Colectivo editor, Por una historia intelectual de las izquierdas: a 25 años de la creación del CeDInCI” ,
en Políticas de la Memoria, nº22, Buenos Aires, pp. 3-12. DOI: https://doi.org/10.47195/22.778 . [Artículo evaluado por pares]
Colectivo editor*
II. Historia intelectual e historia de las izquierdas
III. Cultura de izquierdas y giro material
Después de un esfuerzo sostenido, durante nada menos que un cuarto de siglo, el CeDInCI cuenta con una nueva sede. En 2003 había abierto su segunda casa en un inmueble del barrio porteño de Flores cedido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Diecinueve años más tarde, en abril de 2022, inauguró su sede definitiva gracias al apoyo de la Fundación Friedrich Ebert. Se trata de un edificio de tres plantas ubicado en el centro de la ciudad, a metrosn de la mítica avenida Corrientes.
Desde este nuevo emplazamiento, el CeDInCI continúa en mejores condiciones su labor de formación de colecciones bibliográficas y hemerográficas, su tarea de rescate archivístico y la apertura a la consulta pública. En forma paralela, ha reanudado en la nueva sede sus actividades de investigación, con un Área académica en crecimiento y albergando diversos programas: Programa de Investigación del Anarquismo, Programa de Memorias Políticas Feministas y Sexo-Genéricas, Programa Mundos Impresos, Programa Bios del Sur, Programa Nuevas Izquierdas Latinoamericanas y el Programa de Historia Intelectual “José Sazbón”.
Todas y cada una de estas líneas de trabajo han recibido amplio reconocimiento, tanto en nuestro país como en el exterior. En 2007, el CeDInCI fue reconocido por el CONICET como lugar de trabajo donde radicar investigaciones y becas. Hoy su equipo de investigación suma 20 integrantes. En 2010, firmó un acuerdo de colaboración con la Universidad Nacional de San Martín. Gracias al respaldo de la UNSAM, sostiene gran parte de su equipo profesional y, mediante un convenio con su Escuela de Humanidades, se acreditan académicamente los seminarios de posgrado dictados en nuestro Centro. En 2015, la Colección de Prensa Obrera del Cono Sur del CeDInCI fue declarada “Patrimonio Documental de América Latina y el Caribe” por la UNESCO. En septiembre de 2018, recibió el Diploma al Mérito otorgado por la Fundación Konex como una de las “cinco mejores instituciones culturales de la última década”. Diversos proyectos del CeDInCI obtuvieron subsidios y apoyos de instituciones nacionales (Ministerio de Cultura de la Nación, Ministerio de Ciencia y Tecnología, Mecenazgo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert, Fondo Nacional de las Artes, Fundación Williams) e internacionales (Endangered Archives Programme, British Library, Fundación Rosa Luxemburgo, LAMP de Estados Unidos, SEPHIS de Ámsterdam, entre otras). Hemos celebrado también convenios con instituciones como la Universidad de Harvard, la Universidad de Princeton, la Universidad de Stanford, el Instituto Iberoamericano de Berlín y la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine de Nanterre.
Ahora, a punto de cumplir 25 años de vida, nos propusimos hacer un alto para esbozar un balance.
En principio, el CeDInCI es un centro de documentación e investigación. ¿Qué políticas fueron necesarias para que estas dos dimensiones, lejos de darse las espaldas como áreas profesionales escindidas, se mancomunaran entre sí? ¿En qué medida el centro de documentación contribuyó a fomentar líneas de investigación? ¿Hasta qué punto las políticas de formación de colecciones bibliográficas, hemerográficas y archivísticas están informadas por líneas de investigación?
Aunque las líneas de investigación que alberga son temáticamente diversas, involucran distintas áreas disciplinares y asumen perspectivas teóricas y metodologías heterogéneas, el CeDInCI propuso desde un principio —en sus seminarios, en sus jornadas, en su revista, en sus proyectos de investigación— un acercamiento entre dos universos que en tiempos de su creación aparecían como separados e incluso hostiles: la historia de las izquierdas y la historia intelectual. ¿En qué medida fue eficaz la crítica que libramos a los modos convencionales de hacer historia obrera e historia de las izquierdas que le daban la espalda a la renovación teórica e historiográfica de las últimas décadas del siglo XX? ¿Cuánto contribuyó a la expansión de los estudios de historia de las izquierdas la ampliación del horizonte conceptual que implicaba repensar nuestro objeto en términos de “cultura de izquierdas”, una noción programática que aspiraba a exceder la historia institucional de los partidos, de sus dirigentes y de sus programas, invitando a pensar dimensiones ocluidas o subalternizadas, como los procesos de subjetivación militante, la relevancia de la cultura letrada, las políticas editoriales y revisteriles, la construcción de lenguajes políticos, la propaganda política como empresa retórica, los itinerarios biográficos, el peso de la simbología o los rituales y la liturgia en la construcción de los imaginarios de izquierda? A tal punto se ha extendido este programa en el presente que es lícito preguntarse si, 25 años después, queda algo en pie de aquella objeción de “desviación culturalista” que habían dirigido al CeDInCI los cultores de la historia obrera y partidaria.
Para proponer su proyecto de renovación de los estudios de historia de las izquierdas, quienes investigan en el CeDInCI abrevaron en ciertos desarrollos contemporáneos de la historia intelectual. Estos ejercicios implicaron la reapropiación de conceptos forjados en otros universos teóricos para dar cuenta de realidades muy distintas, algunos concebidos incluso con talantes liberal-conservadores, como los de la Escuela de Cambridge. Asimismo, la incorporación de las herramientas que proveía el llamado “giro material” parecía especialmente propicia para volver sobre la grafosfera izquierdista, aunque ninguna de estas operaciones era de por sí evidente.
Partimos de la premisa de que los grandes procesos políticos no se difundieron por el mundo de modo homogéneo, sino que despertaron distintas discusiones y polémicas intelectuales. Acudimos entonces a los aportes de la “estética de la recepción”, concebida en la segunda mitad del siglo XX por filólogos romanistas de la Escuela de Constanza y reelaborada luego por críticos culturales como Stanley Fish, entendiendo que podían contribuir, más allá de su foco inicial en las obras literarias y la creación estética, a una teoría de los procesos de difusión y recepción internacional de las ideas.
En suma, el texto colectivo que ponemos a disposición de nuestros lectores es el resultado de una pregunta más general respecto de la productividad de estos y otros ejercicios de reapropiación de herramientas y perspectivas de la historia intelectual para la renovación de la historia de las izquierdas.
