A propósito de Enzo Traverso, Revolución. Una historia intelectual, Ciudad de Buenos Aires, Fondo de Cultural Económica, 2022, 644 p.
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Reseñas críticas
Enzo Traverzo

Resumen

Como pequeñas y fugaces hendiduras que se abren en el curso de la historia, las revoluciones son procesos convulsivos que, pese a su duración sustancialmente efímera, trastocan casi para la eternidad el escenario social dentro del cual acontecen. A diferencia de las revueltas o disturbios, las revoluciones son acciones conscientemente orientadas por sujetos colectivos —la sant culloterie, el pueblo, las masas— hacia la transformación total del orden político y social. Como un disparo de fuego, su estallido deja una herida de muerte en el cuerpo político al que ataca. En algunos casos, su explosión induce la defunción del antiguo régimen y abre el camino para la emergencia de un nuevo mundo; en otros, la herida que produce no llega a ser mortal pero deja una cicatriz notoria, imposible de camuflar, que inevitablemente pasa a ser parte integral del rostro de una sociedad.

Las paradojas y vicisitudes que encierra el dilema de la revolución son innumerables como la cantidad de personas que se vieron interpeladas por sus emanaciones y consecuencias. Desde la Revolución Francesa, la cantidad de alusiones, debates y consideraciones que se generaron en torno al vocablo son cuasi infinitas. La posibilidad de analizar la amplitud de problemas que encierra ese rótulo deviene en una tarea que, si bien no es imposible, se vuelve monumental y compleja. 

Con una impronta singular, esta labor titánica de estudiar las múltiples tensiones presentes en la revolución como idea y acontecimiento es un ejercicio realizado con peculiar proeza en la última investigación de Enzo Traverso. Revolución. Una historia intelectual, obra recientemente traducida a nuestra lengua por la editorial Fondo de Cultura Económica, da cuenta una vez más del alto grado de destreza expositiva, erudición intelectual y singularidad metodológica que posee el historiador italiano. Publicado originalmente en inglés en 2021, el libro se preocupa por indagar, desde diversos enfoques, espacios y temporalidades, en las distintas constelaciones intelectuales generadas en torno a las experiencias revolucionarias producidas en el mundo entre el año 1789 hasta finales del siglo XX.

Con una orientación transversal e interseccional en cuanto a sus contenidos, Traverso estudia la producción y circulación de significados y sentidos en torno a la revolución en diversas fuentes y soportes documentales como la teoría escrita, los ensayos revolucionarios, las memorias biográficas, los recursos fílmicos, la literatura ficcional, las pinturas y la industria gráfica, entre otros. Aunque su libro reconstruye una línea genealógica del término, este trabajo no desea ser una mera historia conceptual de la revolución, tal como produce, por ejemplo, Reinhart Koselleck en su Futuro pasado: para una semántica de los tiempos históricos. Antes bien, se concibe, como indica su propio título, como una historia intelectual que se focaliza en los discursos y prácticas de los intelectuales cuyos itinerarios se vieron atravesados por los procesos revolucionarios.

Como aclara Traverso en su introducción, el método empleado en este ensayo histórico se inspira profundamente en la tradición intelectual de Karl Marx y Walter Benjamin. Bajo esa línea interpretativa, la revolución es distinguida como una interrupción repentina del continuum de la historia, un tiempo-ahora (Jetztzeit) activado por la praxis de los oprimidos para cambiar el curso temporal de lo pre-establecido. Con esa caracterización, el historiador italiano se desliga de la lectura mecanicista del marxismo clásico que, desde una óptica historicista, describe a la revolución como el corolario de un determinismo económico o de una ley histórica. En su lugar, rescata una segunda concepción de Marx, focalizada en la capacidad transformadora de la agencia política humana y en el análisis del pasado como terreno de la conflictividad social y la lucha de clases.

A pesar de la importancia de Marx, el eje metodológico del libro se encuentra estrechamente vinculado a la producción historiográfica de Benjamin. De un modo similar a como hizo previamente en su libro Melancolía de izquierda: marxismo, historia y memoria, Traverso intercambia momentáneamente la elegante vestimenta del historiador profesional por los destruidos ropajes del trapero benjaminiano. Así, interpreta las revoluciones mediante un “ensamblaje de imágenes dialécticas”, a partir de la combinación de dos procedimientos esenciales de la investigación histórica: la recopilación y el montaje. Eclécticamente, colecciona, unifica y ensambla pequeños componentes documentales del pasado que a priori, parecen inconexos entre sí, para proponer nuevas lecturas históricas a gran escala. De ese modo, puede aspirar a descubrir en el estudio del instante pretérito, la totalidad de la experiencia histórica.

