Laura Fernández Cordero, “Libertad sexual y electricidad: Notas para unos ensayos rojos”,
en Políticas de la Memoria, nº22, Buenos Aires, 2022, pp. 159-164. DOI:
https://doi.org/10.47195/22.751 . [Artículo evaluado por pares]
* Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas con sede en el Centro de documentación e investigación de la Cultura de Izquierdas. https://orcid.org/0000-0002-0253-5549.
Madre, me fui detrás de los obreros cantando.
Vamos a dar la vuelta al mundo cantando
y no queremos que Gandhi muera por nosotros
—ese hombrecito ridículo con la chiva y las oraciones—
y nos reímos de Wells y de todos los pensadores sublimes
y solo un hombre claro y científico que respira
oh que respira todavía en la Plaza Roja
nos ha de guiar hacia las grandes usinas, hacia los altos hornos,
hacia las montañas de acero,
hacia los clubs y hacia la higiene,
hacia la libertad sexual, hacia la electricidad,
hacia el petróleo y el agua, a nosotros, a nosotros,
hacia la dignidad humana.
El poeta es Raúl González Tuñón, dirige la revista Contra cuando escribe “El poema internacional” y, también, cuando publica “Brigadas de choque”, versos que le valdrán un proceso judicial en la Argentina de los primeros años treinta.1 Enrolado en una literatura social y justiciera, González Tuñón sintetiza en este poema el imaginario transformador de la Revolución rusa. Un paisaje duro poblado de usinas, acero, petróleo y hornos, comandado por un muerto que aún respira, y, en el mismo verso, la libertad sexual… y la electricidad.2
Bastante se sabe del impacto de la Revolución rusa en los posicionamientos y controversias políticas latinoamericanas,3 menos sabemos de su influencia en el debate local sobre la cuestión sexual.4 En el Río de la Plata y alrededores, el tema era entonces central para el anarquismo, lateral para el feminismo, preocupante para el socialismo y electrizante para las nuevas masas lectoras. Folletos y libros baratos sobre distintos aspectos de lo sexual se vendían como pan caliente.5 La excusa podía ser la divulgación científica y el cuidado de la salud, pero ¿quién controlaba el uso perverso y paliforme de esos textos y, sobre todo, esas ilustraciones? Baqueanos del pecado, los ideólogos católicos denunciaron de inmediato a todas estas publicaciones por su “obscenidad gráfica”.6 En la revista Criterio protestaban con ardor ante estas colecciones que, con la cubierta de una obra médica, multiplicaban sus ventas entre los espíritus más sugestionables. No eran los únicos escandalizados, pudorosas plumas socialistas llegaron a denunciar a Antonio Zamora, el reconocido mentor de la editorial Claridad y promotor de esta literatura, por “extraer las partes más sensualistas de las obras de estudio” en favor del negocio.7
A pesar de ese inquietante punto de encuentro entre catolicismo y socialismo, Criterio no distinguía matices, consideraba que todas estos materiales indeseables eran producto de una “moral comunista” de claro corte bolchevique. Y tenían mucha razón. Entre las promesas de la revolución recién estrenada en Rusia, estaban las de terminar con el matrimonio burgués, alcanzar al fin la emancipación de la mujer y favorecer el amor libre. Intentaron sancionar esas transformaciones en el “Código integral del matrimonio, la familia y la tutela” de 1918, que fue editado aquí como Código Bolchevique del matrimonio en 1922 por TOR, una editorial de libros populares, con prólogo sesudo y celebratorio del Dr. Alcides Calandrelli. Leído en un contexto en el que todavía la Argentina no había llegado a la reforma del Código Civil —que en 1926 permitió a las mujeres acceder a algunos derechos civiles y políticos sin tutela masculina, pero no al voto ni a la patria potestad compartida ni al divorcio—, el código ruso era ultrarrevolucionario. Reflejo de innumerables discusiones sin zanjar, concebido como una legislación transitoria y sujeto a múltiples modificaciones hasta su reversión