Resumen
A propósito de Patricio Bascuñán Correa, Masivas e ilustradas. Portadas de libros de bolsillo en el Cono Sur (1956-1973), Santiago de Chile, Lom Ediciones, 2023, 324 pp.
Los discursos autoritarios y dictatoriales, tan revigorizados hoy en día, multiplican sus medios para aplastar lo diferente y lo plural, las expresiones de igualdad, libertad y progreso que aborrecen no sólo como ideas, sino como objetos palpables. Por eso, una de sus dianas históricas predilectas ha sido la asfixia, la censura, y en algunos casos la destrucción, de libros e impresos variados. La mano represiva crece en violencia cuando irrumpe contra procesos revolucionarios, incluso si no se asume como fuerza de la contrarrevolución e incluso si esas revoluciones ocurren en el ámbito del mundo impreso. De una circunstancia y un periodo histórico semejantes, previo a la catástrofe militarista de Chile y Argentina —y en medio de las persecuciones de la Revolución Libertadora y la Revolución Argentina en este último país— se ocupa precisamente el investigador Patricio Bascuñán Correa en Masivas e ilustradas.
A partir de la década de 1950, en efecto, arranca la etapa en que la “revolución del libro”, como la define el sociólogo Robert Escarpit, avanza en ambos países del Cono Sur, hasta que la polarización y la violencia política siegan el rumbo en los años 1970. El fenómeno está enmarcado por la perspectiva, heredera de Eric Hobsbawm, de unos “largos años 1960” como la denominó Claudia Gilman en Entre la pluma y el fusil (2003). En ese sentido, también podríamos añadir la visión de otra revolución interrumpida, retomando a Adolfo Gilly, aunque sus coordenadas históricas y geográficas sean muy distintas tanto como sus consecuencias sociales directas aparecen con mayor sutileza.
La “revolución del libro” refiere la aparición de un nuevo objeto masivo que cambiará las condiciones de producción, circulación, distribución y consumo de obras, gracias entre otras cosas al abaratamiento del papel y a nuevas técnicas de impresión, difusión y publicidad, aupadas por el auge de los medios masivos y los nuevos lenguajes de la cultura de masas. Arma de doble filo, este moderno libro de bolsillo, hijo del capitalismo estadounidense, irá desplegando por América Latina su potencial tanto social como comercial, mediante colecciones populares o ediciones universitarias cuyos tirajes habían crecido sustancialmente respecto a las décadas anteriores. Con tirajes superiores a los 10 mil ejemplares, esta nueva forma libresca sube pronto a la cresta de la ola de su época y fomenta la revolución cultural sesentera, las luchas contra la descolonización, los discursos enfrentados de la Guerra Fría, así como el potente acicate intelectual de la Revolución cubana en el ámbito latinoamericano.
Para seguir el hilo del auge y la circulación de libros masivos, Bascuñán Correa atiende un elemento clave, original y transformador: las portadas, expresión de una cultura social, visual, muy presente y de varias capas. Su perspectiva no puede ser más adecuada para lo que se propone: estudiar un fenómeno complejo de la sociedad y una producción —del libro de bolsillo a la edición popular— tan variopinta como inabarcable. Tanto los códigos informativos de las portadas, perdurables desde que existe la imprenta moderna (título, autor, pie de imprenta), hasta las novedades del diseño gráfico (abstracciones, tramas, cuatricromía, fotografía), permiten enlazar una inmensa gama editorial. En ella se traslucen deseos de “modernización cultural” y aspiraciones a “democratizar el conocimiento” —sustentadas en idearios ilustrados, desarrollistas y revolucionarios— (Cfr. Bascuñán Correa 2023, 15), tanto como las expresiones de corrientes ideológicas en pugna del periodo —desde las proscripciones del peronismo, la vía chilena de Allende, el guevarismo o el desarrollismo— sin obviar, por último, la literatura, incluyendo todo el universo de la creación latinoamericana, en las coordenadas del boom y alrededores, así como las ediciones pulp y la literatura de quiosco.
Como suele ocurrir con las historias del libro del siglo pasado, el arco es amplio, pese a que ocurra dentro de la cartografía sudamericana cercana al autor, y en una pinza temporal acotada: entre la fundación de la Editorial Universitaria de Buenos Aires, Eudeba, (1956) y la desaparición de la Empresa Editora Nacional Quimantú en Santiago de Chile (1973). No obstante, la puerta de acceso y de contacto de las portadas también acota, en cierto modo, las búsquedas. Y permite, sobre todo, una aproximación novedosa para entender las circulaciones, la creación de públicos y expectativas, y los usos sociales y políticos de la edición en este estudio material y contextual.