Otras de sus grandes referencias es León Trotsky y, particularmente, su Historia de la Revolución Rusa. Para Traverso, Trotsky personifica una integral combinación entre un investigador serio y riguroso y un perceptivo protagonista y espectador de un acontecimiento revolucionario. Ese doble lugar ocupado por quien fue el máximo Comandante del Ejército Rojo fue capital para permitirle producir un estudio original y sensitivo de la transformación social en Rusia. En ese sentido, al igual que Trotsky, Traverso descarta el principio metodológico que supone que para comprender el pasado se debe ejecutar un procedimiento “anestésico” que suprima las emociones de los actores históricos. Contrariamente, cree fundamental detener la mirada en los humores, los afectos y las pasiones de los individuos, sentimientos desplegados con una intensidad inaudita en las revoluciones, para lograr un relato histórico que abarque todas las tensiones que el proceso expresa.

Traverso, que nació en la pequeña localidad italiana de Gavi en 1957, no experimentó de primera mano un evento revolucionario. A sus ojos, el hecho de no haber vivenciado una revolución supone una gran dificultad al momento de describir a la misma desde una dimensión total y épica. No obstante, menciona unos pocos trabajos, como A People´s History of the French Revolution de Éric Hazan y Octubre. La historia de la Revolución rusa de China Miéville, que lograron la hazaña de transmitir y sondear el estado de ánimo y la psicología de los actores revolucionarios sin experimentar el proceso en primera persona. Sin faltar a la razón ni exagerar, para cualquier lector atento del libro no es embarazoso afirmar que Traverso consigue ese objetivo con creces. Gracias a su pluma ágil, emocional y académica a la vez, el escritor logra presentar fidedignamente las voces y pensamientos de los protagonistas revolucionarios. Esta labor se realiza atendiendo a la diversidad política de los mismos, algo que le otorga frescura y originalidad a su producción. Aunque su afinidad ideológica con el marxismo en particular, y con las culturas de izquierdas en general, hará que su libro otorgue una especial atención a las palabras de los comunistas, socialistas y anarquistas, su trabajo da lugar también a las impresiones provenientes del campo del liberalismo, el conservadurismo y hasta el fascismo. Tal es así que en sus páginas figuran los posicionamientos o interpretaciones de sujetos tan diferentes como Carl Schmitt, Louis Auguste Blanqui, Joseph De Maistre, Vladimir Lenin, Alexis de Tocqueville, José Carlos Mariátegui, Manabendra Nath Roy, Filippo Tommaso Marinetti o Mijaíl Bakunin.

Entre los muchos atributos de Revolución. Una historia intelectual, cabe destacar que su análisis se produce a través del estudio de múltiples procesos revolucionarios de distintas épocas y cartografías. Si bien su mirada se detiene tal vez con demasiado énfasis en el devenir socialista ruso de 1917, su observación del fenómeno revolucionario incorpora a su haber desarrollos ocasionados en todas las coordenadas geográficas con la finalidad de exhibir un panorama completo y abarcativo del mismo en la historia contemporánea. El mapa revolucionario que presenta es tan enorme como diverso y fragmentado: incluye tanto revoluciones socialistas, anticoloniales, liberales y antiburocráticas como revoluciones producidas “desde arriba” o “desde abajo”. Esta diversidad lo diferencia claramente de otros estudios clásicos sobre el tema, como la conocida obra Sobre la revolución de Hannah Arendt. Mientras esta última se centra exclusivamente en las experiencias revolucionarias de Estados Unidos, Francia y Rusia, el texto del historiador italiano recorre, sin pensarlas como una progresión histórica secuencial, el conjunto de revoluciones efectuadas en los últimos dos siglos y medio. Entre otros, Traverso indaga en su trabajo los escenarios revolucionarios producidos en Francia en 1789, Haití en 1804, Europa continental en 1848, París en 1871, México en 1910, Rusia en 1905 y 1917, Alemania y Hungría en 1919, Barcelona en 1936, China en 1949, Cuba en 1959, Vietnam en 1975 y Nicaragua en 1979.