en los años treinta, estaba en línea con ideas previas de la cultura revolucionaria local, las agitaciones de las propias mujeres y los clásicos axiomas marxistas relacionados con la extinción de la familia burguesa, la igualdad y la independencia económica de la mujer, la socialización del trabajo doméstico y del cuidado de la prole. Así, las nuevas reglamentaciones equiparaban el derecho de ambos géneros, favorecían la unión libre (aunque los matrimonios continuaban registrándose), abolían la condición ilegítima de hijos e hijas y ofrecían la posibilidad del divorcio tras el simple pedido de cualquiera de los cónyuges. Además, se legalizó el aborto que, con muy serias dificultades, fue gestionado en los hospitales públicos, y dejó de condenarse la homosexualidad que pasó a ser, como otras, prácticas personales y privadas, sin injerencia del Estado.8
En la mismísima Rusia, hubo quienes opinaban que ese código era todavía muy burgués, otras voces se alzaron para denunciar su impronta demasiado libertaria y su impracticabilidad. No eran pocas las paradojas que resultaban de su aplicación en un contexto de guerra y hambre, en las extendidas y tradicionales familias campesinas, entre los obreros y obreras que se hacinaban en las ciudades compartiendo habitaciones, con millares de niños en la orfandad y el desamparo, y sin acceso a métodos anticonceptivos seguros. Pese a todo, la revolución cumplía con su promesa de trastornarlo todo y, así como se reinventaban las formas de propiedad y los lazos de autoridad, se experimentaban nuevas formas de amar, de gozar, de ser familia.
Si la electricidad fue indiscutido emblema ruso, la libertad sexual se convirtió en un elemento clave para desprestigiar los acontecimientos revolucionarios. Para el imaginario conservador y sus lenguas maliciosas, los socialismos, comunismos y movimientos emancipatorios de toda laya convertirían a la mujer en propiedad colectiva, fomentarían el libertinaje y desatarían los instintos. Es cierto que las izquierdas de este momento compartían la idea de que los instintos estaban atados, reprimidos o ahogados por el sistema explotador e hipócrita, pero a diferencia del discurso católico —que clamaba por no escuchar las sirenas de los instintos y por aplacar la urgencia de su llamado—, se pergeñaban modos de liberar esas fuerzas por el bien de la salud, la paz social o la justicia sexual.
Tan extendida era la calumnia conservadora que, en campaña por lograr que la nueva república fuera reconocida por otros países, Trotsky respondía “Catorce preguntas sobre la vida y la moral en La Unión Soviética” y, entre ellas: “¿Destruye el bolchevismo deliberadamente la familia?; ¿Se rebela el bolchevismo contra todos los valores morales establecidos respecto al sexo?; ¿Es cierto que la bigamia y la poligamia no son punibles en el sistema soviético?”.9 El líder de la revolución remataba su argumento:
Lo ideal es el matrimonio prolongado y permanente basado en el amor y la cooperación mutuos. La influencia de la escuela, la literatura y la opinión pública soviéticas tienden a ello. Liberado de las cadenas de la policía y el clero, más tarde también de las de la necesidad económica, el lazo entre hombre y mujer hallará una expresión propia, que estará determinada por la fisiología, la psicología y la preocupación por el bienestar de la raza humana.
Aunque la consigna “matrimonio permanente” tuvo, como concepto, mucho menos suerte que la de “revolución permanente”, Julio Barcos habría aplaudido ese párrafo desde Buenos Aires. Educador, editor, promotor de revistas y escritor con proyección latinoamericana se cuenta entre quienes fueron calificados como anarcobolcheviques, para luego derivar en el Partido Radical.10 El libro que publica en 1921 proclama desde el título la Libertad sexual de las mujeres y, entre las innumerables referencias científicas y literarias, se percibe la inspiración de esa Rusia que describe Trotsky.
