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Alan Badiou

Resumen

El Siglo, de Alain Badiou, plantea una cuestión política e historiográfica de primer orden. El libro, aparecido en 2005, intenta, como lo dice Badiou en una conversación con Jean-Claude Milner unos años después (2012), hacer un “balance propio del siglo XX”, heterogéneo respecto al balance dominante. Se trata de que la contundencia de los hechos no asfixie al pensamiento, de realizar un movimiento en el terreno de la “política de la memoria” para retomar el nombre de la apuesta editorial que hoy generosamente nos acoge. Ante la evidencia de que la revolución ya no designa un planeta en el firmamento, es decir, de que la revolución ya no está en órbita, o incluso, permítasenos decirlo así, de que la revolución ya no revoluciona, conviene detenerse a pensar lo que la desaparición de ese planeta implica, las causas de su desaparición y las perspectivas que abre. Inmediatamente aparece una retahíla de  preguntas. El vínculo entre revolución y comunismo: ¿es tan estrecho como parece? ¿La desaparición de uno de los términos implica la del otro? La política emancipatoria del siglo XX, ¿no deja ver ya, por cuenta propia, un vínculo problemático entre revolución y representación? ¿Se abriría, a partir de allí, un futuro nuevo para el comunismo?

Pero tal vez convenga no avanzar tan rápido, ni tan recto. Detengámonos en algunas dificultades que suscita el párrafo anterior. La primera: ¿a qué se refiere Badiou con “el balance dominante” del siglo XX? 

Permitámonos una respuesta a quemarropa: a la moralización del pensamiento contemporáneo que cree, con Kant, que la moralidad del acto es un asunto de las intenciones, pero que, a diferencia del sabio de Königsberg, es bastante perezoso a la hora de sistematizar las máximas de su acción. El balance del siglo XX considera que las masacres del siglo, que antes nombramos como “la contundencia de los hechos”, se deben a las pretensiones desmedidas de un pensamiento intransigente, inclinado al desborde totalitario, y propone en su relevo, una forma de escepticismo diversificado (político, epistemológico, estético), una forma de “pensamiento débil”, que cree haber hallado la solución a la antinomia entre “política y violencia” en una forma institucional, la de la democracia parlamentaria. Badiou señala aquí las formas de la mala fe, o según la expresión más áspera que él mismo prefiere, las formas de la “complicidad abyecta”, que se concentran en esta moralización, la Europa opulenta no quiere saber nada e incluso dirige su dedo acusador contra el África saqueada durante siglos por ella misma. Este diagnóstico dominante es una forma de no comprender las masacres, que pueden describirse como “muertes infligidas a seres humanos”, pero no explicarse de ese modo. Las masacres tienen causas en políticas concretas y sólo pueden ser combatidas mediante otras políticas concretas. Dar razón de las masacres, apostar a su inteligibilidad, implica recuperar el pensamiento del siglo XX, reconstruir, y llegado el caso, formalizar, el pensamiento del comunismo, del nazismo y del imperialismo, ya que sólo así será posible juzgarlos y, acaso, evitar que sus devenires destructivos se repitan. Apostar a la inteligibilidad de las masacres implica entonces renegar de su inevitabilidad.

Badiou desarma así el estado del pensamiento contemporáneo que quiere que la indignación ante las masacres sea toda la reacción posible frentes a ellas, bajo la cobertura de la consideración de que un pensamiento riguroso acerca de las mismas es imposible (de allí su momento escéptico) y peligroso, porque su carácter ilusorio o imaginario no le impide despertar pasiones, como el entusiasmo (Schwärmerei) de la razón, al que aludía Kant, presto a convertirse en una amenaza pública, a desembocar en el fanatismo político. El balance contemporáneo es revelado, a esta altura, como una salida en falso, ineficaz. No pensar las masacres implica exponerse a su repetición. Nuestro “Nunca más” y la larga zaga de disputas que ha suscitado merece sin dudas examinarse a la luz de estos cuestionamientos badiousianos.