Los testimonios de las dificultades que, a comienzos del nuevo siglo, encontraban los cultores de la historia social y la historia intelectual para acceder a acervos documentales en América Latina son incontables. Las investigaciones más sólidas de historia social producidas en las últimas décadas del siglo XX y comienzos del XXI eran resultado de prolongadas estancias de investigación en las grandes bibliotecas del llamado “primer mundo”. Los acervos disponibles en la sección latinoamericana de las universidades de Harvard, Princeton o Austin, en el Instituto Iberoamericano de Berlín o el Instituto de Historia Social de Ámsterdam contrastaban con la penosa situación de los acervos documentales en nuestro propio continente: colecciones enteras libradas al abandono; otras desguazadas en remates públicos o vendidas a los grandes archivos imperiales (como ocurrió recientemente con la Colección de afiches de Juan Carlos Romero); documentos inaccesibles, ya sea porque se mantienen en manos de celosos coleccionistas, de fundaciones fantasma, de organizaciones políticas o de sindicatos que carecen de los recursos, los conocimientos o la vocación para catalogarlos y abrirlos a la consulta pública. La fundación del Arquivo Edgard Leuenroth en Campinas y la del CeDInCI en Buenos Aires significaron el inicio de una tarea de reparación histórica que demandaría la creación de centros semejantes en todas las capitales de América Latina. La posibilidad de expandir la historia intelectual de las izquierdas y de los movimientos sociales tiene como condición de posibilidad esa labor de recuperación patrimonial.
Pero crear y poner a disposición series y colecciones no ofrece sólo nuevas condiciones materiales de posibilidad. La renovación historiográfica, la apertura de áreas de interés y de campos de discusión se derivan en buena medida de las definiciones e hipótesis que propone la propia confección de un acervo. Así como una investigación obtiene un momento no narrativo de sus hipótesis a partir del proceso de construcción de su corpus, a una escala mucho mayor, un centro de documentación propone un tipo de intervención —tácita pero efectiva— sobre el campo historiográfico. La organización de colecciones da lugar a series que ya contienen en sí mismas lecturas y donde un tema se transforma en un área de estudios. Baste recordar la sentencia de Borges: el orden de una biblioteca es una forma silenciosa de ejercer la crítica. Podríamos glosarlo sosteniendo que el orden de un centro de documentación contiene una forma implícita de ejercer la crítica historiográfica.
De tal modo, las colecciones desarrolladas por el CeDInCI excedieron el monolingüismo trazado por la tradicional historia del movimiento obrero. En sus fondos documentales no sólo se registran la fundación de sindicatos y federaciones, la organización de huelgas y manifestaciones que dan cuenta del conflicto social y el crecimiento de la conciencia de clase, o la acción pública de sus mayores líderes gremiales y políticos, sino que también permiten acreditar dimensiones cotidianas de la acción colectiva, formas rituales y ceremoniales que contribuyen a la construcción de identidades sociales, modalidades y espacios de la sociabilidad militante. Al lado de documentos imprescindibles como las actas de una federación obrera o un boletín de huelga, cobran relevancia papeles hasta poco tiempo atrás considerados “menores”, como la fotografía de una sede gremial o de una asamblea, un volante con el programa de un curso de formación, un listado de precios de libros y folletos en venta, un cancionero político, la carta de un militante de base de una región distante de la ciudad capital que adapta el discurso oficial al habla coloquial de su propio pago.
El radar que puso el equipo del CeDInCI en el armado de sus colecciones respondió a esta expansión del horizonte historiográfico. Reunió así numerosas bibliotecas temáticas que superan la cifra de 160.000 libros y folletos, 11.000 títulos de publicaciones periódicas, 40.000 volantes, 6.000 fotografías, 4.000 afiches y más de 100 discos de vinilo, además de una nutrida colección de objetos vinculados a la militancia (pines, carnets, medallas, almanaques, remeras, llaveros, señaladores, banderas, etc.). Entre los productores de los 170 fondos de archivo personales que el CeDInCI atesora, no sólo están presentes los nombres de grandes personalidades de nuestra historia cultural y política —José Ingenieros, José Sazbón, David Viñas, Nicolás Repetto, Herminia Brumana, Héctor P. Agosti, Cayetano Córdova Iturburu, Nora de Cortiñas, Juan Antonio Solari, Jorge Tula, Guillermo Almeyra, Héctor Raurich, Samuel Glusberg, Sara Torres, José Luis Mangieri, entre otros nombres—, sino también los de cuadros medios o militantes de base. En suma, así como la ampliación de los horizontes de la investigación histórica demandó la recopilación de nuevas series documentales, la organización y la puesta a disposición de estos repositorios invitan a enriquecer y ensanchar nuestro campo de preguntas e indagaciones.
La tarea de recuperación funcionó acorde a una segunda dimensión que resulta crucial: las condiciones de acceso. La apertura del acervo del CeDInCI a la consulta pública en el año 1998 pudo apoyarse en el pujante desarrollo de las ciencias de la información que desde principios de siglo modificó sustancialmente, y a escala global, las condiciones de búsqueda y acceso a las fuentes documentales. La respuesta de las bibliotecas nacionales latinoamericanas frente a la incesante innovación tecnológica, que iba tornando obsoletos los diversos dispositivos de preservación documental propios de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI —el microfilm, la fotocopia, el disco compacto, el CD-ROM—, fue desigual. Mientras las bibliotecas nacionales de Brasil y de México tomaban la delantera en políticas de automatización, otras (como la Biblioteca Nacional de la Argentina) las resistían esgrimiendo argumentos de nacionalismo cultural.
Como aconteció en otras latitudes, el rezago de las grandes instituciones argentinas (Biblioteca Nacional, Biblioteca del Congreso de la Nación, Archivo General de la Nación) en la informatización de su patrimonio documental iba siendo parcialmente compensado por iniciativas complementarias, llevadas a cabo por instituciones más pequeñas y dinámicas, con presupuestos sustantivamente menores pero proclives a sellar una nueva alianza entre humanidades y tecnologías. El CeDInCI no fue el único, pero fue uno de los actores más activos de ese proceso.
Dos años después de su fundación, el CeDInCI publicó un primer catálogo, que hoy en día sólo funciona como un registro histórico del crecimiento patrimonial posterior. Valga decir también que este proyecto surgido desde una organización civil sin fines de lucro fue pionero a nivel local en el uso del software libre que hoy utilizan la mayoría de las instituciones: todo el acervo del Centro se encuentra catalogado y puede ser consultado mediante las bases de datos Koha (para Biblioteca y Hemeroteca) y Atom (para Archivos y colecciones particulares).
