El Partido Socialista y el Frente Popular
Entre el particularismo partidario y la coalición de fuerzas democráticas

Ricardo Martínez Mazzola*


Introducción

El PS y las alianzas políticas

a. Acuerdo en la cámara, confluencias en las calles

b. El XXIII Congreso del PS y el Frente Popular

c. El otro personificado. Frente Popular y Frente Nacional

d. La lucha por la tradición nacional

e. Epílogo para el Frente Popular

Reflexiones finales

Corpus citado

Referencias bibliográficas

Introducción

Por décadas, las miradas sobre los ‘30 oscilaron entre las denuncias morales acerca de la “década infame” y los enfoques revisionistas que, provenientes de las ciencias sociales, subrayaron las importantes innovaciones económicas y sociales que la Argentina experimentó en esos años. Solo recientemente una nueva historiografía política comenzó a abordar y a proponer lecturas que dieran cuenta de la compleja dinámica política tejida en él.1 Entre los numerosos trabajos que comenzaron a iluminar los mecanismos a través de los cuales el régimen establecido a partir de 1930 aseguró su reproducción pero sin poder superar el dilema entre los imperativos de mantenimiento del poder y producción de legitimidad se destaca La República Imposible, texto en el que, retomando un argumento que ya había esbozado en obras anteriores, Halperín Donghi2 plantea que el conflicto que a partir de 1916 enfrentó a quienes, apelando a la legitimidad del sufragio universal, apoyaron al radicalismo; y quienes, subrayando la importancia de otros principios, cuestionaron a los gobiernos radicales, se mantuvo luego del golpe de Uriburu. Así el clivaje radicalismo-antiradicalismo habría seguido tiñendo la dinámica política hasta el advenimiento del peronismo. Pero Halperin Donghi no se limitó a subrayar algo que sería indiscutible, que la divisoria en torno al radicalismo siguió siendo central en la política de los ‘30, sino que sostuvo que la identidad del resto de los actores siguió estando marcada por una toma de posición que los enfrentaba al radicalismo.

Uno de los objetivos de este artículo se relaciona con la revisión del argumento que coloca la señalada divisoria como el elemento estructurante de las identidades políticas durante los años ’30. Partimos de la hipótesis de que, al menos en lo que refiere al Partido Socialista (PS) la divisoria principal se colocó cada vez más en torno al eje democracia-fascismo. Con este fin, y luego de revisar la posición histórica del PS respecto a las alianzas políticas, reconstruiremos la posición de los socialistas con respecto a las iniciativas que, en 1936, hicieron imaginable la construcción de un Frente Popular en el que confluyeran radicales, socialistas, demócratas progresistas y comunistas, entre otras fuerzas.


El PS y las alianzas políticas

Desde sus primeros días el Partido Socialista se presentó explícitamente como representante de una parte de la sociedad: el proletariado. Se trataba de una identidad parcial, que rechazaba explícitamente la posibilidad de la representación de la comunidad política como un todo. El PS no se presentaba a la competencia política como una fuerza más, que buscaba representar a todo “el pueblo”, tampoco como un partido “de principios”, sino como un partido “económico” que mantenía un vínculo especial con una parte de la sociedad: la clase obrera. Esa identificación entre posición de clase e identidad política, no vedaba la posibilidad de acuerdos con otros sectores sociales, pero llevaba a que esos acuerdos fueran pensados en clave de alianzas de clases que se establecerían a partir de coincidencias objetivas de intereses. Más que una articulación lo que se proponía era una suma, que no redefinía los límites de cada una de las identidades preexistentes. Siguiendo las formulaciones de Aboy Carlés, podemos evaluar que, en sus primeros tiempos, el PS, y en particular su líder Juan B. Justo, proponía una identidad parcial.3

Distinta es la mirada que años después plantearía el líder socialista en ocasión de la polémica con Ferri. Frente al italiano, quién afirmaba que, dada la inexistencia de un partido radical, el PS debía convertirse en tal, Justo proponía que el socialismo hegemonizara las tareas democratizadoras del inexistente reformismo pequeño burgués y campesino. Encontramos aquí un intento de redefinir la frontera constitutiva del PS, planteando un juego entre la identidad parcial, obrera, y una más amplia popular. Pero el PS no logró llevar adelante con éxito las complejas tareas de mediación política que permitieran articular las interpelaciones a la clase obrera con la construcción de un pueblo, de una mayoría capaz de transformar la sociedad derrotando al bloque en el poder. Lejos de avanzar en acercamientos a otras fuerzas el Partido Socialista llevó adelante un permanente esfuerzo de diferenciación que lo distanció del resto de las fuerzas del escenario político argentino.

Hasta 1930 el PS no estableció alianzas e intentó mantener un perfil propio que lo alejaba tanto del yrigoyenismo como de la coalición antiyrigoyenista. En 1931, en cambio, confluyó con el Partido Demócrata Progresista en la Alianza Demócrata Socialista. ¿Qué había cambiado? Por un lado, el escenario nacional, en el que la instalación de un gobierno de facto y las políticas represivas que éste llevó adelante colocaron la cuestión democrática y las libertades liberales en el centro de la agenda.4 Por otro, el propio PS, en el que el ingreso de un numeroso contingente de militantes provenientes del reformismo universitario encabezado por Alejandro Korn, y la promoción de figuras jóvenes como Américo Ghioldi, impulsaron el reemplazo de la lectura economicista del socialismo por otra de matriz ética. Estos cambios favorecerían confluencias que se planteaban menos en nombre de reformas sociales que de la defensa de la libertad.

