A propósito de Marisa Midori Deaecto
A propósito de Ma. Carmen Villarino Pardo
A propósito de Carlos Antonio Aguirre
A propósito de Dahiana Barrales Palacio y Nicolás Iglesias Schneider
A propósito de Rafael Barrett Viedma
A propósito de Adrián Gorelik, La ciudad latinoamericana. Una figura de la imaginación social del siglo XX, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2022, 423 pp.
Este año vio la luz La ciudad latinoamericana, otro trabajo de largo aliento de Adrián Gorelik, consagrado a un fenómeno de vasta escala y amplia significación intelectual y política. El libro indaga una figura del pensamiento social que, según su hipótesis, dominó las inquietudes y expectativas de variadas disciplinas entre las décadas de 1940 y 1970. Así, la “ciudad latinoamericana” no remite a la improbable uniformidad de las ciudades reales sino al objeto que compusieron, y en que se cruzaron, un haz de ideas y acciones de distinta proveniencia, conducidas por figuras e instituciones que hicieron de su análisis y transformación el asunto central. Sincrónica a un fenómeno concreto y generalizado (la explosión urbana ligada a las migraciones campo-ciudad desde los años cuarenta), y magnética en su promesa de ofrecer un fenómeno en marcha a la intervención técnica, la “ciudad latinoamericana” prolongó entonces los debates antropológicos y sociológicos sobre los procesos de “transición a la modernidad” legados por Chicago (Parte I); convocó a arquitectos y urbanistas de diversa formación, en especial a una miríada de técnicos formada en el planning norteamericano (Parte II); y estimuló, además de una historiografía sobre los procesos de urbanización, una discreta serie de historia y crítica cultural-urbana, más capaz de exponer el agotamiento del ciclo (Cierre).
Como figura del pensamiento social, la “ciudad latinoamericana” vivió —dice Gorelik— mientras pudo catalizar de manera productiva las búsquedas e intentos de esas variadas disciplinas, instituciones y figuras, muy transformadas por ella. Es esa unidad de problema y propósitos, en primer término, la que permite postular un ciclo unitario donde otras aproximaciones, políticas o culturales, suelen privilegiar la ruptura: el tránsito del optimismo modernizador desarrollista al desencanto y la crítica dependentista o revolucionaria marca aquí dos momentos de un único proceso, cursado en torno a la ciudad latinoamericana. Momentos muy distintos en sus términos, pero tensamente comunicados; proceso con umbrales específicos.
La cuestión se explica en parte por el recurrente protagonismo estadounidense en este ciclo (segundo gran asunto del libro), expreso tanto en la gravitación del debate Redfield-Lewis en la reflexión etnográfica y sociológica sobre las migraciones y las “barriadas” cuanto en la orientación dominante asumida por la planificación en el subcontinente: una “maniera norteamericana”, de variantes primero “regionalistas” y luego “desarrollistas”, que se desplegará no sólo favorecida por las políticas de “asistencia” o “cooperación” (del Punto IV del discurso de Truman —1949— a la Alianza para el Progreso -1961-) sino —asunto central— merced a las energías de un reformismo nacido en el New Deal, crecientemente desplazado de los propios Estados Unidos y reorientado hacia América Latina. “Batallones fantasmas de reformistas” estimulando o buscando colocación en organismos nacionales e internacionales de vivienda y planificación, financiados o matrizados por aquel país, muchas veces a contrapelo de sus propósitos más crasos de intervención y a veces, también, cediendo a una radicalización que extrema las paradojas. Ese “expansionismo reformista”, iniciado antes de la Guerra Fría, se despliega mayormente dentro de ella; de allí que su reconsideración ofrezca una vía sustantiva para la relectura de ese proceso y, más en general, del vínculo norte/sur.
Sin discutir los intereses ni las dosis de “salvacionismo liberal” implicadas en la presencia técnica estadounidense en el subcontinente, esa relectura subraya la gravitación y carga de ese reformismo newdealer: uno que tensa el registro liberal con su invocación estatal, transita desde cierto “democratismo radical” al encuadramiento de Guerra Fría (como la propia noción de “planificación democrática”), pero también será variadamente impactado por el vínculo con América Latina. Desde luego, su irradiación no se limita a los viajes en sentido norte/sur, sino que también implica los emprendidos en sentido inverso por latinoamericanos en busca de formación, abonando una internacional de expertos que contribuyen a la difusión de esa matriz. Sus ambigüedades se expresan en las discusiones locales, a lo largo del ciclo, de un set clave como el de “modernización”/“desarrollo”/“planifi-cación”, parcialmente disputado por los bloques de la Guerra Fría y diversamente modulado según ese reformismo se concibiera como alternativa o freno a la revolución socialista.
Pero, nuevamente, un ciclo, dominado por la “ciudad latinoamericana”. Uno subtendido a las cambiantes imágenes de América Latina, de la promesa de un vacío experimental a la denuncia de su intolerable dependencia; subtendido al tránsito entre las expectativas en la ciudad como motor de reequilibrio o transformación y la convicción de que era la ciudad misma la que alimentaba el subdesarrollo. Éste lleva desde el laboratorio puertoriqueño de la vivienda autoconstruida o el plan integral (derivas de la OEA, signadas por Rexford Tugwell) al CINVA colombiano o la fallida Ciudad Guayana venezolana (en que sobresale John Friedmann); del “concepto Tennessee” a los planes de cuenca mexicano, argentino o brasilero; de las investigaciones sobre las barriadas de Río, Lima y Buenos Aires promovidas por la UNESCO (entre ellas la de Gino Germani) al seminario santiaguino que, en 1959, volvía sobre la noción de “modernización” con y contra el arsenal de Chicago; también desde los seminarios sobre los procesos de urbanización liderados por Jorge Hardoy al despunte de una historia y una crítica cultural urbana que (comenzando por Richard Morse) sólo puede entenderse en ese horizonte. Son apenas ilustraciones.
Y, una vez más, un ciclo con umbrales propios. Otra ilustración: aquí la revolución cubana no puede ofrecer el corte que en la política o la diplomacia porque (pese al escándalo Camelot) Chile no deja de alentar expectativas matrizadas por aquel reformismo norteño; expectativas que la llegada de Allende al poder deslindará y radicalizará pero sólo serán efectivamente sumergidas —paradoja— por el golpe de estado de 1973, y esto con impacto continental. Es la conjunción de la marcha imperturbable de las reformas agraria y urbana cubanas (tempranamente apreciadas por los arquitectos) y el cierre brutal experimentado en Chile (de impacto universal) la que alimenta un fin de ciclo muy concreto: el signado por las expectativas en alguna transformación “urbano-regional” dentro del capitalismo y, más genéricamente, el de las expectativas en la capacidad transformadora de la ciudad.
Aunque ya debiera ser claro, quisiera subrayar algunos de los elementos que hacen de La ciudad latinoamericana un libro importante e inusual en el paisaje editorial y académico argentino. El primero, que por la propia composición de su objeto —que recoge un fenómeno en que convergen dimensiones muy variadas de la vida política e intelectual— ésta no es sólo una gran historia intelectual de una figura del pensamiento social. Es la historia intelectual de un momento significativo, e incluso una modulación particular de una historia sin más: es decir, una historia que interesa a todas las demás historias. El acento puesto aquí en la relectura del vínculo norte/sur y la Guerra Fría a través del reformismo, busca destacar ese arte mayor.
El segundo, que Gorelik halló en la figura de la “ciudad latinoamericana” una vía muy concreta para ensayar una historia de hálito continental, necesidad que venía subrayando en trabajos anteriores (un ejemplo reciente en la introducción a Ciudades sudamericanas como arenas culturales, co-editado con Fernanda Arêas Peixoto en 2016). Si el remate culturalista del ciclo de la “ciudad latinoamericana” (representado por las aproximaciones histórico-críticas de Richard Morse, Ángel Rama o José Luis Romero) había también abierto un horizonte, éste le parecía signado por la multiplicación de aproximaciones a ciudades o culturas urbanas particulares (algunas fundamentales, entre las que cuento La grilla y el parque, de 1998), en detrimento de una perspectiva continental. Pues bien, aquí una figura del pensamiento social, analizada en un meditado equilibrio de casos y problemas, permite efectivamente recuperar esa perspectiva, como ilustra muy bien el contraste entre la fallida Ciudad Guayana de los planificadores y ese éxito puramente arquitectónico que fue Brasilia; casos capaces de mostrar las alternativas y los límites del plan en el continente. Y digo continente, nuevamente sin más, porque es indiscutible que en esta historia de América Latina se escribe también un entero capítulo de la historia de Estados Unidos. Una historia de contactos, a aquella escala.
Finalmente: a esta altura de la profesionalización, no parece excesivo señalar algo que en otro momento hubiera resultado banal. La ciudad latinoamericana condensa el trabajo de casi veinte años; un prolongado razonamiento de conjunto que es inseparable de su ambición y de la identificación de nuestras tareas con un efectivo proyecto intelectual. Entiendo que hay en eso una reserva, en parte generacional, que se ofrece, y que ésa no es su menor virtud.
Ana Clarisa Agüero
(UNC/CONICET)
A propósito de: Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado, Embajadoras culturales. Mujeres latinoamericanas
y vida diplomática (1860-1960),
Rosario/México, Prohistoria Ediciones/Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 2021, 168 pp.
Este volumen de las investigadoras Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado constituye un valioso aporte para un campo de estudios en expansión: la participación de mujeres latinoamericanas en diplomacia. A partir de un notable trabajo de archivo, reconstruye las trayectorias de nueve argentinas, mexicanas y chilenas que dedicaron gran parte de sus vidas al servicio exterior de sus países. Se compone de un estudio preliminar a cargo de Bruno, en el que se despliega un estado de la cuestión exhaustivo sobre los estudios en torno a la problemática, y tres partes claramente diferenciadas a cargo de cada una de las autoras. Estas secciones revisan los itinerarios de tres embajadoras: en el primero están Eduarda Mansilla, Guillermina Oliveira Cézar y Ángela Oliveira Cézar; luego Carmen Bascuñán, Emilia Herrera y Amanda Labarca; por último, Gabriela Mistral, Palma Guillén y Concha Romero. El libro las presenta con el estilo de un perfil: sistematiza con precisión datos biográficos, las sitúa en pertenencia a redes intelectuales y afectivas junto con otros nombres, y marca hitos de la vida social y privada que las distinguen.
Escrito con tanto rigor académico como claridad y simpleza, Embajadoras culturales ofrece una lectura provechosa aún para la comunidad académica no especialista en estudios de historiografía. Los capítulos que componen las partes trazan una serie de líneas transversales que sostienen el análisis de cada una de las figuras abordadas. Por un lado, si bien está organizado de manera tal que la mayoría de los capítulos se concentran en una sola figura, lo cierto es que los diálogos posibles entre las trayectorias revisadas tienden puentes que felizmente exceden a la estructura del libro, de acuerdo con algunos cruces ocurridos y documentados entre estas embajadoras, y con ciertas similitudes en las condiciones con las que desarrollaron sus tareas; el efecto, entonces, es menos de suma que de unidad. Por otro lado, y en relación con esto último, el volumen aporta un claro panorama de la progresiva profesionalización de mujeres latinoamericanas en trabajos diplomáticos en un espectro temporal amplio, desde 1860 hasta 1960. En muchos casos, esta arista se combina con otros ámbitos afines, como lo es la profesionalización de las escritoras asumiendo roles de cronistas y autoras, o las diferentes modulaciones que adquiere la firma —cuando no se trata de un completo desdibujamiento de ella. Así, Embajadoras culturales compone un mosaico de figuras en el que cada una de ellas se recorta con nitidez gracias a la precisión con la que se reconstruye su trayectoria, así como también por la comparación con las otras. Este aspecto constituye uno de los aciertos metodológicos del volumen: reúne los casos señalando puntos de contacto sin homogeneizar diferencias y particularidades.
