El libro político y el “nuevo periodismo”
Un análisis de las colecciones político-periodísticas tras la restitución democrática argentina de 1983

Micaela Baldoni*


Introducción

Hacia un “nuevo periodismo”: los desafíos del polo intelectual del campo periodístico durante la ransición democrática

El desarrollo del libro político en un mercado editorial fragmentado y polarizado

Las colecciones político-periodísticas: proyectos colectivos y vocación pedagógica

Consolidar la democracia desde la “nueva información”

La disputa por el pasado y la construcción de la memoria

El “nuevo periodismo” frente a los desafíos del presente

A modo de cierre

Bibliografía

Introducción

La vinculación del campo periodístico con el mundo editorial no es un fenómeno novedoso.1 Desde fines del siglo XIX, y en especial a partir de la década de 1930 —período de auge y consolidación de ambas industrias culturales—,2 las empresas de medios y los propios periodistas han intervenido de diferentes formas en el mundo de los libros. Sin embargo, tras la restitución democrática de 1983, esta relación se volvió más estrecha, en particular, a través de la edición de libros políticos.3 En efecto, luego de los años de censura de la última dictadura, la recomposición del género político estuvo principalmente promovida por formaciones periodísticas desde proyectos editoriales de circulación restringida.4 Asociadas al heterogéneo mundo de las izquierdas y del progresismo, durante los años ochenta, estas casas editoriales lanzaron colecciones políticas orientadas a tratar las principales problemáticas del proceso de democratización.

La recomposición del género político se desarrolló así, en este período, en el marco de una configuración, en la cual la consolidación del proyecto democrático dependía de las posibilidades de pacificación social.5 Una vez restablecidas las instituciones y las reglas de juego democráticas, la revalorización de la política estuvo acompañada por una creciente apuesta por las producciones intelectuales como formas pacíficas —frente a la violencia del pasado— de disputar los sentidos del presente y los proyectos a futuro en el espacio público.6 El libro político fue, de este modo, una de las principales apuestas de aquellas formaciones periodísticas cercanas al polo intelectual que buscaban construir un “nuevo periodismo” que operara como punta de lanza del proceso de democratización.

Ahora bien, la delimitación de aquello que se considera como “político”, en este caso como “libro político”, no es algo que va de suyo. Por el contrario, como sostiene Christian Le Bart en su análisis del género, lo que se encuentra en el trasfondo social de esta etiqueta son procesos de politización mediante los cuales autores, editores o críticos definen y redefinen, a través de estrategias de presentación o de referencia a sus atributos, a una obra como “política”.7 A su vez, como sostiene Michel Offerlé en sus estudios sobre el campo político francés, estos procesos de politización delimitan fronteras que involucran inclusiones y exclusiones entre aquellas formas que se presentan como legítimas para pensar, hablar y actuar políticamente y aquellas que no lo son.8 Estas formas de clasificación social, que encuentran en las colecciones editoriales una de sus principales formas de cristalización, evidencian, por tanto, los desafíos y disputas de aquellos actores involucrados en su producción.9 En este sentido, seguir el derrotero de las colecciones orientadas al libro político durante los ochenta permite atender, por un lado, al modo en el cual se estructuraron y se rearticularon las relaciones de fuerza en el campo cultural y, por otro, a la manera en que las posiciones jerarquizadas y legitimadas en este espacio se tradujeron en formas de autoridad pública.

Para desarrollar este análisis, nos concentramos en las principales colecciones que desde el polo intelectual promovieron el género político: “Nueva Información” de Legasa, “Memoria y presente” de Contrapunto y “Presente” de Editora|12. Atendemos, en particular, a cómo, desde estos emprendimientos culturales de pequeño y mediano tamaño, se llevaron a cabo distintas estrategias de politización de las obras. Referidas a los atributos de los autores o de los editores o bien a la temática o retórica de la obra, estas formas de clasificación de un libro como “político” pueden ser explicitadas en el propio texto o paratexto, o bien acentuadas de forma implícita.10

Como resultado, mostramos que junto a la recomposición de este sector periodístico y editorial de carácter intelectual
—que adquirió, en este período, creciente relevancia en el campo cultural—, el libro político sufrió transformaciones tanto en términos de las particularidades del género como en torno al perfil de editores y autores. Uno de los principales indicadores de estas reestructuraciones en el campo cultural es que la dinamización del género fue promovida mayoritariamente por proyectos periodísticos y, en menor medida, por partidos de izquierda. En efecto, este sector partidario que había jugado un rol preponderante en el desarrollo del libro político, en particular desde mediados del siglo XX,11 tendió a lo largo de los años ochenta a ocupar un lugar cada vez más periférico tanto en el campo político como en el cultural. Frente a ello, las colecciones y obras realizadas por periodistas ganaron mayor preponderancia y, desde la tradición del “nuevo periodismo”, revalorizaron el género documental y analítico, y se orientaron hacia la investigación periodística. En ese sentido, el libro político tendió, por una parte, a autonomizarse de las inscripciones político-partidarias y, por otra, a emanciparse de la literatura y del ensayo social, el cual había sido el género dominante durante las décadas del sesenta y setenta.12

En términos de la estrategia metodológica y del corpus de fuentes abordados, el estudio se asentó en la triangulación de datos cuantitativos y cualitativos recabados a partir de diferentes técnicas. En el marco de mi tesis doctoral y de un proyecto de investigación colectivo,13 para el primer caso, se elaboró una matriz compuesta por los libros políticos publicados durante las décadas de 1980 y 1990, conformada por 515 casos. Los datos fueron recabados del registro de ISBN, de catálogos editoriales y de la revisión de ejemplares publicados y de archivos de prensa. Su análisis nos permitió, como mostramos en un estudio precedente,14 por un lado, seguir la evolución del género político —diferenciando el grado de participación en este proceso de las pequeñas y medianas editoriales de aquellas comerciales y de gran tamaño—15 y, por otro, identificar las principales colecciones que impulsaron este tipo de libros. A su vez, se realizaron una serie de entrevistas semi-estructuradas a editores, críticos y periodistas que participaron en las colecciones identificadas. Por último se llevó a cabo un análisis documental pormenorizado, a través de un relevamiento hemerográfico —de artículos de revistas político-culturales y de las secciones culturales de la prensa diaria— y bibliográfico —biografías y libros publicados— sobre el perfil de los autores y de los libros de cada una de las colecciones consideradas.

A continuación, analizamos, en primer lugar, los desafíos que atravesaron al polo intelectual del campo periodístico durante la transición democrática. En segundo lugar, damos cuenta del desarrollo del libro político en este período, en el marco de un mercado editorial fragmentado y polarizado. En tercer lugar, nos concentramos en el modo en que las colecciones periodísticas oficiaron como núcleos de socialización y de producción para las formaciones periodísticas asociadas a la tradición del nuevo periodismo. Luego, nos concentramos en tres de las principales colecciones político-periodísticas y mostramos cómo los procesos de politización de sus obras se inscribieron en una apuesta pedagógica por la consolidación democrática. Por último, atendemos a los principales factores que permiten comprender el declive de estas formas de intervención intelectual hacia fines de la década del ochenta y la huella que este proceso dejó en el género político y en la autoridad pública de los periodistas políticos.


Hacia un “nuevo periodismo”: los desafíos del polo intelectual del campo periodístico durante la
transición democrática

La apertura política iniciada a principios de los ochenta y, luego, la efectiva restitución de la democracia en 1983 modificaron drásticamente el escenario del periodismo. A diferencia de lo que ocurrió en la transición española, en la Argentina los medios masivos de comunicación no fueron una de las instituciones que promovieron la salida democrática.16 La rápida y vertiginosa caída del régimen militar, tras la derrota de la Guerra de Malvinas,17 más bien los encontró en una posición desventajosa. Las coberturas mediáticas que habían reproducido sin cuestionar las versiones oficiales de carácter “triunfalista” sobre aquel litigio se vieron radicalmente contestadas una vez que el resultado se dio a conocer.18 El desprestigio por la tergiversación de los hechos afectó a la televisión en particular;19 lo cual le otorgó a los medios gráficos, también acusados de connivencia con el régimen, una posibilidad para intentar revertir los efectos negativos sobre su credibilidad. De ese modo, los diarios de mayor tirada se sumaron al proceso democrático una vez que éste estuvo consumado y desde sus páginas siguieron el derrotero de la recién restituida vida política.

Otro rol fue el asumido por una serie de publicaciones provenientes de espacios periféricos respecto a los periódicos masivos y tradicionales, que lideraban entonces el mercado de la prensa. Nacidas a principios de los años ochenta, revistas como El Porteño y El Periodista de Buenos Aires constituyeron puntas de lanza del proceso democratizador y se convirtieron en espacios de referencia para un sector del campo periodístico. Dirigidas a un público restringido que se amplió notoriamente a lo largo de esto años, estas publicaciones —a las que denominaremos “revistas de la transición”— reunieron a buena parte de la generación que regresaba del exilio y a la camada de nuevos ingresantes que encontraron en ellas una puerta de entrada para sumarse al oficio en tiempos democráticos.

Con la recuperación y reactualización de tradiciones periodísticas de los años sesenta y setenta, desde estos espacios se gestó un proceso de reflexión sobre el rol del oficio y, con ello, de renovación del campo periodístico que tendió al desarrollo de un estilo interpretativo y opinión, contrapuesto al estilo informacional dominante en los grandes medios. Esta renovación se asentaba en un modelo profesional inspirado en la corriente del “nuevo periodismo” —desarrollado en publicaciones como la revista Primera Plana y el diario La Opinión, entre los años sesenta y setenta— el cual hallaba en las competencias literarias un criterio de distinción y jerarquización condensado en la figura de la “pluma”.20

Como señala Neveu, este tipo de figura se inscribe en un periodismo políticamente comprometido, en el que la excelencia profesional se funda tanto en la buena prosa como en la capacidad de sostener una línea editorial, a través de la construcción de un “metadiscurso de la actualidad que privilegia la expresión de opiniones”.21 No obstante, tras la abrupta experiencia de la dictadura y el exilio, los compromisos políticos pretéritos de estas plumas —vinculados en la mayoría de los casos a las tendencias revolucionaria de los partidos de izquierda o del peronismo— se reconvirtieron, en la nueva coyuntura en lo que denominamos “compromiso ciudadano”, abanderado tras la defensa de los derechos humanos. De este modo, el desarrollo de este periodismo crítico e interpretativo se conjugó con una apuesta política definida como “progresista”, que los posicionó a la izquierda del campo, la cual signó la línea editorial de estas publicaciones y, años más tarde, del diario Página|12.

