A propósito de Sandra Jaramillo Restrepo, Hombres de ideas: entre la revolución y la democracia. Los itinerarios cruzados de Estanislao Zuleta y Mario Arrubla, la generación de los años sesenta y la nueva izquierda intelectual en Colombia, Bogotá, Ariel,
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Reseñas críticas
Colombia
Biografías

Resumen

Este libro de la investigadora colombiana Sandra Jaramillo Restrepo, sobre las experiencias de dos intelectuales de su país, durante la Guerra Fría, tiene la virtud de moverse paralelamente en tres niveles, el transnacional, el nacional y el regional, lo cual es muy raro en ese tipo de estudios, ya que buena parte de la investigación está concentrada en la ciudad de Medellín, en los años 60. En cierta medida, se trata de un estudio emblemático de la nueva historia intelectual de la Guerra Fría, y específicamente de la Nueva Izquierda, que se viene practicando en las últimas décadas en América Latina.

El libro arranca con un marcado interés en las sociabilidades intelectuales de Medellín y Bogotá en los años posteriores al Bogotazo y la ejecución de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Se exploran los espacios de difusión e irradiación de los discursos del campo intelectual, en esas dos ciudades, a partir de la década del 50. A la vez, el estudio abre un flanco de historia de la cultura impresa por medio de una lectura detenida de publicaciones como el periódico Crisis, la revista Mito u otras como Estrategia, Ideología y Sociedad y Cuadernos Colombianos, que forman parte del entorno de los personajes estudiados.

El trabajo hemerográfico y de estudio de la cultura impresa deben mucho a lo que Horacio Tarcus ha entendido como la reconstrucción de un campo revisteril específico en un contexto determinado de la Guerra Fría latinoamericana. Al mismo tiempo, el estudio se adentra en los debates teórico-prácticos de las izquierdas latinoamericanas, que se entrecruzaban con relecturas de las tradiciones marxistas y sus recepciones y reproducciones en América Latina. 

También habría que destacar la dimensión prosopográfica o de reconstrucción de biografías políticas dentro del campo intelectual colombiano, que se lee en Hombres de ideas. Esta última es una zona muy bien cuidada, tanto para las dos figuras centrales —el dueto o dupla que conformaron Mario Arrubla y Estanislao Zuleta—, como para otras figuras de la intelectualidad colombiana de aquellos años. 

El título, centrado en ellos dos, no hace justicia a la reconstrucción del campo intelectual colombiano que alcanza el libro, tanto en Medellín como en Bogotá durante aquellas décadas. El ejercicio de biografía política recorre otros personajes fascinantes como Gonzalo Arango, escritor que murió muy joven, y que fundó el Movimiento Nadaísta, o el propio Jorge Gaitán Durán, director y fundador de la revista Mito, que también murió muy joven. Otros perfiles trazados en el libro serían los de María del Rosario Ortiz o Ramiro Montoya, hasta llegar a aquellos pensadores de la izquierda colombiana que trataron de hacer un ajuste de cuentas con la generación de Estrategia, como Salomón Kalmanovitz o Álvaro Delgado.

En lo que atañe estrictamente a la arqueología de la sociabilidad intelectual resultan muy llamativas las exploraciones de instituciones como el Liceo de la Universidad de Antioquia, los círculos de literatura y poesía, como el llamado “Porfirio Barba Jacob”, en honor al poeta modernista colombiano. Medellín aparece en el estudio como la provincia letrada de un país latinoamericano, rearticulando uno de los grandes temas de la historia cultural de las revoluciones europeas, que consiste en dotar de visibilidad el interior de esos espacios de sociabilidad: los cafés, los clubes, las ligas.

La producción de una discursividad que acompaña la transformación política en esos espacios se contextualiza a través de la intensidad política de la propia Guerra Fría colombiana. Jaramillo Restrepo trasladó un enfoque similar a Bogotá, aunque podría apuntarse que el ejercicio no es del todo equivalente y que la capital colombiana queda un poco más desdibujada en el libro con respecto al Medellín de los años 50, que está muy bien reconstruido como microcosmos cultural y político.

