Núm. 20 (2020): Políticas de la Memoria

En los últimos 20 años una serie de intelectuales latinoamericanos radicados en distintas universidades estadounidenses ha venido impulsando el análisis del fenómeno del colonialismo como constitutivo del actual entramado económico, político y cultural de América Latina. Su promotor inicial, el sociólogo peruano Aníbal Quijano (1928-2018), era, en realidad, un referente de la teoría de la dependencia interesado por el marxismo historicista de José Carlos Mariátegui. La crisis de los movimientos sociales y políticos que sucedió al derrumbe del régimen soviético y a la consolidación del neoliberalismo en América Latina y el mundo instalaba un escenario de derrota global de las izquierdas. Y ello impulsó a Quijano a corregir el marxismo mariateguiano y las tesis marxo-dependentistas con la teoría foucaultiana del poder. De ese cruce surgió a comienzos de la década del noventa el programa de investigación sobre el “patrón colonial de poder”. Quijano consideró que, luego de los procesos independentistas del siglo XIX, las extremas desigualdades e injusticias de las sociedades latinoamericanas no estarían determinadas por las clases sociales –como venía insistiendo la variante más extendida del marxismo–, sino por una persistente, pero reconfigurada, colonialidad racializadora. Iniciados en la Universidad de Binghamton, Nueva York, los estudios decoloniales pronto se enriquecieron con el análisis del capitalismo como “sistema-mundo” del marxista Immanuel Wallerstein (1930-2019), la filosofía de la liberación de Enrique Dussel (1934-), el enfoque semiológico de Walter Mignolo (1941-) y, en la última década, con las epistemologías del sur de Boaventura de Sousa Santos (1940-), la interseccionalidad de la filósofa María Lugones (1944-2020) y la perspectiva de género de la antropóloga Rita Segato (1951-), entre otros/as.

Hoy los estudios decoloniales cuentan con numerosos libros y frecuentes eventos académicos. Además, tienen un lugar tanto en los departamentos de estudios latinoamericanos de Estados Unidos como en muchas universidades de nuestro continente. Y es la creciente presencia en Argentina la que motiva la revisión y crítica que les formulan las dos primeras intervenciones del dossier. Desde la agitada ciudad de Neuquén –territorio mapuche incorporado hace apenas 140 años al Estado argentino–, Andrea Barriga y Ariel Petruccelli, dos historiadores marxistas vinculados al movimiento social local, repasan los conceptos y tesis centrales del decolonialismo para remarcar lo que serían sus imprecisiones y problemas así como la importancia de que las ciencias humanas mantengan cierto criterio científico de verdad. El recorrido autobiográfico que emprende Barriga se orienta a mostrar que los estudios decoloniales no logran una nueva y aguda conceptualización sobre las peculiaridades de América Latina. De modo que el interés que esos estudios vienen despertando no se explicaría por criterios teóricos, sino por la propuesta de un pensar ético que llena el vacío dejado por la decepción política ante las experiencias comunistas –pero que, a su vez, se desentiende de una articulación intensa con la política contemporánea–. A ello Petruccelli suma el análisis de otras imprecisiones que serían inherentes a la identificación de un patrón de poder “moderno/colonial”, de una “episteme occidental” y de un consiguiente “desprendimiento” epistémico.

Ambas intervenciones reconocen que es necesario incorporar a los análisis sobre la modernidad latinoamericana el rol del colonialismo y del racismo, pero advierten los problemas teóricos y políticos que acarrea la reducción de la ciencia y la racionalidad a “construcciones de saber” cuya única legitimación serían las relaciones coloniales de poder. De ahí que insistan en que el análisis de esas relaciones debería evitar el relativismo cultural defendido por los estudios decoloniales.

Walter Mignolo, uno de los principales referentes actuales del decolonialismo, envía desde Carolina del Norte su respuesta mientras que Bárbara Aguer, joven filósofa integrante de la segunda generación de pensadores decoloniales, prepara su réplica desde Buenos Aires. La corrección a las objeciones de sus críticos le permite a Mignolo repasar su propio itinerario intelectual, del que destaca su vínculo con Quijano y sus pioneros aportes a los estudios decoloniales. Distante de una perspectiva autobiográfica, Aguer propone una sistemática revisión de las críticas de Barriga y Petruccelli que termina por esbozar un actualizado y preciso panorama de las preocupaciones decoloniales. Y con ello también expone su apuesta filosófica por conceptos atentos a las advertencias ontológico-políticas de Dussel, entre las que destaca la trampa universalizadora del particular “varón, blanco y europeo”. Es que sólo esa atención permitiría formularle al presente y el futuro la orientación para cambiar el mundo.

Más allá de las distintas cuestiones que eligen enfatizar, Mignolo y Aguer confirman la distancia de los estudios decoloniales con la posibilidad de identificar un discurso racional y científico como el reclamado por Petruccelli y Barriga. Pero también dan nuevas muestras de dos certezas decoloniales y un programa sobre los que vuelve el breve epílogo de Natalia Bustelo. Siguiendo a Mignolo y Aguer, la corriente heterogénea de pensamiento que recorre a la perspectiva decolonial coincide en que, por un lado, el marxismo y las otras expresiones de izquierda son incapaces de pensar el colonialismo y, por otro, debe abandonarse la distinción política entre izquierdas y derechas. Dos certezas que los estudios decoloniales acompañan con el llamado a construir –desde una voluntad definida éticamente a favor de un mundo menos injusto y desigual– una reflexión teórica e histórica encargada de exponer –y superar– la diferencia racial históricamente constitutiva de América Latina.

A distancia del desplazamiento de la política por la ética y del abandono de las izquierdas, el CeDInCI y su revista Políticas de la Memoria vienen apostando a la preservación documental y a la investigación de la amplia y variada cultura de izquierdas que se desplegó en América Latina desde fines del siglo XIX. De ahí que si el presente dossier abre la discusión sobre una extendida línea de investigación que se distancia de esa apuesta, lo hace para mantener viva la fundamental –pero cada vez menos frecuente– práctica intelectual de debatir entre diversas tradiciones intelectuales así como la tarea de revisar, precisar y actualizar las propias definiciones.


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