De la conmemoración de la Reforma Universitaria a un programa de renovación historiográfica
Como era esperable, durante todo 2018 los cien años del estallido de la Reforma Universitaria trajeron diversos eventos. Mientras que unos pocos se centraron en discusiones historiográficas, la mayoría tuvo un carácter celebratorio desde el que se apostó a una determinada “operación de captura” de la Reforma. Hace décadas que la toma del rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba —ocurrida el 15 de junio de 1918— fue erigida en el inicio simbólico de un movimiento que insistiría en el reclamo de universidades más democráticas, al tiempo que el célebre “Manifiesto liminar” —puesto a circular días después— quedó identificado como su texto inaugural. A través de las décadas, ello funcionó como un acuerdo básico para disputar, en un concurrido escenario latinoamericano, posiciones enfrentadas sobre la orientación política del reformismo. Y el centenario de la Reforma no podía más que reavivar esas disputas.
El escenario común se advierte en el hecho de que la mayoría de las gestiones de las instituciones educativas, más allá de sus diversos signos políticos, preparó actos y homenajes —e incluso muchas incorporaron a sus documentos oficiales un logo que conmemoraba el acontecimiento—. Pero el ámbito educativo también contó con una mirada rotundamente crítica del reformismo, y ella fue dispuesta nada menos que por el actual ministro de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, Alejandro Finocchiaro. Su libro El mito reformista (Buenos Aires, Eudeba, 2016; presentado originariamente como tesis de maestría en la Universidad de San Andrés) comienza por establecer una ahistórica y poco documentada definición de la Reforma, que relega la condición multifacética y latinoamericana del movimiento para reducirla a una visión unidimensional: el reclamo de autonomía universitaria frente al Estado. Con esa definición y otra peyorativa de la dimensión mítica de la política, Finocchiaro emprende una superficial reconstrucción histórica que lo lleva a concluir que el movimiento reformista no es sino un mito alentado por grupos estudiantiles tendenciosos.
Esta decidida impugnación no impidió que el mismo Ministerio financie conmemoraciones que erigieron a la Reforma en un acontecimiento memorable del siglo pasado al tiempo que tendieron a reducirla a un capítulo de la historia de la Unión Cívica Radical. Se trató de iniciativas que, en coincidencia con Finocchiaro, proponían que lo conmemorado no tenía ninguna vinculación con el malestar contemporáneo ante el drástico recorte presupuestario de los sistemas educativo y científico-tecnológico ni con el empobrecimiento de una juventud que viene perdiendo las condiciones materiales y los estímulos simbólicos para asistir a las universidades.
Esa inscripción de la Reforma en el radicalismo y su desvinculación de los problemas universitarios actuales tuvo otra apuesta fuerte en la III Conferencia Regional de Educación Superior (CRES), celebrada en junio de 2018 en Córdoba. Allí se promovió una agenda antirreformista centrada en la reducción de las carreras de grado, la despolitización de las universidades y su vinculación con el mercado. Pero los rectores argentinos no encontraron ninguna contradicción en el hecho de inaugurar la CRES con una muestra sobre la Reforma ni en desarrollarla en la Universidad Nacional de Córdoba durante los mismos días en que se conmemoraba el centenario, del 11 al 15 de junio. Esta operación de captura recibió la impugnación de una Contra-CRES organizada por algunos rectores y miembros de la comunidad universitaria, pero también fue cuestionada por unas pocas voces críticas al interior de la Conferencia.
Por su parte, algunos investigadores e instituciones dedicados a la filosofía argentina y latinoamericana propusieron sucintas reivindicaciones de la Reforma que, a su vez, denunciaron la crisis presupuestaria. Pero entre los intentos de renovación, la apuesta más audaz provino del grupo de investigadores que dirige Eduardo Rinesi en tanto inauguró una línea comprometida con la denuncia de la crisis universitaria y con una vitalidad de la Reforma que la reconcilia con la tradición peronista. Baste recordar que la mayoría de los líderes y agrupaciones reformistas se enfrentaron al peronismo, sobre todo entre 1945-1955. Es más, la “universidad peronista” de esos años y la de 1973 se definieron en abierta oposición a la “universidad reformista”: si el modelo reformista venía exaltando la autonomía estatal, la democracia interna, la laicidad y la excelencia académica, el peronista renunció a esos rasgos para priorizar la gratuidad, la masividad y la integración al Proyecto Nacional. Asumiendo el costo historiográfico de enfatizar las convergencias y de redefinir identidades que históricamente fueron rivales, el grupo de Rinesi emprendió la conciliación del reformismo con un peronismo leído apenas como un epónimo de la democratización social. Las libertades que faltan. Dimensiones latinoamericanas y legados democráticos de la Reforma Universitaria de 1918 (Buenos Aires, Ediciones UNGS, 2018) y los otros libros editados por el grupo en 2018 ofrecen nuevas aproximaciones a los itinerarios y procesos históricos, pero en la mayoría de los casos la incorporación de nuevas fuentes capaces de precisar la posible conciliación entre reformismo y peronismo es reemplazada por la cita de “Estudiantes y populismo”, un balance realizado en 1969 por un Juan Carlos Portantiero que muy pronto se arrepentiría de su entusiasmo peronista. Es más, Rinesi y Adriana Puigróss publicaron ese balance en la reedición que prepararon del hoy clásico libro de Portantiero Estudiantes y política en América latina: el proceso de la reforma universitaria (1918-1938). Mientras que, en la primera y hasta hace poco única edición (México, Siglo XXI, 1978), Portantiero desistía de incluir “Estudiantes y populismo” y cualquier otro balance sobre el peronismo, Rinesi y Puigróss incorporan a la reedición (Buenos Aires, EUFyL, 2018) el balance de 1969 y lo señalan en el prólogo como la correcta y persistente crítica a la Reforma, que cuenta además con el mérito de haber sido realizada por uno de los más importantes intelectuales argentinos del siglo XX.1
El tiempo nos dirá si esa línea que acentúa la convergencia entre reformismo y peronismo puede enriquecerse con nuevas fuentes e investigaciones sistemáticas, o si sólo se trata de una operación de coyuntura. Pero la reedición de ese libro fundamental para pensar la Reforma ya es un hecho a destacar, sobre todo cuando atendemos a que la ausencia de políticas de reediciones conspira contra la identificación y el acceso a los clásicos reformistas. Y a esa reedición se suma el repositorio digital que CLACSO y la Universidad Pedagógica inauguraron en 2018 bajo el título de 100 años de la Reforma Universitaria y que ofrece la posibilidad de descargar casi cincuenta obras y folletos reformistas. Además, AméricaLee, el portal digital de revistas del CeDInCI, ya ha completado una docena de colecciones de revistas reformistas y las ha puesto en línea enriquecidas con índices y estudios preliminares.