Ahora bien, la definición de la política como el ámbito en el cual la muerte del adversario está fuera de campo presenta el inconveniente de restringirse al adversario reconocido y en consecuencia, recoger la herencia de cierto tribalismo, tal como lo asumió Rorty con su definición de la justicia como “lealtad ampliada”, es decir, ampliada en relación a una lealtad comunitaria originaria, concebida como una suerte de peculiar a priori fáctico. La apuesta por la inteligibilidad de las masacres, por su parte, antagoniza con esta concepción de la política y se entrelaza con otra, aquella que la concibe como el proceso histórico colectivo que correlaciona la igualdad y la libertad.

Sea como sea que uno defina a la política, la constatación de un hecho duro se impone: nada en la lucha política puede garantizar que los adversarios desistan de matar. Este hecho duro, del orden de “lo real” como diría seguramente Badiou, nos parece, junto con la constatación de que la presunta no barbarie está acoplada con la barbarie, un punto de partida ineludible en la reflexión política. En efecto, la luz que arroja deja claro que el “no matar” con el que Oscar del Barco sacudió a la intelectualidad de izquierda de nuestro país, más o menos simultáneamente a la publicación de El Siglo, representa una salida imaginaria. El subtítulo de la obra que compiló dicha controversia, “sobre la responsabilidad”, permite comprender por qué. Se trata de la imposibilidad de reducir la política a la ética. Cada vez que esa reducción se intenta, podemos estar seguros, desde el vamos, de su fracaso. De allí que hablemos de mala fe. La “inflación moral contemporánea” designa al pensamiento político que cree que puede abandonar las aguas turbulentas de la política a favor del refugio en la ética, en la responsabilidad, cosa que pudo vehicular por medio del expediente de una reflexión procedimental sobre la política, es decir, restringida a sus métodos y formas institucionales. Badiou, a través de modos que muchas veces son ásperos, quiere forzar a esta forma de pensar, nuclear en el balance dominante del siglo XX, a confrontarse con sus propios límites, con la irresponsabilidad de su responsabilidad.

Otra dificultad de nuestro párrafo inicial tiene que ver con la expresión “balance propio del siglo XX” y otras asociadas, como “pensar por propia cuenta”, que implican un “nosotros” cuya identificación en el paisaje contemporáneo no podemos presumir como obvia. “Nosotros” puede comprenderse de dos maneras, como haciendo referencia a un cuerpo colectivo, lo que Badiou llamaría un sujeto, “nosotros” designaría así a quienes pensamos conjuntamente una serie de tesis o de ideas, la hipótesis comunista por ejemplo, pero “nosotros” se puede usar también, evidentemente, de una manera distributiva, haciendo referencia a un conjunto de individuos que piensa por propia cuenta, sin necesariamente pensar las mismas tesis. En este punto, el problema parece de menor envergadura en el corto plazo, porque lo que tiene consecuencias calamitosas hoy es el consenso sobre el siglo XX, de manera que, en principio, podamos saludar el disenso.

Este prefacio nos parece propicio también para delinear una posición respecto al pensamiento de Badiou, cuyo núcleo más potente es, a nuestro entender, un gesto o una sospecha, o tal vez un diagnóstico: su rehabilitación de la filosofía implica sostener, a contracorriente, que el problema no es la potencia del pensamiento, sino, justamente, la carencia de un pensamiento suficientemente riguroso. Dicho en otros términos, el problema principal con el pensamiento no está en el pensamiento en cuanto tal, sino en que tal vez no lo estemos haciendo suficientemente bien.

