Resumen
A propósito de Alejandro E. Parada, Bajo el signo de la Bibliotecología. Ensayos bibliotecarios desde la posmodernidad tardía, Córdoba, Eduvim, 2023, 154 pp.
Después del sugestivo ensayo previo sobre la historia de la lectura —Lectura y contra lectura en la Historia de la lectura, también por la editorial cordobesa Eduvim—, esta nueva producción de Alejandro E. Parada se sumerge de lleno en su propio campo: la Bibliotecología y las Ciencias de la Información (ByCI). Con el honor de haber sido el primer doctorado de la carrera en la Universidad de Buenos Aires, el autor no sólo estimuló la investigación de esta disciplina, sino que se esforzó en tender puentes de diálogo hacia otras con las que se siente próximo, como la sociología, la historia intelectual, la historia social y/ o la cultural, que atraviesan a la ByCI como complemento inherente y necesario. Interpela desde sus textos y da la batalla en un nudo fundamental: la investigación de la Bibliotecología en Argentina debe sumergirse en su propia historia para afirmarse disciplinariamente.
El libro se presenta a sí mismo como un conjunto de ocho ensayos y un epílogo. En la introducción, Parada expone con claridad los objetivos del trabajo: por un lado, dar cuenta sobre la multidisciplinariedad que abriga la Bibliotecología y los cruces interdisciplinarios posibles. Por otro, reflexionar sobre las mutaciones a las que está sujeta la disciplina y sus profesionales, en relación intrínseca con las sociedades latinoamericanas en las que se encuentran inmersos y los acelerados cambios a los que están sometidas. Por último (y quizás el más importante): “empoderar el ensayo bibliotecario como una herramienta de crítica… como un instrumento de pensamiento para elaborar nuestra ‘narrativa profesional’”, esto es, fortalecer el discurso de la Bibliotecología para instalarla de pleno derecho en la intersección entre las ciencias sociales (a las que pertenece) y las Humanidades (que le aportan densidad). Toda la obra, además, se encuentra atravesada por la preocupación urgente que impone el avance tecnológico.
El primer ensayo coloca a la biblioteca como un “dispositivo cultural” y reflexiona sobre los desencuentros entre las estructuras de una ciencia creada en la modernidad y los desafíos que significó la revolución comunicacional a partir del advenimiento de internet y la nueva sociedad de la información. Una de las conclusiones de este primer texto repara sobre la “metamorfosis de la espacialidad” que esta nueva era, calificada por nuestro autor como posmoderna, impone al quehacer bibliotecario, que surfea entre un mundo material (el de los acervos físicos) y uno virtual (el que propone la digitalización). Ambos tópicos son objeto del segundo ensayo, donde analiza el problema y profundiza los argumentos.
El tercer y cuarto ensayos son el corazón del libro, no sólo por su extensión (sobradamente más amplios que el resto), sino por los temas abordados, inquietud sustancial en Parada, que los entrelaza de tal modo que podrían leerse como una continuidad.
El primero de ellos se propone repensar la competencia de las bibliotecas públicas en función de las mutaciones sociales que trajo aparejadas el nuevo milenio. Lo que preocupa al autor es cómo sacar a las bibliotecas de su imagen cristalizada, de un quehacer, anacrónico por momentos, aferrado a las viejas tradiciones y prácticas del siglo XX, y empujarlas a abrazar a un potencial universo de lectores que, en los hechos, ya no las visitan para leer, sino que les demandan nuevas competencias. Es aquí cuando se plantea si las bibliotecas, dada una de sus misiones de origen, que las imbrican con lo social, no deberían transformarse para asegurar los derechos civiles, formar ciudadanos y sostener a la comunidad, de ser necesario, en tareas educativas y sociales como la alfabetización informacional, la inclusión para el empleo, etc.
Podría señalarse que, hasta este punto, se trata de lo que las bibliotecas públicas, sobre todo las populares y/o las de las colectividades, han hecho desde siempre, esto es, involucrarse con los problemas de la comunidad y atender demandas que exceden la gestión de sus acervos, mediante la extensión cultural. Pero se trata, según el autor, de definir nuevos márgenes de actuación, con requerimientos que implican reaprender la tarea profesional y revisar las misiones de las diferentes bibliotecas. Resulta acuciante imaginar cuál sería el límite, puesto que se corre el riesgo de convertir la gestión de los acervos en el apéndice de una tarea más inmediata (la de responder a las necesidades de los usuarios/as). Las sociedades modernas diseñaron diferentes instituciones con distintos fines, cabe preguntarse si el único camino que le queda a las bibliotecas es diluirse al modificar sus propósitos en pos de responder a los cambios sociales, es decir, pasar de ser dispositivos culturales a centros de atención social, o resistir con respuestas más creativas que revaloricen su misión.
Asimismo, ante el caos uniformante y a la vez fragmentario que ofrece el mundo digital, Parada plantea —y en línea con las transformaciones posibles— que resulta imperioso conectar las bibliotecas con su entorno y su comunidad de usuarios en términos identitarios, acercándose a la historia local a través de la guarda de toda producción cultural de la comunidad, lo que podría augurar relaciones más estrechas con los usuarios, que verían reflejada su idiosincrasia en un espacio propio. Por último, amparándose en los conceptos de “herencia cultural” y “herencia patrimonial” —frente a la tendencia de digitalización del patrimonio, que colocaría a la producción digital como una “escenificación de la cultura impresa”, y, por lo tanto, devendría patrimonio museístico— se pregunta si no es necesario abandonar la denominación “Bibliotecología” por una más genérica como “Ciencias de la Información” para estimular el “vigoroso vínculo que une a los archivos, las bibliotecas y los museos” y “ver como un todo o un continuum a los bienes patrimoniales, la historia local, el presente bibliotecario y las tendencias de la biblioteca pública en los años que vendrán”.