En lo que hace a las políticas de preservación y reproducción, el CeDInCI llevó a cabo, a partir del año 2000, cuatro proyectos sucesivos de microfilmación de sus colecciones más antiguas de prensa periódica. Paralelamente, comenzaba a digitalizar algunas de las piezas más valiosas de su patrimonio. En el año 2000 ofrecía una edición digital en CD-ROM de la revista Contorno, a la que le sumó un índice y un estudio preliminar. En años posteriores, el emprendimiento fue seguido por otras colecciones. Cuando estas tecnologías se iban tornando obsoletas, tomó como referencia pionera en América Latina el portal Publicaciones Periódicas del Uruguay para preparar su propio portal de revistas, pero proyectado ahora a escala latinoamericana. En el año 2015, al mismo tiempo que AHiRA lanzaba su plataforma de revistas argentinas, el CeDInCI ofrecía AméricaLee, su portal de revistas político-culturales latinoamericanas.
Ahora bien, ¿cómo puede pensarse la apuesta historiográfica de un centro de documentación que reúne registros tan diversos como bibliotecas especializadas en marxismos y en anarquismos, colecciones de catálogos editoriales, libros de bibliotecología, fondos de archivo de militantes, editores e intelectuales, volantes de actos y manifestaciones de distintos movimientos sociales, colecciones de folletería de libre-pensamiento y naturismo, boletines del movimiento gremial, gacetas del movimiento estudiantil y fanzines producidos por los activismos feministas, lésbicos, gays, bisexuales, travestis y trans? ¿Cómo interpretar la conjunción de estas series documentales? ¿A qué tipo de apuesta historiográfica responden?
II. Historia intelectual e historia de las izquierdas
Hoy es posible contabilizar un significativo número de tesis, libros y artículos que, desde distintas perspectivas, abordan la historia de las izquierdas. Mientras a fines del siglo XX ocupaba apenas un lugar residual en la agenda historiográfica, a comienzos del presente siglo el interés por este tipo de estudios creció de modo exponencial. En la década de 1990, dominada a escala planetaria por la afirmación del neoliberalismo, la demanda social de experiencias históricas de las izquierdas había alcanzado uno de sus niveles más bajos. Sin embargo, con el cambio de siglo la historia de las izquierdas conoció una expansión sin precedentes que se sostiene por más de dos décadas.
A nivel local, las discusiones alrededor del estallido social de 2001 contribuyeron a que la agenda académica comenzara a conceder un lugar legítimo a la historia de las izquierdas. Pero con el nuevo siglo no renacía la historia de la izquierda tradicional anclada en la centralidad de la clase obrera. Ante la emergencia de nuevos sujetos sociales, nuevos movimientos con renovadas demandas y originales formas de organización se hicieron necesarios enfoques teóricos alternativos a la historia obrera convencional.
Abroquelada en un proyecto historiográfico profundamente conservador, la historia obrera apenas disimulaba un método empirista de registro de la conflictividad obrera encuadrándose en un marxismo decididamente reduccionista. La promesa de narrar la historia obrera partiendo de la “clase en sí” para llegar a la “clase para sí” se veía una y otra vez frustrada porque esta perspectiva carecía de las herramientas conceptuales para pensar en toda su problematicidad los procesos de formación de la acción colectiva, de las identidades sociales o de las culturas políticas. Los historiadores y sociólogos que cultivaban la historia obrera tradicional (y la historia de las izquierdas como ancilar a la historia obrera) no sólo llevaron a cabo una recepción moderada y recelosa de la renovación historiográfica marxista que tuvo lugar en Europa durante las últimas décadas del siglo XX —de E. P. Thompson y Raymond Williams a Perry Anderson y Stuart Hall—, sino que le dieron la espalda a la revolución historiográfica contemporánea —digamos de Michel Foucault a Ranahit Guha, de Carlo Ginzburg a Michelle Perrot o Joan W. Scott—, no tanto por pereza intelectual sino porque socavaba buena parte de sus supuestos epistémicos.
Mientras la historia obrera no daba muestras de diálogo con esta renovación historiográfica vertiginosa a escala global, a fines de la década de 1990 emergía en nuestro continente un campo sumamente heterogéneo pero pujante y productivo de lo que comenzaba a denominarse como historia intelectual. La nueva historia política, la historia de los conceptos, la historia de los lenguajes políticos, la historia de los intelectuales, la historia del libro y la edición, la mediología y sus estudios sobre la grafosfera, la estética de la recepción, entre otras perspectivas, ofrecían herramientas teóricas sumamente productivas para concebir una nueva historia multidimensional de las izquierdas. Una vez rota la cadena explicativa de la estructura económica —de la clase obrera a la conciencia de clase y de la conciencia de clase al partido obrero—, se abría un enorme horizonte poblado de una pluralidad de sujetos sociales, de demandas y de aspiraciones de mejora, transformación o revolución, siempre moldeadas por la formación o la mutación de culturas políticas y de imaginarios sociales, habilitándose así ensayos novedosos de articulación de reivindicaciones, formas renovadas de organización, experiencias colectivas vividas que daban lugar a la construcción de diversas subjetividades.
Abierto el horizonte de la imaginación histórica, estas herramientas permitieron poner en cuestión la circulación internacional de los grandes sistemas ideológicos —llámese anarquismo, marxismo, socialismo o comunismo— como unidades homogéneas y transhistóricas, para atender a sus discusiones regionales conforme las culturas políticas del espacio de recepción. Al desplazar el énfasis del momento de la producción intelectual al de la difusión y la recepción, fue posible enfocar el estudio en la experiencia de quienes desde la periferia latinoamericana llevaban a cabo operaciones selectivas y apropiativas de lectura, traducción, edición, difusión, divulgación y recreación. Al repensar la política en términos gramscianos de construcción hegemónica, el universo de la acción militante se expandió mucho más allá de la cuestión de la inserción del partido en tal o cual fábrica o gremio, del éxito o el fracaso de las experiencias de proletarización o de la eficacia político-militar de la acción armada. La nueva perspectiva permitió percibir otras figuras menos visibles de la experiencia militante y, sin embargo, constitutivas de la cultura de izquierdas: periodistas, traductores, editores, impresores, libreros, artistas gráficos, diseñadores, escritores, cursillistas de las “escuelas de cuadros”, entre muchas otras. Incluso las figuras clásicas del militante de izquierda fabril o del combatiente armado, idealizadas en los relatos tradicionales, ganaron en multidimensionalidad cuando se las comenzó a repensar con perspectiva de género, así como una mirada crítica desde los feminismos y los activismos LGTBQ+ incorporó la lucha de las mujeres y evidenció resabios patriarcales y homofobias. Buena parte de la producción sobre historia de las izquierdas que tuvo lugar en los últimos 20 años se nutrió de este tipo de problemáticas y abordajes. Los propios cultores de la historia obrera y partidaria tradicional, ante la necesidad de ofrecer programas más atractivos a los jóvenes investigadores, fueron sucumbiendo al “culturalismo”.
