Los documentos de la revolución
El Instituto Internacional
de Historia Social de Ámsterdam
(nacimiento y desarrollo 1935-1947)

Maria Hunink*


I. Los fundadores

II. Los colaboradores

III. La adquisición de bibliotecas y archivos

Biblioteca de Max Nettlau

Colección Lucien Descaves

La biblioteca de la Liga General de Trabajadores
en Yiddish de Lituania, Polonia y Rusia (Bund)

Archivo Histórico del Partido Socialdemócrata Alemán (Parteíarchiv)

Los archivos de Robert Grimm, Valerian Smirnov
y Wilhelm Liebknecht

El archivo y la biblioteca de Karl Kautsky

La biblioteca de la Communistische Arbeiter-
Bildungs-Verein (CABV)

Archivo Trotski

Archivo y biblioteca del Partido Socialista-Revolucionario

Los archivos españoles

Resumen

Abstract

I. Los fundadores

“La historia de los grandes movimientos sociales se ha estudiado muy poco de forma sistemática y se ha hecho muy poco con la idea de que su conocimiento puede generar una nueva convicción fuerza espiritual.”

N. W. Posthumus

En diciembre de 1934, el Dr. N. W. Posthumus, catedrático de Historia Económica en Ámsterdam, y Nehemia De Lieme, director de la Caja Central de Previsión y Ahorro de La Haya [“De Centrale”], decidieron crear un instituto científico para el estudio de la historia social internacional, en particular la historia de los movimientos sociales, las teorías y las ideologías relacionadas con estos desde el siglo XVIII. La creación de una biblioteca y de archivos especializados daría impulso a la investigación, centrada principalmente en la historia del movimiento obrero internacional y del socialismo.

Sin duda, fue obra de la casualidad que estos dos personajes de tan diversos caracteres y antecedentes se encontraran trabajando juntos uno al lado del otro, y lograran crear un instituto único en un corto periodo de tiempo, también gracias a la especial situación política, un instituto único en su tipo, y no solo en relación al panorama holandés. Su prestigio internacional de hecho creció rápidamente, transformándolo en el principal centro de estudio de historia social del mundo occidental.

Nicolaas Wilhelmus Posthumus nació en Ámsterdam el 26 de febrero de 1880. En 1885 quedó huérfano de padre, quien había sido uno de los fundadores de la Sociedad Geográfica Holandesa y había trabajado anteriormente como profesor y luego como director de un colegio. Posthumus estudió Derecho en la Universidad de Ámsterdam: fue miembro de la sociedad estudiantil Clio, junto con C. S. Adama van Scheltema, poeta del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (SDAP), H. E. Greve, uno de los primeros defensores de la idea de las bibliotecas públicas, W. A. Bonger, sociólogo y criminólogo, y H. P. L. Wiessing, fundador y editor de la revista de inspiración socialista De Nieuwe Groene.1 Posthumus colaboró en la revista estudiantil Propria Cures y fue brevemente su redactor jefe. El 9 de julio de 1908 se doctoró en Derecho y, con distinción, en Ciencias Políticas con su tesis “Historia de la producción industrial de telas en Leiden”. Junto con W. A. Bonger, Heleen Ankersmit y Theo van der Waerden, formó parte de la junta del Club de Estudios Socialdemócratas, que publicó los resultados de una encuesta en 1912, en un informe titulado Balances de las familias trabajadoras: Los presupuestos familiares anuales de setenta familias trabajadoras holandesas.

En 1913, Posthumus obtuvo la cátedra de Historia Económica en la recién creada Escuela Holandesa de Comercio de Rotterdam, la primera cátedra de este tipo en los Países Bajos. En 1922 fue nombrado profesor titular de Historia Económica en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Ámsterdam, donde permaneció hasta 1949, con una interrupción durante los años de la ocupación nazi. Para el Comité Científico Internacional de Historia de los Precios, fundado en 1931 por el historiador económico inglés William Beveridge, publicó la Historia de los Precios en los Países Bajos, cuyo primer volumen apareció en 1943.

Posthumus debe su fama no sólo al hecho de ser el padre de la historia económica en los Países Bajos, sino también a las numerosas instituciones que fundó: unas quince, según sus propias declaraciones. En 1914 estableció el Archivo Holandés de Historia Económica (NEHA) en La Haya y en 1932 creó una sección especial de este archivo en Ámsterdam, la Biblioteca de Historia Económica. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los iniciadores del Instituto Nacional de Documentación de Guerra (RIOD), cuya junta directiva presidió hasta 1949. Al mismo tiempo, junto con Jan Romein, proyectó la creación de una facultad de ciencias sociales, la séptima facultad de la Universidad de Ámsterdam. En 1949, a la edad de 69 años, renunció a su cátedra para convertirse en director de la editorial científica E. J. Brill en Leiden, donde ya era director desde 1946 y formaba parte del consejo de administración desde 1943. El Profesor P. J. Winter escribió sobre Posthumus que “el amor por los libros, también el amor por la curiosidad, le acompañó durante toda su vida, como demuestran las bibliotecas e institutos que ayudó a fundar. Por eso no es de extrañar que más tarde, cuando se convirtió en director de E. J. Brill decidiera hacerse cargo de la sección de anticuarios”.2 El historiador del movimiento anarquista de origen austriaco Max Nettlau expresó una opinión similar sobre Posthumus:

No era un bibliotecario apegado a los esquemas y a la tradición, al que los libros y los lectores en el fondo sólo le molestan, tampoco un doctrinario o fanático sólo interesado en una determinada corriente, ni muchos menos un profesor que sólo persigue objetivos prácticos; era alguien que sabía lo que significa hacer investigación histórica y comprendía la importancia de la diversidad de fuentes directas, y que raramente se encuentran todas juntas y con tanta variedad, como era en mi caso3

Siendo aún estudiante, Posthumus se introdujo por primera vez en las ideas políticas y sociales de la socialdemocracia de la época, a la que se mantuvo fiel durante el resto de su vida. El profesor Brugmans, que sucedió a Posthumus como secretario del Archivo Holandés de Historia Económica, se preguntó una vez qué había significado el socialismo para Posthumus. “No tengo una respuesta. Tal vez no había sido lo suficientemente importante como para discutir todas estas cosas con sus amigos; tal vez no había tenido el tiempo necesario, él siempre tenía prisa”.4

Nehemia de Lieme nació el 26 de marzo de 1882 en La Haya en el seno de una familia judía. Su padre era un shochet, un carnicero que realizaba su trabajo según la tradición del judaísmo, y que impidió a su hijo continuar sus estudios por razones de principios. De Lieme continuó como autodidacta y con los años se convirtió en un erudito, con un gran interés por la ciencia. A los catorce años, fue contratado en el banco Edersheim: era el empleado más joven.

De Lieme fue uno de los exponentes más importantes de la Liga Sionista Holandesa, de la que se convirtió en miembro en 1907 y en presidente cinco años después. Durante la Primera Guerra Mundial desempeñó un importante papel en el Fondo Nacional Judío y en la Organización Sionista Mundial, para cuya directiva fue pronto elegido. Tras entablar amistad con el abogado sionista estadounidense Louis D. Brandeis, por consejo de este último, se incorporó a la Comisión de Reorganización y, en calidad de tal, realizó un viaje a Palestina en noviembre-diciembre de 1920. Las impresiones que adquirió durante esta visita le llevaron a rechazar el sistema económico y financiero adoptado por los colonos, lo que le granjeó muchos enemigos en los círculos dirigentes sionistas, entre ellos Chaim Weizmann (más tarde presidente del Estado de Israel), y le llevó finalmente a romper con la junta. En los años anteriores había considerado seriamente la posibilidad de abandonar “De Centrale”, a la que había dedicado toda su vida, para establecerse definitivamente en Palestina. “Detrás de estos hechos objetivos está la profunda tragedia de un hombre con una voluntad fuerte y pura y su choque con la realidad de las organizaciones sionistas y de Eretz Israel”, escribió Alex Bein, archivero del Estado y director de los Archivos Sionistas Centrales de Jerusalén.5

Tras la gran huelga ferroviaria y el fracaso del paro general de 1903, que provocó el despido de miles de trabajadores, algunos progresistas como el Dr. G. W. Melchers, el Dr. Isaäc B. Cohen y Jan Oudegeest aceptaron una propuesta de De Lieme y el 13 de febrero de 1904 fundaron una compañía de seguros, “De Centrale”, cuyos ingresos beneficiarían en gran medida al desarrollo cultural de la clase obrera. Nehemia de Lieme, que entonces sólo tenía 21 años, fue nombrado director. De Lieme no era un socialista, sino más bien un liberal con un fuerte sentido social; en los treinta y seis años que permaneció al frente, consiguió hacer de “De Centrale” una organización muy floreciente.

Los salarios de la dirección y del consejo de administración de “De Centrale” eran relativamente bajos, al igual que la participación en los beneficios. Una gran parte de las ganancias, de acuerdo con el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (SDAP) y la Unión Sindical Holandesa (NVV), se destinó al movimiento juvenil, a la construcción de viviendas sociales y al Instituut voor Arbeidersontwikkeling (Instituto para el Desarrollo de los Trabajadores). “De Centrale” también financió la Escuela de Cuadros, que tenía su sede en la conocida “Casa Troelstra” (denominada así por un famoso socialista holandés). Desde 1921 (año del primer reparto de dividendos) hasta 1938, estas organizaciones e instituciones recibieron más de un millón y medio de florines. En 1929 se abrió un fondo administrado por separado fuera del ámbito específico de los seguros, el llamado Fonds voor Sociale Doeleinden (Fondo para fines sociales).

Además de su gran pasión, fueron su profunda perspicacia científica y su viva conciencia histórica las que impulsaron a Posthumus a reunir documentos y colecciones en beneficio de los estudiosos. Para el Archivo Neerlandés de Historia Económica (NEHA) recopiló no sólo los archivos empresariales, sino también los de los sindicatos. Alrededor de 1915 se dirigió a Ferdinand Domela Nieuwenhuis para convencerle de que dejara sus archivos personales a la NEHA: “En el futuro este material será extremadamente valioso para la comprensión exacta del desarrollo del movimiento obrero a partir de 1870”.6 Cuando Arthur Lehning le puso en contacto con Max Nettlau en 1928, Posthumus le propuso fundar un “Instituto Max Nettlau” en Ámsterdam, en el que se conservaría su extensa biblioteca y archivos. Éste fue el primer intento de crear un instituto de historia social.

Dada la situación política de la Europa de la época, Posthumus vio la fundación del Instituto no sólo como una contribución a la investigación de la historia social, sino también como una forma de salvar material valioso de su deterioro. Después de que Hitler llegara al poder el 30 de enero de 1933, surgió la necesidad urgente de sacar los archivos y las bibliotecas de Alemania y asegurarlos en otro lugar. Lehning, que como muchos otros había tenido que abandonar Alemania tras el incendio del edificio del Reichstag, rogó a Posthumus que hiciera todo lo posible por trasladar la biblioteca de la Asociación Comunista para la Formación de Trabajadores (Communistische Arbeiter-Bildungs-Verein, CABV).7 En julio, Posthumus ofreció en vano su ayuda para sacar de Berlín los abundantes archivos y la biblioteca del instituto fundado en 1924 por el movimiento obrero socialista alemán, el Instituto de Investigación en Economía Política (Forschungsstelle für Wirtschaftspolitik). Al mismo tiempo, intentó salvar de la destrucción la biblioteca de uno de los líderes del anarcosindicalismo alemán, Rudolf Rocker, mediante una falsa escritura de compra.

Una exposición organizada para celebrar el cuadragésimo aniversario de la fundación del Partido Obrero Socialdemócrata en los Países Bajos, en agosto de 1934, puso en contacto al visitante con un hombre que desempeñaría un papel importante en la historia del Instituto, el historiador menchevique ruso Boris Ivanovich Nikolaevsky. La organización de la exposición se encomendó a la archivista del partido, Annie Adama van Scheltema, que por su trabajo en la Biblioteca de Historia Económica, donde dirigía la sección de historia social, conoció a Hans Stein, un historiador alemán que había emigrado a Holanda. Stein le aconsejó que pidiera ayuda a Nikolaevsky para el análisis del material de otros países; en París, de hecho, Nikolaevsky guardaba el archivo histórico de los socialdemócratas alemanes, trasladado allí desde Alemania.

En abril de 1934, Annie Scheltema visitó a Nikolaevsky, quien también le presentó a Franz Kursky, fundador y guardián del archivo de la Liga General de Trabajadores Yiddish de Lituania, Polonia y Rusia (Algemener Yidisher Arbeter Bund in Lite, Polyn un Rusland, Bund para abreviar). Kursky le informó de que, por razones financieras, era necesario vender parte de la biblioteca. Posthumus, informado de este hecho por Scheltema tras su regreso a Holanda, lamentó no tener medios suficientes para comprarlo. Los esfuerzos por recaudar fondos para este fin fracasaron, hasta que el editor jefe de Het Volk,8 J. F. Ankersmit, sugirió a Scheltema que se dirigiera a “De Centrale” y a su muy activo redactor jefe.

El primer encuentro entre Posthumus y De Lieme tuvo lugar el 3 de octubre de 1934. Todos los que han conocido a Posthumus coinciden en que tenía la capacidad de transmitir a los demás el entusiasmo por sus proyectos. “Externamente e internamente parecía más un gran capitán de industria que un profesor”, dijo de sobre este el profesor I. J. Brugmans. Incluso De Lieme debió quedar hechizado por su encanto, si en una semana el consejo de administración de “De Centrale” decidió oficialmente la compra de la biblioteca de la Liga. El acuerdo fue que “De Centrale” se convertiría en el propietario de la colección, pero la pondría a disposición del Archivo Holandés de Historia Económica y de la Biblioteca de Historia Económica. Los pasos precisos para garantizar el acuerdo “de manera incuestionable, por así decirlo”, debían definirse más adelante.

El 8 de noviembre de 1934, Posthumus parte hacia París con una carta de crédito de “De Centrale” por el valor de cien mil francos franceses (diez mil florines). El contrato de compra, firmado seis días más tarde, marcó el inicio de la colaboración entre dos organizadores excepcionales, el organizador de “De Centrale” y el “organizador de la ciencia”.

A partir de ese momento, los planes para la fundación de un instituto especializado en historia social se materializaron rápidamente.9 El encuentro entre Posthumus y Nikolaevsky en París tuvo una gran influencia en la realización práctica de estos planes, expuestos por primera vez por Posthumus en un memorando enviado a De Lieme en diciembre de 1934.

En este documento, Posthumus subraya la importancia del Instituto para el movimiento obrero: del estudio de la historia nacional e internacional de los grandes movimientos sociales se extraería “fuerza y convicción espiritual”. Todas las corrientes pasadas y contemporáneas debían estar representadas. Para evitar que una colección de este formato “se reduzca a un archivo muerto”, también era necesario que se publicaran estudios basados en el material recogido. Se iba a comenzar con un Bulletin y unos anales, y junto a ellos se iban a preparar obras más extensas. Según Posthumus, una de las principales tareas del Instituto consistía en “organizar una investigación más amplia”, llevada a cabo in situ por estudiosos capaces de dedicarse a un tema complejo durante varios años; para ello debía crearse un aparato bibliográfico. Mientras tanto, el ayuntamiento del municipio de Ámsterdam estaba dispuesto a conceder un antiguo colegio femenino como ubicación sobre el canal Keizersgracht al 264. Según Posthumus, “un empleado y dos ayudantes más o menos voluntarios” habrían sido suficientes para catalogar la biblioteca y asistir a los visitantes; ya tenía en mente a dos o tres investigadores que habrían preparado las publicaciones. De este modo se crearía un instituto de carácter puramente científico, punto de referencia para el movimiento obrero a nivel nacional e internacional; Posthumus concluye su memorándum con las palabras “de este modo se logrará alcanzar un gran objetivo de relevancia social”.

Al principio, Posthumus pensó en un instituto con presupuesto y estatutos propios, pero dependiente de la gestión del Archivo Holandés de Historia Económica; De Lieme, en cambio, se oponía a una relación demasiado estrecha con el Archivo. También había que resolver un problema fiscal: la donación estaba sujeta a impuestos. De Lieme propuso la creación de una fundación autónoma, a la que “De Centrale” no donaría las bibliotecas y los archivos, sino que los prestaría “en una forma que se definirá más adelante y de manera tal que se aseguren las mayores garantías”.

A partir de esta propuesta, siete meses después nació la Fundación, a pesar de las objeciones de Posthumus a la cláusula de propiedad. De Lieme cumplió la petición de Posthumus de involucrar al Archivo Holandés de Historia Económica como socio en la creación de la Fundación.

Los acuerdos celebrados entre De Lieme y Posthumus fueron resumidos por este último en un informe para el consejo de administración de “De Centrale”, titulado “Presentación esquemática de la futura forma del Instituto”. Posthumus explicó por qué ni “De Centrale” ni el Archivo Holandés de Historia Económica eran adecuados para dirigir tal instituto: “De Centrale” porque no era una organización científica, y el Archivo por el “poder absoluto de su asamblea general”. Así pues, las dos instituciones crearían una fundación que, desde el punto de vista jurídico, tenía también la ventaja de una mayor libertad en la organización administrativa y ofrecía espacio para nuevas posibilidades. Está claro que Posthumus quería garantizar la independencia y la flexibilidad por encima de todo. La composición del consejo, con miembros provenientes de, por ejemplo, la Real Academia de Ciencias de los Países Bajos (KNAW) y la Universidad de Ámsterdam, habría garantizado la autonomía y la fiabilidad científica. El consejo de dirección no debería haber sido demasiado grande “para poder trabajar rápidamente”. De Lieme y Posthumus se incorporaron al consejo de administración como representantes de “De Centrale” y del Archivo de la Historia Económica Holandesa; Posthumus insistió en que De Lieme fuera presidente.10

De Lieme tenía ahora la tarea de defender este proyecto en el consejo de administración de “De Centrale”. “No crearíamos una fundación de este tipo ni aceptaríamos unos gastos tan onerosos si no fuera porque vemos la realización de esta obra como una importante tarea cultural, cuya desarrollo es de gran importancia para el Movimiento Obrero”, escribió en una nota explicativa personal a los dos documentos Posthumus. “Por ello, en nombre de ‘De Centrale’ asumimos la obligación moral de fundar y mantener este Instituto”. Pide a la junta que apruebe un presupuesto anual de veinticinco mil florines, sin contar los fondos para nuevas compras.11

En la reunión del 1 de julio de 1935, el consejo de administración tomó la decisión de crear la fundación. A De Lieme le hubiera gustado que el Instituto llevara el nombre de H. P. G. Quack, autor de la importante obra De Socialisten y fundador de la más importante colección holandesa de literatura socialista internacional de la época.12 Sin embargo, Posthumus opinaba que el nombre debía contener una referencia explícita a la tarea internacional de la institución. Así, se decidió llamar a la fundación Instituto Internacional de Historia Social (Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis, IISG).13

La redacción del acta de fundación del Instituto Internacional de Historia Social tuvo lugar el 25 de noviembre de 1935. El acto fue validado en presencia del notario Morra por el director de la Caja Central de Ahorros y Previsión de La Haya, Nehemia De Lieme, y el representante del Archivo Holandés de Historia Económica, el profesor N. W. Posthumus.


II. Los colaboradores

“Compartimos el gusto por la investigación histórica y el cuidado de la documentación sobre la cuestión de ciencia social”

Boris Souvarine

Posthumus buscó los colaboradores adecuados para ayudar al Instituto a cumplir la tarea descripta en los estatutos: la publicación de fuentes relevantes para el conocimiento de la historia nacional e internacional. Los investigadores debían preparar artículos y estudios para el Bulletín, que se publicaría tres veces al año, y para la revista anual Internationial Review for Social History. Al mismo tiempo, el Instituto debía asumir proyectos más exigentes. Mientras que Posthumus, en su primer memorándum de diciembre de 1934, todavía hablaba de emplear a tres funcionarios, en 1936 ya eran cinco.

Para organizar la colección, dividida en secciones, se adoptó un criterio geográfico. Cada una de las cuatro secciones representaba a varios países; las obras relacionadas, no sólo libros y folletos, sino también archivos y publicaciones periódicas relevantes para la investigación, se colocaron según criterios sistemáticos. Esto creó un entorno de trabajo ideal para los académicos, que tenían todo el material al alcance de la mano, y facilitó a los visitantes la búsqueda de información. El edificio del canal Keizersgracht, con sus grandes aulas, era el lugar ideal para este sistema, que se mantuvo hasta el traslado al Herengracht en 1969.

Aunque en las “Instrucciones para el bibliotecario” se indicaba que correspondía al bibliotecario ordenar los libros de forma razonada, esta tarea recaía en la práctica en los jefes de las distintas secciones. Durante buena parte de su tiempo, tuvieron que ocuparse de la organización sistemática de las colecciones, que llegaban a un ritmo rápido y que incluían numerosas publicaciones.

En julio de 1935, Annie Adama van Scheltema-Kleefstra fue contratada como bibliotecaria; tenía 51 años y era la viuda de C. S. Adama van Scheltema, que había fallecido en 1924. A través de su marido había leído las obras fundamentales de la socialdemocracia holandesa y conocía a los miembros de la sociedad estudiantil Clio, entre ellos a Posthumus. Fue este último, en 1932, quien le confió la dirección de la entonces todavía modesta sección de historia social de la Biblioteca de Historia Económica. Annie Scheltema se puso al servicio de la construcción del Instituto con gran dedicación y energía (Posthumus llegó a hablar, incluso, de “fuego sagrado”): lo consideraba el trabajo de su vida. Su principal tarea era hacer que la biblioteca fuera accesible al público; sin embargo, en aquella época le faltaba tiempo, personal y quizás incluso interés. Era responsable de la organización diaria, tenía que recibir a los visitantes y también participaba directamente en la adquisición de nuevas obras, especialmente en Holanda.

Gracias a ella, el Instituto se enriqueció con una colección única de material de los años 30: carteles, panfletos, folletos y periódicos de cientos de grupos políticos de diversas corrientes, que enviaron sus publicaciones de forma gratuita. Annie Scheltema se puso en contacto directamente con las personas y consiguió convencerlas de que los intereses del Instituto coincidían con los de su movimiento: salvar su historia del olvido. Durante sus viajes al extranjero, especialmente a la Alemania nazi y a Austria, donde a menudo tuvo que organizar por su cuenta el envío de colecciones ya compradas a los Países Bajos, se encontró a veces en situaciones difíciles, de las que pudo salir con gran facilidad. Aunque su versión de los hechos no siempre se ajusta a la realidad, en sus memorias consigue no sólo retratar vívidamente el momento histórico, sino también recrear el ambiente de los primeros y tormentosos años del Instituto.14

Entre los colaboradores científicos elegidos por Posthumus, ocupa un lugar especial Boris Ivanovich Nikolaevsky. Nacido en un pueblo de los Urales septentrionales, hijo de un sacerdote ortodoxo, comenzó su actividad en el movimiento revolucionario en 1903; los tres primeros años como bolchevique y luego, desde 1906 hasta su muerte en 1966, como menchevique. Su amigo Salomón Schwarz escribió sobre él que era “el último gran nombre del movimiento socialdemócrata ruso”. De 1919 a 1921 fue director del Archivo Central de Historia del Movimiento Revolucionario en Rusia. En febrero de 1921, en vísperas del levantamiento de Kronštadt, fue detenido y, tras once meses de prisión, expulsado de Rusia. Sin embargo, trabajó en Berlín como corresponsal científico del Instituto Marx-Engels, en Moscú desde diciembre de 1924 hasta su despido en marzo de 1931. Este instituto había sido fundado en Moscú en 1920 por el Politburó del Partido Comunista a iniciativa de D. Riazanov, su primer director.15 Nikolaevsky se encargó entonces, hasta mayo de 1933, de la gestión de la biblioteca y los archivos del Partido Menchevique en Berlín.16 Los socialdemócratas alemanes habían puesto a disposición un local en el mismo edificio que el archivo histórico del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el llamado Parteíarchiv.

Además de historiador y militante socialdemócrata, Nikolaevsky era también un coleccionista de documentos históricos: recolectaba publicaciones y archivos del movimiento menchevique, al igual que Max Nettlau para el movimiento anarquista y Franz Kursky para el Bund.17 Gracias a su amplia red de relaciones internacionales, su colaboración resultó inestimable para el Instituto; por esta razón fue posible adquirir muchas colecciones, especialmente rusas.18

Nikolaevsky se incorporó al personal del Instituto el 1 de julio de 1935, a la edad de cuarenta y ocho años. Siguió trabajando en París, donde fue nombrado director de una sección importante del Instituto en 1936. Ya contaba con varios estudios en su haber, como la publicación de documentos de los archivos de los revolucionarios rusos P. Akselrod, O. Martov, G. Plechanov y una biografía de Karl y Jenny Marx. Hasta principios de la década de 1930, había publicado colaboraciones en las revistas de historia soviética Byloe, Katorga i Ssylka y Letopisi Marksizma.19

En septiembre de 1935, Hans Stein, de 41 años y originario de Renania, fue nombrado jefe de la sección alemana (que también incluía a Austria y Suiza). En 1921 se había doctorado con una tesis en ciencias políticas sobre la liga obrera de Colonia, titulada “Der Kölner Arbeiterverein (1848-1849)”. De 1925 a 1930, había trabajado como corresponsal científico en Alemania para el Instituto Marx-Engels de Moscú, donde en el periodo 1925-1927 había investigado en varias ocasiones para la edición completa de las obras de Marx y Engels (Marx-Engels-Gesamtausgabe o MEGA). Luego encontró trabajo en Köln como jefe de la sección de economía y política de la radio alemana, pero fue despedido en la primavera de 1933; entonces se trasladó a Holanda, donde gracias a la mediación de Posthumus recibió apoyo financiero de una institución de ayuda de ciertos intelectuales, la Academisch Steunfonds Amsterdam. Al mismo tiempo, también se le encargó una investigación por cuenta del Archivo Holandés de Historia Económica.

Arthur Lehning, nacido en Holanda en 1899 de padres alemanes, creció en la ciudad holandesa de Zeist, en la comunidad protestante de los hermanos Bohemios. De 1919 a 1921 estudió en la Escuela Holandesa de Comercio de Rotterdam, donde asistió a las clases de Posthumus; luego continuó sus estudios en Berlín, en la Universidad Friedrich-Wilhelm, donde enseñaban Gustav Mayer y Werner Sombart. Los contactos con revolucionarios rusos emigrados y exiliados despertaron su interés por la revolución rusa, el anarcosindicalismo y Bakunin. Durante una estancia en Viena en 1924, su encuentro con Max Nettlau marcó el inicio de sus investigaciones sobre los revolucionarios rusos, de los que se ocuparía el resto de su vida. En 1924 publicó un estudio histórico, Die Soxialdemokratie und der Krieg [La socialdemocracia y la guerra] y en 1929-1930 Marxismus und Anarchismus in der Russischen Revolution [El marxismo y el anarquismo en la revolución rusa]. En septiembre de 1935 fue nombrado jefe de la sección francesa (que también incluía Italia, España y Sudamérica), a la que se añadiría una sección especial sobre anarquismo tras la adquisición de la colección Nettlau en noviembre de ese año. En 1939, Lehning se marchó a Inglaterra para asumir la dirección de la sección inglesa del Instituto en Oxford.

El colaborador más joven era Adolf Johann Cord Rüter; había estudiado historia en Leiden con Huizinga y, tras un breve paréntesis docente, se había dedicado exclusivamente a la investigación desde 1932. Alumno de Colenbrander, se doctoró en 1935 con su tesis, que luego se convirtió en un clásico, De Spoorwegstakingen van 1903: een spiegel der arbeidersbeweging in Nederland [Las huelgas ferroviarias de 1903. Un espejo del movimiento obrero en Holanda]. Por intercesión de Posthumus, el estudio fue publicado en 1935 por la editorial Brill de Leiden. En septiembre de 1935, Rüter comenzó a trabajar en el Instituto como jefe de la sección dedicada a los documentos de Holanda y los países anglosajones.

