Núm. 20 (2020): Políticas de la Memoria

Andrey Schelchkov*

TITULOS:


Perestroyka


Rusia post 1991


Referencias bibliográficas


Resumen


Uno de los pilares del campo de estudios soviéticos de historia contemporánea consistió en la convicción de que sobre la investigación detallada e imparcial prevaleció la “superioridad objetiva” de los investigadores soviéticos debido a su sustento teórico-conceptual, el marxismo-leninismo o, más precisamente aún, la única versión correcta del marxismo, la doctrina oficial de la Unión de Repúblicas Soviéticas (en adelante, URSS).1 Lo declaraban descaradamente los autores del libro de estudios latinoamericanos soviéticos, publicado por el Instituto de América Latina, en Moscú, en 1986.2 Eso significaba que lo más importante era conservar la pureza de la doctrina que, se suponía, abría automáticamente todas las puertas del saber.

Isaiah Berlin destacó que la intransigencia de la ciencia oficial soviética —parte del aparato ideológico de gobierno— hacia la izquierda extranjera, así como su implacable caza contra los herejes en el campo internacional de la izquierda, se explica por la fe sincera en que los heterodoxos pueden conciliar con el enemigo, concertar un compromiso con él, desviar a las masas de los indiscutibles objetivos sacros, amenazando, así, la fortaleza de la Verdad, es decir, de la doctrina que está en la base de la futura sociedad.3

No se trataba solamente de la lucha por la pureza de los ideales en las filas del propio partido, sino de la autoconvicción de la razón del camino político elegido, y de la vocación histórica tanto nacional como internacional de los comunistas soviéticos, herederos directos del leninismo y de la primera revolución socialista en el mundo.

A partir de aquella convicción de “superioridad objetiva”, en el mapa de los movimientos de la izquierda latinoamericana se ubicaba, en el lugar central, a los gemelos del Partido Comunista

de la Unión Soviética (en adelante, PCUS), esto es, a los “partidos comunistas hermanos”, pro-soviéticos, que siendo por naturaleza portadores del saber único y de la razón, no podían cometer nunca error político alguno. Era un dogma sui generis de impecabilidad del comunismo soviético, ya que cualquier supuesto error podía manchar la imagen sagrada del movimiento encabezado por el partido de Lenin.

En ese mismo mapa, aparecían, luego, los posibles aliados a izquierda y derecha de los Partidos Comunistas (en adelante, PCs), aliados que podían ser tolerables o no, en primer lugar, de acuerdo con su actitud hacia la URSS, y luego, a partir de su correspondencia con la tradición aliancista iniciada por el VII Congreso de la Komintern (de ahí que uno de los teóricos más publicados en la URSS fuera Rodney Arismendi con sus trabajos dedicados al legado del VII Congreso).

Así, se borraron de aquel mapa, como si fueran inexistentes, los partidos que se ubicaban a la izquierda de los PCs y, peor aún, aquellos que pretendían ser marxistas. El único problema era el Partido Socialista (en adelante PS) chileno, que siempre fue ignorado como partido marxista y de izquierda; y si lo debían nombrar, lo hacían aludiendo a que era una especie de la socialdemocracia o socialismo no marxista o reformista, sin hacer crítica alguna tampoco, salvaguardando, así, la actitud positiva del principal aliado del Partido Comunista (PC) chileno, y sosteniendo a Allende, una figura propagandística positiva en la prensa soviética, como el representante del socialismo chileno. Solamente en los estudios históricos sobre el frente popular y el inicio de del PS, —en los libros de F. Garanin4, MМ. Kudatchkin, Yu. Korolev—5 tildaban a los socialistas de trotskistas, anarquistas y agentes del imperialismo; los más criticados eran, sobre todo, Oscar Schnake y Marmaduque Grove.

Mas fácil fue el tema de los nacionalismos revolucionarios y de los diversos tipos del antiimperialismo y agrarismo que podían ser considerados como aliados. Por lo demás, todas las izquierdas, guevaristas, trotskistas, miristas, Montoneros etc., eran totalmente ignoradas por los estudios soviéticos, como si fueran inexistentes, y tildadas todas juntas de “izquierdismo pequeño burgués sin futuro”.

No obstante, si las ediciones abiertas para todo el público se mantuvieron calladas respecto de esa izquierda “extrema” —dando lugar sólo a las filípicas llenas de desprecio y de cólera— existieron, también, las ediciones numeradas reservadas, llamadas de acceso restringido y de servicio, que leían los funcionarios del Comité Central (en adelante, CC), ministerios, etc., cuya nomenclatura estaba a veces muy reducida. Eran los libros de los mismos autores rusos de los institutos académicos que exponían, en detalle, los temas de la así llamada “izquierda no-comunista”, evitando insultos y frases propagandísticas. Estos libros no eran de acceso libre; algunos, de menor grado de confidencialidad, estaban en los fondos especiales de las bibliotecas públicas, cerrados para el público general, pero accesibles a los lectores que debían presentar documentación de su lugar de trabajo y justificar porqué querían leerlos. En cambio, los libros de mayor secreto se editaban con tiraje de 20-50 ejemplares y se destinaban solamente al CC. Éstos, habitualmente, de uno u otro modo, comprometían la política exterior de la URSS, como fue el caso de las relaciones con los militares argentinos durante los ‘70. Hoy día estas publicaciones se pueden consultar en el archivo del CC del PCUS – RGANIm recientemente abierto.6

Los latinoamericanistas soviéticos de la primera generación, que se formaron en los ’60 (como rama especializada de las ciencias sociales soviéticas), se limitaban en sus estudios de la izquierda a dos temas principales: la formación de los partidos comunistas en los años veinte (V. Ermolayev; Yu. Korolev; A. Shulgovsky)7 y el impacto de la revolución de octubre en América Latina (B. Koval; M. Kudachkin).8