Junto con la introducción y un acotado epílogo, el texto consta de seis extensos capítulos. Cada uno de ellos aborda una constelación en particular vinculada al problema de la revolución y contiene, en su interior, una infinidad de interesantes debates cuya descripción excede los objetivos de esta reseña.

El primer capítulo estudia la gran cantidad de metáforas o nexos que se han establecido entre los procesos revolucionarios y los ferrocarriles. Desde la alegoría marxista de la revolución como una locomotora que acelera el tiempo histórico, pasando por el tren blindado de Trotsky que materializa el proceso revolucionario en Rusia y finalizando con la visión de Benjamin de entender a la revolución como un intento de activar el “freno de emergencia” del tren para evitar seguir los rumbos trazados por el “progreso” histórico, la imagen del ferrocarril, como representación simbólica de la Modernidad, evocó indistintamente a imaginarios tan variados de la revolución y la temporalidad histórica que oscilan entre el progreso y la catástrofe. 

El segundo capítulo trabaja con la dimensión corporal de los sujetos revolucionarios. En este segmento, que se inicia visibilizando la violencia y las atrocidades corporales que se efectuaron en los “carnavales” revolucionarios, Traverso enumera algunas de las representaciones sacralizadas, vulgarizadas y/o animalizadas de los revolucionarios que se han formulado desde las distintas fuerzas políticas en el pasado. Sumado a ello, retrata detalladamente muchas de las aspiraciones de cambio que hubo en las revoluciones respecto al organismo biológico y los vínculos entre los cuerpos humanos. Para el caso de la realidad rusa, el historiador comenta varias fantasías como la búsqueda de la inmortalidad de Aleksándr Bogdánov y Anatoli Lunacharski, el deseo de expandir un “amor rojo” por parte de Aleksandra Kollontái y la fusión del hombre con la máquina propuesta por el poeta Alekséi Gástev.

El tercer capítulo está abocado al análisis de varios conceptos, símbolos y “reinos de la memoria” de la revolución. Puntualmente, Traverso trabaja con los principios de contrarrevolución, fascismo e iconoclasia. Sobre este último aspecto, destaca a la iconoclasia como un factor consustancial del proceso revolucionario. Según su criterio, fenómenos como la destrucción de la Bastilla en 1789, la profanación de iglesias en la Barcelona de la década de 1930 o la destrucción de la estatua de Stalin en Budapest durante el levantamiento de 1956 son el resultado de actos racionales y premeditados, cargados de un alto grado de teatralidad y emotividad, que simbolizan el vacío dejado por la actividad destructivo-creativa de la revolución. En el apartado final del capítulo, introduce la idea benjaminiana de Denkbilder, es decir, imágenes que trascienden las palabras y condensan en sí mismas ideas, experiencias y emociones, para definir y analizar en profundidad el mural El hombre controlador del universo (1934) de Diego Rivera.

Por su parte, el cuarto capítulo está dedicado a trazar una definición del intelectual revolucionario tal como existió entre 1848 y 1945. Con esta categoría, el autor refiere a un conjunto amplio de sujetos que, de forma consciente, actuaron en contra del orden social y político. El retrato bosquejado por Traverso busca sintetizar algunos de sus rasgos esenciales, rasgos que, empero, no siempre fueron coexistentes ni estuvieron carentes de conflictos. Así, el tipo ideal del intelectual revolucionario está marcado, según él, por una oscilación permanente entre la bohemia y el partidismo, un intenso compromiso ideológico, moral y político, un ethos anticapitalista, una condición fluctuante del desclasamiento bohemio, un comportamiento cosmopolita, un sentimentalismo utópico y una marginalidad autoimpuesta que rechaza cualquier tipo de reconocimiento institucional o académico. En el mundo colonial y poscolonial en particular, el intelectual revolucionario se vio atravesado por la articulación entre tres banderas que convivieron con fuertes tensiones entre sí: el socialismo, el antiimperialismo y la liberación nacional. Para esos espacios, Traverso establece una tipología dividida entre cosmopolitas arraigados, revolucionarios telúricos e internacionalistas sin raíces.