Otro aspecto metodológico que quisiera destacar se anticipa en el título. Además de la revisión, organización y jerarquización de las líneas de investigación previas, con un claro predominio de referencias bibliográficas actualizadas, el volumen propone una nueva categoría conceptual para dar cuenta del problema estudiado. Se trata de la figura de embajadora cultural, cuya especificidad consiste en que permite una aproximación global de las heterogéneas tareas en torno al rol que asumieron estas mujeres con variable carácter oficial e institucional. En palabras de Bruno,
oficiaron como articuladoras de relaciones y lazos de afinidad en el mundo diplomático; fueron percibidas como figuras con potencial para mediar en la esfera política; generaron imágenes, información y novedades que circularon en distintos escenarios a escala transnacional. A la vez, en otras latitudes se las consideró mujeres públicas y representantes de intereses y valores de sus naciones.1
Si bien la condición itinerante de la vida diplomática se encuentra signada por necesarias y sucesivas relocalizaciones en diferentes geografías y culturas, el abordaje desde el género permite dar cuenta del modo diferencial en que esta condición se imprime sobre las mujeres. Las fórmulas que dan título a los capítulos trazan los espacios en que las investigadoras sitúan a estas embajadoras: “entre ámbitos diplomáticos y circuitos transnacionales”, “entre vínculos familiares, mediaciones y responsabilidades internacionales”, “entre amistades, redes intelectuales y organismos de cooperación”. El estudio de estas figuras en cuanto diplomáticas las posiciona de forma menos fija que intersticial, en un entre, en concordancia con las múltiples tareas y destrezas que desarrollaron en el oficio diplomático. La diversidad de los frentes que componen el espacio en el que se desempeñaron da cuenta del gran abanico de habilidades y responsabilidades a las que estaban dedicadas en forma simultánea y, sobre todo, del carácter decisivo que revistió a sus contribuciones, algunas silenciosas, otras reconocidas.
Este aspecto tiene un correlato con las estrategias de autofiguración pública que cada una de ellas llevó adelante o eligió evadir, y que Embajadoras culturales reconstruye con la sutileza necesaria. Este es, en mi opinión, el mayor de los aciertos del volumen: el cuidado en torno a cómo llevar adelante esta tarea de reconstrucción, sobre todo cuando las fuentes presentan la complejidad de constituirse a partir de materiales epistolares de las protagonistas escasos, notas de prensa, textos memorialistas de familiares, publicaciones firmadas con iniciales, apodos o anónimas. Existe, por un lado, una tensión entre la poca visibilidad de estas mujeres en las fuentes oficiales y la sobreexposición en los medios de prensa, de manera que resulta necesario acceder a las vidas de algunas embajadoras mediante un tercer tipo de fuentes: el estudio de ciertas vidas que sí gozan del privilegio del registro extendido y que se encontraban a su lado, es decir, hombres en relación de parentesco con ellas. Paradójicamente, en esto la investigación invierte la histórica distribución de los géneros: en vez de mantener el lugar de las mujeres como un rol subsidiario a las narrativas y trayectorias de los protagonistas varones, aquí ellos resultan en los medios para acceder a las trayectorias de ellas. Por otro lado, también hay casos en los que los vínculos en los que se sostenían no pertenecían a la organización familiar sino a redes de afinidades y amistades entre mujeres, perspectiva que habilita la emergencia de otras figuras menores fundamentales para el sostén de las tareas diplomáticas y la vida itinerante en el exterior, tales como secretarias, asistentes y acompañantes.
Ya sea por búsquedas sobre alguna de sus protagonistas, por estudios sobre diplomacia y mujeres, o por el directo desarrollo de las líneas de investigación que abre Embajadoras culturales, sin dudas se convertirá en una referencia ineludible para próximas investigaciones.
Anabel Tellechea
Universidad Nacional del Sur – CONICET
A propósito de Marisa Midori Deaecto, História de um libro. A democracia na França, De François Guizot (1848-1849), Sao Paulo, Ateliê Editorial, 2021, 365 pp.
Es poco común que la celosísima historiografía francesa permita a historiadoras latinoamericanas erigirse en una autoridad de un episodio de su historia. Cuando esto sucede, puede pasar desapercibido. Sin embargo, no hay ninguna duda que la contribución de la profesora Marisa Midori Deaecto es importante en diferentes campos de la historia: la de Francia, la de América Latina (particularmente Brasil), la historia cultural y, sobre todo, la historia del libro. En este caso se trata de una obra con una perspectiva trasatlántica y latinoamericana, que tanta falta hace.
Marisa Midori Deaecto es experta en la historia del libro en Brasil y ha dedicado a este tema varias obras, entre las que destacan Comércio e vida urbana na cidade de São Paulo (Senac, 2002) y O Império dos livros. Instituições e práticas de leituras na São Paulo oitocentista (Edusp, Fapesp, 2011). Su último libro es producto de varios años de investigación tras una estancia en 2017 en la École de chartes de París y en otras ciudades europeas.
Tal como lo señala el título, História de um libro. A democracia na França, de François Guizot (1848-1849), se trata de un libro sobre otro libro. La profesora Deaecto estudia De la démocratie en France de François Guizot, que puede decirse que es una fotografía de una de las tantas crisis de la Francia decimonónica. Desde 1789, “el Hexágono” ya ha atravesado dos revoluciones y la tercera, que Tocqueville presiente y Guizot cree ser capaz de superar, dio como resultado la efímera Segunda República. En sus Memorias, Tocqueville advirtió: “¿Acaso no sienten… cómo decirlo… soplar un viento de revolución?” (1893, publicación póstuma). Paradojas de la historia, durante este siglo, si bien el imperio británico apuntala su preeminencia internacional, también confirma a la convulsa Francia como la otra gran potencia europea. Este es el marco en el que tiene lugar la redacción, publicación y circulación del libro de Guizot.
Guizot no escribió De la démocratie para las clases populares de París. No buscó hablarle a los faubourgs, los barrios obreros y los arrabales donde surgieron movimientos que, como el viento presentido por Tocqueville, dieron cuenta de monarquías, repúblicas e imperios. No se dirigió a los barrios del este y norte de París, de los estudiantes y obreros agitadores que hacían llover sobre la policía y las fuerzas armadas adoquines arrancados de las calles. Todo lo contrario: miró al oeste, hacia los barrios burgueses guardianes de la legalidad y de la propiedad privada. El caos, dirá Guizot, se esconde bajo una palabra: la democracia. Esto no es una contradicción, pues él cree en la democracia, pero no en aquella convertida en un fetiche de las clases populares sino en la democracia burguesa. En su perspectiva, el sufragio universal era garantía de descomposición social. Marisa Deaecto lo resume muy bien: “Tal vez Guizot no pretendía alcanzar directamente (…) ni al lector simple del campo, ni al lector popular del faubourg. (…) A final de cuentas, editor y autor están de acuerdo en que el horizonte es otro” (p. 204).
En su introducción, Deaecto retoma los trabajos de Frédéric Barbier y Roger Chartier. Según este último, la escritura de un libro no sólo concierne al autor, sino en primer lugar y muy importante, al editor: el agenciamiento físico del texto sobre el papel es una valiosa fuente de reflexión y de interpretación. No menos importante, es un asunto del lector. Cuando éste último se apodera del texto, su interpretación, reconstrucción, recepción y difusión quedan fuera del control del escritor y del editor. Este será el hilo conductor de todo el libro, lo que permitirá a la autora analizar la historia de De la démocratie desde su concepción y redacción hasta su circulación y recepción fuera de Francia. Se trata de un recorrido por la construcción material y simbólica de una obra cuya paradoja radica en el éxito que obtuvo en poco tiempo gracias a las circunstancias históricas y al prestigio de su autor, y en el olvido posterior en el que cayó.
La autora comienza en el capítulo 1 presentando el estudio de Guizot en su exilio en su casa de Brompton, Inglaterra. Lleva de la mano al lector a través del expediente personal de Guizot resguardado en los Archivos Nacionales de Francia. Revisa el manuscrito original de De la démocratie, las notas autógrafas, el plan de redacción, sus correcciones y buena parte de su correspondencia con Sarah Austin, su traductora al inglés. Los cambios y tachaduras, la espera de noticias desde París y de posibles mudanzas en el panorama político del otro lado del Canal de la Mancha reflejan su nerviosismo y permiten echar un vistazo a la psicología de Guizot, a sus esperanzas y sus futuras resignaciones. En el Capítulo 2, entra en escena el editor parisino Victor Masson: tras firmar un contrato con Guizot el 17 de diciembre de 1848, en tan solo tres semanas organizó e imprimió De la démocratie, que empezó a circular en enero de 1849.
Hasta aquí, el análisis utiliza una metodología que recuerda a la escuela italiana de la microhistoria: la correspondencia del autor, sus anotaciones manuscritas y otros documentos personales sirven para ofrecer un análisis del trabajo diario del autor francés, las circunstancias y las ideas que dieron como resultado la redacción y publicación de De la démocratie. En los capítulos siguientes la autora propone una visión complementaria a partir de una perspectiva geográfica mucho más amplia que permite apreciar el impacto continental y del otro lado del Atlántico de esta obra.
El Capítulo 3 analiza la recepción y traducción de De la démocratie desde Portugal hasta Prusia, desde Inglaterra hasta Italia, pasando por un interesante episodio sobre ediciones piratas belgas. El análisis de las traducciones a las lenguas occidentales más difundidas y otras a las que se le pone menos atención como el polaco, holandés, danés, noruego o sueco, pone en evidencia que la obra de Guizot es un ejemplo de transferencia cultural, así como de su construcción simbólica y su recepción en lugares tan lejanos como Sao Paulo o Breslau. El capítulo continúa con la recepción de la obra en los Estados Unidos, México y Brasil, en donde Guizot también fue traducido, leído y comentado. La rapidez con la que llegó al continente americano y fue traducida por los editores y periódicos brasileños deja en claro su prestigio y la curiosidad con la que una parte de la sociedad brasileña seguía las noticias desde Francia.
Entre este capítulo y el siguiente, la autora inserta una “Cartografía de las ediciones de De la démocratie” que permite echar un vistazo a los lugares dentro y fuera del Viejo Continente en los que el libro de Guizot recibió una traducción. Esto da una idea del éxito y de la recepción del libro de Guizot.
En seguida, el Capítulo 4 arranca con los lectores que leyeron primero De la démocratie, entre ellos Victor Hugo y Pierre Joseph Proudhon, uno de los autores más criticados por Guizot. La autora dedica a Victor Hugo algunas reflexiones interesantes. Desafortunadamente, falta de fuentes, no le es posible abundar sobre la respuesta de Proudhon. El Capítulo 5 cierra con las voces críticas a la obra de Guizot. Como titula uno de los apartés de ese mismo capítulo, “Lo que el señor Guizot no comprendió”, es decir lo que no quiso o no pudo dejar de lado, fue una concepción jurídica y política de la propiedad privada completamente superada y que definió su concepción de la democracia (p. 249). Y es en este punto que las memorias de Tocqueville parecen ajustarse perfectamente a Guizot, quien no vio venir el viento… El volumen concluye con el capítulo 6, a propósito de la recepción de esta obra en Brasil, complementado con un posfacio escrito por Lincoln Secco a propósito de Guizot y el Brasil contemporáneo.
