Europa entre hegemonía y democracia
Estrecheces de una unión

José Fernández Vega*


El poder de Europa

Reacciones al Crash

Empresa Europa

La política del coup

¿Qué democracia?

Referencias bibliográficas

Resumen

Abstract

Keywords

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Universidad de Buenos Aires. sefeve@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6857-4786.

Antes de la invasión rusa a Ucrania, el presidente francés y el canciller alemán se habían entrevistado en el Kremlin con Vladimir Putin intentando mediar para evitar un conflicto armado que Estados Unidos (en adelante EE.UU.) anunciaba de manera insistente mientras Rusia lo desmentía.

Cuando las tropas rusas cruzaron la frontera, el 24 de febrero, el mundo pareció volver de pronto al viejo bilateralismo de la Guerra Fría. Pero la situación incluía dos rasgos novedosos respecto de aquella época: las hostilidades no se desarrollaban en la periferia sino en suelo europeo; además, el conflicto ya no era vicario sino protagonizado por una de las superpotencias que, desde los tiempos de la Guerra Fría, se había transformado por completo. La antigua potencia soviética estaba disuelta. Su núcleo había pasado a formar una federación todavía inmensa pero menos extensa, rodeada de una mayoría de vecinos ex-soviéticos y ex-comunistas, rápidamente occidentalizados, que en las últimas dos décadas y media habían pasado, uno a uno, a integrar una alianza militar hostil, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (en adelante OTAN), antes de convertirse en miembros de la Unión Europea (en adelante UE o también “Unión”).

Recobrada de la enorme crisis que supuso su transición al capitalismo a lo largo de la última década del siglo pasado, Rusia había recuperado también su categoría de potencia de primer orden no sólo por su vasto arsenal nuclear sino por sus recobradas capacidades militares y geopolíticas. Ahora Moscú no estaba dispuesto a tolerar que Georgia y especialmente Ucrania, a las que consideraba dentro de su área de influencia geopolítica, se unieran también a una organización militar dirigida por EE.UU. Algunos analistas rechazaron el argumento de que estos países representaran una verdadera amenaza militar y pusieron el acento en otras tensiones, como la intención de sectores dirigentes ucranianos de escapar a la zona de influencia rusa e incorporarse a la UE, además de la OTAN. Otros observadores descartaron en cambio que hubiera reales posibilidades de que Ucrania fuera aceptada en alguna de esas organizaciones y consideraron el argumento de Moscú como una excusa para justificar sus ambiciones de poder imperial sobre la región.

A todo eso se sumaba el conflicto en la región oriental del Donbás, donde Rusia alegaba que se estaba produciendo un genocidio contra la población rusoparlante, si bien ninguna organización internacional avalaba esa afirmación. Con todo, el Donbás era desde hacía años una zona de combates entre, por un lado, el ejército ucraniano secundado por milicias y, por el otro, unos rebeldes rusófilos apoyados por Moscú.

Como señaló Wolfgang Streeck, el conflicto en Ucrania de 2022 reveló de pronto el carácter subsidiario de Europa en cuestiones de verdadero peso global y puso en primer plano el protagonismo de EE. UU. y de Rusia. Ambas potencias imperiales se enfrentaban, a su vez, a su propio declive interno a nivel social y al relativo debilitamiento de su posición internacional.1 Cada una de ellas defendía en este conflicto banderas ideológicas distintas la democracia y la autodeterminación, en un caso; la tradición de llamado “mundo ruso” (russky mir) y la seguridad nacionales, en el otro pero ninguna renegaba ya del capitalismo y el agresor armado había sido claramente Rusia.

Como sea, lo que esta crisis dejó en claro es que la UE se hallaba “reducida a una entidad de prestación de servicios de apoyo geoeconómico en beneficio de la OTAN”, asegura Streeck. Su irrelevancia diplomática quedó evidenciada en el naufragio de los intentos de mediación de Francia y Alemania, sus dos miembros más poderosos, nunca tomados muy en serio por Moscú. Para Streeck, “Con el retorno estadounidense, el poder de disciplinar a los Estados miembros de la UE ha migrado de Bruselas a Washington”.2