Barcos denuncia la doble moral sexual que habilita tropelías sexuales a los varones y condena a las mujeres a la abstinencia o a la hipocresía. Entre romántico y eugenésico, toma por blanco predilecto la castidad o la himenolatría denostada por ser perjudicial a la salud. Consideraba a la homosexualidad como una de las tantas aberraciones que desaparecerán con la anarquía. Según su argumentación, disuelto el nudo civilizado que ata la naturaleza viva del sexo, toda desviación quedará conjurada y las mujeres, ahora libres, serán madres felices, saludables y plenas. Para eso, se impone combatir al macho, al patrón del hogar, al Don Juan que abusa tanto de la letra chica del matrimonio convencional como de las bondades del amor libre.
Barcos señala con orgullo las ediciones piratas que multiplican las lecturas de su libro, pero se queja del silencio de la prensa burguesa. La indiferencia es sólo aparente porque, mientras su escritura ilumina el oscuro rincón del sexo, las autoridades le quitan su puesto oficial de Visitador de escuelas. Durante ese año, dirige la edición porteña de la revista de cultura libertaria Cuasimodo y otro interesado en las vicisitudes de la libertad amorosa, José Ingenieros, anima la Revista de Filosofía. Es allí donde publican una reseña crítica a cargo de Elías Castelnuovo, colaborador circunstancial de ambas publicaciones, quien, mientras participa del diario El trabajo cubre un puesto que le consiguió Barcos en un reformatorio de menores.
Castelnuovo parte de una tesis muy consensuada en las izquierdas: el “problema sexual” está ligado al “problema económico” y es hacia el oriente donde hay que mirar porque la revolución rusa abordó la cuestión “con algún éxito”. Coincide también en que el problema es la doble moral, la escasa penetración del conocimiento científico y la improbable independencia económica femenina. A su vez, afirma que este tipo de libro es muy necesario, en especial, entre las lectoras. Sin embargo, rechaza la condescendencia de Barcos hacia las mujeres, protagonistas indudables de esa “epopeya del siglo”. El tono de Castelnuovo es mucho menos indulgente, como demuestran algunos pasajes algo paródicos: “de todos los animales domésticos, la mujer es el que mejor se aviene con la perfección. Ocupa, indistintamente, el lugar del loro, de la sirvienta, del fonógrafo, de la máquina de placer…”. Esa condición femenina es clave, opina, y por tanto merece que se dirija contra ella la agresividad y el tono de denuncia que Barcos prefiere dedicar a los hombres. Insiste el crítico: “En su entusiasmo persuasivo llega a recitarle versos de la Delmira Agustini: aquel útero inflamado que se rascaba la sarna de su lujuria contra las breñas del Monte Parnaso”.11
Castelnuovo, quien había recibido la literatura libertaria de manos de un peluquero (debo esos detalles sustanciales a la pasión biográfica de Horacio Tarcus), sumaba así una referencia más a esa vieja metáfora capilar. Era muy común diagnosticar el carácter de una mujer a partir del modo en que llevaba el pelo. Por ejemplo, cuando Rodolfo Ghioldi viaja a Rusia, afirma que le sorprende gratamente que la referente de la socialdemocracia alemana, Clara Zetkin, “ni por coquetería exhibe un cabello negro”. Dice Tarcus que es el primer dirigente comunista que hace esa peregrinación, lo siguen varios, entre ellos el mencionado Castelnuovo, quien en 1931 ya es conocido como literato y logra viajar como corresponsal de La Nación (aunque publicó sus crónicas en el periódico comunista Bandera Roja y las redactó de memoria porque sus apuntes habían sido confiscados por la policía).12 Como apunta Beatriz Sarlo, es probable que Castelnuovo fuera a Rusia a comprobar “sus propias certezas”,13 sin embargo, el personaje-narrador se muestra sorprendido y dubitativo ante el contacto con la nueva mujer rusa de la que tanto se hablaba.