La emergencia de estas publicaciones también respondía a un público particular. Debido a su carácter de emprendimientos de circulación restringida, su público comprendía a sus propios pares —en búsqueda de referencias en términos de identidad profesional— y a sectores artísticos e intelectuales y de clase media informada —en búsqueda de referencias políticas y culturales— frente a las incertidumbres que planteaba la transición democrática. Ávidos de análisis políticos, tales públicos también compartían con los productores de estas publicaciones una suerte de ilusión colectiva por la democracia. Como se condensó en el título de una recopilación de artículos de uno de los más lúcidos sociólogos de la época, el “tiempo de la política”22 había llegado y, con él, el debate de ideas afloraba desde diferentes espacios.

Si desde la lógica política amigo-enemigo, el período dictatorial estuvo signado por la eliminación de los cuerpos, los proyectos democratizadores apuntaban en cambio a disputar en el terreno político desde la transformación de las consciencias, a través de la vocación pedagógica de sus apuestas culturales. El paradigma de los derechos humanos, promovido por los movimientos sociales que nacieron durante la dictadura y que estos sectores abrazaron como propio, aunaba esta lucha.23 De este modo, las demandas de “memoria”, “verdad” y “justicia” signaron a los proyectos político-culturales que tenían como horizonte la consolidación democrática.24

Tanto El Porteño y El Periodista y, luego, Página|12 ocuparon, dentro del espectro periodístico, ese espacio vacante que se abría con la transición y que los medios tradicionales no estaban en condiciones o no tenían la voluntad de ocupar.25 A su vez, desde el ámbito editorial, las colecciones de libros políticos lanzadas por estas formaciones periodísticas condensaron estas intervenciones. Con ello, estos actores ampliaron las fronteras de su oficio, delinearon nuevos márgenes para el libro político y se constituyeron en autoridades en el espacio público. Desde estos espacios apostaron por elaborar nuevos esquemas interpretativos para revisar el autoritarismo y las posturas políticas del pasado, así como también reconstituir un periodismo que estuviera a la altura de los desafíos que planteaba la vida política nacional argentina en aquella nueva etapa.


El desarrollo del libro político en un mercado editorial fragmentado y polarizado

Tras la restitución de la democracia argentina en 1983, el campo editorial debió recomponerse de las consecuencias de la censura y la percusión del último régimen autoritario (1976-1983).26 En efecto, la quema de libros por parte de la dictadura se configuró en la memoria social de los años ochenta como el hito del ataque y del desprecio de los actores militares hacia el campo de la cultura. Aunque la censura tuvo un carácter reticular, los sectores del campo editorial abocados a la producción de libros políticos fueron uno de los más afectados. El hecho de que este sector se haya convertido en una de los principales focos de ataque no resulta sorprendente tanto por el reconocido carácter “político” de sus obras, como porque desde los años cincuenta el polo intelectual del campo editorial fue dinamizado y estuvo dominado por sectores de la izquierda.27

A lo largo de la década del ochenta, el género del libro político tuvo un importante crecimiento, en especial, entre 1985 y 1988, durante la llamada “primavera democrática”, en la cual el apoyo ciudadano y de los círculos culturales y políticos al nuevo gobierno se complementó con una relativa estabilidad económica. Si bien la producción de libros políticos tuvo lugar en el conjunto del campo editorial, en el marco de un mercado cada vez más fragmentado y polarizado, esta tendencia creciente del género se explica por el accionar del polo intelectual más que por el comercial. En efecto, como se observa en el gráfico I, mientras las grandes casas editoriales mantuvieron constante, en promedio, el número de libros políticos publicados por año, las pequeñas y medianas empresas llegaron a triplicar la cantidad de títulos a mediados de la década. A su vez, a diferencia de estas últimas, las editoriales comerciales no contaban entonces con colecciones específicas orientadas hacia el género político y periodístico.28

Fuente: elaboración propia en base al registro ISBN, catálogos, ejemplares y archivos de prensa.

Además de la censura, las políticas económicas de la dictadura quebraron la tendencia expansiva de la industria nacional de libros, que había ocupado un lugar predominante en el mercado regional e hispanohablante29. La crisis económica, iniciada en 1980, condicionó así la reconfiguración del campo editorial a lo largo de toda la década.30 Como sostiene De Diego, si bien las condiciones políticas fueron propicias para el desarrollo de la industria, en especial gracias a la posibilidad de publicar a reconocidos autores literarios nacionales que habían sido prohibidos, “la apertura política y la libertad de expresión y circulación de libros no mitigó una crisis económica que, lejos de ser coyuntural, había llegado para quedarse muchos años”.31

El desenlace hiperinflacionario de esta crisis en 1989 produjo un estancamiento de la industria en su conjunto —observable en una caída generalizada de la cantidad de títulos—, el cual afectó diferencialmente a las casas editoriales. Buena parte de los proyectos editoriales intelectuales, de pequeño y mediano tamaño, que emergieron en los ochenta e impulsaron el desarrollo de los libros periodísticos, debieron cerrar sus puertas debido a problemas financieros. Tras el impacto de esta crisis en el polo intelectual y la concentración y transnacionalización del mercado editorial producida durante la década del noventa,32 el libro político y, dentro de éste género, el libro periodístico tendieron a desarrollarse dentro de colecciones en las grandes editoriales comerciales.33


Las colecciones político-periodísticas: proyectos
colectivos y vocación pedagógica

Las colecciones, impulsadas por las plumas de los años sesenta y setenta, oficiaron como núcleo de redes y ámbitos de socialización y de producción. De hecho, en la mayoría de los casos no mantuvieron vínculos institucionales con publicaciones periodísticas, sino que las relaciones entre el ámbito periodístico y este emergente sector editorial se sostuvieron en contactos personales entre editores y periodistas. Estas relaciones de amistad o camaradería se habían tejido en las experiencias profesionales y militantes de los las sesenta y setenta; las cuales se ampliaron y consolidaron durante el exilio, a través de la constitución de redes de resistencia a la dictadura. Este pasado común aunaba sus expectativas respecto a la restitución de la democracia y conformó grupos de pertenencia que les permitió reinstalarse en el país y reingresar al ámbito periodístico. Por lo tanto, la base de estos proyectos colectivos estuvo constituida por vínculos signados por afinidades culturales y políticas.

La participación de los periodistas en el mundo de los libros había estado signada hasta entonces por una doble inscripción, resumida en la figura del “periodista-literato”. Rodolfo Walsh, en quien confluían la figura del periodista, escritor y militante fue el principal exponente de esta articulación. Su trágica muerte perpetrada por la dictadura y la revalorización de su obra lo convirtieron en un referente del periodismo de investigación y del género político. Dentro de los periodistas-literatos, también cabe destacar los casos de Osvaldo Soriano, promotor del semanario El Periodista de Buenos Aires y uno de los fundadores del diario Página|12, y Tomás Eloy Martínez, quien publicó su más reconocida obra, La novela de Perón, en entregas en El Periodista y quien luego estuvo a cargo del suplemento de libros “Primer Plano” en Página|12. Referentes del nuevo periodismo para sus pares y las generaciones más jóvenes, estos dos autores se convirtieron en faros en el ámbito editorial, sobre todo a partir de la reedición de sus libros publicados con anterioridad a la dictadura o bien durante el exilio.

A la par del éxito que tuvieron estos títulos, con la salida de las colecciones político-periodísticas “Nueva información” de Legasa; “Memoria y presente” de Contrapunto y “Presente” de Editora|12, se inició una tendencia hacia la diferenciación de los libros políticos respecto al ámbito literario, a partir de la valorización del género de investigación y de un estilo de argumentación, a la vez, documental e interpretativo. A su vez, estas obras —escritas en su mayoría por periodistas— movilizaron una concepción del oficio sumido en el ideario del compromiso ciudadano, desprovisto de adscripciones partidarias. En este sentido, además de estar definidos por el perfil de sus autores y editores y por sus temáticas, los procesos de politización de los libros de estas colecciones compartían una vocación pedagógica de civismo democrático. Esta vocación, como mostraremos, se expresaba en el proyecto de instruir a la sociedad a través de la elaboración de nuevos esquemas interpretativos para disputar los sentidos del pasado reciente y del presente, así como también para reconstituir un periodismo que estuviera a la altura de los desafíos que planteaba la vida política nacional argentina en aquella nueva etapa.


Consolidar la democracia desde la “nueva información”

Legasa era una editorial de mediano tamaño de origen vasco, que se había propuesto extenderse hacia América Latina. Tras su arribo a la Argentina, a principios de los ochenta, quedó en manos de un empresario argentino. A cargo de las publicaciones, como editor en jefe se encontraba Jorge Lafforgue, uno de los principales referentes de la crítica literaria y reconocida figura del ámbito editorial. A lo largo de su recorrido profesional, Lafforgue había formado parte de Losada, una de las editoriales nacionales que se consolidó en los años sesenta con el boom latinoamericano,34 y del Centro Editor de América Latina, uno de los principales agentes democratizadores de la cultura mediante la divulgación de la producción universitaria durante ese mismo período.35

Legasa se posiciona en el mercado del libro como una editorial intelectual, con una estrategia de edición de autores nacionales exiliados o que habían permanecido en el país en una suerte de ostracismo. Entre sus publicaciones narrativas, se encuentran buena parte de la producción de las obras de los periodistas-literatos consagrados en los años sesenta y setenta. Lafforgue recuerda esta apuesta editorial de la siguiente manera:

Tuvimos buen ojo, empecé a trabajar y fue la primera editorial que a los que regresaban del exilio después de 1983, sobre todo a los narradores –la lista es larguísima– se les publicó en Legasa. Legasa fue la primera editorial en ese sentido (…) Es decir, que vinieron exiliados, podríamos decir, externos e internos, es decir también tipos que permanecieron en el país pero sin hacer mucha bulla.36

De este modo, esta casa editorial, junto a otras de mediano tamaño —como Bruguera desde su colección “Narrativas de hoy”—,37 inauguraron una estrategia de edición de escritores que habían estado prohibidos durante la dictadura, que luego se extendió en el campo editorial en su conjunto. En este sentido, contribuyeron a la revalorización de la narrativa de aquellas plumas, que contaban con gran reconocimiento a nivel nacional, e incluso en algunos casos internacional. El proceso de politización de estas obras se inscribía, por tanto, en el perfil de sus autores, una generación vinculada a los idearios de izquierda y que desde el exilio había formado parte de las corrientes del periodismo de resistencia y denuncia. Y, por otro lado, en las temáticas abordadas, referidas como a hitos históricos o bien a personajes políticos con relevancia para la coyuntura política de entonces.

