El rescate como origen
La investigación como proyecto documental

Lucas Domínguez Rubio*


En un país que parecía neutral frente al avance del nazismo, el Instituto de Historia Social de Ámsterdam fue creado en 1933 con el fin de resguardar colecciones que se encontraban en peligro, primero en países como Alemania y Austria, poco después en casi toda Europa. Como puede verse en el número anterior de Políticas de la Memoria, dentro un largo proceso que abordó todo el siglo veinte, la gran mayoría de los centros de documentación fueron creados al calor de las dictaduras de sus respectivos países.1 Compras de urgencia, mudanzas enteras de bibliotecas, movimientos de cajas a través de las fronteras, colecciones escondidas…

La historia del IISH (o IISG) que abre esta edición resulta sin embargo particularmente significativa por tratarse de uno de los primeros proyectos en su tipo. Quien fue su responsable de biblioteca durante muchos años, Maria Hunink (1924-1988), recorre su conformación a través de las cartas resguardadas en las diferentes colecciones que hoy resguarda. A su inicio, el artículo aborda los contactos entre sus dos fundadores —Nicolaas W. Posthumus y Nehemia De Lieme— y sus colaboradorxs iniciales —la legendaria bibliotecaria Annie Adama van Scheltema-Kleefstra, el historiador expulsado de la Rusia postrevolucionaria Boris Nikolaevsky, el historiador alemán Hans Stein, el libertario especialista en Rusia Arthur Lehning, y Boris Souvarine, también fundador del Partido Comunista Francés y luego miembro central de Komitern. No obstante, el foco queda puesto en la adquisición de los fondos iniciáticos que dieron lugar a su fisonomía inicial, su prestigio y, como consecuencia, a la decisión de muchxs otrxs de mandar allí sus colecciones.

Sus primeros acontecimientos no pueden dejar de suscitar admiración. Mediante diversos viajes por el oeste europeo, sus responsables compraron colecciones de biblioteca, hemeroteca y archivo ante un peligro cada vez más inminente. Cuanto más inevitable se hacía la guerra, más numerosas se hacían también urgencias y ofertas. Con esto también los distintos competidores aparecían por primera vez. Desde Moscú, el Instituto Marx-Engels de la década del treinta parecía contar, no sólo con discutibles políticas de conservación y uso, sino además con fondos ilimitados y un interés en las mismas colecciones. Desde una situación mucho más apacible, en esos mismos años además las universidades anglosajonas comenzaban a sistematizar sus compras de documentos del exterior. También aparecían las tensiones con las promesas de organización de los acervos partidarios que argumentaban tener un derecho “formal” sobre determinados documentos y otro peligro “mayor” para la desaparición de las bibliotecas: los “coleccionistas fanáticos”. No menos importante, por último: las pasiones patológicas de los productores por sus colecciones y sus dificultades para desprenderse de ellas. Lo que requería de extensas negociaciones, punto por punto e ítem por ítem, con neurosis y arrepentimientos que llegan a despertar cierta compasión. “Es casi necesario usar la fuerza para llevar cada libro”, retoma Huninck de las cartas, y agrega: “hay que admirar la paciencia de Posthumus”.

El artículo obtiene un núcleo de tensión en lo que fue la donación fundacional que le dio reconocimiento internacional: el fondo de Max Nettlau, cuyo productor se transformó en un ícono de todos los ataques de idas y venidas antes de poder decidirse a vender su colección dispersa en distintos depósitos, en Viena, Munich, Londres y Paris. Desde Zurich, Oxford y Moscú, también buscaban comprar comprar su ya legendaria colección, cuando, incluso, desde Buenos Aires La Protesta intentó organizar una colecta para reunir fondos y confeccionar un espacio de resguardo en Argentina, traer esa inmensa cantidad de documenos y ayudar a su legendario productor en su agravada pobreza. Maria Huninck además recorre la llegada de las otras colecciones adquiridas durante los primeros años, de James Guillaume, Robert Grimm, Valerian Smirnov, Wilhelrn Liebknecht, Karl Kautsky, Lev Trotski, la biblioteca del Bund ruso, la biblioteca del Arbeiterbildungsverein, los documentos de los anarquistas españoles de lxs Montseny y Santillán, y el Archivo Histórico del partido socialdemocráta alemán con los manuscritos y cartas originales de Marx y Engels.

Se trata entonces de una historia de negociaciones, competencias, reclamos, robos, viajes relámpago, muchas reuniones, planes, estrategias de convencimiento, contratos, donaciones y escondites en la que no faltan las clásicas persecusiones de viudas. Al mismo tiempo que las otras dimensiones institucionales necesitaban su propio desarrollo con el fin de garantizar estabilidad y funcionamiento: redes de financiación, un comité científico y una revista que visibilice y valorice las colecciones que llegaban. En suma, se trata de la narración de la conformación de nuestras condiciones de posibilidad para la investigación histórica.

