A propósito de Ricardo Melgar, Revistas de vanguardia e izquierda militante. América Latina 1924-1934, Buenos Aires, Tren en Movimiento / CeDInCI, 2023, 308 p.
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Resumen

El último libro del apreciado historiador y antropólogo peruano Ricardo Melgar Bao (Lima, 21/2/1946 – Cuernavaca, 10/08/2020), publicado de forma póstuma, es un caleidoscópico análisis de cinco revistas “de vanguardia” que parecen cobrar vida ante su mirada. Producidas desde América Latina: La Antorcha (Quito), Amauta (Lima), Atuei (Cuba) e Indoamérica (México), y desde el exilio latinoamericano en España: Bolívar y Octubre, son revistas que dan cuenta de una generación trasnacional emparentada con la Revolución Rusa y la Reforma Universitaria de Córdoba, una generación en la que se formaron los comunismos latinoamericanos y se configuraron diversas reacciones de carácter antiimperialista entre las que estuvo incluida la Alianza Popular Revolucionaria Americana. Melgar Bao promete atender aspectos ideológicos y culturales de estas revistas producidas entre 1924 y 1934, pero lo cierto es que logra desplegar una narración con un mayor abanico de variables. Él teje una amplia “malla” de redes intelectuales y políticas, y se detiene en muchas de las trayectorias de los colectivos editores.

El autor informa sobre la singularidad de cada revista y esculpe a partir de ellas problemáticas de una mayor dimensión. Pero más allá de los estudios de caso puestos en dimensión, muestra la potencialidad del objeto revista como recurso para estudiar el Siglo XX en general y las dinámicas transnacionales de una generación en particular. El libro defiende las revistas como configuradoras de la esfera pública, como corredores transnacionales de ideas, como formas vanguardistas y como huellas de procesos específicos de nuestras modernidades periféricas. Las muestra como “productos urbanos” “diseminados en varios países” y configuradores de un espacio público de “especial textura” transfronteriza (p. 193). Además, analiza el triángulo revistas, intelectuales y ciudades, estas últimas como “objeto de deseo” de los intelectuales. 

El “juvenilismo” que se expresa a través de Antorcha (1924-1925), le permite a Melgar Bao discutir lo que Hobsbawm nombró como “historiografía sectaria” por sostener que “el auténtico socialismo es marxista o marxista-leninista” (p. 33). Antorcha, en otro sentido, es entendida como ejemplo de una trayectoria distinta: situada en los orígenes del socialismo en Ecuador (el Partido Socialista Ecuatoriano recién emergerá en 1926), esta revista deja ver cómo estos pioneros debatían en torno al Estado real e ideal (socialista), las vías revolucionarias o reformistas, las relaciones de Lenin con la URRSS, las demandas sociales del proletariado, del campesinado y de los indígenas, así como las autorepresentaciones de la nueva generación que fue la pequeña burguesía urbana universitaria. Pero es solo al final de su trayecto que se perfila un sutil acercamiento al marxismo que no llega a concretarse por lo cual no puede inscribirse como tal.

Con la gran revista Amauta (1926-1930) estudiada por Melgar Bao en sus orígenes, se distinguen los proyectos de Mariategui y Haya de la Torre, se problematiza su accionar como líderes intelectuales y sus vínculos con la Internacional Comunista. Para Mariategui, este “primer gran emprendimiento de una política cultural de izquierda en la historia peruana y continental” (p. 71) que fue Amauta era una pieza de un engranaje cultural ambicioso que también incluía la editorial Minerva, la revista Libros, la Sociedad Editora Obrera Claridad, el Rincón Rojo (tertulias vespertina), entre otros. La intensa actividad polémica de Mariategui favoreció que para 1927 la revista hubiera “conquistado hegemonía y el mayor radio de acción en el circuito de las contadas revistas culturales nacionales” (p.119) y tuviera un lugar en el circuito de revistas latinoamericanas (no tanto en el europeo). En distinción con El Libro o el Pueblo (de Heliodoro Valle en Honduras) que se satisfacían con promover la cultura clásica universal y con otros proyectos que cerraban sus lecturas al espectro socialista, en Amauta confluían “las corrientes del pensamiento que horadaban las bases, lecturas y contenidos propios de la cultura oligárquica” (p. 87).

En contraste, para Haya de la Torre Amauta era el órgano de un movimiento con mayor especificidad política, el APRA. Movimiento que Melgar Bao ve de forma más multidireccional que el estricto visor peruano, siendo la revista cubana Atuei (1927) la que le permite percibir que “la gravitación política del aprismo en el Caribe antecedió a su conformación orgánica en el Perú” (p. 161). Pionero en el estudio de una revista que sólo vivió seis meses, Melgar Bao incluye a Indoamérica como parte del corpus de las revistas apristas sin inhibirse de estudiarla por su condición efímera. Ahonda en ella para ver trazos de la temprana modernidad mexicana y de las formas en las que esta condiciona la cultura letrada: la red eléctrica automática inaugurada en 1928 “hizo más amable la lectura y la escritura nocturnas a las que estaban acostumbrados los intelectuales, entre ellos los apristas” (p. 196). Breve pero intensa, esta revista pendula entre el campo artístico-literario y el político. Por un lado se resalta la fuerte carga iconográfica por la que la revista confronta la cultura moderna europea y es cercana al muralismo de Diego Rivera; de otro lado, la revista fue “caja de resonancia” de la coyuntura que interpela al general Álvaro Obregón, condenado por la revista a favor de Plutarco Elías Calles, a quien Haya de la Torre terminará acercándose.