La identificación de esas y otras colecciones revisteriles como parte del movimiento político-cultural de la Reforma, así como la consulta de fondos documentales, son esenciales para que investigaciones de largo aliento superen la cristalización de fuentes y tópicos que recorre a la actual historiografía sobre la Reforma. Pero apenas se han registrado proyectos colectivos que se aboquen a esa superación. En el plano editorial el proyecto más ambicioso fueron los siete tomos de la colección Dimensiones del reformismo universitario que publicó en 2018 la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Bajo la dirección de las/os investigadoras/es Natacha Bacolla, Alejandro Eujanián y Diego Mauro, unas/os cuarenta investigadoras/es prepararon especialmente artículos históricos que buscaron renovar las aproximaciones sobre la Reforma. Y estos tomos vuelven a poner de relieve los dos tipos de reclamos, gremiales y político-culturales, que si bien se anudaron en el reformismo, la bibliografía ha tendido a escindir. Dado que el conocimiento histórico de la Reforma depende no sólo de la ampliación del corpus que fue conformando desde 1927 el líder reformista Gabriel del Mazo, sino también de la explicitación y análisis conjunto de ambos reclamos, cerremos esta nota con una breve reflexión sobre el estado historiográfico y el programa de renovación que desde él puede anunciarse.
Por un lado, las investigaciones sobre la Reforma que se concentran en las marchas y contramarchas de los reclamos orientados a democratizar las universidades tienen en Historia de las universidades argentinas de Tulio Halperin Donghi (Buenos Aires, Eudeba, 1962) a su más importante representante y en Historia de las universidades argentinas de Pablo Buchbinder (Buenos Aires, Sudamericana, 2005) a un significativo continuador. Por el otro, quienes no dudan de que la Reforma fue un movimiento político-cultural que debe ser analizado en su desarrollo extrauniversitario encuentran en el mencionado libro de Portantiero una reflexión señera. Existen varias investigaciones sobre la participación de los universitarios en las luchas políticas de los años cincuenta, sesenta y setenta, entre las que Reforma y revolución. La radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966 de Juan Califa (Buenos Aires, Eudeba, 2016) es la más sistemática y abarcativa. Sin embargo, contamos con muy pocos trabajos sobre los inicios de esas luchas políticas. Es decir, los análisis que comienzan en los años cincuenta parten de la idea que los grupos reformistas constituyen un actor político-cultural, presuponiendo que en algún momento se constituyó y logró una homogeneidad de la que podríamos sospechar. Sólo unos pocos libros, entre los que se destacan La contracultura juvenil. De la emancipación a los indignados de Hugo Biagini (Buenos Aires, Capital Cultural, 2012), La Unión Latino Americana y el Boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920 de Alexandra Pita González (México, Colegio de México, 2009) y Entre la torre de Marfil y el compromiso político. Intelectuales de la izquierda argentina 1918-1955 de Osvaldo Graciano (Bernal, UNQ, 2008), han construido cuerpos historiográficos extensos, orientados a precisar las ideas y prácticas a partir de las cuales comenzó la construcción del estudiante como un actor social.
En definitiva, la historiografía acuerda en que cuando estalla la Reforma los primeros grupos reformistas sólo reclamaban cuestiones gremiales, fundamentalmente: la creación de cátedras con perspectiva científica y la fundación de cátedras paralelas, los concursos como vía de ingreso a las cátedras, la asistencia no obligatoria de los estudiantes, la participación de profesores y estudiantes en el gobierno universitario, la baja de los aranceles para rendir los exámenes y la estipulación de criterios menos memorialísticos y arbitrarios en los exámenes. La historiografía también acuerda en que, en las siguientes décadas del siglo XX, los reformistas se constituyeron como un actor más dentro de los movimientos político-culturales ligados a las izquierdas. Pero apenas se ha avanzado en una reflexión sistemática que, atendiendo tanto a la escala nacional y trasnacional como a la construcción de un corpus amplio, ilumine la compleja trama político-cultural desde la que se produjo la recepción estudiantil de la Revolución Rusa, se construyeron distintas identidades y prácticas políticas inscriptas en la “nueva generación” y se renovaron las culturas políticas anarquista, socialista y comunista, por no hablar de las más mentadas: la radical y la demoprogresista. Para finalizar, las/os historiadores aún tenemos pendiente la tarea de ofrecer una interrogación sistemática que reconstruya las prácticas editoriales ligadas a la Reforma, las tensiones entre una cultura reformista ilustrada y una cultura popular masiva, y también los encuentros y desencuentros del movimiento reformista con el movimiento obrero y con un movimiento feminista protagonizado justamente por las primeras universitarias de América Latina.