El poder de Europa

Mientras Streeck deploraba la subordinación de Europa a la geopolítica estadounidense, ahora reforzada por la agresión rusa, una estrella ascendente en el panorama de la teoría política del viejo continente celebraba la decisión alemana de quebrar viejos tabúes arraigados en el procesamiento de su lúgubre pasado. Tras la invasión a Ucrania, Berlín había decidido aumentar su presupuesto militar, una demanda largamente exigida por EE. UU. pero impopular entre su población. El “despertar geopolítico” de Alemania, su autocrítica por la gran dependencia del suministro de gas ruso y su decisión de enviar armas a Ucrania debe ser saludado, escribió el neerlandés Luuk van Middelaar, como una transformación del papel que Europa se atribuye en el plano internacional. Ella “ya no debe ser el ángel que batalla para liberar al continente y al mundo del mal y la tiranía, sino un actor mortal, más estratégico y realista a nivel político, que además comprende los límites de su poder y de su tiempo”.3 Claro que este “despertar” armamentista no implicaba precisamente una emancipación de la hegemonía militar que EE. UU. ejercía sobre Europa (y en particular sobre Alemania) desde 1945.

A esa hegemonía no solo militar— le reserva un lugar central el último libro de Perry Anderson, Ever Closer Union? Europe in the West [¿Una unión cada vez más estrecha? Europa en Occidente].4 El título alude a una célebre frase del preámbulo del Tratado de Roma firmado en 1957 que estableció la entonces embrionaria Comunidad Europea, transformada en UE en 1986. En una primera parte Anderson analiza el desempeño de Europa durante la última gran crisis financiera y lo contrasta con el de EE. UU. a partir de un libro de referencia sobre el tema del “historiador económico moderno más destacado de su generación”, el británico Adam Tooze.5 Otras obras de este profesor de Columbia especializado en la Alemania del siglo XX son objeto de escrutinio; la revisión se expande desde la crítica historiográfica a la valoración política, pero todos estos niveles de análisis tienden a confluir en un bosquejo de la situación del capitalismo noratlántico.

La segunda parte del libro incluye tres extensos artículos concatenados aparecidos en la London Review of Books entre fines de 2020 y comienzos de 2021. En ellos Anderson intenta determinar qué clase de institución es la UE. La trama que la sostiene es muy compleja y cambiante pues abarca décadas de historia institucional, numerosos países, coyunturas globales diversas y transformaciones esenciales en el modo de acumulación a lo largo de una accidentada evolución. Anderson asegura que la Unión no solo ha sido impulsada por EE. UU. desde su prehistoria (iniciada en la confluencia de Francia, Italia, Alemania y el Benelux en una asociación económica), sino que la sigue influyendo de manera decisiva mientras que ella se limita a hacer seguidismo de las políticas internacionales de su hegemonía. Por lo demás, la mejor literatura sobre la Unión se sigue produciendo en EE. UU., puesto que la generada en la propia Unión no supera el tecnicismo ni se distingue por su vuelo crítico, si bien hay algunas excepciones recientes. En este contexto una obra de van Middelaar, El pasaje a Europa (original neerlandés de 2009), se presenta como un logro digno de atención. Anderson llega a considerar al autor como “el primer intelectual orgánico de la UE”.

¿Cómo funciona la política dentro de Europa? Este es un tema que absorbe buena parte del análisis de Ever Closer Union? En principio, las decisiones políticas se toman de espaldas a la opinión pública. Como la lucha partidaria sigue confinada en los estados de pertenencia primaria de las poblaciones, a la hora de elegir representantes la política nunca llega a ser europea en un sentido destacable. Todo esto no se debe a un déficit involuntario en el diseño institucional que se podría corregir, sino a la inspiración que dio origen a la Unión. Jean Monnet, personalidad fundacional, fue un banquero sin vínculos con los procesos democráticos y muy receptivo a los intereses estadounidenses. La impronta centralizadora y jerárquica, que ya distinguía a las instituciones antecedentes de la UE, derivaba de la gravitación del estilo político francés en la posguerra, una tradición nacional que tanta resistencia popular enfrentó a lo largo de la historia. Pasados los años, la UE resultó ante todo una autoridad regulativa cuyo fin era asegurar la liberalización económica de los espacios geográficos. Se trataba de un proyecto elitista orientado a maximizar el mercado y por tanto a neutralizar la política. De las cinco instituciones fundamentales que componen la UE, sólo una es electiva el parlamento aunque carece de las principales prerrogativas que detentan las legislaturas en las democracias liberales.6 Despojado de iniciativa legislativa, no elige autoridades ejecutivas; su papel es casi ceremonial. Por eso la participación popular en la elección de sus miembros es cada vez menor en los distintos países europeos. Esto manifiesta la existencia de un enorme vacío entre la ciudadanía y la UE.