Tal será el carácter de los acercamientos que, a lo largo de los ‘30 el PS establecerá con otras fuerzas políticas. Y ello en dos planos, por un lado, y aunque la Alianza Demócrata Socialista no perdura, el PS mantiene una buena relación —mejor que la que había mantenida a la fecha con fuerza alguna— con el Partido Demócrata Progresista.5 Los socialistas elogian la gestión de Molinas en Santa Fe y la defienden cuando el gobierno nacional decreta su intervención. También mantienen un fuerte vínculo en el Parlamento y, aun sin constituir bloque en común, socialistas y demócratas progresistas votaban en conjunto en la mayor parte de las cuestiones. Por otro lado, la convocatoria en clave cívica se daba también en un plano más amplio. Un ejemplo lo encontramos en la campaña convocada en junio de 1932 “Por la libertad y la democracia”, la que reunió a socialistas, demócrata progresistas, sectores del radicalismo (aunque no el yrigoyenismo), socialistas independientes, Concentración Obrera, la FUA, la FUBA y la CGT. De las movilizaciones participaron sectores del radicalismo antipersonalista pero no la UCR del Comité Nacional, encabezada por Marcelo T. de Alvear.6 Una frontera profunda separaba a estos radicales de aquellas fuerzas que participaban en comicios cuya legitimidad la UCR cuestionaba.


a. Acuerdo en la cámara, confluencias en las calles

A comienzos de 1935 la decisión de volver a los comicios por parte de la UCR transformó el mapa político y pareció abrir las puertas a un acercamiento entre el radicalismo y las otras fuerzas de oposición. En las siguientes elecciones de renovación parlamentaria que, buscando ganar tiempo, el oficialismo postergó para marzo de 1936, la UCR demostró que mantenía muchos de sus viejos apoyos. Si ello no alcanzó para imponerse en la decisiva Provincia de Buenos Aires, en la que el oficialismo llevó adelante un fraude que superaba el de años anteriores, sí permitió numerosos triunfos electorales que dieron a la UCR un bloque de 43 diputados.

Un mes después de la elección, ya conocidos los resultados definitivos y a punto de iniciarse las sesiones preparatorias del Congreso, La Vanguardia subrayaba que, merced a esos triunfos radicales, la Cámara de diputados tenía una composición muy distinta a la del pasado. Trazando una caracterización positiva del radicalismo el diario socialista señalaba que, dado que se trataba de una fuerza influenciada por los anhelos sociales de la masa trabajadora, cabía esperar mejores resultados en la sesión legislativa. A continuación, y definiendo un claro antagonista en la Concordancia, se sostenía que, dado que los radicales “se vinculan con la lucha contra el privilegio de las clases conservadoras, contra las tendencias clericales y contra las tendencias fascistizantes tanto en las cuestiones económicas como en las políticas”, constituirían un importante apoyo para la acción que venían llevando adelante los socialistas. Como podemos ver, aun saludando al recién llegado, los socialistas no dejaban de señalar la prioridad de su lucha. Más aún, parecían tomar prueba a los radicales señalando que constituiría un gran dolor que al final del año parlamentario tuvieran que concluir que, en lugar de uno, hay en la cámara dos sectores conservadores. “El pueblo, se advertía a los radicales, no se mostraría conforme si la fuerza del número se empleara tan solo en cuestiones superficiales y escaramuzas políticas”.7

Al constituirse la cámara el acuerdo de las fuerzas opositoras se expresó en el voto a una “mesa de afirmación democrática” conformada por un presidente radical, un vicepresidente primero socialista, y un vicepresidente segundo demócrata progresista. La votación, se explicaba, traducía “el repudio contra el fraude y la violencia, encarnados, principalmente en los diplomas de la provincia de Buenos Aires, y contra la tendencia a imponer prácticas y sistemas que la mayoría del pueblo argentino rechaza con toda energía.”8

Pero los acercamientos entre socialistas, radicales y demócrata-progresistas —que recibían impulso del cambio de posturas de la Internacional Comunista9 y del triunfo del Frente Popular en las elecciones españolas de febrero de 1936—10 no solo se daban en el Congreso. La invitación —cursada por la nueva conducción de la CGT, en manos ahora del grupo ferroviario encabezado por Juan Doménech, que había abandonado las concepciones más estrechas de la neutralidad gremial—, incluía también al movimiento estudiantil, y al ilegalizado Partido Comunista (PC). Estos cambios dieron lugar a una situación inédita en la historia argentina, la participación de estas fuerzas, y también del ilegalizado PC y representantes del movimiento estudiantil, en el acto que la CGT organizaba por el 1º de mayo.