Al poner en diálogo la historia de las izquierdas y la historia intelectual, el CeDInCI libraba su batalla programática en dos frentes. Por una parte, postulaba la productividad de las herramientas y las perspectivas de la historia intelectual dentro del campo local de la historia de las izquierdas tradicional. Por otra, introducía la historia de las izquierdas junto con sus herramientas en un campo de historia intelectual hegemonizado por los estudios sobre las élites letradas liberales.
Esta última operación se vio favorecida por diversos caminos abiertos por la generación anterior de sociólogos de la cultura e historiadores intelectuales. A modo de ejemplo, podemos señalar para el caso argentino los ensayos de lectura política de la literatura de David Viñas, Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, los estudios de José Aricó sobre la recepción de Marx y del marxismo europeo en América Latina, los escritos de historia intelectual del marxismo de José Sazbón, las investigaciones sobre cultura anarquista y socialista desde la perspectiva de género iniciados por Dora Barrancos, los trabajos de recepción de Jorge Dotti, la proto-historia del libro de Adolfo Prieto o los estudios de sociología de la cultura y de historia de los intelectuales de Carlos Altamirano. Por su parte, Oscar Terán en Nuestros años sesentas (1991) y Silvia Sigal en Intelectuales y poder en Argentina en la década del sesenta (1991), no sólo fueron pioneros en la utilización de revistas culturales para ofrecer sus respectivos mapas político-intelectuales de una década, también abrieron un campo de estudios fructífero con renovadas preguntas relativas a las inscripciones políticas de textos, sus lecturas y sus usos.
Sin embargo, dentro del cauce principal que fue asumiendo la historia intelectual en Argentina del siglo XX, este tipo de preocupaciones permanecieron sólo de modo residual. Sus principales referentes fueron desplazando aquel interés por la cultura de izquierdas hacia las culturas y las figuras del liberalismo y el progresismo latinoamericanos. El marxismo, cuya cultura había contribuido a renovar en las décadas de 1970 y 1980 buena parte de los autores mencionados, fue progresivamente abandonado. Muchos cultores de la historia intelectual vernácula adoptaron sin mayor discusión paradigmas muy sofisticados en su crítica al reduccionismo social, pero cuyo objetivo consistía en terminar por diluir cualquier vinculación entre los grandes sistemas políticos y las clases sociales.
Es indudable que algunos referentes de la nueva historia intelectual —desde Pierre Rosanvallon a J. G. A. Pocock y Quentin Skinner— erigieron su preceptiva historiográfica en oposición expresa al marxismo de base y superestructura, pero muchos otros —de Perry Anderson y Martin Jay a Enzo Traverso— recuperaron líneas de continuidad y tejieron diálogos productivos con los marxismos críticos y heterodoxos. Como problematiza la Encuesta que acompaña este número de Políticas de la Memoria, fue la historiografía marxista la que procuró vincular producciones culturales con intereses sociales bajo diferentes herramientas teóricas. En efecto, al distinguir la historia intelectual por su historización del léxico político, el trabajo crítico consiste en desarrollar herramientas capaces de reponer una politización que no siempre se da en términos directos.
El programa de historia intelectual de las izquierdas del CeDInCI apostó por una recuperación de los marxismos críticos del siglo XX. En esta búsqueda, nuestra revista, siguiendo las huellas del marxismo de José Carlos Mariátegui, exhumó textos inéditos en castellano de Tomáš Masaryk, Georges Sorel, Benedetto Croce, Antonio Labriola y el primer Gentile. En relación con debates recientes, ofreció también un careo entre el marxismo contemporáneo y sus críticos decoloniales. La mera enumeración de los nombres de autores y autoras traducidos en las páginas de Políticas de la Memoria —Peter Burke, Robert Darnton, Jean-Yves Mollier, Vivek Chibber, Philippe Artières, Perry Anderson, Christophe Prochasson, Dominique Kalifa, Gisèle Sapiro, Enzo Traverso, Bruno Groppo, Daniel James, Judith Revel, Roberto Schwarz, Claudio Batalha, Nancy Fraser y Michael Löwy, entre muchos otros— ofrece un repertorio expresivo.
Entonces, este programa de historia intelectual de las izquierdas del CeDInCI se fue conformando a través de las decisiones implicadas en la construcción de la biblioteca y el archivo, en la definición de una política de ediciones, en la elección de los ejes en torno a los cuales iban a girar las sucesivas jornadas institucionales. El mero enunciado de los ejes temáticos con que fueron convocadas las Jornadas de Historia de las Izquierdas a lo largo de los últimos 20 años proporciona otro índice elocuente de este programa historiográfico, tal y como se fue desplegando a lo largo del tiempo: “Exilios políticos latinoamericanos y argentinos” (2005); “Prensa política, revistas culturales y emprendimientos editoriales de las izquierdas latinoamericanas” (2007); “¿Las ‘ideas fuera de lugar’? El problema de la recepción y la circulación de ideas en América Latina” (2009); “José Ingenieros y sus mundos” (2011); “La correspondencia en la historia política e intelectual latinoamericana” (2013); “Marxismos latinoamericanos. Tradiciones, debates y nuevas perspectivas desde la Historia cultural e intelectual” (2015); “100 años de Octubre de 1917: Peripecias latinoamericanas de un acontecimiento global” (2017), “Dos décadas de historia de las izquierdas latinoamericanas. Aniversario y Balance” (2019) y “La biografía colectiva en América Latina. Entre los itinerarios individuales y los diccionarios biográficos” (2021).