En su biblioteca estarían, con seguridad, los libros de Auguste Bebel y Friedrich Engels, ambos instituidos como palabra canónica sobre la espinosa emancipación de la mujer.14 Sus tesis daban espesor histórico a la figura de las “esclavas entre los esclavos” y vaticinaban un cambio estructural que les daría en el porvenir la posibilidad de educarse, liberarse del trabajo doméstico, compartir con el Estado la crianza y convertirse en trabajadoras en igualdad de condiciones. Ahora sabemos que esas promesas tuvieron innumerables torsiones durante la construcción del orden soviético,15 pero a inicios de los años treinta Castelnuovo tomó notas de esa cuestión en el último capítulo de su libro Yo vi… en Rusia (1932) y comenzó su siguiente libro, Rusia Soviética (1933) con un apartado titulado “La moral sexual”.16 Sus crónicas merecen una reseña más dedicada, pero anotemos su gran asombro ante la invitación sexual de un pareja que le da alojamiento, su pacata advertencia acerca de la mujer y el hijo que lo esperaban en Buenos Aires, su turbación al compartir el camarote con una joven sin prejuicios. Y, sobre todo, el detenimiento con el que describe “los cambios en los afeites de la mujer”. Que si ya no se maquilla porque no hay con qué, que si ya no está pendiente de la moda porque no hay mercado para tal cosa, que si no se fabrican perfumes... semejante cambio en las medio de producción, por supuesto, da como resultado un cambio en la superestructura de la coquetería femenina. En la opinión de Castelnuovo, “la mujer se ha vuelto más seria”. He aquí la “mujer nueva”: seria, sin maquillaje, despreocupada del afeite, trabajadora a la par del hombre, madre plena y saludable.
Como decíamos, la correspondencia entre el valor de una mujer y su estética era un lugar común. Cuando la anarquista Juana Rouco se defendía de los “pretendidos anarquistas” —recitadores de la doctrina de la emancipación de la mujer y, a la vez, consecuentes tiranos domésticos— parodiaba: “la mujer es un ser de trenzas largas e inteligencia corta; que hay que gozarla físicamente, y nada más; que no sirve más que para fregar y barrer y para poblar el mundo de esclavos.”17 Esto lo afirmaban desde Nuestra Tribuna, “Quincenario femenino de ideas, arte, crítica y literatura” que se publicó desde Necochea, Tandil y Buenos Aires a partir del agosto de 1922 y hasta el 1º de julio de 1925.18 Su propia tribuna les permitió recitar la doctrina en primera persona y provocar nuevos sentidos al declinar las ideas en femenino. Hoy, nos brinda una valiosa oportunidad de encontrar “la voz de la mujer” en un concierto de voces que tenía fuerte predominancia masculina.19 ¿Qué nos dicen acerca de su propia emancipación, de su oportunidad de vivir la libertad sexual, en fin, de su propio erotismo? Sabemos, por ejemplo, que leyeron Libertad sexual de las mujeres de Julio Barcos. Las redactoras transcriben dos fragmentos, uno sobre los deberes del padre en relación con la educación de las hijas libres; otro, sobre la moral femenina y la necesidad de combatir el “tartufismo” que las condenaba a la esclavitud. Y cuando esperamos una celebración del libro que menosprecia la virginidad y las convoca a la liberación, advierten:
Hablemos ahora de una novel corrupción que está fomentando una moderna literatura que expande a los cuatro puntos cardinales la “libertad sexual de la mujer”. Esa moderna corrupción que propaga esa literatura pretendida libertaria, es hija del engaño funesto, de la depravación y el vicio más refinado, y de una sensualidad instintiva a toda prueba.20
Ese tono se repite en las notas de distintas colaboradoras, como Mercedes Vázquez quien conmina: “Si queréis formar conciencias femeninas, no le habléis tanto de su libertad sexual… ¡Sin moralidad no hay libertad posible!”21 Sin dudas acompañarían a Barcos con entusiasmo en las loas a la maternidad, la denuncia del matrimonio tradicional, el combate de la castidad o la doble moral. Pero es muy probable que les resultara intolerable la franca eroticidad con que Barcos describía el deseo femenino, a pesar de esa intención “profiláctica” que detectaba Castelnuovo.