En este artículo no podemos ocuparnos en detalle de dicho acto, lo que implicaría analizar no solo las posiciones de cada uno de los participantes y en particular de una CGT que, en manos del grupo ferroviario encabezado por Juan Doménech, había abandonado las concepciones más estrechas de la neutralidad gremial. Nos detendremos sí en las intervenciones de los socialistas, señalando como ellas dejan ver distintas miradas acerca del vínculo entre identidad socialista y Frente Popular. Hacia la mitad de la tarde del 1º de mayo las cinco grandes columnas que partiendo de distintos puntos de la ciudad habían confluido en Plaza Congreso, comenzaron a marchar por Avenida de Mayo, Florida y luego Diagonal Norte hasta situarse ante el palco ubicado en Diagonal y Carlos Pellegrini. Allí, el Secretario General de la CGT José Doménech celebró que las organizaciones gremiales se unieran fraternalmente “a las demás fuerzas democráticas” y destacó que los trabajadores habían comprendido que la contemplación exclusiva de sus propios problemas sindicales limitaba su horizonte oprimiéndolos en un círculo de egoísmo. Lisandro de la Torre dio un breve discurso en el que celebró “el renacimiento del espíritu cívico argentino” e instó a continuar luchando por la libertad electoral, de trabajo, de palabra, de acción. La matriz liberal de sus palabras, algo contrastante con la de otros oradores, se hizo notoria al concluir que, si antes la voz de orden era “Trabajadores del mundo, uníos”, en ese momento debía ser “hombres libres de todo el mundo, uníos”. Emilio Ravignani explicó que la adhesión al acto expresaba que la UCR estaba dispuesta a profundizar su trayectoria histórica que había consolidado las libertades constitucionales. Argumentó que al sostener que esas libertades carecerían de sentido si no se les daba un contenido histórico y social, el radicalismo no hacía más que recoger y acrecentar “la tradición de nuestra revolución por la libertad”, en la que se fincaba “el verdadero nacionalismo que va contra los falsos nacionalismos que niegan el fondo de nuestro pasado”.11 El sujeto popular ocupaba un lugar más central en el discurso de otro de los oradores radicales, el Dr. Arturo Frondizi, quien denunció que el pueblo se hallaba políticamente oprimido “por una oligarquía gobernante que para salvar sus privilegios de clase está oscilando entre ciertas formas constitucionales y la implantación de una dictadura que termine por arrasar con las pocas libertades que aún nos quedan”. Adoptando una retórica antiimperialista, Frondizi denunció que el vínculo entre esa opresión política y la explotación económica que la oligarquía realizaba en beneficio de “los grandes capitalismos imperialistas que vienen matando todo intento de liberación nacional”. El capital internacional que, denunciaba, se había apropiado de las fuentes del petróleo, la ganadería, los transportes solo podía ser detenido por el pueblo trabajador. Era en esa clave que Frondizi consideraba como feliz esa fecha en la que

todos los hombres que contribuyen al progreso de la colectividad argentina, levantan una bandera común de lucha, sostenida por un gran frente popular democrático, dando a este 1 de mayo de 1936 una resonancia histórica por las proyecciones que puede alcanzar en el futuro como medio para trasformar a nuestra Argentina en un país libre, que marche definitivamente por el sendero de la democracia y la justicia social12

En el acto fueron varios los oradores pertenecientes al PS. Francisco Pérez Leirós, quien habló en nombre de la CGT, subrayó que las diferencias entre grupos no podían constituir obstáculos para pactar acciones en defensa de los sagrados intereses de la población. Concluyó: “Podemos seguir mezclándonos sin temor a confundirnos, ya que cada uno conserva la libertad y autonomía para sus actividades y propósitos que son peculiares a cada uno de los núcleos pactantes”.13 En la misma dirección se expresó Adolfo Rubinstein, concejal socialista y representante del PS en la comisión organizadora del acto, quien afirmó que en el mitin las fuerzas políticas no aparecían confundidas sino que cada una de ellas mantenía “íntegramente sus reivindicaciones políticas, pero coincidiendo en puntos concretos destinados a sostener y acrecentar el desarrollo de la democracia”.14

Al hacer uso de la palabra Nicolás Repetto, asignó un carácter más duradero al agrupamiento de fuerzas al señalar que de la conjunción espontánea debía nacer “la decisión firme de encauzar y disciplinar este gran caudal de la opinión popular hacia la solución de los problemas que, con mayor urgencia, llaman a la razón y el patriotismo de los buenos ciudadanos. Más profundas eran las consecuencias que Enrique Dickmann daba a la unidad. El diputado socialista sostuvo que, si el PS había aceptado entrar en una conjunción de fuerzas obreras y políticas para defender las libertades fundamentales en peligro, él deseaba que en el futuro la conjunción se diera “por una inteligencia común, por una acción constructiva común”. Pero esta imaginación de un agrupamiento más permanente, al que Dickmann asignaba una agenda reformista compartida, no era obstáculo para la aparición de cierto patriotismo de partido el que se expresaba en la afirmación —¿planteada en polémica con el radicalismo?— de que la manifestación le había dado la razón a la táctica socialista de concurrencia a las urnas y participación de los cuerpos colegiados.15