Anderson había iniciado su examen crítico de la UE, de su trayectoria y la de sus principales miembros nacionales, en un libro publicado unos doce años atrás, The New Old World.7 En Ever Closer Union? el análisis se actualiza y se abre a nuevas realidades, pero también se intensifica.


Reacciones al Crash

Estimulado por un comentario de Cédric Durand a Crashed (2018), el libro de Tooze sobre la crisis, Anderson realizó su propia evaluación del que calificó como el mejor estudio sobre la gran conmoción capitalista desatada en 2008.8 Durand le había reprochado a Tooze que pasara por alto las relaciones entre la economía real y las finanzas, la forma de riqueza más fetichista y cuyo dominio sólo se completa cuando capta el aparato estatal. Anderson, por su parte, le objeta que en su libro no haya una explicación estructural de la centralidad que adquirieron las finanzas, cuya enorme expansión comenzó hacia 1980. La eliminación del patrón oro por la administración Nixon, una consecuencia de la guerra de Vietnam que Tooze también ignora, facilitó las condiciones de salida de la crisis de 2008 puesto que en la de 1929-1931 los Estados no podían emitir para estimular la economía. La Europa del euro se vio precisamente sometida a ese tipo de constricción debido a sus pactos de inflexibilidad fiscal. En contraste con la “libertad imperial” que mostraba el dólar, la rígida zona euro respondió con una inicial austeridad que demoró la recuperación de una crisis cuyos síntomas se hicieron sentir allí incluso antes puesto que sus bancos estaban más expuestos que los de EE. UU.

La fuerte interconexión financiera entre EE. UU. y Europa es, para Anderson, el tema central del estudio de Tooze, quien sin embargo desconsidera el diseño ordoliberal y la consiguiente hegemonía alemana vigente en la UE en materia económica, algo incluso reconocido por Jürgen Habermas, y que llevó a la imposición de aquella perniciosa austeridad inicial. En contraste, EE. UU. probó una solución que, lejos de ser innovadora como se asegura en Crashed, ya había sido implementada en los años 1990 por Japón cuando inició lo que un autor calificó como “el mayor programa de gasto público en tiempos de paz conocido en toda la historia”. La consecuencia fue una recuperación estadounidense pero al precio de un aumento de la concentración económica y una multiplicación de la desigualdad. Tooze encomia a China por haber aplicado asimismo lo que llamó “la mayor operación keynesiana de la historia” para enfrentar la crisis de 2008 y con ello hubiera contribuido a una recuperación del capitalismo en su conjunto. También elogia la reacción de Putin y es crítico de las políticas occidentales hacia Rusia, algo que Anderson califica como la parte menos convencional de su libro.9

Con todo, el hilo conductor tanto de Crashed como de los otros dos títulos que integran la trilogía histórica de Tooze es el dinamismo de EE. UU., cuyo papel rector llegó hasta el punto de impulsar a Europa para que abandonara su política de austeridad durante la última gran crisis económica sobreponiéndose a los inveterados prejuicios fiscalistas alemanes. Toda la interpretación histórica que hace Tooze se encuentra dominada por un “americanismo” que él mismo atribuye al influjo de su educación en la república de Bonn; EE. UU. ocupa en su narrativa el papel de salvator mundi.10 A pesar de que se define como un liberal de izquierda para Anderson una combinación muy inestable, su agenda es atlantista y su concepción neoliberal. La visión que subyace en sus investigaciones es aquella de la Guerra Fría: la lucha de la democracia contra los totalitarismos. Este es el prisma bajo el cual analiza incluso la Primera Guerra Mundial. Sobre la siguiente contienda, y contra toda evidencia, llega a afirmar que el enemigo central de Hitler no fue el bolchevismo sino el capitalismo estadounidense. Su obra es una apología de la civilización liberal cuyo defensor último es Washington, al que llega a atribuir cualidades morales especiales. Sin proponérselo, sugiere Anderson, el mérito de su trabajo consiste en mostrar “la influencia continua de EE. UU. sobre los principales Estados europeos”. En The Deluge [El diluvio, 2014] Tooze explica que tras la Gran Guerra emerge un nuevo orden mundial organizado por Estados Unidos; este volumen es una precuela de The Wages of Destruction [La paga de la destrucción, 2007] donde examina el período nazi, aunque parte de una subestimación de la Gran Depresión que tuvo “efectos más devastadores en Alemania que en ninguna otra sociedad industrial”.11