N. B.
De rituales, resistencias y rememoraciones: Marx 200 años después
Presenciamos durante 2018 un nuevo regreso de Marx. El viejo barbado ha vuelto una vez más, después de haber sido declarado muerto y enterrado a fines de la década de 1970 y de haber sido condenado a asediar como un fantasma el capitalismo neoliberal de fines del siglo XX.
Se trató de un retorno preñado de paradojas. Volvió de pronto a las tapas de los diarios y los suplementos culturales, los mismos que treinta y cuarenta años atrás lo habían confinado a vagar por el mundo de los espectros. Los socialdemócratas europeos lo recuperaban en 2018 después de un largo olvido. El premier de la más fabulosa economía de mercado emergente, Xi Jinping, le consagraba en mayo una solemne ceremonia en el Palacio del Pueblo de Beijing. El presidente de la Comisión Europa, inaugurando las celebraciones que tuvieron lugar en Tréveris, su ciudad natal, llamó a recordarlo como un “ciudadano europeo” cuando Marx, que había perdido la ciudadanía prusiana y le había sido negada la inglesa, murió como un paria en la Londres de 1883.
Casi todas las universidades del mundo –las mismas que habían resistido el ingreso del pensamiento de Marx durante la primera mitad del siglo XX —le consagraron durante 2018 congresos, jornadas y seminarios. Buena parte de esas conmemoraciones tuvieron lugar en países gobernados por figuras de derecha o centroderecha, desde Donald Trump, Emmanuel Macron y Angela Merkel hasta Michel Temer, Sebastián Piñera y Mauricio Macri.
La Argentina fue parte activa de esa celebración global, consagrando al regreso de Marx suplementos especiales, revistas, muestras y jornadas universitarias. El Teatro Nacional Cervantes tomó la iniciativa organizando, con el apoyo del Instituto Goethe, una multitudinaria jornada en Buenos Aires para el 7 de abril de 2018 llamada Marx nace. Apenas se anunció la iniciativa, llovieron las críticas.
Quien se llevó las palmas fue el diario Infobae de Daniel Hadad. La periodista Claudia Peiró tituló “Insólito: el Gobierno [sic] abre la temporada del Cervantes con un homenaje a Karl Marx” (Infobae, 4/4/2018, en línea). Por su parte, desde Página/12, uno de los funcionarios kirchneristas que peor supo disimular en diciembre de 2015 la pérdida de su poder cultural, llamaba a la tropa para que se abstuviera de participar. En sintomática coincidencia con el pensamiento de la derecha, inscribía la iniciativa del Cervantes dentro de las estrategias de “los gobiernos del neoliberalismo mundial” (Página/12, 3/4/2018, en línea). La periodista de la derecha, días antes del evento, parecía saber que el tono iba ser de celebración. El intelectual populista sabía de antemano que no iba a acontecer otra cosa que una “teatralización de la historia”, una artimaña “museificadora” que pretendía desligar a Marx “de sus propia condiciones de producción” (sic).
A pesar de las voces agoreras, más de cinco mil personas, sobre todo jóvenes, asistieron al “Marx nace”, desbordando las instalaciones. Los más jóvenes “tomaron el teatro”, declaró su director, Alejandro Tantanian, ese mismo día. El registro político de Marx se descomponía en múltiples registros, el género histórico se transformaba en géneros de lo más diversos: el recitado, el teatro, las artes plásticas, la música, la performance. Emilio García Wehbi y Maricel Álvarez dramatizaban fragmentos de Escorpión y Félix, un texto juvenil de Marx; Naty Menstrual leía sus poemas en clave trans; Esther Díaz hablaba de Marx y Cervantes; Carlos Gamerro y Florencia Abatte se ocupaban del Marx escritor; Eduardo Grüner reflexionaba en torno al XVIII Brumario; Laura Fernández Cordero, Beatriz Sarlo y Maristella Svampa, entre tantos otros que no piensan lo mismo ni tenían el menor asomo de “oficialismo”, abordaban diversas aristas de la vida y la obra de Marx; el grupo 34 puñadas cerraba el evento cantando unos tangos proletarios.
Desde el CeDInCI no sólo participamos en abril del “Marx nace”, sino que desplegamos a lo largo del 2018 un nutrido programa de actividades. En primer lugar, propusimos un juego de temporalidades históricas inscribiendo dentro de los 200 años de Marx los 100 años de la Reforma Universitaria, los 50 años del 68 global y los 20 años del propio CeDInCI.
En ese marco exhibimos dos series de documentos que testimoniaban la relevancia de la figura y pensamiento de Karl Marx, todos ellos parte del acervo documental del CeDInCI. El 14 de septiembre de 2018 inauguramos la muestra “La biblia del proletariado: un siglo y medio de ediciones de El Capital”. Y el 1° de noviembre, una segunda muestra, “Los mil rostros de Marx. Del daguerrotipo y el grabado al collage y los memes”, que contó con el apoyo de la sede argentina de la Fundación Rosa Luxemburgo.