Otro tema histórico que siguió a los primeros, y que ganó de repente una gran atracción a finales de los ’60 e inicios de los ‘70, fue la problemática de la unidad de izquierda desde la perspectiva del VII Congreso de la Internacional Comunista (en adelante, IC) y las experiencias del frente popular en América Latina (AА. Shulgovsky; A. Stroganov; F. Garanin).9

La orientación política del momento que impulsaba esta temática —atendiendo a las formas en que funcionaba la ciencia social en la URSS— provenía siempre de las “orientaciones” del CC del PCUS según la necesidad del día, esto es, la fundamentación, explicación e implicancia práctica de la línea aliancista del PCUS en el campo comunista internacional. Esta línea promovía simultáneamente la unión con los posibles aliados ubicados a la derecha de los PC, y la lucha intransigente contra los infantilismos izquierdistas, lo que en aquel entonces incluía las controversias con los cubanos y los chinos, la adhesión a la teoría de la convivencia pacífica y, sobre todo, el apoyo a la experiencia chilena.

No es extraño, entonces, que fueran estos temas históricos los que ocupaban el centro de la atención de los estudios latinoamericanistas, quedando otros temas del período — tales como la actitud del PC cubano en los años 40 o la revuelta comunista brasileña— vedados a la investigación histórica (fundamentalmente para no complicar las relaciones con los cubanos o con Prestes, que residía en Moscú).

Los libros que se publicaban sobre los PCs presentaban, más que un análisis, un guion de la historia, una enumeración de hechos conocidos, de puntos de programas y congresos, sin alusión alguna a divisiones y luchas internas, fracciones y disidencias.10 Algunos casos concretos de los PCs fueron tomados como temas especiales y ejemplares, y aquí vale la pena mencionar los estudios sobre la historia del PC argentino de S. Ulianova,11 o la del comunismo colombiano de G. Zhuchkova.12

Uno de los factores importantes que influyeron en los análisis de la izquierda de los estudiosos soviéticos fue la presencia en Moscú de diferentes líderes nacionales de los PCs latinoamericanos; exilados políticos como Rodney Arismendi, Luis Carlos Prestes, Luis Corvalán, Volodia Teutelboim, que tal vez por el aburrimiento del exilio vigilaban mucho todo lo que se hablaba y se escribía en la URSS sobre sus países y sus partidos. Lo mismo hacían todos los partidos y sus representantes en Moscú, incluso elevando quejas al CC del PCUS.

Un caso curioso y notable fue de Lombardo Toledano, quien controlaba todo lo escrito sobre él, sobre el movimiento obrero mexicano y sobre su partido. Cuando salió el tomo de la letra L de la Gran enciclopedia soviética y un artículo sobre él, Lombardo acudió a la embajada soviética en México y escribió varias protestas al CC del PCUS porque lo llamaron, tal vez con acierto, “oportunista” y “reformista”. Hizo tanto escándalo que el CC del PCUS decidió condecorarlo con una medalla soviética y publicar en el periódico de los sindicatos, Trud —todos los periódicos tenían su especialidad y su público, y como Lombardo era un líder sindical, le correspondía el diario Trud y no el Pravda, del CC— un artículo elogioso sobre este “gran amigo de la URSS”.13

Otro caso fue el de Leonardo Paso, quien protestó por haber escuchado de los estudiantes de la Universidad Lomonosov una visión de la guerra de independencia y de Rosas poco ortodoxa; y ni hablar de su furia por las simpatías de los jóvenes por los peronistas-montoneros en la principal universidad soviética. En el CC del PCUS se denostó al viejo dogmático por el tema de Rosas, pero sí llegaron a investigar quién simpatizaba con los Montoneros. Las épocas, por entonces, ya eran vegetarianas, y las amenazas de expulsar de la Universidad eran el máximo castigo.

Los estudiosos de la Universidad o de la Academia de las Ciencias tomaban en cuenta este factor de la opinión de los partidos hermanos. Y les causaba gran dificultad el análisis del nacionalismo en los casos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) o del peronismo. Los mayores problemas los causaban los mexicanos y los argentinos, que vigilaban cada palabra dicha sobre el peronismo o el priismo.

Los analistas que escribían sobre los nacionalismos, limitándose a las realidades nacionales de cada país, trataban siempre de no contradecir las concepciones del PC —excepto en el caso de México que jugó un papel importante en la política exterior soviética hacia el continente y, en consecuencia, no se podía hablar “muy mal” del PRI— y evitaban analizar las tendencias de izquierda en el nacionalismo (por ejemplo, I. Shokina en su libro sobre peronismo).14

Pero el mayor drama llegaba cuando se hacían análisis generalizados sobre el nacionalismo en el plano continental: en tanto las posturas de los PCs boliviano, argentino, peruano o venezolano respecto de los nacionalistas de izquierda diferían entre sí, los autores debían buscar fórmulas para quedar bien con todos, lo que resultaba en fórmulas tan generales o tan poco concretas que la mejor opción terminaba siendo hacer silencio sobre la izquierda nacionalista, como si no existiera. Así era el libro fundamental de la historiografía soviética sobre el nacionalismo-populismo, libro bajo dirección de Anatoly Shulgovsky.15

Algunos autores conseguían exponer, como mucho, las posiciones de las corrientes de la izquierda no-PCs, por ejemplo A. Grishin, quien analizando la izquierda argentina en los ‘80, expuso detalladamente las ideas del peronismo de izquierda, del Frente de Izquierda Popular de Abelardo Ramos o del Partido Socialista Popular de Estévez Boero; lo cual era mucho, ya que habitualmente estas fuerzas eran ignoradas en las investigaciones. No obstante lo anterior, en sus conclusiones el autor se limitó (y no podía ser de otra manera) a citar Fernando Nadra y a los documentos del PC argentino que desvalorizaban el contenido de todo el artículo.16

Los estudiosos un poco más heterodoxos, como fue el grupo dirigido por Anatoly Shulgovsky en el Instituto de América Latina, tenían una visión más amplia del socialismo en comparación con el oficialismo dominante. Su refugio para expresar sus ideas fueron las temáticas del cardenismo en México o la obra de José Carlos Mariátegui. El libro —fundamental— editado bajo la dirección de Shulgovsky en 1966,17 fue por muchos años un ejemplo de la interpretación de la izquierda y del pensamiento izquierdista en América contrario a la ortodoxia oficial. La aparición de este libro corresponde a uno de los últimos reflejos del famoso “deshielo” de la época de Nikita Khruschev y salió justamente antes de la nueva y leve estalinización brezhneveniana en las ciencias sociales, liderada por el “camarada” Mikhail Suslov.