Nikolaevsky había recomendado encarecidamente a uno de sus compañeros de partido a Posthumus, Boris Moiseevič Sapir, nacido en Lodz en 1902; en 1936 fue contratado como jefe de la sección de Europa del Este. Bajo los bolcheviques, Sapir pasó cuatro años en prisión y en el exilio en Siberia. En 1926 consiguió escapar a Alemania; entonces estudió Derecho en la Universidad de Heidelberg y se doctoró con la disertación Dostojewski und Tolstoy über Probleme des Rechts (Tübingen, 1932) [Dostoievski y Tolstoi sobre los problemas del Derecho]. De 1926 a 1940 fue también representante del Partido Menchevique en la Internacional de Jóvenes Socialistas y, de 1926 a 1960, fue colaborador habitual del órgano del Partido Menchevique, Socialističeskij Vestnik [Mensajero Socialista], editado en Berlín, París y Nueva York, entre 1921 y 1965.

Aunque Boris Souvarine no pertenecía al núcleo de colaboradores permanentes, estuvo en estrecho contacto con el Instituto desde el primer momento. Emigró con sus padres desde Ucrania a París a una edad muy temprana.20 Fue uno de los fundadores del Partido Comunista Francés (PCF) en 1920 y de 1921 a 1924 fue miembro de la presidencia, el secretariado y comité ejecutivo de la Internacional Comunista (Komintern) en Moscú. En 1924 fue expulsado del PCF.

Souvarine fue un importante punto de apoyo para el Instituto por sus contactos con los círculos políticos y científicos franceses y con los anticuarios parisinos. Se le pedía ayuda si surgían problemas con las autoridades francesas. También había trabajado para el Instituto Marx-Engels de Moscú en los años 20.

No era empleado del Instituto, pero recibía una remuneración por sus actividades. Su correspondencia muestra que estaba especialmente unido a Posthumus.21

Posthumus nunca se preocupó por las opiniones políticas de sus colaboradores, pues creía que sus convicciones personales no influirían en el trabajo científico.


III. La adquisición de bibliotecas y archivos

En pocos años, Posthumus y sus colaboradores consiguieron adquirir bibliotecas y archivos que iban a constituir la base científica de las futuras actividades del Instituto, cuyo florecimiento se vio favorecido por los contactos políticos que sus representantes tenían en diversos círculos: Nikolaevsky con los socialdemócratas rusos y alemanes, Lehning con los círculos anarquistas, Souvarine en Francia, Posthumus y Annie Scheltema en Holanda. En el preocupante clima de los años 30, mucha gente empezó a ver el Instituto como un lugar seguro para poner a salvo sus colecciones. Esta tendencia se vio facilitada por la actitud objetiva y científica adoptada por el Instituto y por los medios financieros que tenía a disposición.

Dando por hecho que los acuerdos alcanzados se traducirían en la práctica, Posthumus comenzó a trabajar muy activamente. En noviembre y diciembre de 1934, visitó París, que en aquella época atraía a emigrantes de Rusia, Alemania e Italia. Junto con Nikolaevsky y Souvarine, elaboró planes para la construcción y el futuro del Instituto.

El primer núcleo de la biblioteca fue constituído por la colección de historia social (unos 2000 títulos), prestada por la Biblioteca de Historia Económica. Esta colección también incluía mucho material periodístico, que ya era propiedad del Bureau voor Sociale Adviezen (Oficina de Asuntos Sociales), que pasó a la Biblioteca en 1934 con la mediación del Ayuntamiento de Ámsterdam. También en 1934 “De Centrale” había adquirido ya el material del Bund (cerca de veinte mil títulos sobre el movimiento social en Rusia antes de 1917) y la colección de Henri Rollin en diciembre; con unas seis mil obras, era la mayor colección sobre la Revolución Francesa en Holanda. En 1935 le siguieron la biblioteca de Auguste Hamon sobre el anarquismo y el sindicalismo francés en enero, la biblioteca de Robert Danneberg sobre el movimiento obrero en Austria en junio, la biblioteca de Max Adler sobre el marxismo en octubre y la colección de Max Nettlau en noviembre. Por citar sólo algunas de las más importantes, a continuación se agregaron las bibliotecas de Gustav Mayer, Pierre Ramus, Lucien Descaves, Karl Kautsky, S. Kashnor, el profesor Stern de Zúrich, la Asociación Comunista para la Formación de los Trabajadores (Communistische Arbeiter-Bildungs-Verein) y la llamada biblioteca Lavrov-Goc del Partido Socialista-Revolucionario Ruso. Algunas pasaron a ser propiedad del Instituto, otras fueron prestadas.

La adquisición de los archivos a menudo resultaba un proceso más largo. En algunos casos, la firma de los acuerdos fue precedida por años de negociaciones, como en el caso del archivo histórico del SPD, el archivo de Kautsky, el archivo de los socialistas-revolucionarios rusos y la colección Max Nettlau. Más adelante volveremos a hablar con más detalle del curso de las negociaciones y, en parte, de la historia de las colecciones.

Incluso antes de que el Instituto se tornara una realidad, Posthumus podía afirmar con cierto orgullo que la biblioteca contaba con cerca de cien mil obras.

No se puede dejar de mencionar otra categoría de colaboradores; Arthur Lehning comentó en una ocasión que sin el apoyo de hombres como Leon Kramer, Kashnor, Bernstein, Magis y Clavreuil (todos ellos anticuarios especializados) habría sido imposible crear una biblioteca de este tipo. Gracias a ellos, el Instituto cuenta hoy con raras colecciones sobre la Revolución Francesa, Sylvain Maréchal, la Comuna de París, el Cartismo inglés y las colonias comunistas americanas del siglo XIX.

A menudo ocurría que, tras recibir un catálogo de un anticuario, Posthumus y sus colaboradores seguían trabajando en el Instituto hasta altas horas de la noche para telegrafiar los ejemplares deseados. Al mismo tiempo, también comenzaron a adquirir ejemplares aislados de libros y publicaciones periódicas raras y, en otros casos, fotocopiaron grandes cantidades de material. El Instituto compró a un anticuario parisino, Michel Bernstein, uno de los periódicos obreros franceses más antiguos, L’Echo de la Fabrique (1831-1834); los números faltantes se adquirieron entonces en fotocopia, “para completar la rarísima colección que ahora posee el Instituto”, como escribió Léon Bernstein a Posthumus.22 Siempre a través de Bernstein, se adquirieron los dos diarios de Gracchus Babeuf, Journal de la liberté de la presse y Le Tribun du Peuple, de 1794-1796. El Instituto compró una colección de obras de Sylvain Maréchal a Raymond Clavreuil; “nunca más se volverá a encontrar una colección de este tipo en venta”, comentó Souvarine. También se compraron por separado grandes series de periódicos como L’Opinion nationale (1859-1878), De Standaard (1872-1918), De Wachter (1871-1885), The Daily Herald (1912-1922 y 1924-1930), Der Völkische Beobachter (1928-1933).

Cuando, como resultado de esta política de compras, las duplicaciones empezaron a crecer inevitablemente, Posthumus se convirtió en un hombre de negocios. En 1938 Brill publicó el primer catálogo de Social History Antiquariaat, con 277 números.23

A principios de febrero de 1935, Posthumus comenzó a preparar un viaje a Berlín para adquirir material. Nikolaevsky, Lehning y Stein le proporcionaron información sobre las colecciones y las direcciones de varias personas. Posthumus insistió con Nikolaevsky en que no debía difundir la noticia de su llegada, ya que tenía una agenda muy apretada: varios exiliados socialdemócratas rusos en París, como Salomón Monoszon-Schwarz, Rafael Abramovich, Aron Iugov, Theodor Dan, pero también Paul Frölich (uno de los fundadores del Partido Comunista Alemán, biógrafo y editor de las obras completas de Rosa Luxemburgo) y el anarquista español Diego Abad de Santillan le habían pedido que salvara sus bibliotecas y archivos, que estaban en peligro en Berlín.

Posthumus hizo su primera parada en Praga, donde el 16 de marzo de 1935 conoció a Paul Hertz, secretario del directorio del Partido Socialdemócrata Alemán en el Exilio (el Sopade). Hablaron del archivo que ya había sido sacado de Alemania en 1933 y de varias cajas de material que permanecían en Berlín. Posthumus quería intentar salvar también esta colección. Otto Wels, el presidente del partido, le entregó una carta de presentación y ese mismo día Posthumus viajó a la capital alemana. Había tomado las precauciones necesarias: el Ministerio de Asuntos Exteriores holandés estaba al tanto de todo y había avisado al secretario de la embajada en Berlín de la llegada del profesor. Además, Posthumus viajó con una carta oficial en la que el gobierno le ordenaba realizar “investigaciones en los campos de la historia y la economía”.24

Posthumus visitó a un abogado, Wilhelm Liebknecht, motivado por el archivo de su padre, el homónimo Wilhelm Liebknecht, líder de los socialdemócratas alemanes que había muerto en 1900. El hermano de Wilhelm, Theodor, que emigró a Suiza en junio de 1933, había entregado a Posthumus una carta de presentación y le había aconsejado que “actuara con extrema precaución y sólo hablara con extrema reserva”. Sin embargo, no tuvo éxito: después de dos pesquisas, muchos documentos ya habían sido destruidos.25

A través del anarcosindicalista Fritz Kater, Posthumus encontró la biblioteca de Santillán y por medio del editor holandés Anton Bakels, amigo de Arthur Lehning, la biblioteca de la Asociación Comunista para la Formación de los Trabajadores (Communistische Arbeiter-Bildungs-Verein, CABV), que Lehning había conseguido poner a salvo. En el transcurso de diez días, Posthumus había logrado salvaguardar 64 cajas llegadas desde Berlín: las colecciones de Dan Iugov y Abramovich (18 cajas), Schwarz (25), Santillán (15) y la biblioteca del CABV (6). El primer envío llegó a Ámsterdam ya el 26 de marzo de 1935. Posthumus había entablado nuevos contactos con coleccionistas y anticuarios, “que ocultan con temor el material que buscan”, según le dijo a De Lieme en el informe de su viaje. Entre ellos estaba el anticuario berlinés Hugo Streisand.

Los intentos de conseguir el archivo de Georg Weerth fueron infructuosos. La información de Posthumus de que la colección de este “primer y más significativo poeta del proletariado alemán” (Friedrich Engels) estaba en manos de la viuda de Franz Diederich, académico y periodista socialdemócrata, resultó ser inexacta.

Pero su mayor desilusión fue no poder localizar la dirección del antiguo archivero del SPD Jonny Hinrichsen, que todavía había conseguido esconder cinco cajas con valiosos materiales de archivo y publicaciones impresas en marzo de 1933. Fue sobre esta colección que Posthumus había hablado con Hertz en Praga. A su regreso, Nikolaevsky consiguió para Posthumus la dirección de Hinrichsen. No se sabe por qué vías, pero en julio de 1935 Posthumus logró conseguir este material, que estaba en Berlín, y hacerlo llegar a Ámsterdam poco después. El inventario elaborado por Stein en agosto muestra el carácter excepcional de la colección contenida en las cajas: cuarenta y tres títulos de periódicos y revistas, principalmente del período 1840-1870, entre ellos el Rheinische Zeitung, el Neue Rheinische Zeitung, el Deutsche-Brüsseler Zeitung, el Nordstern; también el Spartakusbriefe de 1916 y el Spartakus, 1916-1918; manuscritos de Pierre Leroux (1797-1871)26 recogidos en cuatro volúmenes, treinta escritos de Marx y Engels, a menudo primeras ediciones de las que algunas tienen dedicatorias, pero también el manuscrito de una parte de las actas del Consejo General de la Primera Internacional y, lo más precioso, el ejemplar del primer volumen de El Capital que perteneció a Marx, con sus anotaciones en los márgenes. Por el momento, Posthumus prefirió dejar a la dirección del SPD, que era la legítima propietaria, en desconocimiento de la llegada de estas cinco cajas. Al mismo tiempo, se habían iniciado negociaciones entre el SPD y una delegación del Instituto Marx-Engels de Moscú sobre la venta del archivo del partido. Posthumus, que estaba decididamente en contra del proyecto, no quería correr el riesgo de que esta colección de Berlín también se vendiera, y Nikolaevsky estaba de acuerdo con él.

En esos años, cada vez más organizaciones y particulares hicieron uso de la posibilidad que ofrece el Instituto de ceder sus colecciones para su custodia o préstamo. “De este modo, se puede impedir que se destruyan documentos importantes”, escribió Posthumus en su primer memorando a De Lieme. En su informe del año 1937, Posthumus amplió este punto:

Todavía no está suficientemente claro si el Instituto está dispuesto a recibir colecciones en préstamo o para custodiarlas en nombre de otros. En el primer caso, las colecciones prestadas se ponen a disposición de la investigación científica, sin que el propietario tenga que renunciar a sus derechos. Por lo tanto, puede pedir que le devuelvan la colección en cualquier momento.

El segundo caso se refiere a los propietarios de una colección de cartas u otros escritos que aún no tienen la intención de hacer el material accesible al público, sino que desean mantenerlo a salvo. En este caso, el Instituto está dispuesto a intervenir como fideicomisario y custodiar los documentos, sin ninguna remuneración. Pueden darse varios casos. El propietario puede entregar los documentos en custodia con la condición de que el fondo sólo sea accesible a las personas en las que él delegue, o que permanezca inaccesible durante varios años, incluso hasta cincuenta. Las colecciones que son en parte inaccesibles y en parte accesibles al público, también pueden ser entregadas para su custodia. El Instituto también acepta colecciones selladas

Muchas organizaciones aprovecharon esta oportunidad, como la Internacional de Jóvenes Socialistas, los partidos socialdemócratas austríacos, españoles y holandeses, los socialistas-revolucionarios rusos, los anarquistas españoles y las organizaciones anarcosindicalistas: la FAI y la CNT. Los particulares también prestaron sus colecciones, como Max Nettlau, Henk Sneevliet y Jef Last, que confió al Instituto documentos sobre su viaje a Rusia con André Gide y sobre la Guerra Civil española.

Después de la guerra, algunas colecciones dejaron de tener demanda, otras fueron entregadas oficialmente al Instituto; en otros casos, como el de los socialistas austríacos, los propietarios renunciaron al material. Sin embargo, una parte de las colecciones nunca se ha vuelto a encontrar: secciones del archivo de Nettlau y veinticuatro cajas de la biblioteca privada de Lehning.27

En ocasiones, Posthumus entró en conflicto con De Lieme porque decidía las compras, comprometiéndose económicamente, sin discutirlo primero con los demás miembros del consejo de administración. Posthumus se defendía argumentando que a menudo le faltaba tiempo; las ofertas le llegaban de improviso y requerían una decisión inmediata. “En muchos casos son personas pobres que quieren ver algo de dinero cuanto antes”. El director se veía obligado a decir sí o no, con la esperanza de no violar la confianza depositada en él por el consejo. Pero De Lieme no se dejaba convencer tan fácilmente. No quería creer que todas las compras fueran tan urgentes, “mientras que parece aún más improbable que todos estos vendedores no puedan esperar a tener el dinero en sus manos”, fue su comentario. Sin embargo, un examen de la correspondencia reveló que sí era cierto: los vendedores, a menudo exiliados, insistieron en muchos casos en que se les pagara inmediatamente. Se deshacían de las colecciones a las que estaban muy apegados sólo porque carecían de medios para sobrevivir, y Posthumus recibía constantemente sus reclamos de dinero.

En abril de 1937 informó a De Lieme que tenía que dar un anticipo para una colección, “porque el propietario no podía esperar más y necesitaba urgentemente dinero para su familia”. Pero como Posthumus se enfrentaba constantemente al presidente con hechos consumados, tomando sumas de otras partidas presupuestarias y superando continuamente el presupuesto, esta cuestión seguía siendo una fuente de discordia para De Lieme. “Se necesita una habilidad sobrehumana para contener al profesor Posthumus”, afirmaba el tercer miembro de la junta, Van Winter. Pero probablemente incluso De Lieme habría respaldado las palabras con las que Van Winter recordó a Posthumus:

Ha visto posibilidades que a otros se les escapaban y ha encontrado el modo de realizarlas. A menudo tomaba decisiones antes de haber recibido el consentimiento de los que luego tenían que seguirle, pero sabía suavizar las fricciones resultantes con su encanto personal y sus pequeñas atenciones. Aunque uno se sintiera irritado o sorprendido, no podía dejar de reconocer que era un hombre con unas dotes excepcionales. Todo lo que emprendía formaba parte de un contexto más amplio

El propio Posthumus escribió una vez, casi desesperado, que a menudo era difícil convencer a los coleccionistas de que vendieran sus colecciones. “La experiencia nos ha enseñado que hay un abanico de variaciones y que la idea de deshacerse de sus colecciones aterroriza a los propietarios de los archivos”. Lucien Descaves puede citarse como un ejemplo de esta categoría, y más aún Max Nettlau, un caso realmente único en la historia de los coleccionistas fanáticos, como demuestran sus esfuerzos por comprar su biblioteca.


Biblioteca de Max Nettlau28

De las grandes colecciones que el Instituto logró adquirir en los primeros años, la colección Max Nettlau fue sin duda una de las más importantes.

Nettlau nació el 30 de abril de 1865 en Neuwaldegg, en el corazón de los bosques de Viena, donde su padre, originario de Prusia Oriental, era jardinero jefe del príncipe Schwarzenberg. De él Nettlau heredó un gran amor por la naturaleza. En abril de 1887 se doctoró en la Universidad de Leipzig con su tesis “Beiträge zur cymrischen Grammatik” (Estudios de gramática cimbrica). Su primer trabajo sobre un tema histórico, dedicado a Joseph Déjacque, se publicó en 1890 en una revista anarquista de Nueva York. A partir de ese año, se concentra en el estudio de Bakunin y la historia del anarquismo.

Así escribió Nettlau una vez a un amigo americano:

En 1880 me sentía socialista y anarquista. Nunca tuve el deseo de hacer una carrera por mí mismo ni de dedicarme a los negocios. Mis padres, que me tenían un gran cariño, aceptaron que estudiara en la universidad, lo que no me habría dado ninguna oportunidad real de trabajo. Al principio, estudiaba la lingüística indoeuropea comparada y, de 1882 a 1887, me ocupé particularmente de las lenguas celtas. Fue por los antiguos manuscritos irlandeses y cimbrios del Museo Británico que emprendí mi primer viaje a Inglaterra, donde entré en contacto con William Morris y la Liga Socialista en 1885 y con Piotr Kropotkin en 1888. Cuando mi padre murió repentinamente en 1892, me encontré con una independencia económica gracias a unos pequeños ingresos; pude elegir entre continuar mis estudios de las lenguas celtas o investigar la historia del socialismo y el anarquismo, en particular la vida de Bakunin. Me decidí por esto último, ya que los manuscritos, los documentos, las personas que habían conocido a Bakunin, dispersos por todo el mundo, estaban desapareciendo lentamente. Durante años, de 1892 a 1896, viajé para recopilar material sobre la vida y la obra de Bakunin y escribí una voluminosa biografía.29

La biblioteca de Nettlau, de estructura uniforme y dedicada principalmente a los movimientos e ideas libertarias, es la mayor colección del mundo sobre este tema. Fue sobre todo en los años 1887-1914 cuando Nettlau reunió su material, que incluye obras en casi todos los idiomas, en su mayoría del siglo XIX y del periodo 1900-14. Le ayudaron en sus investigaciones muchos amigos, como Piotr Kropotkin, Elisée Reclus, Errico Malatesta y Jean Grave. Como verdadero coleccionista, amaba mucho sus colecciones. En el verano de 1925, en una carta a Lehning, que en ese momento se encontraba en París, le instó: “Intenta ahorrar todo lo que puedas de los puestos parisinos: cada vez que compraba algo allí, siempre pensaba que lo estaba salvando de la destrucción”.

En una carta de 1920 a un amigo, Nettlau dió detalles sobre los criterios con los que coleccionaba, dando información sobre la historia y el tamaño de su colección:

He ampliado enormemente los límites de mi campo de coleccionismo: aunque no inmediatamente, ha sido un desarrollo gradual. He visto que en las bibliotecas a menudo sólo acaban las obras principales sobre un determinado tema, de modo que cualquier investigación seria se topa inmediatamente con interminables lagunas; he visto que los folletos, revistas y panfletos se pierden o se dispersan en su mayoría, que cuesta mucho esfuerzo recuperarlos y que a menudo sólo se encuentran escasos restos, por no hablar de los manuscritos, cartas y otros materiales, o de la tradición oral, que se desvanece rápidamente.

Por estas razones, he intentado desde el principio recopilar precisamente este material raro, dejando a menudo de lado las obras principales, porque de todos modos no se pierden y además se pueden encontrar en grandes bibliotecas.30

Mi ideal era crear dossiers sobre los innumerables elementos que componen toda la historia del desarrollo del progreso humano; debían contener todo lo que se pudiera encontrar sobre ideas concretas, movimientos, acontecimientos personales, etc.; desde los primeros artículos o panfletos, con todas las polémicas e intercambios de opinión, todos los periódicos, hasta las obras más definitivas, y luego las revistas, las cartas, con información histórica, bibliográfica y de otro tipo, hasta los recortes de periódico, las ilustraciones, las caricaturas, hasta el más pequeño folleto, volante, manifiesto, hoja de propaganda.

Sólo he podido alcanzar este objetivo de forma bastante satisfactoria en algunos campos. Alguna vez pensé que si mi material, relativamente abundante, se ordenaba de la manera que he dicho y se ponía a disposición de los demás, tal vez algunos decidieran confiar sus colecciones a un archivo internacional común en cuanto perdieran la relevancia de la actualidad y ya no fuera necesario esconderlas para protegerlas de la destrucción. Siempre pensé que ese archivo debía separarse de mi yo casual y mortal en cuanto se encontrara una base concreta que garantizara su existencia. Mientras tanto, seguí comprando y lo sigo haciendo hasta hoy, aunque de forma muy limitada.

Esto explica el tamaño colosal de la colección, porque para mí el material no era interesante en su etapa final como panfleto o libro; por el contrario, intenté conservarlo en su etapa inicial, en su expansión y en todas sus ramificaciones. A menudo pensaba en los numerosos prototipos de locomotoras antiguas, no creadas por Stephenson, que nacieron muertas y se almacenaron en el museo de South Kensington. Estas máquinas, derrotadas por el modelo de Stephenson, se volvieron inútiles: sin embargo, hubo quien las coleccionó. Lo mismo ocurre con todos los movimientos fracasados y ya extinguidos, hasta las corrientes que acabaron imponiéndose.

En conclusión, me parece que para un conocimiento básico e incluso profundo, hay que empezar por las principales corrientes y con el equipamiento más moderno —pero debe haber un lugar en la tierra para uno o alguna colección histórica en la que los socialistas fracasados puedan encontrar asilo, al igual que las locomotoras diseñadas por los colegas de Stephenson. Siempre he sentido simpatía por los débiles, por los fracasados, de modo que para mí nunca hubo nada demasiado insignificante; por otra parte, no es que haya sobrevalorado nunca las pequeñas cosas. Nunca busqué la unidad, al contrario, fue la variedad lo que me atrajo, y esto ha influido positivamente en mi colección, que, podría decirse, se esfuerza por abarcar las corrientes del socialismo hasta los más pequeños riachuelos, siguiendo los ríos de las estepas que se pierden en las arenas, los arroyos cársticos que desaparecen entre las rocas sólo para resurgir en otro lugar: me interesa menos el movimiento que hoy que se ha convertido en una gran corriente de agua, porque ya no desaparece y no necesita mis débiles fuerzas [...].

Mi colección se amplió aún más cuando decidí, a diferencia del principio, incluir también obras distintas de las de los anarquistas y los socialistas-revolucionarios. Durante mucho tiempo había descuidado por completo la literatura antigua, que en los años 80 y 90 podía comprarse a bajo precio, con lo que se perdía una inmensa cantidad de material. A partir de alrededor de 1900 recuperé en gran medida el tiempo perdido, en Londres y París; para el material alemán ya era demasiado tarde, pero hice lo que pude y todavía conseguí reunir mucho. Entonces me puse a la búsqueda de literatura socialdemócrata, al menos para los países más importantes. Dejé de comprar los innumerables libros sobre el tema, haciendo excepciones sólo con los que eran baratos o tenían especial importancia histórica o teórica. El sindicalismo está muy bien representado por una colección muy extensa de revistas, que me han sido enviadas a lo largo de los años (ejemplares de intercambio). Lo mismo ocurre con otros temas especiales como la educación, el antimilitarismo, el neomaltusianismo, la literatura moderna, etc.

Además, pude, sobre todo en París, recopilar activamente la literatura política radical francesa desde la Revolución hasta 1870, y también la inglesa desde el siglo XVIII en adelante. También reuní todo lo relativo a las reformas, las descripciones de los problemas sociales, los librepensadores, las mujeres, la paz, las cooperativas, las nacionalidades, todos los aspectos de la sociología, así como todos los relatos de las ideas libertarias, todo lo relativo a la historia de las revoluciones, etc., prefiriendo siempre salvar los elementos esporádicos y en peligro de extinción antes que los conocidos.

Luego estalló la guerra, que me sorprendió aquí en abril de 1914, después de haber vuelto a Viena desde París: en todos estos años no me moví. Así que dejé de coleccionar más material, aunque creo que mis contactos en París y Londres siempre me reservan muchas cosas, sobre todo revistas, por lo que la continuidad también se mantiene allí.[…]31

Como puede ver, mi pequeña colección es en realidad un armario bastante voluminoso, ya no un caballo de batalla, sino toda una manada de caballos que, además, me están arruinando por completo, ya que aquí ahora el poder adquisitivo del dinero extranjero se ha reducido a una trigésima parte.

Las proporciones de la colección se distribuían aproximadamente de la siguiente manera: anarquista, libros y folletos, 3.200; revistas, 1.200 ―literatura libertaria (que incluye también el sindicalismo revolucionario, etc.), 1300 obras impresas y 600 revistas ―socialismo, 10 500 obras impresas y 2750 revistas ―Reformas sociales, 2000 obras impresas y 2300 revistas —radicalismo político, etc., 13.000 (incluyendo revistas). Esto eleva el total a 36.850 a los que hay que añadir varios miles de textos de literatura menos específica, lo que hace un total de 40.000, si no más. Y aún hay miles de publicaciones más pequeñas, entre ellas más de 10.000 periódicos y revistas; de algunos sólo hay unos pocos números, de otros hay muchos o incluso años completos (a veces cajas completas): es precisamente este material el que hace que la colección ocupe un espacio tan gigantesco.32

La inflación que siguió a la Primera Guerra Mundial redujo a cero el capital de Nettlau, que vivió en condiciones de extrema pobreza hasta finales de 1935. Su colección estaba dispersa en depósitos de Viena, Munich, Londres y París: el coste del almacenamiento hacía que la pregunta que Nettlau se había hecho en el pasado fuera cada vez más acuciante: ¿Dónde encontrar un lugar seguro para este material? Al principio pensó en dejar su biblioteca al Museo Británico, pero luego, indignado por la conducta de los británicos durante las Guerras Bóer, abandonó este proyecto. Unos años más tarde, la donó en su testamento a la Biblioteca Real de Berlín, pero seguía preocupado por lo que pudiera pasar con la colección. En el verano de 1924 se lo mencionó a Arthur Lehning, que entonces estaba en Viena. Muchos años después, reconstruyó este encuentro en sus memorias:

A este joven se le había ocurrido la idea de que Holanda era el país más adecuado para albergar mi colección, debido a la presencia de ciertos factores favorables, circunstancias que él estaba en condiciones de juzgar y que, en la medida de lo posible, podía y quería favorecer, pero que yo desconocía. Le di carta blanca con la condición de que observara absoluta discreción. [...] Tuve que examinar todas las posibilidades para resolver finalmente la cuestión, y por la solución holandesa sentí desde el principio una simpatía incondicional. Holanda era un país de gran tradición científica, que respetaba el pasado. Se encontraba en medio de los grandes campos de investigación inglesa, francesa y alemana y en aquella época era (junto con Suiza) el lugar más adecuado para las instituciones internacionales neutrales.