La UE, apunta Anderson, es un extraño experimento histórico, una institución que no surge ni de un largo proceso ni de la imitación de un modelo ni de una revolución o una conquista. Tiene 26 idiomas oficiales, aunque su única lengua franca es la del Estado que la abandonó el 1 de enero de 2021 tras un referéndum que tuvo lugar en 2016. Con el tratado de Maastricht (1992), firmado apenas finalizada la Guerra Fría, se estableció una moneda única (excepto para Dinamarca y el Reino Unido) y de él surgió, en un contexto regional poscomunista, la clara hegemonía de la Alemania unificada: la economía más poderosa, el país más poblado y estratégicamente emplazado en el centro del continente. Maastricht implicó el final de la soberanía macroeconómica nacional de sus firmantes, desde entonces dirigidos por el Banco Central Europeo con sede en Frankfort, organismo independiente de cualquier control político e inmune al escrutinio ciudadano.


Empresa Europa

A pesar de la euforia sobre las perspectivas económicas de este nuevo espacio en el cambio de siglo, la UE mostró un pobre desempeño en relación con EE. UU. o China, a pesar de que su PBI es mayor que el estadounidense. Un analista citado por Anderson considera que la UE es “la compañía más exitosa de la historia global”; mucho más parecida a la empresa de tarjetas Visa que a un Estado. Constituye a lo sumo una autoridad regulativa sin capacidad redistributiva ni poder fiscal. No es en realidad un Estado, ni una nación, ni tampoco una federación en sentido pleno, como pretende. Es algo más que un acuerdo inter-gubernamental, quizá apenas una confederación, pues carece de un demos real que la sustente, concluye Anderson. Su expansión hacia el Este (con fines geopolíticos pero también orientada a usufructuar el trabajo barato que le aportaba) situó la desigualdad en su territorio por encima de la de EE. UU., el país rico más inequitativo.

Los intentos por dotar a la UE de una constitución, de cuño claramente neoliberal, naufragaron por la oposición popular puesta de manifiesto en sucesivos referéndums celebrados en Francia y los Países Bajos (2005). Los daneses, por su parte, rechazaron inicialmente Maastricht y, en otra consulta, al euro; en esto último también los acompañaron los suecos. Suiza, y después Noruega, se negaron a integrarse a la UE; ambos son los países más ricos del continente y con el mejor estado de bienestar, acota Anderson. Cuando Bruselas abre sus procedimientos internos, tan opacos, a una consulta popular puede recibir rechazos contundentes en el norte próspero. Estos procesos contrastan con el expolio de Grecia, la expropiación a los depositantes chipriotas o las modificaciones constitucionales que fijan restricciones en materia fiscal a las que se vieron obligadas Italia y España.

En la retórica oficial la paz continental fue el gran logro de la UE. Sin embargo, desde 1945 no hubo una amenaza bélica a la que ella pudiera atribuirse el mérito de disipar mientras que en la crisis de los Balcanes de los años 1990 actuó más bien como un factor desestabilizador. Fue el protectorado estadounidense quien acabó controlando la situación cuando lanzó una ofensiva militar poco después de integrar a Polonia, Hungría y la República Checa a la OTAN. En la invasión a Irak la UE guardó silencio. Aunque Alemania, Francia y Bélgica se negaron a enviar tropas, los restantes miembros de la OTAN rindieron tributo a la aventura militar estadounidense brindando incluso cobertura en sus propios territorios a los crímenes cometidos en nombre de la “guerra contra el terror”. La paradoja señala Anderson es que cuando Europa estaba menos unida era en muchos sentidos más independiente”.12

Los europeos se benefician de las facilidades para el turismo y el comercio que brinda la moneda única, pero el euro, afirma Anderson, favoreció ante todo al capitalismo y no a la población y menos aún a la democracia. Ahora los europeos están atrapados en una unificación monetaria de la que sería difícil salir y cuya vigencia perjudica especialmente a los países del sur del continente.

