Resumen
En mayo de 1968, en momentos de intensas movilizaciones contra las políticas económicas y el autoritarismo del gobierno de Jorge Pacheco Areco, el prestigioso semanario uruguayo Marcha publicó un editorial donde su veterano director, Carlos Quijano, evocaba la “imagen de los desesperados” para dar cuenta de la impetuosa irrupción juvenil en las calles de Montevideo. Citaba al entonces influyente Herbert Marcuse para decir que la ola de movimientos estudiantiles que barría el mundo era propulsada por legiones de jóvenes “desesperados” ante las escasas oportunidades económicas, sociales y culturales que se les ofrecían en sus respectivos países. También sostenía que estos movimientos no miraban a Moscú, como había hecho gran parte de la izquierda hasta el momento, sino a China y a Cuba: “Marx, pero ante todo Mao. Y también Fidel y el Che, cuya muerte heroica le otorga un resplandor sin par.” El Che, seguía el editorialista, “es el héroe y es la aventura y la vida y la muerte gloriosas, pero sobre todo la prefigura del ‘hombre nuevo’. La imagen de los desesperados cuando ‘sólo los desesperados pueden devolvernos la esperanza’.”
Unos pocos números después, mientras seguían creciendo las movilizaciones estudiantiles, un lector, autodenominado “Joven Comunista”, envió una carta al semanario en la que, además de rechazar la incidencia del líder chino y reivindicar el ejemplo soviético, se inspiraba en el Che para contradecir a Quijano (y a Marcuse): “Somos revolucionarios, no desesperados.”