bien Glusberg colaboró en la revista de los trotskistas mexicanos, a principios de febrero emprendió su regreso a Santiago de Chile. Apenas tres meses después, en mayo de 1939, lanzó desde la capital chilena su propia revista, que volvió a bautizar Babel. A pesar de sus modestos recursos económicos, durante doce años y a lo largo de 60 números, logró convocar desde Santiago el frente intelectual que Clave sería incapaz de reunir desde México. En las páginas de la nueva Babel colaboraron no sólo Trotsky, Diego Rivera, Van Heijenoort y James T. Farrell, sino también figuras de izquierda no alineadas con el trotskismo internacional como Víctor Serge, Dwight Macdonald, Edmund Wilson, Ignazio Silone, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, André Malraux, Arthur Resenberg, Bertrand Russell y John Dos Passos. Y junto a los nombres de los escritores europeos y estadounidenses, Glusberg convocó un amplio espectro de autores latinoamericanos que fue de José Carlos Mariátegui a Alfonso Reyes, de Ezequiel Martínez Estrada a Manuel Rojas, de Mariano Picón-Salas a Leopoldo Zea.
A continuación del diario de Glusberg publicamos aquellas piezas que se han conservado del intercambio epistolar entre Samuel Glusberg, Diego Rivera y León Trotsky. Este intercambio arrancó en julio de 1938, giró en torno del proyecto de una revista marxista en común y concluyó con la última carta del revolucionario ruso fechada el 1º de agosto de 1940, 20 días antes de su asesinato.
Por último, damos a conocer un curioso documento inédito: una entrevista biográfica que el ensayista Juan José Sebreli le realizó a Nahuel Moreno en Buenos Aires a comienzos de 1976. El líder trotskista argentino se explaya allí ampliamente sobre su historia familiar, sus inicios en la vida militante, sus vínculos con la primera generación de trotskistas argentinos y los rumbos emprendidos por la segunda generación de seguidores de León Trotsky bajo el signo de la proletarización en las barriadas obreras del Gran Buenos Aires. En este relato animado, distendido, por momentos hilarante, aparecen también los primeros esfuerzos del grupo morenista por exceder el ámbito nacional, estrechando los primeros vínculos con los trotskistas de los otros países latinoamericanos y luego con los dirigentes históricos del trotskismo internacional de los años de posguerra.
N.B. y H.T.