No obstante, la principal innovación de Legasa consistió en el proyecto de lanzar “Nueva Información” una colección que retomaba la tradición del ensayo político y social. Lafforgue reconoce esta singularidad: “De toda mi experiencia como editor, el lugar donde podría decir que hubo una colección definidamente ensayística, político, social, claramente establecida en ese sentido, fue Legasa, en los ochenta”.38 Como señala Saitta, esta tradición, al constituirse en torno de una etiqueta ambigua y amplia como la de ensayo, había permitido agrupar a lo largo del siglo XX a un heterogéneo abanico de obras y escritores.39 Como muestra la autora, las características que permiten aunar estas publicaciones implican el distanciamiento del discurso docto y de la literatura, sin por ello desdeñar de la buena prosa, y cuyo proceso de politización consiste en presentarse como intervenciones públicas —un llamamiento a las masas— orientadas a desentrañar las problemáticas y los desafíos nacionales en el marco de coyunturas históricas críticas. En efecto, estas obras tendieron a proliferar y encontrar gran repercusión en el público en momentos en que el país asistió a profundas crisis políticas y sociales. En este sentido, no resulta inesperada la recurrencia a este género en una coyuntura en la cual la consolidación de la democracia era un proyecto incierto y el país heredaba una crisis económica que, bajo el peso de la deuda externa, parecía limitar las posibilidades de ese proyecto.

Sin embargo, pese a recurrir a una tradición histórica, la colección “Nueva Información” resultaba innovadora por su vinculación explícita con el ámbito periodístico y, como su título revela, por la valorización de la “información” y del género “documental”. Como se expresa en la contratapa del primer título publicado, la colección se inscribe en el género del libro político no desde la revalorización del ensayo, como recordaba Lafforgue, sino enmarcando estas obras con la etiqueta de “investigaciones originales” sobre la “realidad política y social”, que se ocupan de desentrañar los “dramáticos” acontecimientos históricos y contemporáneos que incidían sobre la coyuntura:

Nueva Información, la colección de Editorial Legasa dirigida por Rogelio García Lupo, presentará originales investigaciones de la realidad política y social de nuestro tiempo, juntamente con revisiones de la historia latinoamericana y mundial. Con un amplio criterio de selección de los autores y los temas, Nueva Información insistirá en explorar los hechos más dramáticos de nuestro tiempo o aquellos del pasado que inciden sobre el presente con marcado énfasis.40

El hecho de que su director, Rogelio García Lupo, sea uno de los referentes de las plumas periodísticas, termina de darle a la colección una clara impronta periodística tanto desde la idea de su configuración como desde las redes de sociabilidad de las cuales provenían los autores. En efecto, según el relato de Lafforgue, la idea de la colección surgió de su contacto con el periodista García Lupo, a quien Lafforgue consideraba, junto a Rodolfo Walsh, una de las principales figuras literarias y periodísticas de aquellos años.

García Lupo, nacido en 1931, fue parte de la formación intelectual que durante los años sesenta y setenta, bajo la figura de la pluma, había impulsado un periodismo políticamente comprometido e innovador en sus formas literarias. Además de haber participado en los principales emprendimientos de prensa militante desarrollados en aquella época, contaba con experiencia en los espacios editoriales que promovieron la producción de la literatura nacional y latinoamericana.

Dentro de la prensa política, luego de haber colaborado con Walsh en sus investigaciones, había formado parte junto con él de la agencia Prensa Latina en Cuba, y cofundado —con la participación de Horacio Verbitsky— el semanario CGT de los Argentinos. En el campo de la edición fue, también junto a Walsh, colaborador de la editorial Jorge Alvárez, la cual constituía un cenáculo de la sociabilidad intelectual de los años sesenta.41 Luego de esta experiencia, también colaboró en la revista Primera Plana y coordinó los libros políticos de Ediciones Crisis.42 A principios de los setenta, asumió como director ejecutivo de la editorial de la Universidad de Buenos Aires, Eudeba. En el momento de la salida de la colección de Legasa, era además uno de los columnistas políticos destacados de El Periodista de Buenos Aires.

Lo que pasa es que allí yo estaba solo y con Rogelio [García Lupo], como tenía cierta relación, él me propuso dirigir esta colección y yo dije ok. Y esa colección en realidad la armó él. Bueno, sí conversábamos: él me decía “mirá, conseguí tal cosa”. Y bueno, entonces, con el aporte de él para esa colección que se llamaba “Nueva Información” (…) La colección de “Pajarito” empezó con un título de él, pero todos los libros de esa colección fueron libros que se vendieron o muy bien o, por lo menos, bien…43

Con eje en la figura de su director, la colección condensaba redes y vínculos ya establecidos, a la vez que operaba como un espacio de socialización que convocaba a nuevos actores, con quienes se mantenían afinidades político-culturales, los cuales se sumaban y aportaban al proyecto en términos colectivos.

En general era toda gente que, como en el caso de Verbitsky, que fue el primero que publicó, habían sido y eran amigos de él [de García Lupo]. Entonces decía “mirá, qué te parece, vení, che, dale que va”. Nunca hubo ninguna objeción de decir “no, ese no”. Y, después, lo que pasó es que una colección así —esto pasa siempre en las editoriales— atrae. Es decir, vos tenés un periodista más o menos “a ver, a dónde podré publicar este texto”, y agarraba venía y te lo ofrecía. Por ejemplo, en ese sentido, conocimos a Álvaro Abós, quien no estaba ligado pero acababa de llegar de España, del exilio, un tipo que era abogado y medio se dedicaba a hechos sindicales y después ha ido virando a otras cosas que nada que ver. Él entró un poco por esa razón, vino porque, bueno, vio esa colección y dijo “a ver quiénes son estos señores” y, bueno, funcionó enseguida.44

La hipótesis de la orientación periodística de la colección se refuerza si consideramos el ámbito de inserción laboral y profesional de los autores. En efecto, de los 27 títulos que se publicaron, 18 fueron escritos por periodistas y 9 por figuras vinculadas al ámbito universitario o académico. Entre los primeros, se encuentran gran parte de las plumas de los años sesenta y setenta, como algunas de las firmas que se consagraron durante la transición. Cabe destacar que entre los periodistas se presentan también cuatro casos de autores de otros países latinoamericanos, lo cual da cuenta del alcance establecido por las redes exiliares de estas formaciones intelectuales. Así, la colección alcanzó una impronta internacional, expresada en títulos orientados a tratar la situación política y social de Latinoamérica. Aunque menor, la presencia de autores de las ciencias sociales y las humanidades permite, asimismo, esgrimir la existencia de lazos y diálogos entre el ámbito académico y el periodístico. En definitiva, estas relaciones se enmarcaban —como muestra Juan Martín Bonacci en su investigación sobre las editoriales de las ciencias sociales— en un campo cultural en el que convivían actores de diferentes ámbitos, cuyas fronteras se mantenían difusas y en el cual, todavía la intervención política e intelectual primaba sobre la de las especializaciones profesionales.45

La estrecha imbricación entre la colección y las preocupaciones de estas formaciones periodísticas se expresaba también en otros aspectos iconográficos y paratextuales. Así, por ejemplo, el diseño de tapa presentaba como logo una figura que refería explícitamente al mundo de la prensa: un canillita repartiendo un diario con las siglas de la colección “NI”. Debajo de la leyenda del autor y el título, se insertaba una imagen similar a aquellas con que las revistas y periódicos acompañaban las noticias.

Rogelio García Lupo, Diplomacia secreta y rendición incondicional, Buenos Aires, Legasa, 1983, tapa; Rodolgo Terragno, Memorias del presente, Buenos Aires, Legasa, 1984, tapa.

Desde su nombre, la colección no sólo resaltaba el valor documental e informativo de estos libros sino que también daba cuenta de una “nueva” manera de abordar estos materiales. Ahora bien, ¿a qué refería esta idea de novedad? Es posible sostener que en ella se condensaban las principales premisas del proyecto de renovación del periodismo por el que apostaron estas formaciones en aquellos años. Por un lado, respecto al desarrollo de un periodismo interpretativo y analítico que lograra poner en contexto la información y brindarla como herramienta para comprender los desafíos del presente. Por otro, y vinculado con el anterior, la apuesta por un compromiso político con el proyecto democrático sostenido por la confianza en la capacidad transformadora de las intervenciones intelectuales y su rol pedagógico. De este modo, el proceso de politización de estos libros periodísticos se asentaba desde estos dos ángulos: revelar información sobre eventos políticos hasta ahora desconocida en el país y, con ello, dar cuenta de las problemáticas presentes y futuras del proyecto de consolidación democrática.

Con este ímpetu, varios de los títulos estaban conformados por una selección de artículos publicados en la prensa extranjera durante el exilio. Aunque esta selección respondía a una temática particular que podría operar como hilo conductor de la compilación, la justificación del reagrupamiento se asentaba en la preocupación y vocación política del autor. Incluso, esta preocupación por la política, podía revelarse bajo un proyecto creador que, en términos de Pierre Bourdieu, aunaba la producción periodística-intelectual del autor con el hilo de la historia.46 De este modo, lo expresaba Rodolfo Terragno en la introducción de Memoria del presente, uno de los libros de la colección que tuvo mayor repercusión:

Tardé en descubrir que estaba escribiendo un libro. Cada semana, yo creía sentarme a redactar sólo un artículo. Un hecho contribuía a mi engaño: los textos que surgían de ese ejercicio eran publicados en diversos periódicos.