Para abreviar, me alegré de la idea de esta nueva y lejana posibilidad. Aparte de algunos intentos cautelosos que Lehning había pretendido hacer, no se pudo hacer ni discutir mucho. Viviendo tan lejos de Holanda (había holandeses a los que conocía bien, pero después de la guerra no tuvimos más contacto), está claro que este proyecto, que finalmente se realizó en los últimos meses de 1935 (quiero decir que determinó mi destino futuro, y actual), debe atribuirse originalmente a Arthur Lehning, porque yo, antes de hablar con él, no tenía la menor idea de que pudiera haber institutos en Holanda interesados en mi colección. Estos son los hechos.33

Lehning pensó en su momento en combinar la biblioteca de Nettlau con la de Domela Nieuwenhuis, pero se encontró con que no había fondos suficientes. En cambio, a principios de 1928, tras realizar gestiones con Posthumus, pudo informar a Nettlau de que las posibilidades de transportar su colección a Holanda eran cada vez más concretas. En efecto, a Posthumus le interesaba mucho la idea de adquirir esta colección para el Archivo Holandés de Historia Económica de La Haya. Cuando Nettlau se enteró, escribió una larga respuesta, llena de entusiasmo. Lehning pudo incluso decirle los términos de la transacción, y también agregó que si el plan llegaba a buen puerto intentaría añadir también la biblioteca de Domela Nieuwenhuis.

El 17 de marzo, Posthumus tuvo el primer contacto con Nettlau: “A través de mi antiguo alumno, el Sr. Müller-Lehning, en Ámsterdam, ya se ha enterado de que el Consejo del Archivo Holandés de Historia Económica está en principio dispuesto a discutir con usted los detalles de la adquisición de su biblioteca”. Posthumus quería hablar verbalmente sobre los distintos aspectos del acuerdo y preguntó si Nettlau aceptaría reunirse con él en Viena el 3 de abril. Nettlau aceptó inmediatamente.

Al mismo tiempo, Posthumus le envió información sobre el archivo, incluidos los estatutos que había traducido al alemán, y una lista de personas que lo apoyaban económicamente. Entre ellos, Nettlau leyó el nombre de Deterding

el famoso multimillonario holandés, con petróleo de Mesopotamia, Persia y quién sabe dónde. Me alegré de ver su nombre, pero, como comentó Börne durante la Hambacher Fest, el 27 de mayo de 1832, cuando se dio cuenta de que le habían robado el reloj: ‘progresemos, si ahora los ladrones también están entre nosotros’, así que pensé: este instituto debe tener una base sólida y duradera para la conservación de los documentos del pasado, si un Deterding pone su dinero en él.34

Unos días después de la visita de Posthumus, Nettlau escribió en tono entusiasta a Lehning que la visita del “Señor Profesor, por la que le doy las gracias” había sido muy agradable. Nettlau también se alegró de que el acceso al Archivo Holandés de Historia Económica fuera limitado y sólo se concediera permisos de acceso a quienes estuvieran realmente interesados en este tipo de materiales de archivo. En sus memorias señala a este respecto:

Era necesario elegir entre abrir mi colección al público en general o hacerla accesible sólo a los estudiosos. Desde el primer momento esta última opción fue de mi preferencia: considerar los libros y el resto como material de estudio, poniendo el máximo cuidado en conservar y a la conservación y preservación de la colección para el futuro. La consecuencia de la primera opción habría sido que el material, consultado intensamente por los directamente interesados, estudiantes, trabajadores o personas ideológicamente cercanas, se habría desgastado, tanto más cuanto que esta literatura de los pobres está hecha con el papel más barato y perecedero. Una biblioteca inteligente, si es que ya la hay, ya trataría como incunables u obras valiosas los textos impresos y los periódicos de la época en que se utilizaba la peor pasta de papel; es decir, se aseguraría de que su personal y sus lectores tuvieran la máxima precaución al manipularlos, como se hace con los objetos raros. Hace mucho tiempo, un pueblo interesado en la cultura habría hecho veinte o cincuenta copias en papel decente de cada escrito o periódico, y las habría distribuido en las bibliotecas; y las buenas bibliotecas deberían tener también fondos para poder reemplazar continuamente, con otras piezas antiguas, las numerosas obras gastadas, destruidas por el exceso de lectura, y también para comprar a tiempo ejemplares de reserva de los libros más consultados, para futuros lectores. También hay una higiene de los libros, que para mí es tan importante como la higiene de las personas.35 En este campo tengo más experiencia que los profesores, que suelen recibir ejemplares de revisión o textos científicos recién comprados, porque en el curso de mis “cacerías de libros” han pasado por mis manos millones y millones de volúmenes, en todas las fases de uso.

Por eso digo que una biblioteca que conserva material es completamente diferente de una biblioteca que lo presta, de las bibliotecas comunitarias o de las asociaciones, etc.36

Posthumus quería crear un Instituto Max Nettlau. En junio de 1928, Lehning pudo informar a Nettlau de que la administración municipal de Ámsterdam había facilitado un local para la biblioteca, la antigua Casa de Empeños en el canal Kloveniersburgwal. Posthumus le habría llevado algunas fotografías en su próxima visita.

Casi al mismo tiempo, Posthumus envió a Nettlau la propuesta de la junta directiva para la próxima reunión del Consejo General de Archivos sobre la posible compra de su biblioteca. La propuesta incluía, entre otros, los siguientes puntos:

1. Nettlau recibiría 1700 florines anuales, parte de los cuales se invertirían en una renta vitalicia;

2. una biblioteca reducida quedaría a disposición de Nettlau. Algunas partes de la colección no habrían sido accesibles al público. Los duplicados habrían seguido siendo de su propiedad. Los libros y folletos se encuadernan en sus tapas originales (según los deseos de Nettlau);

3. su colección pasaría a ser propiedad de los Archivos: libros, folletos, periódicos, revistas, documentos, manuscritos, carteles, retratos, ilustraciones, etc;

4. Al parecer, Nettlau intentó que el Archivo adquiriera fondos que tenía en custodia (esta cláusula se refería a los manuscritos de Bakunin);

5. Nettlau habría anulado el testamento que había hecho anteriormente;

6. Los gastos de transporte y envío habrían corrido a cargo de los Archivos.

Todo parecía transcurrir favorablemente. Según él, a Nettlau sólo le preocupaba una cosa: las cajas que había almacenado en Londres mucho antes de la Primera Guerra Mundial y que probablemente serían confiscadas como propiedad del enemigo si las autoridades llegaban a saber que estaban en suelo británico. Lehning trató de poner un poco de calma en este punto: Posthumus estaba en buenas relaciones con Ramsay MacDonald a través de los socialdemócratas holandeses, con algunos poderosos comerciantes londinenses a través de Kröller, con el embajador holandés en Londres a través del Ministerio de Asuntos Exteriores...37

Pero todo esto no causó una buena impresión en Nettlau. Con Lehning reaccionó de forma aparentemente extraña, pero no para los que le conocían mejor: le parecía maravilloso que las cajas fueran salvadas después de todo por socialdemócratas, capitalistas y representantes de un gobierno, “por la cosa en sí me alegraría, pero también: en tal caso debería estar agradecido a aquellos a los que me opongo y con los que no he tenido nada que ver toda mi vida. No podría escribir ni una palabra más contra ellos; más vale que tire la pluma y desaparezca cuanto antes, consumiendo todo el dinero que me han dado”. El temor de Nettlau a que el material fuera incautado no era del todo infundado. Cuando su amigo Victor Dave murió en París a finales de 1922, la colección que Nettlau le había confiado antes de la guerra fue confiscada como propiedad del enemigo; el mismo riesgo corrió en 1927 para varias cajas que había dejado en un almacén, pero esta vez los compañeros consiguieron evitarlo.38

Tanto Lehning como Posthumus estaban preocupados por las noticias de Viena. En octubre, Posthumus realizó otro viaje y esta vez, el 28 de octubre de 1928, se firmó el contrato. Pero esto fue sólo el principio de las dificultades; en sus memorias Nettlau relata con detalle cómo se desarrollaron los acontecimientos:

Mientras estábamos en el café [era un domingo], después de haber acordado la suma y (así es como más o menos lo recuerdo, pero hay un documento escrito) sobre el hecho de que la mitad se pagaría a la llegada de las cajas desde París (olvido lo que habíamos estipulado precisamente sobre el resto), entonces dijo: ya que quieres vender en estas condiciones, podemos ponerlas en blanco y negro inmediatamente, y escribió una declaración diciendo que yo vendía en estas condiciones (formuladas con precisión). Inmediatamente la copié, y la copia se convirtió en una segunda copia válida para él; la comparó con el original, las firmó ambas, y yo también las suscribí.

Entonces dijo en passant: ahora has vendido ―ésta es una venta válida. Sentí una puñalada.[...] Nunca había vendido nada y él era un jurista. Me sentí como alcanzado por un rayo, pero me obligué a mantener la calma, como en la montaña en un momento de grave peligro, y, recuperando la sangre fría, me dije: ¡Cuidado! Quizás se dio cuenta de mi disgusto; me explicó que al firmar me había comprometido irremediablemente, el texto sin errores decía que vendía y al firmarlo y dárselo a él, había vendido la colección.39

A la mañana siguiente volvieron a encontrarse, de nuevo en un café vienés. Posthumus pidió a Nettlau la llave de su caja de seguridad en el Chancery Lane Safe Deposit de Londres, y un poder para el depósito de París. Ante estas peticiones, Nettlau rompió toda colaboración; cuando trató de aclarar lo sucedido poco después, dijo que sólo entonces entendió por fin: ¡Ese hombre quiere mi biblioteca!40

Nettlau inició entonces una retirada estratégica:

Aunque intenté ser educado y cooperar, me mantuve firme con respecto a la llave: no la entregaría. Ya no recuerdo cómo, pero finalmente, tras escenas y silencios en los que ambos meditamos nuevas salidas, llegamos a una fórmula diplomática, que equivalía a una tregua. En ese momento se nos ocurrió la brillante idea de hablar de otra cosa, ya que habíamos discutido bastante y agotado el tema. El profesor también se habría quedado allí, pero después de tres horas estaba cansado de estar sentado en el mismo sitio. Le propuse que nos trasladáramos a otro café y que no tocáramos más el tema de la venta y la llave; creo que en la calle relampagueaba. El café de la Schwarzenbergplatz estaba, para mi asombro, lleno y ruidoso; enseguida nos dieron un ejemplar de los últimos periódicos de la tarde. Eran los primeros periódicos que había ojeado después de todas esas horas pasadas en los cafés, y me sumergí en la lectura, no sin explicar al profesor que nos debíamos a nosotros mismos echar primero un vistazo al periódico más reciente. Leímos en silencio durante un rato, y después empezamos a hablar de los lugares bonitos que había que ver, del sur de Francia donde había investigado (Cahors), y también de algunos libros antiguos raros, de la colección de utopías de John Burns, etc.

Hacia el atardecer se separaron. Nettlau compró algo de comer, tomó notas taquigráficas de los acontecimientos del día y llegó a la conclusión de que ¡no quería en absoluto vender su colección!

A continuación, redactó un rechazo motivado y lo introdujo en un sobre junto con el contrato, que había anulado trazando líneas sobre él, y las fotos del edificio de Ámsterdam, “durmiendo bien después”. Al día siguiente se apresuró a acudir al lugar de la reunión, donde Posthumus también se presentó puntualmente. Nettlau había preparado una frase de dos o tres líneas y comenzó a hablar mientras entregaba el sobre a Posthumus. “Asumió un aire aturdido, comprendió de inmediato, se puso rígido y rodeó su cuerpo con los brazos”, de modo que Nettlau no pudo poner el sobre en su mano ni meterlo bajo el brazo. Posthumus se marchó, pero Nettlau estaba dominado por un pensamiento: el sobre tenía que llegar a manos del “Señor Profesor”. Entonces fue cuando se apresuró a llegar al hotel del Mehlmarkt en el que se alojaba Posthumus, intentando llegar antes que él: “una auténtica actuación, que dada la cantidad de coches podría haberme costado la vida; si hubieran existido las normas para peatones en Ámsterdam, podría haber sido castigado con enormes multas y severas penas de prisión. Teniendo en cuenta mi edad (sesenta y tres años), no era bueno para mi salud”. Pero consiguió llegar primero y entregó el paquete al portero. De vuelta a casa y aliviado de estar por fin solo, se preparó un buen café, leyó los periódicos y se puso a trabajar: “es como cuando vas a dar un paseo por el bosque y te encuentras a solas contigo mismo y tus problemas; era como si hubiera vuelto a nacer”.41 Para él, el asunto estaba cerrado.

Pero no había tenido en cuenta al cesionario: al día siguiente de la firma, Posthumus hizo registrar el contrato en el Registro de Viena y a principios de noviembre H. Brugmans y Posthumus hicieron saber a Nettlau, en nombre de la junta del Archivo Holandés de Historia Económica, que no aceptaban la notificación de cancelación del contrato. Unos días más tarde, la junta preguntó a Lehning si quería hacer un intento más para convencer a Nettlau de que revocara su decisión; si los problemas residían en que la suma acordada le parecía demasiado baja, Lehning podía proponer una más alta. Tras una conversación de tres horas en Viena, Nettlau le hizo saber que prefería no seguir hablando del tema, y el 20 de noviembre Lehning comunicó a Posthumus desde Viena que todos los esfuerzos eran inútiles; lamentaba, como también le había dicho a Nettlau, haber provocado todo el asunto. “Valga como única disculpa el hecho de que usted también pensó que valdría la pena”. A Nettlau le escribió:

Desde que conocí sus obras y su colección, siempre me interesé por ellas; desde que me pidió, hace cuatro años en Viena, que le ayudara a encontrar una solución para la ubicación de su colección, me he ocupado de este problema. [...] En el contrato que usted firmó se plasmaban casi todos sus deseos: por eso me resulta aún más incomprensible este giro suyo.

Unos años más tarde, Lehning se preguntó ante Nettlau si las negociaciones no podrían haber terminado de otra manera. ¿Quizás Posthumus se había comportado demasiado como si estuviera haciendo un negocio, recurriendo inmediatamente a las implicaciones legales, y Nettlau demasiado sentimentalmente? ¿Fue acaso ésta la causa de tan lamentable conflicto? “¿O habría ocurrido de todos modos?” Según la versión de Nettlau, le habían obligado más o menos a actuar así, de lo que Lehning concluyó que quizá Nettlau no estaba realmente dispuesto a vender: “Tal vez usted no quería realmente desprenderse de su colección”.42

Posthumus decidió recurrir a un abogado. Lehning le recomendó a Franz Kobler, un conocido pacifista austriaco. Nettlau vio esto como una señal de una actitud no hostil hacia él, pero sin embargo no cambió de opinión. Algún tiempo después, Kobler aconsejó a la junta del Archivo Holandés de Historia Económica que desistiera de emprender acciones legales contra este viejo erudito, que en general gozaba de gran prestigio en los círculos anarquistas. Kobler le dijo a Lehning que el hecho de que un excéntrico como Nettlau acabara envuelto en un pleito a causa de su biblioteca le parecía propio de un cuento de Dickens. La dirección del Archivo se resignó temporalmente a la obstinación de Nettlau. Pero Posthumus incurrió en su resentimiento al negarse a devolver el contrato que había firmado, a pesar de que Nettlau siguió reclamándolo durante años. En abril de 1932, Nettlau volvió a pedir ayuda a Lehning. Consideraba que se le había tratado injustamente y sentía que los que habían puesto las cosas en marcha debían trabajar ahora en su favor: al fin y al cabo, fue gracias a la intervención de Lehning que se vio envuelto en este asunto. No lo responsabilizó, pero fue “por su afinidad con nuestras ideas y nuestros amigos” que él, Nettlau, había depositado su confianza en Posthumus sin dudarlo; de lo contrario, se habría comportado con mucha más cautela. “En este sentido, dado que usted está desde el principio en este asunto, debería también sentirse un poco preocupado e interpelado para que las cosas se resuelvan de la mejor manera posible”. Pero Posthumus fue inflexible.

Así terminó el primer intento de Posthumus por hacerse con esta colección, para la que, en palabras de Nettlau, “no es por presumir, pero ya se habían presentado más ciudades que para la casa natal de Homero”, a saber: Londres, Oxford, Amsterdam, Heidelberg, Berlín, Viena, Sofía, Moscú, Basilea, Ginebra, Barcelona, Nueva York, Ann Arbor (Wisconsin), Buenos Aires, Tonnerre (Yonne) y Jerusalén.43

A partir de 1933 se intentó de nuevo ―y esta vez por diversos medios― poner a salvo la biblioteca de Nettlau en los Países Bajos; no sólo en Alemania, sino también en Austria, el nazismo se imponía cada vez más abiertamente. En el verano de 1933, Fritz Brupbacher, un médico de Zúrich que era amigo de Nettlau desde 1929, escribió una carta preocupada a varios compañeros anarquistas, informándoles de la desesperada situación económica de Nettlau: “Si sus amigos no pudieran mantenerle, Max Nettlau se moriría literalmente de hambre: no exagero en absoluto”. En su opinión, en aquellos años de crisis económica no aparecería ningún comprador para la biblioteca o los manuscritos de Nettlau. Brupbacher también escribió a compañeros holandeses y la carta acabó en manos del redactor jefe de De Syndacalist, el anarcosindicalista Albert de Jong. Este último respondió a Brupbacher en noviembre que muchas personas en Holanda ya estaban ayudando económicamente a los camaradas alemanes expatriados. Sin embargo, se preguntó si Nettlau no debería empezar a tomar medidas para salvar su biblioteca. La mejor solución era que se trasladara con él a Holanda. En Ámsterdam había una buena biblioteca de historia económica que ya estaba negociando por la colección de Domela Nieuwenhuis; el director le había dicho que cuando Nettlau muriera parte de su colección pasaría a la Biblioteca Estatal de Prusia, y el resto se perdería. Este director ya había negociado varias veces con Nettlau sobre este asunto; podría haberle garantizado un ingreso de entre 1.000 y 1.200 florines, y Nettlau habría hecho bien en aceptar esta oferta. Brupbacher, al que probablemente Nettlau nunca había hablado de las negociaciones de 1928 con Amsterdam, le escribió a éste en tono entusiasta. “¡Eso me parece una solución espléndida!” No hemos podido encontrar la respuesta de Nettlau, pero su contenido puede reconstruirse sobre la base de la carta posterior de Brupbacher, en la que el médico se disculpa por haber molestado a Nettlau con su propuesta.

Preocupado por el giro que estaba tomando la situación en Austria, Posthumus ya había pedido a Lehning en septiembre de 1933 que informara a Nettlau de que estaba dispuesto a instalar su biblioteca en Ámsterdam sin imponer condiciones. Incluso los gastos de transporte los pagaría Holanda: “¡Ahora es necesario que nos ayudemos entre nosotros!”. La primera gran protesta europea contra el nazismo estalló en Austria el 23 de febrero de 1934; poco después, el camarada estadounidense Max Nomad visitó Nettlau, ofreciéndose a llevar a salvo a Suiza los manuscritos y documentos más importantes. Pero Nettlau no aceptó y en la primavera de 1934 incluso se negó a hablar con Annie Scheltema, que intentaba ponerse en contacto con él a través de Christiaan Cornelissen. “Sólo quiero que me dejen en paz, y lo exijo a toda costa”, fue la respuesta de Nettlau.

Durante una breve estancia de Lehning en Holanda en febrero de 1935, Posthumus habló con él sobre los planes futuros del Instituto y el caso Nettlau. De este modo, Lehning pudo informar a Nettlau de que en Ámsterdam tenían la intención de publicar sus manuscritos sobre la historia del anarquismo, siempre y cuando Nettlau entregara sus colecciones a la custodia del Archivo Holandés de Historia Económica y siguiera conservando su propiedad. El 28 de marzo Posthumus recibió la respuesta de Lehning: “Nettlau no es insensible a esta propuesta”. Pero todavía no había tomado ninguna decisión. En mayo, Nettlau visitó a Lehning en Las Planas, cerca de Barcelona; volvieron a hablar del asunto y Lehning le dijo que se estaba fundando un instituto en el que podría poner a su disposición algunos locales para su biblioteca. Posthumus aconsejó a Lehning que se comportara como si fuera el “probable” director de la sección de anarquismo. Si Nettlau hubiera preguntado cuál era la función de Posthumus en este Instituto, Lehning tendría que responder que no era Posthumus quien lo dirigía. (El Instituto no se inauguró oficialmente hasta noviembre; en mayo, por tanto, Posthumus aún no había sido nombrado director).44

Las conversaciones con Lehning sobre el Instituto causaron una gran impresión en Nettlau. La fundación de una institución científica en la que estuvieran representadas todas las corrientes y movimientos sociales era un deseo que él mismo acariciaba desde hacía tiempo. El relato de la visita de Nikolaevsky a Nettlau unos meses después atestigua que para entonces el camino para vencer la última resistencia de Nettlau estaba allanado. Nikolaevsky se tomó las cosas con bastante distancia. Oficialmente, quería reunirse con Nettlau para discutir con él la estancia de Bakunin en Dresde. “Ninguno de los dos se cansó de hablar de Bakunin”, comentó más tarde Nettlau sobre esta visita en sus memorias, “por supuesto que teníamos opiniones diferentes, pero Marx no tenía nada que ver”. Habían caminado juntos durante siete horas por la zona donde nació Nettlau; Nikolaevsky escribió que Nettlau se había emocionado y que sus conversaciones habían sido muy íntimas. Fue precisamente Nettlau quien retomó el tema del Instituto, hablándole de las negociaciones de 1928. No se arrepiente de su decisión, porque ha podido seguir trabajando en su biblioteca durante mucho tiempo, pero ahora se está haciendo viejo y está muy preocupado por la situación del mundo. “Si el profesor Posthumus me renovara su oferta ahora, no reaccionaría negativamente”, explicó. No quiso ser el primero en tomar la iniciativa, sino que encomendó a Nikolaevsky la tarea de transmitir sus palabras a Posthumus. Dos semanas más tarde, Nikolaevsky instó a Posthumus a actuar: creía que la guerra estallaría el invierno siguiente y Nettlau también era consciente del peligro y estaba totalmente dispuesto a llegar a un acuerdo.

En abril, Posthumus había escrito que quería resolver personalmente el asunto con Nettlau, pero ahora le parecía una medida psicológicamente más sensata no involucrar a las personas que habían participado en las fallidas negociaciones de 1928. Su elección recayó en Annie Scheltema. Nikolaevsky le habló a Nettlau de ella y le preparó para su visita. Nikolaevsky pensó que sería una buena idea que Scheltema presentara a Nettlau el borrador del contrato ya hecho y que también tuviera la autoridad para firmar el contrato en Viena. En Ámsterdam se aceleraron los preparativos; De Lieme dio a Posthumus un poder por teléfono para comprar la biblioteca de Nettlau por veinte mil florines (sin incluir los gastos de transporte y envío desde Ascona a Ámsterdam). Inmediatamente después, en los últimos días de octubre de 1935, Arnie Scheltema partió hacia Viena. “Lo encontré en una pequeña y miserable habitación, sin electricidad, sin calefacción, con una lámpara de aceite sobre una tosca mesa de cocina de madera, en la que estaba trabajando. Nettlau seguía teniendo una buena cabeza, pero su aspecto estaba muy descuidado”. Scheltema le rogó a Nettlau que pusiera sus condiciones por escrito y éste redactó once grandes hojas de papel, que luego se llevó al hotel para hablar con Posthumus por teléfono. Posthumus escuchó las peticiones de Nettlau y aceptó la propuesta de Scheltema de tratar este documento como un contrato. Volvió a Nettlau y le preguntó: “Doctor, usted ya ha enumerado por escrito todas las condiciones de la venta de su colección; ¿Por qué no le damos a estas once hojas el valor de un contrato y las firmamos?”,

Le pareció una muy buena idea ―escribió Annie Scheltema―, y encendió la lámpara de aceite y puso las hojas delante de él [...] Me impresionó mucho; primero firmó cada hoja, luego yo, y finalmente dijo: ‘Ahora vete de una vez, por favor, y vuelve mañana antes de irte’. Así lo hice; le prometí que haría todo lo posible por llevar todo a buen puerto y le dejé, solo y deprimido.45

“Y así ha sido (según el documento recibido hoy)”, le dijo a Brupbacher poco después, citando tres argumentos que le habían convencido de dar este paso: por consejo del médico, tenía que hacer instalar una estufa de carbón en lugar de una de aceite; casi había terminado de escribir su trabajo; estaba agotado económicamente. “La dama holandesa” había regresado a Ámsterdam el 9 de noviembre. “Ella está contenta porque ha conseguido la colección, y yo todo lo contrario, porque la estoy perdiendo”. Los términos del acuerdo eran los mismos que en 1928; se añadieron los gastos de envío, que un acompañante habría pagado en aquel momento,46 y una garantía de divisas por la mitad de la suma. La noticia aún no podía ser divulgada; Nettlau sólo la comunicó a los amigos que le habían ayudado económicamente hasta entonces.

A mediados de diciembre de 1935, llegaron 221 cajas desde Ascona, seguidas de envíos desde Múnich, Viena y París. Fue un gran acontecimiento: Posthumus, que estaba en el extranjero, rogó que no se abriera el material hasta su regreso, quería estar allí a toda costa.47

En el invierno de 1937, Nettlau vino a trabajar a Ámsterdam durante un tiempo. Durante esta visita se mostró encantado con la disposición de su colección. Lo habíamos colocado en tres grandes salas y la llamamos ‘Colección Nettlau’: ahí estaba el nombre en una de las puertas. Era la primera vez en su vida que veía toda su colección expuesta, gran parte de ella ya clasificada. Estaba visiblemente impresionado. En una de las habitaciones instalamos un escritorio y una silla cómoda; yo había despejado un gran armario para su material personal y así tenía un espacio para trabajar tranquilamente.48

En marzo de 1938, cuando ya se había producido la anexión de Austria a Alemania, Annie Scheltema viajó a Viena con pasaporte diplomático para rescatar los últimos restos de la colección de Nettlau, incluidos los manuscritos de Bakunin, con la ayuda del embajador holandés. El 25 de marzo Nettlau pudo decirle a Brupbacher: “Justo ahora, a las 11, he tenido un golpe de suerte. Esta valiente mujer ha conseguido salvar todo lo que quedaba en Viena y acaba de regresar.”

Un mes antes (el 15 de febrero), Nettlau había vuelto a dejar Viena para venir a trabajar a Ámsterdam. Aquí le sorprendió la noticia de la anexión alemana: no volvería a ver Austria. En julio decidió instalarse en Ámsterdam.49 Al fin y al cabo, Nettlau estaba muy satisfecho con el resultado de su colección y le parecía una afortunada coincidencia que ninguno de sus antiguos planes se hubiera hecho realidad.

Gracias a la mediación de Nettlau, el Instituto entró en posesión de muchas colecciones anarquistas en los años siguientes, como las de Fritz Brupbacher, Luigi Bertoni, Charles Hotz y Jacques Gross.

Nettlau murió en Ámsterdam el 23 de julio de 1944, sin haber sido perseguido por los ocupantes nazis.

“Sus obras y colecciones son una fuente permanente y monumental para la historia del pensamiento antiautoritario y del socialismo libertario”; con estas palabras terminaba la necrológica de Arthur Lehning en el primer número del Bulletín del Instituto, publicado después de la guerra.


Colección Lucien Descaves

Lucien Descaves, novelista parisino y socialista libertario, que había sido amigo y confidente de muchos comuneros, era el propietario de la mayor colección privada de libros y manuscritos sobre la Comuna de París de 1871. Fue Boris Souvarine quien estableció el contacto entre Descaves y el Instituto, y fue su paciencia la que se puso a prueba continuamente durante y después de las largas negociaciones. La primera vez que visitó a Descaves fue a principios de diciembre de 1935, pero siguió ocupándose de la colección durante años después del final de la guerra.

Hablando con Souvarine, Descaves le había hecho ver que había otros interesados: los comunistas franceses y el Instituto Marx-Engels de Moscú.50 Pero la propuesta realizada por Souvarine en nombre del Instituto era sin duda muy atractiva para Descaves: el Instituto compraría toda su colección sobre el socialismo, pero Descaves podría conservar la literatura y los archivos aún sin clasificar hasta su muerte. Posthumus, entusiasmado por la descripción de Souvarine del contenido de la colección, aceptó visitar a Descaves en enero para presionarlo personalmente. Pero a Descaves no le gustaba nada la idea de que su colección se trasladara al extranjero. Por mucho que Souvarine insistiera en que Ámsterdam estaba más cerca de París que de Burdeos, Descaves se mantuvo firme: “Ce n’est pas chez nous”. Este obstáculo se eliminó cuando Posthumus pudo informarle de que la junta directiva había decidido abrir una sección del Instituto en París. Pero Descaves no podía decidirse.