Los fines de los años setenta y principios de los años ochenta transcurrieron bajo la fuerte impresión causada por la experiencia chilena, por un lado, y el cambio político en las relaciones con Cuba, y el envejecimiento del régimen castrista que cada día se homogenizaba ideológicamente más con los soviéticos, por el otro.

Hay que nombrar el libro de M. Gornov y V. Tkachenko de 1981 que tenía la pretensión de evaluar toda la experiencia del auge revolucionario y el antiguo tema de las alianzas políticas de la izquierda y su unidad a principios de los ’70.18 Es un clarísimo ejemplo de la degradación de la ciencia social en la época de Leonid Brezhnev, ya que los autores hicieron todo lo posible para no decir nada, para no tocar ningún tema agudo, para evitar toda fórmula novedosa o siquiera alguna visión diferente que contradijera la visión oficial; todo lo expresado allí eran puros términos del sentido común y repetición de fórmulas oficiales. Con más talento, pero con el mismo molde hablaba de este tema Boris Koval en su libro de 1984.19

En este periodo los temas principales eran el carácter de la futura revolución, sus fuerzas motrices, el rol de la izquierda. La revolución sandinista y la crisis en Centroamérica contribuyeron a una cierta apertura hacia la experiencia guerrillera. Inclusive el viejo y experto Iosif Grigulevich (antiguo agente de la agencia de inteligencia rusa, KGB, uno de los involucrados en el asesinato de Trotsky) para agradar a los camaradas cubanos publicó en 1984 el libro sobre Che Guevara en el cual hace todo lo posible para no hablar ni sobre las ideas del Che, ni sobre el proceso revolucionario fuera de las actividades de los comunistas.20

En este mismo período abundaron las publicaciones sobre la experiencia chilena. Se trata de libros bastante medidos y correctos, con una mayor libertad crítica que correspondió a los ánimos y actitudes del PC chileno, cuyos líderes residían en Moscú y en otros países del campo socialista.

Curiosamente la República Democrática Alemana (en adelante, RDA) fue destinada a los socialistas, mientras Moscú, Sofia y Praga, a los comunistas.

Los libros y artículos de M. Kudachkin (alto funcionario del CC del PCUS, consejero político de la embajada de la URSS en Chile a finales de los ‘60), Yu. Korolev, A. Stroganov que defendían la posición del PC de Chile con una visión muy abierta y flexible sonaban en la atmosfera soviética del Brezhnev tardío como algo fresco, muy cercano al eurocomunismo, muy mal visto por propaganda oficial. A los autores soviéticos les salvó la posición de los chilenos a favor de una mayor heterodoxia, flexibilidad y democratísimo muy “dialécticamente” combinados con una implacable unión y lealtad al PCUS. Lo mismo sucedió en el CC del PCUS donde Kudachkin y Rybalkin, que se dedicaban a Chile, representaban al grupo más liberal del aparato internacional del PCUS.

La izquierda radical no comunista, la nueva izquierda, fue objeto de estudio hacia finales de los años setenta y en los ochenta, pero solamente como corriente de pensamiento, mientras que sus expresiones políticas seguían siendo ignoradas. Aquí tenemos como ejemplo los libros de A. Shestopal21 y de L. Poskonina.22 En aquel período también se pusieron de moda los estudios sobre la izquierda nacionalista y la democracia cristiana chilena, desde la perspectiva de su evolución hacia la social-democratización (perspectiva basada, sobre todo, en la experiencia venezolana)23.

Durante este período se formó un grupo encabezado por Kiva Maidanik (1929-2006), compuesto principalmente por investigadores del Instituto de Relaciones Internacionales y Economía Mundial (IMEMO) de la AC y por estudiantes y postgraduados de la Universidad de Moscú (Sobchenko, Vorozheikina, Fadin). Maidanik en los ‘60 había trabajado en la revista internacional de los partidos comunistas en Praga, y había establecido contactos personales con muchos dirigentes comunistas de la región. Ya por aquellos años Maidanik se identificaba como un marxista poco ortodoxo o, mejor dicho, poco oficialista, y se declaraba partidario de la izquierda radical, guerrillera y revolucionaria. Al mismo tiempo, era simpatizante del proceso checo de así llamada “Primavera de Praga” y de la Revolución Cubana. Siendo corresponsal de la mencionada revista conoció a Che Guevara, quien influenció mucho en sus visiones políticas.

En los años ’70, Maidanik publicó artículos poco ortodoxos sobre la revolución latinoamericana, basándose en los estudios de la trayectoria y el legado del Che. Apoyándose en las obras de Lenin, demostraba la rectitud y creatividad de las ideas del Che, a quien literalmente llamaba “mejor continuador de las ideas de Lenin”, lo cual era un escándalo, ya que existía un único continuador oficial de Lenin, y éste no era el Che, sino el camarada Brezhnev.