Fue una noche (…) cuando entendí que —durante algunos años— había trabajado semana tras semana, en los capítulos de este libro. Estaba corrigiendo un borrador y, de pronto evoqué cosas que había escrito antes. Lo hilvané en la memoria y advertí que, durante aquel tiempo, me había dedicado a seleccionar obsesiones, a buscar motivos para divulgarlas y a exponerlas en consecuencia (…)

Quizás deba admitir que, en este caso, todas las obsesiones son una misma obsesión. Si hubiera que resumir este libro en una palabra única, yo elegiría la palabra “política”.47

Este proceso de politización de las obras se reforzaba además en la distancia que estos actores ponían respecto a otra de las grandes tradiciones del libro político argentino: la de la historia. En efecto, desde fines del siglo XIX, la disputa por los valores de una nación recientemente constituida se libró en el espacio público por un discurso docto vinculado al ámbito universitario de los historiadores. Este discurso que se validaba en el saber histórico mantuvo su legitimidad en la definición de los grandes desafíos políticos del país, pese a que competía con el del ensayo y, desde mediados de siglo XX, también con el de las ciencias sociales. Para apuntalar su ingreso al ámbito de las obras políticas, estos periodistas asentaron su propuesta en una revisión del pasado de tipo documental pero no “historicista” sino orientada por los desafíos presentes y futuros. Del siguiente modo, se expresaba esta idea en el primer libro de la colección:

En Diplomacia secreta y rendición incondicional no se hallará una historia de la guerra de las Malvinas sino una contribución documental para comprender cómo pudo llegarse a ella y hasta qué punto la instalación de una base militar del OTAN (…) es un hecho irreversible, que pesará sobre la Argentina hasta el punto de obligarla a reformular por completo todos sus objetivos nacionales.48

Con este horizonte y esta búsqueda de un nuevo posicionamiento para el periodismo, la colección se orientó, por un lado, a la revisión del terrorismo de Estado perpetrado por la última dictadura, lo acontecido durante el exilio y en la guerra de las Malvinas y, por otro, a los obstáculos que amenazaban la consolidación del orden democrático: el contexto internacional, en particular en torno a los regímenes autoritarios todavía vigentes o en vías de transición en América Latina; la crisis económica y la deuda externa; la cuestión militar y la amenaza de la amnistía, y la inconclusa renovación y democratización de las instituciones políticas en particular, de los principales partidos políticos y de las organizaciones sindicales. Hacia finales de la década, estas preocupaciones tendieron cada vez más a orientarse hacia los problemas de la coyuntura, derivados de la acuciante crisis económica y el avance de las propuestas neoliberales de ajuste y restauración conservadora.


La disputa por el pasado y la construcción de la memoria

Contrapunto fue otra de las editoriales intelectuales que apostó durante los años ochenta por los libros políticos. A diferencia de Legasa, su tamaño era más reducido y su vinculación con el mundo político, más explícita. La editorial fue promovida por el abogado y reconocido militante de los derechos humanos Eduardo Luis Duhalde. Durante los años sesenta y primeros setenta, Duhalde había mantenido una actividad editorial y periodística asociada a la militancia peronista, al tiempo que ejercía como abogado defensor de presos políticos. Tras la instauración de la dictadura, se exilió en España, donde co-fundó la Comisión Argentina por los Derechos Humanos. Allí publicó, en 1983, El estado terrorista argentino, el primer libro que desde el género documental sistematizó, a través de testimonios, los crímenes de tortura y desaparición perpetrados por el sistema de represión clandestino del último gobierno de facto.49

A su regreso al país, Contrapunto fue una de las apuestas culturales y políticas con las que Duhalde buscó reincorporarse al espacio público durante la transición. El proyecto mantuvo tanto en sus orígenes como en su desarrollo, relaciones con los movimientos de derechos humanos y con la militancia política de izquierda. La editorial, de hecho, compartía oficinas con la sede de Izquierda Democrática Popular, el partido que Duhalde, junto a otros militantes, había fundado a la vuelta de su exilio.

A diferencia de Legasa, Contrapunto escindió de su categorización de libro político a la narrativa. En efecto, no incursionó en el ámbito literario, sino que se orientó hacia los géneros del ensayo-testimonial y de la investigación documental. Como señala Schmied, en la editorial concebían a la edición como una extensión de la tarea militante y como una forma de continuar la labor de denuncia del autoritarismo. Buscaban reconstituir la biblioteca militante, que había sido quemada por la dictadura y, a su vez, llegar a un público más extenso dentro del espectro del progresismo que excedía a los sectores propiamente de izquierda.50

Aunque su catálogo es difuso, conformado por colecciones de uno o dos títulos —creadas a medida que acercaban propuestas de libros—, la colección “Memoria y Presente” se mantuvo en el tiempo y se convirtió en el sello distintivo de la editorial. Esta colección también da cuenta de la estrecha relación entre el emprendimiento editorial y los proyectos periodísticos del polo intelectual, en particular las revistas de la transición. Al igual que en el caso de Legasa, estos vínculos no eran institucionales sino que se conformaban a través de redes personales que operaban como puentes entre un espacio y otro. En este caso, tales afinidades estaban marcadas sobre todo por la defensa de los derechos humanos y la producción periodística e intelectual.

La participación de actores del campo periodístico en estos proyectos resulta también mayoritaria. De los 13 títulos publicados en la colección entre 1985 y 1988, 10 fueron escritos por redactores de la prensa. En particular, las obras más destacadas y con las que la editorial se dio a conocer públicamente fueron las de los integrantes de El Periodista de Buenos Aires abocados a la cobertura de los derechos humanos. Entre ellos, se encuentran Ezeiza, de Horacio Verbitsky,51 principal columnista político de la revista; La noche de los lápices, de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, ambos redactores de la publicación,52 y José, de Matilde Herrera, activista en asociaciones de derechos humanos y colaboradora permanente de la revista.53

Los ámbitos de encuentro y socialización de estas redes, a las que se sumaban nuevos miembros, se circunscribían a menudo a los espacios en los que se realizaba la cobertura periodística sobre las demandas de justicia frente a los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura. Como muestra el siguiente relato de Seoane, la cobertura del juicio a las juntas militares en 1985 —principal hito de estos procesos, en el cual además la prensa jugó un rol central en términos de la construcción de una narrativa, dado que la transmisión televisiva fue sin sonido—, convirtió a aquellos pasillos judiciales en espacios de intercambio y gestación de proyectos editoriales:

Ingresé a trabajar en El Periodista de Buenos Aires, trabajé hasta 1989, y desde allí cubrí el juicio a las juntas militares. Y ahí entro en contacto con el testimonio de Pablo Díaz [secuestrado por la dictadura en uno de los campos de concentración clandestinos], y estaba Eduardo Luis Duhalde y Horacio Verbitsky en el hall del Palacio de Tribunales, en un receso dentro del proceso. Yo estaba muy afectada por el testimonio de Pablo y entonces le digo a Eduardo, que había abierto una editorial, Contrapunto, que había que hacer un libro y entonces él me dijo “sí, el primer libro que voy a sacar es Ezeiza de Horacio Verbitsky, y el segundo libro que voy a sacar es La noche de los lápices”, y yo le digo “qué bueno, quién lo va a hacer”, “vos”, me dijo. Así que ahí fue…54

Al igual que en la colección Nueva Información, en Memoria y Presente el carácter político de los libros de la colección se daba por descontado, por connotación. En estos casos, el perfil de los autores (periodistas políticos y activistas de movimientos de derechos humanos) y los temas tratados (el rol de las organizaciones político-militares en los años setenta, los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado y el juicio civil a la cúpula militar) inscriben claramente a estas producciones culturales en el espectro del campo político.

Ahora bien, el proceso de politización de estas obras también se hacía evidente en las propuestas sostenidas por esta casa editorial, condensada tanto en su nombre, como en el de la colección. En línea con el paradigma de los movimientos de derechos humanos,55 la colección apuntaba a la construcción de la memoria sobre la represión y la violencia del pasado, como un modo de intervenir en el presente y de proponer, para las nuevas generaciones, un futuro “más justo”. Como señala Elizabeth Jelin, esta vocación pedagógica se asentaba en el imperativo moral del “deber de memoria”, que convertía al pasado en un objeto de disputa.56 Todavía más, la colección procuraba construir y dar a conocer un relato del pasado que operara como contrapunto de la llamada “teoría de los dos demonios”, la cual justificaba la represión dictatorial como una respuesta a la violencia ejercida por los grupos revolucionarios calificados de subversivos.57

Para ello, el ensayo-testimonial y las investigaciones periodísticas documentadas resultaban los géneros más adecuados para este ejercicio de mediación intelectual y de reelaboración simbólica del pasado reciente.58 Por un lado, se trataba de traer la palabra en primera persona de los protagonistas, una forma de palabra política directa de la “tragedia”, cuyo registro testimonial, como señala Neveu en su análisis de las memorias políticas, permitía generar un efecto de restitución de lo real.59 Del siguiente modo, la coordinadora de la editorial sintetizaba esta propuesta pedagógica:

En relación al sentido hegemónico de la época y a la construcción del discurso oficial sobre los derechos humanos, era claro enfrentar la teoría de los dos demonios. Lograr hacer aquello que en el juicio a los ex comandantes no se hizo, que era amplificar y multiplicar la voz de los sobrevivientes y de los familiares. Que el relato de los hechos fuera en primera persona. Porque en el juicio a los ex comandantes la transmisión por televisión era muda, solamente imágenes, y en los diarios estaba mediado por el periodista; en cambio, acá está contada la historia de los pibes, como en el caso de La noche de los lápices, donde está la palabra de Pablo Díaz. En José está la palabra de su madre [Matilde Herrera], pero están las cartas de José, y su historia (…) No sólo la desaparición. Es la historia de los desaparecidos cuando están vivos. Los libros eran una forma de impugnar la teoría de los demonios, aunque no estuvieras diciéndolo expresamente.60

Por otro lado, desde la investigación, se trataba de reconstruir este pasado intentando saldar la disputa con el efecto probatorio de los documentos, los cuales solían incluso anexarse al final de las investigaciones. Las obras de Verbitsky, quien mantenía una estrecha relación y compartía distintos proyectos con Duhalde, constituyen un ejemplo paradigmático de la preeminencia de este tipo de obras en la colección.

En efecto, primero, Ezeiza, publicada en 1985, no sólo inauguró, sino que promovió el reconocimiento público de la colección.61 La politización de esta obra se inscribía en su temática y en su propuesta de una lectura crítica del pasado. La revisión de un tema considerado “tabú”, como la denominada “Masacre de Ezeiza”, para la izquierda peronista resulta sintomática de las tomas de posición presentes de estos actores, a través de la necesidad de justificación de su alejamiento de sus compromisos partidarios pretéritos. Luego, una vez “saldadas las cuentas” con aquel pasado, Civiles y militares: memoria secreta de la transición, publicada en 1987, muestra cómo a la vez que estos actores establecen un diálogo con los aportes de las ciencias sociales,62 reclaman la autonomía y validez de la investigación propiamente periodística. Orientada a tratar un tema político, como la “cuestión militar” y su amenaza al régimen democrático, esta publicación se encuadra en el género político también a través de su distanciamiento de las teorizaciones intelectuales: “… aunque no desdeñe estos instrumentos de análisis, este libro no es un ensayo teórico sobre la transición, sino una obra de investigación acerca de los hechos centrales que la caracterizan, su memoria secreta”.63 De este modo, para distinguirse de sus pares y de otros posibles competidores y, a su vez, legitimar sus intervenciones, los periodistas políticos suelen “colonizar” saberes externos a su ámbito profesional.64

A su vez, el proceso de politización de este tipo de trabajos también refería al perfil del autor: quien no solo era, para el director de la colección, un cronista o historiador de su época, sino sobre todo un “periodista” con acceso a información restringida y un “fino analista político”, cuyos diagnósticos pueden determinar tanto los desafíos presentes como aquellos que se avecinan.