El estudio de Juan Maiguashca recientemente incluido en Marxist Historiographies: A Global Perspective tomaba justamente a las Jornadas del CeDInCI como un índice de la renovación historiográfica latinoamericana de izquierdas. El historiador ecuatoriano, actualmente profesor de la Universidad de York, Canadá, ofrecía un cotejo entre lo que identificaba como dos polos paradigmáticos de la renovación del marxismo historiográfico de inicios de siglo: la revista mexicana Contrahistorias. La otra mirada de Clío, fundada en 2003 por Carlos Antonio Aguirre Rojas, y las jornadas bianuales del CeDInCI. Maiguashca reconocía como notas distintivas del caso argentino la creciente voluntad de exceder los límites de la historia nacional para abrazar un horizonte latinoamericano; la consolidación de un espacio de diálogo que vino a reemplazar “las actitudes solipsistas de antaño”; el rigor en el tratamiento y el citado de documentos; la apertura hacia los diversos marxismos y más allá de los marxismos; y la ampliación del universo de la cultura de izquierdas hacia problemáticas antes negadas o desconocidas como el feminismo, los movimientos sociales, la memoria histórica y, en general, las indagaciones por la subjetividad social.
III. Cultura de izquierdas y giro material
La noción de “cultura de izquierdas” fue propuesta por el CeDInCI para redefinir un objeto de estudio complejo como el de las izquierdas históricas, que no terminaba de ser cabalmente aprehendido a partir de nociones como clase obrera, movimiento obrero, trabajadores, mundo del trabajo, clases subalternas, sectores populares o la misma noción de pueblo. Deudora de la teoría crítica, la noción de cultura de izquierdas permitía un análisis orientado tanto a las estructuras simbólicas como a las materiales, al tiempo que evitaba los problemas de hipostasiar un sujeto histórico predeterminado al cristalizar un esquema de dominación exclusivamente estructurado por posiciones de clases. A partir de esta clave de lectura se abría una gran variedad de enfoques para abordar la historia de las izquierdas hacia la historia del movimiento estudiantil, el movimiento feminista y los activismos LGBT+, la historia reciente, el estudio de las imágenes, la historia conceptual, la historia de la literatura, el cine, la música y el teatro, las redes intelectuales, la historia de la lectura, la cultura científica, los problemas de la modernidad y la posmodernidad, la construcción de identidades… En definitiva, se abría una línea de investigación atenta a las zonas de roces, diálogos e interacciones.
Frente a las hipótesis que se habían vuelto tradicionales, la reconstrucción de la rica cultura de izquierdas introducía una significativa revisión de la historia política, social y cultural local. Si bien las formaciones políticas de izquierda argentinas no lideraron una revolución como la cubana de 1959 ni participaron en experiencias de gobierno como la Unidad Popular Chilena de 1970-1973 (por citar dos casos emblemáticos), no era posible considerarlas simplemente a partir del fracaso de sus proyectos de reforma o de insurrección. Sin lugar a dudas, la historia de las izquierdas no puede ser pensada con prescindencia de sus objetivos estratégicos, pero tampoco desde un pragmatismo que reduce sus múltiples dimensiones a su eficacia instrumental para acceder al poder político.
Desde las últimas décadas del siglo XIX, las izquierdas constituyeron desde abajo las asociaciones civiles propias de la Argentina moderna. Mutuales obreras, cooperativas de consumo y producción, sociedades gremiales por oficio, sindicatos por rama de producción, bibliotecas populares, asociaciones barriales, centros de estudiantes, grupos de teatro popular, universidades obreras, cursos de formación, escuelas orientadas por la pedagogía moderna, consultorios sexuales, organismos de defensa de presos políticos y gremiales, periódicos, revistas, colecciones de folletos y libros populares de tirada masiva ofrecidos a precio económico conformaron la cultura de la clase obrera y los sectores populares hasta la primera mitad del siglo XX. Y también más allá, pues desde entonces las asociaciones y formaciones de la cultura de izquierdas debieron competir palmo a palmo por la hegemonía cultural de los trabajadores y los sectores populares con la cultura peronista. Las izquierdas contribuyeron tanto o más que el radicalismo a la conformación del movimiento estudiantil que dio vida a la Reforma Universitaria. El movimiento feminista fue impulsado durante décadas por mujeres formadas en el librepensamiento y el socialismo, y por las lúcidas críticas anarquistas. Intelectuales de izquierda estuvieron presentes en todos los grandes debates culturales del siglo XX, cuando no fueron quienes los provocaron.
No sólo en Argentina, sino en todo el mundo, las izquierdas encontraron su suelo nutricio y su oxígeno en la grafosfera, en la esfera histórica de la producción de impresos a escala masiva. Una historia editorial que no considere el aporte decisivo de las izquierdas a la revolución del libro del siglo XX sería incompleta y sesgada. Asimismo, una historia de las izquierdas que se limite a evaluar la eficacia de las tácticas y las estrategias programáticas sin considerar la relevancia de su contribución a la cultura impresa sería ciega a uno de sus principales aportes a la conformación de los sujetos de la contestación social. Al menos 250 colecciones editoriales anarquistas y unas quinientas publicaciones periódicas libertarias fueron lanzadas en Argentina durante el siglo XX. El socialismo argentino publicó durante más de un siglo el periódico La Vanguardia, una enorme cantidad de periódicos regionales y cientos de títulos de folletos ofrecidos a precio de costo. Los comunistas argentinos, como sus pares de la Unión Soviética y de otras latitudes, erigieron un aparato editorial de enormes dimensiones, produciendo una masa colosal de impresos en español, cuyos índices aún no han sido completamente relevados. Este universo editorial es todavía más amplio si le sumamos las iniciativas nacidas de las formaciones de la nueva izquierda, del cooperativismo, los feminismos y, en general, de los diversos movimientos sociales y autogestivos.
La ampliación hacia las diversas expresiones de la cultura de izquierdas permitió abordar también las llamadas “otras luchas”, antes desdeñadas por el economicismo como “meramente culturales”, y que hoy en día pueden verse dentro del tipo de opresión amplia que debieron ser politizadas y consideradas estructuralmente. Es decir, una opresión no sólo entendida como económica en el interior de la fábrica, sino además dentro de la cultura, la familia, la pareja, la sexualidad, la salud y otras esferas antes escasamente politizadas. Con esto se reactivaba la necesidad de historizar la cultura de izquierdas para identificar los inicios de los feminismos, la emancipación sexual, la lucha por el aborto, el anti-militarismo, la educación, el cooperativismo, el ecologismo o el naturismo en su versión más política. De modo que esta perspectiva habilitaba tanto la inclusión de movimientos organizados bajo distintas luchas sociales como un nuevo foco en el activismo y la autogestión.
