A propósito de Sebastián Rivera Mir, Ningún revolucionario es extranjero. Intercambios educativos y exilios latinoamericanos en el México Cardenista, Zinacantepec, Estado de México, El Colegio Mexiquense, 2023, 272 p.
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Palabras clave

Reseñas críticas
Cardenismo
Exilios

Resumen

Gran parte de nuestros intereses de investigación está cruzada por experiencias académicas. La búsqueda de nuevos programas de estudio, la postulación a becas o la publicación de artículos y libros son algunos de los elementos con los que convivimos a diario y que hemos terminado por normalizar a lo largo de nuestra trayectoria vital. Ningún revolucionario es extranjero toca esta fibra de la vida universitaria. A partir de un excelente trabajo de fuentes, el autor explica desde dónde parten las políticas públicas educativas de las cuales los investigadores hacemos uso y nos muestra el complejo proceso en el que se definen las dimensiones y características de una beca financiada por un país extranjero o una institución nacional. Este libro no solo rastrea los intercambios educativos o identifica qué hicieron los exiliados latinoamericanos en el México cardenista, sino que se adentra en las entrañas del sistema burocrático mexicano para mostrar cómo las políticas educativas y académicas comenzaron a formar parte elemental de una proyección internacional como zona de influencia continental con los demás países de Latinoamérica.

A partir de las investigaciones realizadas por Pablo Yankelevich, Alexandra Pita y Adriana Minor, entre otros autores, que iniciaron los estudios sobre las políticas internacionales enfocadas en exportar el modelo revolucionario mexicano a otros países latinoamericanos, Sebastián Rivera Mir centra su atención en la educación socialista llevada a cabo por Lázaro Cárdenas durante la década de 1930. Es en este proyecto transformador en el cual el autor destaca un nuevo eje de proyección internacional que, con todas las representaciones, mitificaciones y proyecciones políticas que significaron en Latinoamérica desde diversas perspectivas ideológicas, cumplían con la función de expandirse por la región. En palabras del autor: “la educación socialista que atraía a estos militantes correspondía más bien a una especie de pulsión, de espejismo mediático, de resultado de la propaganda en los medios de la izquierda” (p.177). De ese modo, el trabajo se sostiene en dos aristas centrales respecto a la proyección de la imagen país de México. En primer lugar, “consolidar a México como un espacio central en la construcción de conocimiento” en el continente; y, en segundo lugar, “presentar las propuestas educativas como experiencias vanguardistas en pos de la construcción al socialismo” (p.14).

Una de las principales características a tener en cuenta de este libro es su cariz metodológico de interpretar los procesos educativos como una forma de hacer política. Es ahí donde se utiliza como concepto operante “activismo académico”. Es decir, los docentes o estudiantes de intercambio “buscaban transformarse desde su espacio educativo en gestores de nuevas formas de comprender el conocimiento, cuestionando su contexto político” (p. 18). Con ello, se podría comprender el contexto en el que nacieron algunas teorías críticas de las humanidades y ciencias sociales como la opción decolonial, la teoría de la dependencia o la historia feminista.

Más que seguir la estructura de 8 capítulos presentada por Rivera Mir, se optará por rescatar tres propuestas analíticas que se observan de manera transversal a lo largo del texto y que podrían aportar una nueva lectura de este libro.

La primera propuesta sería comprender la academia en perspectiva transnacional o, como lo señala el autor, como una forma de “diplomacia cultural”. Para esto, el autor entrega una nueva agencia a la docencia, sobre la que observa los viajes de intercambio, la producción intelectual y las prácticas políticas de difusión ideológica como parte de una batería de opciones que se vinculan a una política de relaciones bilaterales y proyección de influencia internacional. El modelo del “nacionalismo posrevolucionario” debía entrar en un proceso a dos bandas. Mientras propiciaba el desarrollo local, debía dialogar con “la necesidad de insertar internacionalmente la producción de conocimiento” (p. 65). Parte de estas políticas de intercambio dejó distintas huellas en el continente. La creación de Institutos culturales binacionales (Instituto Chileno-Boliviano de 1937) o instituciones educativas nacionales (la Escuela Nacional de Enfermería en Colombia de 1937) nacieron gracias al prestigio de profesores extranjeros que entregaron su capital simbólico para consolidar una institución nueva.