Esta última cuestión supone la utópica biblioteca digital universal como un proyecto no tan lejano; sin embargo, la realidad sobre los recursos concretos que se requieren para su realización y los que habitualmente se disponen en los espacios públicos permite imprimir un signo de interrogación sobre los pro y los contra de la propuesta. En principio, los acervos documentales tienen mucho para perder en el cambio de una denominación específica por otra genérica que no sólo incluiría a las bibliotecas, hemerotecas, archivos y museos, sino también, por ejemplo, al periodismo y/ o a todo aquello que implique el trabajo con información, particularmente desarrollos vinculados a la tecnología de datos, unificando en un mismo paraguas cosas muy diferentes como lo son el patrimonio cultural, por un lado, y la comunicación activa de la comunidad y las TIC, por otro.
El cuarto capítulo inicia con un recorrido histórico de las bibliotecas y una de sus características constitutivas: su carácter inherentemente político. Parada interpreta, tal como señala Terry Eagleton (2000; 2017), que las bibliotecas, en tanto dispositivos culturales, adquieren significación cuando se reconocen como una fuerza necesaria desde lo político. El texto se explaya desde los orígenes de las bibliotecas hasta lo particular en la Biblioteca de Mayo (razón de la tesis doctoral del autor) y la creación de las bibliotecas populares argentinas en 1870 para ilustrar “la amplia concepción política de las bibliotecas y de las prácticas lectoras” y desde allí preguntarse en qué momento la profesión bibliotecaria dejó de considerar político su desempeño. Se interna así en los debates que, según señala, fueron despolitizando sus prácticas. Reconstruye además la influencia de los Estados Unidos en la configuración moderna de la bibliotecología en América Latina a través de la American Library Association, aunque advirtiendo que, por lo menos en Argentina, a partir de los años 1960 hubo un giro hacia la escuela francesa promovido, entre otros, por Roberto Juarroz (extraña aquí que el autor no mencione como parte de su argumentación las tensiones a las que estuvo sujeta la Escuela de Bibliotecarios primero, y luego la carrera de grado, particularmente en los efervescentes años sesenta y setenta, como bien reconstruye en su tesis recientemente defendida Leonardo Silber, período sumamente politizado tanto en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires como en la carrera, en ese momento gestionada por el “Departamento de Ciencia de la Información”).
La introducción histórica le da pie a Parada para continuar con una propuesta todavía más audaz que la del capítulo anterior sobre el rol político y social a que están llamados los profesionales en su responsabilidad de bregar por la inclusión y los derechos de los individuos. Para él, resulta indispensable “tener una voz en la biblioteca pública” que se libere de “retóricas ortodoxas”, que poco favorecen a la hora de pensar la función social de las bibliotecas y el mandato de pluralidad con que nacieron, y asistir a la “elaboración de un plan medular de acción política para lograr una mayor democratización de sus servicios” (cursivas en el original). Este tópico es el que anuda en el capítulo siguiente, donde avanza sobre los requisitos mínimos inclusivos que deberían tener en cuenta tanto las bibliotecas como los profesionales que las administran, quienes podrían cumplir un rol de “mediadores sociales activos”, en “aras de una universal inclusión”.
El capítulo seis hace un giro hacia la construcción de una historia latinoamericana de las bibliotecas. Aquí Parada revisita y actualiza un tema ya trabajado en un artículo de 2012. Se trata de un campo que se ha fortalecido en la última década y el autor lo retoma para reflexionar sobre las nuevas perspectivas y giros de los trabajos más recientes —interdisciplinarios, muchas veces producidos desde otras disciplinas, con un aporte mayoritario del norte global— y señalar algunas deudas con cuestiones todavía no encaradas, como la realización de una nueva taxonomía de las bibliotecas latinoamericanas y sus particularidades, que pueda considerar los diferentes recorridos desde sus orígenes en el siglo XIX.
El libro cierra con dos breves ensayos críticos sobre las limitaciones que por el momentos se hacen visibles en la producción científica de la bibliotecología argentina, reescritura de dos textos publicados entre 2016 y 2017 en Información, cultura y sociedad, la revista del Instituto de Investigaciones bibliotecológicas de la FFyL/UBA. El reclamo de Parada sigue vigente: es necesaria una mayor interacción con otras disciplinas como la historia, la sociología, la antropología o la filosofía, que podrían ser un estímulo y contribuir a una mayor consolidación de la investigación del campo.
Un epílogo recorre el hilo que atraviesa los ocho ensayos y medita sobre las mutaciones producidas por la pandemia en las sociedades, así como los retos que acechan a las bibliotecas y sus profesionales, que tuvieron que reinventarse ante el apresurado avance de la virtualidad. Aquí nuestro autor ofrece una vasta e imprescindible reflexión —desde su amplia experiencia profesional y académica— sobre las problemáticas que acechan a las sociedades en tiempos distópicos en los que la brecha digital es reflejo de una mayor segregación y una competencia despiadada por el acceso a derechos como la educación y la cultura. Transforma así a las bibliotecas en un “gabinete mágico” con capacidad de rediseñarse frente a los desafíos de un mundo que parece cada día volverse más complejo y nos promete una utopía redentora y humanista, que podría convertirse realidad de la mano de los bibliotecarios y las bibliotecarias de las promisorias generaciones presentes y futuras que tienen oportunidad de barajar y dar de nuevo.
Karina Jannello
(CeDInCI/ UNSAM)