Por otro lado, bajo el título de “Encuentro Internacional. Marx 200 años”, los días 1°, 16, 21, 22 y 23 de noviembre se desarrolló entre la sede del CeDInCI y la Casa de la Lectura un ciclo de ocho conferencias sobre la obra y el legado de Karl Marx. Participaron figuras de renombre internacional como Enzo Traverso, Michael Heinrich, Enrique de la Garza y Razmig Keucheyan junto a investigadores locales como Emilio de Ípola, Miguel Candioti, Ariel Petruccelli y Horacio Tarcus. La actividad, libre y gratuita, fue pensada no sólo para alimentar el diálogo entre especialistas, sino para convocar también a todo el público interesado. Bajo el mismo paraguas de “Encuentro Internacional. Marx 200 años”, Enzo Traverso ofreció un seminario en el marco del Posgrado del CeDInCI / UNSAM. La visita de Keucheyan fue posible gracias al apoyo de la revista Nueva Sociedad y las de Traverso y Heinrich contaron con la co-organización de la Fundación Rosa Luxemburgo.
Sabíamos bien que la celebración de eventos en torno a determinadas efemérides (ya sea el nacimiento de figuras excepcionales o el aniversario de grandes acontecimientos) es, a menudo, ocasión paradojal de vindicación y, al mismo tiempo, de pérdida de su potencial problemático. Por eso, quisimos rememorar el bicentenario de Marx ofreciendo abordajes diversos de su obra. Demás está decir que, en forma paralela, se desarrollaron en todo el país numerosos actos de homenaje y vindicación. Nuestras jornadas partieron de la convicción de que rememorar no era repetir ni ritualizar, sino ocasión para auscultar los signos vitales de los procesos sociales, culturales y políticos, para repensar y discutir legados cuyos sentidos se resignifican en la calle y en la universidad, en las revistas y en las redes sociales.
El autor de estas líneas anticipó algo de este espíritu paradójico de la vuelta de Marx en un artículo que apareció tempranamente (marzo de 2018) en la revista Ñ. Se señalaba allí que el Marx que había sobrevivido al derrumbe de 1989 volvía ahora, “con todos los problemas que esto entraña”, escindido de los marxismos del siglo XX. El que volvía era un Marx “sin ismos”, en el límite, un Marx “no marxista”. El Marx que regresaba no era el mismo de antaño, no era el Marx canónico que le bajaba línea a los militantes políticos de ayer, no era el Marx codificado por Moscú, Pekín o La Habana, era un Marx más secularizado, mundano y asequible que los jóvenes diseñadores se empeñaban en representar de modo irreverente con la barba entintada de verde, los ojos maquillados con rímel o los labios pintados con carmín.2
Esta vuelta de Marx, demás está decirlo, no fue del gusto del paleo-marxismo. Para los fundamentalistas este retorno de Marx desvinculado del leninismo es insuficiente, incluso peligroso, sospechoso de posmodernismo. Aunque el propio Marx fue hombre de partido únicamente en determinados años de su vida (1846-1850, 1864-1872), la sola idea de un Marx sin partido rector les resulta inconcebible. La revista Normativas de izquierda titulaba una nota: “En qué sentido vuelve y tiene que volver el marxismo” (sic).3 No se trata tanto de una disputa, de una apuesta por un marxismo radical, como de establecer normativamente el curso de la historia. No basta que vuelva Marx, debe volver de determinado modo. ¿Hegemonía? Esa te la debo... Los nuevos estudios históricos que desarman las mitologías (más stalinistas que leninistas) de un Marx “hombre de partido” dejan fríos a los paleomarxistas, no viendo en ellos más que la amenaza del retorno de un Marx “antimilitante”.4 Son incapaces de concebir otra militancia que no sea la ya conocida servidumbre voluntaria.
Una vertiente hermana del mismo fundamentalismo encontraba en aquella nota de Ñ “un Marx vaciado del contenido revolucionario”. Para probarlo, el responsable de un blog recurría a un método ingenioso: puso en el buscador palabras clave de la teoría marxiana y encontraba que en mi nota “brillaban por su ausencia”.5 Entusiasmados con este descubrimiento, seguimos su método e hicimos otro tanto con el primer volumen de El Capital. Y nos encontramos con que tampoco aparecían, ni una sola vez, palabras como “dictadura del proletariado”, “internacionalismo”, “Estado obrero”, “Estado burgués”, “revolución obrera”, “toma del poder”, etc., etc.. ¿Habría Marx “vaciado de contenido revolucionario” su opera magna? ¿Habría dejado reservados los términos claves de su doctrina para sus textos políticos? Pero si Marx mismo consideraba a El Capital como “la bomba más temible que haya sido lanzada jamás a la cabeza de los burgueses (incluyendo a los terratenientes)”, colocándolo muy por encima de los pocos textos en los que habló de “dictadura del proletariado”, habrá que concluir al menos que este método de cuantificar los términos que a nosotros nos parecen claves encierra algunos inconvenientes.
De todos modos, seguí adelante con la búsqueda de este término en otras de sus obras. Gracias al ingenioso método del “buscador”, me sorprendí al comprobar que Marx escribió “dictadura del proletariado” apenas diez veces a lo largo de toda su vida. Sólo lo hizo en un texto público —La lucha de clases en Francia—, las otras veces lo usó en cartas y documentos internos. Preocupado por la escasez de marxismo en la obra del propio Marx, apliqué el mismo método a las Obras Completas de Lenin. En el índice temático del tomo XLI de la edición de Cartago encontré citada la expresión “dictadura del proletariado” 186 veces y me quedé más tranquilo. El promedio de uso del término en relación a la totalidad de una obra subía de 0,00000001% a 0,003%. Sumando Marx + Lenin y dividiendo por dos, el promedio era aceptable. Pero la curiosidad me llevó a compulsar el término en las Obras completas de Stalin, y me encontré con que aparecía allí cientos de veces. Sólo en los Fundamentos del Leninismo Stalin utiliza la expresión en 92 ocasiones. ¿Habrá que rendirse ante la evidencia y concluir que Stalin era más marxista que Marx?