Horacio Verbitsky pertenece a esa categoría casi extinguida de periodistas que basa su trabajo en la información (…) La inteligente lectura de la llamada información abierta, sumada al riguroso rastreo de la que naturalmente no trasciende, lo convierten en el mejor cronista de las complejas relaciones entre el poder político, el judicial y las Fuerzas Armadas, en este difícil proceso de transición. Pero Verbitsky es bastante más que un cronista e historiador de su tiempo. Fino analista político, ha sido capaz de prever periodísticamente con un año de anticipación la rebelión de Semana Santa. En este trabajo el lector encontrará las claves interpretativas y la relación entre cada uno de los episodios que van signando la articulación y enfrentamiento Civil y Militar en los últimos años. (…) Un libro indispensable para responder a la encrucijada del presente: ¿Transición a la democracia o retorno a la dictadura?65

Con ello, se consolidaba la apuesta por un periodismo cuyo principal aporte era la revelación de los entramados secretos de la política, que retoma el modelo de trabajo del periodismo de resistencia y de denuncia practicado durante la dictadura. Este encontraba entonces su modelo en un Walsh traducido a los tiempos democráticos de quien se rescataba, como consignaba Verbitsky en otro de sus libros, su decisión de “trocar el fusil de la guerra perdida por el mimeógrafo”.66 

La colección “Memoria y presente” se mantuvo hasta 1989, momento en que Duhalde abandonó la editorial para emprender el proyecto del diario Sur. Vinculado al Partido Comunista Argentino, el diario ofició como un espacio de confluencia de distintas corrientes de izquierda que buscaban alcanzar a un público más amplio, en el marco de la crisis que acechaba a este sector político.67 No obstante, frente al éxito de Página|12, que interpelaba a buena parte de ese espectro ideológico y que también se posicionó, desde el inicio, como un diario abanderado tras los reclamos de justicia de los movimientos de derechos humanos, el proyecto no prosperó. Hacia 1990 cerró sus puertas, cuando los emprendimientos explícitamente asociados a posiciones político-partidarias quedaban cada vez más rezagados en el campo cultural.


El “nuevo periodismo” frente a los desafíos del presente

Además de estas dos casas editoriales, otros proyectos vinculados directamente a revistas o diarios —que pueden ser catalogados como periodístico-editoriales—, también contribuyeron al desarrollo del género político desde el espectro progresista.68 Entre ellos, se destaca Editora|12, nacida a mediados de 1987, y su colección “Presente” del entonces flamante diario Página|12. Aunque dentro de la colección sólo se publicaron 4 títulos y, fuera de ella, la editorial publicó algunos libros aislados, éstos resultan significativos no sólo por la posición destacada de sus autores en el campo cultural y periodístico, sino también por el modo en que condensaron las principales apuestas del diario y, con ello, dieron cuenta del creciente estrechamiento de los lazos entre los desafíos de actores posicionados en un espectro periférico del campo periodístico y el desarrollo de los libros políticos. A su vez, esta colección, como su título lo indica, no se volcaba hacia la revisión del pasado —a diferencia de las de Legasa y Contrapunto— ni a la construcción de la memoria, sino hacia el “presente”, dando cuenta de la transformación del género político a medida que, hacia fines de la década, se trastocaba tanto la configuración socio-política como la del campo cultural.

La emergencia del diario Página|12, cuyos principales antecedentes pueden encontrarse en las revistas de la transición, marcó un punto de inflexión en el campo periodístico. Desde un sector marginal, esta publicación que en principio fue pensada como un diario secundario de contrainformación, cubrió un espacio vacante y conformó rápidamente un público propio que lo eligió como primer diario.69 A su vez, el estilo innovador de Página|12 impactó en el conjunto de la prensa y, en especial, en los principales diarios masivos, los cuales debieron aggiornarse a aquellas formas estilísticas que aparecían como más “actuales” y más adecuadas a los gustos de los lectores, en el marco de la creciente gravitación de la televisión en el sistema mediático.70

Dentro de su redacción, Página|12 reunió a dos generaciones periodísticas. En primer lugar, la de las plumas de los años sesenta y setenta, que delinearon la orientación de este diario y, de hecho, convirtieron a este emprendimiento en un diario “de firmas”. Entre ellos, se destaca la figura de Soriano, quien desde el rol de fundador y, luego, de “asesor editorial”, configuró gran parte del innovador estilo narrativo del medio. En segundo lugar, se encontraban, aquellos jóvenes que, a diferencia de sus predecesores, no contaban con experiencia militante o con participación en publicaciones políticamente comprometidas, pero que se habían formado en las revistas de la transición. Desde allí, habían asumido como propia la defensa de la democracia y, con ello, de los derechos humanos y de la libertad de expresión. Entre ellos, se destaca el caso de Jorge Lanata, quien luego de formar parte y de dirigir El Porteño, se volcó a la realización de este proyecto junto a Soriano y Ernesto Tiffenberg. Con un estilo contestatario e irreverente hacia los factores de poder, que rompía con las reglas de la escritura periodística, Lanata dejó su impronta tanto en el diario, el cuál dirigió durante los primeros cinco años, como en una nueva generación que asoció los valores deontológicos del oficio con los lineamientos propuestos por Página|12.

Tanto el financiamiento con el que se lanzó el diario, como la editorial, dan cuenta del modo en que este emprendimiento se inscribía en las redes conformadas por actores comprometidos con los derechos humanos y movimientos políticos de izquierda que habían pasado a ocupar un lugar marginal en el espectro político-institucional. En sus inicios, se señaló como financista al empresario Fernando Sokolowicz, miembro del Movimiento Judío por los Derechos Humanos. Años más tarde, Lanata confirmó la versión que circulaba entonces acerca de que el diario había contado también con el financiamiento del PRT-ERT,71 agrupación que buscaba contar con un medio de expresión para intervenir en el escenario democrático.72

El primer título de la colección Presente, El nuevo periodismo, una compilación de los “mejores” artículos publicados en el diario, efectuaba al mismo tiempo dos estrategias simbólicas: por un lado, refrendaba el éxito de un diario proveniente de un sector relativamente marginal y de circulación restringida. Por otro, inscribía al medio, a través de sus principales firmas, en la tradición del nuevo periodismo, a la vez, que marcaba su carácter innovador en la Argentina: se trataba de nuevas formas de tratar y contar la realidad. Tal era esa novedad que por el carácter de estas plumas (cuyos nombres figuraban en tapa) podía darse por descontado el interés y la relevancia de esta obra:

El nuevo periodismo es una selección de los mejores artículos publicados en Página|12. El país, América, el mundo, personas y personajes, la cultura y la sociedad, toman forma a través de la imaginación de los escritores y periodistas, nacionales e internacionales, más importantes del último período. Los nombres de los autores permiten prescindir de cualquier comentario.73

En efecto, la prolífica imbricación entre literatura y periodismo, postulada por esta tradición y que reclamaba para sí el diario mediante este libro, era el estilo que había marcado Página|12 desde sus comienzos. La herencia de las plumas se combinaba aquí, desde la impronta de Soriano, con la necesidad de establecer un discurso moderno, capaz de hacer frente a la competencia cada vez más potente de los medios audiovisuales.

Una de las cosas que Osvaldo, que era novelista, siempre nos planteó es que teníamos que aprender a escribir de nuevo. Nos decía: “las noticias tienen que tener un nudo dramático. Hay que contar historias. Olvídense de la pirámide invertida y cuenten historias. Historias cortas, porque la televisión nos está poniendo frente a la situación de que si nosotros hacemos cosas largas la gente nos deja...”.74

Con este ímpetu, la legitimidad de la figura de Soriano se traducía en la valorización del estilo literario que combinada con la fina mirada e indagación periodística:

Un escritor, cuando trabaja también en periodismo, debe hacer un delicado equilibrio entre la pura información y el ejercicio de estilo. Con el paso del tiempo lo que queda es el estilo: los artículos de Roberto Arlt y de Rodolfo Walsh tenían eso y aún se los lee con placer.75

Un estilo en el cual Lanata y las jóvenes generaciones también buscaban inscribirse:

Este es un libro sobre la guerra y también un brillante relato de viaje. En la tradición de los grandes reporteros anglosajones, Jorge Lanata camina, pregunta, observa y luego narra la experiencia cotidiana de dos pueblos hasta ahora antagónicos: el judío y el árabe.76

Asimismo, la estrecha relación del proyecto editorial con el periodístico no sólo se evidenciaba en en este estilo, sino también en la estética de su portaba: con una tipografía de máquina de escribir, el nombre de la editorial remitía a la figura del escritor, mientras que el diseño en su conjunto, el cual emulaba al del diario, inscribía a la colección en el mundo periodístico.

AA.VV. El nuevo periodismo, Buenos Aires, Editora|12, 1987, tapa; Horacio Verbitsky, Medio siglo de proclamas militares, Buenos Aires, Editora|12, 1987, tapa.

En estos títulos primaba, así, la herencia de la plumas y, con ella, el proceso de politización de las obras estaba delineado, además de por el tratamiento de temáticas cruzadas por la indagación política, por el perfil de los autores.77 No obstante, el escenario político había cambiado. Las promesas incumplidas del gobierno, en particular en lo referente al enjuiciamiento de los responsables de los crímenes de lesa humanidad, reforzó el distanciamiento de estas formaciones respecto al Estado y los partidos políticos.78 En ese marco, en el diario, la retórica de la irreverencia se combinó con un creciente crítica a los factores de poder, en particular a los militares y al gobierno. En la colección “Presente”, esta mirada crítica sobre la política institucional se llevó a cabo mediante el desarrollo de la investigación periodística, la cual años más tarde se volvió una marca distintiva de Página|12. Allí, al igual que en Contrapunto, Verbitsky ocupó un lugar central. Núcleo de estas redes de sociabilidad, hacedor y principal columnista político del diario, Verbitsky se posicionó como un heredero de Walsh y se orientó cada vez más a tratar la cuestión militar. En Medio siglo de proclamas militares, publicado en 1987, esta apuesta por la investigación como un modo de disputar los sentidos del pasado y presente se asentaba en la valorización del trabajo documental.79 En este caso, este trabajo se enfocaba en el análisis de las proclamas militares de los golpes de estado ejecutados por las Fuerzas Armadas desde 1930.

