Matías Farías, A propósito de Cristian Leonardo Gaude, El peronismo republicano. John William Cooke en el Parlamento Nacional
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Palabras clave

Peronismo

Resumen

A propósito de Cristian Leonardo Gaude, El peronismo republicano. John William Cooke en el Parlamento Nacional, Los Polvorines, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2015, 112 pp.

El peronismo republicano de Cristian Gaude recorta como objeto de análisis el periplo parlamentario de John William Cooke durante el primer gobierno de Perón, con el objetivo de identificar de qué modo republicanismo y peronismo se articulan en un discurso político. Se trata de una tesis que sigue los protocolos de la investigación académica, pero al mismo tiempo de una intervención que habilita un conjunto de preguntas sobre el presente. El cruce entre la investigación y la intervención es lo que nos proponemos reseñar aquí.

Comencemos por la tesis. Frente a una larga tradición, de la que participan peronistas, no peronistas y anti-peronistas, que considera a la expresión “peronismo republicano” como un oxímoron de la lengua política, Gaude sostiene que dicha expresión encuentra una articulación consistente en los discursos de Cooke como diputado nacional por la Capital Federal durante el primer gobierno de Perón.

Esta sola afirmación supone un doble “descentramiento” polémico. Por un lado, respecto al propio Cooke, ya que sus discursos en el parlamento adquieren la suficiente densidad en el texto de Gaude como para leer desde aquí la entera “unidad de vida y obra” de Cooke, desplazando así el papel central que las distintas bibliografías y memorias militantes le asignan a su acción en el marco de la Resistencia Peronista, o como “ideólogo” de la izquierda peronista. Por otro lado, lo que aparece también descentrado en esta argumentación es la palabra de Perón, porque en la tesis de Gaude no sólo se afirma que hay un peronismo republicano, sino también que hay peronismos cuya decodificación puede realizarse sin tener en cuenta la voz de Perón en el gobierno. De hecho, la tesis nada afirma acerca de si el discurso del propio Perón podría o no ser leído en clave republicana y ello no implica ningún obstáculo para que Gaude desarrolle esta investigación.

Sin embargo: ¿en qué sentido sería republicano el peronismo de Cooke? Para responder esta pregunta, Gaude apela a un uso no contextualista de los historiadores contextualistas, entre ellos, Quentin Skinner, para recuperar dos formas antitéticas de republicanismos en un plano de análisis que evoca menos a la cuestión del “régimen político” que a la temática del discurso político: el republicanismo “liberal” —la adjetivación corre por cuenta de Gaude— y el “popular”. Así, y en una distinción que recuerda las categorizaciones que comenzaban a circular desde fines de los años setenta en Latinoamérica respecto a la “democracia formal” y la “democracia participativa”, Gaude caracteriza al republicanismo “liberal” como un discurso fundamentalmente individualista, anti-estatalista, que piensa la libertad en clave negativa, es decir, como “ausencia de impedimentos”, que establece una clara escisión entre esfera privada y esfera pública —y en esta distinción aquella tiene prioridad sobre ésta— y que en definitiva asocia la política con la neutralización de la conflictividad de cualquier raíz; en cambio, el “republicanismo popular” constituye el verdadero espejo invertido del “liberal”, en tanto queda definido como un discurso estatalista basado en una radical interpretación del principio de la soberanía popular, que apela al bien común como instancia superadora de la escena escindida entre lo público y lo privado propia del liberalismo, que recupera el valor de la conflictividad como pilar de la dinámica política y que finalmente concibe a la libertad no en términos negativos sino, en diálogo con Pettit, como “no-dominación” y, más aún, como “autogobierno”.

Ahora bien, la distinción polémica entre dos republicanismos antagónicos pierde algo de su fuerza provocativa ante el tipo de indagación a la que nos invita el texto: dada una retícula conceptual previamente definida, el trabajo crítico se reduce en última instancia a ponderar hasta qué punto el pensamiento de Cooke se ajusta a alguno de estos casilleros con antelación diagramados, aunque el lector puede sospechar rápidamente que, así definidas las cosas, el de Cooke no puede dejar de ser un republicanismo popular.

Sin embargo, para alcanzar esa conclusión es necesario asumir algunas premisas que no están argumentadas en el texto. En efecto, cuando el autor se dedica a identificar núcleos de sentido que permitirían filiar el discurso de Cooke como parlamentario con el “republicanismo popular”, lo que se ofrece como evidencia es un conjunto de tópicos que conservan un “parecido de familia” con algunas de las variantes del “revisionismo histórico”, o de los tantos nacionalismos que proliferaban en la década del treinta y del cuarenta, entre ellas, el enfrentamiento entre elite y pueblo como clave explicativa de la dinámica histórica y política, el diagnóstico por el cual se caracteriza a la Argentina como un país “semicolonial”, la reivindicación del caudillismo como mediación insuprimible entre masas y Estado, entre otros.