Sin dudas el dirigente que llevó más lejos la idea de fusión de los distintos componentes en una nueva unidad fue Mario Bravo. Comenzó señalando que, aunque había oído con emoción las aclamaciones partidarias y las bandas que ejecutaban marchas obreras y de los distintos partidos, sentía que faltaba algo que diera a la movilización “la unidad y dirección espiritual que corresponde, por imposición de los sentimientos y en ratificación de los ideales superiores que la agitan”. Fue con el fin de expresar en síntesis argentina la unidad emocional de la multitud, explicó el tucumano, que había pedido a la comisión organizadora que se ejecutara el himno nacional, y ello porque ningún canto podía concretar con tanta claridad “el fondo moral” de ese movimiento. Buscado deslindar el sentido que asignaba a la unidad, Bravo sostuvo que el frente que ese día se iniciaba como resultado “de la voluntad de las masas populares” no podía ser ni sindical, ni radical, ni comunista, ni socialista, sino que debía ser “el Frente popular argentino” en el que desaparecían las ideologías particulares y los intereses circunscriptos. Bravo señalaba que los distintos sectores se habían unido:

superando nuestro egoísmo ideológico o de grupo para emprender una gran jornada nacional, en que desaparecen nuestros símbolos, nuestros cantos partidarios, nuestras invocaciones singulares para dar preeminencia a la nación con su himno, que hoy han escuchado doscientas mil personas, y a su bandera que debemos reivindicar para nosotros, rescatándola de las manos que hoy la ultrajan. Representamos… el 90% de la nación, y podemos jactarnos de ser el Frente Popular por excelencia, el frente democrático argentino.16

Bravo compartía con otros dirigentes la necesidad de darle continuidad y dirección unificada al movimiento, pero insistía, en que esta debía ser una dirección democrática que estuviera en contacto con los anhelos de la masa. Planteando el vínculo con la tradición de Mayo, Bravo señalaba que la manifestación constituía un “Cabildo abierto” que anunciaba que la revolución argentina por su liberación económica había comenzado. Y ello, concluía, por la voluntad de la inmensa mayoría del pueblo que había empujado a la política hacia una zona de acción concertada guiada por la voz de orden “por el bien de la patria”.17


b. El XXIII Congreso del PS y el Frente Popular

La cuestión del Frente Popular ocuparía un lugar importante, pero no exclusivo, en el XXIII Congreso del PS, a realizarse a fines de junio de 1936. A mediados de ese mes La Vanguardia informaba que en la reunión y junto a los habituales temas referidos a la marcha del partido, también se consideraría la situación del país y la actitud que debía adoptar el PS ante la futura lucha presidencial que implicaba el “problema del sufragio, la libertad y la democracia”. El periódico subrayaba que también se había resuelto incluir la consideración “del problema agrario”. El artículo se dedicaba largamente a detallar las aristas del problema y a destacar que mientras “los temas de la política electoral absorben el tiempo de los demás partidos” los socialistas se disponen a resolver un problema social fundamental.18 La afirmación de orgullo socialista y el menosprecio por los temas electorales dejaba ver las dificultades que la propuesta de Frente Popular podía suscitar en las filas socialistas.

Si las numerosas mociones que remitían a la política agraria fueron votadas casi sin discusión, la aprobación de la política frentista mereció importantes voces críticas.19 Y ello a pesar de que la izquierda partidaria, que se mostraba más entusiastamente aliancista que la dirección del PS, retiró el despacho de minoría y dio su apoyo al de mayoría que exhortaba al CE a colaborar con las organizaciones democráticas y obreras para “movilizar a la gran masa popular en la gran empresa cívica de abortar la gran ola de barbarie política que se cierne sobre el país”.20 Pero las diferencias en el sentido asignado al Frente Popular eran importantes. La posición de la dirección fue presentada por Adolfo Dickmann quien luego de señalar que las características del momento llevaban a cambiar la consigna socialista de “solos contra todos” por la de “todos contra pocos” ello no implicaba un cambio en la posición doctrinaria del PS que siempre se había mostrado abierto a combinaciones con otras fuerzas para la obtención de propósitos comunes si las circunstancias lo ameritaban. Luego de abordar los programas de los Frentes Populares francés y español y mostrar que no eran tan radicales, cuestionó las propuestas de Benito Marianetti y otros delegados de la izquierda quienes pedían incluir reivindicaciones, como la de expropiación sin indemnización, que el PS nunca había sostenido por sí solo. Dickmann destacó la importancia de obtener el aval de la UCR para el frente subrayando que si esa fuerza no ingresara el Frente Popular no sería una realidad sino una mera “aspiración fracasada”.21

Pero la principal discusión tenía que ver con lo organizativo y remitía a la propuesta por parte de la izquierda de la formación de una comisión del congreso que invitara a los demás partidos a formar parte del frente. El punto, rechazado como apresurado por Dickmann, fue defendido por Bernardo Edelman, sosteniendo que lo que lo hacía necesario era la poca actividad que para la formación del Frente había desplegado el Comité Ejecutivo (CE). Aún más lejos fue Marianetti quien acusó a dicho órgano directivo de esforzarse por “aniquilar los esfuerzos de los socialistas en favor de la formación del Frente Popular”. Las palabras de Marianetti fueron contestadas por Arturo Rubinstein quien explicó que si en Mendoza, Tucumán y Entre Ríos el CE había pedido a las direcciones que se retiraran de los frentes, era porque éstos no eran Frentes Populares sino frentes únicos, formados siguiendo la táctica comunista y sin participación de otras fuerzas que el PS y el PC. Finalmente, y más allá del calor de la discusión, el Congreso aprobó por aclamación, forma de votación propuesta por Marianetti, el despacho que proponía:

a) propender a la formación de un Frente Popular democrático (…) b) invitar públicamente a constituirlo a todas las fuerzas democráticas y obreras, sindicales y políticas (…); c) encargar al CEN y al Consejo Nacional la tarea de llevarlo a cabo en todo cuanto concierne al PS22