Mientras el quinto capítulo está dedicado a reconstruir algunas consideraciones generales en torno a las ideas de libertad y liberación, entre las cuales se incluyen las concepciones de Rosa Luxemburgo, Paul Lafargue, Herbert Marcuse, Hannah Arendt, Michael Foucault y Frantz Fanon, el sexto y último capítulo se propone establecer una serie de parámetros para construir una historia del comunismo como tendencia política. En ese sentido, Traverso opta por diferenciarse de las dos interpretaciones hegemónicas sobre la Revolución Rusa y, por extensión, sobre la corriente comunista: la lectura apologista que la ve como la expresión de una transformación socialista global y la lectura detractora que la entiende como una manifestación inicial de los regímenes totalitarios. Para el autor, ambas posturas, pese a ser radicalmente opuestas, coinciden en dotar al Partido Comunista como estructura organizativa una fuerza histórica demiúrgica. 

Para Traverso, historizar el comunismo significa superar esa dicotomía interpretativa y entender al fenómeno como una totalidad dialéctica que contiene, hacia su interior, dimensiones profundamente opuestas entre sí. El comunismo fue, al mismo tiempo, una experiencia de democracia participativa total y una dictadura totalitaria, un acontecimiento que desencadenó un sorprendente imaginario utópico como una fría dominación burocrática o, también, un ideal que inspiró a distintos pueblos de todos los continentes a buscar su liberación como un sistema imperialista que forzó a otras naciones a seguir sus directrices. Como metodología para trascender esas contradicciones y dar cuenta de la polivalencia y ambigüedad del término “comunismo”, Traverso propone estudiarlo a partir de cuatro formas amplias, interrelacionadas y no necesariamente opuestas entre sí, bajo las cuales este se expresó en la historia: el comunismo como revolución, el comunismo como régimen, el comunismo como anticolonialismo y el comunismo como una variante de la socialdemocracia.

Revolución. Una historia intelectual no solo es una gran labor de análisis histórico. Su contenido alude directamente a la situación social coetánea y se encuentra dirigido a los actuales movimientos sociales de todo el mundo. Para las generaciones que nacieron entre los albores del siglo XX y los inicios del siglo XXI, la revolución es una experiencia extraña, ajena y alejada temporalmente. Desde una mirada indiferente, melancólica o temerosa, observan a la revolución como una antigua reliquia de tiempos de antaño que se extravió para siempre en el pasado. Su advenimiento no figura en el imaginario colectivo como un horizonte social viable. La caída de la Unión Soviética y del socialismo real y la hegemonía de la realidad neoliberal clausuró toda posibilidad de trazar nuevas utopías comunitarias. La efervescencia revolucionaria, que tan marcada impronta tuvo en los siglos XIX y XX, carece en la actualidad de sentido. En ese contexto, el presente libro se concibe no como un simple ejercicio de erudición intelectual, sino, más bien, como un acto de compromiso militante. Su escritura expresa un intento de reactualizar y rememorar la rica tradición revolucionaria precedente para ofrecer a los nuevos movimientos anticapitalistas contemporáneos, despojados de memoria y acéfalos de raíces o genealogías, una base sobre la cual crear nuevos modelos organizativos, principios contestatarios e imaginarios utópicos. 

Aunque su esencia igualitaria, antiautoritaria, anticolonial e indiferente a una concepción teológica de la historia los vincula profundamente con el anarquismo federalista de la Primera Internacional, estos colectivos en general niegan todo lazo con las tradiciones de izquierda del pasado. Desde la óptica de Traverso, la izquierda coetánea debe reinventarse y distanciarse de los patrones del pasado, pero sin olvidar y descartar por completo ese núcleo de experiencias emancipatorias. En un porvenir cargado de nuevas y álgidas batallas, la rememoración es una operación central que guiará e inspirará a estos movimientos a actuar dentro de un escenario impensado, para el cual la experiencia inmediata y vivida no encontrará respuesta, orientación o preparación alguna. Como destaca Traverso en la apoteosis de su libro, las revoluciones no pueden programarse ni preverse: siempre aparecen cuando menos se las espera. Olvidar ese detalle es dejarse desprovisto de toda arma o herramienta para edificar otro mundo posible.

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