El texto de Maidanik trataba sobre la correlación de los factores objetivos y subjetivos, y del deber del partido revolucionario de “saber enseñar a la revolución”, que era, según Maidanik, el mejor legado de Lenin en el Che —la inversión de la secuencia factores objetivos-factores subjetivos, cuando la revolución y las masas siguen el impulso de las acciones de la vanguardia revolucionaria.24 O sea, el partido revolucionario era el factor decisivo en tanto las condiciones objetivas siempre están presentes. Maidanik adscribió este concepto a Lenin, haciendo equilibrismo con sus citas, lo cual le daba un aval para sortear la censura... Pero esta visión otorgada a Lenin estaba en absoluta inconsecuencia con su acción y actitud de toda su vida revolucionaria. Además, en la base del concepto de Maidanik (mejor dicho, del Che, y defendido por Maidanik) estaba la tesis de la existencia, en América Latina, de una situación revolucionaria estructural, “bloqueada por factores políticos internos” que pretenden romper la vanguardia revolucionaria.25

La base de sus construcciones fue el concepto izquierdista de la revolución armada inmediata en América Latina como la única solución social en el continente.26 Maidanik y su grupo, de hecho, repetían las tesis de la izquierda radical no comunista, apoyándose en los trabajos teóricos de los new left occidentales.27 Los jóvenes estudiosos del grupo de Maidanik jugaron un papel importante en la corrosión de la ideología oficial soviética a finales de los ‘80, ejercían una notable influencia entre los estudiantes de la Universidad Lomonosov que no podía sino llevarlos a las “garras” del sistema represivo del régimen.

En realidad, Maidanik era un izquierdista radical, pero los integrantes de su grupo, en su mayoría, profesaban simpatías eurocomunistas por sus críticas al régimen soviético. A la actividad con los estudiantes y las discusiones sobre el marxismo se le sumó el escándalo de la publicación de unos artículos en la revista América Latina: fue el caso de los textos de A. Fadin sobre Régis Debray.28 Además, los integrantes del grupo escribían cartas a los representantes de los PCs latinoamericanos exponiendo sus visiones políticas que contenían herejías eurocomunistas. No es de sorprender que los camaradas latinoamericanos reportaran estos casos al CC del PCUS, quien abrió en la KGB un sumario que incluía aquellos artículos y aquellas cartas. Varias personas del grupo de Maidanik fueron arrestadas; y sobre él pesaba la amenaza de ser expulsado del Instituto, perder el trabajo, ser incluido en las listas negras, etc... Fue solamente gracias a la influencia del director de la revista, Sergo Mikoian (hijo del destacado líder de la URSS desde la época de Lenin y Stalin), y del propio padre del citado autor (un alto funcionario del PCUS), que el caso de este grupo fue cerrado y la KGB liberó de la cárcel a los jóvenes científicos.

 

Perestroyka

Per se fue un periodo de la historia rusa de mayor abertura y de diversidad de discusión que no podía no afectar los aires de los estudios latinoamericanos y, sobre todo, estimular nuevas visiones sobre la izquierda y el futuro de la revolución.

En este periodo, los vientos de cambio y de revaloración del rol dirigente de los comunistas en el proceso ruso e internacional centraron el interés académico en el tema de la izquierda latinoamericana, sobre la cual se reflejaban las preocupaciones por el futuro del socialismo y las vías de su desarrollo.

En la revista América Latina tuvieron lugar dos amplias discusiones que involucraron no solamente a los investigadores de los temas latinoamericanos, sino a amplios sectores de la sociedad —especialistas en ciencias sociales, maestros de escuela y estudiantes enviaban cartas a la revista y ésta que las publicaba, hecho nunca visto antes—. Una de aquellas discusiones era sobre la izquierda latinoamericana, y la otra, sobre el legado de Che Guevara.

La discusión sobre el legado teórico del Che comenzó con un artículo de V. Mironov.29 Las reacciones y respuestas provocadas por éste duraron dos años.30 En el centro de la discusión estaba el tema del factor subjetivo de la revolución y el problema de la responsabilidad de los revolucionarios por la realidad construida después de la revolución —en referencia a la experiencia rusa, china, cubana, komdojiana de Pol Pot, etc.—; el tema de la violencia (terror) desde abajo y de la violencia revolucionaria; los problemas éticos de la actitud revolucionaria. Estas arduas discusiones se deslizaron inmediatamente hacia la historia soviética y general, lo cual las hizo un foco de atención social (por ejemplo, intervino Igor Kliamkin, entonces gran defensor de Gorbachov y luego uno de los líderes del movimiento liberal entre los intelectuales).

Como ya hemos dicho, con Glasnost las revistas comenzaron a publicar discusiones y artículos que no se correspondían con la visión oficial del PCUS y que antes no era posible publicar. La revista América Latina publicaba no solamente los artículos sobre la izquierda, sino también las reacciones del público lector.

Un caso notorio fue un artículo de un tal N. Vasetzky sobre la extrema izquierda, que era, en realidad, una especie de ensalada rusa en donde se mezclaba a todas las corrientes de izquierda no-comunista, denominadas “típicas corrientes pequeñoburguesas al servicio del imperialismo”.31 El artículo era miserable, y no sobresalía de los marcos típicos del periodo anterior a la perestroika. Era inclusive estúpido al declarar, por ejemplo, que los asesinatos de los izquierdistas por parte de la policía habían sido planificados por los mismos izquierdistas para ganar mayor popularidad, o al describir, la supuesta conexión de éstos con el imperialismo yanqui... En fin, una montaña de basura léxica. Sin embargo, en los tiempos anteriores, esto hubiera pasado como un artículo insignificante, pero ahora provocó una ola de críticas y respuestas que lo denostaron de la forma más humillante (la reseña más relevante fue la de un tal I. Tverskoy, muy posiblemente, seudónimo de Maidanik). Todo esto fue un impulso para que en 1988 los estudiosos convocaran un simposio, una discusión muy interesante para aquel momento sobre las izquierdas latinoamericanas, luego publicada en la revista.32