El rasgo común de estos proyectos editoriales-periodísticos fue el carácter esporádico de sus publicaciones y su corta vida, lo cual pudo deberse a su estatus subsidiario respecto a los medios de prensa y, por ello, a la falta de una estructura organizativa autónoma. Esta situación de debilidad se potenciaba con la contracción del mercado producto de la crisis económica. No obstante su carácter esporádico, esta experiencia constituyó un claro exponente de la creciente ampliación de las fronteras del campo periodístico hacia el mundo de los libros.

El declive de las apuestas pedagógicas por la
democratización y la herencia de las plumas
periodísticas en el género político

Hacia finales de la década del ochenta, una configuración de distintos factores intervino en el relativo declive de la forma de intervención pedagógica que dominó al género político. Este declive se expresa en una baja significativa del número de títulos publicados hacia fines de la década del ochenta, los cuales entre 1989 y 1990, en el caso de las medianas y pequeñas editoriales, descendieron a los niveles en los que se encontraban en 1983. Como señalamos, una de las razones se encuentra en el agravamiento de la crisis económica que afectó a la industria editorial en su conjunto, pero que golpeó particularmente a las editoriales intelectuales. En efecto, debido al espiral hiperinflacionario iniciado en 1989, los sellos que —como Legasa y Contrapunto— no contaban con un catálogo de fondo, que les permitiera subsistir, se vieron compelidos a cerrar sus puertas entre 1990 y 1993.

Además de los condicionantes económicos, esta caída se inscribió en la crisis de los idearios políticos de izquierda. Mientras que, en el plano internacional, esta crisis se expresó en la deslegitimación de los llamados “socialismos reales” y la caída del Muro de Berlín, en el ámbito nacional, estuvo sobre todo signada por el desprestigio social y político de las organizaciones políticas de izquierda tras los sucesos de la Toma de la Tablada en 1989.

A ello se sumaba la erosión de la legitimidad de las principales fuerzas partidarias tradicionales, cuyos respectivos proyectos de renovación y democratización comenzaron a perder terreno frente a los sectores partidarios que sostenían un viraje pragmático hacia el modelo neoliberal orientado al mercado.80 Además, el lazo representativo de una porción del electorado comenzaba a mostrar sus primeros síntomas de resquebrajamiento, al tiempo en que el bipartidismo —que había caracterizado a la política argentina desde 1945— empezaba a desgranarse hacia otras fuerzas.81 En ese contexto, fue perdiendo fuerza la idea de la política como herramienta de transformación de la sociedad, que había dominado la escena en la primera mitad de los años ochenta.82

Junto a la pérdida de dominio de la izquierda en el campo cultural, una serie de disputas en el ámbito intelectual y literario revelaban también una redefinición del rol del intelectual, en especial, respecto a sus lógicas de distanciamiento frente a la política, que volvieron caducas las formas de intervención basadas en idearios ideológicos o partidarios.83 Varias de sus principales figuras intelectuales se replegaron hacia sus reductos particulares, ya sea en el ámbito de la academia, las artes o la literatura. Consultados por una revista cultural, dos referentes intelectuales expresaban este repliegue del siguiente modo:

El carácter pragmático de estos tiempos que corren, no necesitan de conceptos (…) El discurso dominante tiende a la privatización de la vida de la gente y los intelectuales participan de ese repliegue (…) El desafío de los intelectuales es construir un modelo que implique un avance. El problema es que hoy uno sabe lo que no quiere, pero no sabe bien qué es lo que puede construir.84

En la política se aplica la funcionalidad de las manos sucias, y el intelectual debe ser el vigía de la ética (…) El intelectual que se acerca al poder disminuye su capacidad creadora. Yo prefiero que un artista escriba otra obra para piano antes que dirija un teatro oficial que funcione mejor. Esa tarea la puede hacer muy bien otra persona (….) En el poder se destruye la libertad que el intelectual necesita para criticar, es preferible que se mantenga alejado.85

Este proceso de despolitización se profundizó a lo largo de la década del noventa, volviendo cada vez más marginales las expresiones culturales con una clara filiación política o ideológica. El repliegue intelectual, junto a la reconfiguración del campo político y cultural, contribuyó a dejar un espacio vacante que el periodismo tendió a ocupar. De hecho, el declive de esta forma de intervención pedagógica de los libros políticos de los ochenta, no supuso la exclusión de los periodistas dentro de este género.

Por el contrario, la reputación simbólica que habían acumulado durante la década les permitió intervenir en el ámbito editorial, desde otras retóricas y desde otros espacios, a medida que el “periodismo de investigación y denuncia” devino un género en sí mismo86. En efecto, por un lado, tras el cierre de estos emprendimientos, estos periodistas se convirtieron en una suerte de autores “en disponibilidad”, que las grandes editoriales incorporarán como una forma de asimilación de su capital simbólico. Por otro, la autoridad conquistada en aquellos años desde el periodismo interpretativo y de opinión, facilitará principalmente en los casos más reconocidos la posibilidad de detentar, durante los noventa, funciones intelectuales hasta entonces ejercidas por otras figuras.


A modo de cierre

En resumen, durante la recuperación democrática se produjeron una serie de reacomodamientos en el polo intelectual del ámbito editorial y del campo cultural, que tendieron a acercar al género político a la investigación periodística. Junto con ello, el libro político se fue paulatinamente alejando del ensayo social, de la literatura y de los discursos doctos, como el de la historia y el de las ciencias sociales. Esta creciente autonomización de los libros políticos respecto a estas tradiciones literarias, intelectuales y disciplinares, fue acompañada por su distanciamiento de las inscripciones político-partidarias. En efecto, las formaciones periodísticas, que promovieron las principales colecciones políticas de la época, lo hicieron desde el ideario de un “compromiso ciudadano”, abanderado tras la defensa de los derechos humanos y la consolidación democrática.

La principal característica que asumió el género del libro político estuvo, así, marcada por la vocación pedagógica de este sector intelectual del campo periodístico. Esta vocación se traducía en una mirada volcada hacia la revisión del pasado reciente como un modo de construir una memoria. Se trataba de dar “testimonio del horror” de los crímenes perpetrados por la dictadura, es decir, de volver visible —a través de la información y la indagación periodística de testimonios— aquello que se había mantenido en el orden de la clandestinidad. Además, desde una apuesta analítica y de opinión, condensaba en la corriente del “nuevo periodismo”, estas obras buscaban dotar a esos lectores-ciudadanos de marcos interpretativos que les permitieran comprender los desafíos políticos del presente.

En este sentido, también se ocuparon de los grandes temas de la transición, en especial, de aquellos que aparecían como los principales dilemas u obstáculos vinculados a la consolidación del régimen democrático. Sus preocupaciones, aunque no eran idénticas, dialogaban con aquellas promovidas por un campo intelectual orientado de modo dominante a la promoción de una cultura política democrática. Desde estas premisas de civismo y de formación ciudadana, en estas colecciones editoriales se desarrolló la investigación periodística como el modo predominante de intervención pública. Si bien este proceso involucró la valorización del género documental, esto no implicó, no obstante, un desplazamiento del discurso argumentativo y de opinión por el informativo.

Por el contrario estos actores, mediante los procesos de politización de estas obras, se posicionaron como analistas políticos y, por tanto, como autoridades legítimas para interpretar y dar respuestas sobre los principales desafíos de la época. De este modo, aquellas colecciones políticas en las que primó la participación de periodistas como autores, e incluso como directores de colección, evidencian el modo en que estos espacios se constituyeron en núcleos de socialización y producción intelectual y la manera en la cual el periodismo extendió sus fronteras.


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Entrevistas citadas

Lafforgue, Jorge, entrevista realizada el día 8/6/2018.

Lanata, Jorge, entrevista realizada el día 5/3/2015.

Seoane, María, entrevista realizada el día 26/5/2018.

Washington, Uranga, entrevista realizada el día 13/11/2014.


Hemerografía citada

Alberto López, “Los intelectuales argentinos y la práctica política”, La Maga, Buenos Aires, 1 de abril de 1992, p. 31.


An analysis of political-journalistic collections after the democratic restitution in Argentina in 1983

Resumen

Tras la restitución de la democracia argentina en 1983, las colecciones de libros políticos fueron principalmente promovidas por formaciones periodísticas cercanas al polo intelectual del campo cultural. Esta estrecha imbricación entre aquellos sectores que impulsaban la renovación del periodismo y casas editoriales orientadas a un público intelectual y ubicadas a la izquierda del espacio político produjo una redefinición del género. En efecto, a lo largo de los años ochenta, el libro político tendió paulatinamente a asociarse a la investigación periodística y a distanciarse del ensayo social, la literatura y la historia. A su vez, tal proceso estuvo acompañado por la autonomización del libro político respecto de las organizaciones partidarias. En términos de su politización, las apuestas pedagógicas orientadas a la defensa de los derechos humanos y a la consolidación democrática marcaron estas obras. Si bien esta recategorización del libro político supuso la valorización del género documental, este desplazamiento no involucró el reemplazo del discurso interpretativo y de opinión por el informativo. Por el contrario, a través de estas colecciones y de sus obras, los periodistas se posicionaron como analistas políticos y se legitimaron como voces autorizadas en el espacio público.

Palabras clave: libro político; nuevo periodismo; campo editorial.

The political books and the “new journalism”: an analysis of political-journalistic collections after the democratic restitution in Argentina in 1983

Abstract

After the restitution of Argentine democracy in 1983, political editorial collections were mainly promoted by journalistic formations close to the intellectual pole of the cultural field. This close embeddedness between those sectors that promoted the renewal of journalism and publishing houses oriented to an intellectual public and located to the left of the political space produced a redefinition of the genre. Indeed, throughout the eighties, the political book tended to be gradually associated with journalistic research and distanced itself from "social essay", literature, and history. In turn, this process was accompanied by the autonomization of the political book concerning party organizations. Concerning their politicization, the pedagogical stakes marked by the defense of human rights and democratic consolidation framed these books. Although these recategorization of political books implied the valorization of the documentary genre, this displacement did not involve the replacement of the interpretative and opinion discourse with an informative one. On the contrary, through these collections and their works, journalists positioned themselves as political analysts and legitimized themselves as authorized voices in the public space.