En los días que siguieron al congreso la prédica socialista osciló entre el patriotismo de partido —visible en un editorial de La Vanguardia pretendió conectar los propósitos del Frente Popular con “la creciente vigorización y extensión del movimiento socialista, de la obra socialista y de los ideales socialistas”—,23 con apelaciones más amplias como la que, partiendo de que el problema de la hora radicaba “en el cumplimiento de la ley Sáenz Peña y en el respeto a las instituciones”, presentaba la iniciativa frentista como un esfuerzo para perfeccionar las herramientas con que forjar “la Argentina libre, civilizada y próspera que quisieron sus grandes fundadores y por la que hemos de seguir trabajando todos los ciudadanos dignos y responsables.”24

Sería esta última tónica que proponía un vínculo entre las tradiciones del pasado y la situación del presente, la que predominaría en las semanas que siguieron al Congreso. Pero esa reivindicación no se planteaba en abstracto y con fines hagiográficos sino que se orientaba a disputar con el “otro” frente al cual se recortaba la figura del Frente Popular.


c. El otro personificado. Frente Popular y Frente Nacional

En mayo, y al tiempo que celebraban el triunfo del Frente Popular —formado por radicales, socialistas y comunistas— en las elecciones francesas, los socialistas daban cuenta de que un remedo de su antagonista en los comicios galos, el Frente Nacional, también aparecía en la Argentina.25 En realidad, y al menos al comienzo, ese adversario no era identificado como algo novedoso sino como la continuidad, con un nuevo disfraz, del “otro” que los socialistas venían enfrentando desde comienzos de la década: la “Concordancia”. Así La Vanguardia explicaba que, agobiada por el repudio popular a los fraudes y por la movilización del 1º de mayo, la Concordancia buscaba cambiar de nombre y presentarse como “Frente Nacional Democrático de septiembre”. El diario socialista detallaba que sus filas incluían tanto a los que se burlaban de la democracia con sus métodos fraudulentos y venales como a los “los grupos facciosos y legiofascistas que se consideran herederos de la ‘ideología de septiembre’ y sueñan con el gobierno de ‘minorías selectas’”.26

La identificación entre conservadurismo y fascismo era particularmente acentuada al referirse al gobierno de la provincia de Buenos Aires, encabezado por Manuel Fresco. Desde La Vanguardia se subrayaba que la provincia había creado “un registro de vecindad” contrario a la constitución, que en ella la libertad de prensa y de reunión no existían, que crecían fuerzas particulares armadas, que “la sumisión a la Iglesia católica comienza a exteriorizarse con las visitas del propio gobernador a inauguraciones de iglesias y capillas y terminará con la entrega de la escuela del estado para asestar un golpe al laicismo”, que se utilizaban medios administrativos para organizar grupos infantiles y juveniles de corte fascista. La enumeración permitía al editorialista preguntar si la Provincia marchaba “hacia el estado totalitario”. La respuesta era implícitamente positiva.27 El día 27 de mayo la Federación Socialista provincial, emitió una declaración que luego de enumerar un largo conjunto de medidas represivas dictadas por Fresco, sostenía que sus actos y declaraciones, y en particular la represión que experimentaba el movimiento obrero, daban cuenta de la asunción de “una actitud francamente fascista” por parte de un gobernador que estaba convencido de poder de “destruir las instituciones democrático republicanas que mantienen vivo en nuestro medio político social el espíritu de la Revolución de mayo, y (que) ha iniciado la guerra de clases en esta gran provincia con la pretensión de extenderla a toda la república.”28

Las palabras finales constituyen un claro ejemplo de lo que Andrés Bisso ha denominado el rostro bifronte del antifascismo, su apelación tanto a un discurso de orden, basado en la defensa de la tradición de mayo, como la permanencia de un discurso de clase.29 Pero, al menos por el momento, ambos elementos aparecían unidos. Es el caso de un editorial que comentaba un discurso en el que Manuel Azaña sostenía que el elemento distintivo del momento histórico, no solo español sino mundial, era “la incorporación política de las clases obreras al gobierno del Estado”. El editorialista destacaba como en el discurso del español se combinaba “el inconmovible fundamento económico” con “las fuerzas morales, un algo sentimiento de justicia, y una entrañable vinculación con los ideales y aspiraciones de cada colectividad”. Era en las masas laboriosas, se explicaba citando a Jean Jaurès, donde residía “la esencia misma del más fecundo nacionalismo”. Se señala que también en la Argentina no eran “la oligarquía y la plutocracia adueñadas del poder para cumplir sus fines” sino “la clase obrera educada por el socialismo” la que proponía mejores soluciones para un interés colectivo. Y concluía declarando que, aunque para sus enemigos privilegiados representaba la “antipatria”, lo que el socialismo realmente planteaba, a través de “redimir políticamente y económicamente al pueblo”, era la redención de la nación.30