Aquella sociabilidad cultural de Medellín, en los años 50, encaja muy bien con la recepción de un flanco del pensamiento europeo de la época de la posguerra, como lo fue el existencialismo francés. Es muy notable lo temprano que Zuleta entró en contacto con la revista Les Temps Modernes, las obras de Sartre y Camus y se familiarizó con las polémicas entre ambos. En un momento se menciona que ese contacto tiene que ver con el viaje de Zuleta al Festival de las Juventudes Comunistas que se celebró en Bucarest, Rumanía, en 1953, que era el tercero de aquellos festivales y que, a su regreso a Colombia, había constatado cómo el grupo de Sartre en París ya era un referente local. 

La aproximación de Sartre y el grupo de Les Temps Modernes al Partido Comunista en los 50 fue evidente, pero a principios de los años 60, comienza producirse un distanciamiento, como efecto de la emergencia de la Nueva Izquierda. En este sentido, sería de mucho interés una investigación más detallada sobre la presencia de América Latina en aquellos festivales mundiales de la Juventud, entre los años 40 y 70. Recordemos que a las reuniones preparativas de ese festival, que tuvieron lugar en Bucarest en mayo de 1953, asistió Raúl Castro, junto con una delegación de la Juventud Socialista y el Partido Socialista Popular cubano, un poco antes de regresar a La Habana e incorporarse al grupo que asaltó al Cuartel Moncada. Las delegaciones latinoamericanas a esos festivales, en Berlín, Bucarest, Praga o Moscú, eran constantes y numerosas.

El aspecto de la historia de la cultura impresa está muy bien cubierto a través de periódicos, revistas y publicaciones. Mito era, por lo visto, una revista intelectual de gran capacidad de convocatoria, referencial en América Latina, que publicó a Jorge Luis Borges, a Gabriela Mistral, a Octavio Paz, a Carlos Fuentes y por supuesto a los propios escritores colombianos como Gabriel García Márquez o Álvaro Mutis. Vendría siendo como un equivalente colombiano, en aquellos años, de grandes revistas latinoamericanas como Ciclón en La Habana o todavía Sur en Buenos Aires. Se tiene la impresión de que reproducía más o menos el circuito de colaboración de La Cultura en México u Orígenes en La Habana.

Sobre los debates teórico-prácticos y la historia del marxismo y las izquierdas latinoamericanas, se trata de un dueto o una dupla de colaboración intelectual, con antecedentes en la izquierda: Marx y Engels, por supuesto, pero también se podría pensar en Aricó y Portantiero, Adorno y Horkheimer o Deleuze y Guattari, como ese tipo de parejas de colaboradores en la teoría y en la práctica de las izquierdas. A través de Zuleta y Arrubla, el libro describe muy bien el tránsito de una recepción del humanismo existencialista francés, en los años 50, a una entrada en las diversas rutas de la Nueva Izquierda, o en los diversos referentes de lo que entendemos como el corpus teórico izquierdista de los años 60 y 70 en América Latina. 

Se ve presente ahí a Louis Althusser, pero también un peso muy claro del psicoanálisis a través de la obra de Zuleta. Es decir, no sólo las lecturas típicas de Freud, en el período, digamos, existencialista, sino evidentemente de Lacan más adelante y por ahí asoma, también, la recepción del post estructuralismo francés y de lo que sería, ya finales de los años 60 y principios de los 70, el grupo Tel Quel

En estudios sobre Europa, Estados Unidos y América Latina está muy bien reconstruido otro afluente de ese corpus teórico de la Nueva Izquierda, que es el del marxismo occidental en sus diversas ramificaciones. En efecto, en diversos países de la región, en los los años 60 y 70, hubo una relectura de Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Gyorgy Lukács y, en algunos países más que en otros, comienza la recepción de Antonio Gramsci, aunque tal vez más claramente en los 70 y 80.

Queda la pregunta sobre qué tanto llegó a avanzar, porque no se ve claramente en el libro, la conexión de Estrategia y otros grupos de los años 60 y 70, para los que la recepción de la Escuela de Fráncfort sí fue importante, como la cubana Pensamiento Crítico, por ejemplo. A fines de los años 60 y principios de los 70, se percibe un claro interés no sólo en Althusser y en el post estructuralismo francés, sino también en Marcuse, Adorno y Horkheimer. En Pensamiento Crítico también hubo un clarísimo interés en el grupo del marxismo social británico de la New Left Review, que se ve en el caso de Estrategia. El lector se queda con ganas de conocer un poco más sobre las razones de por qué está tan prioritariamente centrado en Francia, primero en el existencialismo y luego en el estructuralismo, el campo referencial de estos intelectuales colombianos.