Incómodo con la noción de “revistas culturales” por considerarla demasiado amplia como para ser explicativa, Melgar Bao toma partido por la noción de “revistas de vanguardia”. No oculta que esta noción se disputaba entre los propios protagonistas, por ejemplo los promotores de la revista Bolívar y, en especial, Pablo Abril Vivero (1894-1987), su editor, disentían de Mariátegui respecto de la noción de vanguardia a la que consideraba caduca y preferían marcar una identidad revolucionaria a su revista. Pero Melgar Bao explica de qué forma “Las nuevas generaciones de intelectuales y políticos de izquierda ensancharon el horizonte de sentido del término vanguardia más allá de sus referentes literarios y estéticos y del voluntarismo juvenilista a favor del cambio social, reordenamiento de la sociedad y del mundo” (p. 306).

¿Cómo filiar una revista? ¿Qué familias de revistas existen? ¿Cómo podemos insertar aquellas que estudiamos en un mapa común latinoamericano? Melgar Bao ensaya en su libro formas de filiación que van de la vanguardia a la red aprista latinoamericana, pasando por las redes del exilio latinoamericano, según vínculos agenciados por figuras intelectuales cuyas trayectorias ve necesario reconstruir. Encuentros, proveniencias, ubicaciones individuales de quienes hacen parte de colectivos editores, ayudan a comprender las tensiones al interior de un proyecto revisteril o el posicionamiento de una revista en su universo editorial. Por ejemplo, el paso de Haya de la Torre por la isla de Cuba en 1923 y su acercamiento a Julio Antonio Mella, así como las dinámicas del peruano Esteban Pavletich durante su exilio en México y Cuba, son momentos biográficos que aportan pistas para comprender “la concepción más sectorial que unitaria del caribe y la incidencia de esta visión en la formulación de la ideología del APRA acerca de las burguesías nativas, sus gobiernos y el imperialismo norteamericano”. 

Más allá de los aportes que Melgar Bao hace con cada uno de los casos revisteriles estudiados que pone en el contexto de problemáticas más estructurales asociadas a la vanguardias latinoamericanas de los años veinte, a las experiencias modernizantes de las ciudades latinoamericanas o al movimiento aprista, el libro aporta porque explicita la forma misma de trabajar. Como un relojero que deja al descubierto la maquinaria de su reloj, Melgar Bao explicita una grilla de preguntas problemas con la cual mira los países latinoamericanos. Es a través de su estrategia expositiva que va dando cuenta de la aparición del objeto, avanza en esculpir una piedra que ya contenía indicios, aunque solo con el pulido investigativo aparecen sus formas: “La promesa juvenilista de conducción de un cambio social en el Ecuador se fue coloreando como socialista, aunque eran conscientes de que tenían que bregar contra ciertos prejuicios antisocialistas reinantes en los medios obreros” (p. 52).

Haciendo gala de la apuesta biográfica que caracterizó el enfoque investigativo de Melgar Bao, en este libro también están presentes las trayectorias biográficas de quienes promovieron las revistas. Seguir las pistas de Carlos Roe o César Falcón es un caso para reconstruir los antecedentes precisos de su revista. Pero en el libro no solo se atienden figuras protagónicas (Mariategui o Haya de la Torre) sino personajes menos conocidos de los que se nos presentan minibiografías. En línea con esa sensibilidad biográfica, es claro que Malgar Bao opera con una visión de la política como “experiencia” aunada a procesos culturales y habla de “politicidad sensible” para exceder el ámbito del poder. Una noción como estas le permite captar de forma no esquemática procesos complejos como la coexistencia de las alas reformistas y cominternistas entre los promotores de Antorcha y su vínculo con la Logia Militar que dio lugar a la Revolución Juliana, desde al menos un mes antes del golpe. Tanto así que se habla de dos afluentes que hacen al “juvenilismo” ecuatoriano: los oficiales de reciente graduación y los estudiantes universitarios, ambos en oposición a la plutocracia asentada en Guayaquil y ambos del lado de la clase obrera huelguista.

Este estudio también acepta el desafío de sumar a la variable de clase y etnia, la variable de género. Melgar Bao no se contenta con decir que fueron pocas las mujeres y hacer esfuerzos por visibilizarlas, sino que avanza en mostrar la constante masculinización de la política por parte de opresores y compañeros de militancia, pues se les otorga solo a los varones la “normalidad” en el ejercicio político. Ellas, en cambio, se consideraban “locas” por parte de los represores o débiles ante la confrontación que implica la política misma, dicen sus propios colegas.

El prólogo de Liliana Weinberg muestra el libro como un ejercicio militante del propio investigador hasta sus últimos minutos vitales. De un lado, es un libro articulado, con ejes que lo atraviesan, maduro en la comprensión de una época y una generación, la de los años veinte latinoamericanos, un libro con “palabras de cierre” en las que constantemente se recogen los sentidos principales y el autor expone su voz de forma concluyente. Junto con todo esto es un libro inacabado, o mejor dicho, abierto. El propio Melgar exhibe sus “faltantes”, sus “cabos sueltos”, sus análisis que son apenas insinuaciones. Tal vez ahí está la maestría de este investigador maduro: exhibir los trazos de su propio mapa y proponer caminos para que otros y otras recojan la posta y sigan avanzando.

 

Sandra Jaramillo Restrepo 

CeDInCI

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