El discurso del PS, que postulaba un vínculo estrecho entre socialismo, democracia y nación, se enfrentaba con otros que planteaban una fuerte disyuntiva entre sus términos. A fines de mayo las agrupaciones que impulsaban la conformación de un Frente Nacional publicaron un Manifiesto que, luego de denunciar los riesgos de la demagogia, proclamaba que no era posible admitir que “por la voluntad perturbada de una parte del pueblo, pudiera la nación negarse a sí misma, abdicar de su soberanía o renunciar a su destino”. Distinguiendo la Nación del pueblo los firmantes afirmaban que no había “razón alguna para juzgar que importan voluntad de la Nación, para todos obligatoria, las decisiones caprichosas de las masas ofuscadas” que pudieran poner en peligro la personalidad de la Nación, aun si “en determinadas formas de consulta esas masas pudieran parecer mayoría”. Las masas eran asimiladas a menores de edad a las cuales se debía imponer una tutela, “transitoria desde luego”. El manifiesto hacía blanco en el frente popular formado por radicales que no habían aprendido nada “de sus desaciertos y sus crímenes”, “el socialismo que perdió la brújula al pasar del escenario metropolitano al nacional”, y “hasta el propio comunismo vinculado a Moscú”. El texto contraponía “Frente Popular” a “Frente nacional”, de un lado “una parte facciosa del pueblo, lanzada a la aventura de conquistar la República para la asociación amorfa de todos los apetitos”, del otro, una “cruzada argentina” que representaría a “la Nación misma (…), puesta de pie sin disidencias ni rencores”. Buscando unificar a las fuerzas oficialistas el documento llamaba a “someterse a la disciplina” y concluía proclamando la máxima militar “¡Subordinación y valor!”.31

Al día siguiente La Vanguardia dedicaba un largo editorial a criticar un documento que, consideraba, constituía una afrenta a la dignidad del pueblo de parte de grupos y personas que carecían “de títulos democráticos para dirigirse a la nación y presentarse como sus custodios y defensores. El pueblo, afirmaban, conocía bien a estos tutores y los despreciaba; el sufragio, se afirmaba con optimismo, constituía “una conquista irrevocable e irreversible de la república”. Remitiendo a la vez a lo material y lo jurídico, se subrayaba que el mismo no era solo fruto de luchas sangrientas sino también “la culminación de derechos y deberes que la ciudadanía argentina ejerce y alcanza con mayor responsabilidad que quienes invocan para sus propósitos, sediciosos y regresivos, la tradición y el honor del país”. En disputa con el argumento del “Frente Nacional” los socialistas insistían con la asociación entre nación y pueblo, afirmando que “la masa popular y obrera es, en su fuerza material y moral, la base misma de la nación, en lo mejor de su pasado y en lo más promisorio de su porvenir”. El editorial concluía sosteniendo que ante el insulto que representaba que los miembros de una “minoría desprestigiada y entregada a la defensa de los intereses capitalistas antinacionales” consideraran al pueblo argentino como “un entenado en su propio suelo”, ese pueblo debía responder estrechando las filas y sosteniendo la bandera democrática.32


d. La lucha por la tradición nacional

El enfrentamiento con el Frente Nacional prestaría, a partir de mediados de 1936, una nueva centralidad y urgencia a la ya preexistente preocupación del PS por sostener un vínculo entre la identidad socialista y una más larga tradición nacional. Al comentar la decisión oficial de levantar un monumento a Justo José de Urquiza, La Vanguardia afirmaba que mejor homenaje sería que los gobernantes hicieran honor a la constitución respetado las libertades y derechos que ésta consagraba.33 En la misma línea, y en referencia a la celebración del 9 de julio, se distinguían distintos tipos de relación con el pasado nacional: al “nacionalismo” de figuras como Fresco que rendían culto a las efemérides al tiempo que hipotecaban la economía nacional y agraviaban “la dignidad cívica del pueblo en comicios sucios”,34 el PS contraponía el de quienes proponían servir a la patria civilizándola “elevando las condiciones de vida y trabajo” de quienes le entregan su labor.35 El combate por la historia se hacía más explícito al día siguiente en un artículo que comentaba la expresión de un grupo de nacionalistas católicos que lamentaba que la Argentina no hubiera sido gobernada por los sacerdotes presentes en la Casa de Tucumán en lugar de por liberales y demócratas. El diario socialista señala que quienes afirmaban que la orientación democrática de su historia había obstaculizado el progreso no eran verdaderos patriotas, sino seguidores de modelos como el alemán o italiano. Ante ellos se reivindicaba una línea histórica —Revolución de Mayo, Asamblea del XIII, Independencia, Caseros—, y se afirmaba que el de la democracia era “el camino natural, el que continuaba el ímpetu de mayo”, y se concluía que buenos argentinos eran quienes buscaban “continuar ese movimiento emancipador, no los patrioteros que se quedan en frases y gestos y tienen, en el fondo, nostalgia de la colonia absolutista y clerical”.36