La triste realidad es que los promotores de Europa son sectores acomodados y educados que la identifican con los valores de la Ilustración mientras que la población general se desafilia de unos procesos políticos que solo refuerzan al capital y es directamente ignorada a la hora de asumir cursos de acción. Tooze termina defendiendo la decisión tecnocrática frente a “’las pasiones irracionales de la democracia de masas’”.13 Esta es la concepción dominante en la tradición que va del neoliberalismo de Friedrich von Hayek a los ordoliberales alemanes y que tiene todavía un peso tan fundamental en la vida de la UE.


La política del coup

La penosa, aunque realista, premisa tácita del análisis de Anderson es que no hay hoy en día en la UE una presión popular democratizadora. Además, la cúspide de la Unión termina siendo controlada en sus líneas fundamentales por EE. UU., el menos cambiante de los órdenes políticos contemporáneos.

La UE es una construcción burocrática, incluso oligárquica, establecida “desde arriba”. En su best-seller El pasaje a Europa van Middelaar celebra ese origen.14 Alumno de su compatriota Frank Ankersmit, van Middelaar hizo una tesis de maestría en París con un discípulo de Claude Lefort atacando al pensamiento contemporáneo francés en el que agrupaba a seguidores de Kant, Nietzsche y Marx pues, por vías distintas, confluía en una visión despolitizadora. Más tarde apoyó la guerra de Afganistán en nombre del desarrollo que EE. UU. prometía al país una vez liberado de la opresión islamista. Anderson lo caracteriza como un liberal conservador otra ecuación por cierto muy inestable, deudor de la cultura nacional neerlandesa basada en un consensualismo político tributario del pragmatismo del mundo de los negocios donde una elite dirigente, indiferente a la batalla de las ideas, llega a acuerdos operativos a puertas cerradas.

La importancia de van Middelaar deriva de su gravitación en los núcleos de decisión de la UE y no sólo del éxito de su libro o de su formación como filósofo e historiador. En efecto, fue asesor y redactor de los discursos de Herman van Rumpuy, ex-primer ministro belga devenido en primer presidente pleno del Consejo de Europa, y colaboró también con otros altos dirigentes. Estos antecedentes hicieron de van Middelaar un académico con experiencia en el terreno político, algo inusual en el contexto intelectual europeo contemporáneo. Para buscar a otro teórico próximo al poder, señala Anderson, habría que remontarse a Friedrich Gentz, un colaborador de Klemens von Metternich en la Europa de la Restauración, época cuyo espíritu, al fin y al cabo, no se encuentra tan alejado de las regresiones conservadoras sin alternativas que asolan no solo al viejo continente sino al mundo de nuestros días.

Ankersmit, maestro de van Middelaar, había definido a la democracia como una “aristocracia electiva”. Su discípulo no lo sigue hasta ese punto, pero comulga con su anticomunismo y en su clara opción por el capitalismo. Su enemigo político no es el viejo fantasma soviético sino un monstruo posterior, ubicuo y multiforme: el populismo. ¿Cómo combatirlo con eficacia en estos momentos de crisis donde prospera?

Su propuesta consiste en recobrar fuerza política. Una posguerra pacífica y próspera, argumenta van Middelaar, adormeció el músculo estratégico europeo y debilitó su autoridad política interna. El liderazgo exige rapidez, determinación, visibilidad y una palabra autoritativa. En medio de una emergencia, romper las reglas pude ser una vía para mantenerse fiel a ellas. Este decisionismo sin metafísica, una especie de schmittianismo práctico, deriva por supuesto en una política de ocultamiento dado que constituye una gran ventaja que nada consiga interferir a la hora de asumir un curso de acción. Anderson no critica la posición de van Middelaar a partir de esta plataforma filosófica; prefiere más bien revisar, en rápidos pero solventes rasgos, la historia teórica que lleva a la adopción de ese punto de vista.