Para redactar el borrador del contrato, Souvarine se asesoró con un abogado y un especialista en derecho tributario; según la legislación francesa, no se podían celebrar acuerdos sobre herencias que se reciban en el futuro. Todas las peticiones de Descaves fueron atendidas: la colección tendría su sede en París, en la calle Michelet, y podría pedir prestado todo lo que necesitara. Podía seguir manteniendo la literatura y los archivos sobre la Comuna hasta su muerte.

A medida que se acercaba el momento de tomar la decisión final, Descaves se sentía cada vez más amenazado. Souvarine, que se veía obligado a escuchar sus monólogos durante horas, le contaba de vez en cuando a Posthumus la guerra de desgaste que estaba librando:

Tomemos como ejemplo a Marat, ¿Debo deshacerme de él? ―Por supuesto, ¿por qué esta pregunta?― ¡Pero no tiene nada que ver con la Comuna! ―Pero tiene que ver con la Revolución. ¿Quieres que revisemos juntos el artículo del contrato provisional sobre este punto? ―¡Pero tú me lo quitas todo! ―No. Te quedas con la literatura y el teatro ―¡Ahá! Entonces puedo quedarme con las obras de Félix Pyat. ―Perdone, no nos interesa Félix Pyat como dramaturgo, pero sí todo lo que escribió como revolucionario. ―¿Y qué me queda entonces? ―Literatura y teatro… ―Muy bien, muy bien. ¿Y los hermanos Bonneff, por ejemplo? ¿Puedo quedarme con ellos? ―Eso es sociología… ¡Vamos!, No. ¡Quiero quedarme con los Bonneff! (Ni siquiera escucha mis respuestas, me corta o se pone a hablar también, mientras su mujer intenta callarnos a los dos a gritos). Entonces en esto estamos de acuerdo: ¡Puedo quedarme con ellos! ―Pero… ―y luego están los duplicados. Los duplicados se quedan aquí conmigo... Y así durante horas. Como se enfada tan fácilmente, hay que tener cuidado de no caerle mal. Una palabra equivocada es suficiente para arruinar todo. Tengo que hacer gala de unas habilidades diplomáticas casi sobrenaturales. Y finalmente: ―¡Llámame otra vez, ven a desayunar conmigo! Volveremos a repasar todos los puntos. ―Estoy al límite de mis fuerzas y quiero resolver esto lo antes posible.51

Los relatos de Souvarine sobre estas conversaciones no impiden sentir compasión por la crisis psicológica que atravesó Descaves cuando tuvo que despedirse de su colección, que había guardado con cariño durante años y que se había convertido en parte de su vida. Así lo demuestran los raros folletos, elegantemente encuadernados, a los que a menudo se añadían recortes de periódicos, notas de Descaves y cartas de los autores (a veces unidas en la encuadernación).

El 5 de julio de 1936 se firmó finalmente un contrato entre “De Centrale” y Lucien Descaves.

El material comenzó a llegar lentamente a Michelet. “Es casi necesario usar la fuerza para llevar cada libro”, escribió Nikolaevsky. El primer envío del 1 de diciembre de 1936 incluía una docena de ediciones raras de Bakunin, y los tres volúmenes de la Biografía litografiada de Nettlau,52 como así también, el tan esperado manuscrito del séptimo volumen de las Obras de Bakunin, editado por James Guillaume que nunca fue publicado.53

Aunque sólo había recibido una pequeña parte de la colección de Descaves, el Instituto pagó el resto de la suma, según lo acordado, en enero de 1938. Souvarine debía llevarle el dinero y se había ofrecido a reprender a Descaves por la lentitud con la que llegaba el material, pero no tocó este punto. El recibimiento que le propiciaron fue “extremadamente desagradable, y las cosas acabaron dando un giro inesperado”. Descaves se negó categóricamente a aceptar el dinero. Según él, el Instituto había urdido esta maquiavélica maniobra para apoderarse de su colección. Además, el aumento de la inflación en Francia le había asustado;54 finalmente, sin embargo, decidió respetar el acuerdo asumido. Sin embargo, los envíos regulares, que comenzaron en el verano de 1939, se interrumpieron por la invasión alemana de Francia.

Después de la Liberación, Souvarine volvió a encargarse de la cuestión aún no resuelta: una parte nada despreciable de la biblioteca y los archivos de la Comuna aún no habían sido entregados al Instituto. Como Descaves seguía vivo, no había motivo de preocupación, salvo que Souvarine, al regresar de Estados Unidos en junio de 1947, hizo un descubrimiento alarmante: ¡Parte de la colección se había puesto a la venta! Consiguió evitar que esto continuara, pero en la subasta del Hotel Drouot, varios anticuarios (entre ellos Michel Bernstein) ya habían comprado parte del material.

Lucien Descaves murió a principios de septiembre de 1949, a la edad de 88 años. Souvarine fue al funeral y envió una carta de condolencia a la señora Descaves, sin aludir al resto de la colección, porque le pareció de muy mal gusto. Posthumus fue a París para hablar con Souvarine, con un poder de “De Centrale” para conseguir los documentos que aún estaban en casa de Descaves. Pero no fue necesario: la hija y los dos hijos de Descaves ofrecieron a Souvarine su plena colaboración para cerrar el asunto. En 1950, el Instituto recibió la parte que le faltaba: una rica colección de manuscritos, libros y otros documentos sobre la Primera Internacional y la Comuna de París.

Veinte años más tarde, el Instituto recuperó parte de la colección que había sido vendida por segunda vez, haciendo un intercambio con el propietario, que había comprado los archivos de perfecta buena fe.


La biblioteca de la Liga General de Trabajadores
en Yiddish de Lituania, Polonia y Rusia (Bund)

Incluso en el caso de la biblioteca Bund, el material se entregó muy lentamente. Esta organización, fundada en Vilna en 1897, reunía al Partido Judío Socialdemócrata ruso, polaco y lituano. Desde el principio adoptó posiciones antisionistas. Obligada a la ilegalidad bajo el zarismo, se unió más tarde al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, dentro del cual asumió un papel autónomo. En 1919 se produjo una escisión y una parte del movimiento se unió a la Internacional Comunista. El Bund polaco, en cambio, mantuvo su independencia. En mayo de 1933 los archivos y la biblioteca, que estaban en Berlín, fueron puestos a salvo en París por Nikolaevsky, junto con las colecciones de los mencheviques y el Parteíarchiv, el archivo del Partido Socialdemócrata Alemán. Debido a las dificultades financieras, el Bund se vio obligado a vender parte de la biblioteca.

Esta colección, comprada el 14 de noviembre de 1934 y que llegó finalmente a Ámsterdam en 1936, no incluía en absoluto el material prometido por su archivero Franz Kursky, que había estado activo en el movimiento obrero judío durante años. No obstante, quienes le conocieron rechazaron la idea de que Kursky hubiera engañado deliberadamente al Instituto; sólo había sido inexacto en cuanto a cantidades y títulos. Sin embargo, Posthumus continuó hasta 1939 haciendo vanos intentos para obtener resultados.55 Kursky, que ya no sabía qué hacer, encontró más fácil a la larga no responder a las misivas de Posthumus. De Lieme, tras ver las cartas, observó con realismo: “Es una correspondencia bastante deprimente, pero creo que si seguimos insistiendo no conseguiremos lo que nos falta”. El consejo directivo se negó a llevar el asunto a los tribunales.


Archivo Histórico del Partido Socialdemócrata Alemán (Parteíarchiv)

“LA LIQUIDACIÓN DE UN LEGADO ESPIRITUAL”
Boris Nikolaevsky

En marzo de 1938, el tesorero del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Siegmund Crummenerl, visitó el Instituto Internacional de Historia Social. La dirección del partido le había encomendado la tarea de vender los escritos de Karl Marx y Friedrich Engels. Las negociaciones se llevaron a cabo sin demasiadas dificultades y dos meses después, el 19 de mayo de 1938, las colecciones completas del Parteíarchiv fueron entregadas oficialmente al Instituto; pero antes de dar este paso habían ocurrido muchas otras cosas.56

Este llamado Parteíarchiv era completamente independiente del archivo del SPD. Fundado en 1882, en cincuenta años había alcanzado fama internacional: incluía una biblioteca y una colección de manuscritos sobre la historia del socialismo y el movimiento obrero.57

Entre los documentos de los inicios del socialismo, el Parteíarchiv poseía los archivos de Marx y Engels, de Joseph Weydemeyer, miembro de la Liga de Comunistas (Kommunistenbund), de Moses Hess, socialista y sionista, de Joh. Ph. Becker, uno de los pioneros del movimiento republicano y socialista en Alemania, de Hermann Jung, secretario del Consejo General de la Primera Internacional. Del período socialdemócrata, el Parteíarchiv disponía de los archivos de August Bebel, uno de los fundadores en 1869 del Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Arbeiterpartei Deutschland, SPD), de Julius Motteler, que hizo circular ilegalmente el Sozialdemokrat (1878-1890), de Hermann Schlüter, editor del New yorker Volkszeitung, de Eduard Bernstein y Georg von Vollmar, líderes del ala revisionista del SPD, de Wolfgang Heine, abogado en muchos juicios políticos, del Consejo Central de la República Socialista Alemana (Zentralrat der deutschen sozialistischen Republik, diciembre de 1918 - diciembre de 1919), una fuente importante para la historia social del primer año de la República de Weimar. Sólo el archivo Marx-Engels comprendía miles de páginas de manuscritos de Marx y Engels, incluyendo El Capital, 895 cartas de Marx a Engels, 647 de Engels a Marx y 4400 de terceros a ambos.

Tras la llegada de Hitler al poder, el 30 de enero de 1933, Boris Souvarine tomó la iniciativa desde París de salvar estos archivos. Una semana antes del incendio del edificio del Reichstag, escribió en una carta a Posthumus que esperaba que el SPD hubiera tomado las medidas necesarias para asegurar los archivos. En Berlín, Nikolaevsky tenía la custodia de los archivos del Partido Menchevique (Rossíyskaya sotsial-demokratíchyeskaya partiya), que se encontraban en el mismo edificio que el Parteíarchiv, el edificio Vorwärts en la Lindenstrasse, desde 1914. Nikolaevsky, que estaba en estrecho contacto con sus camaradas alemanes del partido, se vio obligado a informar a Souvarine de que no se había tomado ninguna medida al respecto. Al principio sus intentos para convencer al SPD para que tomara medidas fracasó. El presidente del partido, Otto Wels, temía tener dificultades con los nazis; además, el Parteíarchiv seguía bajo la protección de los Bienes Culturales y, por tanto, en su opinión, estaba a salvo.58

A mediados de abril de 1933, algunos camaradas consiguieron los manuscritos de Marx y Engels en contra de los deseos de Wels. Al principio se ocultaron en rollos de papel pintado, luego se entregaron a buen recaudo al anticuario berlinés David Salomon y desde allí los miembros de las organizaciones juveniles socialistas alemanas y danesas los pusieron a salvo en Copenhague, donde el Partido Socialdemócrata Danés tomó posesión de estos y los guardó en una caja de seguridad.

Mientras tanto, Souvarine había pedido ayuda al ministro francés de Educación, Anatole de Monzie: junto con el bibliotecario de la Bibliothèque Nationale, Julien Cain, elaboraron un plan para sacar los archivos rusos y alemanes de Berlín. De Monzie informó al embajador francés en Berlín, Frangois-Poncet: “querían intentar traer de un plumazo todos los archivos más importantes del SPD a Francia, haciendo creer que las colecciones rusas pertenecían a la Bibliothèque Nationale”.59

Aunque todavía dudaba, Otto Wels acabó aceptando el plan, con la condición de que Nikolaevsky asumiera personalmente la responsabilidad del éxito de la empresa. La empresa de transportes berlinesa Dlugatz & Co. estaba dispuesta a hacerse cargo del transporte, algo bastante arriesgado en aquella época. A pesar de la apariencia de legalidad, no se filtró ninguna noticia y la operación tuvo lugar el 8 de mayo de 1933. A petición de Henryk Erlich, uno de sus miembros, la colección Bund también fue enviada.

Los dos furgones con los archivos ―escribió Nikolaevsky― cruzaron la frontera en la noche del 10 de mayo de 1933; a las diez de la noche recibí un telegrama, como se había acordado, informándome del éxito de la empresa. Recuerdo que me lo metí en el bolsillo y salí a ver la quema de libros en el bulevar de Unter den Linden. A la mañana siguiente yo también me fui.60

De la biblioteca del Parteíarchiv, sólo cinco cajas con los objetos más valiosos pudieron esconderse en un lugar relativamente seguro de Berlín; allí permanecieron hasta que, unos años más tarde, Posthumus los hizo traer a Ámsterdam.

Casi todos los miembros de la dirección del SPD habían abandonado Berlín para ir a Saarbrücken en mayo de 1933; unas semanas más tarde se trasladaron a Praga, donde ésta delegación extranjera (Auslandsdelegation) tomó el nombre de Sopade. A principios de la primavera de 1933, el partido había conseguido transferir parte de su patrimonio (un millón de marcos) a bancos checos y suizos.

La junta directiva estaba compuesta por los dos presidentes Otto Wels y Hans Vogel, el secretario Paul Hertz, el tesorero Siegmund Crummenerl, y también Erich Ollenhauer y Friedrich Stampfer.

A través de sus compañeros holandeses F. M. Wibaut, Jan Oudegeest y J. W. Albarda, ya en julio de 1933 Posthumus ofreció al Sopade alojar los archivos en Ámsterdam, donde podrían ser consultados con fines de investigación. El Sopade no rechazó esta propuesta, pero consideró que primero debía hacerse un inventario del material; sin embargo, no quiso poner a disposición el dinero necesario, y Posthumus tampoco tenía recursos financieros en ese momento.

En abril de 1934, algunos miembros del Sopade comenzaron a preguntarse si no sería mejor intentar vender el Parteíarchiv. Cuando se enteró de esto, Nikolaevsky se horrorizó; en una carta a Paul Herrz insistió en que era importante para un partido en el exilio preservar los recuerdos de su glorioso pasado. “De este modo, el Sopade será visto como el guardián de la tradición del partido”.

Desde el principio fue un problema encontrar un hogar para las colecciones de Berlín. Al principio se alojaron en la Bibliothèque Nationale, luego la Unión Internacional de Comercio les proporcionó temporalmente un local y finalmente, gracias a la intervención de Léon Blum, se trasladaron a la École Normale Supérieure. El responsable de su conservación fue Nikolaevsky.

En noviembre de 1934, Posthumus se encontró con Nikolaevsky por primera vez en París, y le confió el plan de fundar un instituto para el estudio de la historia social. También debatieron sobre futuras publicaciones, incluidas las fuentes de la Primera Internacional, para las que se necesitaban los archivos del Sopade. En enero de 1935, se llegó finalmente a un acuerdo entre Nikolaevsky y el Archivo Holandés de Historia Económica: a partir del 1 de abril de 1935, el Archivo le pagaría una cuota por el inventario de los archivos, que se llevó a cabo con la aprobación del Sopade.

Pero el Sopade no había abandonado la idea de deshacerse de su propia colección, y en particular de la más valiosa: los escritos de Marx y Engels. Esperaban que la venta diera unos sesenta mil florines; según Nikolaevsky, era una cifra imposible, que sólo la Unión Soviética podía pagar, pero para negociar con los comunistas en este punto habría sido políticamente poco digno. Nikolaevsky opinaba que si Posthumus hubiera ofrecido diez mil florines, habría tenido muchas posibilidades de éxito.

Posthumus hizo una contrapropuesta, en la que pedía al Sopade que le concediera el derecho a publicar el material de los archivos a cambio del pago de todos los gastos de conservación y sistematización de la colección, que sería transferida temporalmente (por ejemplo, durante diez años) al nuevo Instituto. Posthumus adjuntó un borrador del acuerdo. El 16 de marzo de 1935, Posthumus y Paul Hertz mantuvieron una primera conversación en Praga; Hertz le informó de que se habían planteado varias objeciones contra su oferta, porque la parte temía que surgieran disputas sobre la propiedad del material. Sin embargo, Posthumus se declaró dispuesto a cambiar el texto para que quedara absolutamente claro quién era el propietario legítimo, y añadió que no estaba interesado en la propiedad de las colecciones, sino en la posibilidad de utilizarlas con fines de investigación. Examinaron todas las posibilidades, incluso la de una posible venta; según Hertz, esta solución contó con el favor de muchas personas dentro del Sopade. Tanto Posthumus como Hertz eran optimistas; Posthumus estaba convencido de que el Sopade aceptaría prestar los archivos si el Instituto estaba dispuesto a pagar a Rudolf Hìlferding una suma anual, aliviando así la presión financiera sobre el Sopade. De este modo, el SPD conservaría la propiedad del material, mientras que el Instituto no estaría obligado a desembolsar una fuerte suma. Pero el Sopade no respondió ni sí ni no. Tras una entrevista en Praga, Nikolaevsky, aunque pensaba que la propuesta sería aceptada, advirtió sin embargo a Posthumus que tampoco había que descartar la hipótesis de la venta. Pero Posthumus prefirió esperar y no tomó ninguna medida. En julio, acosado por el malestar, preguntó a Nikolaevsky qué dirigentes del Sopade estaban a favor de la venta y cuáles en contra.

En agosto de 1935 ocurrió lo que Posthumus temía: se presentó un comprador con mucho dinero a su disposición. Moscú se interesó por el archivo Marx-Engels y envió una delegación, encabezada por Bujarin, a Praga. La suma anunciada inicialmente, dos millones y medio de florines, se redujo posteriormente a trescientos setenta mil florines unos meses después de la salida de la delegación rusa, en abril de 1936. En este asunto, Moscú consiguió mantener en vilo al Sopade y a algunas figuras destacadas de la Internacional Socialista durante más de dos años; finalmente los rusos se marcharon sin dejar que nadie supiera nada más.61

La aventura rusa comenzó el 15 de agosto, cuando el corresponsal del Pravda en París propuso oficialmente a Nikolaevsky, en nombre del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, ir a trabajar allí como ya había hecho en el pasado. Su colaboración habría sido muy valiosa, especialmente para la edición de las obras completas de Marx y Engels.

Nikolaevsky envió expresamente una carta a Posthumus pidiéndole consejo. “Ante la disyuntiva de trabajar en Moscú o en Ámsterdam, me decidiría sin dudarlo por Ámsterdam”. Pero también se preguntó si no era posible alguna forma de colaboración entre ambos institutos.

Posthumus respondió por correo que apreciaba mucho el hecho que Nikolaevsky prefiriese trabajar con Ámsterdam en lugar de con Moscú. No conocía personalmente el instituto de Moscú, pero no había tenido buenas experiencias con él; criticó sobre todo su falta de cientificidad y lo calificó de “nacionalista, egoísta, politizado, demasiado partidista y engreído”. Aconsejó a Nikolaevsky que no dijera ni una palabra sobre la política de compras del Instituto, sobre todo para no suscitar un clima de competencia.62

Al día siguiente de la visita del corresponsal del Pravda, Nikolaevsky se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo en realidad: los bolcheviques intentaban ponerse en contacto con él de diversas maneras para hacerse con los archivos de Marx-Engels. Había oído de fuentes fiables que incluso estaban dispuestos a pagar unos cuantos millones de francos franceses por ellos, escribió en una carta a Hertz. Su informante era Henri Rollin, periodista de Le Temps, hombre de confianza de los rusos en Francia durante el periodo de negociaciones. Nikolaevsky envió a Posthumus una copia de la carta que había enviado a Hertz, y también le informó de que los rusos querían ofrecer a cambio importantes documentos al gobierno francés. Lo mejor era que Posthumus llegara al Sopade en Praga lo antes posible. Al recibir esta alarmante noticia, Posthumus intentó analizar la situación en una larga misiva a Nikolaevsky. No pudo explicar qué tenía que ver el gobierno francés en todo este asunto. Que los rusos trataran de hacerse con los escritos de Marx y Engels lo entendía perfectamente, porque eso era lo que él también trataba de hacer. Que tuvieran más dinero que el Instituto era otro hecho. Pero era absolutamente desconcertante que el Sopade estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo con quienes habían tratado a sus compañeros de partido de forma tan repugnante. Además, la venta a Moscú para el Sopade era un problema moral, porque afectaban también intereses personales. Según Posthumus, que daba por perdida la partida, todo dependía de la firmeza de carácter de la dirección del Sopade. El Sopade debería haber impuesto, al menos, condiciones, por ejemplo exigiendo fotocopias de todos los documentos que se vendieran. “Nuestra mejor carta es el componente moral, o mejor dicho inmoral, de toda la historia”. Al mismo tiempo, anunció su visita a Paul Hertz, “para tratar de evitar este escándalo”. Por último, Posthumus creía que los rusos se habían dirigido al gobierno francés por un malentendido; habían propuesto un intercambio porque pensaban que el archivo Marx-Engels había pasado a ser propiedad de la Bibliothèque Nationale debido a las maniobras para salvar el Parteíarchiv de Berlín en mayo de 1933.

Escribiendo a De Lieme sobre este asunto, Posthumus se preguntaba si “De Centrale” estaría dispuesto a hacer una contraoferta al Sopade: por ejemplo, comprar todo el Parteíarchiv en cuatro o seis plazos anuales de quince mil florines. Para hacer esta perspectiva más atractiva que la oferta rusa, el Sopade tendría también la opción de recomprar la colección. También se podría considerar la idea de dejar fuera de este acuerdo los manuscritos de Marx-Engels, tan codiciados por Moscú. En su primera reacción, Posthumus ya había dejado claro que, ante la disyuntiva de comprar los manuscritos de Marx-Engels o el resto del Parteíarchiv, habría preferido este último por los numerosos documentos inéditos que contenía. Posthumus propuso a De Lieme que hicieran juntos un viaje a Praga.

De Lieme respondió que estaba de acuerdo con la suma propuesta por Posthumus para la compra, pero que sólo estaba dispuesto a conceder el derecho de recompra de la colección bajo ciertas condiciones: el material tendría que permanecer en el Instituto de Ámsterdam en un depósito accesible para siempre. Además, no le parecía factible ni deseable entrar en competencia con los soviéticos. Posthumus también lo pensaba: “Lo que nosotros podemos ofrecer y ellos no, es: Ámsterdam, trabajo científico neutral y dignidad....”. No podían ir más allá sin comprometer toda la política de adquisiciones del Instituto y sus planes para el futuro.

En retrospectiva, no fueron más que discusiones inútiles. En París, Nikolaevsky ya estaba en contacto con un emisario de Moscú, el secretario científico del Instituto Alemán Marx-Engels Alek Tichomirnov, que utilizaba el nombre de Hermann en las negociaciones. Nikolaevsky le había dejado claro que, en su opinión, la venta del archivo Marx-Engels era impensable, tras lo cual los rusos hicieron una nueva propuesta: el Sopade recibiría una compensación considerable, una “garantía”, si estaba dispuesto a entregar el archivo al Instituto para su custodia.

Mientras un pequeño grupo de personas llevaba ya quince días agitando, los demás miembros del Sopade seguían sin saber nada. Hertz quería esperar la visita de Posthumus, con la esperanza de que pudiera presentar al consejo propuestas concretas del Instituto. Pero los rusos no le dieron tanto tiempo. Despreciado por el silencio del Sopade, Hermann envió una petición oficial, a través de Nikolaevsky, al presidente Otto Wels, para iniciar las negociaciones sobre el depósito de los archivos de Marx-Engels en Moscú. El Sopade podría fijar el precio que tendría que pagar Moscú.

El 16 de septiembre de 1935 tuvo lugar en Praga una primera discusión en el seno del grupo dirigente en presencia de Nikolaevsky. Hertz, que sólo había asistido a la reunión de la mañana porque tenía que ir a Viena para reunirse con Posthumus, salió absolutamente convencido de que el Sopade iba a rechazar la oferta, y comunicó estas impresiones a Posthumus. Más tarde, Hertz descubrió que la situación había cambiado durante su ausencia. Se le dijo que había entendido mal, que sólo era una negativa “en el presente”. Una carta enviada diez días después por Nikolaevsky a Posthumus revela todos los antecedentes del asunto. Todo el equipo directivo, a excepción de Paul Hertz, se ha pronunciado a favor de la propuesta rusa.63 Pero fuera del Sopade algunos afirmaron que la dirección no podía tomar decisiones sin consultar a la Internacional Socialista.

En el seno del Sopade se hablaba ya de sumas del orden de ocho a diez millones de francos franceses (de 800.000 a un millón de florines); el Sopade podía, de hecho, determinar la cantidad de la propia “garantía”. Todo lo que se necesitaba era mantener las apariencias.

Al día siguiente del debate, el 17 de septiembre de 1935, los dirigentes enviaron una circular a todas las secciones de la Internacional. De este documento, lleno de contradicciones, sólo se puede concluir que el Sopade estaba dispuesto a aceptar la oferta, pero dejaba a la otra parte la responsabilidad de la decisión.

Los partidos socialdemócratas reaccionaron de diversas maneras a la circular del Sopade; los austriacos consideraron que, si Ámsterdam no disponía de medios financieros suficientes, era necesario ponerse en contacto con el Museo Británico o la Bibliothèque Nationale; para ellos lo más importante era la cuidadosa conservación de los materiales y su disponibilidad para fines científicos. El partido holandés expresó su pesar en el caso que el archivo no fuera enviado a Ámsterdam. El secretario de la Unión Sindical Internacional, W. Schevenels, también se pronunció a favor de Ámsterdam: y Louis de Brouckère, presidente de la Internacional Socialista, escribió que, aunque Posthumus no pudiera ofrecer condiciones tan ventajosas como las de Moscú, había que elegir Ámsterdam. G. E. Modigliani, presidente del partido italiano, dijo que la decisión dependía enteramente del Sopade.

No fue hasta el 20 de octubre cuando Friedrich Adler, secretario de la Internacional Socialista, el hombre que finalmente inclinaría la balanza, hizo oír su voz; sus opiniones al respecto son desconcertantes. Al principio de su carta, descartó los aspectos morales en pocas palabras: no negó en absoluto “la seriedad y la validez de las razones que usted ha presentado”, pero después de hablar con los dos representantes de Moscú, habia cambiado de idea. Con la desaparición de la Parteíarchiv de Berlín y de la Sozialwissenschaftliche Studien-Bibliothek bei der Kammer für Arbeiter und Angestellte (Biblioteca de Estudios Sociales de la Cámara de Obreros y Empleados) de Viena, el movimiento socialdemócrata dejó de tener instituciones para el estudio del socialismo. Había dos objeciones contra del Instituto de Ámsterdam: la modesta financiación y la neutralidad. Adler propuso una solución completamente nueva: con parte de la “garantía” de los rusos para el depósito de los archivos Marx-Engels, se podrían sentar las bases para la fundación de un instituto internacional de investigación socialdemócrata. Para protegerse de cualquier campaña difamatoria montada por fascistas y bolcheviques, el Sopade habría hecho mejor en no llevar él mismo las negociaciones con Moscú, sino que habría tenido que encargarlas a un pequeño grupo de camaradas cuyo interés por la investigación del marxismo no podía ponerse en duda.

Durante las conversaciones con la dirección del partido en Praga en septiembre, Nikolaevsky se dio cuenta enseguida de que el Sopade estaba decidido a vender los archivos de Marx y Engels al mejor postor, es decir, a Moscú. A partir de ese momento no sólo dejó de oponerse, sino que cambió completamente de rumbo. A petición de Wels, Nikolaevsky envió un memorando a la dirección el 21 de octubre de 1935 en el que desarrollaba el proyecto de fundar un instituto socialdemócrata, lanzado por Adler y por él mismo. Nikolaevsky destacó las posibilidades que los rusos ofrecían al Sopade: no sólo darían una enorme suma de dinero, sino también fotocopias de todos los documentos que el Instituto Marx-Engels de Moscú tenía sobre la Primera Internacional. Desde el punto de vista de la investigación científica, este material abrió una perspectiva de inmenso valor para toda la socialdemocracia: la creación de un instituto de investigación propio y la formación de una escuela de historiadores socialistas.64 Evidentemente, habría sido preferible conservar los manuscritos originales, debido a la “veneración” que se les debe. Además, Nikolaevsky era muy consciente de las implicaciones políticas de venderlos a Moscú, pero pensó que no había otra opción. Para proteger al Sopade de las críticas, los rusos habían asegurado al partido que no intentarían sacar provecho político del éxito de la transacción y que, de hecho, no la harían pública en absoluto.