Ahora bien: ¿alcanza con apropiarse de una lectura “revisionista” —de las diversas vertientes que circulaban en aquella época, por otra parte— para definir a un discurso, en este caso, el de Cooke, en términos de un “republicanismo popular”? En verdad, algunos revisionismos, como el de los hermanos Irazusta, quizás puedan ser inscriptos en el horizonte de los republicanismos, pero difícilmente en alguno de los que se pueda adjetivar como “popular”; y el “revisionismo” forjista, por citar otro ejemplo ¿colocaba en el eje de sus demandas la cuestión de la “república”? Las preguntas en torno a este punto pueden multiplicarse: ¿es el “pueblo” del revisionismo el “pueblo” de la voluntad general de Rousseau? ¿Ocupa la figura del caudillo un rol similar al que ocupa la figura del “Legislador” en el republicanismo radical? El antiimperialismo revisionista, ¿expresa centralmente una preocupación por la “república”? ¿Es, finalmente, el discurso histórico revisionista un discurso de legitimación del Estado o, como más bien parece, un discurso de impugnación de la voz estatal? En torno a la otra referencia utilizada por Gaude para filiar a Cooke con el republicanismo popular, el Nicolás Maquiavelo de Discursos sobre la primera década de Tito Livio, se podrían plantear preguntas similares. Desde el punto de vista del contenido, pero sobre todo desde el punto de vista de los usos del lenguaje disponible, las equivalencias que supone el texto parecen más complejas de lo que su autor estaría dispuesto a reconocer.

Si ello es así, es porque el razonamiento que sostiene esta argumentación se basa en gran medida en una analogía según la cual la distinción entre “republicanismo liberal” y “republicanismo popular” resulta equivalente a la distinción entre “historia liberal” y “revisionismo”: es esta analogía la que por contraste invita a sostener que el nacionalismo popular de Cooke es prueba suficiente de un discurso que se coloca en las antípodas del liberalismo argentino, también en su versión republicana. Pero el problema de este supuesto, además de los interrogantes arriba mencionados, es que buena parte de las representaciones atribuidas a Cooke por Gaude también formaban parte del repertorio de lo que podría caracterizarse como el “republicanismo liberal” argentino en sus distintas versiones decimonónicas. Así, el revisionismo popular no era original cuando planteaba la necesidad de representar a la Nación por sobre los intereses de las partes que la componían: tal como señala Tulio Halperín Donghi, es Bartolomé Mitre quien con el Partido de la Libertad inaugura en la tradición política argentina la idea de que su partido debía aspirar a representar a la totalidad del cuerpo político y no a alguna de sus partes; a su vez, la legitimación de los caudillos como mediadores entre instituciones y pueblo, si bien en clave historicista, esto es, no como el corolario último de la historia sino como una de sus fases admisibles, se puede encontrar tanto en la mitrista Historia de Belgrano como —y fundamentalmente— en las Bases del Alberdi, donde los caudillos son reconocidos como sujetos políticos legitimados para conducir el proceso de modernización que añoraba el intelectual tucumano; finalmente, la impugnación a la oligarquía en clave popular no es un invento ni de Cooke ni de sus fuentes revisionistas, sino que es un tópico reconocible desde la emergencia del “civismo” que se activa en la Revolución del Parque y que en ocasiones se conjuga con componentes “irredentistas” que dejan su huella en distintas vertientes intransigentes del radicalismo que, por supuesto, Cooke no desconocía e, incluso, de manera insospechada, en diversas generaciones políticas venideras. En este sentido, resulta sugerente el modo en que también Halperín Donghi reconoce en los versos de Francisco Urondo que forman parte de Adolecer —al fin y al cabo una trayectoria política con bastantes puntos en común con la de Cooke—, los ecos de ese “civismo irredento” decimonónico.