El problema de fondo es que nuestro impugnador no alcanza siquiera a vislumbrar que nuestra nota no era una síntesis pedagógica del pensamiento de Marx en sus propios textos, sino un esfuerzo por auscultar a través de una serie de signos y de síntomas cuál es el Marx que se lee (y, por lo tanto, cuál otro no se lee) a comienzos del siglo XXI. Sin lugar a dudas, un ejercicio estéril para los fundamentalistas que consideran que los grandes sistemas teóricos atraviesan el tiempo y el espacio inmunes a cualquier contingencia. El marxismo sigue siendo para ellos un universal atemporal, abstracto, cerrado y autosubsistente. Todos los fundamentalismos son en definitiva religiosos porque su fin es resguardar la literalidad de los textos sagrados (o fundacionales), salvar la pureza de las ideas originarias de la contingencia de las interpretaciones. Piensan un poco como Vargas Llosa, tratando de establecer en qué momento se jodió el marxismo. Y se dedican a cortar las ramas secas del rosal esperando que alguna vez vuelva a florecer el tronco del marxismo-leninismo.
En suma, algunas derechas vociferaron, otras contemporizaron, otras callaron. Algunos populistas se sumaron como si nada a la celebración, otros se probaron las ropas de John William Cooke y se imaginaron en 2015 al frente de la Resistencia peronista de hace más de medio siglo. Para los fundamentalistas, se trató de preservar una momia de los riesgos de contaminación de la biósfera terrestre. Marx ha vuelto, pero como zombi.
Para nosotros fue una oportunidad de repensar a Marx, de reinventarlo a la altura de nuestros tiempos, de auscultarlo en los signos del presente. Y como quiera que sea, el viejo barbado siguió dando que hablar, 200 años después.
H.T.
Historia reciente, historiografía y Justicia
Hace ya algunos años, en una encuesta llevada a cabo por Políticas de la Memoria y publicada en su entrega n° 13, Beatriz Sarlo decía algo así como que el rasgo distintivo de la cultura de izquierdas era el pensamiento crítico. Siguiendo a Sarlo, una intervención historiográfica desde la cultura de izquierdas no puede menos que implicar un análisis crítico tanto del pasado en general como del de las propias izquierdas en particular. Y esto último suele no ser tarea sencilla.
En el caso de la historia reciente, el ejercicio del pensamiento crítico pareciera muchas veces transitar sobre un territorio minado de irascibilidades reactivas en el que cualquier aproximación ajena al recorrido sacro de la reivindicación y el homenaje corre el riesgo de ser estigmatizado, bastardeado y condenado por un tribunal laxo pero no invisible que determina, sin leyes escritas, qué puede ser dicho y qué no.
Afortunadamente, nunca faltan oportunidades de demostrar que no es el pensamiento crítico sino su postergación aquello que puede empañar la historia y la suerte de las izquierdas. Y una de esas oportunidades la ofrece hoy el “caso Larrabure”.
Lo sintetizamos.
El 11 de agosto de 1974, durante el asalto a la fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, Córdoba, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) secuestró al Mayor Argentino del Valle Larrabure, Subdirector de la Fábrica. Durante los siguientes tres meses, Larrabure permaneció secuestrado en una “cárcel del pueblo” en la provincia de Córdoba, para ser trasladado luego a otra “cárcel del pueblo” de la ciudad de Rosario.
Un año después de su secuestro, el 23 de agosto de 1975, el cuerpo sin vida del mayor Larrabure, con 47 kilos menos y signos de estrangulamiento aparecía en una esquina a las afueras de Rosario. Desde entonces, los familiares de Larrabure han acusado al ERP de aplicarle torturas durante su cautiverio y, finalmente, de asesinarlo. Por su parte, la organización guerrillera sostuvo en todo momento, también a través de declaraciones públicas, que no lo mató, sino que Larrabure, presa de un estado depresivo, se suicidó.
Tras la muerte de Larrabure se sustanciaron dos procesos judiciales. El primero, se vincula con el ataque al cuartel; alcanzó a los militantes del PRT-ERP que, directa o indirectamente, tuvieron algún grado de participación o responsabilidad en el secuestro del militar, y condujo a sentencias de entre 8 y 15 años de prisión. El segundo, y más importante, es el vinculado a su muerte; se caratula “Larrabure, Argentino del Valle s/ su muerte” y fue tramitado ante Juzgado Federal n°1 de la ciudad de Rosario. Este proceso no registra condenas y es el que ocupa hoy nuestra atención.
El 11 de octubre de 1977, el Juzgado resolvió sobreseer este proceso provisionalmente “dejándose el juicio abierto hasta la aparición de nuevos datos o comprobantes salvo el caso de prescripción”. Como en el Código Penal argentino los delitos penados con prisión y reclusión perpetua —como el homicidio— prescriben a los 15 años de su comisión, la causa por la muerte de Argentino del Valle Larrabure, finalmente, prescribió. Pero su historia no terminó allí.