Los veinte años transcurridos desde la publicación del texto de Badiou al que le dedicamos este dossier y el diferente posicionamiento geográfico nos otorgan ciertos puntos de observación provechosos en relación a algunos de sus planteos. La idea de que la democracia parlamentaria y la moderación de las reformas sean un cordón sanitario contra la barbarie era más potente en la Europa de comienzos del milenio que en la Argentina de Milei, en la Norteamérica de Trump o en una Europa que elige democráticamente gobernantes xenófobos y racistas. El maridaje entre capitalismo y democracia parlamentaria, el producto que los Estados Unidos triunfantes en la Guerra Fría ofrecían como estandarte ideológico de su auto postulado rol de gendarme mundial luego de la caída del bloque soviético, se encuentra hoy en una crisis expuesta a la luz del día. Vale la pena recordar los señalamientos de Eric Hobsbawm, quien destacaba que en los años 1930s el desarrollo político de Europa no hacía prever en modo alguno una alianza duradera de la democracia liberal y el capitalismo, alianza que no podíamos encontrar más que arrinconada en en unos pocos países, o su observación acerca de la manera en la que el relato ideológico norteamericano se quebró con la segunda Guerra del Golfo, decidida esta vez, a diferencia de la primera, sin la anuencia del Consejo de Seguridad de la ONU. Si a ello le sumamos una disputa por la hegemonía del poder mundial fundamentalmente por parte de China, una potencia cuyo poderío se ha construido sin relación directa con la democracia liberal, podríamos vernos llevados a concluir que los planteos de Badiou se han visto superados por la realidad histórica, puesto que corresponden al momento fukuyamista en el que Estados Unidos se encaminaba a construir un mundo unipolar bajo su égida. 

Hay, sin embargo, dos razones entrelazadas que nos persuaden de eludir esta conclusión por apresurada. Por una parte, el enunciado que Badiou retoma de Natacha Michel, “el siglo XX ha sucedido”, posee una potencia retórica que desborda con mucho su valor referencial. Recordemos que el tratamiento inmediato de este enunciado es remitirnos a lo que el siglo XX ha pensado acerca de sí mismo e invitarnos a recorrer una serie de documentos donde este pensamiento ha dejado su huella: poemas, obras de teatro, episodios de la vida política, obras arquitectónicas en menor medida, fragmentos de discursos científicos, tesis filosóficas, etc.  A través de su pensamiento, el siglo puede verse en su carácter de acto, esto es, no en el sentido de los actos convertidos en “los hechos del siglo XX”, acerca de los cuales hay consenso y que parecen hablar por sí solos, sino en el carácter singular que fulguró en ellos en tanto pensamiento e intento de realizar lo inaudito hasta entonces. Badiou construye su argumento con la máxima potencia retórica, el contraste y el nexo entre la Europa opulenta y el África devastada es sin dudas un cachetazo a la estupidez solemne que reina muchas veces en la academia. Este cachetazo, que toma la forma de una denuncia de lo que la democracia parlamentaria no quiere ver, o se conforma simplemente con barrer bajo la alfombra, está afectado sin embargo por cierto “perennismo”, que llevaría a postular que una forma institucional posee siempre y en toda circunstancia el mismo efecto. Probablemente ésta no es la tesis de fondo de Badiou, pero lo cierto es que el filósofo francés no toma ningún recaudo contra esta pendiente de la interpretación de sus tesis. Latinoamérica ofrece, a nuestro entender, un campo de observación diferente al que ofrece África. Los regímenes democráticos en esta región no sólo han sido vehículo de luchas y epopeyas populares, sino que en el siglo XX las demandas populares así vehiculizadas han sido en muchos casos el lugar del antagonismo en nuestro continente. Desde las luchas por la independencia en el siglo XIX, pasando por la Guatemala de Arbenz hasta llegar al Chile de Allende y su vía democrática al socialismo, la experiencia de construcción de poder popular en nuestro continente impone una reflexión más matizada.