La noción de cultura enfatizaba también un nuevo tipo de materialismo documental basado en los artefactos impresos: la historia del libro y la edición, el análisis de revistas, la historia de la producción audiovisual, el uso de correspondencia o de materiales llamados “efímeros”, como los volantes. El objetivo de reunir tareas de documentación y de investigación propició que la antes dispersa producción de las izquierdas contara con análisis atentos a las nuevas perspectivas abiertas por la historia intelectual, sobre todo en diálogo con las vertientes que ponen el foco en la historia del impreso.
En una primera capa, la noción de giro material funciona alejada de su tradición arqueológica, filológica y museológica respecto de los soportes de la antigüedad, el medievo y el auge de la imprenta del Renacimiento, para constituirse en un llamado de atención sobre la producción cultural que apunta, principalmente, a abrir discusiones dentro del campo historiográfico. La pregunta respecto de cómo se reajusta el enfoque sobre la materialidad documental tras la invención de la imprenta propone, al menos, una serie de indicadores para el trabajo en un nuevo entorno cultural conformado por la proliferación de variadas ediciones de una misma obra, folletos que se conservaron con sus páginas pegadas, traducciones truncas, imprentas situadas en ciudades lejanas, reimpresiones clandestinas, censuras, marcas de lectura y de conservación.
En tanto la tropología narrativista, las lecturas pragmáticas post-wittgensteinianas, las perspectivas herederas de la hermenéutica alemana o el postestructuralismo promovieron los conceptos o el texto como lugares privilegiados del sentido ―y al lenguaje como constituyente de la realidad―, se puede englobar bajo el rótulo de giro material la centralidad que toman los soportes materiales dentro de los procesos intelectuales a partir de la producción sobre la cultura impresa de autores como Roger Chartier o Robert Darnton. Si bien es cierto que dentro de las discusiones relativas al giro lingüístico aparecieron posiciones que se presentaron como un salto metodológico superador de la casi totalidad de la producción anterior, la mayoría de las disquisiciones metodológicas problematizó sus propios límites para pensar aspectos de la tarea historiográfica, sobre todo aquellos relativos al trabajo documental o a las relaciones entre historia social e historia intelectual.
En una segunda capa, hablar de un giro material consiste en un nuevo pliegue destinado a llamar la atención sobre la propia historicidad de los textos como documentos, alejándose definitivamente tanto de la noción ingenua de fuente como de las nociones más abstractas de textos, ideas o conceptos por fuera de sus soportes materiales, donde las marcas de su historicidad quedarían borradas o al menos consideradas sólo en un segundo término aleatorio o circunstancial. En efecto, historizar también el itinerario de la conservación de los distintos documentos significa problematizar nociones tales como “fuente”, “idea” o “concepto” como aquello que “está ahí” y de lo que sencilla y cristalinamente emana la información. Este giro abre la perspectiva de pensar históricamente al propio documento así como a las condiciones de su disponibilidad. El énfasis radica en que, a riesgo de sostener otra construcción metafísica especulativa ―aunque en este caso resulte paradigmáticamente aporética y dotada de infinitas aperturas―, el estudio de los textos no puede realizarse por fuera de los modos en que estos se materializan y circulan en libros, revistas, folletos, diarios, volantes, cartas y otros tipos de documentos.
Desde Políticas de la Memoria se ha sostenido que, de no historizar el corpus mismo de una investigación, se desconocería en compañía de qué otros elementos fue conservado un documento, cómo fue preservado, quién y por qué lo resguardó, dentro de qué diálogos y discusiones fue leído. En consecuencia, los metadatos y los aspectos muchas veces llamados “paratextuales” resultan tan importantes como el contenido textual. En pocas palabras, los principios de la archivística moderna que recomiendan resguardar la procedencia y respetar el orden original de los fondos no sólo tienen relevancia técnica para el trabajo de conservación documental, sino que resultan también principios gnoseológicos y epistemológicos fundamentales para la práctica historiográfica, en la medida en que ésta requiere poder dimensionar un documento en el acervo en que se lo conservó.
En una tercera capa, una historia material de lo impreso enfatiza las distintas instancias involucradas en su producción y circulación, tramando la historia de los intelectuales, la historia editorial, los estudios de recepción.
Los estudios sobre revistas, libros, folletos y colecciones editoriales remiten a escalas diversas. Dos aspectos resultan, sin embargo, diferenciales por las hipótesis de lectura que involucran: la historia de la edición de impresos y la de su circulación.
Desde la década 1990 las revistas se convirtieron en un objeto de estudio privilegiado y los modos de abordarlas se han ido expandiendo de manera considerable. Entre las ventajas que brindan esos nuevos abordajes, nos interesa destacar una en particular: los impresos ofrecen un observatorio privilegiado para acceder al cambiante entramado de grupos, agendas y propuestas de los distintos movimientos políticos y culturales. Dicho de otro modo, ¿cómo reponer los debates que sostuvieron aquellos intelectuales y formaciones disidentes que quedaron al margen o inclusive fueron borrados de las construcciones de memorias partidarias? ¿Cómo dar cuenta del archipiélago de agrupaciones libertarias sumamente descentralizadas o de los activismos autogestivos? ¿O cómo desentrañar la dinámica de un proceso como el de la Reforma Universitaria por fuera del complejo entramado de decenas de asociaciones estudiantiles, centros y federaciones?
Además de la presencia constante de los estudios sobre revistas en Políticas de la Memoria, el CeDInCI impulsa desde 2013 tres proyectos sucesivos de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) sobre este objeto de estudio y promueve desde 2015 la mencionada plataforma de revistas digitalizadas AméricaLee. Las investigaciones radicadas en esos proyectos se enfocaron en un enorme arco de revistas y períodos, con líneas de trabajo sobre la prensa anarquista, las revistas del socialismo, el comunismo, el trotskismo y el maoísmo, las publicaciones del modernismo y de la vanguardia artística, las gacetas de los reformistas, las revistas de filosofía, las redes revisteriles propias de la Guerra fría cultural, la prensa feminista, las disidencias sexuales y las publicaciones de los grupos armados.