En febrero de 2007, en el contexto de la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad, el hijo del militar, Arturo Larrabure, solicitó al Juzgado que reabriera la causa entendiendo que la muerte de su padre se correspondía con la definición de delito de lesa humanidad presente en el Estatuto de Roma. El juez de primera instancia dio intervención al Fiscal general de la ciudad, Claudio Palacín, quien en su dictamen del 30 de octubre de 2007 advertía que “los crímenes contra la humanidad sufridos por Larrabure se cometieron en un contexto de conflicto armado interno”. La causa llegó hasta la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones de Derechos Humanos cometidas durante el terrorismo de Estado, dependiente de la Procuraduría General de la Nación. El 29 de noviembre de 2007, el entonces Procurador General de la Nación, Esteban Righi, determinó que, desde un punto de vista estrictamente jurídico, no corresponde aplicar a casos como el de Larrabure la categoría de crímenes de lesa humanidad y de crímenes de guerra, e instruyó a todos los fiscales con competencia penal que integran el Ministerio Público Fiscal de la Nación, que adoptaran dicha interpretación en todos los casos análogos.
Sin embargo, el caso Larrabure reiniciaría, diez años después, otra etapa que, a finales de 2019, no ha concluido.
En diciembre de 2017 la querella volvió a solicitar la reapertura de la causa y la prisión preventiva de Juan Arnol Kremer Balugano, más conocido como Luis Mattini, único sobreviviente del Buró político del PRT-ERP, por considerarlo “autor mediato” del delito de homicidio. El argumento replicaba los anteriores: se consideraba a Argentino del Valle Larrabure víctima de un delito de lesa humanidad en el contexto de un conflicto armado interno y, por tanto, imprescriptible. Rechazada en primera instancia, la solicitud llegó a la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario quien atendió la solicitud de tratamiento y el 21 de marzo de 2018 tuvo lugar la audiencia de apelación. Sin expedirse afirmativa o negativamente ni en torno a la reapertura de la causa, ni en torno a la prisión preventiva de Mattini, la Cámara pasó a un prolongado cuarto intermedio. Finalmente, el 31 de agosto de 2018, ratificó el fallo por la negativa de primera instancia de diciembre de 2017. La querella entonces, apeló a la Cámara de Casación quien, el 10 de abril de 2019, declaró “inadmisible el recurso extraordinario” presentado. La siguiente instancia fue la presentación de queja a la Corte Suprema de Justicia quien aún no se ha expedido sobre la aceptación o el rechazo de su tratamiento.
El caso Larrabure ha tenido una repercusión pública considerable, fundamentalmente en marzo de 2018 cuando la Cámara de Apelaciones de Rosario aceptó tratar la solicitud de reapertura. El tema ocupó un espacio nada desdeñable en editoriales y columnas de opinión de los principales diarios del país; fue tratado por diversos programas radiales y convocó la intervención de intelectuales, de académicos, de organismos de derechos humanos y, por supuesto, de la militancia identificada con la causa revolucionaria y, también, con aquella conformada, fundamentalmente, por familiares de “víctimas de la subversión” y de ex represores, hoy procesados o condenados por delitos de lesa humanidad.
Los motivos de esta repercusión son evidentes: por un lado, la causa Larrabure sienta jurisprudencia; si se reabriera, podrían abrirse o reabrirse otras similares, y una cantidad indeterminada de ex integrantes de las organizaciones revolucionarias armadas podrían ser imputados ya sea como autores inmediatos, autores mediatos o partícipes necesarios de centenares de delitos. Por otro lado, y quizás más importante aún, la suerte de la causa impacta directamente en el espacio de la memoria social donde se dirimen las luchas políticas por imponer un sentido al pasado.
Paralelamente, por muchos motivos, nos interpela en forma directa a los historiadores: la resolución jurídica del caso Larrabure, esto es, si los hechos vinculados a su secuestro y muerte se inscriben o no en la categoría de crímenes de lesa humanidad en el contexto de un conflicto armado interno —asimilable en el tratamiento jurídico a la figura de la guerra— no se juega tanto en el terreno del saber estrictamente jurídico, como en el del saber histórico que se necesita para dilucidar si son aplicables o no las mencionadas figuras jurídicas. Dicho en otras palabras, depende menos de tecnicismos jurídicos que de la interpretación de los hechos; esto es, si hubo o no una guerra; si el ERP constituía o no un ejército regular y/o controlaba territorio y población y, por tanto, su accionar es asimilable a una política estatal. En resumidas cuentas, si el ERP entra o no dentro del círculo de sujetos activos susceptibles de cometer crímenes de lesa humanidad.
Los historiadores sabemos que el PRT apeló a la figura de la guerra en su caracterización del proceso político; sabemos que fundó un ejército al que dotó de un himno y una bandera (el ERP); sabemos que proyectó el crecimiento de ese ejército con vistas a que alcanzase la estatura de un ejército regular; sabemos que en 1974, a través de un conjunto de normativas, el ERP regularizó sus fuerzas, estableciendo el uso obligatorio de uniforme, grados y códigos disciplinarios; sabemos que a partir de entonces no sólo exigió, a través de declaraciones públicas, el cumplimiento de las Convenciones de Ginebra sino también el reconocimiento como “estado beligerante”; y sabemos finalmente que luego de la apertura de un frente militar en la provincia de Tucumán, concibió a aquel territorio como “zona liberada”.
Como ha quedado demostrado en los fundamentos de querellantes, fiscales y jueces en las distintas instancias de la causa Larrabure, del análisis de estos datos, de su interpretación, depende, en buena medida, la resolución de la causa.