En esta discusión, todos los que antes hablaban del protagonismo de la izquierda y, especialmente, de los comunistas ahora hablaban de su marginalidad y de la falta de un proyecto social alternativo. Lo positivo y nuevo en esta discusión era el reconocimiento de la necesidad del pluralismo en el campo de la izquierda. A esta tolerancia ideológica y pluralismo en el sector izquierdista de la sociedad Maidanik la explicó con el concepto de crecimiento del efecto de multiplicidad que le quitó el monopolio a la izquierda tradicional, comunista sobre todo, en el campo revolucionario, y la necesidad de la transformación interna de los partidos comunistas, dando como ejemplo los partidos centroamericanos, sobre todo, el salvadoreño.33

En esa discusión, un especialista en la izquierda chilena, Yu Korolyov, entró en una ardua polémica con Maidanik. Korolyov sostenía la idea de una transnacionalización de la izquierda que iba a producirse automáticamente a partir de la transnacionalización de la economía, ya que en ese proceso se daría lugar a la liquidación de la diferencia entre el centro y la periferia de la economía capitalista. Maidanik lo criticó, destacando la agudización de lo nacional en la agenda de los países perifericos. Si Korolyov llamaba a la izquierda a acomodarse en la inevitable transnacionalización, Maidannik sostenía que el proyecto de izquierda era incompatible con el de la transnacionalización capitalista. Korolyov estaba convencido de que si la izquierda no se incorporaba al proyecto transnacional estaba condenada, en caso de conquistar el poder, al autoritarismo, ya que carecía de un proyecto adecuado a las tendencias internacionales, y de ahí que, de momento, era mejor quedarse sin izquierda. Su conclusión era pasarse a la oposición de retaguardia, hacer un receso político, dejando para más adelante las ideas de la lucha por el poder. Maidanik lo desenmascaró advirtiendo sobre el peligro de convertir a la izquierda en un “ghetto político”, lo cual sería equivalente a una muerte política; y señalando que, en todo caso, mejor era disolver a los impotentes (los comunistas) y dejar que los nuevos y activos no-comunistas formaran un nuevo movimiento revolucionario.34

Maidanik destacó la crisis de la izquierda continental, sobre todo marxista y comunista, por el espejismo de verse incluida en las tendencias globales y por la repetición de los modelos europeos con poco arraigamiento en tradiciones y realidades nacionales (se refería a sus inmutables programas de “vía pacífica” o “frente antifascista”). Destacó esa crisis como un proceso inevitable cuando las fuerzas comunistas no sólo habían dejado de ser revolucionarias-socialistas, sino que, también, habían abandonado el campo de la izquierda; y en ese contexto, su lugar lo ocuparon otras fuerzas del campo de la izquierda nacional.

Para él, la unidad de la izquierda se concentraba en la temática de la lucha por la hegemonía más que en la de la formación de los frentes o bloques electorales. La lucha por la unidad debía desburocratizarse, ir desde abajo hacia arriba, en forma democrática y de base, con mayor autonomía, una receta muy conocida desde la época de la Komintern y difícil de llevar a cabo.

Maidanik advirtió el peligro del viraje de la izquierda “oficial” (comunistas) hacia el bloque de partidos del centro e inclusive de centro-derecha, que los llevaría fuera del campo de la izquierda y su destino. Predijo que en el futuro (se refería a los años 1990-2000), podían aparecer regímenes híbridos de izquierda que combinaran el capitalismo con el poder popular y regímenes nacional-populares de izquierda que tendrían una fuerte tendencia hacia el autoritarismo, lo que generaría nuevos desafíos a la izquierda. Parece profético, pero en realidad estaba en la superficie.35

En torno de esta discusión sobre los procesos revolucionarios, además de la corriente oficialista de los investigadores soviéticos que exponían los puntos de vista de los partidos comunistas nacionales, surgieron dos grupos de estudiosos que no estaban de acuerdo con la visión oficialista. Uno de estos grupos, el más liberal para aquel momento, se había formado alrededor de Anatoly Shulgovski, cuya peculiaridad principal era la profecía de la “tercer vía”, la búsqueda de las alianzas poli-clasistas: encontraban los elementos socialistas en los movimientos de los militares en el Perú (V. Alvarado), Panamá (Torrijos), Bolivia (J.J. Torres).36 Shulgovsky y otros colegas como Ya. Shemiakin criticaron a Maidanik quien rechazó el concepto de la corriente de la democracia revolucionaria como un ente de transición hacia el socialismo y como fuerzas más próximas a los comunistas. No era mera terminología heredada de los documentos pragmáticos del PCUS, democracia revolucionaria son partidos y grupos políticos cercanos a los comunistas, en cambio los popular-revolucionarios son movimientos de masas, con el contenido ideológico diluido. Desde inicios de los ‘70 Maidanik discutía con Shulgovsky y con posiciones de varios PCs del continente sobre los modelos de la revolución. Maidanik estaba convencido en la esterilidad de cualquier reformismo, inclusive de tinte izquierdista, mientras Shulgovsky apoyándose en las tradiciones del VII Congreso de la IC buscaba justificaciones de las alianzas reformistas.37

Para Shulgovsky y sus colegas, la unidad de la izquierda per se era un valor único, interpretándola únicamente como la alianza de toda la izquierda bajo el liderazgo del PC, y como parte de la alianza democrática poli-clasista al estilo del VII Congreso de la IC, una especie de Frente Popular nuevo. En los trabajos de Shulgovsky, durante el período de la Perestroika, encontramos una heterodoxia de la visión del socialismo, de las fuerzas de la revolución, el “descubrimiento” de la “otra” izquierda y una fuerte crítica de los PC oficiales. Shulgovsky, en aquel momento, se dedicó a recuperar el pensamiento marxista y socialista latinoamericano heterodoxo, inexistente para la ideología oficial antes de la Perestroika, como Mariategui, Astrogildo Pereira. Fue un período muy liberal de Shulgovsky, quien bruscamente cambió su postura política hacia un comunismo cerrado y ortodoxo después de la caída de la URSS.