El poema que Barcos les dedica y que Castelnuovo encontraba demasiado galante y pedagógico, expresa:
Tómame ahora que aún es temprano;
Ahora, que tengo la carne olorosa
Y los ojos limpios, y la piel de rosa.22
Ese sentido que propone Barcos con el verso “Ahora que tengo la carne olorosa” resultaría, para las redactoras, difícil de aceptar. El temor y el pudor se imponían en un contexto de escasísimo acceso a métodos anticonceptivos seguros, con una ideología de la culpa ligada al aborto, y sin que la violencia hacia las mujeres hubiera superado el nivel de “tragedia íntima”. De hecho, todavía y durante décadas así se caracterizó el asesinato premeditado de Delmira Agustini en 1914 por parte de su reciente exmarido Enrique Job Reyes quien, sin poder comprender el talante poético de Agustini o acaso enterado del amor de ella por el argentino y socialista Manuel Ugarte, no habría tenido otro camino que dispararle y suicidarse.
Vivas o muertas, las mujeres parecían poner en jaque toda certeza sobre “LA MUJER”. Como señaló Sarlo, Castelnuovo habrá ido poco dispuesto a desafiar sus supuestos políticos previos, pero las experiencias concretas con las rusas lo conmovieron fuertemente. Y no solo a él, algunos compañeros se mostraron en desacuerdo con el tenor de sus anécdotas, tanto que se vio obligado a suprimirlas en la segunda edición de 1933. En su siguiente libro, la Rusia Soviética, agregó un duro descargo en el que comentaba que los detractores, “sobre todo los cornudos”, pusieron el grito en el cielo. Según él, habrían tomado la anécdota por el todo, sin reparar en que el amor libre comenzaría por las mentes más avanzadas. Allí señala que se le ha reclamado que sus crónicas se detuvieran en lo banal, en lugar de relatar las vicisitudes de las usinas, el petróleo, las fábricas… el lado duro del paisaje ruso. Por último, Castelnuovo se burla de esa moralina de los supuestos admiradores de la epopeya rusa, temerosos de las emociones que podría desencadenar el sexo libre. Un miedo similar le dictaba a Franceschi, el referente católico, una conceptualización muy precisa sobre lo que las imágenes sexuales, incluso las relatadas, despertaban: la exaltación de la “libídine visual”. Así, púdicos defensores y ardientes detractores miraban hacia la revolución con un ojo en las enormes transformaciones económicas y otro, en el propio cuerpo esculpido en piedra por la moral burguesa.
Como sabemos, los acontecimientos siguieron su curso alucinante y trágico, las miradas ajenas se mantuvieron expectantes ya sea para denostarlos o para dar un contenido real a la utopía personal y colectiva. Contamos con cientos de historias que podrían hilarse una a otras en interminables eslabones biográficos (Agustini-Ugarte-Palacios-Ingenieros-Barcos-Rouco-Lazarte…). Guardamos bibliotecas y revistas con las huellas de esos relatos apasionados y de las querellas en las que se trenzaron. Pero, sobre todo, sabemos que a su deriva del terror y a este presente imperialista y autoritario podemos enrostrar otra Rusia, la de unos primeros años de fervorosa imaginación social y una fascinación libidinal que brillaba desde lejos para espanto de los prudentes.