Por su parte, la aparición de una historia del libro y la edición a nivel local debe remontarse a los últimos quince años. Gustavo Sorá propone pensar sus comienzos formales en 2006, año en el que aparecen dos libros claves, uno a cargo de Gregorio Weinberg y otro de José Luis de Diego. Sin embargo, recién en 2012 se realizó en Argentina el primer encuentro nacional de investigadores sobre el libro y la edición, donde participaron críticos literarios, historiadores, sociólogos de la cultura y bibliotecólogos. El CeDInCI estuvo entre los organizadores de ese Primer Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición y, desde 2011, Políticas de la Memoria ya le consagraba una sección fija a estos estudios. El propio Sorá ha destacado que nuestra publicación “debe considerarse a la vanguardia en la concretización de esos anhelos colectivos”. La historia del libro y la edición que número a número fue desarrollando Políticas de la Memoria se concentró en libros, colecciones, autores, editores, mercados, traductores y consumos, buscando enriquecer tanto la historia de las izquierdas como la historia intelectual. En efecto, los aportes de quienes investigan en el CeDInCI incluyen el trabajo sobre la producción impresa del socialismo romántico, las colecciones que fueron conformando una cultura marxista en Argentina, las políticas editoriales propias del socialismo, el anarquismo, el comunismo, el trotskismo, la izquierda nacional y el maoísmo, la producción de los best sellers políticos, la prensa feminista y del activismo lésbico y gay, la historia de la lectura y de las bibliotecas.
Una vez más, las conexiones derivadas del estudio de estos impresos amplían el rango de interacciones político-intelectuales, de modo tal que las investigaciones más recientes han logrado establecer un sinnúmero de redes que articulan proyectos semejantes en diversas regiones. Esto hace posible hablar con fundamento histórico de un transnacionalismo editorial anarquista, de una red internacional de publicaciones socialistas y luego de una red comunista global, de redes de revistas modernistas, reformistas, vanguardistas, antifascistas, de redes de revistas del universo liberal propio de los años de la Guerra fría.
Cabe mencionar también las posibilidades que han abierto a este tipo de perspectivas las transformaciones en el acceso a catálogos y documentos: un momento en que las bases de datos de los acervos de las grandes bibliotecas y centros documentales ―Library of Congress, universidades de Princeton, Austin, Harvard y Stanford, Instituto Iberoamericano de Berlín, Instituto de Historia Social de Ámsterdam, entre otros― habilitan una nueva organización de la información, ofrecen una renovada disponibilidad y estimulan el trabajo interpretativo.
Además, una perspectiva como la propuesta supone líneas de diferenciación con otras perspectivas más habituales, que se centran y parten de la historia de los intelectuales, de los conceptos, o de las ideas, para pensar una historia intelectual enfocada en discusiones a partir de las operaciones documentales que éstas suscitaron. No menos importante, también esta perspectiva exige un mayor rigor documental a otras narraciones históricas, tanto vinculadas a la historia conceptual como a aquellas propias de la historia económica, que se presentan cómo “clásicas” o “estructurales” para el análisis político pero se permiten ser “eclécticas” para el análisis cultural, redundando en hipótesis funcionalistas al pasar al plano intelectual y sin interesarles entonces modos de analizar esferas implícitamente consideradas derivadas.
A partir de estas consideraciones, quizás uno de los aspectos más visibles de la investigación desarrollada en el marco de los proyectos del CeDInCI haya sido su promoción de los debates sobre la problemática de la circulación internacional de textos y saberes para la historización de los movimientos teóricos y políticos. Se ha señalado que, como país relativamente nuevo, Argentina se enfrentó desde su misma formación como nación con la cuestión de la recepción y circulación de textos provenientes sobre todo del continente europeo. Desde luego, éste no fue un fenómeno limitado a nuestro país, sino que es extensible a la región latinoamericana. Como sostuvo Jorge Dotti en una encuesta sobre el concepto de recepción realizada por Políticas de la Memoria, cualquiera que se haya propuesto una historia de la cultura en un país como Argentina, necesariamente tuvo que adoptar alguna postura, tácita o explícita, sobre cómo pensar, o qué lugar darle, a la recepción de textos. Sin las herramientas actuales de análisis, de hecho, se trató de un problema que plantearon quienes escribieron las primeras historias de las ideas locales.
Los límites de las primeras narrativas filosóficas nacionales están a la vista de los historiadores contemporáneos. Su frecuente apelación a recursos como la adjudicación de “influencias” o el establecimiento de genealogías de “seguidores” de tal o cual doctrina o pensador se transformaron en las alertas más evidentes para la historia intelectual, que promovió un desplazamiento de la soberanía del autor hacia la del lector, abriendo la problemática de la productividad de la recepción, la interpretación y los usos. En este sentido, la historia del impreso abona el abordaje de la materialidad de la recepción que, lejos de buscar lecturas prescriptivas, recompone los debates impulsados por traducciones, lecturas críticas, frases autonomizadas y glosas, además de promover una identificación de instancias y actores involucrados en el circuito que va de los productores de textos a sus difusores y lectores.
En este punto, situar a los impresos dentro de un circuito internacional de producción y consumo implica considerar una periodización vinculada al pulso de los acontecimientos políticos capitales de Occidente, momentos propios de la grafosfera donde la producción de libros, revistas y folletos se multiplica a la par que los medios de transporte, los agentes comerciales, los emisarios políticos, los migrantes y los exiliados los propagan con intensidad.
V. Debates políticos y artefactos de intervención
Como es frecuente en ciertos ejercicios clásicos de historia intelectual, el abordaje de los debates culturales en diferentes escalas ha permitido esbozar los horizontes históricos donde interpretar la politicidad intrínseca de los artefactos culturales, sus argumentos y sus inscripciones.
Sin embargo, la hipótesis de lectura según la cual la producción intelectual y las decisiones editoriales funcionan vehiculizadas por sus motivaciones políticas ―es decir, no filosóficas, ni estéticas, ni historiográficas― no suele ser desarrollada en su radicalidad. No sólo los estudios de recepción suelen mantenerse en los límites de una disciplina delimitada, asimismo a menudo las historias de la filosofía, de las ideas, del arte, de la literatura, de las mujeres o del libro y la edición, por citar algunos ejemplos, se detienen en la autonomización de sus respectivos campos para iluminar las lógicas inmanentes de la filosofía, las ideas, el arte, la literatura, suponiendo por ello la capacidad de escindirse de sus intereses políticos. No son pocas las biografías de artistas, escritores e intelectuales que pasan por alto activismos y militancias sostenidas por las personas biografiadas, tanto como los medios, los espacios y las estrategias a través de los cuales disputaron posiciones hegemónicas. Así sean grandes creadores con obras apreciables, escritores y artistas tienen itinerarios incomprensibles por fuera del universo de revistas, manifiestos, programas, volantes, asociaciones, correspondencias, acompañamientos políticos, debates, polémicas, rupturas, protestas, solicitadas, premios otorgados y recibidos, prólogos, padrinazgos, reseñas, entrevistas, memorias, viajes, congresos, ediciones: éstas y no otras son las estrategias de la acción intelectual y los espacios de la vida intelectual. En estas estrategias de la acción intelectual y los espacios culturales es en donde el lenguaje político de la historia intelectual pone su foco, al menos tal como la entiende el grupo de la revista parisina Mil Neuf Cent y como la ha venido practicando desde Buenos Aires Políticas de la Memoria.