De este modo, el discurso de Cooke se torna difícil de caracterizar en los términos en que lo hace Gaude por dos razones convergentes: la tradición republicana argentina no es tan sencilla de caracterizar a partir del clivaje liberal/popular y los usos de lenguajes nacionalistas que aparecen en el discurso de Cooke no necesariamente se orientan a la legitimación de una República Popular. De hecho, lo que Cooke busca es legitimar una experiencia, la Revolución Peronista, y lo que singulariza su intervención es el modo de inscribir esta legitimación al interior de la experiencia peronista, una modalidad recurrente en su entera trayectoria. En efecto, Cooke es el nombre que encierra un drama histórico y político bien concreto: de qué modo una experiencia política popular —la Revolución Peronista— que Cooke tempranamente, en calidad de parlamentario, comprende como una experiencia política radical —y que insiste en caracterizarla en esos términos años después como referente de la Resistencia Peronista o como intelectual orgánico de la izquierda peronista revolucionaria— puede, sin embargo, alcanzar o “elevarse”, en el sentido hegeliano del término, a su verdadero concepto, pero al interior de un diagnóstico según el cual la historia es pensada no como el terreno apolíneo de la dialéctica, sino como un campo de fuerzas en disputa con resultado incierto en virtud del carácter opaco que median entre los sujetos y sus identidades políticas. Es por ello que no resulta difícil identificar la unidad de vida y obra de Cooke en el cruce complejo que surge entre una vocación intelectual que busca conceptualizar una experiencia política popular y transformadora —y que la tesis de Gaude ofrece, sin proponérselo, sobradas evidencias sobre cómo éste intenta, en tanto parlamentario, legitimar en términos conceptuales e ideológicos a la Revolución Peronista (sin que nadie le encargue esa tarea, empezando por Perón)— y a una militancia arrojada a la historia en la que ha de darse la batalla para que finalmente el sujeto político de la Revolución Peronista alcance, comprenda y realice su significación histórica. Aunque suene clásico y convencional, lo que queremos decir simplemente es que en el Cooke parlamentario detectamos un intento de conceptualización e ideologización de la experiencia peronista en términos esencialmente similares a lo que expresó más tarde la izquierda peronista de la cual él fue su principal mentor, entendiendo por “izquierda peronista” la voz dentro del peronismo que se identifica con el movimiento nacional no por lo que es, sino por las potencias transformadoras que sería capaz de desatar en tanto se haga cargo de su misión histórica, diferenciándose así del peronismo doctrinario que cierra filas dentro de un esquema de mando “papista” o de su vertiente más conservadora que encuentra en cada manifestación popular la aquiescencia divina.

Si la tesis de El peronismo republicano resulta controvertida respecto al propio pensamiento de Cooke, no menos cierto es que, desde el punto de vista de los debates que promueve ya en tiempo presente, el libro de Gaude termina siendo una intervención de índole cookeana. En efecto, si El peronismo republicano es un libro esencialmente cookeano es porque al plantear que el republicanismo es una memoria o identidad política disponible en la historia del peronismo, ello habilita la apropiación de este legado en la actualidad. Dicho de otro modo, el republicanismo popular sería una forma de autoconciencia disponible para el peronismo en estos días. La pregunta que se desprende aquí es si el kirchnerismo, dentro de los peronismos vigentes, sería la experiencia histórica que el concepto de “republicanismo popular” reclama significar.

Gaude nada dice respecto a estos temas, pero el destinatario de este libro conoce que las ideas del director de la tesis, Eduardo Rinesi, van en ese sentido. En efecto, según un diagnóstico que sostiene que el anti-kirchnerismo construyó hegemonía adueñándose de los sentidos políticos socialmente legitimados de la “República”, se tornaría necesario entonces presentar una disputa en torno a este concepto y El peronismo republicano contribuiría a esta tarea ofreciendo evidencias de que el actual peronismo dispone de toda una tradición —y de un nombre clave, el de Cooke— para dar esta disputa cobre significación histórica. A su vez, ello permitiría explorar una vía de análisis alternativa a la agenda teórica laclausiana (en la que el vínculo entre poder político y participación popular aparece mediado por el debate en torno al populismo), para de este modo recolocar la cuestión del Estado —lo no pensado según Rinesi desde la transición democrática— en el eje del debate sobre el nexo entre poder político y pueblo.

Como sea, y aunque no sea éste su objeto, el libro de Gaude deja abierta la pregunta acerca de las zonas de intersección entre el peronismo y la tradición republicana argentina en tiempo presente. ¿Es el republicanismo un límite que el peronismo está dispuesto a imponerse —con más o menos transgresiones, pero límite al fin— para asumirse “democrático”, tal como lo reclamaba en los ochenta su “renovación”? ¿Es, más que un límite, una forma de construcción política genuina, pero retraducido en una jefatura que se ejerce en nombre del “bien común”, sobre la base de una autorización popular, en contra de los poderes indirectos y corporativos y en territorio estatal? ¿Sería el “republicanismo popular” la verdadera consumación del postulado de la “autonomía de la política” de la que tanto se hablaba en los ochenta? ¿Esa intersección entre republicanismo y peronismo es la misma que la que existe entre legalidad y legitimidad, en los términos en que hoy puede aspirarse a una confluencia en este sentido? ¿O la conjunción entre peronismo y republicanismo sólo ha de darse en el contexto de la excepción, es decir, en el seno mismo del conflicto entre la legalidad y la legitimidad, y entonces el peronismo sería así un republicanismo de excepción, al estilo 2002? Finalmente, el peronismo o mejor, el kirchnerismo, su mejor intérprete por doce años, hoy derrotado: ¿ha sucumbido porque perdió la disputa por la república o, más trágicamente, porque perdió la disputa por lo popular? ¿Sería el Frente Ciudadano el modo de reasumirse republicano y popular pero en tiempos en que ya no dispone de la conducción del Estado? Si todas estas preguntas que se desprenden de esta intervención resultan sugerentes, es probablemente porque la versión que ofreció el kirchnerismo del peronismo ha sido la más cookeana de todas, en el sentido en que Gaude describe la etapa parlamentaria de Cooke en este libro interesante para pensar el presente.

Matías Farías
(UBA)

 

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