No menos impactante, en el segundo artículo de esta edición la investigadora Walnice Nogueira Galvão aborda el momento clave de la conservación de la colección del periodista anarquista brasileño Edgard Leuenroth (1881-1968). La mayor serie de documentos vinculados a la cultura de izquierdas que se ha resguardado en Brasil estuvo oculta por años en un depósito de un barrio obrero del cual la autora sostiene que hubo que recuperarlo mediante un verdadero “rescate”. Este acervo no sólo estuvo muy cerca de desintegrarse en casas de libros de segunda mano o de ser vendido a bibliotecas estadounidenses, sino también de ser destruido durante la dictadura militar: “la preocupación era tan grande que se temía la posibilidad de un bombardeo contra el galpón”. 1973 fue el año en finalmente comenzó a ser resguardado por la biblioteca de la recién fundada Universidad de Campinas, para un año después crearse el Arquivo Edgard Leuenroth (AEL).

Para resguardarlo hubo que esconder la actividad militante de su productor y sostener que su acervo “humanista” era de interés público para todo el pais. El archivo se adquirió de la familia del titular en asociación con FAPESP (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo), con la mediación de un grupo de profesores del Instituto de Filosofia e Ciências Humanas de la Unicamp, entre ellos, el historiador estadounidense experto en los estudios del movimiento Michael Hall, quien luego impulsó la creación de un área de estudios y la ampliación por compras del mismo acervo.

El tercer y último artículo aborda la confección de la colección del investigador Roberto Jackson Alexander, destacado sobre todo por la cantidad y amplitud de las entrevistas que realizó durante la llamada Guerra fría cultural. De hecho, pese al volumen de su obra escrita, hoy en día su nombre resulta conocido por su inmensa colección de entrevistas resguardadas en la biblioteca pública de Nueva York, y mucho más valorado como entrevistador que como investigador. Mientras su acervo resulta excepcional en su tipo, en el proceso de profesionalización de los estudios latinoamericanos, Alexander fue cada vez más criticado desde ambos hemisferios del continente, depende del contexto, tanto por sus ideas radicales como por sus compromisos como agente del imperialismo. No obstante, como recuerda John French, ha escrito casi treinta libros importantes, fue el editor principal de dos obras de referencia sobre dirigentes políticos y partidos en América Latina y compiló colecciones de documentos de Rómulo Betancourt y Haya de la Torre. A esto se suman además alrededor de 50 capítulos de libros y 400 artículos en periódicos y revistas, 200 reseñas de libros y 75 entradas de enciclopedias y anuarios.

A favor de una organización de trabajadores anti-comunista, al menos ocho de sus viajes a América Latina entre 1952 y 1959 se realizaron con fondos recibidos a través de Jay Lovestone, con recursos del gobierno estadounidense y de la CIA. Ya sea a pesar de su militancia política, o precisamente debido a ella, Alexander cruzó activamente las divisiones ideológicas para entrevistar a aquellos que participaban en organizaciones y movimientos a los que se oponía acerbamente.” Casi 12000 encuentros con fines de entrevistas no grabadas ni transcriptas, sino registradas en anotaciones. Hoy en día toda una agenda de nombres y los únicos registros sistemáticos de la voz de los dirigentes sindicales latinoamericanos de los cuarenta y los cincuenta que se conservan.

La confección de estos acervos iniciáticos al calor de las tensiones políticas del siglo veinte no sólo posibilitaron la conservación material de muchas colecciones mientras otras se escrurrían para siempre de las manos de la historia, además sus apuestas políticas y teóricas contenían hipótesis que daban lugar a la confección de una tradición. En retrospectiva, resulta obvio que la organización de estas diferentes colecciones durante el siglo XX resultó de una importancia crucial para la conservación de documentación por las posibilidades que abrían a la investigación. Los saltos tecnológicos del siglo XX junto a la profesionalización de disciplinas como la bibliotecología y la archivística concentran en estos años el desarrollo y la visibilización de los fondos documentales con los que la humanidad contará de aquí en más.

LDR


1 John Randolph, “Sobre la biografía del archivo de la familia Bakunin”, Políticas de la Memoria n° 21, Buenos Aires, 2021, pp. 64-74; akov G. Rokityansky, “El desmantelamiento del Instituto Marx-Engels. Para una biografía de David Riazanov”, Políticas de la Memoria n° 21, Buenos Aires, 2021, pp. 54-63; David Bidussa, “La Biblioteca-Instituto Feltrinelli: Fisonomía de las colecciones”, Políticas de la Memoria n° 21, Buenos Aires, 2021, pp. 40-53.

Colecciones y documentos para el estudio de las izquierdas

Políticas de la Memoria n° 22 | Diciembre 2022

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