Para que la causa Larrabure sea considerada imprescriptible, la muerte del militar debe quedar inscripta en la categoría de “crimen de lesa humanidad en el contexto de conflicto armado interno”. A tal fin, la querella debe demostrar que en la Argentina de los años setenta hubo una guerra, que el ERP constituyó uno de los ejércitos regulares enfrentados en esa guerra, y que, además, controlaba territorio y población. Y es aquí, entonces, donde nos encontramos, no sin sorpresa, con una interesante paradoja. Las fuentes en las que se basa la querella en su fundamentación están compuestas, en porcentaje mínimo, por la propia documentación partidaria y, en un porcentaje notoriamente mayor, por la obra de un reconocido historiador del PRT-ERP, Pablo Pozzi, a quien de ninguna manera podría considerarse ni remotamente aliado de la querella. El problema es que, más allá de la reconstrucción particular de la experiencia perretista que Pozzi ofrece y su ponderación, más allá de su propia voluntad incluso, el tono general de la obra no logra trascender el sistema partidario de creencias. Los testimonios allí reproducidos, abundantes en guiños de complicidad y escasos en confrontación crítica, empujan a una narrativa que no deja de hacerse eco de las proyecciones imaginarias de los propios actores. Y entonces, nos encontramos ante un PRT-ERP con una influencia de masas y una capacidad política y militar un tanto sobredimensionadas, incluso en Tucumán, donde, según “un informe de la Fuerza Aérea norteamericana”, mencionado pero nunca confrontado por Pozzi, el ERP controlaba un tercio del territorio. Y es ahí donde la querella echa mano de la autoridad del historiador y ofrece como prueba histórica lo que no es más que imaginario.
En contraposición, sólo un abordaje crítico, irreverente, que sea capaz no sólo de ver el mundo con los ojos de los revolucionarios sino también de trascender esa mirada, despegarse de ella y ver lo que esos ojos no pueden ver; un abordaje que interpele a sus propias fuentes, que sepa desconfiar de ellas, puede —al menos en este caso, aunque lo más probable es que en otros también— discernir proyecciones imaginarias, por empáticas que nos resulten, de realidades históricas que no pueden reducirse nunca a ellas puesto que —aun con independencia de datos empíricos— implican procesos complejos que resultan de la interacción de múltiples sujetos y de variadas intencionalidades en pugna. Y, en consecuencia, sólo un abordaje tal puede constituir argumento y prueba para que la disparidad y la diferencia históricas entre la violencia represiva y la revolucionaria encuentre su paralelismo en el campo jurídico; máxime en una sociedad en la que la voz de la Justicia ha marcado, en buena medida, los tiempos, el tono y el lenguaje de la memoria social.
Por añadidura, en el caso particular que nos ocupa, sólo aquellas intervenciones que desafiando el poder de veto realmente existente se adentren en el estudio de uno de los temas tabú por excelencia, el de la “justicia revolucionaria” —cuyas prácticas más conflictivas fueron los secuestros extorsivos y las ejecuciones selectivas de personas— pueden ofrecer argumentos tendientes a demostrar, a través de la investigación empírica y el análisis riguroso, que es más plausible, en relación al hecho que se juzga (esto es, la muerte de Larrabure), que la verdad se encuentre en boca del PRT-ERP y no en la de los deudos del militar. Dicho en otras palabras, que la organización guerrillera ni torturó a Larrabure (porque la guerrilla argentina no tortura), ni lo mató (porque cuando mata, justamente porque lo considera un acto de justicia, lejos de negarlo, lo reivindica).
En fin, el caso Larrabure, nos invita no sólo a repensar el complejo vínculo entre Historia y Justicia, también a redoblar la apuesta por una historiografía crítica de las izquierdas, aunque más no sea en el más elemental y modesto gesto del oficio: la distancia entre objeto y sujeto de conocimiento. Está claro que esa criticidad puede no ser exclusiva de la cultura de izquierdas, pero es, en todo caso, su condición sine quanon.
V. C.
Memorias para los feminismos
Así como la acción de apertura del Teatro Cervantes en 2018 tomó a Marx como referencia, el 2019 abrió con una Asamblea de Mujeres que retomaba el título de aquella vieja obra de Aristófanes. A la hora del cierre, que compartimos con Diana Maffía y Rita Segato, la sala no podía estar más colmada ni más verde. El programa de todo el día había intentado —no sin una esperable cuota de fracaso— captar todas las inflexiones del deseo y la identidad, con el objetivo de demostrar que la asamblea del siglo XXI debe ser diversa, disidente, y plural en voces y cuerpos.
El panel final nos propuso responder la pregunta “¿Cómo vivir juntes?”, un interrogante que sonaba algo paradójico bajo un gobierno en el cual las condiciones de vida fueron cada vez más precarias y excluyentes. Porque, a pesar de su reconocida autonomía, el Cervantes no dejaba de ser un teatro de gestión estatal y, por tanto, resultaba pertinente responder con una crítica explícita a las formas de vida propuestas a fuerza de profundizar el neoliberalismo y sus verdades. Una suma de eslóganes entre cuyos supuestos básicos está la idea de que una comunidad de iguales (aunque diversos) se construye a puro presente, sin las pesadas cadenas ideológicas del pasado, arrasando el pasado, y limando diferencias para rejuntarlas en un voluntarioso “juntes”.