La obra cuenta con una abundante iconografía: reproducciones de manuscritos, las diferentes ediciones, traducciones y otros escritos a favor y en contra, mapas y tablas que permiten echar un vistazo rápido a información relevante. Pero, sobre todo, una selección de caricaturas, litografías y pinturas que ilustran los momentos álgidos de la Revolución de Febrero y el nacimiento de la efímera Segunda República: “A primavera dos povos, 1848: uma históra em imagens” (p. 105) contiene 16 imágenes en torno a la revolución de 1848 y de sus consecuencias por toda Europa; una “Cartografía das ediçōes de De la démocratie en France (1849)” (p. 169) y una interesantísima “Bibliografia ilustrada” (p. 179).
Una de las reflexiones más interesantes desarrollada por la autora gira en torno a la importancia de los medios de comunicación y el desarrollo tecnológicos. La profesora Deaecto subraya los circuitos de circulación de los libros y el establecimiento de un “sistema logístico global” cada vez más rápido y eficaz (p. 130), así como la estrecha relación entre “ciudades y rutas”. Esta última idea hace eco a la obra de Fernand Braudel, de la que la autora también fue editora. No está de más insistir en esta reflexión porque abre la puerta a otra mucho más fina sobre la infinidad de traducciones que, como dijimos aparecen en todos los rincones de Europa, en gran parte gracias al desarrollo vertiginoso de los medios de comunicación durante esa época.
A este respecto, la ilustración número 29 (p. 148) muestra muy bien la relación entre medios de comunicación, traducciones y recepción crítica de la obra. Se trata de la portada de un volumen editado en Breslau en 1849 que, si no se le pone atención, bien podría pasar por una traducción más de la obra de Guizot. En efecto, las primeras líneas rezan “Die Demokratie von F. Guizot”. Pero más abajo, en letras más pequeñas, el autor agrega: “für das deutsche Wolk [sic] in das rechte Licht geƒeßt und widerlegt von einem Demokraten”, es decir, “editado para el pueblo alemán bajo las luces correctas y refutado por un demócrata”. Se trata, en realidad, de una crítica y una “corrección” a la propuesta de Guizot, debidamente presentada para el pueblo alemán, disfrazada para aprovechar el prestigio de Guizot y el éxito de su obra.
Muy bien documentado, el trabajo de Marisa Deaecto abarca un panorama muy amplio. Quizás uno de los poquísimos reproches que podría hacerse a esta obra tenga que ver con esa amplitud, pues algunos de los conceptos más importantes para la obra de Guizot no son discutidos con profundidad. Es el caso del concepto de propiedad privada: a pesar de que constituye uno de los pilares del pensamiento guizotiano y que es mencionado en numerosas ocasiones, no hay una verdadera comparación entre ese modelo y el que se ve nacer en los mismos años. La misma autora señala su importancia, recordando las propias palabras del ex ministro francés: “Si tuviera que civilizar una nación de salvajes, les enseñaría el principio de propiedad” (p. 249). Cierto, el paradigma de la propiedad privada se encontraba en un cambio profundo al pasar a la esfera social (p. 249), sin embargo, esa discusión no es una novedad en ese momento y podemos hacerla remontar a toda la literatura originada tras las nacionalizaciones revolucionarias de 1789 y los años siguientes. En aquella ocasión también hubo una discusión sobre la propiedad privada no solo en la esfera jurídica, sino también en la social. Guizot comprendía muy bien eso y era un experto en la materia. Valdría la pena dedicarle algunos párrafos más a la teoría jurídica en torno a este concepto y, de esa manera, contrastarla con las novedades políticas y sociales de la época.
En resumen, se trata de un trabajo que constituye una referencia en diferentes campos de la historiografía y señala el camino a seguir a otras investigadoras latinoamericanas interesadas en la historia europea.
Pablo Avilés
Instituto de Investigaciones Bibliográficas
Universidad Nacional Autónoma de México
A propósito de Ma. Carmen Villarino Pardo, Iolanda Galanes Santos y Ana Laura Alonso (ed.) Promoción Cultural y Traducción. Ferias internacionales del libro e Invitados de Honor, Berna, Peter Lang, 2021, 294 pp.
De los cuatro términos que componen el título y subtítulo de esta gran compilación de 14 estudios —Promoción Cultural y Traducción. Ferias internacionales del libro e invitados de Honor, coordinada editorialmente por Carmen Villarino Pardo, Iolanda Galanes Santos y Ana Luna Alonso—, el haz común de interrogantes gira en torno a la vinculación entre la primera y la última de estas categorías. La Promoción Cultural como concepto, en el contexto de esta perspectiva temática de los estudios sobre el libro y la edición, se ha visto en los últimos años muy potenciada por la existencia de proyectos y grupos de investigación que han enfocado (y ponderado) este tema asociado a la traducción y sus múltiples aristas, eventos y actores, indagando sobre los eventos internacionales —sus características, clasificación, tipologías— y particularmente la relación entre estos eventos y la promoción del libro, las literaturas de distintos países alrededor del mundo, en el contexto de la condición de Invitado de Honor.
Nos referimos, entre otros, a proyectos internacionales como el CULTURFIL que da origen a este libro. Este proyecto, titulado “Nuevas estrategias de promoción cultural. Las Ferias Internacionales del Libro y la condición de invitado de honor”, aborda las Ferias Internacionales del Libro (FIL) desde la perspectiva de los Estudios de la Cultura, la Sociología de la Traducción y la Economía de la Cultura, con un equipo interdisciplinario e internacional. Este proyecto tiene por objetivos principales incrementar el conocimiento sobre estos eventos como instrumentos de promoción cultural y evaluar desde distintas perspectivas la condición de “Invitado de honor” en las FIL, considerando un análisis acerca de la acumulación de capitales en el espacio transnacional de las relaciones vinculadas a la edición que son tanto literarias como culturales y políticas.
Volviendo al compendio objeto de esta reseña, esta obra, recientemente publicada, da lugar a la exploración de un tema general ya abordado, desde una nueva perspectiva abierta por los resultados del proyecto antes mencionado: ¿cómo pueden estudiarse y pensarse las Ferias internacionales de libros? Y sobre todo, ¿qué herramientas metodológicas son las que pueden sumarse para abordar el análisis de estos eventos y de la categoría de Invitados de Honor?
El libro compila 14 estudios, divididos en tres partes: la primera de ellas se titula “Modelización de las FIL y los invitados de Honor” y contiene textos orientados a lo teórico-metodológico; la segunda se titula “Instrumentos para investigar las FIL”, mientras que la última parte se compone de estudios de casos.
En el marco del primer segmento de trabajos, es importante destacar un trabajo de Gisele Sapiro —una de las investigadoras más reconocidas en este campo de estudios— en el cual trabaja en la distinción teórica de los Festivales Literarios y las Ferias Internacionales de Libros. En este texto, ella analiza la función de los festivales literarios en términos de “dotar de legitimidad a las autorías” (p. 23) y de fortalecer, en términos de Bourdieu, la illusio, la creencia en el valor de la literatura. De igual modo, Gustavo Sorá —un investigador pionero en el estudio etnográfico de las Ferias de libros— analiza la diferencia entre Ferias internacionales y Festivales, vinculando esto con el mundo anglófono y las características de la internacionalización de las Ferias de mercados no anglófonos, centrándose en la figura y trayectoria de Peter Weidhaas.
Asimismo, el trabajo de Villarino Pardo aborda el circuito de ferias anuales (Liber, Livre Paris, Feria de Frankfurt, Feria de Guadalajara y Feria de Buenos Aires) partiendo de un interrogante central: ¿Quiénes son los principales destinatarios y protagonistas de los diversos modelos de Ferias internacionales? De este modo reflexiona sobre cómo se puede construir una tipología de las FIL como ámbitos de promoción cultural cuando estas incluyen Comitivas e Invitados de Honor. En el marco de su investigación, lo más novedoso es que presenta un Repositorio de la promoción del libro en el exterior, ProLibEx, integrado por una base de datos propia y una mediateca: una herramienta que permite un análisis en red de las relaciones que se establecen entre las Ferias.
En otro de los estudios, Iolanda Galanes Santos aborda la condición de Invitados de Honor y el significado que tiene esta condición para las culturas periféricas —es decir, tiene como objetivo “medir” cómo crece el capital simbólico y cultural de los Invitados de Honor en una Feria—. También analiza la traducción y los efectos que tienen estas participaciones para las autorías nacionales —particularmente el caso portugués), considerando el hecho de que las autoridades de cada país elaboran una comitiva y una programación para “mostrarse” en este tipo de Ferias.
Finalmente, el trabajo de Aurea Fernández Rodríguez es relevante en cuanto toma un elemento que permite acumulación de capitales y legitimación en el mercado literario: es el caso de los premios literarios entregados en Ferias Internacionales, tomando como casos la Feria de Buenos Aires y la Feria de Guadalajara, proponiendo un análisis de los mismos en la última década, reflexionando sobre ellos en sus transformaciones de garantía de calidad literaria a estrategias publicitarias.
La segunda parte de este libro se compone de tres capítulos y se orienta al estudio sobre “Instrumentos para el estudio de las Ferias Internacionales del Libro”. Lo significativo de la compilación en sus distintos segmentos es el esfuerzo por abonar el campo de estudio de las herramientas metodológicas con las que se abordan estos referentes: en este marco, el capítulo de Sanjiao Otero y Núñez Alonso destaca lo problemático del establecimiento de indicadores efectivos para aplicar, evaluar y cuantificar la cultura como actividad social y en particular las Ferias de Libros a través de la participación como Invitado de Honor. José de Souza Muniz Jr se destaca también por su preocupación por producir herramientas conceptuales y técnicas sobre este campo y en un excelente capítulo propone un análisis de las FIL desde una perspectiva comparativa a través del método prosopográfico para analizar la participación de culturas, países y ciudades en calidad de Invitados. Cerrando esta segunda parte, el capítulo Marlio Barcellos Pereira Da Silva describe la creación de una Mediateca CULTURFIL integrada en el Repositorio ProLibEx que se constituyó por materiales de trabajo de campo de las cinco ferias, y describe ciertas estrategias de software como el Conifer y el Zotero que permiten almacenar y compartir en línea datos recogidos, archivos y artículos de prensa.
En la última parte del libro el eje son una diversidad de casos que aparecen como distintas aristas desde la cuales estudiar este tema conductor del estudio, que se vincula a la traducción. En esta parte encontramos trabajos como los de María Fernandez Moya, quien se central en la internacionalización de la Feria de Frankfurt, entre otros estudios de Marco Bosshard o Ana Luna Alonso. Franciele Queiroz Da Silva aporta un estudio de caso centrado en el proceso de profesionalización de los autores y autoras, particularmente autorías brasileñas en eventos en que Brasil asistió como Invitado de Honor en 2013 y 2015 y cómo los eventos tienen incidencia en sus trayectorias. Olga Castro, quien toma una perspectiva comparativa para abordar el modo en que las culturas minorizadas —“naciones sin Estado” Cataluña, Valencia, País Vasco y Galicia— pueden internacionalizarse a través de la traducción literaria. El análisis de las principales Ferias se complementa con un trabajo de Delia Guijarro Arribas que toma como referente la Feria de Bolonia, considerando su posición singular respecto de otras ferias considerando su “mayor equilibrio entre las funciones económica y cultural” (p. 244) atendiendo a su piedra angular, su gran programación cultural que la dota de una función central en el campo de la literatura infantil y juvenil.