Porque los fundamentos de las posiciones elitistas de van Middelaar pueden remontarse hasta los orígenes de la modernidad política. Algunos de sus primeros filósofos buscaron la manera de establecer una soberanía legítima donde reinaba una situación anárquica a la que denominaron “estado de naturaleza”. No fue muy distinta la situación que encontraron los pioneros de la UE de posguerra. Un conjunto de Estados nacionales venían desangrados de una lucha de todos contra todos, carentes de una autoridad superior que estimulara la cooperación e impidiera las relaciones violentas entre ellos. Pero el camino elegido hacia la unidad no fue el que sugirieron Hobbes o Locke, sino otro, no menos moderno pero más remoto, indicado por Maquiavelo y que dio impulso a la raison d’état cuya evolución reconstruyó Friedrich Meinecke en una obra clásica.15 Esta solución era más elitista que la de los contractualistas y tiene el defecto, que Anderson pasa por alto, de no generar la misma legitimidad.

Alemania y Francia impulsaron el nacimiento de una Europa comunitaria y se hicieron cargo de dirigirla. En la actual UE es el Consejo la verdadera sede del poder. Está integrado por los jefes de los Estados miembros. Delibera a puertas cerradas, sin transcripciones; sus decisiones son siempre unánimes. El imperativo del consenso y un esprit de corps del estamento dirigente caracterizan esta institución no restringida por la división de poderes o los checks and balances. Estas tradiciones propias de la democracia liberal se remiten a los distintos poderes nacionales.

El Consejo se ocupa de los grandes temas tratados, política exterior y manejo de crisis pero no tiene incidencia en la política económica que está en manos del Banco Central, otra poderosa institución europea que nació con el euro en 1999 y también delibera en secreto, sin contrapesos y funciona por consenso. Su única misión es la estabilidad monetaria; la Reserva Federal de EE. UU., en contraste, hace públicas sus disidencias internas y se ocupa también de temas como el empleo. En síntesis, las dos instituciones que más gravitan en la vida cotidiana de los ciudadanos europeos son las menos trasparentes.

La política europea se encuadra muy bien en lo que Gabriel Naudé, un libertino erudito francés del siglo XVII, denominó coup d’etat en una obra publicada en 1639.16 El golpe de estado de Naudé no alude a los que asolaron a Latinoamérica durante el siglo XX; el último ejemplo europeo de este tipo se remonta al de Grecia en 1967. El coup de Naudé que domina la política europea contemporánea se define más bien por acciones repentinas, decididas en reserva, que fundan un orden muchas veces más allá de la legalidad e incluso de la moralidad. Ni las deliberaciones abiertas ni las masas tienen ningún papel. Como lo define Anderson, “es una acción asumida de improviso, en secreto, sorpresiva para sus víctimas a quienes enfrenta con un fait accompli imposible de revertir”.17 Con esta acción inesperada y súbita se busca “fundar, preservar o engrandecer un estado”. La clave es maquiavélica: el sigilo; la justificación descansa en la tradición que estudió Meinecke: la razón de Estado. Anderson anota dos antecedentes para esta mentalidad barroca según la cual las masas son despreciables e inestables, por lo que se hace imprescindible engañarlas y dominarlas ideológicamente. Uno es clásico, la kataplésis; el otro muy contemporáneo, una frase del trompetista Miles Davis que van Middelaar eligió como epígrafe a su libro: “voy a tocarlo primero y después te diré qué es”.18


¿Qué democracia?

En su revisión de la historia y la condición actual de la UE Anderson no hace sino plantear interrogantes que pueden con facilidad proyectarse para considerar la situación de las democracias contemporáneas. La ciudadanía europea juega en el contexto institucional de la UE un papel comparable al que le asignaba la tragedia ática al coro: tiene voz en las decisiones, comenta, pero no actúa. Tampoco existe una identidad europea puesto que la legitimidad del edificio político que la sostendría tiene bases endebles.