El memorándum de Nikolaevsky no hizo cambiar de opinión a Paul Hertz; aunque reconocía que la seriedad científica había quedado salvaguardada, políticamente sólo se podía condenar la operación.

A principios de noviembre de 1935, el Sopade dio su aprobación a la fundación de este instituto de investigación, la Sociedad de Archivos y Publicaciones Socialistas (Sozialistische Archivi und Publikationsgesellschaft, SAPUG), en realidad nada más que una cortina de humo para justificar la transacción con Moscú. El plan, hábilmente urdido, consistía en que la dirección del partido donara los archivos de Marx-Engels al SAPUG, que a su vez llevaría a cabo negociaciones con los rusos para un “préstamo temporal” de estos archivos al Instituto Marx-Engels de Moscú a cambio de una suma por definir. Así pues, el Sopade no fue responsable directo del traslado, e incluso personas de la organización creyeron esta versión de los hechos. Rudolf Breitscheid observó que de este modo nadie se dejaría engañar y Moscú siempre tendría un arma que utilizar contra el Sopade. El resto del Parteíarchiv se prestaría al SAPUG, pero el Sopade podría exigir su devolución en cualquier momento (probablemente el Sopade esperaba encontrar un comprador tarde o temprano).

Las especulaciones sobre la cuantía de la llamada “garantía”, que Moscú dejaba determinar a la contraparte, alcanzaron cifras increíbles, hasta cinco millones de francos suizos (dos millones y medio de florines actuales). La idea de un préstamo sin intereses era realmente atractiva, según Hertz, pero como no era seguro que la garantía pudiera ser devuelta, la diferencia entre vender los archivos y aceptar la propuesta rusa era mínima.

Nikolaevsky reconoció que esto era cierto, pero respondió que habían decidido adoptar esta forma con el único propósito de que pareciera menos dolorosa la transacción dolorosa.65 Sin embargo, nadie se hacía ilusiones de que el traslado de los archivos fuera temporal; incluso los dirigentes del partido tuvieron que admitirlo en la circular. Theodor Dan, Otto Bauer, Hertz, Crummenerl, Kautsky y Nikolaevsky, en su correspondencia privada, hablaron simplemente de una venta.

Los beneficiarios de la transacción ya habían repartido la piel de oso antes de matarla: el sesenta por ciento fue a parar al Sopade, el veinte por ciento al SAPUG y el veinte por ciento al Fondo de Ayuda a los Trabajadores Socialdemócratas (Sozialdemokratische Arbeitshilfe). En caso de que Moscú pagara íntegramente la suma de cinco millones de francos suizos, la Internacional Socialista y el partido menchevique en el exilio recibirían cien mil francos cada uno.

No sólo el Sopade había cambiado de opinión, sino también varios miembros destacados de la Internacional Socialista, como Friedrich Adler, G. E. Modigliani, Theodor Dan, Léon Blum; también Kautsky, Hilferding y los mencheviques de París.66 La oferta millonaria era evidentemente irresistible, aunque por varias razones: el Sopade consideraba que su supervivencia dependía de ese dinero, Adler y Nikolaevsky veían la posibilidad de fundar un instituto ideológicamente afín, Hilferding esperaba poder encontrar allí un ambiente de trabajo, Kautsky (según Nikolaevsky “su nombre iba a convertirse en la bandera del instituto”) veía la posibilidad de vender también parte de sus archivos a los rusos y al mismo tiempo recibir ayuda financiera del Sopade para la publicación de su obra Sozialsten und Krieg [Los socialistas y la guerra].

Es notable el importante, sino decisivo, papel que desempeñó Nikolaevsky en este intento de “liquidar el legado espiritual”. Al fin y al cabo, fue él quien previamente había rogado al Sopade que no vendiera los archivos, en una emotiva carta; además, desde noviembre de 1934 había participado en los planes de Posthumus de fundar un instituto en Ámsterdam. Siempre fue él quien insistió al Sopade en que, si se decidía vender, el único comprador posible era Ámsterdam. Por eso no se entiende que haya decidido apoyar con tanta energía el proyecto de venta de los archivos de Marx y Engels a Moscú.67

Desde el momento en que se dieron cuenta del valor material que representaba el archivo, Otto Wels y Siegmund Crummenerl sustituyeron a Hertz en la correspondencia. De este modo, tanto Hertz como Posthumus quedaron fuera de juego y ya no fueron informados por Nikolaevsky sobre la evolución de las gestiones.

Posthumus se sintió muy irritado cuando, el 8 de noviembre de 1935, se enteró de los planes para fundar el nuevo instituto del partido. Nikolaevsky no había tenido el valor de informarle en persona. En un primer arrebato de indignación, llegó a pensar en romper las relaciones con Nikolaevsky si el proyecto seguía adelante. “No es bueno”, le hizo saber, “que dos personas tiren del mismo carro en direcciones opuestas”; probablemente veía a Nikolaevsky como un traidor. Pero Posthumus era un estratega y sabía adaptar su táctica al objetivo en cuestión: también era capaz de hacer concesiones. Envió un telegrama y una carta a Nikolaevsky e inmediatamente después quiso reunirse con él en París, para explicarle su punto de vista y señalarle las consecuencias que esto tendría para su relación. Posthumus también pidió a Paul Hertz que insistiera ante Moscú en que, en lugar de una fotocopia, se hicieran dos, para conservar también una copia de los archivos en el Instituto de Ámsterdam. A partir de entonces, no intervino más en el asunto y dejó que las cosas siguieran su curso.

En este momento podrían comenzar las negociaciones con la delegación soviética. Convocados por Adler, Wels y Crummenerl viajaron a París la última semana de noviembre, donde permanecieron de incógnito: Hilferding también había llegado desde Zúrich. Debían mantenerlos informados en secreto de las negociaciones. Un comité ad hoc (Comité pour le développement des recherches marxistes), compuesto por Léon Blum, Jean Longuet, Theodor Dan, Alexandre Bracke, G. E. Modigliani y Friedrich Adler, dirigiría las negociaciones.68 La primera reunión tuvo lugar el 23 de noviembre de 1935. La suma solicitada, dos millones y medio de florines, resultó inmediatamente un obstáculo. Un miembro de la delegación rusa partió hacia Moscú para pedir instrucciones. Pasaron algunas semanas; Wels y Crummenerl volvieron a Praga, todos habían perdido ya la esperanza. “Evidentemente, Nikolaevsky creía que sus deseos eran un hecho”, comentó Hertz despectivamente. Los meses de diciembre, enero y febrero transcurrieron sin ninguna novedad.

Todos los interesados se entusiasmaron cuando el 3 de marzo de 1936 apareció en París Nikolai Bujarin, antaño teórico del partido y, junto con Lenin y Trotski, uno de los dirigentes más importantes durante la Revolución de Octubre, que para entonces ya había caído en desgracia con Stalin; le acompañaban el director del Instituto Marx-Engels, V. Adoracky, y el escritor Aleksandr Arosev. Habían viajado desde Praga, donde el día anterior habían intentado convencer a Otto Bauer para presionar a los camaradas de la Internacional Socialista en el asunto de los archivos.69

Antes de reanudar las negociaciones en París, los rusos querían ver los manuscritos de Marx y Engels, por lo que el 12 de marzo de 1936 partieron hacia Copenhague junto con Nikolaevsky. Hicieron una parada en Ámsterdam para visitar a Posthumus, que les hizo una visita a su nuevo Instituto el 14 de marzo. El lunes siguiente continuaron su viaje a Dinamarca, donde, tras una minuciosa inspección, se dieron cuenta de que faltaban varios manuscritos.70 Hacia el 20 de marzo, la delegación estaba de vuelta en París, y cinco días después el Comité recibió el proyecto de contrato. Por primera vez, las condiciones se pusieron en blanco y negro: la “garantía” ascendía a siete millones de francos franceses (680.000 florines), menos de un tercio de lo solicitado, y la colección debía permanecer almacenada durante al menos veinte años. Estas propuestas provocaron inicialmente un rechazo indignado. Fue Theodor Dan quien insistió en continuar las negociaciones, pero de manera no oficial, porque en las circunstancias dadas, hubiera sido absolutamente imposible e “indigno” continuar: en su opinión lo mejor era instruir a Nikolaevsky “de manera estrictamente privada” para que convenciera a los bolcheviques de que la “garantía” debía ascender a quince o veinte millones.71 En efecto, Nikolaevsky se puso manos a la obra, pero tras aceptar inicialmente aumentar la suma a diez millones, Bujarin se vio obligado a darle un disgusto: Moscú no se movería de la suma inicial. Nikolaevsky no tuvo tiempo de consultar con sus camaradas (Crummenerl también había llegado a París de nuevo, a toda prisa): inesperadamente, la delegación partió esa misma noche, el 23 de abril de 1936, en un tren nocturno hacia Rusia. Advertido por Henri Rollin, Nikolaevsky corrió a la Gare du Nord, donde aún pudo ver salir a los tres rusos.72

No se supo nada más del gran plan de fundar su propio instituto socialdemócrata. La esperanza de llegar a un acuerdo con los rusos ya se había perdido cuando éstos reanudaron inesperadamente el contacto poco después. El agregado de la embajada rusa en París, Hirschfeld, hizo nuevas propuestas a Rollin en una carta fechada el 10 de julio de 1936: la “garantía” ofrecida debía aumentarse a siete millones y medio de francos franceses y la duración del depósito debía reducirse a diez años. Pero lo que siguió fue completamente nuevo: al final de un período de veinte años, el Comité tenía el derecho de recuperar los manuscritos de Marx y Engels sin tener que devolver la suma recibida como depósito “en el caso de que se pudiera garantizar como resuelto la seguridad de la conservación de los archivos de Marx y Engels en cualquier país fuera de las fronteras de la URSS”. Dada la situación política, la cláusula sólo podía interpretarse de una manera: al firmar este contrato, la venta sería definitiva. A diferencia de Modigliani, Adler expresó sus objeciones a esta frase, pero tras enterarse por Nikolaevsky de que era un añadido del propio Stalin y de que ningún miembro de la delegación rusa de entonces se atrevía a entrar en discusión con él sobre este punto, también él dimitió. Modigliani insistió en una garantía de ocho millones y medio, pero Nikolaevsky opinaba que si hubieran bajado de la oferta inicial de veinticinco millones a ocho millones y medio, un millón más o menos no habría supuesto una gran diferencia. El Sopade respondió el 30 de julio de 1936 enviando un telegrama: “Estamos dispuestos a concluir en siete millones y medio”.73

Jean Longuet firmaría el contrato en nombre del Comité pour le Développement des Recherches Marxistes; para la entrega del dinero el Sopade había encontrado otro hombre de paja, Marc Somerhausen, un abogado de Bruselas.74 Se contaba con que los acuerdos se firmarían en la primera semana de agosto: todo el mundo estaba seguro de que la venta saldría adelante. En cambio, no se firmó nada. El 21 de agosto Rollin informó a Nikolaevsky de que se esperaba la llegada de un enviado especial de Moscú en el plazo de dos semanas; dos semanas más tarde se justificó el aplazamiento alegando que Rollin había sufrido un ataque de apendicitis, y al cabo de otros quince días se descubrió que aún no había llegado ninguna instrucción de Moscú. La causa de estos retrasos, según Nikolaevsky, había que buscarla en el primer gran juicio contra veteranos del Partido Comunista que se había celebrado en Moscú en ese mismo momento (del 19 al 24 de agosto de 1936). Nikolaevsky pensó que pasaría algún tiempo “antes de que todos estos ánimos se calmaran”. Para Friedrich Adler, la noticia de la enfermedad de Rollin fue “un regalo del cielo”: sólo entonces se dio cuenta del atolladero en el que se había metido al aceptar el cargo de secretario de la Internacional Socialista.75

Esto puso fin a un período vergonzoso en la historia del Sopade. A pesar de que Paul Mayer, en una publicación de 1967, dio a conocer todos los hechos y antecedentes de este asunto, persiste hasta hoy la leyenda de que el Sopade había rechazado claramente la petición de vender los archivos de Marx-Engels a Moscú. Esta versión fue puesta en circulación por una de las personas que desempeñó un papel importante durante las negociaciones con los rusos: Boris Nikolaevsky. En muchas cartas de los años 60 a Fritz Heine, miembro del grupo directivo del SPD, y a Paul Mayer, Nikolaevsky declaró con firmeza que el Sopade, y especialmente su presidente, Otto Wels, habían rechazado la oferta de los rusos.76

Mientras tanto, el Sopade había aceptado con gratitud la propuesta de Posthumus de albergar los archivos, para los que ya no había espacio en la École Normale Supérieure, en la nueva sección del Instituto que se estaba creando en París. Se alquiló una caja fuerte para los documentos de Marx y Engels. El acuerdo entre el Instituto y el Sopade se firmó el 31 de agosto de 1936.

Durante una visita de Paul Hertz a Ámsterdam en diciembre de 1937, Posthumus se enteró de que el Sopade estaba considerando seriamente la posibilidad de una venta por partes del archivo Marx-Engels. No se sabe qué pasos se habían dado ya en este sentido, pero según Nikolaevsky, que no ocultaba su preocupación, la noticia ya se había difundido en diversos círculos. Cuando el anticuario de Ámsterdam Swets & Zeitlinger se interesó por los autógrafos de Marx, Engels, Bebel y Liebknecht, el Sopade preguntó a Nikolaevsky si Swets era un interlocutor fiable.

En febrero de 1938, el Sopade se vio obligado a trasladar la oficina de Praga a París. Los contrastes políticos en el seno del partido se hicieron cada vez más intensos, mientras que la situación financiera era cada vez más precaria. La Internacional Socialista, que apoyó financieramente al Sopade, impuso recortes, especialmente en el aparato burocrático, que era demasiado grande y costoso con todos sus funcionarios. La única fuente de activos que, según Crummenerl, aún podía aportar algo era el archivo. En la noche del 12 al 13 de marzo de 1938, las tropas alemanas invadieron Austria. Por la misma época, Crummenerl fue enviado a Ámsterdam por la dirección del partido para ofrecer al Instituto la compra de los escritos de Marx y Engels.

Esta circunstancia se menciona por primera vez en el acta de la reunión del consejo de administración del Instituto celebrada el martes 15 de marzo de 1938:

El director anunció que el Archivo Marx-Engels se ofrecía al Instituto por un precio de 75.000 (entre 70 y 80.000) florines y con la condición de que el actual propietario conservara un derecho de tanteo sobre la compra, que el archivo fuera accesible a las personas autorizadas por el propietario y el Instituto, y que el propietario recibiera fotocopias de los materiales. Si es necesario, el pago puede hacerse en cuotas bimestrales durante 1938. El presidente se declaró dispuesto a aceptar la cantidad con la condición de que la colección que el Sopade ha cedido ahora al archivo Marx-Engels se añada al depósito a la sección del Instituto en París, que el Instituto se convierta en propietario de pleno derecho y que las colecciones se envíen a Ámsterdam.

Fueron días angustiosos, que Posthumus aún recordaba muchos años después:

Cuando se ofreció al Instituto comprar los escritos de Marx y Engels a cambio de una gran suma, De Lieme participó activamente en las negociaciones. Estaba tan absorto que, recuerdo, me llamó por teléfono un domingo, acosado por las cuestiones que planteaba la conclusión del contrato, y me dijo que vendría enseguida en taxi desde La Haya a Noordwijkerhout para discutir los distintos detalles.

Desde el punto de vista financiero, esta oferta llegó al Instituto en un momento desfavorable. Ya el 14 de marzo De Lieme había advertido seriamente a Posthumus que moderara sus compras. Unas semanas antes, se había comprado una rica biblioteca inglesa por siete mil libras. En un primer momento se planteó la posibilidad de solicitar el apoyo de la Unión Sindical Holandesa (NVV) y del SDAP, el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores: el asunto se discutió con C. Woudenberg y E. Kupers, respectivamente secretario tesorero del SDAP y presidente del NVV. Sin embargo, tras reflexionar un poco más, De Lieme decidió abandonar este camino. Advirtió al consejo que las consecuencias serían graves: el instituto no podría disponer de créditos durante dos años, y el presupuesto de compras de los años siguientes también se vería afectado.

De Lieme expuso la importancia de esta posible transacción en un detallado informe al consejo de administración de “De Centrale”, en el que describía las vicisitudes que había sufrido el archivo en el pasado y criticaba muy explícitamente la actitud del Sopade. Más tarde, Posthumus se enteró por De Lieme de que la junta directiva había aprobado por unanimidad la propuesta de compra de los archivos históricos del SPD “convirtiéndose en el pleno propietario de los mismos y poniéndolos a disposición de su Instituto como siempre”. “Si este acuerdo se lleva a cabo, podemos felicitarle a usted y a sus colaboradores”. Posthumus respondió inmediatamente, sin ocultar su alegría: “Por esta gran obra, la gratitud futura de las ciencias sociales irá a ti y a ‘De Centrale’.” La decisión del consejo fue comunicada a Crummenerl por el propio De Lieme: era la primera vez en la historia del Instituto que De Lieme dirigía personalmente las negociaciones para una compra. Como Moscú poseía fotocopias de una gran parte del archivo Marx-Engels, hizo al Sopade una contraoferta de sesenta y seis mil florines por todo el archivo histórico.

Crummenerl reconoció los méritos de su argumento, pero siguió opinando que la oferta era demasiado baja. Aunque el Sopade pensaba que podía pedir cien mil florines, en las conversaciones con De Lieme, Crummenerl ya había bajado a setenta u ochenta mil florines. Su propuesta de acuerdo por setenta y dos mil florines fue rápidamente aceptada por De Lieme.

Pronto llegaron noticias de Praga de que el Sopade aceptaba por unanimidad las condiciones. Incluso Paul Hertz, que siempre se había opuesto abiertamente a cualquier plan de venta de los archivos, votó esta vez a favor. Probablemente prefería esta solución a una venta por partes del Parteíarchiv.77

El 19 de mayo de 1938 se firmó un contrato en La Haya, en el despacho del director de la Caja Central de Ahorros y Previsión, Nehemia De Lieme, por el que el Partido Socialdemócrata Alemán cedía sus archivos al Instituto Internacional de Historia Social.78


Los archivos de Robert Grimm, Valerian Smirnov
y Wilhelm Liebknecht

A principios de septiembre de 1935, Posthumus emprendió un viaje para comprar material en Suiza y Austria. Primero fue a visitar al socialista suizo Robert Grimm en Berna, quien en 1915 y 1916 había organizado conferencias internacionales en los pueblos suizos de Zimmerwald y Kienthal, donde se habían reunido los grupos de oposición de los distintos partidos socialistas europeos con el objetivo de elaborar un programa común. (Entre los presentes estaban Lenin, Trotski, Georg Ledebour, Paul Frölich y Henriëtte Roland Holst).

Posthumus intentó comprar el archivo que Grimm guardaba para el Instituto, pero éste seguía sin querer deshacerse de él porque quería escribir primero sus memorias. Le prometió a Posthumus que se mantendría en contacto con él.79

Ese mismo día, el 9 de septiembre de 1935, Posthumus fue a Berna para visitar a Nadezhda N. Kovalevskaya y Valerian V. Kolachevsky, viuda e hijo respectivamente del revolucionario ruso del siglo XIX Valerian Nikolaevich Smirnov. Smirnov había trabajado estrechamente con Piotr L. Lavrov en el extranjero en los años setentas y ochentas. Lleno de entusiasmo, Nikolaevsky había informado a Posthumus de la existencia de esta colección: nunca había esperado recuperar un archivo tan importante. Había sido el primero en ver en la casa de la familia las dos grandes maletas llenas de manuscritos y cartas, entre ellas misivas de Bakunin, Marx, Engels y un centenar de cartas de Lavrov. La viuda y el hijo de Smirnov se vieron obligados a deshacerse de ellos por problemas económicos, pero sólo lo harían si el material acababa en buenas manos. La familia de Smirnov confió en Posthumus y abandonó su intención original de vender la colección a la Biblioteca Nacional de Berna, aunque tenía ciertos reparos en entregar a “De Centrale”, un banco, “lo más preciado que poseemos”: a sus ojos, la transacción “no era un negocio cualquiera”. Tras recibir los estatutos del Instituto, a los que Posthumus había añadido una nota personal en la que explicaba la relación entre el Instituto y “De Centrale”, dieron su visto bueno.80 El contrato se firmó el 12 de septiembre de 1936.

Tras visitar a Grimm y a los Kolachevskys, Posthumus se dirigió a Basilea, donde mantuvo conversaciones (preparadas por Nikolaevsky) con Theodor Liebknecht, también abogado como su hermano Wilhelm, que vivía en Berlín. El tema de la reunión era la parte de los archivos de su padre, Wilhelm Liebknecht, que estaba en su poder; en mayo de 1933, Nikolaevsky también había conseguido sacar este archivo de Berlín. Una vez más, Posthumus se opuso inicialmente a la relación entre el Instituto y “De Centrale”. Liebknecht dijo que quería pensarlo hasta abril, pero ya en febrero envió un borrador del acuerdo; entre las condiciones que proponía había una por la que el Instituto debía impedir que el archivo se utilizara para escribir obras históricas tendenciosas. En abril de 1936 se firmó el contrato; Liebknecht envió a París la parte del archivo que había conservado en Basilea para añadirlo al resto de la colección de su padre. Permaneció en todo momento en estrecho contacto con el Instituto y desde abril de 1936 colaboró en la preparación de la edición de las fuentes de la Primera Internacional.


El archivo y la biblioteca de Karl Kautsky

Después de Basilea, Posthumus visitó a Karl Kautsky en Viena en septiembre de 1935. Se habían visto por última vez treinta y tres años antes, en abril de 1902; por invitación de Posthumus, entonces secretario del Círculo de Lectura Socialista, Kautsky había llegado a Ámsterdam para dar una conferencia. El objetivo del viaje de Posthumus era adquirir su biblioteca y, sobre todo, su enorme archivo para el Instituto. Kautsky había sido el maestro de varias generaciones de socialistas y desde la muerte de Friedrich Engels había sido el principal teórico del marxismo. En 1883 había fundado Die Neue Zeit, el órgano teórico de la socialdemocracia, del que fue redactor jefe hasta 1917. Su bibliografía, publicada en 1960 por Werner Blumenberg, incluye 1.800 títulos y más de novecientas traducciones (incluyendo obras de Lenin y Mussolini). El archivo de su correspondencia es la principal fuente para la historia de la Segunda Internacional y es uno de los fondos más consultados del Instituto.

Posthumus era optimista. En primavera, Paul Hertz, amigo de Kautsky y asesor financiero, le había dicho que tenía la impresión de que Kautsky estaba considerando seriamente la posibilidad de deshacerse de los archivos a cambio de una renta anual de mil doscientos florines para él y su esposa. Aunque el asunto parecía sencillo, las negociaciones resultaron muy difíciles: no fue hasta el verano de 1939, un año después de la muerte de Kautsky, cuando el Instituto entró en posesión del archivo. Nikolaevsky no siempre se comportó de forma impecable en este asunto, ni con el Instituto ni con el octogenario Kautsky, al que a menudo acorralaba. De hecho, fue en esta época cuando los rusos se presentaron para comprar los archivos de Marx y Engels, propiedad del Sopade, y Nikolaevsky mantuvo a Kautsky al tanto de la evolución de este acuerdo. Los rumores sobre las enormes sumas de dinero que se obtendrían con la venta afectaron especialmente a la esposa de Kautsky, Luise, apodada por sus amigos como la “ministra de finanzas” de la familia. Kautsky también poseía muchas cartas de Engels y cincuenta y ocho cartas de Marx al médico Ludwig Kugelmann, su amigo, y este material seguramente habría despertado el interés en Moscú.

Así que, después de que la propuesta de Posthumus fuera recibida muy favorablemente, al escuchar las historias de Nikolaevsky, Kautsky comenzó a dudar. Cuando Posthumus (de acuerdo con Nikolaevsky) le ofreció diez mil florines en noviembre, Kautsky le respondió que el asunto había tomado otro cariz, ya que había oído hablar de los planes para fundar un instituto socialdemócrata autónomo.

No es difícil imaginar el estado de ánimo de Posthumus tras recibir esta carta. No hacía ni dos semanas que había mantenido un animado intercambio de ideas con Nikolaevsky sobre este instituto de investigación, el SAPUG.81 “Es una pena que los nuevos planes hayan hecho perder la razón al camarada Kautsky. Esperemos que todo salga bien, a pesar de tus planes” fue el amargo comentario que Posthumus dirigió a Nikolaevsky. Este último se defendió de forma bastante incómoda: según él, Kautsky había tenido la impresión de que a Posthumus le resultaba difícil conseguir el dinero, y el Sopade se ofreció entonces a resolver el asunto por él si las negociaciones con los rusos iban bien.

Fue como echar aceite al fuego. Enfadado, Posthumus negó rotundamente que el Instituto tuviera problemas financieros o que Kautsky pudiera haber tenido esa idea. “Por desgracia, usted fue a verlo mientras tanto, y creo que el valor de su colección se le subió a la cabeza como resultado”, añadió con desprecio.

La falta de lealtad de Nikolaevsky hacia Posthumus quedó aún más clara cuando, unos días más tarde, Nikolaevsky preguntó a Luise Kautsky si, en caso de que las grandes negociaciones con los rusos por los archivos de Marx y Engels hubieran fracasado, seguirían dispuestos a ofrecer a Moscú parte del archivo de Kautsky. En este caso, creía que podía exigir entre diez y doce mil florines por las cartas de Engels a Kautsky y de Marx a Kugelmann.

Las negociaciones con la delegación rusa se habían estancado y Nikolaevsky, impresionado por su conversación con Posthumus, que le había recordado sus responsabilidades en París, pensó mejor en cambiar de táctica. Informó a los Kautsky de que Posthumus había interpretado la fundación de un instituto partidista competidor como una ofensa personal y les aconsejó, para su asombro, que vendieran la colección de Ámsterdam, excepto las cartas a Kugelmann y la colección sobre la Liga Comunista (Kommunistenbund); según él, este material pertenecía formalmente al Parteíarchiv.82

Paul Hertz no veía con buenos ojos todas las maniobras de Nikolaevsky e insistió ante Kautsky para que dejara de utilizar su mediación. Pero Kautsky ya había expresado su irritación a Nikolaevsky. Así, informó a Posthumus de que, en principio, estaba dispuesto a aceptar su oferta del 12 de noviembre de 1935. Sin embargo, no perdía del todo la esperanza de que las negociaciones con los rusos dieran algún resultado, porque le dijo a Posthumus que quería excluir de la venta las cartas de Marx y Engels, con el argumento de que el Sopade quería adquirir esta correspondencia para el archivo del partido.

Posthumus esperó un mes antes de responder a Kautsky, que cada vez estaba más preocupado. En marzo de 1936, le escribió que no aceptaba esta condición: en septiembre habían llegado a acuerdos claros, en particular sobre las cartas de Engels. El Sopade no tenía derecho a incluir esta colección en la venta del archivo Marx-Engels en Moscú; Posthumus sólo aceptó excluir las cartas a Kugelmann de la transacción. Kautsky cedió y, algún tiempo después, Posthumus le comunicó la decisión del consejo: podía conservar una parte de su biblioteca cuidadosamente descrita: el resto, incluido todo el archivo (excepto las cartas a Kugelmann), debía ser adquirido por el Instituto por diez mil florines. Las negociaciones duraron ocho meses: los puntos en los que discreparon se referían a la renta vitalicia, la cláusula de devaluación, los derechos de los herederos, el tipo de interés, etc. Hay que admirar la paciencia con la que Posthumus intentaba cada vez satisfacer las nuevas propuestas y exigencias de Kautsky; De Lieme era mucho menos condescendiente y no perdonaba a Kautsky que considerara seriamente la posibilidad de vender partes de su archivo a Moscú.83

No se pudo llegar a un acuerdo, y en marzo de 1937 Posthumus tuvo que concluir que las negociaciones habían fracasado. Escribió a Kautsky que respetaba su decisión y que ya no intentaría hacerle cambiar de opinión. “De Centrale” sólo estaba dispuesto a aumentar la suma de diez mil florines ofrecida inicialmente (y aceptada por Kautsky) a once mil florines y no a doce mil cuatrocientos como había exigido Kautsky. Luise Kautsky, muy enfadada, escribió a Posthumus que la oferta le parecía inaceptable, y añadió:

Por la noble manera en que mi marido le dejó las cartas a Kugelmann, que tienen un valor inestimable para el Instituto, a las que también había añadido algo, para mostrar su buena voluntad hacia usted y hacia el Instituto, que estimamos mucho, no le será difícil reconocer que no somos personas codiciosas, individuos apegados al dinero.