Al posicionarse sobre el análisis de la promoción cultural a través de la figura del Invitado de Honor, este libro —y el proyecto con el que se vincula— renueva el conocimiento y los estudios existentes sobre Ferias del Libro al tiempo que propone una base de datos organizada y factible de ser compartida en otros proyectos, lo cual es un elemento central de la propuesta.
En definitiva, es un libro muy valioso en primer lugar porque materializa los resultados de un proyecto de investigación muy fructífero; en segundo lugar por lo interdisciplinario de los abordajes, y por último por lo ambicioso de los escritos que se sumergen en las arenas no solamente del análisis, sino también de las discusiones metodológicas que permitan abordar de modo sistémico las Ferias internacionales de Libros, por una parte evidenciando su complejidad, y por otra avanzando en la producción de insumos e instrumentos que permitan aplicarse sobre otras Ferias y otros proyectos de investigación de este campo.
Daniela Szpilbarg
UBA - CONICET
A propósito de Carlos Antonio Aguirre
Rojas, Pesquisa sobre el Che Guevara, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2021, 78 pp.
El relato histórico está conformado de hechos y explicaciones sobre el pasado, la historiografía se ha movido del positivismo —que pretendía contar los hechos tal cual sucedieron—, a la aceptación de la subjetividad del historiador para plantear marcos analíticos de comprensión sobre el pasado. Estas transformaciones de la disciplina han demostrado que la historia es polifónica y que el reto está en intentar rescatar y escuchar todas las voces posibles, para construir una narrativa verídica. Por otro lado, es cierto que en la historiografía van identificándose personajes que, aunque hijos de su tiempo, resaltaron en su generación por el impacto que tuvieron en la sociedad que les tocó vivir. Este es el caso de Ernesto Guevara, quien resalta como emblema de una generación latinoamericana en plena guerra fría y de quien podría pensarse, se ha escrito suficiente. Ante esta idea, el texto de Carlos Aguirre Rojas evidencia que siempre es posible plantear nuevas preguntas al pasado, su propuesta es, en términos generales, una lección de historia y de metodología.
Pesquisa sobre el Che Guevara es un texto breve y conciso que evidencia años de lectura e investigación en el tema. Está escrito con un lenguaje sencillo, lo cual hace suponer que es un libro que puede ser consultado por un público amplio y diverso. En su propuesta Carlos Aguirre asume dos retos. En primer lugar, plantea una reflexión de tipo metodológico con respecto a lo que Carlo Ginzburg denomina la “búsqueda de indicios”,2 que nos hace pensar en una pregunta tácita ¿qué fabrica el historiador cuando hace historia? En segundo lugar, reconstruye el contexto de finales de los años sesenta en América Latina, particularmente desde la relación Cuba-Bolivia que fue posibilitada por Ernesto Guevara en el desarrollo del conflicto armado en el territorio del país andino.
Sobre el primer asunto, Carlos Aguirre traza una línea de acción metodológica que le permite exponer las diferentes cuestiones que se plantea un(a) historiador(a) frente a una fuente: ¿Qué dice? ¿Quién la escribió? ¿Cuál fue su contexto de emergencia? Etcétera. No obstante, ante estas preguntas básicas para el oficio se enfrenta a una dificultad cuando el que firma la fuente lo hace con un pseudónimo y no con su nombre de pila. Aguirre sortea este obstáculo planteando hipótesis, explicaciones, proponiendo posibles nombres de autores o autoras; avanza y retrocede en lo que parece una labor detectivesca, esto es: determinar quién escribió el artículo titulado: “Bolivia. Análisis de una situación”, publicado en la Revista cubana Pensamiento Crítico en junio de 1967.
El método indiciario tomado de Ginzburg, como ya se ha señalado, le permite a Aguirre acercarse al artículo sobre Bolivia e interrogarlo desde un detallado análisis discursivo, sumando a esto la identificación de elementos extra-textuales y el planteamiento de hipótesis de posibles autores(as) del texto. El ejercicio de propuesta y descarte enriquece la investigación pues sirve como excusa para reconstruir el contexto, identificar a los sujetos implicados en la dinámica del conflicto y, sin duda, plantear un interesante circuito de circulación de ideas sobre la insurgencia, el conflicto, la revolución, entre otros conceptos clave para la época y la región.
La identificación de las ideas dominantes de la época así como el acercamiento al desarrollo del conflicto en Bolivia, prestando especial atención a la dinámica interna del Ejército de Liberación Nacional, posibilitan el desarrollo de la segunda cuestión antes mencionada. Las idas y venidas entre hipótesis le permite a Carlos Aguirre presentarnos a varios personajes de la época junto con las preocupaciones de quienes se saben protagonistas de procesos complejos en la dinámica geopolítica de América Latina. Entonces, aunque el libro pretende mostrarnos un aspecto de Ernesto Guevara, el escritor y analista político, termina ofreciéndonos una breve radiografía de la complejidad de la izquierda latinoamericana.
Aunque el título ya es un adelanto de la conclusión a la que llega Aguirre, lo interesante de su lectura es conocer el proceso que llevó a cabo para llegar a esa conclusión, proceso que podemos seguir a lo largo de sus siete apartados los cuales se hilan para dar como resultado un texto ameno que, como lo dicen los editores del libro, “transita de la mera conjetura a la prueba histórica”. Finalmente, la pesquisa sobre el Che Guevara es un ejemplo metodológico de cómo se construye la explicación histórica y los retos que enfrenta un historiador para llegar al conocimiento del pasado.
Cristina Sánchez Parra
Colegio de Estudios Latinoamericanos, UNAM
A propósito de Dahiana Barrales Palacio y Nicolás Iglesias Schneider, ¿De qué lado está Cristo? Religión y política en el Uruguay de la Guerra Fría, Uruguay, Editorial Fin de Siglo, 2021, 248 pp.
En su libro Cristianismo ¿opio o instrumento de liberación?, Rubem Alves inquiría: “Ustedes buscan a Dios donde todas las cosas están tranquilas ¿no? Les sugiero que busquen a Dios en el ojo del huracán” (1970, Tierra Nueva). La cita del teólogo brasileño sintetiza los objetivos del libro de Barrales Palacio e Iglesias Schneider. Su trabajo busca indagar las relaciones entre política y religión en un período turbulento de la historia reciente de Uruguay y América Latina: la Guerra Fría. En consonancia con otros estudios actuales en la temática, como el destacado dossier coordinado por Ximena Espeche y Laura Ehrlich en la revista Primas,3 el libro muestra que para entender la Guerra Fría en y desde Latinoamérica no deben dejarse de lado las disputas culturales y simbólicas que entablaron los actores de la época, enmarcados en dinámicas trasnacionales, problemáticas regionales y en anclajes locales.
En este encuadre, Barrales Palacio e Iglesias Schneider argumentan que comprender el vínculo entre religión y política durante la Guerra fría cobra una relevancia geopolítica fundamental, porque los discursos religiosos sitúan, desde su perspectiva, dónde está el bien y dónde el mal, e incluso qué naciones y sistemas políticos viven bajo la ley de Dios y cuáles en contra. De esta manera, su libro indaga las dinámicas autoritarias y las búsquedas revolucionarias de aquellos años que tuvieron una dimensión religiosa, donde la Biblia fue interpelada en favor de proyectos políticos de signos opuestos.
En sus nueve capítulos, el trabajo analiza de forma amena y clara, con un lenguaje que combina argumentación académica y de divulgación, un caleidoscopio de experiencias desde los años sesenta hasta los ochenta. En este amplio panorama destacan tres abordajes de la temática. El primero es el referido a la teología de la liberación, una reconocida corriente cristiana nacida en América Latina e integrada por vertientes católicas y protestantes. Sus raíces son múltiples, desde la propia Revolución Cubana, el Concilio Vaticano II, la II Conferencia del Consejo del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín hasta la teología católica francesa más progresista, como la de Jacques Maritain, Louis-Joseph Lebret, Emmanuel Mounier y Teilhard de Chardin, y la escuela de la nueva teología de Yves Congar, Karl Rahner, entre otros.
Existe un consenso de que el peruano Gustavo Gutiérrez es uno de los fundadores de la teología de la liberación, pero esta corriente nació principalmente de las experiencias concretas de praxis cristiana que se desarrollaban en ámbitos campesinos, obreros, estudiantiles y en las Comunidades Eclesiales de Base. Este diálogo entre vertientes sociales y religiosas fue el que le imprimió sus características más importantes: considerar que el evangelio exige la opción por los pobres, la necesidad del diálogo con el marxismo, sus críticas al capitalismo y al imperialismo y su uso de las ciencias sociales y humanas para definir las formas en que debían realizarse esos posicionamientos.
Barrales Palacio e Iglesias Schneider señalan que uno de los puntos culmines de esta corriente teológica y sus alianzas políticas tuvo lugar en Santiago de Chile durante 1972 en el Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo. En esas jornadas, distintos exponentes de la región expresaron su apoyo a Salvador Allende y su intervención en las discusiones de las izquierdas de ese entonces, en torno a lo que implicaba el pasaje del reformismo a la acción revolucionaria en el marco de la vía chilena al socialismo. Además, los autores rescatan cómo la teología de la liberación tuvo una proyección en las décadas de 1980 y 1990 en otros movimientos revolucionarios y sociales de América Latina, como el sandinismo nicaragüense, los campesinos sin tierra en Brasil y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional de México.
En esta reconstrucción, lo que deja pendiente el libro es lo que Vania Markarian y Aldo Marchesi designan como “circulaciones inversas”, es decir, la capacidad de visualizar si la teología de la liberación tuvo impacto e influencia en los ciclos de protesta del “primer mundo”, ya que, a su entender, pocas veces la región estuvo tan presente en el imaginario de los sectores movilizados de izquierda en Europa y Estados Unidos.
El segundo abordaje sobre la temática que destaca en el libro puede sintetizarse en la idea de la particularidad ¿y paradoja? uruguaya. Retomando los aportes de los historiadores José Pedro Barrán y Gerardo Caetano, el trabajo muestra que entre finales del siglo XIX y principios del XX se consolidó un proceso de afianzamiento del Estado uruguayo, donde lo público comenzó a identificarse con lo estatal laico y la religiosidad fue resguardada en la esfera privada. Sin embargo, el país menos religioso de América Latina fue un punto neurálgico de experiencias y personalidades de tendencias teológicas.
En este marco, Barrales Palacio e Iglesias Schneider reconstruyen una red de actores y organizaciones cristianas, donde no faltaron católicos, protestante y ecuménicos que optaron por intervenciones sociales, “progresistas” e incluso radicalizadas en la opción por la lucha armada. Los autores exponen experiencias de distinto tipo, desde el papel de dos figuras institucionales destacadas como monseñor Carlos Parteli y el pastor Emilio Castro hasta el rol que desempeñaron el Movimiento Obrero de Acción Católica y la Acción Sindical Uruguaya en la conformación de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) en 1964, donde se unieron a socialistas, anarquistas y comunistas.
