Resumen
Diario de Galileo está al filo de nuestros sentidos. Se trata de un libro difícil de clasificar según los estancos compartimentos de los géneros literarios. El texto combina el registro de un diario íntimo, el ensayístico, el poético e incluso el novelístico, siendo irreductible a cualquiera de ellos. Con una prosa fragmentaria, cruda y sensible, Macarena Marey narra y reflexiona sobre la experiencia de maternar a Galileo, su hijo autista no-verbal. Como reconoce la autora, quizás no estemos frente a otra cosa que un testimonio.
Sin embargo, el libro se resiste a encuadrarse dentro de la literatura del yo, que atiborra actualmente las estanterías de las librerías comerciales. Este género literario resulta especialmente problemático para la teoría política crítica porque asume que la introspección proporciona un acceso inmediato de las condiciones objetivas de existencia, eludiendo las mediaciones sociales y políticas que moldean nuestra subjetividad. De esta forma, la literatura egocentrada reproduce la estereotipia más vulgar y, paradójicamente, las ideas que sostienen las formas de opresión sistémica y material que atraviesan nuestras identidades. Esta limitación deriva, en última instancia, de la ontología subjetivista que subyace a este género literario, según la cual los hechos sociales y políticos pueden ser explicados a partir de lazos interpersonales y reducidos a las determinantes psicológicas de individuos aislados.
Al contrario, en Diario de Galileo los afectos no quieren ser entendidos a partir del psicologismo subjetivista, sino, más bien, como índices históricos. El malestar, el agotamiento y el enojo que Marey describe a lo largo del libro evidencian el entrecruzamiento entre su experiencia singular y estructuras sociales opresivas. Los gritos y autolesiones de Galileo no son simples caprichos, sino expresiones de rechazo a las exigencias y expectativas que un mundo injusto posa constantemente sobre él. En esta clave, el libro adquiere una potencia crítica singular para denunciar el capacitismo como una forma de injusticia estructural.
Diario de Galileo se inscribe, así, en una tradición crítica inaugurada por la psiquiatría antirracista de Frantz Fanon en Pieles negras, máscaras blancas, y continuada por el marxismo neurodivergente de Robert Chapman y la teoría crítica de la salud mental de Emiliano Exposto, entre otros. Estos enfoques no niegan la existencia objetiva de los síntomas o del autismo, pero insisten en que estos fenómenos están mediados socialmente. Como resume Exposto, el desafío es evitar “individualizar los conflictos sociales e interiorizar las opresiones, convirtiendo los problemas colectivos en infortunios de resolución privada y tratamiento personal” para politizar el malestar y la discapacidad, en lugar de concebirlos como tragedias privadas.
En Diario de Galileo, el capacitismo aparece como un murmullo monótono, constante, que invade las calles, las plazas y los consultorios médicos. Marey analiza estos fenómenos en términos similares a los de la investigadora sobre discapacidad y capacitismo, Fiona Kumari Campbell. El núcleo del problema radica en la tendencia a naturalizar e identificar el modelo neurotípico con la idea ontológica del ser humano. Dicho ideal fija nuestras expectativas y exigencias sobre los comportamientos posibles, calificando toda desviación como sub-humana o no-humana. Ahora bien, Marey hace algo más: devela el carácter ilusorio del supremacismo de la capacidad. Este se revela como una mera apariencia, ya que depende de que interioricemos la compulsión social por anular la discapacidad: buscar su “cura” o, en última instancia, aniquilarla. Más aún, la neuro-normatividad hegemónica se funda y sostiene en la ignorancia capacitista, una forma de sesgo cognitivo que nos cierra a la escucha de otras formas de comunicarnos, de habitar el espacio y el tiempo. Es más, la racionalidad dominante conlleva un déficit ético y epistémico, en la medida en que nos vuelve incapaces de ver el daño que hacemos sobre otrxs, incluso cuando no sea el efecto deliberado de nuestras acciones. Su forma última es el escepticismo sobre la existencia misma de la neuro-divergencia, aunque esta ignorancia adquiere diferentes modalidades. En este sentido, puede calificarse al capacitismo como un tipo de violencia epistémica, simbólica y material, cuya capilaridad y temporalidad son difusas, y cuyo resultado es la negación de la agencia ética y epistémica del cuerpo discapacitado.
Con todo, Marey no conceptualiza la opresión capacitista únicamente en relación con el estatus social. Desde una perspectiva interseccional, como la de Kimberley Crenshaw o María Lugones, dicho enfoque resulta excesivamente reduccionista: asume que la constitución subjetiva se resuelve sobre un único eje de las relaciones sociales, aislado de otras formas de opresión. Al contrario, Marey expone la co-implicación entre las relaciones sociales capitalistas y la neuro-normatividad hegemónica. En primer lugar, el modelo capacitista aparece asociado a la idea del adulto funcional, definido en base a los imperativos del mercado de trabajo. En segundo lugar, Marey advierte acerca de la única forma en que la neuro-normatividad capitalista logra asimilar su desviación: mediante la mercantilización y burocratización de su tratamiento médico. Dichos procesos tienen como resultado el acceso desigual a las condiciones básicas de reproducción social: la opresión se reparte de forma diferente entre la población neurodivergente, en tanto se entrecruza con las relaciones de clase, raza y género.
De esta forma, el análisis de Marey permite entender al capacitismo capitalista como un caso de injusticia estructural. Este concepto, acuñado por Iris Marion Young, refiere a aquellos resultados injustos que, de forma sistemática, ponen a determinados grupos bajo la amenaza de dominación o privación de oportunidades. Esta tesis constituye uno de los logros conceptuales más destacados de Diario de Galileo, y podría enriquecerse aún más si se vincula con las teorías críticas de la forma del valor y con la corriente del marxismo neurodivergente. Un análisis de esta naturaleza apuntaría a mostrar cómo el nexo social del valor —al privilegiar un único aspecto de la reproducción material humana, el gasto de fuerza física— constituye una forma de validación social que impone la asociación entre salud, normalidad y productividad, produciendo la discapacidad como población sobrante. Una línea teórica de este tipo mostraría el capacitismo eugenésico como un rasgo central y estructural de las relaciones sociales capitalistas.
Malena Maia Antmann
(Instituto de Filosofía “Alejandro Korn”, Facultad de Filosofía y Letras/ UBA)