En cambio, Maidanik, después del golpe de Pinochet, rechazó toda la posibilidad de “vía pacífica al socialismo” y enarboló la experiencia insurreccional de América Central, habló de la corriente popular revolucionaria ligada a los movimientos de la izquierda heterodoxa que según él ganaron el protagonismo revolucionario y el rol dirigente, marginando a los comunistas, excepto en el caso de El Salvador. Maidanik estaba muy involucrado con las de América Central, tuvo relaciones especiales con Shafik Handal del PC salvadoreño, tuvo mucha afinidad de ideas y amistad con la chilena Marta Harnecker (quien no era bienvenida en la URSS, puesto que era considerada vulgarizadora del marxismo y desviadora hacia el ultra izquierdismo).38

Resumiendo, en la URSS el tema de la izquierda latinoamericana fue analizada por muchos, pero en realidad, los aportes serios en argumentación pertenecen a: 1) los representantes de la ortodoxia del PC, Semenov y Ermolaiev; 2) la ortodoxia moderada, con tendencias más de derecha socialista, Koroliev y Kudachkin (defensores de las ideas de la vía chilena al socialismo), y Shulgovsky, quien representaba el legado del VII Congreso de la IC; y 3) los izquierdistas heterodoxos, Maidanik y Vorozheikina.

 

Rusia post 1991

Seguimos hablando de la figura de Maidanik quien continuó sus estudios y búsquedas teóricas del futuro anticapitalista después del quiebre de la URSS en 1991. Su último libro, Ernesto Che Guevara, sus vidas y su América (2004), fue una síntesis de sus ideas, legado y lecciones del pasado y una mirada hacia el futuro. En esta época de desencanto y de predominante visión frívola de la comunidad profesional de los historiadores rusos respecto de los temas de la izquierda, el discurso de Maidanik se endureció; siguió fiel a su trayectoria de estudioso-militante pero con una nueva expectativa de futuro que lo vinculaba con el anti-globalismo —a su entender, un mal nombre para un movimiento anti-imperio— y en la que el Foro de Sao Paulo parecía indicar el advenimiento de una “tercera izquierda”.

No explicó bien por qué es “tercera”, pero se entiende que la primera es la comunista tradicional pro-soviética, la segunda es la nueva izquierda surgida en el occidente en los ‘60, incluyendo el movimiento surgido a posteriori de la Revolución Cubana, la gesta del Che Guevara y las guerrillas de los ‘60 y ‘70. La “tercera” es un proyecto, una expectativa de elaboración de una alternativa económica y política popular a la globalización capitalista.

En los ‘80 y ‘90 Maidanik fue profético: sostuvo que la tendencia del neo-conservadurismo dependiente (que incluía al neoliberalismo) inevitablemente fracasaría, y que el nacional-populismo resurgiría aunque de momento pareciera muerto. Y, lo más importante, que la izquierda buscaría el apoyo, su base y una especie de paraguas político en el populismo, ejerciendo su influencia sobre él, apoyando su versión izquierdista, y contribuyendo a la ilusión de la “izquierdización” del populismo.39

En el momento de la debacle de la URSS en 1990-1991, Maidanik se concentró en reflexionar sobre el destino y el futuro de la izquierda latinoamericana. Sus observaciones de aquel momento tienen tintes de desencanto y pesimismo. Reconocía el golpe a la izquierda asestado por la bancarrota del proyecto soviético, pero no veía la perestroika como la culpable, sino a todo el periodo anterior, principalmente a la primera mitad de los ‘80. Él no vinculaba el derrumbe del proyecto soviético y de las perspectivas latinoamericanas con los cambios políticos en la URSS, sino con el advenimiento de la nueva etapa del desarrollo del capitalismo, que pasaba de la fase industrial y de la revolución científico-técnica a la etapa del capitalismo de naturaleza científico-productiva. En un nuevo mundo posindustrial, los países del segundo escalón de la industrialización (esto es, los países de América Latina y del bloque socialista de Europa Oriental que habían llevado adelante una industrialización tardía y estatista) se convertían, nuevamente, en un mundo marginado, fuente de materias primas para los países del centro capitalista.40

Maidanik subrayaba que la izquierda sufrió la maldición del estatismo, de la idolatría al estatismo, y que no logró desprenderse de este concepto estado-centrista, lo cual contradecía el ánimo antiburocrático común de las masas, su rechazo a cualquier represión estatal ya fuera ésta fascista o comunista soviética. Así, los valores de la democracia fueron cedidos por la izquierda a las corrientes burguesas, y la izquierda fue marginalizándose. Una de las señales de este proceso fue la ausencia de nuevas ideas y de un nuevo pensamiento izquierdista, sobre todo en comparación con el periodo tan fructífero 1965-1975.

Maidanik consideró con acierto que el problema de la lectura izquierdista del Estado está en el centro del proyecto alternativo para el continente y, en este punto, la izquierda se manifestó poco fructífera y sin una nueva propuesta.41 Lo más dramático fue la suerte de los comunistas, cuya posición conformista y su inercia pasiva los borró del mapa político con pocas excepciones. Maidanik vio la chance para la izquierda en el PT brasileño, en su desdogmatización del discurso, con la esperanza de nuevo camino. Vio otra chance en la fusión del marxismo con los movimientos católicos y populistas de izquierda, aunque no descartaba su eterna tendencia hacia el autoritarismo, sobre todo cuando la clase obrera latinoamericana nunca había sido protagonista del cambio o líder de la liberación.42

Una de las ideas importantes de Maidanik en los ‘90, fue su previsión del renacimiento del legado utópico del socialismo, entendiendo bajo el término de utopía “el crecimiento del peso de los valores morales y de los problemas humanitarios”. Para él, era el camino que la izquierda podía seguir para salir de la crisis.