Sin embargo, el libro no termina de explicar por qué el país menos religioso de América Latina fue un punto neurálgico de las experiencias que vinculaban religión y política en la región. En cambio, sí problematiza en varias ocasiones el tema de la politización y radicalización de los sectores cristianos en lo que atañe a las relaciones entre religión e izquierdas. Para Barrales Palacio e Iglesias Schneider, la confluencia entre cristianos y marxistas en los años sesenta y setenta —sea teórica o estratégica— no se restringió al Partido Demócrata Cristiano (PDC), al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y a los grupos de Acción Unificadora. También tuvo antecedentes en la Unión Popular, con la presencia de referentes con formación cristiana como Mariano Arana, Alberto Methol Ferré y José Claudio Williman e incluso en los Partidos Socialista y Comunista. A su vez, destacan cómo el PDC uruguayo y su dirigente Juan Pablo Terra participaron activamente en la creación del Frente Amplio en 1971 junto a distintos sectores de izquierda.
Al abordar las relaciones entre religión e izquierdas, el libro también indaga la pregunta sobre qué implicó la politización y radicalización de jóvenes militantes cristianos que formaron parte de varias de las experiencias que nombramos anteriormente. En este punto, retoma los argumentos que presenta Marchesi en Hacer la revolución (2019, Siglo Veintiuno), al señalar que a fines de los años sesenta existió una generación de menos de treinta años que se destacó por su cuestionamiento a las maneras tradiciones de hacer política y por promover nuevas formas de movilización social, política y cultural. No obstante, Barrales Palacio e Iglesias Schneider sostienen que esta visión debe complementarse con la idea de que los jóvenes cristianos, en algunos casos, cuestionaron de manera novedosa las maneras en que las iglesias debían ser iglesias.
Aunque el asunto más destacado en este aspecto es que el libro no desconoce los complejas y múltiples que fueron las politizaciones de esos años. Cuando se evalúa la importancia que tuvieron algunos ámbitos juveniles cristianos en la discusión sobre la realidad nacional latinoamericana y en las disputas acerca de la posible participación de cristianos en política —y, particularmente, en movimientos armados—, lejos está de decir que todas las personas que transitaron por ellos se relacionaron de igual modo con los movimientos de protesta social, estudiantil y sindical o con las organizaciones políticas. Lo que lleva a la idea de que la politización de esos años es una especie de jardín de los senderos que se bifurcan, al incluir experiencias de izquierdas, derechas e incluso casos que no pueden ser fácilmente ubicados en esas clasificaciones dicotómicas.
El tercer y último abordaje de la temática que destaca en el libro es sobre la intervención de Estados Unidos en la región, la represión estatal y el papel de los grupos de derecha cristianos. En esta dimensión, se muestra cómo en los sesenta existió una creciente preocupación de la élite política norteamericana y de la CIA por el rol político de algunos sectores de la iglesia latinoamericana. El informe de Nelson Rockefeller de 1969 luego de su gira por América Latina afirmaba que la iglesia era vulnerable a la penetración subversiva y exhibía una gran preocupación por la convergencia de ésta con los movimientos campesinos, obreros, negros, estudiantiles y de mujeres.
En este contexto y retomando los aportes de Magdalena Broquetas, en los cuales se resalta la acción de grupos anticomunistas en Uruguay y sus conexiones regionales e internacionales durante la Guerra Fría, Barrales Palacio e Iglesias Schneider plantean que en las derechas religiosas que terminaron apoyando el golpe de Estado en 1973 confluyeron dos sectores: uno que creció en torno al catolicismo integrista, tradicionalista e hispanista, y otro basado en un fundamentalismo evangélico, influenciado por la derecha religiosa estadounidense y sus variables. Ambas corrientes compartían la idea de que su misión era salvar la cultura occidental y cristiana del teísmo marxista infiltrado en la sociedad e incluso en la iglesia.
No obstante, la cuestión que más sobresale con relación a las tendencias autoritarias es la advertencia de que la pertinencia religiosa de las víctimas de la acción ilegítima del Estado aún no ha sido abordada en profundidad por la historia reciente en Uruguay. A su entender, faltan estudios sobre el cruce entre la afiliación religiosa y la violencia ejercida por el Estado durante la dictadura cívico-militar (1973-1985). Y, en este punto, el libro retorna al problema de la particularidad (¿y la paradoja?) de Uruguay. Aunque a diferencia de otros países de América Latina, el Estado uruguayo ha definido la laicidad como la neutralidad e incluso la no intervención frente al fenómeno religioso, lo cierto es que dedicó recursos específicos para el control y la represión de las comunidades y referentes religiosos. Esto incluyó desde el cierre momentáneo de iglesias hasta la persecución y desaparición de pastores, monjas, sacerdotes y laicos cristianos.
La discusión sobre la impunidad y los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en Uruguay no está cerrada. En la actualidad, distintos actores del sistema político buscan frenar o rever las decisiones judiciales que han fallado contra responsables a las violaciones a los derechos humanos en el periodo autoritario. Por esta razón, el libro de Barrales Palacio e Iglesias Schneider merece su lectura no sólo por los aportes que realiza al campo de la historia reciente, sino por su anhelo de intentar reflejar el compromiso de la personas y comunidades de fe con la defensa de los derechos humanos en Uruguay y América Latina.
Nicolás Dip
CONICET
A propósito de Rafael Barrett Viedma, Mis andares en el Partido Comunista Paraguayo y alrededores, Asunción, Arandurã Editorial, 2021, 222 pp.
Se conoce poco sobre la historia reciente del Paraguay, especialmente de los diferentes grupos que se opusieron a la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). La publicación de testimonios es mayor a la producción académica, y dentro de aquellos, los pertenecientes a militantes del Partido Comunista Paraguayo (PCP) se caracterizan por un estilo en el que prima el “relato heroico” —en donde todos sus miembros son abnegados y sacrificados— y por lo breve y poco relevante de sus recuerdos, donde saltean los períodos críticos del partido. Otros, ensayan tímidas críticas, y muy pocos exponen sin concesiones la verdadera naturaleza de la vida interna.
Por todo esto, la aparición del libro-testimonio de Rafael Barrett Viedma es un soplo de aire fresco en donde el relato heroico queda carcomido, tal cual se simboliza en las letras de la sigla partidaria que aparece en la portada del libro.
La importancia de su testimonio se resume en que el autor fue el asistente directo del secretario general del PCP, Oscar Creydt, entre 1960 y 1966, y testigo directo y único sobreviviente de la recordada reunión del 11 de julio de 1965 en Buenos Aires, en donde se produjo la mayor fractura partidaria de la historia del PCP.
Nacido en febrero de 1942 en Paraguay, es uno de los diez nietos/as que tuvo el recordado escritor ligado a un anarquismo humanista. Desde muy joven militó en el PCP y participó de la resistencia a la dictadura de Stroessner. Sufrió la prisión entre 1959 y 1960, fue asistente de Oscar Creydt hasta 1966 para luego formar junto a sus hermanos el Comité Juan Carlos Rivas, que luego cambiaría el nombre a Comuneros, una agrupación de jóvenes del PCP desencantados con la dirección partidaria que viajaron a Cuba para plegarse al proyecto continental del Che Guevara, hasta que este se desmoronó por su muerte en 1967.
En el texto sobrevuelan diversos aspectos negativos ligados a las prácticas internas del PCP, como el culto a la personalidad de su secretario general, el sectarismo, las luchas internas, y también la reflexión sobre la lucha armada y los errores cometidos. El libro se estructura en capítulos ligados a las diferentes ciudades del mundo por las que transitó Rafael Barrett, es decir, los alrededores del título.
Desde el comienzo, en sus “aclaraciones previas”, el autor deja en claro que ellos fueron jóvenes “imbuidos de irrefrenables ansias de ‘hacer la revolución’, como miles en ese tiempo, quizá sin tener firmemente los pies sobre la tierra” (p. 7), y también deja en claro que existieron compañeros respetables y “otros que no”, rompiendo otra regla de oro del relato heroico de la izquierda paraguaya, según la cual cualquier individuo por el solo hecho de ser comunista, era un militante abnegado, incansable, de hierro, y otras cualidades.
Luego de narrar sus años de infancia y adolescencia, en donde emerge con fuerza la figura de su padre (el dirigente comunista Alex Barrett), abarca su participación en las luchas estudiantiles de 1958-59 y la preparación de la columna guerrillera Ytororó proveniente de la Argentina.
En el capítulo “Buenos Aires, Moscú, Montevideo”, narra el comienzo de la relación con Oscar Creydt, uno de los secretarios generales más enigmáticos de los PC latinoamericanos debido a su vida clandestina desde 1947 hasta su muerte en Buenos Aires en 1987. Seguidamente, la anécdota que el autor relata sobre cómo maltrataba a unos militantes —caseros de un local habitual de reunión de la dirección en Buenos Aires— frente a la inacción del resto de la dirección es muy fuerte, revelando el divorcio entre lo que predicaba el partido y sus prácticas internas. Los recuerdos de Rafael plasmados en el libro, dejan en claro como todos los miembros del partido acataban sin discusión todas las resoluciones de Creydt, revelando una conducción excesivamente verticalista y la falta total de discusión interna.
Otro punto interesante de este testimonio son las referencias dadas sobre la división partidaria de 1963, mucho menos conocida que la de 1965, y cómo ambas tuvieron de árbitro al Partido Comunista de la Unión Soviética. A lo anterior, se suma el abordaje sin concesiones de las finanzas del PCP. Como se sabe, en el discurso hacia el afuera, se trataba de un partido financiado solo con el aporte de sus militantes; pero la realidad era otra, con Oscar Creydt cobrando miles de dólares provenientes de Moscú con la fachada de ser corresponsal de la agencia de noticias rusa TASS. A través de su relato, queda en evidencia como dentro de la dirección del PCP se llevaba a cabo una especie de sub ejecución del presupuesto. Manejando muchos miles de dólares, sin embargo, había militantes clandestinos que debían ingeniárselas como podían y muchas veces caían presos como consecuencia de buscar modos de subsistir (la anécdota de su padre cayendo preso mientras daba clases particulares de matemáticas es todo un símbolo).
En el resto del texto se suceden situaciones que hoy nos resultan insólitas (como cuando Isaac Rojas planeó derrocar a Stroessner con ayuda del comunista Alex Barrett, padre del autor) y otras que desilusionan (como el destrato de Pablo Neruda en 1963, ante el pedido de que acompañe un reclamo por los presos políticos del Paraguay). Sin embargo, más allá de estas cuestiones anecdóticas, un aporte fundamental del libro es echar luz sobre la existencia de los campamentos guerrilleros del PCP en territorio brasileño entre 1961 y 1965, asunto muy poco conocido.
Otra contribución clave sobre una experiencia de la que se tienen nulas referencias es el capítulo en donde detalla cómo se formó Comuneros hacia 1970, organización político-militar estructurada a semejanza de las que se iban formando en la Argentina como guerrillas urbanas, que pretendía aglutinar a los paraguayos migrantes en Buenos Aires y volver al Paraguay a luchar contra la dictadura.
Es acertada la mirada del autor en cuanto al derrotero de las diferentes facciones del PCP, que le permite aseverar que los problemas internos del partido eran más profundos que el carácter autoritario de tal o cual líder.