Keywords: political books; new journalisms; editorial field.

Recibido: 05/04/2022

Aceptado: 01/10/2022


1 Quisiera agradecer los comentarios realizados a una versión precedente a Juan Martín Bonacci, Philippe Kitzberger, Eugenia Mitchelstein y Gabriel Vommaro.

2 José Luis de Diego (Dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006; Sylvia Saítta, Regueros de tinta: el diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

3 Este fenómeno no es privativo de la Argentina, sino que también tuvo un desarrollo similar en países con una importante tradición de cultura letrada como, por ejemplo, Francia. Cfr. Gilles Bastin y Roselyne Ringoot, “Les livres de journalistes: un tournant auctorial en journalisme?”, Florence Le Cam y Denis Ruellan (eds.), Changements et permanences du journalisme, París, L’Harmattan, 2014, pp. 139-156; Pierre Leroux, Christian Le Bart y Roselyne Ringoot, “Les livres de journalistes politiques. Sociologie d’un passage à l’acte”, Mots. Les langages du politique, Vol. 1, n° 104, 2014, pp. 5-17; Érik Neveu, “Le sceptre, les masques et la plume”, Mots. Les langages du politique, Vol. 1, n° 32, 1992, pp. 7-27.

4 Recurrimos aquí a la conceptualización de Pierre Bourdieu para el análisis de los mercados de bienes simbólicos. La producción de estos bienes se estructura en torno a dos polos de circulación. Por un lado, se encuentran la grandes editoriales que buscan conquistar a un público masivo; por otro, las editoriales de circulación restringida, las cuales se orientan a los pares y a un público culto y selecto. Pierre Bourdieu, “El mercado de los bienes simbólicos”, El sentido social del gusto: elementos para una sociología de la cultura, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2010, pp. 85-152.

5 Retomamos la noción de configuración social de Norbert Elías, entendida como un entramado de relaciones de interdependencias con equilibrios de poder inestables. Este concepto de gran alcance nos permite poner nuestro foco en dos dimensiones centrales. Por un lado, en las posiciones y acciones de los actores y agrupaciones colectivas, que disputaban frente otros distintos proyectos de sociedad. Y, por otro, en cómo estas interacciones se enmarcaban en una figuración más amplia, signada por un proceso en el cual los equilibrios de poder estaban condicionados por la búsqueda de la pacificación social frente a las formas autoritarias del pasado reciente. Norbert Elías, Sociología fundamental, Barcelona, Gedisa, 1982 [1970].

6 Para Jean-Ives Mollier, en su análisis histórico del campo editorial francés, y para Martín Ribadero, en su trabajo sobre el desarrollo del género desde la izquierda en la Argentina, el libro político se define justamente por concebirse como una forma de intervención pública. Ver en Jean-Ives Mollier, “Historias nacionales e historia internacional del libro y la edición”, I Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición (CAELE), La Plata, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), 2012; Martín Ribadero, “La batalla del libro”, Anuario IEHS (Instituto de Estudios Histórico-Sociales “Prof. Juan Carlos Grosso”), Vol. 2, nº 33, 2018, pp. 61-77.

7 Christian Le Bart, “La construction sociale du genre livre politique”, Lionel Arnaud y Christine Guionnet (Dir.), Les frontières du politique, Presses universitaires de Rennes, Rennes, 2005, pp. 27-48.

8 Michel Offerlé, “Illégitimité et légitimation du personnel politique ouvrier en France avant 1914”, Annales. Économies, sociétés, civilisations, Vol. 39, nº 4, 1984, pp. 681-716; y “Périmètres du politique et coproduction de la radicalité à la fin du XIXe siècle”, Annie Collovald y Brigitte Gaïti (dir.) La démocratie aux extrêmes. Sur la radicalisation politique, Paris, La Dispute, 2006, pp. 247-268. [Traducidos al español en Michel Offerlé, Perímetros de lo político: contribuciones a una socio-historia de la política, Buenos Aires, Antropofagia, 2011]

9 Philippe Olivera, “Catégories génériques et ordre des livres : Les conditions d'émergence de l'essai pendant l'entre-deux-guerres”, Genèses, Vol. 2, nº 47, junio 2002, pp. 84-106.

10 Christian Le Bart, op. cit.

11 Martín Ribadero, op. cit.

12 Sylvia Saítta, “Modos de pensar lo social. Ensayo y sociedad en la Argentina (1930-1965)”, Federico Neiburg y Mariano Plotkin (Comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Paidós, Buenos Aires, 2004, pp. 107-146.

13 “Un estudio sociológico sobre el rol de periodistas, asesores de prensa e intelectuales en el espacio de la comunicación política en Argentina”, proyecto de investigación del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, dirigido por la autora. En el relevamiento de los datos presentados en este artículo participaron especialmente Wenceslao Gómez Rodríguez, Gabriel Monteleone y Pilar Tovillas.

14 Micaela Baldoni, Gabriel Monteleone y Wenceslao Gómez Rodríguez “‘Basta de ficción’: Auge y consolidación de los libros periodísticos en la Argentina (1983-2001)”, III Coloquio Argentino de Estudios del Libro y la Edición (CAELE), Buenos Aires, Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, 2018.

15 Retomamos la distinción entre grandes editoriales concentradas, en general con participación de capitales extranjeros, y pequeñas y medianas editoriales, en general de capital nacional. Estas últimas se distinguen de las primeras por su menor tamaño en términos de estructura y su acceso más restringido a los canales de comercialización y distribución. Ezequiel Saferstein y Daniela Szpilbarg, “La industria editorial argentina, 1990-2010: entre la concentración económica y la bibliodiversidad”, Alter/Nativas. Revista de estudios culturales latinoamericanos, Ohio State University. Center for Latin American Studies, nº 3, Julio 2014, pp. 1-21.

16 Silvio Waisbord, El gran desfile: campañas electorales y medios de comunicación en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995, p. 104; Martín Sivak, Clarín. La era Magnetto, Buenos Aires, Planeta, 2015.

17 Guillermo O’Donnell, "Transiciones, continuidades y algunas paradojas", Cuadernos Políticos, Era nº 56, enero-abril de 1989, pp. 19-36.

18 A excepción del periódico Buenos Aires Herald, los medios masivos siguieron la versión oficial del conflicto. Ver en Mirta Varela, “Los medios de comunicación durante la dictadura: silencio, mordaza y ‘optimismo’”, Todo es Historia nº 404, 2001, pp. 50-63; y Oscar Landi, Devórame otra vez: qué hizo la televisión con la gente, qué hace la gente con la televisión, Buenos Aires, Planeta, 1992. p. 54.

19 Oscar Landi, ibídem.

20 Sobre el desarrollo de esta tradición estadounidense ver en Michael Schudson, Discovering the news: A social history of American newspapers, Nueva York, Basic Books, 1978 [1967]; y en Érik Neveu, “La contribution des New Journalisms au renouvellement du reportage politique aux États-Unis”, Mots. Les langages du politique, Vol. 1, n° 104, 2014, pp. 19-39.

21 Érik Neveu, Sociologie du journalisme, París, La Découverte, 2001, p.14.

22 Juan Carlos Portantiero, El tiempo de la política: construcción de mayorías en la revolución de la democracia argentina, 1983-2000, Buenos Aires, Temas, 2000.

23 Ver en Elizabeth Jelin (Comp.), Los nuevos movimientos sociales, Buenos Aires, CEAL, , 1985, Vol. I; y Sebastián Pereyra, “¿Cuál es el legado del movimiento de derechos humanos? El problema de la impunidad y los reclamos de justicia en los noventa”, Federico L. Schuster; Francisco Naishtat; Gabriel Nardacchione; Sebastián Pereyra (Comps.), Tomar la palabra. Estudios sobre protesta social y acción colectiva en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Prometeo, 2005, pp. 151-191.

24 En efecto, la posición frente a los derechos humanos y las demandas de justicia se convirtió en el principal clivaje en torno al cual se posicionaron los actores del campo político y cultural. Ver en Marcos Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar (1976-1983). Del golpe de Estado a la restauración democrática, Buenos Aires, Paidós, 2003.

25 Durante aquellos años aparecieron otras publicaciones, como el diario Tiempo Argentino y La Razón, los cuales también intentaron, con menor o mayor éxito, ocupar este espacio vacante. Al igual que las revistas de la transición, ambos diarios apoyaron la reinstalación de la democracia, pero, a diferencia de aquéllas, fueron considerados dentro del arco periodístico como publicaciones oficialistas debido a sus vinculaciones con el gobierno radical.

26 José Luis de Diego, “1976-1989. Dictadura y democracia: la crisis de la industria editorial”, José Luis de Diego, op. cit., pp. 163-207.

27 Martín Ribadero, op. cit.

28 Carlos Ulanovsky, Paren las rotativas: una historia de grandes diarios, revistas y periodistas argentinos, Buenos Aires, Espasa, 1997.

29 José Luis de Diego, op. cit.

30 Héctor Schmucler, “Innovación de la política cultural en la Argentina”, Fernando Calderón y Mario R. dos Santos, Hacia un nuevo orden social en América Latina: veinte tesis socio-políticas y un corolario de cierre, Buenos Aires, CLACSO, 1990, pp. 125-212.

31 José Luis de Diego, op. cit., p. 178.

32 Martín Becerra, Pablo Hernández, y Glenn Postolski, “La concentración de las industrias culturales”, Martín Becerra, Pablo Hernández y Glenn Postolski (Eds.), Industrias culturales: mercado y políticas públicas en Argentina, Buenos Aires, Ciccus y Secretaría de Cultura de la Nación, 2003, pp. 55-84; Malena Botto, “La concentración y la polarización de la industria editorial”, José Luis de Diego, Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 209-248.

33 Micaela Baldoni, “‘Periodistas best-sellers’: un análisis de la colección ‘Espejo de la Argentina’ y el boom de los libros de investigación periodística”, IV Coloquio Argentino de Estudios del Libro y la Edición (CAELE), Paraná, Universidad Nacional de Entre Ríos, 2021. Para una análisis de la bestsellarización del género político desde las grandes casas editoriales ver Ezequiel Saferstein, ¿Cómo se fabrica un best seller político?: La trastienda de los éxitos editoriales y su capacidad de intervenir en la agenda pública, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2021.

34 Amelia Aguado, “1956-1975. La consolidación del mercado interno”, en José Luis de Diego (Dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 125-160.