Pero si había un personaje que para los socialistas simbolizaba la tradición a defender y profundizar no era Urquiza o alguno de los hombres de Mayo, sino Roque Sáenz Peña, una figura de la que el oficialismo, al mismo tiempo que modificaba la Ley que llevaba su nombre de la que eliminaba la representación de la minoría para las elecciones presidenciales, también buscaba apropiarse. La disputa adquirió una particular escenificación a partir de la inauguración del monumento al ex presidente en el cruce de la Diagonal que llevaba su nombre y Florida. El 9 de agosto, fecha del aniversario de su muerte, tuvo lugar el acto oficial, en el que el Presidente Justo dio un discurso que a la vez que saludó a Sáenz Peña y la reforma electoral deploró que los gobiernos de ella surgida hubieran llevado al país “a la demagogia y el caos”. En respuesta, y también frente al monumento, tuvo lugar el acto de los “partidos populares” —radical, socialista, y demócrata progresista—. La concurrencia fue masiva y sus características solemnes. A diferencia de lo sucedido el 1º de mayo, en el que en la tribuna se sucedieron numerosos oradores, esta vez solo hablaron los principales dirigentes de los partidos que convocaban al acto: Marcelo T. de Alvear por la UCR, Lisandro de la Torre por el PDP y Nicolás Repetto por el PS.

El líder demócrata progresista destacó que las fuerzas que participaban del acto tenían distintas trayectorias y programas pero que tenían un nombre común, el de “partidos democráticos” y ello porque desconfiaban de los círculos “seudoselectos” que proclamaban que el pueblo no estaba listo para gobernarse. Se trataba, afirmaba, de un simple pretexto de quienes pedían la dictadura por no encontrar otra forma de perpetuarse en el poder “Primero el fraude, y si no basta, la dictadura. Tal es la teoría y la práctica de los adversarios argentinos de la Ley Sáenz Peña”.37

Alvear recordó que en esos días la Ley era objeto de tentativas orientadas a anular las garantías al acto electoral pero, celebró, la defendían “las grandes mayorías de la Nación” y solo la cuestionaban “minorías sin trascendencia histórica” que violándola buscaban usurpar representaciones que no habían sabido alcanzar a través del consentimiento ciudadano. Era con el fin de asegurar el predominio de esos “grupos insignificantes”, explicó Alvear, que se creaba un “nacionalismo artificial” que, al tiempo que rendía culto a los próceres, intentaba transplantar a la argentina problemas políticos que no existían en el país, como el del comunismo o el fascismo.38

El discurso de Repetto partió del señalamiento, habitual en la prédica socialista, de que los males del personalismo y el caudillismo no habían concluido al dictarse la Ley Sáenz Peña. Pero, subrayó a continuación, las críticas a la reforma electoral que se centraban en su personalismo eran particularmente inconsecuentes cuando provenían de quienes, desde la “Concordancia”, proclamaban el fin de la democracia y la necesidad de autoridades fuertes encarnadas en genios providenciales. Profundizando un tópico presente en los otros oradores Repetto cuestionó la prédica de quienes apelaban a las ideas y aun a los gestos de “corrientes de opinión europea” para cuestionar la sana tradición de libertad que marca la línea de nuestro progreso”.39

El combate entre dos campos, corporizados en el Frente Popular y el Frente Nacional había sobrevolado los discursos. Esta significación fue retomada por un editorial de La Vanguardia que situaba la significación de la reunión en la contraposición con otra realizada dos días antes por el “Frente Nacional” en el teatro Coliseo. Esta, se señalaba había sido minúscula y fría, aquella, “grandiosa y cálida de entusiasmo popular”. En el acto del Coliseo, se sostenía, habían predominado las palabras confusas que, se confiaba, no habían engañado al pueblo que había leído en ellas “la voluntad de una minoría que pretende anular las instituciones democráticas de la república”. En cambio, la asamblea del Frente Popular, como se calificaba al acto en homenaje a Sáenz Peña, había sido un cabildo abierto en el que el pueblo había expresado su incontenible pasión republicana y democrática”. La multitud, se celebraba, había acompañado “el grandioso desfile y la magna asamblea del Frente democrático argentino” cuyas afirmaciones habían sido respaldadas por la responsabilidad de las tres grandes fuerzas que afrontaban juntas las contingencias del momento político que atravesaba el país.40


e. Epílogo para el Frente Popular

Pero la apuesta unitaria que pronunciaran en el acto los tres “tribunos del pueblo” pronto comenzaría a mostrar sus límites. Por un lado, la movida conjunta llevada adelante en la cámara de diputados, que incluía el cuestionamiento a los diplomas de los representantes bonaerenses y el proyecto intervención a esa provincia, se encontraba paralizada por el boicot de los legisladores de la Concordancia que se negaban a prestar quórum. El vacío en que caían los pedidos a que el Ejecutivo compeliera a los diputados ausentes, no hacía más que mostrar las dificultades de una oposición que, al mismo tiempo que cuestionaba el marco institucional, solo se atrevía a apelar a él para oponerse a lo que consideraba prácticas arbitrarias. Finalmente, hacia mediados de septiembre, y cuando se acercaba el fin del período de sesiones ordinarias, serían los diputados de los “partidos populares” los que darían el brazo a torcer, al declarar que en las sesiones solo se tratarían “temas de legislación”. Ante ello, los legisladores de la Concordancia, en cuyas filas se hallaban los bonaerenses, retornarían a las sesiones. Como señala Halperín Donghi el intento de depuración acababa con una derrota que, al confundir a sus legisladores con los nacidos del fraude, colocaba a las fuerzas opositoras, las que ahora incluían a la UCR, en un lugar que no era solo de víctimas sino también de cómplices.41