Se refería a los acuerdos que Posthumus había hecho con Kautsky en diciembre de 1936.

Kautsky buscaba entonces fondos para financiar la publicación de su manuscrito Sozialismus und Krieg [El socialismo y la guerra]. En junio de 1936, Posthumus le había ofrecido una beca de impresión en nombre del Instituto a cambio de las cartas de Marx a Kugelmann y de documentos sobre la Liga Comunista. “De Centrale” proporcionó dos mil quinientos florines, la suma necesaria para la impresión de los primeros mil doscientos ejemplares.84 Ambas partes establecieron condiciones: Posthumus no quería que el nombre del Instituto apareciera en el libro, y Kautsky quería una garantía de que, en caso de que el Instituto vendiera más tarde las cartas originales, parte de los ingresos también irían a parar a él.85 Más o menos en octubre de 1937, un año antes de su muerte, se publicó en Praga su última gran obra, Sozialisten und Krieg: ein Beitrag zur Ideengeschicbte des Sozialismus von den Hussiten bis zum Völkerbund [Los socialistas y la guerra: contribución a la historia de las ideas del socialismo desde los husitas hasta la Sociedad de Naciones]. Como agradecimiento a su apoyo, Kautsky donó al Instituto el manuscrito original de la obra.

Cuando Posthumus, poco después de comprar las cartas a Kugelmann, se enteró por casualidad de que ya habían sido publicadas en una traducción al ruso en 1928 (el traductor, Ernst Czóbel, era entonces subdirector del Instituto Marx-Engels de Moscú), a la que había seguido una versión en francés en 1930 y otra en inglés en 1934, se sintió burlado. Escribió a Kautsky que no había comprado las cartas como si fueran piezas de museo, sino, al igual que muchos otros manuscritos, con el objetivo de publicarlas más adelante en el marco de las actividades globales del instituto.

El 17 de marzo de 1938, Nikolaevsky informó a Ámsterdam de que acababa de enterarse de que Kautsky había llegado sano y salvo a Praga. Durante la noche del 12 al 13 de marzo, las tropas alemanas habían invadido Austria.86 El día de la invasión, Kautsky y su esposa habían huido a Praga vía Pressburg; desde allí viajaron a Ámsterdam, donde se alojaron temporalmente en el alojamiento de su amigo Sam de Wolff (Rubensstraat 93). Un periodista de Het Volle [El Pueblo] aún había conseguido rescatar algunos documentos, entre ellos cartas de Lenin y Rosa Luxemburgo, pero la biblioteca y el resto del archivo permanecieron en Viena. El hijo de Kautsky, Benedikt, empaquetó la colección; haciéndola parecer como si hubiera sido vendida a la Biblioteca Nacional de Praga, el embajador checo en Viena se la llevó de vuelta a casa a finales de mayo, tras el cierre de la representación diplomática.

Kautsky estaba convencido de que Posthumus reanudaría ahora el contacto; al ver que no se presentaba, tomó él mismo la iniciativa. Lamentaba, escribía, haber estropeado las negociaciones con su falta de flexibilidad, y temía que ya no pudieran reanudarse sobre las antiguas bases. Sin embargo, esperaba que Posthumus le hiciera nuevas propuestas y le rogaba que custodiara las cajas con la biblioteca y el archivo, que estaban de camino a Ámsterdam. “Me he convertido en un refugiado sin hogar, que no tiene dónde guardar una biblioteca. Tengo que desprenderme de ella.”

Las cincuenta y ocho cajas que llegaron de Praga se almacenaron en el Instituto y Posthumus discutió la propuesta de Kautsky con la dirección. Los gastos del Instituto habían aumentado inesperadamente. El año anterior, al comprar el Parteíarchiv, De Lieme había advertido a Posthumus que no habría más fondos disponibles para comprar nuevas colecciones en los años siguientes. Cuanto más inevitable se hacía la guerra, más numerosas eran las ofertas que llovían: eran demasiado tentadoras como para rechazarlas, y así De Lieme no podía hacerse una idea clara de la situación. Se opuso a la compra del archivo y la biblioteca de Kautsky hasta el final, incluso cuando, por iniciativa de Friedrich Adler, algunos amigos de Kautsky asumieron el coste de la compra de la biblioteca, de modo que el precio acordado de once mil florines se redujo a la mitad.87 Fueron necesarias largas discusiones antes de que el consejo de administración, en contra del consejo de De Lieme (probablemente un caso único en la historia de “De Centrale”), aprobara la compra del archivo de Kautsky en la asamblea del 15 de mayo de 1939.88

El material, encerrado en tres grandes cajas, ya había sido enviado a Inglaterra en abril de 1939 por razones de seguridad, con el consentimiento de Luise Kautsky. La biblioteca llegó a la sección de París en mayo de ese año; desde la ocupación nazi, en junio de 1940, se perdieron los rastros. En el momento del traspaso de la propiedad, Kautsky ya había dejado de vivir: murió al día siguiente de su 84vo cumpleaños, el lunes 17 de octubre de 1938. Los líderes de la Internacional Socialista estuvieron presentes en su funeral; las autoridades holandesas prohibieron a los extranjeros pronunciar un discurso. Luise Kautsky murió a principios de diciembre de 1944 en Auschwitz-Birkenau.


La biblioteca de la Communistische Arbeiter-
Bildungs-Verein
(CABV)

En 1937, el Instituto entró en posesión de una gran parte de la legendaria biblioteca de la Asociación Comunista para la Formación de Trabajadores [Communistische Arbeiter-Bildungs-Verein, CABV]. El CABV había sido fundado en Londres en 1840 por refugiados políticos alemanes, miembros de la Liga de los Justos (Bund der Gerechten).89 Fue un punto de encuentro de obreros y socialistas alemanes, pero adquirió una dimensión internacional debido a sus contactos con emigrantes franceses, polacos e italianos y con cartistas ingleses. También contaba entre sus miembros con Marx y Engels, que se sirvieron de esta asociación como una cortina de humo para su Liga secreta de comunistas. El CABV financió la impresión del Manifiesto Comunista en 1848.

Tras varias escisiones, los anarquistas, bajo el liderazgo de Johann Most, se impusieron en 1880 y la biblioteca quedó bajo su custodia. Durante la Primera Guerra Mundial todos los alemanes de Inglaterra fueron recluidos, pero la biblioteca fue salvada a tiempo por algunos camaradas rusos. En 1927, gracias al interés de Rudolf Rocker, que había sido bibliotecario del CABV durante algún tiempo antes de 1914, la colección, almacenada en Londres en la redacción del periódico anarquista Freedom, pasó a la FAUD (Freie Arbeiter-Union Deutschlands). Al día siguiente del incendio del edificio del Reichstag, Arthur Lehning, ayudado por algunos albañiles miembros de la FAUD, consiguió salvar la biblioteca escondiéndola en casa de su amigo holandés residente en Berlín, Anton Bakels.90 En marzo de 1935, fue entregada temporalmente al Instituto para que este se hiciera cargo de su custodia.

El 16 de junio de 1937, Lehning, que había recibido un poder de la oficina exterior de la FAUD, firmó un contrato con “De Centrale” en el que la FAUD vendía la colección con la condición de tener derecho a readquirirla en un plazo de diez años.91 Rocker, que entretanto había emigrado a Estados Unidos, también estaba de acuerdo con esa transacción.

Por otra vía inesperada, el Instituto entró en posesión de otra parte considerable de la biblioteca del CABV. Los coleccionistas fanáticos son a veces un peligro para las bibliotecas: también en el caso de Rudolf Grossmann, propagandista nacido en Austria en 1882, editor de innumerables publicaciones anarquistas, entre ellas los periódicos Wohlstand für Alle [Bienestar para todos, 1907-1914], que continuaron después de la guerra bajo el título Erkenntnis und Befreiung [Conocimiento y liberación, 1918-1933] y el Jahrbuch der Freien Generation [Anales de la generación libre, 1910-1914]. Según Nettlau, Grossmann era un hombre de “activismo y celo poco comunes” y un coleccionista apasionado; era muy conocido en los círculos anarquistas bajo el seudónimo de Pierre Ramus. A principios del siglo XX, estuvo a cargo de la biblioteca del CABV durante algún tiempo y en esa ocasión (pero también durante otras visitas a Londres) se hizo con varias obras. Entre ellos se encuentran algunas primeras ediciones raras, como la Conspiration pour l’egalité dite de Babeuf (1828) de Buonarroti, el Communistische Manifest y el Neue Rheinische Zeitung (1848-1849) Rudolf Rocker, que lo sabía, pidió varias veces a Ramus que los devolviera, pero sin obtener ningún éxito.

En el verano de 1936, Boris Souvarine se puso en contacto con Ramus para la venta de su biblioteca y archivo. Ramus le envió una descripción general del contenido, que daba una imagen demasiado positiva de la colección, por lo demás importante y bien surtida. Ramus le dijo que también poseía “la biblioteca del CABV de la época en que Marx y Engels eran miembros”. Por lo que hemos dicho antes, podemos ver que ésta no fue la versión exacta de los hechos. En septiembre de 1936, el Instituto compró toda la colección de Ramus.92

Muchos se decepcionaron cuando resultó que ni la colección de Berlín ni la de Ramus contenían las actas del CABV de los años 1840-1848, conocidas por fragmentos copiados por Nettlau en Londres hacia 1907.93


Archivo Trotski

En diciembre de 1935, el Instituto adquirió de Lev Trotski una colección de unos ochocientos documentos, en su mayoría cartas telegráficas, que datan de los años 1917-1922; una valiosa fuente de información sobre la historia de la Revolución Rusa. Trotski llamó a esta colección la “Correspondencia Lenin-Trotski”; la mayoría de los documentos son, de hecho, cartas entre los dos políticos rusos, aunque la colección también incluye varias comunicaciones con otras figuras.94

En agosto de 1935, Lev Sedov, hijo de Trotski y su más estrecho colaborador en París, había preguntado a Boris Nikolaevsky si el Instituto estaba interesado en comprar esta parte del archivo de su padre. Naturalmente, Posthumus no quiso dejar pasar la oportunidad; como escribió a De Lieme, “esto podría fomentar nuevas relaciones”. La colección fue comprada el 28 de diciembre por mil quinientos florines; según el contrato, Trotski podía hacer un uso limitado del contenido de los documentos y, en el caso que lo publicase, estaba obligado a devolver la suma completa. Diez años después de la firma del acuerdo, el Instituto tendría libertad para publicar los documentos. En 1946, el Instituto se enteró, no sin cierta sorpresa, de que los archivos de Trotski que habían sido vendidos a la Biblioteca de Harvard en 1940 también contenían copias de los mecanografiados propiedad del Instituto. Según el acuerdo de compra, la Universidad de Harvard argumentaba que tenía derecho a recomprar la colección del Instituto;95 “De Centrale”, invocando su contrato con Trotski, no estaba, sin embargo, dispuesto a ceder y la Universidad de Harvard se vio obligada a renunciar.

Después de la compra de esta colección, hubo otros intentos de comprar o tomar en depósito todo el archivo de Trotski o partes de él; en este sentido, en marzo de 1936 Posthumus inició negociaciones en París con Sedov, quien le aconsejó que se pusiera en contacto con su padre personalmente. La reunión tuvo lugar el 24 de julio de 1936 en Hönefoss, Noruega. “Esta tarde he ido a ver a Trotski”, escribió Posthumus a De Lieme. Su visita sirvió para aclarar una serie de malentendidos y Trotski prometió encontrar la manera de entregar su archivo al Instituto, pero dijo que necesitaba la ayuda de su hijo para ello.

En octubre de 1936, Trotski, que se sentía, con razón, constantemente amenazado por la GPU y preocupado por sus archivos, que estaban en gran parte dispersos por París, escribió a su hijo para que los confiara inmediatamente a un instituto científico, “posiblemente al Instituto de Historia Social de Ámsterdam o, mejor aún, a un instituto estadounidense”. Mientras tanto, Sedov ya había entregado numerosos documentos, que debían ser inventariados, a la sección parisina del Instituto en Michelet.

Pero las negociaciones entre Trotski y el Instituto se interrumpieron debido a un desafortunado acontecimiento: en la noche del 6 al 7 de noviembre de 1936, unos desconocidos irrumpieron en la sede del Instituto en París con el claro objetivo de apoderarse del archivo de Trotski. Se llevaron quince cajas que, según Nikolaevsky, contenían sobre todo publicaciones periódicas, grabados u otro material sin importancia, pero las cartas de Sedov y su abogado revelan mucho más: los documentos robados comprendían gran parte del archivo de Sedov y Trotsky, incluida la correspondencia entre ambos (desde 1935 hasta agosto de 1936), la mantenida con Andrés Nin y Maurice Parijanine, y parte de la correspondencia relativa a su periódico Bjulleten’ Oppozicii.96

Posthumus, informado por teléfono del robo por parte de Nikolaevsky, dio instrucciones de no mencionar el nombre de Trotski a la policía; le hubiera gustado evitar toda publicidad, pero esto ya no era posible, puesto que la policía y la judicatura habían empezado a investigar. Souvarine, Lev Blum y el abogado al que habían acudido opinaban que la difusión de la noticia era inevitable.97 La prensa internacional dedicó un amplio espacio al relato del robo, que, según la orientación del periódico, se enriqueció con detalles sensacionalistas.98 Posthumus se vio obligado a hacer una declaración pública en la que destacaba el carácter científico del Instituto.99

La investigación fue infructuosa, pero nadie dudó de que había que buscar a los autores en los círculos cercanos a la GPU.100 Nikolaevsky, que había sido nombrado director de la sección de París en julio de 1936, se sintió responsable y ofreció a Posthumus su dimisión si éste lo consideraba necesario por el bien del Instituto; Nikolaevsky estaba convencido de que el traidor formaba parte de su círculo de conocidos. Sólo cuatro personas sabían que el archivo se encontraba en la calle Michelet: Nikolaevsky y su secretaria Lidija Estrin, Lev Sedov y el amigo de Sedov, Mordka Zborowski. Cuando en 1955 se supo que Zborowski era un agente de la GPU, se descubrió que ya trabajaba para la policía secreta rusa en el momento del robo.

El Instituto tomó inmediatamente medidas especiales de seguridad: se alquiló una caja fuerte en París para los documentos más valiosos (la Primera Internacional, Marx y Engels), y se hizo lo mismo en Ámsterdam para la colección de Trotski. Nikolaevsky decidió dormir en la calle Michelet y, por consejo de la policía, compró una pistola; en el canal Keizersgracht de Ámsterdam, se contrató a un vigilante nocturno armado. Para evitar el nombre de Trotski, a partir de este momento las actas y los informes anuales se referían a la colección Abele.101

Los sucesos de París probablemente convencieron a Trotski para que llevara sus archivos a Estados Unidos para su custodia. Tras su expulsión de Noruega en diciembre de 1936, se marchó a México, el único país dispuesto a concederle asilo político; se llevó algunos de sus documentos, mientras que el resto del archivo le fue enviado por Sedov y, tras la muerte de éste en febrero de 1938, por camaradas franceses.

Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el Instituto adquirió otro material importante sobre el trotskismo en París, en particular algunos documentos sobre los preparativos de la Cuarta Internacional (trotskista) y su sección francesa, pero también cartas, discos con grabaciones de mítines y una película sobre la visita de Trotski a Copenhague en noviembre-diciembre de 1932. Todo se empaquetó apresuradamente en dos maletas y se envió a Inglaterra, donde llegó a Harrogate el 21 de julio de 1939. Por razones de seguridad, el Instituto también tenía una sección en Inglaterra desde septiembre de 1938.


Archivo y biblioteca del Partido Socialista-Revolucionario

En abril de 1936, Posthumus, a través de Nikolaevsky, entró en contacto con Viktor Mihajlovic Chernov, líder y fundador del Partido Socialista-Revolucionario Ruso (Partiya socialistov-revolyucionerov, PSR), que vivía entonces en Praga.102 En oposición a la socialdemocracia rusa, este partido, nacido hacia 1900, consideraba al campesinado como el protagonista más importante de una futura sociedad socialista, remontándose así a la tradición del populismo revolucionario de las décadas de 1870 y 1880, inspirado no en el marxismo sino en el federalismo. Fue el único partido socialista ruso que logró obtener un seguimiento verdaderamente masivo; en 1917, el PSR era, con mucho, la fuerza política más poderosa de Rusia. Proscritos tras el advenimiento de los bolcheviques, los dirigentes del partido que no acabaron en la cárcel se vieron obligados a emigrar al extranjero. En 1929, la dirección del partido se había dividido en una corriente de izquierdas y otra de derechas, representadas por Chernov y Vasily Suchomlin respectivamente, ambas reconocidas por la Internacional Socialista.

El archivo del PSR, descrito por Nikolaevsky como “entre los antiguos archivos rusos en el extranjero el mejor y más rico”, abarcaba todo el periodo 1900-1935 y contenía también importantes documentos sobre el populismo del siglo pasado. El corazón de la biblioteca estaba formado por la colección de Piotr L. Lavrov, un socialista ruso que vivió en el siglo XIX, y posteriormente fue completado con las colecciones de Mijail R. Goc y Egor E. Lazarev.

En su reunión, Posthumus y Chernov discutieron la venta o la posibilidad de prestar el archivo y la biblioteca.

La biblioteca se encontraba en Praga, mientras que el archivo lo guardaba en Belgrado un miembro del PSR, Vagan Minachorjan. A principios de la década de 1930, tras los problemas financieros de la custodia de las colecciones, Chernov había pensado en colocarlas en los Archivos Históricos Rusos de Praga, o darlas en depósito a la Institución Hoover de la Universidad de Stanford. Sin embargo, otros miembros del PSR estaban en contra: temían que Rusia perdiera esta colección, que estaba destinada a volver en cuanto se restableciera la democracia. En 1934, Minachorjan había salido en secreto de Praga hacia Belgrado llevándose todo el archivo; en vano Chernov, con el apoyo del gobierno de Masaryk, había intentado detener el transporte en la frontera.

Para Chernov era vital recuperar el archivo; con el apoyo financiero del Instituto, quería escribir la historia de su partido, y esto sólo era posible consultando los documentos del archivo. Pero Minachorjan no estaba dispuesto a ceder: en Belgrado, se había unido a un grupo de militantes del PSR, dirigido por Fedor E. Machin,103 que se puso del lado de Minachorjan en la cuestión del archivo, que se negó a entregar los documentos a la representación oficial del partido. Chernov rechazó la propuesta de Posthumus, que quería continuar el viaje a Belgrado y tratar de convencerlos en persona; los camaradas de Belgrado no podían reclamar ningún derecho sobre la colección. Chernov intentó primero ponerse en contacto con los demás miembros del PSR, que estaban dispersos por diversas ciudades europeas. Aunque compartían la posición de Minachorjan, estaban convencidos de que, dada la gravedad de la situación política, era necesario asegurar tanto la biblioteca como el archivo. Las dos corrientes oficiales acordaron confiar temporalmente la custodia de toda la colección al Instituto. Sin embargo, en los dos contratos provisionales para definir las modalidades del depósito (diciembre de 1937 y otoño de 1938), también se incluyó una cláusula por la que el PSR se reservaba el derecho de donar o vender la colección a otra organización en el futuro. Belgrado no quiso aceptar esta condición y se negó a entregar el archivo.

La anexión de los Sudetes por parte de Alemania a principios de octubre de 1938 hizo necesario asegurar la biblioteca inmediatamente; Posthumus envió a Annie Scheltema a Praga y Belgrado para intentar asegurar también el archivo. El bibliotecario del Instituto partió el 22 de noviembre de 1938 tras recibir las instrucciones, el asesoramiento y los poderes necesarios de Chernov, que se encontraba en París.104 Nikolaevsky la había preparado para el previsible obstruccionismo de Minachorjan y Machin: “Probablemente tratarán de retrasar y sabotear todo el asunto, pero intenta por todos los medios quitarles el archivo de las manos”. En París, al igual que en Ámsterdam, la gente esperaba con ansia el resultado.

Tal y como estaba previsto, el traslado de la biblioteca del PSR desde Praga se realizó sin problemas; Annie Scheltema aprovechó la oportunidad para asegurar otras colecciones, incluida su biblioteca personal y el archivo Chernov. En cuanto a los famosos Archivos Históricos Rusos, para los que Nikolaevsky le había dado cartas de presentación, no pudo hacer nada.105

Pasando por Viena y Budapest, Annie Scheltema viajó de Praga a Belgrado; en sus memorias describe su llegada a esta ciudad, un episodio que atestigua su famosa sangre fría:

Había enviado un telegrama a uno de los dos grandes hoteles pidiéndoles que me reservaran una habitación. Al llegar a Belgrado, desde el taxi vi por casualidad un gran cartel publicitario de Philips. El vestíbulo del hotel estaba lleno de oficiales de las SS, pero más tarde me di cuenta de que ya estaban por todas partes en los Balcanes. Un viajero había entrado conmigo; me puse detrás de él y seguí todo el interrogatorio al que fue sometido en la recepción: de dónde era, qué había venido a hacer, si conocía a alguien en Belgrado, cuánto tiempo se quedaría, etc. Al oír todas esas preguntas, pensé: no conozco a nadie aquí, y desde luego no puedo decir que esté tratando de conseguir un archivo ruso. De repente vi que detrás del hombre que hacía las preguntas había un teléfono, y después de siete u ocho minutos, cuando por fin llegó mi turno, no le di tiempo ni a decir una palabra y pregunté en alemán: ―Necesito hacer una llamada, ¿Hay alguna sucursal de Philips? ―Por supuesto, señora―, respondió. ―¿Puede darme el número?― contestó una recepcionista. Primero le pregunté si hablaba alemán, y me dijo que sí; luego le pregunté si el gerente era alemán u holandés. Me contestó que era holandés. Y entonces le pedí que le dijera que la señora Adama van Scheltema, la viuda del poeta, estaba al teléfono. En este caso el nombre de mi marido no era peligroso. Me puso con el gerente y le pregunté si conocía el hotel; le dije que me estaban haciendo todas esas preguntas que no sabía qué responder, pero me interrumpió: ―No se preocupe, comuníqueme con la recepción; siempre enviamos a nuestros huéspedes a ese hotel-. Con aire de triunfo le pasé el teléfono al hombre que estaba detrás del mostrador y le dije: ―Por favor. No me hizo ninguna pregunta, me dio la habitación y nadie me molestó más.106

En contra de lo esperado, Annie Scheltema fue recibida cordialmente por Minachorjan y Machin; pronto quedó claro que su único temor era que el archivo acabara definitivamente en manos equivocadas. Estos socialistas-revolucionarios, que aún esperaban el retorno de la democracia en Rusia, consideraban que Chernov podía donar o vender documentos sobre su pasado y querían impedirlo a toda costa. Sin embargo, se dieron cuenta de que eran un pequeño grupo de emigrantes pobres en un país hostil, y les preocupaba su responsabilidad que tenían respecto de esta valiosa colección. Annie Scheltema, al contar todo lo posible sobre el Instituto, consiguió ganarse su confianza. Finalmente aceptaron un traslado temporal si ella, en nombre del Instituto, se comprometía a que el archivo no se trasladara a París ni a otro lugar, sino que permaneciera en Ámsterdam. Para Annie Scheltema la salvación del archivo y los intereses del Instituto importaban más que cualquier otra cosa, pero aparte de eso es probable que no comprendiera del todo lo que esta promesa implicaba para la dirección oficial del PSR.107

Los miembros del grupo de Belgrado redactaron un documento en el que afirmaban que entregarían los archivos en “depósito provisional” al Instituto hasta el momento en el que, en colaboración con ellos, se redactara el contrato definitivo. En líneas generales, estuvieron de acuerdo con la propuesta de Chernov y Suchomlin, pero se negaron a aceptar las partes sobre una posible venta o donación del archivo. Estaban firmemente convencidos de que el único propietario del archivo era el pueblo ruso, y que el Instituto no podía ser más que un “custodio temporal”. En nombre del Instituto, Annie Scheltema se comprometió a hacer cumplir estas condiciones.

En diciembre de 1938, la biblioteca llegó desde Praga y las veintidós cajas que contenían el archivo llegaron desde Belgrado. Para evitar a Alemania, el transporte se hizo por mar. Como era de esperar, lo más decepcionante para Chernov fue la condición de que el archivo debía permanecer en Ámsterdam, y no podía ser enviado a París, donde se había refugiado mientras tanto. En este punto, teniendo en cuenta las exigencias de Belgrado, el PSR redactó un nuevo contrato provisional (tercero y definitivo), en el que se suprimieron todas las partes relativas a las ventas o donaciones. No obstante, la posibilidad de vender o donar el material se mencionaba implícitamente en el apartado relativo a los costes de encuadernación de los libros, etc., que correrían a cargo del Instituto. Estos gastos se reembolsarían cuando, con la llegada de la democracia, la colección fuera devuelta a Rusia, o si la reclamaran “por alguna otra razón”. Un nuevo párrafo estipulaba que el Instituto emplearía a Chernov durante tres años, con unos honorarios de 1.200 florines al año. A principios de marzo de 1939, se celebró el contrato entre Posthumus, en representación del Instituto, y Chernov y Suchomlin, en representación del PSR.

Sin embargo, Minachorjan se negó a firmar este nuevo contrato, aprovechando, como escribió Chernov a Posthumus, la promesa arrancada a Annie Scheltema. Chernov comprendía perfectamente que la bibliotecaria se sentía obligada a cumplir su palabra, y que ella había sido la única posibilidad de salvar el archivo; pero todos los compañeros eran de la opinión de que el grupo de Belgrado debía liberarla de sus obligaciones.

El 15 de marzo, las tropas alemanas invaden Checoslovaquia. Fue imposible enviar el archivo a París en lugar de a Inglaterra, como pidieron Chernov y Suchomlin. Posthumus consideró oportuno trasladar la colección a Inglaterra inmediatamente, ya que no se atrevía a asumir la responsabilidad de mantenerla en Holanda. No hubo ninguna protesta de Belgrado por este traslado; hasta el verano de 1939 siguieron enviando cajas llenas de documentos a Ámsterdam y mantuvieron una correspondencia amistosa con el bibliotecario.108

A principios de la década de 1950, Chernov, que se había refugiado en Nueva York en 1940, intentó recuperar la posesión del archivo; pero murió poco después, en 1952. El grupo de Belgrado no dio más señales de vida: Machin, que había luchado en el ejército partisano de Tito, murió en junio de 1945, mientras que no se sabe nada del destino de Minachorjan; Suchomlin optó por volver a Rusia después de la guerra, donde murió en 1963 sin haber sufrido ninguna represalia del régimen de Stalin.