Insistamos en que la recuperación de esa politicidad no niega la autonomía conquistada por cada campo ni lo subordina únicamente a la política. El desafío es pensar al campo intelectual, el campo editorial o literario como campos de poder y espacios de disputa hegemónica pasibles de ser inscriptos en la discusión política. Las periodizaciones habituales responden a procesos internos a los campos, pero es indudable que los grandes acontecimientos internacionales tensionan las autonomías y articulan espacios nacionales conforme a una agenda global. Los exilios de los románticos de la generación de 1837, la llegada de refugiados por la represión que siguió a la derrota de la Comuna de París, la conmoción que significó el estallido de la Gran Guerra, las noticias esperanzadoras o terroríficas que llegaban de la Rusia soviética, el desgarro de la guerra civil española, el avance internacional del fascismo, la eclosión de la Segunda Guerra y el mundo bipolar que le siguió constituyen algunos de los momentos claves para la historia intelectual de las izquierdas, con su carga de migraciones y deportaciones, con sus conmociones y esperanzas, plenos de expectativas por las noticias que traían los vapores o transmitía el telégrafo, por los impresos que llegaban del exterior, por la puesta en circulación de nuevos textos, por el trabajo febril de las rotativas que multiplicaban los manifiestos públicos, con todo su universo de polémicas, alineamientos y pronunciamientos, alianzas y rupturas. Los momentos de calma son alterados por otros en donde el tiempo parece desajustarse ―de modo desesperanzador o alarmante―, proliferan los volantes que invitan a discursos, actos y manifestaciones públicas, las publicaciones periódicas aceleran sus apuestas a su intervención más coyuntural ―achicando su volumen y acortando su periodicidad― y en definitiva, surgen nuevos grupos y revistas para delinear sus posicionamientos.
Los grandes momentos de polémica se convierten así en momentos privilegiados para observar los quiebres intelectuales que permiten leer los documentos editados dentro de discusiones con un programa más bien constructivista ―basado en proponer series documentales, continuidades, proyectos políticos y teóricos― que se aleja de considerar las revistas, artículos o colecciones editoriales como un conjunto de mosaicos desparramados. Como planteaba José Sazbón, se trataría de un gesto propio de la historia como reconstrucción de proyectos políticos y la única manera de intentar encontrar una crítica erudita de diálogo con el presente.
VI. Una revista como herramienta de síntesis
En el año 2004, Políticas de la Memoria dejó de ser un mero boletín de información del CeDInCI para convertirse en el vocero de este programa de historia intelectual de las izquierdas. No solo dio a conocer documentos originales y avances de investigación, también se propuso sostener una reflexión y una autorreflexión sobre la producción historiográfica que estuviera a la altura de los desafíos que le plantea el conjunto del pensamiento contemporáneo. Es así que, además de consagrar dossiers y secciones regulares a cuestiones como la relación entre archivo, memoria e historia, las memorias sexo-genéricas y las izquierdas, la historia intelectual del marxismo, la problemática de la biografía colectiva, la historia del libro y la edición en América Latina, el lugar de la correspondencia, las memorias y las literaturas del yo en la historia intelectual, la teoría de la recepción, los retos del giro lingüístico o de la teoría decolonial, sostuvo una política de traducciones de referentes internacionales de esta renovación historiográfica.
Con las consideraciones realizadas, este esquema general habilita diferenciaciones específicas tanto en el interior de la historia intelectual como dentro de la historia de las izquierdas. Como contracara, es cierto que la historia económica vinculada a las izquierdas ha quedado relegada a un segundo plano. Esto se vuelve claro en momentos de alta inestabilidad económica y política como el actual, cuando los expertos autorizados ―la mayoría con firmas masculinas― que obtienen visibilidad frente a las crisis representan las opciones ortodoxas y heterodoxas ya clásicas en nuestro país. Por último, si bien probablemente un recuento como éste resulte muy pronto desactualizado, al menos servirá como contraste para identificar líneas no desarrolladas e hipótesis olvidadas en este repaso. Por ejemplo, al servir como marca de qué enfoques de investigación emergentes ―quizás aquellos más vinculados al análisis de datos con nuevas herramientas digitales― todavía no aparecían en la agenda al finalizar las experiencias del primer cuarto de siglo. Con todo, lejos de tener pretensiones prescriptivas, el ejercicio propuesto trata de identificar características que contribuyen a señalar sus bordes respecto a otros proyectos, con el fin de propiciar la discusión y de decir algo más que lo que expresa nuestra revista por sí misma número a número.
En fin, todas estas aristas se entretejieron a lo largo de 25 años de trabajo colectivo, pero el impacto va más allá del Centro. Un repaso por quienes han visitado y consultado sus acervos demuestra que los intereses son múltiples y el perfil de usuario muy diverso. Sin dudas, las investigaciones académicas locales y del exterior del país destacan por el nivel de consulta y, cuando son desarrolladas por el equipo interno, producen fuertes efectos sobre el ingreso de nuevos documentos y sobre el archivo mismo. Sin embargo, lo que las burocracias llaman “transferencia” se amplía a innumerables espacios: periodismo, artes visuales, docencia, literatura, biografías familiares, cinematografía, activismos, teatro, fotografía, etc. Sin dejar de mencionar el impacto sobre otras instituciones, como se comprueba con la participación del CeDInCI en su momento en el Sistema Nacional de Documentación Histórica (penosamente desfinanciado en los últimos años) y actualmente en la Red de Archivos y Gestión Documental del CONICET.
En efecto, los extensos índices de Políticas de la Memoria sintetizan gran parte de este proceso, y la nota editorial que abre su número 22 quiere ser más que una autocelebración del intenso trabajo colectivo. Apunta a revisar el camino recorrido para sopesar logros y erratas, pero sobre todo a compartir las preguntas que todavía insisten y así renovar las apuestas intelectuales y políticas futuras.
Colectivo Editor