Abstract
La tarea de introducir el tema de la guerrilla de los años sesenta y setenta en América Latina representa un desafío que trasciende el ámbito académico. Y es que volver sobre esas décadas, encerradas en el cuadrilátero de la Guerra Fría, tensiona, en la gente de mi generación, una cuerda autobiográfica que hace que ese tramo de historia comparezca a la conciencia con la fuerza de lo que se vivió personalmente. No sólo porque se respiró la atmósfera de pavor de los estados de sitio y toques de queda, o porque se perdió un familiar o un amigo en el pandemonio de la violencia política que campeó esos “años de plomo” —sea con el propósito de alumbrar la revolución o de abortarla— sino también porque, más allá de las conflagraciones armadas y vicisitudes regionales, se trató de un tiempo axial durante el cual se moldearon varias de las características culturales y sociales que hoy están presentes en nuestras sociedades. Por tanto, asomarse a esa época, no muy distante cronológicamente, pero que, sin internet ni celular en su cotidiano nos da la impresión de pertenecer a un pasado remoto, puede ser aleccionador ahora que el espíritu maniqueo y la política del miedo han vuelto a reconfigurarse en nuestras democracias.
Comenzaré elaborando algunas ideas generales en torno al tema de la guerrilla, que en la historiografía latinoamericana aparece como un fenómeno endémico que estuvo presente, con mayor o menor fuerza, en todas las épocas, y que denota, en distinta medida, la precaria constitución del Estado, vale decir, la incapacidad de integrar, proteger y representar a toda su población y hacer valer sus leyes e instituciones en todo el territorio nacional. En razón de ese déficit de legitimidad doméstica, el Estado fue desafiado intermitentemente por grupos insurgentes de distinta índole, forma y contenido. Sobre el trasfondo de esa pauta estructural, la fase guerrillera de los años sesenta y setenta del siglo pasado acusa ciertos elementos distintivos, tales como el número elevado, la amplitud y simultaneidad de los brotes insurgentes en varios países de América Latina, su común referencia a la Revolución Cubana, y la conexión supranacional existente entre varias de las organizaciones guerrilleras, el reverso de la articulación que se advierte con relación a los regímenes militares de esa época. A lo largo de dicha trayectoria, el vocablo “guerrilla” conservó, en el imaginario social, la connotación de lucha popular y anticolonial de que se impregnó en los albores del período republicano al referirse a los grupos irregulares que lucharon por la independencia. Y aunque siempre hubo guerrillas de signo contrario, esa acepción altruista, casi romántica, prevaleció por mucho tiempo sobre otras dimensiones, algunas escabrosas y censurables. Hoy, en razón del conocimiento adquirido, y de nuevas formas de conceptuar la violencia política y sus secuelas, la voz “guerrilla” ha perdido el aura de otrora y es objeto de disquisiciones más ponderadas y respaldadas empíricamente.