En diciembre de 1953, tras dejar su cargo de bibliotecaria, Annie Scheltema transmitió a Rüter, que sucedió a Posthumus como director del Instituto, las obligaciones que había asumido en 1938 en nombre del Instituto en relación con la gestión del archivo del PSR. Más tarde, sin embargo, se retractó de su decisión: pidió que se creara una comisión para cuidar el archivo, formada por ella misma, Rüter, Nikolaevsky y Sapir, en la que Rüter, como único representante del Instituto (Sapir también estaba en Nueva York), se encontraría en minoría. En una reunión del consejo de administración celebrada el 16 de diciembre de 1954, Rüter declaró que “puesto que los otros señores, que son mencheviques, como tales no pueden hacer ninguna reclamación al archivo, como miembros del comité, en cambio, podrían tener poder de decisión sobre esos documentos, en los que están personalmente muy interesados”. Nikolaevsky poseía una extensa colección de historia social rusa y estaba deseando añadir este archivo a ella; además, ya no tenía mucha fe en el desarrollo del Instituto en Europa, que en su opinión estaba amenazado por una inminente invasión de Rusia. Había intentado conseguir su objetivo a través de Annie Scheltema, que reclamaba los derechos del archivo; pero, como leemos en sus memorias, su versión de los hechos estaba algo distorsionada.109 Dada la precariedad de la base jurídica de las pretensiones de Scheltema y la posición de Nikolaevsky y Sapir, a quienes se consideraba, con razón, que no tenían ningún poder de decisión sobre el archivo, el consejo de administración del Instituto decidió asignar a Scheltema, o posiblemente a la comisión que ella proponía, un papel exclusivamente consultivo. En la primavera de 1955 se creó realmente este órgano consultivo. El cuidado del archivo es responsabilidad del consejo de administración del Instituto, que no tiene inconveniente en que se consulte el archivo en condiciones normales. Al mismo tiempo, la transferencia notarial en la que Annie Scheltema transfería al Instituto “las obligaciones y derechos relativos a dicho archivo derivados del compromiso que había contraído”.

De todos modos, hay que reconocer que fue gracias al grupo de Belgrado del PSR y a Annie Scheltema que el Instituto consiguió hacerse con la vasta e importante colección de socialistas revolucionarios rusos.


Los archivos españoles

En el verano de 1938, tan pronto como quedó claro que los republicanos iban a perder la Guerra Civil en España, Diego Abad de Santillán, uno de los líderes de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), pidió ayuda a Posthumus para asegurar los archivos. Santillán había conocido personalmente a Posthumus en enero de 1937; previamente, éste, a petición de Arthur Lehning, compañero político de Santillán, había dispuesto que una parte de la biblioteca de Santillán fuera sacada de Berlín y asegurada.

Inmediatamente después del estallido de la Guerra Civil, el Instituto ya había recibido en depósito una importante colección sobre el socialismo español del siglo XIX, propiedad de los Montseny, una conocida familia de anarquistas españoles amigos de Max Nettlau. El transporte a Ámsterdam fue organizado por Arthur Lehning durante su estancia en España en otoño de 1936.

Para las conversaciones con Posthumus, Santillán y sus compañeros se valieron de un hombre de confianza, el joven húngaro Paul Partos (seudónimo Polgare), amigo del marxista independiente alemán Karl Korsch; desde 1937 Partos trabajaba en el departamento de propaganda exterior de la FAI y la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Poco se sabe del contenido de estas conversaciones: dada la situación española, Posthumus actuó con extrema precaución. Sin embargo, las colecciones eran tan vastas que Posthumus encargó a Nikolaevsky que buscara urgentemente un lugar más amplio en París: “De la cuestión española pueden salir grandes cosas”.

El 27 de julio de 1938 se celebró un contrato entre el Instituto y el Archivo de Guerra del Ministerio de Educación Pública y Sanidad de la República Española, firmado por los respectivos directores, Posthumus y Santillán. Según el acuerdo, el Instituto era el nuevo propietario del archivo del Ministerio, por lo que, de este modo se esperaba evitar las posteriores reivindicaciones por parte del régimen franquista. Sin embargo, una cláusula secreta estipulaba que el archivo seguía siendo propiedad del gobierno republicano español.110

Estaba previsto que los documentos llegaran a París en septiembre, pero a finales de octubre no se había recibido todavía ninguna noticia. Hay rumores de que habían surgido problemas políticos; los juicios contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, un partido comunista no estalinista) estaban en pleno desarrollo. Al final, el control militar denegó el permiso para la exportación del archivo, que acabó en manos de Franco en marzo de 1939.

Un mes antes del final de la guerra civil (abril de 1939), Posthumus recibió la noticia de que varios archivos habían sido puestos a resguardo en España, como los del Estado Mayor del Ejército Republicano y otras organizaciones, “pero los propietarios no los ceden”. Durante este dramático periodo, Posthumus prometió la plena cooperación del Instituto. En París, se aconseja a Nikolaevsky que se dirija a la frontera española: “Debe marcharse”, le telegrafía Posthumus. Santillán también pidió ayuda para asegurar su biblioteca y archivo privado en Barcelona, lo que según Nikolaevsky era “una quimera”. Las tropas de Franco habían ocupado Barcelona el 26 de enero y Madrid el 28 de marzo de 1939. El 27 de febrero, el régimen de Franco había sido reconocido por Francia e Inglaterra y ya se había creado una comisión franco-española en la frontera para entregar diversas mercancías. Un viaje a la frontera española ahora no tenía sentido.

En una carta de Nikolaevsky de mediados de abril de 1939, leemos por primera vez que los archivos de la CNT y de la FAI estaban ya a salvo en la sede del Instituto en París. Se desconoce cómo y cuándo cruzaron la frontera estas decenas de cajas (con un peso total de 1.710 kg). Para entonces, ya se habían iniciado las negociaciones sobre los acuerdos de custodia. Se esperaba un acuerdo con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) sobre los archivos del partido, y con el Ministerio de la Guerra del gobierno catalán.

Hombres de confianza de la CNT y de la FAI firmaron el contrato con el Instituto en París; para evitar la posibilidad de algún reclamo por parte del régimen de Franco, lo hicieron no en nombre de sus respectivas organizaciones sino a título personal. El contrato con la FAI fue firmado el 19 de abril por P. Herrera y A. Nicolas por parte de la FAI y por Boris Nikolaevsky por parte del Instituto, que obtuvo así la custodia de las veintidós cajas que contenían la colección.111 El mismo día de la firma del contrato, Posthumus, que quería evitar complicaciones con las autoridades francesas, dio instrucciones a Nikolaevsky para que enviara inmediatamente las cajas a Inglaterra, donde llegaron el 3 de mayo de 1939.

El 1 de mayo de 1939 se produjo el traslado de las veintiún cajas del archivo de la CNT, firmado por el secretario de la CNT, Mariano Vázquez, y por Nikolaevsky en nombre del Instituto. De hecho, según la letra del contrato, el archivo no se entregó al Instituto para su custodia, sino que se estipuló que el Instituto enviaría la colección a Inglaterra, donde sería devuelta al propio Vázquez o a otros compañeros cuyos nombres se mencionaban.112

Tanto la CNT como el FAI insistieron en que el Instituto fuera reembolsado por todos los costes incurridos, no sólo por el embalaje y el transporte, sino también por los pequeños gastos, como las llamadas telefónicas, un hecho insólito que Nikolaevsky aún recordaba después de la guerra.

Para conservar los archivos de las organizaciones españolas, Posthumus planeó fundar un Instituto Español en Inglaterra vinculado a la sección de Oxford, con sede en Londres u Oxford, que sería financiado por dichas organizaciones, mientras que el Instituto proporcionaría los locales. El Partido Socialista Obrero Español, que ya había entregado parte de su archivo en depósito a Nikolaevsky, también aseguró su colaboración.113 Las conversaciones entre Lehning y Partos, que tuvieron lugar entre agosto de 1939 y abril de 1940, terminaron en un punto muerto; tras la ocupación de los Países Bajos, se interrumpió el contacto con el Instituto de Ámsterdam.

Desde el principio, Posthumus tuvo en cuenta que las organizaciones querían seguir disponiendo de sus archivos; gracias a su colaboración desinteresada, fue posible salvar los fondos del movimiento libertario español en la época de la guerra civil.

A finales de mayo de 1940, el historiador inglés G. D. H. Cole, que administró los fondos del Instituto durante el confinamiento Arthur Lehning en Inglaterra, propuso a Partos que él mismo se hiciera cargo de los archivos españoles, pero el húngaro no vio ninguna posibilidad de encontrar un lugar para albergar esta vasta colección. Posthumus aún no había decidido qué hacer, cuando en 1947 Lehning tomó la iniciativa de transportar esos documentos a Holanda junto con otras colecciones del Instituto; y fue allí donde se mantuvieron sellados durante un cuarto de siglo, a la espera de nuevos acontecimientos en España, donde la CNT seguía operando en la clandestinidad. Tanto los militantes como los historiadores estaban interesados en este material, pero obviamente los archivos no podían ser consultados sin la autorización de sus legítimos propietarios.

[Traducción del italiano por Elina Ibarra y Nicolás Salvi. Primera edición en holandés: Maria Hunink, De papieren van de revolutie: het Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis, 1935-1947, Het Instituut, Amsterdam, 1986. Edición en italiano: Maria Hunink, Front cover image for Le carte della rivoluzione: l’Istituto internazionale di storia sociale di Amsterdam : nascita e sviluppo dal 1935 al 1947, Pantarel, Milano, 1998.]


The International Institute of Social History of Amsterdam (origin and development 1935 - 1947)

Resumen

En un país que parecía neutral frente al avance del nazismo, el Instituto de Historia Social de Ámsterdam fue creado en 1933 con el fin de resguardar colecciones que se encontraban en peligro, primero en países como Alemania y Austria, poco después en casi toda Europa. Quien fue su responsable de biblioteca durante muchos años, Maria Hunink (1924-1988), recorre su conformación a través de las cartas resguardadas en las diferentes colecciones que hoy lo conforman. A su inicio, el artículo aborda los contactos entre sus dos fundadores —Nicolaas W. Posthumus y Nehemia De Lieme— y sus colaboradorxs iniciales —la legendaria bibliotecaria Annie Adama van Scheltema-Kleefstra, el historiador expulsado de la Rusia postrevolucionaria Boris Nikolaevsky, el historiador alemán Hans Stein, el historiador libertario especialista en Rusia Arthur Lehning, y Boris Souvarine, también fundador del Partido Comunista Francés y luego miembro central de Komitern. No obstante, el foco queda puesto en la adquisición de los fondos iniciáticos que dieron lugar a su fisonomía inicial, su prestigio y, como consecuencia, a la decisión de muchxs otrxs de mandar allí sus colecciones. El artículo obtiene un núcleo de tensión en lo que fue la donación fundacional que le dio reconocimiento internacional: el fondo de Max Nettlau, cuyo productor se transformó en un ícono de todos los ataques de idas y venidas antes de poder decidirse a vender su colección dispersa en distintos depósitos, en Viena, Munich, Londres y Paris. Maria Huninck además recorre la llegada de las otras colecciones adquiridas durante los primeros años, de James Guillaume, Robert Grimm, Valerian Smirnov, Wilhelrn Liebknecht, Karl Kautsky, Lev Trotski, la biblioteca del Bund ruso, la biblioteca del Arbeiterbildungsverein, los documentos de los anarquistas españoles de lxs Montseny y Santillán, y el Archivo Histórico del partido socialdemocráta alemán con los manuscritos y cartas originales de Marx y Engels.

Palabras clave: Acervos documentales; correspondencia; anarquismo; socialismo; Fondos de archivo.


Abstract

In a country that seemed neutral in the face of the advance of Nazism, the Institute of Social History in Amsterdam was created in 1933 with the aim of safeguarding collections that were in danger, first in countries such as Germany and Austria, and soon after in almost all of Europe. Maria Hunink (1924-1988), who was the head of the library for many years, traces its development through the letters stored in the different collections that make up the Institute today. At the beginning, the article deals with the contacts between its two founders —Nicolaas W. Posthumus and Nehemia De Lieme - and its initial collaborators— the legendary librarian Annie Adama van Scheltema-Kleefstra, the historian expelled from post-revolutionary Russia Boris Nikolaevsky, the German historian Hans Stein, the libertarian historian and specialist on Russia Arthur Lehning, and Boris Souvarine, also founder of the French Communist Party and later a central member of Komitern. However, the focus remains on the acquisition of the initiatory funds that gave rise to its initial physiognomy, its prestige and, as a consequence, to the decision of many others to send their collections there. The article gets a core of tension in what was the foundational donation that gave it international recognition: Max Nettlau’s collection, whose producer became an icon of all the back-and-forth attacks before being able to decide to sell his collection scattered in different deposits in Vienna, Munich, London and Paris. Maria Huninck also traces the arrival of the other collections acquired during the early years, from James Guillaume, Robert Grimm, Valerian Smirnov, Wilhelrn Liebknecht, Karl Kautsky, Lev Trotsky, the library of the Russian Bund, the library of the Arbeiterbildungsverein, the documents of the Spanish anarchists Montseny and Santillán, and the Historical Archive of the German Social Democratic Party with the original manuscripts and letters of Marx and Engels.

Keywords: Documentary sources; Archives; Collections; Anarchism; Socialism.


1 [Nota del editor: se trata de un descuido de la autora. El periódico era De Nieuwe Amsterdammer, un semanario publicado de 1914 a 1920 y dirigido por Wiessing, que después de 1917 se convirtió en un periódico comunista].

2 P. J. van Winter, “Herdenking van Nicolaas Wilhelmus Posthumus (26 febrero 1880 - abril 1960)”, Jaarboek der Koninklijke Akademie van Wetenschappen, Amsterdam, Anales de la Real Academia Holandesa de Ciencias, KNAW, 1960-1961, p. 346. El Dr. P. J. van Winter, de ascendencia aristocrática, fue miembro de la junta directiva del IISG desde su fundación hasta 1948 y en los años anteriores a la guerra fue miembro de la junta restringida.

3 Over Buonarroti, Internationale avant-gardes... Voor Arthur Lehning, Wereldvenster, Baarn, 1979, p. 335.

4 Economisch-Historisch Jaarboek (Anales de Historia Económica), ‘s-Gravenhage 1961, p. 287.

5 Necbemjah de Liemeh (Massa biografiet). Jerusalén, Keren Kajemet Lejisrael, 1950. En un número especial (14 de junio de 1952) de De Joodse Wacbter (El Guardián Judío), el órgano de prensa de la Liga Sionista Holandesa, dedicado a la memoria de De Lieme y titulado “De carriere van cen geweten” (La carrera de una conciencia), se publicó una parte de la semblanza de Alex Bein en traducción holandesa.

6 Carta sin fecha a Domela Nieuwenhuis (Archivo Domela Nieuwenhuis, IISG). En 1922 su viuda donó la biblioteca y la mayor parte del archivo al Fondo Ferdinand Domela Nieuwenhuis, que en febrero de 1934 cedió la colección en préstamo a la Biblioteca de Historia Económica, y en 1958 al IISG.

7 Ver páginas 29-32.

8 El diario del SDAP, Partido Socialdemócrata holandés [nde].

9 Durante su conversación con Posthumus tras su regreso de París, De Lieme señaló que la llegada de la biblioteca Bund a los Países Bajos era sin duda un hecho positivo, pero que también había que hacer algo al respecto: organizarla y abrirla al público. Fue esta observación, según Posthumus, la que estimuló explícitamente la fundación de un instituto especial, destinado a crear una gran colección de historia social. “En ese momento nos pusimos de acuerdo y prometí escribir un informe detallado sobre lo que se debía hacer”. N.W. Posthumus, “De Lieme en het Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis”, De Joodse Wachter, Amsterdam, 14 de junio de 1952, p. 36.

10 Recordando a De Lieme, Posthumus escribió: “Era natural que De Lieme fuera presidente. Sin embargo, al principio no quería hacerlo; pensaba que podría ser más útil permaneciendo en las sombras. Siempre tuve la impresión de que ésta era sólo una de las razones de su rechazo inicial. Su personalidad lo llevaba a menudo a elegir la posición de quien manda permaneciendo entre bastidores. No lo digo como un reproche, pero probablemente en su vida había aprendido a conocer el valor relativo de un alto cargo en comparación con el peso que a menudo tienen las decisiones de quienes ocupan una posición más distante. En cualquier caso, al final cedió no muy a regañadientes, por lo que pude ver, al argumento de todos nosotros de que él era la persona indicada para presidir el consejo”. De Joodse Wachter, Amsterdam 14 de junio de 1952, p. 37.

11 Informe De Lieme, 30 de mayo de 1935: “Bibliotheken. Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis” (Archivo “De Centrale”, IISG). Hasta mayo de 1940, “De Centrale” asignaría al Instituto un total de 750.000 florines (que corresponden a unos 15 millones de florines actuales) para los gastos de gestión y de personal y para las compras.

12 H. P. G. Quack, De Socialisten: personen en stelsels [Los socialistas: personas y sistemas], Ámsterdam, 1875-1897. (En 1977 se publicó una reproducción fotostática de la última edición revisada y corregida (1921-1923) en la editorial Het Wereldvenriproduzione, con una introducción de Arthur Lehning y una extensa bibliografía adicional editada por Arthur Lehning en colaboración con Maria Hunink. En 1912, la Biblioteca Universitaria de Ámsterdam adquirió esta colección de aproximadamente 2.400 títulos; véase Catalogus van de schenking Quack [Catálogo de la donación Quack], Amsterdam 1915.

13 En la primera reunión del consejo, el 23 de diciembre de 1935, De Lieme señaló: “Si las consideraciones tácticas destinadas a evitar una determinada firma no lo hubieran hecho menos deseable, habría considerado un privilegio que esta Fundación llevara el nombre del difunto profesor Quack. El considerable trabajo preparatorio realizado por Quack sobre los mismos fundamentos del Instituto ha sido continuado tanto en el país como en otros lugares, aunque no ha llegado a igualar su trabajo, ciertamente en cuanto a la amplitud de su enfoque. La tarea de este instituto es más general y el material con el que se trabaja aquí es más cercano a las fuentes”. (Archivo “De Centrale”, IISG).

14 Annie Adama van Scheltema-Kleefstra. “Herinneringen van de bibliothecaresse van het Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis” [Memorias de la bibliotecaria del Instituto Internacional de Historia Social], Tijdschrift voor Sociale Geschiedenis [Revista de Historia Social], Amsterdam, junio de 1978. pp. 141-176. Estas memorias fueron publicadas por primera vez en una edición limitada por la editorial De Uitkijk con motivo del 93º cumpleaños de la autora, el 25 de febrero de 1977.

15 Con el paso del tiempo, esta institución partidista cambió varias veces de nombre. Tras fusionarse con el Instituto Lenin en noviembre de 1931, se convirtió en el Instituto Marx-Engels-Lenin; de 1953 a 1956 se denominó Instituto Marx-Engels-Lenin-Stalin y desde 1957 hasta la actualidad, Instituto de Marxismo y Leninismo.

16 El Rossíyskaya sotsial-demokratíchyeskaya rabóchaya pártiya (Partido Socialdemócrata de los Trabajadores Rusos).

17 En 1965, la Institución Hoover de la Universidad de Stanford (California) adquirió su biblioteca, compuesta por 20.000 obras y 230 archivos.

18 Desde el principio hasta noviembre de 1937, Nikolaevsky colaboró en las negociaciones de veintiocho colecciones.

19 Véase Anna M. Bourguina, “The writings of B. I. Nicolaevsky: a selected bibliography”, Revolution and politics in Russia: essays in memory of B. I. Nicolaevsky, Bloomington, Indiana University Press, 1972, pp. 322-341.

20 Souvarine es un seudónimo, llamado así por un personaje de la novela Germinal de Zola. Su verdadero nombre era Boris Lifsic.

21 Unos meses después de conocerse, Souvarine había contado a Posthumus las dificultades que tenía en Francia para encontrar un editor para su biografía de Stalin. “Para mí se trata ―escribe Souvarine a Posthumus― de deshacerme de todo mi pasado, que pesa sobre el presente y lo paraliza. Hasta que no sea publicado este libro, me será imposible empezar una nueva vida” (carta del 6 de marzo de 1935, Archivos IISG). Gracias a la intervención de Posthumus, la editorial francesa Plon y la holandesa Brill de Leiden acordaron finalmente la publicación de la biografía, que apareció en 1935 [con el título Staline - Aperçu Historique du bolchevisme, París, Plon, 1935].

22 En el Bulletin del Instituto aparece en 1937, un artículo sobre la historia de este periódico, fuente para la historia de los orígenes del movimiento obrero francés.

23 El único ejemplar que conozco está en la colección Lehning. Sin embargo, nos detuvimos en esta lista porque Menno Hertzberger, presidente de la asociación holandesa de anticuarios, protestó y bloqueó la iniciativa. Según él, el Instituto, como organismo financiado con fondos públicos (el municipio de Ámsterdam proporcionó los locales), no tenía derecho a realizar tales actividades. Posthumus no se dio por vencido y, algún tiempo después, llegó a un acuerdo con Bernstein en París, en el que éste aceptaba publicar los títulos de su catálogo a cambio del 35% del precio de venta.

24 Para sus viajes a Alemania, Viena, Belgrado y Berlín, Posthumus también consiguió documentos oficiales para Annie Scheltema, lo que le proporcionó cierta protección.

25 Para la historia del archivo de Wilhelm Liebknecht, véase Grötz Langkau, “Wilhelm Liebknechts Briefwechsel-Nachlassüberlieferung als editorisches Problem” [Correspondencia de Wilhelm Liebknecht-Problemas editoriales relativos a la publicación de sus legados], Internazionale Tagung der Historiker der Arbefterbewtgung. 15 Linzer Konferenz 1979 [Conferencia Internacional de Historiadores del Movimiento Obrero. Decimoquinta Conferencia de Linz, 1979], Viena, 1981, pp. 384-400.

26 En 1925, esta colección —volúmenes 1, 2, 3 y 6, fue adquirida por el Parteíarchiv, el archivo del SPD, por consejo de Nikolaevsky.

27 [No del editor: tampoco se han encontrado estos documentos hasta la fecha].

28 Resumen, con algunas adiciones, de mi contribución “De geschiedenis van een bibliotheek. Max Nettlau en Amsterdam” [Historia de una biblioteca. Max Nettlau y Amsterdam], que apareció en los estudios conmemorativos Voor Arthur Lehning. Over Buonarroti, internationale avant-gardes, Max Nettlau en het verzamelen van boeken; anarchistische ministers, de algebra van de revolutie, schilders en schrijvers [Para Arthur Lehning. Sobre Buonarroti, la vanguardia internacional, Max Nettlau y el coleccionismo de libros: ministros anarquistas, el álgebra de la revolución, pintores y escritores], editado por Maria Hunink, J. L. M. Kloosterman, Jan Rogier, Baarn, Wereldvenster, 1979, pp. 317-366. (Traducción al alemán en International Review of Social History, Assen, 1982, pp. 4-42).

29 Carta a Joseph Ishill, publicada por Rudolf Rocker, Max Nettlau. Leben und Werk des Historikers vergessener sozialer Bewegungen [Max Nettlau. Vida y obra del historiador de los movimientos sociales olvidados], Berlín, Karin Kramer Verlag, 1978, pp. 212-213.

30 La mayoría de los bibliotecarios, según él, despreciaban los folletos: “están dispuestos a sacrificar cincuenta folletos raros por uno bonito y grueso que se queda ahí tranquilamente y no da preocupaciones”. (Carta del 12 de julio de 1939 a Annie Adama van Scheltema, IISG).

31 Kropotkin, por ejemplo, hasta su partida a Rusia en junio de 1917, colocaba regularmente el material recogido por él y otros en una caja destinada a Nettlau.

32 Carta a Siegfried Nacht, anarquista alemán emigrado a América, publicada en Rudolf Rocker, Max Nettlau, op. cit. pp. 226-230. En 1970, cuando como bibliotecario de la IISG comencé a trabajar en el catálogo de publicaciones periódicas (unos treinta mil títulos de la colección de antes de la guerra) para hacer un libro para su publicación, me puse en contacto con el Catálogo Central de Publicaciones Periódicas (en la Real Biblioteca Holandesa de La Haya) y les propuse donar nuestro catálogo. Al principio las reacciones fueron favorables, pero cuando el Catálogo Central se enteró de la cantidad de títulos de la cual se trataba, se mostró más cauto, y cuando finalmente examinó el catálogo en términos concretos, rechazó la oferta. Al menos el ochenta por ciento de nuestra colección estaba incompleta. en muchos casos sólo teníamos un número. No había interés en esa colección, que tenía tantos títulos como el Catálogo Central de la época. Cabe destacar que se trata de una de las colecciones más valiosas del mundo en el ámbito del socialismo y el movimiento obrero.

33 Max Nettlau, “Erinnerungen und Eindrücke, Heft I, Aus meinem Leben seit dem Jahre 1924” (Recuerdos e impresiones. Cuaderno 1. Mi vida desde 1924), pp. 25-28 (Archivo Nettlau, IISG). Nettlau escribió estas memorias durante la Segunda Guerra Mundial, en 28 cuadernos densamente llenos.

34 Nettlau, “Erinnerungen”, op. cit., p. 163. La Hambacher Fest fue una reunión de liberales, demócratas y republicanos alemanes, en la que se proclamó la necesidad del “renacimiento de Alemania en unidad y libertad”. El gobierno prusiano reaccionó suprimiendo por completo la libertad de prensa y de reunión: los que habían hablado en público en la manifestación fueron condenados u obligados a huir.

35 En 1979, la Bibliothèque Nationale retiró de la consulta 700.000 obras porque se encontraban en mal estado. El desgaste se debe a la disminución de la calidad del papel. Si no se toman medidas, se espera que en cinco años el número de obras deterioradas ascienda a cinco millones. Este problema también se percibe especialmente en el Instituto, pero no está claro si existe una conciencia generalizada de la gravedad de este peligro.

36 Nettlau,Erinnerungen. Heft 4”, op. cit., p. 199.

37 Carta fechada aproximadamente el 22 de septiembre de 1928 (Archivo Nettlau, IISG). Anthony George Kröller desempeñó un papel importante en el comercio internacional holandés; también fue uno de los fundadores de la Escuela Superior de Comercio Holandesa de Rotterdam.

38 Carta del 25 de septiembre de 1928 (Archivo Lehning). En el sobre de la carta de Lehning, Nettlau escribió: “¡Situación grave, pero debo resistir!”

39 Nettlau. “Erinnerungen, Heft 4”, op. cit., p. 187.

40 Tres años más tarde, Nettlau escribió a Lehning, recordando este encuentro con Posthumus: “De repente me dicen (más o menos en estos términos, y muy amablemente): ‘Parece que no entiendes que ya no eres más el propietario de ella. Desde ayer, la fundación es propietaria del archivo’. Fue como caer en un abismo, como si me hubiera caído un rayo; pero como siempre en los momentos de gran peligro me mantuve instintivamente, muy tranquilo. Me sentí como en el macizo del Mont Blanc, donde una vez me resbalé en un glaciar escarpado, precipitándome hacia una grieta: no dije nada, me vi resbalar, pero en el último momento metí el pie con tanta fuerza en una fina grieta del hielo que se hundió, deteniendo la caída: estaba a un metro de la grieta.” Así lo consideró en su momento: “Por lo tanto, ya estaría vendido; todas las demás conversaciones no serían más que expresiones vacías de cortesía —los propietarios ya pueden hacer sus reclamaciones”. (Carta de diciembre de 1931. Archivo Lehning).

41 Nettlau, “Erinnerungen. Heft 4”, op. cit., p. 187-191.

42 Carta de Lehning a Nettlau, 6 de abril de 1932 (Archivo Nettlau. IISG). Un amigo americano de Nettlau, MA Cohn, comentó sobre el incidente: “Nettlau está horrorizado ante la idea de desprenderse de sus libros. Es como si fueran su mujer, sus hijos y toda su vida.” (Carta a Roger Baldwin, 3 de enero de 1929. IISG). En la misma línea, Felix Weil, fundador y financiero del Frankfurter Institut, escribió esto a Nettlau en marzo de 1924 tras otra negociación fallida para la compra de su biblioteca: [Nettlau nos había advertido en repetidas ocasiones: “¿Quiénes son estos denigradores?”] Y después del resultado de las negociaciones también debemos concluir por nuestras propias experiencias. que aún no se han decidido realmente a renunciar a la biblioteca, sino que sólo están entreteniendo este pensamiento.” Observación de Nettlau: “Realmente no tienen razón para ser tan groseros. ¡Menos mal que el asunto está cerrado!” (Archivo Nettlau, IISG).