Los beneficios materiales que podrían consolidar un sentido de pertenencia se vuelven cada vez más frágiles. En esas condiciones, señala Anderson, se carece de espacio para el trabajo simbólico que afianzaría una identidad colectiva. No puede sorprender el hecho de que el influyente libro de van Middelaar evite hablar de economía. Resulta esperable, advierte Anderson, puesto que la UE neoliberal no tiene mucho para mostrar en contraste con los treinte glorieuses que consolidaron a la Europa de posguerra como faro civilizatorio. La desafiliación ciudadana, la desigualdad creciente y un rampante populismo de derecha son los resultados del proceso económico y social del último medio siglo europeo.

El bloque mercantilista que conforma la UE es una construcción tecnocrática, elitista y constituye un verdadero asalto del capitalismo a la política como tal. Por otro lado, los impulsos estratégicos más profundos que guían a Europa ni siquiera provienen de Bruselas o de Frankfurt sedes del poder político y financiero— sino de Washington. Ever Closer Union? Es un ejercicio de crítica histórica y a la vez política, teórico y coyuntural al mismo tiempo. Revisa el pasado pero para formular preguntas sobre el futuro.

La trágica guerra en Ucrania no hace más que acentuar los análisis que ofrece Anderson acerca de la hegemonía estadounidense sobre la UE, aunque su libro, aparecido cuando el conflicto no entraba en las previsiones inmediatas, solo menciona de pasada las tensiones regionales que condujeron a él.19 En un artículo publicado en mayo pasado, momento en que la situación militar parecía estancada, Marco D’Eramo sostuvo que la primera víctima del conflicto fue la agenda ambiental mundial postergada por la desesperada carrera por conseguir suministros de energía convencional.20 Pero la segunda víctima sería la UE, puesto que aún cuando no se involucrara en la lucha directa y evitara ser atacada con misiles, quedaría arruinada políticamente.

Las iniciativas alemanas para lanzar una nueva Ostpolitik naufragaron de pronto con la guerra; las ambiciones francesas de diseñar una fuerza militar europea con “relativa” autonomía se esfumaron con la invasión rusa y las especiales relaciones entre Roma y el Kremlin, que se habían mantenido a lo largo de toda la Guerra Fría, se interrumpieron. En una conclusión que podría compartir Anderson a la luz del ataque de Putin a Ucrania, D’Eramo sostiene que “Ante todo, cualquier noción de autonomía política de la UE yace extinta ahora. La totalidad de Europa se realineó con la OTAN, la misma organización que Emmanuel Macron había diagnosticado con ‘muerte cerebral’ en 2019”.21


Referencias bibliográficas

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Watkins, Susan, “An Unavoidable War?”, New Left Review, Londres, II/133-134, enero-abril 2022, pp. 5-16. Disponible en https://newleftreview.org/issues/ii133/articles/susan-watkins-an-avoidable-war


Narrowness of a union: Europe between hegemony and democracy

Resumen

La Unión Europea es una institución política muy especial que ha sido analizada desde distintos puntos de vista. Un libro reciente de Perry Anderson ofrece una interpretación crítica radical, en cuyo balance la influencia de Estados Unidos juega un papel decisivo. Este artículo intenta brindar un análisis de los lineamientos de esas consideraciones que, en primer lugar buscan mostrar los diferentes caminos que ha tomado el capitalismo europeo frente a la crisis económica general que estalló en 2008 y contrastarlo con el que siguió Estados Unidos. En segundo lugar se indaga, siguiendo el análisis de Anderson, los severos déficits democráticos que evidencia la Unión Europea. Esta visión implica una retrospectiva y obliga a una mirada que hunde sus raíces en la filosofía política moderna a la vez que cobra actualidad en el contexto de la guerra de Ucrania.

Palabras Clave: Unión Europea; Democracia; Crisis; Filosofía Política.

Abstract

The European Union is a very special political institution that has been analyzed from different points of view. A recent book by Perry Anderson offers a radical critical interpretation, in whose balance the influence of the United States plays a decisive role. This article attempts to provide an analysis of the guidelines of these considerations that, firstly, seek to show the different paths that European capitalism has taken in the face of the general economic crisis that broke out in 2008 and contrast it with the one followed by the United States. Secondly, following Anderson’s analysis, the severe democratic deficits evidenced by the European Union are investigated. This vision implies a retrospective and requires a look that sinks its roots in modern political philosophy while becoming current in the context of the war in Ukraine.