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Sexual freedom and electricity: notes for some red essays
Resumen
Como en cada número de Políticas de la Memoria, el Programa de memorias políticas feministas y sexo-genéricas, “Sexo y Revolución” del CeDInCI publica un trabajo relacionado con alguno de sus objetivos. En este caso, se trata de “fortalecer el estudio y debate acerca de la relación de los movimientos de mujeres, los feminismos y los activismos sexo-genéricos con las izquierdas en todo su arco de expresión”. Con ese ambicioso horizonte a la vista, este ensayo propone una clave menos presente en los numerosos estudios acerca de la recepción de los acontecimientos de la Revolución rusa de 1917. Si bien su lectura local ha sido muy analizada, aquí se pretende comenzar a explorar algunos episodios sobre la relación de la denominada “cuestión sexual” con las noticias que llegaban de Rusia. Esos relatos alimentaban imaginarios de emancipación y ansiedades morales en las izquierdas, al tiempo que eran utilizados como prueba de “degeneración” e inmoralidad desde las derechas conservadoras.
Palabras clave: Cuestión sexual; Revolución rusa; Recepción argentina.
Abstract
As in every issue of Políticas de la Memoria, the Program of feminist and sex-gender political memories, “Sexo y Revolución” (CeDInCI) publishes a work related to one of its objectives. In this case, it is about “strengthening the study and debate about the relationship between women’s movements, feminisms and sex-gender activisms with the left in all its arc of expression”. With this ambitious horizon in view, this essay proposes a key less present in the numerous studies on the reception of the events of the Russian Revolution of 1917. Although its local reading has been widely analyzed, the intention here is to begin to explore some episodes on the relationship of the so-called “sexual question” with the news coming from Russia. These stories fed imaginaries of emancipation and moral anxieties on the left, while they were used as evidence of “degeneration” and immorality from the conservative right.
Keywords: Russian revolution; Sexual freedom; Argentine reception
1 Contra n° ٢, Buenos Aires, mayo de ١٩٣٣, p. ١٣. Disponible en https://ahira.com.ar/ejemplares/contra-no-٢/
2 Este es un ensayo preliminar con vistas a un trabajo de mayor alcance; una primera versión fue leída durante las IXas Jornadas de Historia de las izquierdas, CeDInCI/UNSAM. ١٠٠ años de Octubre de ١٩١٧ Peripecias latinoamericanas de un acontecimiento global, Buenos Aires, ٢٣ y ٢٤ de noviembre de ٢٠١٧.
3 Para el caso argentino: Andreas Doeswijk, Los anarco-bolcheviques rioplatenses (١٩١٧-١٩٣٠), Buenos Aires, CeDInCI, ٢٠١٣. Roberto Pittaluga, Soviets en Buenos Aires. La izquierda de la Argentina ante la Revolución en Rusia, Buenos Aires, Prometeo, ٢٠١٥. Hernán Camarero, Tiempos Rojos, Buenos Aires, Sudamericana, ٢٠١٧.
4 En el subcapítulo “Mujeres”, Pittaluga ofrece algunos puntos de entrada op. cit., pp. ٢٧٦ y ss. Cfr. Mención la emancipación de la mujer en Natalia Bustelo y Pilar Parot Varela, “Los primeros feminismos universitarios de Argentina. Entre la cultura científica y la aceleración de los tiempos emancipatorios”, Contemporánea n° ١, Montevideo, ٢٠٢٠, pp.١٣- ٣٠. Debo la recuperación de este ensayo a los intercambios entusiastas con Marina Becerra.
5 Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, ١٩٩٥. Hugo Vezzetti, “Las promesas de la sexología”, Aventuras de Freud en el país de los argentinos. De José Ingenieros a Enrique Pichón-Rivière, Buenos Aires, Paidós, ١٩٩٦.
6 Gustavo J. Franceschi “Bajo el signo de la impureza”, Criterio nº ٥٩٦, Buenos Aires, ٣ de agosto de ١٩٣٩, p. ٣٢٦. Franceschi era el director en ese momento. Criterio se publica desde ١٩٢٨ y hasta la actualidad.