43 Nettlau, “Erinnerungen, Heft 4”, op. cit., p. 196. En cuanto a Moscú, en 1925 Riazanov intentó comprar la biblioteca de Nettlau con la mediación del profesor Carl Grünberg. Estaba convencido de que seguramente se pondrían de acuerdo en la suma; además “en Moscú tendría un piso adecuado y su propio espacio para trabajar, donde él pueda aprovechar el material almacenado en el Instituto Marx-Engels y en todos los archivos rusos, podría haber completado su gran obra sobre Bakunin” (Carta del 19 de agosto de 1925, Archivo Nettlau, IISG).

44 Así que Posthumus escribió a Nikolaevsky, que quería visitar a Nettlau en Viena en mayo: “No hay manera de encontrarse con Nettlau porque, como sabes, está en España en mayo. Allí se encontrará con un amigo mío (anarquista) y hablarán de Ámsterdam y de su colección”. También añadió la siguiente posdata: “En conclusión, quiero hacer personalmente los arreglos finales con Kautsky y Nettlau.” (Carta del 14 de abril de 1935. Instituto Hoover).

45 A. Scheltema, “Herinneringen”, op. cit, pp. 148-149. El manuscrito de Nettlau no se encontró después de la guerra. Al presentar este acuerdo al consejo de administración de “De Centrale”, De Lieme observó que Nettlau había impuesto una cantidad considerable de restricciones, que más bien ilustraban el estado psicológico del vendedor y no tenían ningún significado real (Informe del 11 de noviembre de 1935. Archivo “De Centrale”).

46 Bernhard Mayer, amigo y admirador de Kropotkin, Malatesta, Landauer, Brupbacher; fue este último quien le informó de la desesperada situación financiera de Nettlau. Además de una contribución mensual de treinta francos suizos, Mayer puso a disposición de la colección de Nettlau una parte de su casa en Ascona en agosto de 1932 y organizó el transporte de las cajas desde París y Londres, pagando los gastos de transporte. No hubo ningún problema con el envío desde Londres; el director general del Chancery Lane Safe Deposit agradeció a Nettlau “por su amable mención de nuestros pequeños servicios a ustedes durante 41 años”.

47 Así escribía Nettlau a Lehning: “Cuando abras mis cajas, por favor, no tires nada porque te parezca inútil: todo tiene sentido y finalidad, y puedo explicarlo —es cierto que había que recoger hasta las cosas insensatas e irracionalmente puestas en papel, cuando no había ni sentido ni razón. Una biblioteca no es un juicio universal ni un cesto de basura, sino una constatación, a menudo interesante y a veces triste, de hechos que ya no se pueden cambiar” (Carta del 15 de diciembre de 1935. Archivo Lehning).

48 Annie Scheltema. Herinneringen, op. cit., pp. 149-150.

49 A principios de agosto de 1938, Posthumus le dijo a Nettlau que el ministerio de Justicia le había dado buenas noticias por teléfono: era prácticamente seguro que le darían permiso para establecerse en Holanda. Nettlau se encontraba en Suiza y el ministerio había pedido a Posthumus que “le comunicara qué día, a qué hora y por dónde pensaba cruzar la frontera holandesa. El ministerio de Justicia quiere asegurarse de que la policía fronteriza lo reciba con cortesía” (Carta del 5 de agosto de 1938, Archivo Nettlau, IISG).

50 Delegados de Moscú se encontraban en París en ese momento y estaban llevando a cabo negociaciones con el SPD para la venta del archivo Marx-Engels. “Ahora saben de la existencia del Instituto de Amsterdam”, escribió Souvarine a Posthumus, “y es evidente que tienen la tarea de apoderarse de todo el material posible, por un espíritu de emulación o, llamémoslo así, de competencia”. (Carta del 4 de diciembre de 1935. Archivo IISG).

51 Carta de Souvarine a Posthumus. 2 de mayo de 1936 (Archivos IISG).

52 Souvarine lo pidió para él, Posthumus se lo había prometido si las negociaciones concluían con éxito (Carta a Posthumus, 2 de diciembre de 1936. Archivo IISG).

53 Véase la nota 3, p. 114.

54 Desde julio de 1936, el franco francés había perdido más de un tercio de su valor.

55 El conocido exponente del Bund, R. Abramovich, también implicado en el asunto por Posthumus, respondió: “Por lo que puedo comprobar, la causa no se debe a un engaño urdido por el camarada Kursky, que antes me negaba a aceptar, ya que le conozco desde hace más de treinta años como una persona de absoluta integridad” (Carta del 19 de marzo de 1936, lista del Archivo IISG).

56 Para conocer la historia del archivo histórico del SPD, véase el detallado estudio de Paul Mayer. “Die Geschichte des sozialdemolcratischen Parteiarchiv und das Schiksal des Marx-Engels-Nachlasses” [Historia del archivo del Partido Socialdemócrata y destino del legado de Marx-Engels], Archiv für Sozialgeschichte, Hannover, FES, 1967, pp. 5-198. En este apartado nos ocuparemos principalmente del papel que desempeñó el Instituto en la adquisición del archivo.

57 Véase Paul Mayer, op. cit., pp. 10-70.

58 Otto Mänchen-Helfen, que tiempo después fue testigo presencial del desalojo organizado por los nazis, comentó posteriormente: “Recuerdo muy bien la actitud de increíble torpeza de la gente del SPD, que pensaba que no le pasaría nada al Archivo porque era un monumento nacional.” (Carta a Nikolaevsky, 28 de diciembre de 1959, Hoover Inst.).

59 Véase Boris Souvarine, “Comment les archives ¬social-démocrates ont été sauvées” [Cómo se salvaron los archivos socialdemócratas], Le Contrat Social, París, julio-agosto de 1964, pp. 201-202, y la correspondencia entre Souvarine y Nikolaevsky de 24 y 26 de febrero, y 17 y 22 de marzo de 1933 (Hoover Inst.).

60 Copia de la carta de Nikolaevsky a E. Pikart, 21 de julio de 1960 (Hoover Inst.). Cfr. Mayer, op. cit. p. 94. El 23 de junio de 1933, los locales de la Lindenstrasse fueron precintados por la Geheime Staatspolizei (Policía Secreta, Gestapo), que un año después trasladó la biblioteca y el resto de los archivos al Preussische Geheime Staatsarchiv (Archivo Secreto del Estado Prusiano). Cfr. H. P. Harstick, “Zum Schiksal der Marxschen Privatbibliothek” (Sobre el destino de la biblioteca privada de Marx), International Review of Social History, 1973, pp. 208-210.

61 Véase Mayer, op. cit., pp. 104-133, y Lydia Dan, “Boukharine, Dan et Statine”, Le Contrat Social, julio-agosto de 1964. pp. 194-201.

62 Carta del 19 de agosto de 1935 (Hoover lnst.). Posthumus también preguntó por el estado de las negociaciones para el archivo del revolucionario ruso Stepniak. Llevaba meses echando el ojo a esta colección, que incluía varios centenares de cartas: unas cincuenta de Kropotkin del periodo 1896-1911, otras tantas de Vera Zasulich, y luego de Plejánov, Tolstoi, Rosa Luxemburg, Wilhelm, Liebknecht, Malatesta, Lavrov, Turati. Pero en diciembre de 1935, la viuda de Stepniak vendió el archivo a Moscú.

63 Siegfried Aufhäuser y Karl Böchel, los dos líderes que se habían opuesto al Sopade durante mucho tiempo, no fueron consultados.

64 A este respecto, Max Nettlau señaló en una ocasión: “Los instrumentos de investigación no deben estar nunca, jamás, vinculados a un partido como tal: la investigación histórica socialdemócrata no existe, al igual que las matemáticas socialdemócratas” (Carta del 21 de diciembre de 1898, enviada a The Neue Zeit, año XVII, nº 18). Según la descripción de Nikolaevsky en su memorándum, el nuevo instituto habría tenido la tarea de recopilar colecciones y publicar fuentes. Para evitar la competencia con Ámsterdam, la recogida de material y la preparación técnica de las publicaciones podrían haberse dejado en sus manos. A continuación, se elaboró un programa de publicación detallado, casi idéntico a las propuestas que Nikolaevsky había hecho a Posthumus un año antes. (Véase “Die Nächsten Aufgaben des Instituts für Sozialgeschichte”, informe de Nikolaevsky a Posthumus, 23 de noviembre de 1934. Archivo IISG).

65 Copia de la carta de Hertz a Nikolaevsky, 1 de septiembre, y de Nikolaevsky a Hertz, 8 de septiembre de 1935 (Archivo Hertz, IISG). Nadie se tomó en serio la advertencia de Paul Hertz: “Si entonces nos negamos a colaborar políticamente con ellos, pero aceptamos dinero de ellos, y tanto es así que ya no podemos hablar de una “venta” en la que haya una proporción justa entre lo que se ofrece y lo que se recibe, habrá repercusiones muy fuertes en nuestra imagen moral.” Copia de la carta a Hilferding, 7 de octubre de 1935 (Archivo Hertz, IISG).

66 “No envidio a Fritz Adler por la responsabilidad que asume al ponerse de acuerdo con los rusos”, observó Hertz. “Puede que haya creado un instituto científico para la Internacional, pero al mismo tiempo también cavó la tumba del movimiento alemán, que no estará más en grado de recuperarse espiritualmente, aplastados por el peso del dinero que llenaba las arcas del partido.” (Copia de la carta del 18 de noviembre de 1935 a Hilferding, Archivo Hertz, IISG).

67 Es todavía más curioso que Nikolaevsky, un cuarto de siglo después, convencido de que decía la verdad, negara rotundamente haber colaborado en esta transacción. (Véanse las copias de las cartas de Nikolaevsky a Paul Mayer y Fritz Heine fechadas el 18 de abril y el 27 de mayo de 1964, Hoover Inst.).

68 Sopade encargó a Adler el nombramiento de esta comisión, “ya que la dirección del partido no ha querido asumir la responsabilidad de la decisión”. (Copia de la carta de Nikolaevsky a Paul Mayer, 18 de abril de 1964, Hoover lnst.).

69 El informe de Bauer sobre este encuentro dice: “En la mañana del 2 de marzo llegó Oskar Maria Graf y me dijo que Bujarin deseaba hablar conmigo. Por la tarde me fui a Praga y allí llamé por teléfono a la editorial Malik, donde me contestó Herzfelde: fui con él y con Brügel al restaurante francés cerca del puente Carlos, donde también llegaron Bujarin y Arosev. La conversación continuó en casa de Brügel. Bujarin pidió a los demás que apoyaran la venta de los archivos del partido al Instituto Marx-Engels. Fritz Adler era antisoviético, y también los demás miembros de la comisión creada por la Internacional para decidir sobre los archivos —Blum, Modigliani, Longuet, Dan— probablemente estaban en contra de la idea, además de que la comisión tenía que pedir permiso al Sopade en cualquier caso. Le contesté que no tenía ninguna influencia en el Sopade. Consideraba que los demás miembros tenían poca importancia y que la decisión final la tomaría Fritz: entonces tendrían que dirigirse a él”. (“Gespräche mit Bucharin in Prag am 2 März 1936”, Archivo Bauer nº 37, IISG). “Lástima que seas socialdemócrata” fueron las últimas palabras de Bujarin.

70 El robo de los documentos, entre ellos varios cuadernos de apuntes de Marx, tuvo que producirse después de que los manuscritos del Parteíarchiv hubieran sido asegurados y antes de que llegaran a Copenhague. Ya en 1933-34 se sabía de esta desaparición. Algunos de los cuadernos habían sido puestos a la venta en Venecia y adquiridos por el Instituto Marx-Engels de Moscú. (Ver copia de la carta de Nikolaevsky a Annie Scheltema, 14 de junio de 1938, Hoover Inst.).
Después de la Segunda Guerra Mundial, al ver que los manuscritos de esta colección se ofrecían de vez en cuando en subastas de autógrafos, el SPD (legítimo propietario hasta 1938) recurrió a la Interpol, que consiguió descubrir la fuente, pero no pudo hacer nada porque el delito había prescrito. Véase la correspondencia de Werner Blumenberg con W. Eichler y R. Rothe. 22 de julio y 4 de septiembre de 1954, 7 de noviembre de 1958 y 25 de mayo de 1965 (Archivo IISG).

71 Carta de Dan a Adler, 29 de marzo de 1936 (Archivo de la Internacional Socialista, nº 3409, IISG). Bujarin pidió a Dan que presionara a los Sopade para que “redujeran un poco su apetito”. (Lydia Dan, “Boukarine, Dan et Statine”, Le Contrat Social, p. 198).

72 Meses más tarde, Nikolaevsky llegó a saber más sobre las razones de aquella precipitada partida: “Bujarin y los demás colegas de la comisión habían ido mucho más allá de los límites de su mandato: por eso su trabajo había sido completamente desautorizado y habían recibido una severa reprimenda.” (Carta de Nikolaevsky a Adler, 12 de junio de 1936, Archivo Socialista Internacional, nº 3409, IISG). Cuando Posthumus había aconsejado a Bujarin, en una visita a su Instituto, que no volviera a Moscú, éste le había contestado que no podía vivir ni fuera de Rusia ni fuera del partido. Durante el juicio contra el “Bloque de Derecha Trotskista” a principios de marzo de 1938, la fiscalía insistió mucho en los contactos que Bujarin había estrechado en este viaje a Europa. Fue ejecutado alrededor del 13 de marzo (el cuñado de Nikolaevsky, Aleksej Rykov, fue su compañero de infortunio).

73 Archivo Socialista Internacional, nº 3409, IISG. La segunda frase decía: “Pedimos a la comisión que dé su visto bueno, a la luz de las circunstancias generales.” “Adler nos había dicho —explicó Hertz— que Modigliani insistió en 8 y medio y se negó a colaborar más si se hubiera mantenido en 7 y medio. No queríamos un conflicto con la comisión, sobre todo porque la consecuencia habría sido probablemente el colapso final de esta pantalla”. (Copia de la carta a Nikolaevsky, 31 de julio de 1936, Archivo Hertz, IISG).

74 Este punto ya se había tocado en 1935. En el relato de su Weltreise betr. das sozial-demokratische Parteíarchiv [Viaje al Oeste en relación con el archivo del Partido Socialdemócrat], Crummenerl escribió: “Nos dimos cuenta de que no sería apropiado entregar el dinero directamente a un miembro del Sopade. Tras las conversaciones con Blum nos dimos cuenta de que ni siquiera un político amigo de origen francés podía ser el destinatario del dinero: ningún miembro del partido francés quería recibir el cheque debido a las luchas partidistas, que habían tomado una forma especialmente violenta en Francia.” (Archivo Sopade, nº 78, FES. Bonn).

75 “Tan pronto como la tragedia del juicio se manifestó en toda su extensión —escribió a Crummenerl— sentí la necesidad de tener un intercambio de ideas en profundidad con usted sobre lo que estaba sucediendo: en circunstancias tan profundamente cambiadas quizás sea necesaria al menos una extensión, para tomar cierta distancia de los hechos.” (Copia de la carta, 5 de septiembre de 1936. Archivo Socialista Internacional, no. 3409, IISG).
A finales de septiembre de 1936, Moscú volvió a aparecer. El socialdemócrata polaco Michael Krieger informó a Crummenerl de que el acuerdo podría cerrarse rápidamente a través de la embajada rusa en Viena. Mientras tanto, el precio que los rusos querían pagar se había reducido a la mitad: 3.750.000 francos franceses (unos 370.000 florines). Aunque Crummenerl hizo saber que el Sopade no tenía ningún deseo de embarcarse en “negociaciones levantinas”, se fijó una nueva cita de todos modos. Pero Krieger tampoco apareció (Cfr. Mayer, art., cit., p. 128-131).

76 Véanse las copias de las cartas a Mayer, 24 de octubre de 1963, 18 de abril de 1964, y a Heine, 7 de marzo de 1965 (Hoover Inst.). También negó rotundamente que los mencheviques de la época se hubieran pronunciado a favor de estas negociaciones (hay que señalar que Theodor Dan era miembro de la comisión negociadora). Él mismo siempre fue de la opinión de que había que rechazar la oferta de los rusos (18 de abril de 1964).

77 En 1939, antes de emigrar a Estados Unidos, Hertz donó parte de su biblioteca al Instituto y después de 1945 siempre mantuvo relaciones amistosas con Ámsterdam. En vida, donó su correspondencia con Karl y Luise Kautsky de 1929 a 1939. Por disposición testamentaria, el Instituto recibió sus escritos en 1963, entre ellos un importante material sobre la historia de la emigración de los socialdemócratas alemanes.

78 Haciendo uso de su derecho, establecido en la cláusula del contrato de venta, el SPD obtuvo en los años 70 un microfilme de su antiguo archivo, excluyendo los escritos de Marx y Engels. Esta copia se encuentra ahora en Bonn, en la Friedrich Ebert Stiftung.

79 En 1958, tras la muerte de Grimm, el Instituto obtuvo su archivo.

80 “El acuerdo con el instituto no se celebrará directamente, sino indirectamente ―escribió Posthumus― como sabes, el dinero procede de la Caja Central de Ahorros y Pensiones. Si el instituto comprara directamente la colección, tendría que pagar un impuesto de donación del 30%, que en este caso asciende a 2.000 francos suizos, lo que es bastante. Pero si ‘De Centrale’ comprara, según la ley holandesa podría donar esta colección científica al instituto sin pagar impuestos. Por lo tanto, es una mera formalidad.” (Copia de la carta. 14 de octubre de 1935. Archivo IISG).

81 Ver p. 64.

82 Kautsky había recibido previamente los documentos sobre la Kommunistenbund de Eduard Bernstein; quería que se añadieran al Parteíarchiv cuando llegara el momento. Según Luise Kautsky, las cartas de Marx a Kugelmann fueron entregadas personalmente por Kugelmann a su marido, “porque lo consideraba el más digno heredero y continuador de la obra de Marx”. (Carta a Posthumus, 16 de octubre de 1935, Archivos IISG).

83 Después de cambiar el texto del contrato por enésima vez, De Lieme descargó su ira en una carta a Posthumus: “No podemos seguir satisfaciendo sus exigencias y es absurdo concluir el trato y luego reembolsarle inmediatamente la diferencia debida a la devaluación, cuando fue él quien dudó tanto. Si este anciano caballero quiere seguir acudiendo a Moscú, es libre de hacerlo”. (Carta del 3 de enero de 1937, Archivo IISG).

84 Véase el contrato con la editorial Orbis de Praga, 3 de diciembre de 1936 (Archivo IISG).

85 La motivación de Posthumus fue la siguiente: “Dado que el Instituto no es el editor de su libro, evidentemente no es responsable en modo alguno y la ayuda prestada sólo tiene por objeto la adquisición de los documentos subyacentes.” (Carta del 31 de diciembre de 1936, Archivo Kautsky).

86 El viernes Paul Herrz seguía visitando a sus viejos amigos en Viena, dejando un recuerdo de los acontecimientos en unas notas de su diario: “En el viaje: nada especial. Muy pocos pasajeros en el tren a Viena. En Viena: de camino a K. K[autsky] nada especial. Muchos folletos. R. D. [¿Robert Danneberg?] está en una reunión, sólo un breve acuerdo telefónico. K. K. es muy tranquilo y mentalmente vivo. Considera con mucho escepticismo las posibilidades de salir con vida. [...] Luise escucha el discurso de Schuschnigg y S[eyss]-Inq[uart]. Nos sentimos deprimidos. Karl se arrepiente de no haber vendido su archivo a Posthumus. Me despido con la sensación de que quizás sea la última vez que vea al viejo. Por mi parte, no es serio hablar de retorno. De camino a la estación, se refuerza en mí la impresión de que todo ha llegado a su fin.” (Notas del 11 de marzo de 1938, Archivo Hertz, IISG).

87 La condición que puso Adler fue que el Instituto creara un espacio para esta colección en la sede de París y se mantuviera allí (véase la carta de Adler a Posthumus, 9 de febrero de 1939, Archivos IISG). “Seguramente Fritz no sólo piensa en su seguridad material. También quiere crear un monumento para Karl”, escribió Hertz a Luise Kautsky (27 de febrero de 1939, copia del Archivo Hertz, IISG).

88 De Lieme había recibido presiones de varios sectores: del secretario de la SDAP, C. Woudenberg, del comisario de “De Centrale”, el profesor J. van Gelderen, y de H. B. Wiardi Beckman.

89 Tras varios cambios, la CABV no adoptó su nombre definitivo, con el que pasó a la historia, recién en 1871.

90 Al mismo tiempo, Lehning había añadido unos cuarenta números de los periódicos Neues Leben, Fretheit, Der Freie Arbeiter, el Mitteilungsblatt der Berliner Arbeiterbörse y Der Syndikalist, tomándolos de la biblioteca de la FAUD.

91 Archivo IISG. La delegación de la FAUD a Lehning para iniciar las negociaciones con el Instituto se remonta a mayo de 1936. Lehning envió a Posthumus un breve resumen de la historia, las condiciones y una larga lista de treinta y tres páginas con los nombres de las revistas y los títulos de los libros importantes (Archivo IISG).

92 En enero de 1940, Lehning descubrió otros dos periódicos de la biblioteca de CABV en la colección Keell: la Anti-Persecution Gazette, publicada en 1843 por G. J. Holyoake, y cuatro volúmenes de The Monthly Messenger de J. N. Bailey, también de la década de 1940. Probablemente se quedaron en el despacho de Freedom tras la entrega de la biblioteca a la FAUD. (Copia del informe “Keell Collection”, 26 de enero de 1940, Archivo Lehning).

93 Publicado por Nettlau en el Grünberg-Archív bajo el título “Marxanalekten” (1919) y “Diskussionen im Londoner CABV, 1845” (1922). Cfr. Nettlau. “Erinnerungen, Heft 10”, pp. 110-111.

94 Para una lista completa de documentos, véase The Trotsky Papers: 1917-1922, La Haya, editado por Jan M. Meijer, 1964, vol. 1, pp. 812-826; y vol. 2 (1971), pp. 856-868.

95 El reclamo de la Universidad de Harvard se basaba en el siguiente párrafo del contrato: “El Sr. Trotski vende, cede y transfiere a la Universidad todos sus derechos, títulos e intereses sobre el material descrito en el Anexo A y renuncia a todo reclamo sobre dicho material, así como se compromete a colaborar con la Universidad en el envío del mismo a la Biblioteca de la Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts.” El Anexo A se refiere a The Correspondence of Lenin and Trotsky: “Esta parte del archivo comprende un conjunto completo de copias de la correspondencia de Lenin y Trotski, actualmente en posesión del Instituto Internacional de Historia Social, Holanda, obligado por una fianza a ese Instituto en la suma de 15.000 francos franceses.” (Cita de K. O. Metcalf, bibliotecario de la Universidad de Harvard, en su carta a Posthumus, 23 de mayo de 1947, Archivos IISG).

96 Véanse las cartas de Sedov a Trotski del 27 de diciembre de 1936 y del 25 de junio de 1937 en Korrespondenz Sedov-Trockij über die Moskauer Prozesse, 1936-1937 (eds. Rolf Binner y Fred Schrader) y una carta del abogado parisino de Sedov, Gérard Rosenthal, a Posthumus del 23 de noviembre de 1936 (Archivo IISG). En junio de 1937, Andrés Nin, que gozaba de gran prestigio dentro del movimiento obrero español (había sido uno de los fundadores del POUM, y antes de eso cercano al espíritu de Trotski), fue asesinado por agentes estalinistas. Maurice Parijanine fue el traductor al francés de las obras de Trotski.

97 Véase el apéndice c., pp. 180-183.

98 El órgano oficial del Partido Comunista, L’Humanité, destacó la relación entre los mencheviques y el círculo de “provocadores” trotskistas que, a su vez, tenían presuntos contactos con la Gestapo alemana. El periodista se preguntaba qué se esperaba “para neutralizar a toda esta gente” (París, 10 de noviembre de 1936).

99 Véase el apéndice c., pp. 180-183. Según el diario parisino Le Matin (noviembre de 1936), Posthumus negó en una entrevista con el periódico que se hubiera reunido alguna vez con Trotski: Trotski escribió más tarde irritado a su hijo que, efectivamente, había que tener cuidado con los periodistas, pero que tampoco había que tergiversar la verdad. De hecho, fue Posthumus quien tomó la iniciativa de visitarlo en Noruega y luego intentó durante dos horas convencerlo de que confiara su archivo al Instituto. “Pero me negué”. (Carta del 2 de diciembre de 1936, Korrespondenz Sedov-Trockij..., op. cit.). Esto también es una afirmación falsa.

100 Véase el apéndice c. pp. 180-183.

101 Trotski utilizó repetidamente el epíteto Caín para referirse a Stalin. Tal vez por eso el instituto lo había apodado Abel.

102 “Chernov no sólo fue responsable de toda la formulación del programa del partido, sino que en general su personalidad dejó una huella tan fuerte en toda la ideología populista de principios del siglo XX que todo este periodo histórico merece el nombre de Era Chernov.” Así escribió Nikolaevsky en su obituario en el Bulletin of the International Institute of Social History, 1952, p. 173.

103 Se llamaba Association of the Members of the Russian Zemstvo and Municipalities in the Kingdom of Jugoslavia (ZEMGOR).

104 Posthumus entregó a Annie Scheltema dos declaraciones en papel sellado, refrendadas por el alcalde de Ámsterdam, sobre la misión de la bibliotecaria, con la petición de que le proporcionara toda la ayuda necesaria; una estaba escrita con el membrete del IISG, la otra con el membrete más neutral de la Biblioteca de Historia Económica. Posthumus también había informado al cónsul en Belgrado sobre su llegada (Archivo IISG).

105 Véase A. lzioumov, “Les Archives historiques russes à Prague”, International Review for Social History. Leiden, 1936, pp. 374-383. Tras la Segunda Guerra Mundial, el gobierno checo habría “donado” esta colección a la Unión Soviética.

106 A. Scheltema. “Herinneringen”, op. cit., pp. 158-159.

107 A su regreso de Praga, escribió a Nikolaevsky: “Estoy muy contento de que todo esté arreglado. Tenemos que cumplir algunas condiciones: el grupo de Belgrado quiere refrendar el contrato y el archivo tendrá que quedarse en Ámsterdam. Pero en cualquier caso lo hemos ganado. Puede convertirse en algo magnífico”. (Carta del 13 de diciembre de 1938. Hoover Inst.).

108 El 29 de abril de 1939 Minachorlan escribió a Annie Scheltema: “Deseamos que todo el archivo permanezca en un mismo lugar, bajo la custodia de su ilustre Instituto”. (Archivo IISG).

109 “[los miembros del PSR en Belgrado] me preguntaron si estaba dispuesta a firmar un contrato, con el que prometían reembolsar los gastos ocasionados si me comprometía a enviar el archivo a Inglaterra para entregarlo a su representante al final de la guerra. Hasta entonces, yo seguiría siendo la propietaria del archivo, pero con la única condición de que nunca, bajo ninguna circunstancia, se lo daría al grupo de Praga. En caso de que no apareciera nadie del grupo de Belgrado después de la guerra, habría que enviar el archivo a Ámsterdam y yo tendría que decidir a quién se le asignaría su custodia.” (op. cit., p. 160).

110 El archivo de la IISG conserva el anteproyecto en francés del contrato, escrito con letra desconocida, y la versión final, mecanografiada y firmada. Cfr. Carta de Santillán a Posthumus, fechada el [25 de julio] de 1938 (el sello de fecha es ilegible) y el 22 de agosto de 1938 (Archivo IISG).

111 Archivos IISG. Fue el propio Pedro Herrera (que en 1936 fue nombrado ministro de Sanidad en el gobierno catalán en el que Santillán era responsable de los asuntos económicos) quien celebró un contrato con Posthumus en julio de 1938 sobre los archivos de la editorial Tierra y Libertad de Barcelona. Este archivo también iba a ser confiado al Instituto sellado; pero no se logró transportar el material. (Ver contrato de 9 de julio de 1938, archivos).

112 Archivo IISG, en la época en que Vázquez era también secretario del Consejo General del Movimiento Libertario Español en el Exilio, surgido en Francia.

113 Su contribución financiera no pudo ser otra cosa más que mínima, escribió el secretario del PSOE a Nikolaevsky (29 de noviembre de 1939), ya que los pocos fondos que tenían debían destinarse a sus camaradas, casi todos prisioneros en los campos de concentración franceses (Archivo IISG).

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