Sin embargo, no querríamos ser nosotros también víctimas del “perennismo” que señalamos en Badiou. Es evidente que, luego de las dictaduras de los 1970s, los regímenes democráticos constituidos en Latinoamérica, si bien no han sido expurgados de toda potencia popular o plebeya, han sido singularmente domesticados en su potencia transformadora. El principal síntoma de ello es que los procesos de transición democrática han elegido concentrarse en las formas institucionales (sobre todo elecciones periódicas) haciendo abstracción de las formas sociales en los que los rituales eleccionarios se desenvuelven, volviéndolos compatibles con regímenes de acumulación del capital que las desacreditan a los ojos de las mayorías populares. Dicho de otra manera, Badiou cuestiona la hipocresía de unas democracias parlamentarias que se asientan sobre una opulencia que es el resultado de una brutal desigualdad en la distribucion internacional de la riqueza, y la mención al tráfico de carne humana para fines de esclavitud deja en claro cuál es la naturaleza de la causalidad que explica este proceso. Ahora bien, en las democracias latinoamericanas, y en particular en la democracia argentina que el año pasado celebró sus cuarenta años ininterrumpidos, nos encontramos con sociedades que acrecientan exponencialmente la desigualdad en la distribución de la riqueza en su interior, lo cual también deja en claro cuál es la naturaleza de la causalidad que explica la ausencia de interrupciones a esta forma institucional. Los consensos democráticos de los años 1980s, ahora lo vemos con claridad, incluían como una cláusula implícita el sacrificio de unos por otros. Eso forma parte ineludible de lo que designa la expresión “convivencia democrática” cuando las formas procedimentales del consenso se construyen sobre la miseria planificada, sin voluntad de cuestionarla.

El presente dossier surge de la invitación realizada a distintos colegas a reflexionar sobre este libro de Badiou, proteico y desbordante. Para mencionar algo que tiene que ver apenas con la petite histoire, al realizar la invitación a algunos colegas, confiaba en el “destiempo compartido” que caracteriza la práctica de la docencia, es decir, ese fallo en los sobreentendidos, productivo o frustrante, la más de las veces ambas cosas, a través del que se desarrolla la actividad con alumnos que han nacido en su mayoría en el siglo XXI. La arremetida multifacética y tal vez heteróclita que Badiou emprende contra el balance dominante del siglo XX consigue que la singularidad del siglo XX, y a través suyo también la de nuestro propio tiempo, se recorten una contra otra en un juego vacilante de fondo y figura. Un primer acercamiento tuvo lugar en octubre de 2024 en una mesa de las III Jornadas de Filosofía Contemporánea de la Universidad Nacional de La Plata, bajo el título: “El Siglo de Alain Badiou, la pasión de lo real y los porvenires que cantan” en la que participaron Analía Melamed, Adrián Celentano y quien esto escribe como expositores, con el comentario de Tatiana Staroselski y Germán Prósperi. La mesa dejó una estela de conversaciones y posibles proyectos futuros, fruto de la potencia desbordante del texto badiousiano, a la que se sumaron luego otros colegas: Leandro García Ponzo, de la Universidad Nacional de Córdoba, y Gustavo Chataignier, actualmente en Chile, en la Universidad Católica del Maule.

Como se podrá apreciar a través de la lectura, los trabajos abordan el texto de Badiou desde distintos ángulos, intereses y realizan en consecuencia distintos recorridos, y no necesariamente comparten el diagnóstico general que acabamos de esbozar. 

Leandro García Ponzo, en “Lo que permanece del Siglo en nuestro tiempo” intenta realizar un análisis de la posición, o las posiciones, del sujeto frente a lo real en el siglo XXI, tomando como punto de comparación, como modelo para armar y para desarmar, la posición de sujeto que Badiou caracteriza como la propia del siglo XX, la de la pasión de lo real, que García Ponzo parafrasea por momentos como “vocación de lo real”, caracterizada por un impulso a buscar lo real en tiempo presente, sin miramientos por la destrucción o los riesgos. A través de un sugerente uso de conceptos del psicoanálisis, Ponzo intenta navegar las tormentosas aguas del presente, sin que los recaudos que toma acerca de la posible precipitación y carácter conjetural de sus reflexiones hagan mella en su osadía o en su lucidez al señalar que una renegación de lo real, a mitad de camino entre su negación y el deseo de su supresión, es el rasgo definitorio de la subjetividad contemporánea. En una confrontación que presumimos difícil con el optimismo de su maestro Badiou, Ponzo toma distancia del racionalismo sin cortapisas que discierne en la filosofía badiousiana, apoyándose en lo que el psicoanálisis permite pensar acerca de la constitución pulsional del principio de realidad.

