Resumen
En 1962, Cuba decidió defender su revolución, buscando crear bajo su patrocinio una línea de defensa con guerrillas extendidas por todo el continente que operara como un cinturón de defensa. La lucha armada rural fue promovida como el mejor método —sino el único— método de toma del poder, contrapuesto al gradualismo o al pactismo de los partidos comunistas, que, a los ojos isleños, demoraban la lucha en espera de que se dieran las “condiciones objetivas” para la revolución. Bolivia, desde entonces, fue escenario privilegiado de la nueva doctrina: en 1963, sirvió de lugar de paso y santuario para las guerrillas que Cuba esperaba asentar en Perú y Argentina; cuatro años más tarde, como es suficientemente sabido, fue el centro de operaciones del Che, dejando un legado que se expandió por el Cono Sur del continente americano: el “foquismo”.
Tras el asesinato del Che (9 de octubre de 1967) emergieron, sin embargo, otras variantes de lucha armada que, tomando la inspiración guevarista, la modificaron. Así, privilegiaron la lucha urbana y no la rural o buscaron otra relación entre lo militar y lo político, subordinando lo primero a lo segundo, a diferencia de la receta guevarista.
En estas páginas se muestra cómo los herederos y las herederas del Che afrontaron en Bolivia las contingencias teóricas y prácticas de remontar la derrota de Ñancahuazú e iniciar una discusión —o cerrarla— para aproximarse a las nuevas condiciones políticas locales y continentales. Asimismo, se trata de establecer y de analizar las mutaciones, las continuidades y las contradicciones en la historia del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y de su sucesor, el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia (PRT-B), en la álgida década comprendida entre 1967 y 1977.