En los relatos testimoniales es difícil señalar errores o enfoques incorrectos, ya que este tipo de textos se caracteriza por la subjetividad de los recuerdos del autor. Es de remarcar que no incurre en imprecisiones con respecto a años y acontecimientos, algo recurrente en este tipo de publicaciones. Si algo se le puede reclamar al autor
En definitiva, Mis andares en el Partido Comunista Paraguayo y alrededores, de Rafael Barrett Viedma, es una gran contribución al conocimiento del pasado reciente paraguayo, especialmente para aquellos que deseen profundizar en las experiencias de oposición armada a la dictadura de Stroessner, ámbito en el que los testimonios de sus protagonistas son imprescindibles para la reconstrucción de aquellas luchas, dado el carácter clandestino de las mismas.
Mariano Damián Montero
UBA - Investigador independiente
A propósito de Martín Baña, Quien no
extraña al comunismo no tiene corazón: De la disolución de la Unión Soviética a la Rusia de Putin, Buenos Aires,
Crítica, 2021, 288 pp.
El muy buen título del libro que reseñamos evoca una famosa frase que Vladímir Putin pronunció en 2010. La nostálgica sentencia culmina, no obstante, con una impugnación: quien quiera restaurar la Unión Soviética no tiene cerebro. De manera contradictoria, el postulado completo de Putin da cuenta de los problemas aún irresueltos de la memoria rusa, específicamente respecto de su pasado comunista.4 En ese marco, múltiples interrogantes sobre la Rusia actual ganan peso en el debate público internacional, con mayor intensidad desde la invasión a Ucrania el 24 de febrero pasado. ¿Qué debe hacer una sociedad con su pasado comunista? ¿Cómo deben reabsorber la política, la ideología, la economía y la cultura de un país una herencia como la soviética, un pasado de potencia mundial? ¿Cómo explicar, si existe, la relación entre ese pasado y el actual autoritarismo dictatorial del putinismo? Para abordar estas y otras preguntas, Martín Baña, Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y profesor adjunto a cargo de la cátedra de Historia de Rusia en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad, lleva a cabo una notable reconstrucción de los últimos años de la Unión Soviética, de su súbita y traumática transición al capitalismo y del pasado reciente ruso. Aunque el libro fue publicado antes de la invasión a Ucrania, sus líneas de interpretación permiten comprender, también, la naturaleza de ese trágico hecho.
El 25 de diciembre de 1991 la Unión Soviética dejó de existir. A 30 años del suceso que reconfiguró el orden mundial y cuyos efectos se extienden hasta el presente, Quien no extraña al comunismo… aporta una explicación integral y rigurosa sobre el trascendental fenómeno, desde una perspectiva histórica y multicausal. Se trata de un trabajo que reúne tanto las virtudes de las producciones académicas como las de la literatura de divulgación y que, además, desde el inicio advierte con honestidad su posición política: “Las preocupaciones sobre el presente son las que orientan las preguntas que le hacemos al pasado con la esperanza de encontrar allí claves que nos ayuden a mejorar nuestra actualidad” (p. 11).
Podría decirse que el libro de Baña hace propia la máxima de Spinoza quien prescribía “No reír, no llorar y no odiar, sino comprender”, toda vez que construye una interpretación que se niega enfáticamente a las moralizaciones esquemáticas, para evitar así las condenas simplistas y prejuiciosas tanto como la romantización irreflexiva. Crítico de la interpretación hegemónica actual que entiende a la experiencia soviética como “mala” y a su extinto sistema como “estático” o “inmóvil”, Baña también derriba el mito que fosiliza a la ex URSS como aislada y separada del “mundo libre” por una “cortina de hierro”. Asimismo, el autor desmonta prejuicios y estereotipos esencialistas muy antiguos, pero vigentes aún, sobre la existencia de un alma rusa o de un homo sovieticus, factores que explicarían una predisposición casi innata del ser ruso hacia los gobiernos autoritarios. El trabajo se afirma, además, en una vasta literatura especializada, muy actualizada, reunida en la sección bibliografía, al final del libro, destinada a orientar a lectores interesados en profundizar sobre el tema. Sin dudas uno de los principales valores de la obra de Baña radica en la profusa bibliografía especializada y multidisciplinaria de la que se nutre —en numerosos casos haciendo uso de fuentes en idioma ruso—. La erudición del autor en torno a la historia rusa se convierte en una herramienta de doble utilidad: convierte a Quien no extraña al comunismo… en un libro accesible para el público en general, tanto como en una fuente especializada y actualizada para investigadores del campo.
A lo largo de los ocho capítulos que componen el libro asistimos a una detallada y reflexiva descripción de los acontecimientos que fueron configurando la ulterior disolución de la Unión Soviética, y su posterior conversión en la Rusia capitalista actual. En los dos primeros capítulos se presentan los contornos del “socialismo tardío” y se lo aborda desde múltiples ángulos: políticamente se describen los aspectos más determinantes del modelo de gobierno soviético: el elitismo y la discriminación de la mujer en la cúpula de los órganos partidarios. En última instancia, el gobierno soviético “estuvo más basado en los hombres que en las leyes y, a la postre, terminó resultando un sistema político con escasas reglas, como lo demuestra el problema nunca resuelto de la sucesión política” (p. 27). En términos económicos, el socialismo tardío mostraba signos de estancamiento, derivados del derroche de recursos, y de un mecanismo para la toma de decisiones altamente centralizado y burocrático. En términos sociales y culturales, se da cuenta del carácter autoritario, pero no totalitario, del régimen, recuperando algunas experiencias e historias “desde abajo” que ilustran las alternativas que, sobre todo la juventud, se fueron encontrando para reforzar el contacto con Europa y EE. UU., sus consumos estéticos, culturales y modos de vida. En el “ecosistema” del socialismo tardío se desarrolló la carrera política de los dirigentes que terminarían gestionando la restauración capitalista de 1991.
En los capítulos tres y cuatro, el autor presenta las condiciones de posibilidad inmediatas que hicieron de la disolución de la URSS algo tan impensado como inevitable una vez que se desató: desde el accidente nuclear de Chernóbyl en abril de 1986 —extraordinariamente informado y reconstruido— hasta el lanzamiento por parte de Gorbachov de la perestroika (reconstrucción, en ruso) y la glasnost (transparencia, apertura), las dos grandes reformas, una estructural y otra superestructural, con las que el último Secretario General del Partido Comunista intentó salvar el socialismo. El capítulo cinco describe el desenlace del largo proceso que culminó el 25 de diciembre de 1991, centrándose en el debilitamiento de los vínculos entre las repúblicas socialistas y el auge de sus respectivos nacionalismos (personificados, por lo demás, por los antiguos dirigentes comunistas de las repúblicas); y en los mecanismos gracias a los que prominentes miembros de la élite política partidaria conformaron una coalición promercado en alianza con intelectuales disidentes y emprendedores de la Perestroika. Este sujeto social conformaría, en lo inmediato, una flamante clase capitalista que se repartiría las principales empresas de la antigua potencia. La conversión de gerentes en propietarios estaba en curso.
Los capítulos seis, siete y ocho están dedicados a la historia de la Rusia postsoviética, definida por las características que adoptó la restauración capitalista. Por un lado, el autor repasa el traumático reingreso de Rusia a la economía de mercado, acicateado por la “terapia de shock” impulsada desde el FMI, y los críticos años ´90 bajo el gobierno de Boris Yeltsin. Esos años se caracterizaron por la institucionalización del proceso de apropiación de facto de las principales empresas soviéticas que los directores rojos venían llevando a cabo desde finales de los años ´80. Se trató de un proceso de privatización de las empresas públicas signado por el escándalo, la corrupción y la mezquindad: un auténtico saqueo desde arriba que pauperizó a las masas y aumentó la desigualdad social, beneficiando a los emprendedores de la Perestroika, a los antiguos directores rojos y miembros de la élite partidaria, y también al crimen organizado —vinculado sobre todo al mercado negro. En un sentido, el ciclo interrumpido en 1917 renacía —por momentos en clave de revancha— bajo el signo de un capitalismo ahora neoliberal y de sus peores efectos, devolviendo a Rusia al lugar semiperiférico que ocupaba en el concierto capitalista mundial.
Los capítulos siete y ocho están dedicados al ascenso político del antiguo agente del KGB, Vladímir Putin, y a la conformación del putinismo. Se destaca especialmente el abordaje sobre el tercer mandato de Putin a partir de 2012, definido por un giro neoconservador: a la crisis económica y el descontento social, “la respuesta del putinismo parece ser la del abandono de la apariencia de democracia y la de la inauguración de una nueva etapa directamente dictatorial” (p. 266). El putinismo ya no contaba con el boom del precio internacional del petróleo (gracias al cual había emergido como un gobierno que logró mejorar el nivel de vida de la población, alcanzando, por primera vez desde 1991, algunos indicadores soviéticos), convirtiéndose entonces en un gobierno mucho más nacionalista, “más autoritario, más tradicionalista y más antioccidental y sus políticas apuntaron a mostrar la grandeza del país y la infalibilidad de los líderes rusos y soviéticos” (p. 238). La operación política del putinismo coloca en el centro de su discurso a la idea de continuidad histórica del Estado ruso: antes de 1917, en tiempos de la Unión Soviética y hoy. Esta idea es complementaria de otra, de igual gravitación: la certeza de que a Rusia le corresponde ocupar un espacio importante en el actual escenario político mundial, en parte como respuesta al avance de la OTAN sobre las ex repúblicas soviéticas: “Si en los dos primeros mandatos de Putin la política exterior se caracterizó por la búsqueda de una relación viable con las potencias euroatlánticas, a partir de su tercer mandato comenzó a revisar esa postura y consolidó la posición de que Rusia debe ser tratada como un par por las grandes potencias y, sobre todo, por Estados Unidos” (p. 231).
Quien no extraña al comunismo… presenta un abanico de discusiones históricas por demás complejas de manera simple y rigurosa. En la escritura de Baña, los grandes procesos sociales conviven con el papel de las grandes personalidades; la historia política y económica se integran con la historia de las ideas, de la cultura y de la vida cotidiana. El papel de Rusia en el escenario internacional y su determinante condición de país semiperiférico —en tensión permanente con su legado de potencia mundial— se proyecta sobre los principales aspectos de la situación nacional. Por último, y quizás más importante: la historia que presenta Baña invita a reflexionar sobre utopías y transformación social; sobre formas posibles —y necesarias— de emancipación social. Esta obra revela que el pasado soviético, de apariencia infinita, tiene aún elementos por exhumar.
Fernando Castellá
IDH-UNGS
A propósito de Lucas Rubinich, Contra el Homo Resignatus, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Editorial Siglo Veintiuno, 2022, 158 pp.
Corre el año 2022 y los distintos países del mundo padecen las consecuencias que dejó una pandemia en las múltiples esferas de la vida, las cuales no fueron solo sanitarias: la descomposición del tejido social se cristaliza en un malestar creciente que no ha sido gratuito para los gobiernos que han cumplido sus funciones durante los momentos más álgidos del COVID-19. Es en este contexto que Lucas Rubinch —sociólogo y docente de la UBA— escribe el presente libro, en donde se proponen una serie de reflexiones orientadas a dar respuesta a la aparición de un nuevo sujeto denominado bajo la figura del homo resignatus, partiendo de un foco de análisis que trasciende las meras cuestiones estructurales. Así, esta obra nos brinda una perspectiva que opta por recuperar aquella dimensión afectiva que es constitutiva de la identidad del sujeto, configurando sus visiones de mundo, expectativas y dotando de sentido sus acciones.