Este tipo de análisis presenta otro desafío metodológico que el autor aborda con gran habilidad: combinar distintas escalas, materialidades y fuentes para comprender experiencias colectivas. En este libro, se pueden observar informes ministeriales, cartas formales e informales, peticiones de beca y memorias literarias, junto con prensa y revistas. Esto evidencia la conformación de un espacio mucho más complejo que el que se presentaría si el investigador solo se centrara en la parte burocrática y legal de una beca. Además, complejiza la idea de la diplomacia cultural, mostrándola como un intercambio que nunca fue un proceso homogéneo. Incluso, si se observa desde una perspectiva Sur-Sur, se impusieron condiciones, influencias y conveniencias al momento de otorgar becas y llevar profesores. Al señalar los casos de Bolivia y Chile, el autor demuestra una idea central: el sur no es homogéneo y no puede ser considerado en su totalidad como el “sur global”. A veces son espacios periféricos pero conectados, que tienen sus propias fortalezas, intereses y debilidades.

La segunda propuesta analítica de este trabajo es la conceptualización de “beca”. En una primera instancia, el libro analiza las características de quienes están encargados de hacer y pensar las reglas y protocolos de entrega de becas. Para ello, el autor analiza el caso de Moisés Sáenz, Embajador de México en Perú, quien esbozó los primeros lineamientos de este beneficio, los cuales no se alejan demasiado de cómo se comprenden hoy. Es decir, entregar estas oportunidades a trayectorias académicas e intelectuales reconocidas y retribuir al país con conferencias o publicaciones sobre México (p. 67). A su vez, la beca también se transformó en una herramienta sutil para mantener las relaciones internacionales. Por ejemplo, ante la dictadura de Somoza en Nicaragua, el gobierno mexicano mantuvo una relación expectante mediante el otorgamiento de becas. El objetivo fue mantener un canal de contacto con el país latinoamericano sin la necesidad de mostrarse a favor o en contra del gobierno autoritario, pero otorgando una ayuda educativa que no requería gran gasto del erario y no significaba mayor exposición pública.

La otra instancia era investigar sobre los solicitantes a becas, ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Qué querían estudiar? Todas estas preguntas Rivera Mir las responde y apunta a un nuevo foco de atención. ¿Qué representa México para estos becados? ¿Quiénes debían ser becados? Para esto habría de considerar dos elementos clave: las estrategias discursivas para convencer a quienes deciden y la capacidad del sujeto para presentar estas opciones desde la perspectiva más relevante. Lo más destacado es dar cuenta del espacio para negociar con el Estado y entablar un diálogo a través de canales burocráticos que reflejen la agencia desde abajo hacia arriba. Este proceso se observa en cartas que transmiten emotividad, cercanía y confianza al solicitar una beca directamente al presidente, estableciendo un contacto directo con una alta autoridad, incluso si no se obtiene la beca.

Una última propuesta a considerar es la de los libros como herramienta de intercambio diplomático. Para el presidente Lázaro Cárdenas, quien comenzó su vida laboral en un taller tipográfico, los impresos eran un mecanismo central de difusión mediante el cual el Estado mexicano se proyectaba como un modelo en Latinoamérica. Por lo tanto, es evidente que parte de la diplomacia cultural incluye políticas que, incluso hoy, siguen vigentes. El autor destaca la organización y participación en ferias de libros para competir con España por el mercado de libros en español; la inclusión de escritores latinoamericanos en procesos políticos mexicanos, quienes posteriormente se convirtieron en propagandistas, como el caso reconocido de Gabriela Mistral; y la donación de libros, colecciones y bibliotecas a otros países.

A lo largo de sus páginas, este libro nos explica que una beca de intercambio académico no es un viaje de disfrute ni, mucho menos, solo un proyecto individual, sino que se trata de un programa nacional que busca generar conocimiento útil con impacto en las políticas públicas. Ahora bien, ante esto habría que preguntarse de una manera más específica por qué la antropología y la educación son las disciplinas de mayor recepción en el intercambio académico ¿hay algún objetivo político del Estado detrás de esto? ¿Cuál es el papel de estas disciplinas por sobre otras en el plano de las relaciones internacionales? ¿Este tipo de profesionales son más maleables ante otros profesionales? Son algunas de las preguntas que se podrían destinar a nuevas investigaciones que sigan la línea sugerida por Sebastián Rivera Mir.

Esta obra se podría posicionar desde distintos ámbitos historiográficos. Entrega insumos centrales para quienes nos dedicamos a investigar los usos de los impresos, pero también la historia internacional, las redes intelectuales y, por supuesto, la historia de la educación. Ningún revolucionario es extranjero es una invitación a renovar nuestros intereses historiográficos y a pensar desde nuestras experiencias académicas. Nos conduce a cuestionar cuál es nuestro papel como académicos e investigadores en plano local y continental, así como a proponer nuevos seminarios y cátedras que traten estos temas como parte de la historia política, cultural y social de Latinoamérica.

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