Refiriéndose a la práctica de la alianza —en post del “proyecto popular”— con los populistas, los demócratas, los centristas, reconocía la falta de alternativa, pero insistía en que esa alianza —entendida solamente como un instrumento de la política electoral sin un “proyecto integral alternativo”— tampoco tenía chance. El contenido de este proyecto era el talón de Aquiles de la posible alianza con los populistas y del futuro de la izquierda.43 La conclusión de Maidanik era acusatoria: la izquierda perdió la batalla en los ‘80-’90 por el predominio de la “protesta” frente a la “propuesta”. No había sabido elaborar ni había propuesto una alternativa económica y política popular, atractiva para las masas.44

Maidanik esperaba un nuevo “socialismo de mayorías estables, socialismo de hegemonías, de democracia política pluralista, de autonomías de las organizaciones de masas, un socialismo donde no hubiera lugar para el partido gobernante, donde el poder estatal estuviera descentralizado y desverticalizado”.45 En sus últimos trabajos (noviembre de 2002), resulta muy curioso su pronóstico sobre las posibilidades del proceso revolucionario venezolano de Hugo Chávez. Por un lado, pensaba que ese proceso iba a ser corto y con gran potencial de radicalización y violencia. Por el otro, era muy escéptico respecto del futuro venezolano, dado que la grieta entre la Venezuela de clase media muy americanizada y la Venezuela popular-plebeya era demasiado grande, y esa Venezuela de mayorías populares se apoyaba en las capas sociales pauperizadas y marginalizadas, lo cual acortaba mucho las posibilidades de búsqueda social y política fuera del modelo parasitario petrolero.46

Lamentablemente, con la muerte de Maidanik quedó trunca esta corriente de estudios latinoamericanos en Rusia, ya que no dejó ni grupo de alumnos ni seguidores. Sus alumnos y colegas de los ‘80, evolucionaron hacia el liberalismo y se alejaron de esta temática. Así que Maidanik quedó como un monumento de la búsqueda permanente de nuevas ideas de izquierda sobre el futuro y sobre la estrategia de la revolución anti-capitalista. En los estudios de la izquierda, el liderazgo pasó a otras instituciones y a otros investigadores con diferente estímulo, sin militancia, y con mayor interés en la historia que en el presente.

Una de las esferas importantes de los estudios latinoamericanos en Rusia actual es la de las investigaciones de los archivos de la Internacional Comunista. En 1998 el Instituto de Historia Universal publicó una compilación de los documentos de dicho archivo con vastos comentarios y notas, La Internacional Comunista y América Latina.47 En 2000, L. Jeifetz editó su primer diccionario biográfico de los líderes de la Komintern en América Latina; y Yanchuk,48 Kalmikov,49 Schelchkov,50 Andreev,51 y V. Kazakov publicaron varios trabajos dedicados a los temas del Komintern. No obstante, durante los primeros años después del quiebre de la URSS los historiadores cayeron en la trampa del sensacionalismo, buscando acciones secretas y conspiraciones, “la mano de Moscú”, etc., con ganas de desenmascararlo todo. Muchos pasamos por esta etapa que actualmente está superada e inclusive auto-criticada. También fue ardua la polémica respecto de si las tácticas y las estrategias de la IC correspondían o no al imaginado “marxismo correcto”.

En los 2000 comenzó una etapa muy fructífera de los estudios de la historia de la IC encabezada por Lazar y Victor Jeifets (padre e hijo), quienes con su entusiasmo por el tema y su insistencia continua de años de trabajo en el archivo, consiguieron importantes logros; reconocidos por todos los estudiosos del tema.52 Incluso crearon —dicho con un poco de exageración— una especie de escuela de estudios kominternianos y de la izquierda latinoamericana en la Universidad de Petersburgo, donde tienen un grupo muy laborioso de estudiantes y graduados que se dedican al tema. Entre ellos, hay que nombrar a Anton Andreev que ya es un investigador de prestigio (su tema principal es Uruguay). Le sigue un pequeño grupo de Moscú, en el Instituto de Historia Universal donde, además de mi persona, hay que nombrar a Vadim Damier quien se dedica a los movimientos anarquistas y anarco-sindicalistas de Argentina (por ser “militante” del anarquismo ruso actual, su visión es bastante unilateral y predecible),53 y Vladimir Kazakov, un estudioso de la historia argentina que trabaja sobre el Partido Socialista.54

Hoy es bastante vistosa la producción de los investigadores de la IC. Los Jeifets, Lazar y Victor, hicieron un gran aporte con sus diccionarios (que con nuevas ediciones mejoran cada vez más su contenido), y sus numerosos libros y artículos.55 Sin embargo, en sus trabajos se concentran en la historia estructural de la IC; al igual que cuando tratan temas del comunismo nacional de uno u otro país lo hacen sin establecer vinculaciones con la historia cívica del país, excepto tal vez el caso de México que Víctor conoce bien. Quizás tengan razón, ya que la historia de la IC es la historia de una comunidad específica, internacional pero encerrada en su propio entramado interno, en sus cartas secretas, en su ética y su lealtad. De modo que difícilmente la política nacional estuviera relacionada con esta otra vida de los comunistas.

En 2018, en vísperas del centenario de la Komintern, se publicó un volumen impresionante que pretende exponer la historia de la Internacional Comunista en América Latina y del movimiento comunista en el período de la existencia de la Komintern.56 Es fruto de la colaboración de muchísimos autores rusos y extranjeros, que investigaron sobre la Internacional, sobre los partidos de cada país de la región, y sobre las disidencias en el seno del movimiento comunista. El mismo año salió un libro de tres volúmenes de documentos de la Internacional, en el idioma original de los documentos.

