Resumen
La historiografía del movimiento comunista en América Latina pasa por una ola de renovación. Por décadas se solía estudiar el fenómeno comunista a través de la historia nacional, o inversamente, solamente a partir del análisis de las organizaciones internacionales del movimiento comunista, sobre todo de la Internacional Comunista (IC). Los trabajos recientes de Brigitte Studer (2015, 2023), dedicados al estudio de trayectorias individuales de militantes del Comintern, o de Marcelo Ridenti (2021) sobre la internacionalización y el financiamiento de los intelectuales comunistas durante la Guerra Fría, son prueba de esta evolución de este campo de estudios. Similarmente, la presente obra intenta romper con ambas tendencias (historiografía nacional — historia de la organización internacional), arrojando luz sobre las conexiones existentes entre comunistas latinoamericanos, con otros grupos políticos e instituciones en el mundo. Se trata de analizar los contactos y los vínculos transnacionales como procesos dinámicos observables en las realidades locales. Para esto resulta imprescindible mezclar consideraciones biográficas, situaciones nacionales y regionales en su articulación con las interpretaciones y las acciones políticas en el seno del movimiento comunista internacional.
La obra está organizada cronológicamente, la primera parte cubre el período de 1917 hasta la disolución de la IC (1943) y la segunda el período de la Guerra Fría, entre 1945 y 1989. Cada uno de los 10 capítulos trae el estudio de un objeto o de una cuestión donde militantes y organizaciones cruzan fronteras, se inspiran, negocian y actúan articulando realidades locales y espacios transnacionales. Así, temas poco abordados en la historiografía del comunismo, como la importancia de la actuación femenina o las ambigüedades tácticas de la IC frente a la movilización de poblaciones negras, son destacados en el libro. Más allá de los objetos singulares, la originalidad metodológica permite revelar la centralidad que tienen las redes militantes y de migrantes. De manera similar revela la importancia local que tiene el hecho de ser miembro de una organización internacional por la cual pasan subsidios, pero también legitimidad, palabras de orden, modelos de organización, redes de apoyo y de información.
Por ser colectiva, la obra trae una variedad de enfoques que permiten elaborar un panorama bastante rico sobre aspectos del comunismo que no raramente son invisibilizados. Por cierto, también genera una impresión de caleidoscopio, en la cual cuestiones de interés no constan en el libro. La obra dedica poca atención a los espacios norteamericanos, por ejemplo, a las vinculaciones políticas y sindicales estadounidenses con las organizaciones comunistas internacionales, tanto antes de 1943 como durante la Guerra Fría. Igualmente, un estudio de la circulación de militantes, y sobre todo de textos y modelos, oriundos de la China (pensamos en los trabajos de Matthew Rothwell sobre el maoísmo en la América Latina) o de Albania en las Américas resultaría enriquecedor en la segunda parte del libro. Finalmente, no aparecen las redes transnacionales comunistas no ligadas a la Unión Soviética, cuando figuras como Nahuel Moreno, Mario Pedrosa o Hugo Blanco y sus redes de actuación son pruebas de la existencia de una intensa vida organizativa y teórica en el marxismo latinoamericano en una escala mundial.
No obstante, la amplitud de temas y objetos que propone la obra no deja de constituir un aporte renovador en la literatura sobre comunismo en las Américas. Como dijimos, al destacar las redes y las circulaciones de militantes, documentos e ideas, la obra pone de relieve la capacidad de atracción de la pautas anti-racistas, anti-imperialistas y nacionalistas defendidas por los partidos comunistas, así como las decepciones, los malentendidos y las rupturas. Los capítulos se desarrollan sin escamotear las contradicciones que aparecen inevitablemente entre las directivas internacionales y las dinámicas políticas locales (ver los capítulos sobre la cuestión nacional cubana y los trabajadores caribeños, la cuestión de la independencia de Puerto Rico en el PC estadounidense, etc.) sin hacer una presentación maniquea de las posiciones y de los actores. Más fundamentalmente, las varias escalas y temporalidades estudiadas revelan los movimientos, las dislocaciones de los posicionamientos de los partidos en función de determinaciones múltiplas: el contexto internacional (cambio de línea de la IC entre la táctica de clase contra clase y la de frente única o de lucha antifascista, por ejemplo), las realidades locales (como en el caso de las negociaciones tripartitas entre Sandino, el gobierno mexicano y el Partido comunista Mexicano) y las circulaciones entre ambos niveles (particularmente el ejemplo de los trabajadores caribeños migrantes en Cuba, Panamá o en los Estados Unidos, pero también el caso de la actuación de las mujeres de la Alianza Femenina Guatemalteca en sus contactos con organizaciones de mujeres internacionales de filiación comunista).
Lo que resulta más interesante aún es que los capítulos nunca caen en explicaciones reductoras basadas en determinaciones o relaciones causales simples. Al contrario, se subraya siempre la agencia de los diversos actores, procurando identificar razones, intereses y causalidades múltiples que concurren a decisiones y actitudes en contextos determinados. El capítulo dedicado a los latinoamericanos presentes en la URSS entre 1927 y 1936, como representantes de los partidos en reuniones internacionales, pero también como alumnos de escuelas de formación de dirigentes o viajantes, resulta muy significativo en este aspecto. Lejos de reproducir una lectura fundamentada en el adoctrinamiento o la aplicación mecánica de directivas políticas o análisis teóricas, el historiador Tony Wood demuestra la relativa latitud de los individuos, así como la ventajas que pueden extraer de la estadía en la URSS, notablemente en términos de prestigio en los partidos nacionales o en los círculos intelectuales. Inversamente, trayectorias de estudiantes de las escuelas soviéticas revelan que no se puede resumir la formación recibida a una absorción pasiva de conocimientos externos. Así, ni todos los estudiantes se encuentran en pleno acuerdo con las materias, y no pocos seguirán recorridos abiertamente críticos a la Unión Soviética.
Otros ejemplos de la agencia de los actores y de la complejidad de relaciones entre las autoridades soviéticas, los partidos o la IC y los militantes son descritos en la obra, siempre enfatizando la multiplicidad de las causalidades en juego.
Por fin, vale mencionar la gran variedad de fuentes primarias y secundarias movilizadas por los diez capítulos, desde fuentes de la IC hasta entrevistas, correspondencias, documentos policiales, documentos de los partidos o de militantes, etc. La utilización de un corpus ampliado permite explorar estos nuevos objetos a partir de una perspectiva más rica y compleja que en el pasado. El libro representa un aporte metodológico e historiográfico innegable a la historia del comunismo en América Latina.