Apunto novedosa por varias razones, aunque el “giro material” de los años 1980 con su contundencia sociológica ha dejado de ser novedad. Lo es, más bien, por el planteamiento teórico de Bascuñán Correa, que nos aleja del sendero tradicional de la historia del arte —o de cierto tipo de historia del arte apegada al fenómeno estético—, y nos acerca al rico abanico de producción de efectos y contextos de la cultura impresa y visual. En lo específico, atiende las relaciones texto-imagen (la imagentexto), la “construcción social de la visión” y la “construcción visual de lo social” formuladas por el teórico de la imagen W. J. T. Mitchell en sus propios acercamientos y análisis (Cfr. Bascuñán Correa 2023, 25). Sin embargo, lo novedoso es que la presencia de Mitchell y sus consideraciones teóricas quedan velados, como en filigrana, ante la preeminencia de los contextos y de las condiciones que impone al libro la cultura de masas, bajo la guía teórica tanto de Escarpit como de Umberto Eco. En este sentido, aunque no lo anuncie explícitamente, me atrevo a afirmar que la obra de Bascuñán Correa es la de un historiador de la sociedad y la cultura, donde las portadas son un vehículo formal significativo, una impronta de necesidades, formas determinantes y funciones sociales, pero las condiciones de producción, circulación y recepción imperan.
Precisamente, Masivas e ilustradas tiene un diseño editorial y un orden de lectura que intercala el amplio trayecto reconstructivo de los contextos sociales, ideológicos, literarios y editoriales, con el análisis del diseño de portadas; es decir, dos tipos de textos se alternan: el cuerpo central con sus nutridas notas y referencias, y el que acompaña a las riquísimas ilustraciones de portada, párrafos descriptivos y analíticos con una tipografía sin serifas más amplia, una suerte de extensión analítica de lo que habrían podido ser simples pies de imagen (correspondientes a cada carátula de libro). Este segundo cuerpo de texto informa, entre otras cosas, sobre los cambios gráficos y tipográficos en la visualidad de las portadas tanto como sobre las innovaciones en las distintas esferas de producción y concepción editorial (tecnologías de impresión o diagramación, tamaño, gramaje del papel, etc.). En esta parte aparecen, por ejemplo, dos ediciones comparadas de la misma obra, Sub Terra, de Baldomero Lillo (editorial Nascimento), una de 1943 y otra de 1970: el autor subraya las diferencias de formato, la calidad del papel, las solapas, la visualidad y tipografía modernizadas vs. una disposición clásica, o la impresión tipográfica vs. la impresión en offset. Mientras tanto, el cuerpo de texto central avanza por otros derroteros: los procesos ideológicos y de politización, en cuyas aguas corre la historia de la edición de ambos países.
La combinación de los dos sentidos de lectura que propone Masivas e ilustradas va conformando otra pedagogía entre la imagen y el texto, entre el diseño y sus contextos, entre la historia social y la gráfica. Esa mezcla ofrecida a los lectores es uno de los grandes aciertos editoriales de la obra de Bascuñán Correa. La lectura, en esas dos velocidades, es grata y fluida, alejada de la sobrecarga informativa o de las inflexiones retóricas a las que acostumbra la academia. No sobra decir, además, que en tanto libro profusamente ilustrado —habría sido absurdo que no lo fuera, si de portadas se trata— significa una victoria rotunda sobre los oportunismos voraces y las arbitrariedades del copyright actual, los cuales acaban anegando el viñedo del texto de tenencias legaloides, actores privados y acreedores espontáneos, hasta aplastar cualquier recurso y cualquier iniciativa de publicar libros enriquecidos con imágenes.
Volviendo ahora al quehacer del historiador, quiero destacar no sólo que se trata de una muy informada historia del libro y de la edición regional, sino de un ceñido repertorio de tres de las representaciones intrínsecas o evidentes más importantes atribuidas al libro, las cuales condicionan su forma material y su circulación tanto como su significado. Además de preclaras y de gran utilidad para entender el periodo, incluso en otras zonas de América latina, estas tres representaciones interrelacionadas se diseminan por todo el recorrido y le dan una coherencia vital: (1) el libro como obra filantrópica, civilizatoria; (2) el libro como herramienta de concientización y emancipación; y (3) el libro como bien de consumo de masas.