Cuanto todo eso fue dicho, Susy Shock puso la música final y esa ternura indómita que le es tan propia. A la salida alguien dijo entre lágrimas: “son tiempos nuevos”; otra emocionada agregó: es una “revolución joven”. Representaban la misma sensación que recorre las sobremesas familiares, las salas docentes o las oficinas, y que las revistas de los diarios sintetizan con la frase “el feminismo está de moda”. Ante esa observación que no deja de ser algo cierta, sostener Políticas de la Memoria se convierte en una tarea fundamental. Cuando las calles, paredes y remeras cantan “ahora que sí nos ven”, quieren decir un poco esto: hemos estado siempre. Antecedentes para el feminismo, sobran. Ancestras las hay por decenas. Es por esa historia densa que da base al presente que estallan innumerables libros y artículos; que a las instituciones les crecen secretarías y áreas donde no habían querido mirar; que una semana de agenda porteña tiene apuntadas tres actividades feministas el mismo día. En suma, la ola no es la imagen de algo que irrumpe donde había calma, sino de una fuerza descomunal que arrasa los sentidos comunes e inunda el presente con su vieja potencia contenida.
Darse políticas de la memoria es, para empezar, combatir el puro presente, el estallido por hartazgo, la incandescencia de lo pasajero. Luego construir genealogías, sacudir los cánones, diversificar panteones, revisar a los consagrados, disputar tradiciones, recuperar voces, avivar debates y reescribir como nunca. Los índices de esta misma revista dan cuenta de esa línea de intervención que pretende poner en contacto crítico el pasado y el presente. No con afán de buscar lecciones ni establecer nuevos santorales, sino con la certeza de que saberse participante de un diálogo previo, fortalece, y que reconocerse como parte de un debate histórico, inspira. Ese impulso está detrás de los artículos publicados sobre periódicos anarcofeministas, las biografías de mujeres en lucha, la correspondencia de escritoras con causa, la carta callejera de una lesbiana decidida, las recepciones diversas del feminismo europeo, los documentos de las organizaciones armadas y las biografías de los grandes intelectuales tamizados por la mirada feminista, la revolución y la utopía pensadas desde la literatura de Úrsula K. Le Guin, las problemáticas relaciones entre la militancia y la subjetividad, las utopías y el amor, las peripecias políticas y literarias de ensayistas, poetas y maestras, y muchas escrituras más.
Años antes, otra revista nacida en la misma casa, El Rodaballo, pulsaba el debate teórico y político del feminismo, en esos años que van de mediados de los noventa a los primeros años del kircherismo, pasando por las jornadas del 2001. Al mismo tiempo, el acervo del CeDInCI crecía bajo la certeza de que había que abrir su condición de “archivo de izquierdas” a las expresiones emancipatorias de toda laya y a los movimientos sociales diversos. Así se preservaron materiales ligados a los Encuentros Nacionales de Mujeres, la lucha por el aborto legal, el activismo gay, los derechos humanos, etc.. La casa de Flores supo albergar el paso fugaz de un Grupo de Estudios Feministas que anunciaba sus variadas actividades en el número del año 2006. Aquella saga tomó forma más explícita diez años después cuando se creó el Programa de Memorias políticas feministas y sexogenéricas presentado en el número de 2017 con un artículo de María Luisa Peralta y dos documentos inéditos sobre las memorias de los activismos LGTB. El Programa tomó por nombre breve “Sexo y revolución”, la frase que selló la política de rebelión y deseo que enarboló el Frente de Liberación Homosexual en los tempranos setenta.
Por último, trabajar las memorias como políticas y las políticas con sus memorias, no es un ejercicio de exoneración de las izquierdas. Al contrario, implica enfrentar con audacia crítica las aristas patriarcales que las atraviesan. Y recordar que, sin bien hay en sus arcones plumas misóginas y heteronormadas, también guardan discursos que han agitado siempre la potencia de la subjetividad y del deseo cuando se sueña con transformar el mundo. Es nuestra tarea hacerlos presentes, volverlos disponibles y, sobre todo, combatir desde allí la utopía liberal con su diversidad publicitaria, individualista y deshistorizada.
L. F. C.
1 Fechado en 1969, “Estudiantes y política” apareció por primera vez en versión italiana como el séptimo capítulo del libro de Portantiero Studenti e rivoluzione nell’América Latina (Milán, Il Sagiatore, 1971). Su primera publicación en español fue recién en 2012, cuando lo tradujimos con Adrián Celentano y lo publicamos junto a un artículo introductorio para la revista platense Los trabajos y los días. Revista de la Cátedra de Historia Socioeconómica de Argentina y Latinoamérica de la Facultad de Trabajo Social (UNLP) nº 3. Esa traducción fue cedida para la publicación de Rinesi y Puigróss. Y antes se editó en La nueva izquierda argentina (1955-1976). Socialismo, peronismo y revolución, volumen que dirigió Cristina Tortti y codirigieron Adrián Celentano y Mauricio Chama (Rosario, Prohistoria, 2014).
2 “A 200 años del nacimiento de Karl Marx. ¿Vuelve el filósofo que diseccionó el capital?”, en revista Ñ, Buenos Aires, Clarín, 30/3/2018, pp. 6-8.
3 Juan Dal Maso, “En qué sentido vuelve y tiene que volver el marxismo”, en Ideas (normativas) de Izquierda. Revista, 10.02.19, en línea: https://www.laizquierdadiario.com/En-que-sentido-vuelve-y-tiene-que-volver-el-marxismo
4 Guillermo Iturbide, “Marx y un ‘marxismo antimilitante’”, en Ideas (normativas) de Izquierda. Semanario, 13.05.18, en línea: https://www.laizquierdadiario.com/Marx-y-un-marxismo-antimilitante