Además de los estudios basados en el archivo de la IC, que realmente son inagotables por su tamaño, hoy día se abre un nuevo frente de investigaciones con la apertura del Archivo del CC del PCUS correspondiente a los años ‘50-’80. Obviamente, los más requeridos por los investigadores son los materiales relacionados, por ejemplo, con la guerrilla del Che Guevara en Bolivia y con algunas otras cuestiones que pueden ser comprometedoras para los camaradas cubanos, que aún no son de acceso público y que, más grave aún, recientemente fueron retirados de este archivo y trasladados al de inteligencia externa que es sumamente secreto (y sin fecha de levantamiento del secreto).

Para el autor este texto, testigo y participante involucrado en los procesos descriptos, fue penoso y desolador señalar que nuestra historiografía sobre la izquierda latinoamericana se destaca por una abundancia de obras impresionantes y una pobreza epistemológica increíble, dado la preponderancia de un tipo de investigador militante de un consecuente reduccionismo ideológico que desvalorizó todos los aportes empíricos. Sin embargo, los estudios de historia de la izquierda son un aporte imprescindible y valioso para entender el siglo XX, en el cual el papel de la Rusia soviética instrumental necesita un estudio pormenorizado dada su influencia en los destinos del mundo y de los pueblos latinoamericanos en particular. Esta historia debe ser estudiada contando con la experiencia positiva y negativa de nuestros antecesores.

[Trasliteración de referencias bibliográficas: Martín Baña, CONICET/UBA/UNSAM]

 


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Documentos

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Resumen

Los estudios de la izquierda se convirtieron en una rama específica de la historia del siglo XX. En la URSS, esta problemática implícitamente académica siempre tuvo rasgos y contenidos políticos impuestos por la ideología y la línea política imperante del partido único del gobierno, el Partido Comunista de la Unión Soviética, que desde las épocas de la Internacional Comunista pretendió ser el timonel de todo el movimiento comunista internacional y arbitro para otros movimientos de la izquierda. Para efectuar esta tarea en la URSS existieron instituciones académicas cuyo objetivo era suministrar el estudio y la elaboración de las recomendaciones sobre los puntos problemáticos de la política, y al mismo tiempo cumplir el papel propagandístico de la ideología dominante. Sin embargo, dentro de este sistema ideológico rígido, en el ámbito académico-universitario surgieron ideas y conceptos heterodoxos que fueron como una fogata viva del pensamiento marxista en un país esterilizado ideológicamente. Este texto trata de recuperar el pensamiento soviético en la esfera de los estudios académicos de la izquierda latinoamericana.

Palabras claves: Estudios académicos en la URSS; PCUS; Kiva Maidanik; Movimiento Comunista Internacional, Perestroika.

Abstract

The studies of the left movement are a specific branch for the history of the 20th century. In the USSR, this implicitly academic problem always had political features and content imposed by the ideology and the prevailing political line of the single party of the government, the Communist Party of the Soviet Union, which since the days of the Comintern claimed to be the conductor of the international communist movement and arbitrator for other movements on the lefts. To carry out this task in the USSR there were academic institutions whose objective was to provide the study and the elaboration of recommendations on the problematic points of politics, and at the same time fulfill the propagandistic role within the dominant ideology. However, within this rigid ideological system in the academic-university environment, heterodox ideas and concepts emerged that was like a living bonfire of Marxist thought in an ideologically sterilized country. This text tries to recover Soviet thought in the sphere of academic studies on the Latin American left.

Keywords: Academic studies in the USSR; CPSU; Kiva Maidanik; International Communist Movement; Perestroika.

Recibido: 2/2/2020

Aceptado: 5/7/2020


* Dr. en Historia, Investigador titular del Instituto de la Historia Universal de la Academia de las Ciencias de Rusia, Moscú, Leninsky pr. 32ª, Rusia. https://orcid.org/0000-0002-7780-781X

1 Este articulo forma parte del proyecto de la RNF №19-18-00305 (“La Komintern en América Latina: tradición histórica y los procesos políticos”)

2 Sovietskaya latinoamerikanistika, 1961-1986 gg. Moscú, ILA AN SSSR, 1986, p. 43.

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12 Zhukova, G.E., Kolumbiya: kommunisty v borbe za edinstvo harodnij mass, 1958-1974. Moscú, ILA RAH, 1974.

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18 Gornov M.F., Tkachenko V.G., Latinskaya Amerika: opyt narodnyj koalitsiy i klassovaya borba, Moscú, Politizdat, 1981.

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21 Schestopal A.V., Levoradikalnaya sotsiologiya v Latinskoy Amerike. Kritika osnovnij kontseptsiy, Moscú, Mysl, 1981.

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24 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara: evo zhizn, evo Amerika, Moscú, Ad. Marginem, 2004, pp. 116-117.

25 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, p. 119.

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33 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, pp. 140-141.

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37 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, p. 29.

38 Maidanik, Kiva y Harnecker, Marta [Entrevista], Perestroika: La revolución de las esperanzas, Buenos Aires, Dialéctica, 1988.

39 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 199.

40 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., pp. 235-236.

41 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 262.

42 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 239.

43 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 240-241.

44 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 250.

45 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 264.

46 Maidanik K.L., Ernesto Che Guevara, op. cit., p. 344.

47 Komintern i Latinskaya Amerika, Dokumenty, Moscú, Nauka, 1998.

48 Yachnik I.I., “Vtoraya Konferentsia kommunisticheskij party Latinskoy Ameriki. Moskva, 2-10 oktryabrya 1930 g.”; Latinoamerikanskiy istoricheskiy almanaj, 2005, n° 6. pp. 85-156; y “Komintern i cozdanie kompartii Kolumbii”, Latinoamerikanskiy istoricheskiy almanaj, 2009, n°° 9, pp. 205-233.

49 Komintern i Latinskaya Amerika, Dokumenty, Moscú, Nauka, 1998.

50 Schelchkov, A. y Stefanoni, P., (coords.), Historia de izquierdas bolivianas. Archivos y documentos (1920-1940), La Paz, CIS, 2016.

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