Gustavo Chataignier en “El siglo y la eternidad: elogio badiousiano de la filosofía en la contingencia” aborda la difícil tarea de trazar un mapa de la comprensión filosófica del siglo XX ensayada en El Siglo a la luz de las categorías que articulan el pensamiento sistemático del autor del libro: acontecimiento, sujeto, verdad y ontología neutra. Chataignier destaca la importancia de la categoría de la oposición en el libro, de la figura del Dos y la importancia que allí reviste la emergencia de un pensamiento sustractivo. 

Analía Melamed presenta en “El último lector: sobre el método para pensar el siglo” una suerte de recursividad por la cual quiere aplicarle a El Siglo su propia medicina, es decir, leer El Siglo de Badiou a la manera en la que Badiou lee por ejemplo a Osip Mandelstam, a Saint-John Perse, a Kazimir Malévich, o a Bertolt Brecht, esto es, encontrando los modos de subjetivación que se plasman en los textos literarios, en las superficies pictóricas o en las puestas en escena teatrales. Retomando algunas tesis de Ricardo Piglia, Melamed se pregunta qué implica la figura del filósofo lector. Se abre allí un espacio de posibles turbulencias y tensiones productivas en el pensamiento de Badiou, que tal vez permitan pensar un Badiou a pesar de sí mismo. 

Tatiana Staroselsky, por su parte, en “El siglo que comenta: un comentario sobre El Siglo” ensaya una caracterización del siglo XXI a través del género literario que parece corresponderle de manera paradigmática: el comentario. Lo que a primera vista se presenta como una carencia, la renuncia a los ideales y las utopías que definieron al siglo XIX y la renuencia a la acción que caracterizó al siglo XX y su passion du réel, retomado en este trabajo en su aspecto de “pasión por lo real”, presenta, según Staroselsky, cuando lo observamos a través del prisma del comentario como género literario, una potencialidad filosófica propia, ligada a la productividad de la escritura y al establecimiento de una tradición. 

Quien esto escribe, finalmente, en “El Siglo, Alain Badiou y el tiempo histórico” intenta reconstruir el contraste que Alain Badiou plantea con el balance conservador del siglo XX, que tiende a no ver allí otra cosa que un desborde de entusiasmo y totalitarismo. Este balance es desmontado exhibiendo la barbarie de la no barbarie, es decir, las maneras en las que política y barbarie se entrelazan en el propio siglo XXI, lo que lleva a considerar la manera en la que el siglo XX asumió dicha conjunción, en contraste con el modo en el que el siglo XIX creía haberla resuelto al entregarse a un devenir histórico progresivo. El siglo XX descubrió el sinsentido de lo real tanto de modos pasivos (al padecer lo real) como activos (al apasionarse por lo real, por el acto) de allí que su concepto central sea justamente, según Badiou, la “passion du réel” concepto ambiguo que abarca tanto las formas activas como las pasivas. 

La pasión de lo real se despliega según dos lógicas: lógica identitaria, que desemboca en la destrucción total, y lógica de la diferencia mínima, que, sin eludir la destrucción, abre un despliegue productivo infinito. Badiou se propone extraer la conjunción “política y barbarie” de su moralización contemporánea como una condición para proponer otras políticas, cuyo nombre genérico es “comunismo”, que comprendan  causas en profundidad las causas de las masacres, y las desactiven.

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