35 Judith Gociol, Boris Spivacow. El señor editor de América Latina, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2010; Gustavo Sorá, “El libro y la edición en Argentina. Libros para todos y modelo hispanoamericano”, Políticas de la Memoria nº 10-11-12, Diciembre 2011, pp. 125-142.

36 Jorge Lafforgue, entrevista realizada el día 8/6/2018.

37 Creada en 1910 como empresa familiar, la editorial española Bruguera dio sus primeros pasos con la producción de literatura popular e historietas. En 1940 llegó a convertirse en una gran empresa con delegaciones en Argentina, Brasil, Colombia, Lisboa, México, entre otras. Durante la década de 1970, su sede en Barcelona se convirtió en el refugio de escritores y periodistas exiliados.

38 Jorge Lafforgue, op. cit.

39 Sylvia Saítta, op. cit.

40 Rogelio García Lupo, Diplomacia secreta y rendición incondicional, Buenos Aires, Legasa, 1983, contratapa.

41 José Luis de Diego, “La edición de literatura en la Argentina de fines de los sesenta”, Cuadernos Lírico, Red LIRICO, nº 15, octubre 2016, pp. 2-19.

42 Ediciones Crisis era el proyecto editorial de la revista Crisis, la cual entre 1973 y 1976 agrupó a fracciones intelectuales de la izquierda, vinculadas al peronismo revolucionario. Al igual que la revista, el proyecto editorial se convirtió en una usina intelectual que congregaba a redes de periodistas y escritores latinoamericanos. Ver en Thiago Henrique Oliveira Prates, Uma guerrilha revisionista: intelectuais, revisionismo e políticas da história nas Ediciones de Crisis (Argentina, 1973-1976), Belo Horizonte, Programa de pós-graduação em História, Universidade Federal de Minas Gerais, 2021.

43 Jorge Lafforgue, op. cit.

44 Ibídem.

45 Juan Martín Bonacci, Publicar o perecer: un análisis de la producción de la sociología argentina a partir de sus condiciones de publicación (1983-1995), Tesis de Maestría, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2019, p. 101.

46 La noción de “proyecto creador” refiere al “sitio donde se entremezclan y a veces entran en contradicción la necesidad intrínseca de la obra que necesita proseguirse, mejorarse, terminarse, y las restricciones sociales que orientan la obra desde fuera”. Pierre Bourdieu, Campo de poder, campo intelectual: Itinerario de un concepto, Madrid, Montressor, 2002 [1966], p. 19.

47 Rodolfo Terragno, Memorias del presente, Buenos Aires, Legasa, 1984, p. 7.

48 Rogelio García Lupo, Diplomacia secreta y rendición incondicional, Buenos Aires, Legasa, 1983, contratapa.

49 Eduardo Luis Duhalde, El estado terrorista argentino, Buenos Aires, Argos Vergara, 1983.

50 Alejandro Schmied, “Editorial Contrapunto (1985-1989): Puerto de mar, edición y memorias resistentes. Entrevista con Graciela Daleo”, Cultura editorial, 2016.

51 Horacio Verbitsky, Ezeiza, Buenos Aires, Contrapunto, 1985.

52 María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, La noche de los lápices, Buenos Aires, Contrapunto, 1986.

53 Matilde Herrera, José, Buenos Aires, Contrapunto, 1987.

54 María Seoane, entrevista realizada el día 26/5/2018.

55 Elizabeth Jelin, op. cit.

56 Elizabeth Jelin, “Memoria y democracia. Una relación incierta”, Política, Revista de Ciencia Política, Vol. 51, n° 2, Diciembre 2013, pp. 129-144.

57 Esta teoría no sólo era sostenida por el discurso oficial de las instituciones de las Fuerzas Armadas, sino también por espacios culturales y periodísticos. Por un lado, estas ideas circulaban en la prensa masiva a partir de algunos de los principales columnistas de La Prensa, La Nación y Clarín. Por otro, las grandes editoriales, como Planeta-Sudamericana, entonces asociadas, publicaron algunos libros testimoniales que presentaban una lectura crítica del accionar durante los sesenta y setenta de las organizaciones políticas de tendencia revolucionaria, en especial aquellas vinculadas a la izquierda peronista.

58 Alejandro Schmied, op. cit.

59 Érik Neveu, “Le sceptre, les masques et la plume”, op. cit., p. 9.

60 Graciela Daleo, entrevistada en Alejandro Schmied, op. cit.

61 La demanda que tuvo la obra llevó a reimpresiones casi semanales, dadas las reducidas tiradas que podía solventar una editorial como Contrapunto, con una pequeña estructura organizativa.

62 Estos aportes circulaban como documentos de trabajo de los centros privados de investigación que tuvieron un rol central en la producción y divulgación de conocimiento sobre las transiciones democráticas, así como en publicaciones de editoriales intelectuales como Puntosur. Ver en Juan Martín Bonacci, op. cit.

63 Horacio Verbitsky, Civiles y militares: memoria secreta de la transición, Buenos Aires, Contrapunto, 1987, p. 16.

64 Érik Neveu, “Pages «politique»”, Mots. Les langages du politique, ENS Éditions, Vol. 1, nº 37, Diciembre de 1993, pp. 6-28.

65 Eduardo Luis Duhalde en Horacio Verbitsky, op. cit.; contratapa.

66 Horacio Verbitsky, Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1985.

67 Daniel Vilá, Diario Sur: ideas, información y compromiso político, Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2017.

68 Entre ellos se encuentran, las publicaciones de Ediciones de La Urraca, que entonces estaba a cargo de las revistas Humor y El Periodista de Buenos Aires, y que a mediados de los años ochenta buscó sostener una colección de libros bajo el nombre de esta última revista.

69 Tras su salida, Página|12 agotó su tirada de 40000 ejemplares. En el año 1990 llegó a vender diariamente 100000 (mientras que el segundo diario en circulación, La Nación, promedia los 250000). Fuente: Instituto Verificador de Circulaciones (IVC).

70 Ver Guillermo Mastrini y Martín Becerra, Periodistas y magnates: estructura y concentración de las industrias culturales en América Latina, Buenos Aires, Prometeo, 2006; Silvio Waisbord, “Industria global, culturas y políticas locales: la internacionalización de la televisión latinoamericana”, América Latina Hoy, Ediciones de la Universidad de Salamanca, nº 25, agosto del 2000, pp. 77-85.

71 Eduardo Blaustein, Las locuras del rey Jorge: 1983-2014. Periodismo, política y poder. El ascenso al trono de Jorge Lanata, Buenos Aires, Ediciones B, 2014, pp. 50-51; Luis Majul, Lanata. Secretos, virtudes y pecados del periodista más amado y más odiado de la Argentina, Buenos Aires, Margen del mundo, 2012, pp. 73-76.

72 Según Lanata y otros periodistas del diario entrevistados por la autora, el PRT-ERP no tenía influencia en la línea editorial, sino que contaba en el mismo con espacio de opinión en los cuales se expresaban algunos de sus integrantes.

73 AA.VV., El nuevo periodismo, Buenos Aires, Editora|12, 1987, contratapa.

74 Washington Uranga, entrevista realizada el día 13/11/2014.

75 Osvaldo Soriano, Rebeldes, soñadores y fugitivos, Buenos Aires, Editora|12, 1987, p 8.

76 Osvaldo Soriano en Jorge Lanata, La guerra de las piedras, Buenos Aires, Editora|12, 1988, contratapa.

77 Algunos de los títulos de los artículos compilados en El nuevo periodismo que reflejan esta politización son: “Amnistía y desabastecimiento de cigarrillo” y “Escriba la nota y marche preso” de Osvaldo Soriano; “El general ha vuelto a Tucumán”, de Tomás Eloy Martínez, “Cuba ante el fantasma de Gorbachov”, de Jacobo Timerman; “Reagan en Berlín” de Osvaldo Bayer; “Crónica de otra muerte anunciada” de Homero Alsina Thevenet; “El exilio” de Eduardo Galeano; “Terrorismo periodístico” de Eduardo Aliverti; “Periódicos y mentiras” de Humberto Eco; en AAVV, op. cit.

78 El reclamo de “justicia” frente al terrorismo de Estado se encontraba amenazado por las demandas de amnistía de los cuadros medios del Ejército, cuyas rebeliones armadas habían derivado en la abdicación del gobierno, primero, con la promulgación de las llamadas ley de punto final en 1986 y, luego, con la de obediencia debida en 1987.

79 Horacio Verbitsky, Medio siglo de proclamas militares, Buenos Aires, Editora|12, 1987.

80 Alfredo Pucciarelli, “Menemismo. La construcción política del peronismo neoliberal”, Alfredo Pucciarelli (coord.), Los años de Menem. La construcción del orden neoliberal, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2011, pp. 23-70.

81 Juan Carlos Torre, “Los huérfanos de la política de partidos: Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria”, Desarrollo económico, Vol. 42, nº 168, enero-marzo de 2003, pp. 647–665.

82 Oscar Landi, “Videopolítica y Cultura”, en Diálogos n° 29, FELAFACS, Marzo 1991, pp. 1-14; Eduardo Rinesi y Gabriel Vommaro, “Notas sobre la democracia, la representación y algunos problemas conexos”, Eduardo Rinesi, Gabriel Nardacchione, y Gabriel Vommaro (eds.), Los lentes de Victor Hugo. Transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente, Prometeo-UNGS, Buenos Aires, 2007, pp. 419-472.

83 Malena Botto, op. cit.; José Luis De Diego, “1976-1989. Dictadura y democracia: la crisis de la industria editorial”, op. cit; Cecilia Lesgart, Usos de la transición a la democracia: ensayo, ciencia y política en la década del ochenta, Rosario, Homo Sapiens, 2003; Roxana Patiño, “Intelectuales en transición: las revistas culturales argentinas (1981-1987)”, Cuadernos de Recienvenido nº 4, San Pablo, junio 1997, pp. 5-37.

84 Juan Carlos Portantiero en Alberto López, “Los intelectuales argentinos y la práctica política”, La Maga, Buenos Aires, 1 de abril de 1992, p. 31.

85 José Pablo Feinmann, ibídem.

86 Micaela Baldoni, op. cit; Sebastián Pereyra, Política y transparencia: la corrupción como problema público, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, pp.115-138.

* Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires y Centre Maurice Halbwachs, de la École Normale Supérieure y la École des Hautes Études en Sciences Sociales. https://orcid.org/0000-0002-4057-5672.

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