El libro en cuestión es una continuación de varios trabajos elaborados por el autor en distintos ámbitos, destacando la publicación de 7 ensayos. Revista latinoamericana de sociología, cultura y política. Esta revista creada en 2020, retoma marcos conceptuales clásicos de la sociología en aras de abordar la denominada cultura del capital financiero, entendida como aquella cultura predominante a posteriori de la caída del comunismo internacional. Por lo tanto, en línea a trabajos como El ascenso de las incertidumbres de Robert Castells (2010) y la Modernidad Líquida de Zygmun Bauman (1999), el autor parte de la siguiente premisa: el pasaje del capitalismo industrial al capitalismo financiero provocó una transformación cualitativa que devino en la fragmentación de la sociedad, junto con el debilitamiento de las capacidades estatales orientadas a resguardar una serie redes de contención sociocomunitarias que aseguraban un piso cuasi equitativo de inclusión. Sobre esta base se edifica la democracia liberal, un régimen sociopolítico que garantiza la igualdad en un sentido formal, mas no logra sustanciarla en términos prácticos.
Las discusiones planteadas anteriormente se ven condensadas en el primer punto que desarrolla el autor, donde se plantea el surgimiento de un sentimiento de inevitabilidad gestado por factores objetivos intrínsecos a la sociedad fragmentada. En este sentido, se destacan dos fenómenos: a) la (in)capacidad de agencia del sujeto, que responde al deterioro de los instrumentos de lucha que empleaban las clases desposeídas para hacer valer sus derechos frente al poder económico-cultural concentrado; y b) la inexistencia de una identidad partidaria fuerte capaz de aglutinar a un universo heterogéneo de grupos bajo una causa común. En ese marco es que emerge la figura del individuo pragmático, que representa no solo al individuo despojado de los marcos de contención del pasado sino además un sujeto dotado de una moralidad específica afín a los estándares de la cultura del capital financiero, obstruyendo la formación de una cosmovisión integral que contemple algún tipo de organización colectiva. En este momento es que se siembra el sentimiento de inevitabilidad, lo cual se traduce en una sociedad resignada a condiciones materiales de vida cada vez más paupérrimas.
En base a este panorama general, el autor avanza en un segundo punto referido a cómo la cultura del capital financiero entra en tensión con la tradición igualitarista de Argentina. En el fondo de esa intersección se aprecia una serie de cambios en la subjetividad de una población concreta. Esto es, cómo un grueso de la sociedad que fue beneficiaria de un proceso de movilidad social ascendente, incorporando un tipo de sensibilidad igualitaria,5 se reinventa a la luz del sentimiento de inevitabilidad. Aunque las tradiciones igualitaristas han sufrido grandes embates, el retroceso de las mismas no supuso la desaparición total de sus legados. Esto se cristaliza en el arraigo de la sensibilidad igualitaria en distintos actores y grupos como resultado de un acumulado de experiencias históricas de integración.
Para comprender su vigencia, Lucas Rubinch expone cómo la sensibilidad igualitaria cobra una forma particular en la coyuntura actual y cómo, a su vez, las principales expresiones políticas hacen eco de ella convirtiéndola en un capital político. Por ello, esa sensibilidad puede resignificar en un doble sentido, cobrando una noción colectiva o individualista. En la práctica, se observa cómo la misma acaba operando en pro de una dinámica diferenciadora (y discriminadora) antes que favorecer a un proyecto integracionista. Expresiones políticas como el partido Propuesta Republicana (PRO) —así como un gran espectro de las derechas— ubican en el core de su discurso los valores del emprendedurismo, en línea a un clima de época que tiende a reivindicar las trayectorias individuales. Así, los propios sujetos que quedan integrados se apoyan en su experiencia particular de ascenso social como fundamento segregador.
Por su parte, el peronismo —en su corriente kirchnerista— se dispone como aquella fuerza política que procura interpelar ese sentimiento igualitario orientado hacia una perspectiva de índole universalista. No obstante, se encuentra lejos se sustanciar aquellas promesas de inclusión de antaño, sosteniendo apenas una retórica que “recuerda” cierta identidad que se ha ido desdibujando a lo largo del tiempo. Este hecho está íntimamente relacionado al presente que están transcurriendo los gobiernos de centro-izquierda progresistas, los cuales se limitan a la defensa de una forma de capitalismo renano.6
Una vez arribados a los anteriores puntos, el autor se refiere a un tercer eje ligado al proceso por el cual la victoria del capital financiero se traslada a la dinámica política. Así, se entiende que desde el 2020 —momento en que irrumpió la pandemia— se inició un proceso de consolidación de una “clase política” bajo los cánones de la democracia liberal.7 A partir del abordaje de algunos casos empíricos de importante repercusión, Rubinich da cuenta de cómo este fenómeno afecta al arco político argentino en su totalidad, incluso a aquellos partidos con histórico anclaje popular como el peronismo. Por ejemplo, la ocupación de tierras en Buenos Aires exhibe la ambigüedad en el accionar del gobierno provincial. Por un lado, la “mano izquierda” del Estado ofreció un cúmulo de subsidios y de distintas ayudas de contención a los desalojados, planteando que la salida de aquella problemática debía ser social antes que punitiva; por otro lado, la “mano derecha” de ese mismo Estado —representado esencialmente en las fuerzas de seguridad dependientes del Ministerio de Seguridad de Sergio Berni— operaron constantemente en una misma dirección: el desalojo violento. Tal contradicción se debe a un alejamiento de los dirigentes con respecto a sus bases —fundamentalmente, con las clases desposeídas—, debido al riesgo de no poder contener todo un conjunto de demandas cada vez más atomizadas.
Los tres puntos expuestos (sentimiento de inevitabilidad, sensibilidad igualitaria y el surgimiento de una clase política) son el puntapié inicial para comprender las características distintivas del Homo Resignatus, con su particularidad en el caso argentino: se trata de la síntesis de un espectro amplio de sujetos que pertenecieron a alguna tradición con voluntad de cambio social y que ahora están sumergidos en la resignación de no poder replicar esa misma experiencia. Este sujeto, que deviene de la conjunción de viejas y nuevas sensibilidades, responde a una lógica de disciplinamiento al sistema económico-cultural en general, conformando un individuo desposeído no solo de los recursos materiales básicos de subsistencia, sino además de las válidas expectativas de construir una forma de sociedad integral donde se procure el efectivo cumplimiento de la dignidad humana.
Aunque Rubinch plantee una posición escéptica, él mismo abre una posible puerta de salida para revertir al Homo Resignatus. En este sentido, reivindica la rebeldía como un medio factible para transformar la pasividad del individuo en fuerza activa que se materialice en una forma de acción política concreta. Hace falta poder escarbar en la conciencia de los sujetos y apelar nuevamente a la sensibilidad igualitaria como base de un proyecto colectivo porque, a pesar de que las mayorías populares padecieran una fuerte derrota, las luchas históricas con sus respectivas victorias no desaparecen. Ese recuerdo de una sociedad integrada que aún sigue patente en diferentes organizaciones —ya sea sindicatos, escuelas, movimientos sociales— se dispone como forma de resistencia ante la tendencia (des)colectivizante de la cultura del capital financiero. El desafío consiste en abrazar esas formas de resistencia arraigadas en la memoria, convirtiéndolas en capital social al servicio de la lucha política por la emancipación. He allí la clave para reinventar una forma de rebeldía que intente resquebrajar la correlación de fuerzas desigual. Una forma de rebeldía que no se efectúa de manera violenta, sino por medio de una acción política con el suficiente impulso para dar la batalla en el plano cultural, sugiriendo nuevos lazos de solidaridad y nuevas tomas de conciencia.
Juan Ignacio García
UNMDP
A propósito de Ezequiel Saferstein, ¿Cómo se fabrica un best seller político? La trastienda de los éxitos editoriales y su capacidad de intervenir en la agenda pública, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2021, pp. 224.
El libro de Ezequiel Saferstein en su título condensa una verdadera provocación para los estándares del pensamiento docto y de sentido común a propósito de los libros y de la política: los objetos impresos en particular, la cultura en general, son abrumadoramente tratados en la lógica del desinterés. Todo es mensurable a partir del mojón de las grandes obras, de los conceptos trascendentes, de lo atemporal. La política, a su vez, es debatida y sentida como la encarnación de ideologías que, como matrices, expresarían las visiones y contradicciones de los segmentos que componen cualquier sociedad contemporánea, segmentada en clases. En la obra de Saferstein la política es un producto cultural. Este vínculo ha sido extensamente trabajado en la tracción de las elecciones ideológicas por la prensa y los periódicos. También, en menor proporción, en la edición de los libros señeros de la historia y de la sociología de la política. El gran aporte de este libro irrumpe en el clivaje netamente económico que implican la idea de fabricación y la adjetivación best seller. No hay dudas de que este libro se reconoce en las tesis de Pierre Bourdieu al respecto de los mercados de bienes simbólicos. Las ideas se comunican a través de mercancías y cuentan con un componente económico que no expresa un crudo cálculo monetario. Los símbolos se producen, se intercambian, se consumen. Estos verbos suponen especialistas, competencias e intereses que por lo general son ajenos a las disposiciones de los autores y antitéticos a sus preceptos morales. La cultura en nuestras sociedades deniega esa irrupción mercantil ya que amenaza con desnudar la arbitrariedad de los signos. “Es natural” que esa vigilancia se deslice silenciosamente a los analistas de la cultura. La articulación entre valores simbólicos y mercantiles en la producción de bienes impresos (de arte o de otras manifestaciones “de la cultura”) desentierra el poder de las empresas editoriales. Al centrarse en este referente empírico, en el mercado que configuran las prácticas de edición de libros, en las competiciones que le otorgan una dinámica de campo, Saferstein interpela la usina en la que los “libros de coyuntura política” forman un género. Se trata de un estudio de sociología de la cultura que analiza tal género en coordenadas estructurales y diacrónicas. El tiempo en el que se concentra la demostración abarca “los años del kirchnerismo”. En ese período se acentuó la presencia y significación cultural del género, lo cual es manifiesto a través de una contienda de obras pro y contra de toda suerte de vertientes ideológicas. El ejemplo paradigmático se expresó en la construcción oficial de una política de la memoria sobre la última dictadura militar vs la proliferación de obras de espíritu “revisionista” sobre la violencia política de los años setenta, con obras que en muchos casos bordean el negacionismo del terrorismo de Estado. Autores emblemáticos de tal antítesis fueron Horacio Verbitsky y “el tata” Yofré. El libro de Ezequiel Saferstein se detiene en decenas de casos, tratados con equilibrio entre los sentidos inherentes a los textos (lo cual para varios casos el autor entrevistó a los propios autores) y los efectos generados en la producción, difusión y recepción de los impresos. Para demostrar la autonomía del campo editorial con relación al político, bastan las evidencias que aporta este estudio sobre la coexistencia de obras antitéticas al interior de un mismo catálogo. Los libros de coyuntura política son por sobre todo un gran tractor mercantil, tanto para sellos pertenecientes a holdings transnacionales, como Planeta o Random-House, como para editoriales de mediano porte de prestigio “intelectual”, como Siglo Veintiuno, y aún sellos que a través del género buscan superar los límites de la pequeña empresa cultural. Para ponderar el poder que se gesta en esas usinas de sentidos que son las editoriales, el libro tiene como uno de los protagonistas a Pablo Avelluto, director general de Random-House argentina por aquellos años. Saferstein entrevisto toda la variedad de responsables de las tomas de decisión editorial en una decena de editoriales, con una pregunta rectora: ¿quién es el cerebro de tal o cual best seller político? Sin descuidar el hecho de que todo libro no es producido por los autores, sino que resulta de las negociaciones entretejidas por quiénes escriben y quiénes publican, parta este género de libros es evidente de que la primera piedra, en casi todos los casos, son lanzadas por los editores, quienes contratan escritores, por lo general periodistas o intelectuales “mediáticos”, para demarcar temas, estilos de expresión, matrices de sentimientos. Saferstein cuida con ética el vínculo con sus informantes y reconstruye sus trayectorias. Entre media docena de actores centrales, el protagonista indiscutido de toda esa constelación de fabricantes de best sellers políticos fue Pablo Avelluto. De sólida formación intelectual, en los años ’80 participó del Club de Cultura Socialista y su crítica al populismo habría sido inspirada por notables intelectuales de izquierda, como Héctor Schmucler. En el mercado editorial los éxitos de ventas gestados por esa clase de intermediarios son valorados como en una liga de fútbol profesional. Cuando demuestran capacidad para dar golpes de mercado, son tentados para su fichaje por empresas que ofertan mejores beneficios. Avelluto pasó de Planeta a Sudamericana y tras la adquisición de la tradicional empresa de los López Llausás por parte de Bertelsman, Avelluto se convirtió en Director General de Random House Argentina. Entre tantos hitos de ventas, fue bajo su mando que salió La audacia y el cálculo de Beatriz Sarlo (Sudamericana, 2011), el libro en que la prestigiada intelectual buscó explicar el fenómeno kirchnerista, sin los golpes bajos de un Majul o una Laura Di Marco. Y entre los testimonios que Saferstein “sacó” de la voz de Avelluto, se transcriben perlas elocuentes de la clase de fenómenos que dirimen la visión de esta clase de mercaderes de cultura. En la página 123 leemos “A Beatriz Sarlo la va a leer mí tía, ni la va a entender, pero no me importa, porque va a leer a quien está siendo considerada la intelectual protagónica de Argentina y puede señalar con el dedito quiénes son malos o buenos”. Estos editores construyen poder simbólico a través de lo que Saferstein trabaja como “el olfato” de ese oficio. Una dimensión de su habitus profesional que para ser efectivo debe subordinar el directo interés ideológico, estético o sentimental del propio fabricante de obras impresas. Y vaya si la edición es un catalizador de poder simbólico para todos los sectores del campo de poder. Al tiempo en que Ezequiel Safertein defendía este estudio como tesis doctoral en sociología (FCSOC-UBA), Avelluto era premiado como secretario de cultura de la nación en el gobierno comandado por Mauricio Macri y el PRO. Esta evidencia basta para afirmar que ¿Cómo se fabrica un best seller político? de Ezequiel Saferstein forma parte de las pocas obras que logran un trabajo de anamnesis al respecto de los juicios y sentimientos que orientan las elecciones políticas de toda la ciudadanía argentina. Por las claves analíticas centradas en los estudios sobre le libro y la edición, las demostraciones de este libro dejan en off side a un alto porcentaje de aproximaciones apenas políticas e intelectualistas sobre la política, no apenas contemporánea, no apenas en Argentina. Al alcanzar naturaleza estructural, el estudio logrado por Saferstein es referencia para pensar de otra manera nuestra política y la producción social de sentidos políticos en muchas otras sociedades.