En torno a la segunda acepción, por ejemplo, no es fortuito que la propia Marta Harnecker haya dirigido la colección Cuadernos de Educación Popular de Quimantú, donde “el libro se entiende como herramienta de la lucha de clases”. Mientras que en proyectos como el de Eudeba, cuyo eslogan era “Libros para todos”, se funden las tres, con el propósito de “crear la necesidad del libro” en todas las clases sociales. Hay un énfasis aquí en el trabajo de Boris Spivacow, quien comenzó a dirigir Eudeba en 1958 y renunció por el golpe militar de Onganía en 1966. La microhistoria de la gestión de Boris Spivacow aparece como una “revolución del libro” a cabalidad: bajo su dirección se publican casi 12 millones de ejemplares y se crea un público masivo. No cabe duda de que buscar cómo se relaciona, coexiste o se enfrenta esa triada de representaciones es una lúcida forma de tratar con la gran bibliodiversidad, creciente en el periodo estudiado.
A diferencia de otras, escasas obras, aparecidas desde 2011 y que indagan en torno a las portadas, la de Bascuñán Correa no se limita a tratar aspectos teóricos generales —como ocurre en The Look of the Book o en la obra más técnica de Rosa Llop—, ni a describir la historia de una casa editorial y la de sus obreros del libro —como hace Marina Garone Gravier en su Historia en cubierta en torno al Fondo de Cultura Económica en México—, ni siquiera a profundizar en tendencias historiográficas y estéticas —como ocurre en el caso del sesudo trabajo de Silvia Fernández Hernández—. La aportación de Bascuñán Correa es única en su género porque reúne todas las anteriores, por su profundo interés en los contextos, como ya mencioné, y porque consigue no perder jamás de vista la matriz central del giro material de la cultura impresa, la de los discursos como práctica y una “interpretación general de la comunicación social”. Lo anterior es particularmente visible en capítulos cruciales como “Ideología y politización” o “Ediciones universitarias”, donde las portadas son una suerte de correlato gráfico, e intelectual —pues siempre apelan a la lectura—, de la narración histórica y sociopolítica.
Para cerrar, no puedo más que mencionar un dato sorprendente del proceso de investigación de Masivas e ilustradas. ¿Cómo llegó el autor a reunir, consultar y entrar en contacto directo y genuino con tantas portadas? Según lo que informa, él mismo construyó un “archivo personal” desde 2013, con libros adquiridos en distintos puntos de venta urbanos: ferias, puestos callejeros, librerías de viejo o en redes sociales, comprados a precio “más o menos equivalente al kilo de marraqueta” o incluso recuperados de la basura.
Ante esta ardua recolección individual vale preguntarse qué papel tuvieron para Bascuñán Correa las instituciones de memoria del Estado, aquellas de las cuales se espera que resguarden, preserven y difundan los libros, se trate o no de ediciones masivas y populares. En ningún sentido la búsqueda, el hallazgo y el deseo de un acervo individual están en duda, simplemente perdura un gran vacío y algunas preguntas: ¿en qué lugar queda la responsabilidad del Estado ante la memoria editorial y libresca, ante la historia gráfica y visual? ¿Por qué las bibliotecas públicas, barriales, universitarias, nacionales o patrimoniales no tuvieron ninguna función de utilidad en esta obra? Si el Estado de la tiranía militar destrozó el florecimiento editorial de los largos años 1960, ¿no sería justo exigirle a esos mismos Estados nacionales, a la vuelta de las décadas y los procesos democráticos, alguna responsabilidad patrimonial? Ante estos cuestionamientos, me parece que el empeño individual de Bascuñán Correa, la ingente y rica cosecha de portadas (y ediciones) que llevó a cabo, no deben terminar eximiendo a nuestras instituciones de memoria de su responsabilidad pública en la conversación, resguardo y difusión de esta materia viva. ¿No se pierde alguna parte de la historia social al perder de vista todos estos fondos y acervos impresos?
En este sentido, la discusión que abre el autor sobre los libros como vehículos o como monumentos es doblemente fructífera. Sería absurdo asumir que el Estado sólo debe conservar y difundir aquellos libros monumentales y no las obras más baratas, populares y masivas. Es injustificable que no haya políticas públicas de conservación y cuidados para todo tipo de impresos, las cuales incitan también a la revaloración y revisión de estos periodos de la industria editorial, siempre elocuentes para entender nuestros imaginarios políticos, como bien demuestra Bascuñán Correa. Ni la oscuridad golpista ni el desarrollismo económico a ultranza, ambas formas de violencia, deben apartarnos de la exigencia de memoria pública y compartida.
Alvaro Ruiz Rodilla
(UNAM)