Keywords: European Union; Democracy; Crisis; Political Philosophy.

Recibido 28/04/2022

Aprobado 01/06/2022


1 Wolfgang Streeck, “Fog of War´”, Sidecar, Londres, 1 de marzo de 2022. Disponible en https://newleftreview.org/sidecar/posts/fog-of-war. Las citas están tomadas de la trad. cast. “Todos perdedores”, Sin Permiso, Barcelona, 5 de marzo de 2022. Disponible en https://sinpermiso.info/textos/todos-perdedores).

2 Ibídem.

3 Luuk van Middelaar, “History is brutally back, and Ukraine will test Europe’s appetite for the consequences”, The Guardian, Londres, 9 de marzo de 2022. Disponible en https://www.theguardian.com/world/commentisfree/2022/mar/09/history-brutally-back-ukraine-europes-appetite-nuclear-superpower

4 Perry Anderson, Ever Closer Union? Europe in the West, Londres, Verso, 2021.

5 De esta primera parte hay traducción en la edición española de la revista donde apareció por primera vez y de la que se toman las citas que aparecen en lo sucesivo: Perry Anderson, “¿Situacionismo a la inversa?”, New Left Review, Londres, II/119, noviembre-diciembre de 2020, pp. 51-103. Disponible en https://newleftreview.es/issues/119/articles/situationism-a-l-envers.pdf

6 Las cinco instituciones principales de la UE son, además del Parlamento, el Consejo, la Comisión, la Corte Suprema y el Banco Central.

7 Anderson Perry, The New Old World, Londres, Verso, 2009 (hay traducción al castellano: El nuevo viejo mundo, Madrid, Akal, 2012).

8 Hay traducción al castellano: Cédric Durand, “En la sala de mando de la crisis”, New Left Review, Londres, II/116-117, mayo-agosto de 2019, pp. 221-234. Disponible en https://newleftreview.es/issues/116. Para los datos completos de Crashed y de los otros dos libros de Tooze citados más adelante, cfr. Perry Anderson, “¿Situacionismo a la inversa?”, pp. 57, 59 y 65.

9 Ibídem, pp. 93 y 94 con referencias a las fuertes críticas de Tooze a la política que sobre Ucrania desplegaron la UE y EE.UU.

10 Ibídem, p. 96.

11 Ibídem, p. 64.

12 Ibídem, p. 78.

13 Ibídem, p. 100.

14 “(…) una obra de impresionante erudición e imaginación histórica cuyo rango de referencias intelectuales y pulimiento de estilo la vuelven incomparable con todo lo escrito sobre la UE antes o después”. Perry Anderson, Ever Closer Union? Europe in the West, p. 85 (la traducción de las citas del libro son mías).

15 Friedrich Meinecke, La idea de la razón de Estado en la edad moderna, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997, trad. F. González Vicen. Para las referencias a Naudé, autor del que se hablará enseguida, cfr. pp. 199 y ss.

16 Una versión castellana de acceso libre es Gabriel Naudé, Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado, Caracas, Instituto de Estudios Políticos, 1964, introducción, traducción y notas de Juan Carlos Rey. Disponible en
https://mcrcalicante.files.wordpress.com/2014/12/consideraciones-politicas-sobre-los-golpes-de-estado-gabriel-naudc3a9.pdf

17 Perry Anderson, Ever Closer Union? Europe in the West, p. 102; para la cita siguiente, cfr. p. 105.

18 Ibídem, p. 127. El concepto griego de kataplésis (un terror que paraliza) cierra el libro de Perry Anderson, The H-Word. The Peripeteia of Hegemony, Londres, Verso, 2017, pp. 182-183. Para una revisión de esta obra, cfr. José Fernández Vega, “Los usos de ‘hegemonía”, Políticas de la Memoria nº 20, Buenos Aires, noviembre 2020, pp. 211-219. Disponible en https://ojs.politicasdelamemoria.cedinci.org/index.php/PM/issue/view/16

19 Perry Anderson, Ever Closer Union? Europe in the West, pp. 121-122.

20 Marco D’Eramo, “Radioctive-righteousness”, Sidecar, Londres, 11 de mayo de 2022. Disponible en https://newleftreview.org/sidecar/posts/radioactive-righteousness

21 Ibídem.

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