Gustavo Sorá
IDACOR-CONICET
A propósito de Carlos Altamirano, La invención de Nuestra América. Obsesiones, narrativas y debates sobre la identidad de América Latina. Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2021, 218 pp.
La pregunta por quiénes somos ha mantenido insomnes a las elites letradas sudamericanas. Ese desvelo, aunque constante, es historiable y, como demuestra La invención de Nuestra América, puede decirnos mucho sobre esos intelectuales y los contextos en los que intervenían.
Carlos Altamirano es un referente de la historia intelectual y de los intelectuales. Para este campo de estudios, interesado por los sistemas simbólicos en una dimensión histórica, elaboró un programa posible que vincula historia política con historia de las elites.8 Allí sostiene que el sentido sólo puede hallarse en los “hechos de discurso”, siendo el análisis de la “literatura de ideas” el mejor medio para acceder al pensamiento de la elite cultural y política, actor que resulta privilegiado. La invención… es el título más reciente de varios trabajos de este autor que Siglo Veintiuno ha publicado y reúne investigaciones en las que ha trabajado por varios años siguiendo aquel programa.
El primer capítulo, “Un largo desvelo”, plantea los elementos problemáticos y metodológicos centrales. Altamirano sostiene que, aún con sus fluctuaciones, la imaginación identitaria ha sido un importante y constante núcleo de la reflexión intelectual sudamericana. A lo largo del libro, identifica algunas de las imágenes de Latinoamérica que se construyeron en determinados contextos y también su reproducción o resignificación por la historiografía, por lo que trabaja con un corpus producido por intelectuales y también con reinterpretaciones académicas. Esta historia intelectual, con un horizonte continental, rastrea los orígenes de ciertos términos, sus sentidos y transformaciones desde las independencias hasta el presente.
En “¿Qué América somos? Debates y peripecias de una nominación”, Altamirano indaga en las ideas asociadas a algunos de los nombres con los que se identificó a esta parte del continente. El origen del término “América Latina” nos lleva a dos procesos en torno a 1850: el expansionismo norteamericano, que impulsó voluntades políticas de unión del subcontinente y el ambiente ideológico francés en el que se desarrollaba el panlatinismo. Al analizar los trabajos historiográficos sobre este tema realizados posteriormente y en contextos diferentes, el autor señala los riesgos de los “relatos de identidad”: la búsqueda, en el origen de la nominación, de evidencias del nacimiento y continuidad de una autoconciencia y una esencia. Según Altamirano, para el filósofo de la historia, Arturo Ardao, la causa antiimperialista sería inherente a ese nombre y fue coronada con la creación de la Cepal en 1948.
En el tercer capítulo, “Condición criolla, identidad americana”, el autor analiza la clasificación identitaria colonial y el vocabulario historiográfico sobre los españoles americanos durante las revoluciones emancipatorias. Sugiere que las primeras historiografías liberales decimonónicas encontraron en ese momento, mistificado, el nacimiento de una identificación. Estos relatos fundacionales proyectaron en el pasado los antecedentes de una identidad criolla, y conformaron una matriz donde se inscribieron historiografías posteriores. Desde mediados del siglo XX, sostiene Altamirano, el canon fue reexaminado por una nueva mirada que buscaba reponer el horizonte que una multiplicidad de actores tenía en cada momento. Historiadores como Tulio Halperin Donghi plantearon que, contrariamente a lo que se pensaba, la nación política le abrió paso a la cultural. Al rastrear los usos del término “criollo”, el autor argumenta que durante las independencias los españoles americanos no se identificaban aún con ese nombre ya que, tempranamente, el vocablo tenía connotaciones negativas.
En “Representaciones de la conciencia criolla”, Altamirano examina trabajos de historiadores latinoamericanistas como Brading y Carrera Dalmas. A su juicio, ellos entienden la conciencia criolla como un modo de ser producto de un ambiguo vínculo entre el mundo indígena y el europeo. La piensan como un legado que se traduce en tareas políticas enmarcadas en el debate público contemporáneo. Altamirano concluye que aquel mito de origen fundacional, según el cual la conciencia criolla fue transmutada finalmente en una nacional, es reproducido por algunas historiografías aún hoy. Finalmente, brinda aportes relevantes para pensar la conciencia criolla en su propio contexto.
En el quinto capítulo, “Universalidad europea y particularidad americana”, Altamirano analiza el pensamiento sobre la cultura de América en su vínculo con Europa, en ocasión de la VII Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual de las Naciones del año 1936. El autor nos muestra el diálogo que intelectuales americanistas entablaron con sus pares del Viejo Mundo frente a la expectativa de continuidad y resguardo de la cultura occidental, que se creía en crisis, en Sudamérica. Vemos cómo la histórica relación dispar de poder entre Europa (considerada una fuente original y auténtica de la cultura) y América (joven discípula, sucursal atrasada y menor de aquella) aparece en esos debates por demás interesantes.
En “La originalidad como tarea” nos adentramos en las reflexiones que buscaron una expresión literaria autóctona. Siguiendo el caso de la generación de 1837 del Río de la Plata, el autor despliega los rasgos del romanticismo: lo particular es producto de un ambiente único, aquí el “desierto” pampeano, ambiguamente considerado. Con un programa político de autoconocimiento, estas elites culturales pretendieron sentar las bases de una literatura nacional. Luego Altamirano se pregunta cómo fue pensada la originalidad en relación con temáticas importadas de Europa. Tomando los trabajos de Prieto sobre las obras de aquella generación, identifica las reelaboraciones de esos tópicos.
Finalmente, en el Apéndice, Altamirano rescata, con ambición teórica, las preguntas e ideas que rodearon la identidad, ese concepto tan esquivo, a lo largo del tiempo. Remarca que los desvelos por la identidad son específicamente modernos y que las clasificaciones identitarias remiten a estructuras simbólicas elaboradas en vínculos dialécticos.
En La invención… Altamirano entabla un diálogo con historiadores de otras tradiciones teóricas. Despejadas las miradas militantes, quedan suspendidas importantes preguntas que, junto con el programa que propuso, abren panoramas para una historia intelectual de Latinoamérica.
En este libro no va en busca de una identidad sustantiva. No ve el cumplimiento de un destino. No proyecta el presente hacia atrás. Permite ver, en cambio, la construcción de la “identidad latinoamericana”, reconstruye los contextos de esos intelectuales, hace justicia a su pensamiento en su momento.
Ana Trumper
Becaria CIN / PHAC, IDACOR
(UNC/CONICET)
1 Paula Bruno, “Estudio preliminar. Mujeres y vida diplomática: propuestas y claves de lectura”, Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado, Embajadoras culturales. Mujeres latinoamericanas y vida diplomática (1860-1960), Rosario/México, Prohistoria Ediciones/Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 2021, p. 15.
2 Carlo Guinzburg, Indicios, Raíces de un paradigma de inferencias indiciales, Rosario, Tentativas, Prohistoria, 2004.
3 Ximena Espeche y Laura Ehrlich (cords), “Dossier: Guerra fría cultural en América Latina: prácticas del saber en conflicto”, Prismas n° 23, Buenos Aires, 2019, pp. 173-242.
4 El título del libro tiene una ligera modificación respecto de la frase original, que no cambia el sentido general: Putin refiere a la Unión Soviética, y no al “comunismo”.
5 La sensibilidad igualitaria deviene de la práctica de la movilidad social ascendente. Se trata de un sentimiento básico que opera como base de dignificación humana, permitiendo que el hombre “no se sienta menos que nadie”.
6 El capitalismo renano se caracteriza por un Estado que otorga amplias concesiones al mercado, limitándose a intervenir sólo en algunos ámbitos de bienestar (Runich, 2022).
7 La noción liberal de la clase política se refiere a un estado de relaciones entre las fuerzas electorales (las minorías) y sus representados (las mayorías) donde se intensifica el papel pasivo de estos últimos. En efecto, en el seno de la democracia liberal las masas pasan a ocupar un rol cada vez más secundario, lo cual se cristaliza en su posición pasiva dentro del escenario político. (Rubinich, 2022).
8 Carlos Altamirano, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2005.