El delineamiento de los perfiles biográficos y el trabajo prosopográfico, como decíamos, es de los aspectos más logrados del libro. Es una línea de investigación que esclarece muy bien las permanentes tensiones entre estos grupos intelectuales y las grandes organizaciones que hegemonizan el campo de la izquierda en los países latinoamericanos. Entre esas organizaciones estaría el Partido Comunista y resulta revelador que estos fueran intelectuales que vienen de afuera del Partido Comunista, de los movimientos estudiantiles y obreros de Medellín, pero que en algún momento se aproximan e, incluso, llegan a militar dentro del Partido Comunista, justo en el período de transición entre la muerte de Stalin, el 20 Congreso del PCUS y la invasión soviética a Hungría en 1956. 

Cuando sobreviene el período del deshielo y, luego, el del “estancamiento soviético”, la Revolución Cubana está rebasando a muchos partidos comunistas latinoamericanos y, a la vez, alentando la creación de guerrillas marxistas. Para principios de los años 60, cuando se funda la revista Estrategia, esos intelectuales operan por fuera del Partido Comunista. En algún momento se menciona un breve paso por experimentos guerrilleros, como el de Sumapaz , y luego un abandono de la lucha armada, que parece muy notable. Es algo bastante singular, dentro del campo de las izquierdas intelectuales latinoamericanas de los años 60 y 70, es decir, un posicionamiento tan claro en contra de la guerrilla y contra un tipo de lucha armada. 

Como intelectuales revolucionarios e, incluso, leninistas, no descartaban del todo una vía insurreccional o no desalentaron de plano la violencia política, pero sí rechazaban la forma insurreccional y la lucha armada. Se trata de una observación muy bien argumentada y aprovechada en el libro, que, tal vez, podría derivar en una nueva intervención más profunda sobre qué otros pares latinoamericanos tendrían estos intelectuales colombianos en su temprana crítica a la guerrilla y a la lucha armada. Se trataba, además, de una crítica muy bien sustentada a partir de la argumentación histórica que utilizaban, tomando en cuenta el peso que había tenido la violencia en Colombia, del Bogotazo de 1948 en adelante, lo cual desaconsejaba la vía insurreccional.

Dentro del gran debate teórico y político que acompaña a estos autores, se otorga mucha relevancia a la polémica o a la recepción tensa, difícil, de Estudios sobre el subdesarrollo colombiano de Mario Arrubla, un libro en la línea del dependentismo teórico de la izquierda, no tanto de la corriente cepalina, concebido a principios de los años 60. Es decir, un libro contemporáneo de los primeros de Fernando Henrique Cardoso, Pablo González Casanova o André Gunder Frank.

Como en otros pensadores de la Teoría de la Dependencia se recurre a una matriz estructuralista para pensar los dilemas de los modos de producción en América Latina. O se adoptaba una postura dualista, según la cual la economía latinoamericana era por un lado feudal y por el otro capitalista, en la línea de Ernesto Laclau. O se pensaba más en sintonía con Gunder Frank, en el sentido de que desde la colonización y la conquista, América Latina está inserta en una economía capitalista mundial y no tiene sentido ser tan quisquilloso con la distinción sobre el modo de producción. 

En el caso de Arrubla, por lo que apunta Jaramillo Restrepo, habría un cuestionamiento del nacionalismo, desde la perspectiva estructuralista, que podría resumirse en una frase lapidaria: “no existe una historia nacional”. Esto, a pesar de que estar utilizando la experiencia histórica de Colombia, en buena medida, para justificar sus posicionamientos y sus lecturas. Tanto en el libro de Arrubla como en la revista Estrategia, además de un cuestionamiento de la lucha armada o de los métodos insurreccionales, se llegó a plantear una crítica profunda a las ideologías nacionalistas. Una vez más, ese perfil tan peculiar podría dar a pie a una constatación más precisa de los acentos colombianos dentro de aquella brillante generación de la Teoría de la Dependencia y la Nueva Izquierda en la Guerra Fría latinoamericana.

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