7 “Folletín”, Metrópolis n° ٧, Buenos Aires, noviembre de ١٩٣١. Disponible en https://ahira.com.ar/ejemplares/٧-٥
8 Wendy Goldman, La mujer, el Estado y la revolución. Política familiar y vida social soviéticas ١٩١٧-١٩٣٦, Buenos Aires, IPS, ٢٠١٠.
9 Catorce preguntas sobre la vida y la moral en La Unión Soviética. Liberty [Libertad], ١٤ de enero de ١٩٣٣, donde se publicó con el título “¿Está la Rusia soviética en condiciones de ser reconocida?” Este artículo fue escrito durante la campaña electoral de ١٩٣٢, en la que se discutía el problema del reconocimiento de la URSS. Cfr. https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/escritos/libro٢/T٠٣V٢٠٣.htm#_ftn١
10 Horacio Tarcus, “Barcos, Julio Ricardo”, Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas, ٢٠٢٠. Disponible en http://diccionario.cedinci.org. Julio Barcos, Libertad sexual de las mujeres, Buenos Aires, Filosofía y Letras, UBA, ٢٠٢٢.
11 Elías Castelnuovo, Revista de Filosofía nº 6, Buenos Aires, noviembre de 1922, p. 463. Una ampliación de este debate: Laura Fernández Cordero, “Introducción”, Julio Barcos, La libertad sexual de las mujeres, Buenos Aires, Buenos Aires, EuFyL, 2022.
12 Horacio Tarcus, (ed.), Primeros viajeros al país de los soviets: crónicas porteñas, ١٩٢٠-١٩٣٤, Buenos Aires, Bibliotecas, ٢٠١٧. Sylvia Saítta, Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, ٢٠٠٧.
13 Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires ١٩٢٠ y ١٩٣٠, Buenos Aires, Nueva Visión, ١٩٨٨.
14 August Bebel, La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir [١٨٧٩], Barcelona, Fontamara, ١٩٨٠. Friedrich Engels [١٨٨٤], El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Buenos Aires, Claridad, ١٩٤١.
15 Goldman, op. cit. Sheila Fitzpatrick, La vida cotidiana durante el estalinismo: cómo vivía y sobrevivía la gente común en la Rusia soviética, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, ٢٠١٩.
16 Elías Castelnuovo, Yo vi en Rusia, Buenos Aires, Actualidad, ١٩٣٢; Elías Castelnuovo, Rusia soviética, Buenos Aires, Rañó, ١٩٣٣; Esteban Virgilio Da Ré, “Las crónicas de viaje a la URSS de Elías Castelnuovo: el humor como estrategia crítica”, Anclajes, vol. ٢٣, n° ٢, La Pampa, ٢٠١٩, pp. ٢١-٣٨.
17 Juana Rouco, “María Álvarez”, Nuestra Tribuna n° ٣٩, Necochea, ١° de julio de ١٩٢٥.
18 Dora Barrancos, “Mujeres de Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”, Mora n° ٢, Buenos Aires, ١٩٩٦, pp.١٢٥-١٤٣. Ana Alonso y Patricia Piedra, “Las otras editoras del periódico anarquista Nuestra Tribuna. Fidela, Terencia y María”, Políticas de la Memoria nº ١٧, ٢٠١٧, disponible en www.cedinci.org/PDF/PM/PM_١٧٪٢٠compilada.pdf.
19 Laura Fernández Cordero, “La lengua feroz. Voces libertarias para una enunciación feminista presente”, Historia feminista de la literatura argentina, Graciela Batticuore y María Vicens (eds.), Eduvim, Villa María, Córdoba, ٢٠٢٢.
20 “Editorial. La prostitución”, Nuestra Tribuna nº ١٦, Necochea, ٢١ de marzo de ١٩٢٣.
21 Mercedes Vásquez, “La libertad de la mujer”, La Voz del Paria nº ٤, Balcarce, ١٩٢٣.
22 El poema es, en rigor, de Juana de Ibarbourou.