Mientras la acción conjunta de los “partidos populares” en el Parlamento se empantanaba, las gestiones para construir un “Frente Popular” no encontraban favorable por parte de la dirigencia radical.42 La respuesta socialista consistió en la explicación de que esa frialdad por el acercamiento entre Alvear y el Presidente Justo,43 y en la reanudación de los ataques al radicalismo. Así en un mismo día la columna “Comentarios políticos” de La Vanguardia, espacio dedicado a analizar la coyuntura política, podía publicar un texto cuestionando las votaciones de los diputados radicales, otro denunciando el “justismo” de muchos radicales que soñaban con la fórmula Ortíz-Sabbatini y un tercero que imaginaba la posibilidad de la “alianza Unión Demócrata Radical”, formada por los “demócratas” de la Concordancia y la UCR y que tendría un programa “centrista” que rechazaría tanto al fascismo como al comunismo.44

La perspectiva que presentaba a un radicalismo más dispuesto a negociar con Justo que a formar un Frente Popular opositor pronto se vería acompañada por la denuncia de la implicación radical en la corrupción oficialista. A mediados de septiembre el Concejo Deliberante aprobaba, con el voto de los legisladores de la Convergencia y radicales y la oposición de los representantes socialistas, el contrato que extendía por 25 años la concesión del servicio eléctrico de la Compañía Hispano Argentina de Electricidad (CHADE). Retomando los planteos realizados meses antes respecto a la creación de un monopolio del transporte de pasajeros, los socialistas adoptaron un tono antimperialista para denunciar que en pocas horas una “mayoría organizada por sorpresa” resolviera un asunto tan relevante. Luego de defender la posición del PS, favorable a la estatización del servicio eléctrico, un editorial de La Vanguardia trazaba dos campos enfrentados:

Asistimos, pues, a una lucha entre los intereses del pueblo, defendido, como siempre, por el partido de los trabajadores, y los intereses capitalistas, siempre apoyados por los grupos tradicionales, separados por denominaciones, pero unidos para mantener y consolidar el régimen de la propiedad privada en favor de sus felices aprovechadores.45

En los días que siguieron, al tiempo que especulaba acerca de la posibilidad de una “fórmula intermedia”, un “acuerdo ‘secreto’ entre el Presidente y Alvear”, La Vanguardia continuaba con la denuncia del acuerdo con la CHADE. Señalaba que los últimos hechos demostraban que los socialistas eran “los únicos defensores de los intereses generales del país”. Eran ellos los que se preocupaban por los problemas que interesaban a los trabajadores y a los consumidores, preocupaciones que, se afirmaba, estaban ausentes “en las demás fuerzas políticas del país”. Eran los socialistas, se insistía, los que prestaban su apoyo a la lucha de muchos vecindarios contra los servicios públicos, en tanto la resistencia a esta lucha provenía de “los partidos oligárquicos”. El editorial concluía afirmando que, ante la poderosa influencia de las empresas, las diferencias políticas entre conservadores y radicales, “tan hondas y al parecer irreconciliables”, se allanaban.46

Debe señalarse que la caracterización negativa de la dirigencia de la UCR iba acompañada del señalamiento del carácter popular de las bases y aun la militancia radical, reconocimiento que hacía posible la continuación de la prédica socialista a favor de un Frente Popular para los comicios presidenciales de 1937. Pero esta prédica socialista, y la aún más insistente de los comunistas, sería desoída por una dirigencia radical que, como señala Giménez (2012 y 2017), confiaba en conservar intacta y por sí misma, la representación de las mayorías.

Finalmente, en las elecciones de septiembre de 1937, libradas en el marco de un fraude que empequeñecía al de años anteriores, la Concordancia, que llevaba la fórmula Roberto Ortiz-Ramón Castillo obtuvo 1.094.685 votos contra 8.147.750 de la fórmula, Marcelo T. de Alvear y Enrique Mosca, impulsada por la UCR, y que había contado con el apoyo del PC y el recién formado fundado Partido Socialista Obrero. El resultado obtenido por el PS, que en un escenario polarizado apostó por mantener la particularidad partidaria presentando la fórmula Nicolás Repetto-Arturo Orgaz, fue magro: solo 50.917 votos. La dura derrota llevaría a renovar los esfuerzos para la futura constitución de un Frente Popular.47


Reflexiones finales

Si tomamos en cuenta las tres dimensiones que, de acuerdo a los desarrollos de Aboy Carlés,48 definen a toda identidad política, podemos señalar que tanto la definición de un otro, la “Concordancia” y luego el Frente Nacional, como la relectura de la tradición nacional que celebraba la línea Mayo, Caseros y la Ley Sáenz Peña y encontraba una divisoria clave en septiembre de 1930, abonaban los esfuerzos por constituir un Frente Popular. A mediados de 1936 también se insinuaba la constitución de la simbología de un espacio político más amplio, formado por los partidos “populares”. Y, sin embargo, la anunciada coalición “democrática”, el “Frente Popular”, no llegó a constituirse.

El proceso de construcción de ese “Frente Popular” pondría visibles la dificultad de las diferentes fuerzas políticas para articular la propia particularidad partidaria y su inclusión en un espacio “democrático” mayor. En el caso de los socialistas, el camino podía parecer, a primera vista, allanado por el hecho de que, desde 1930, el PS había colocado a la democracia como un elemento central de su definición identitaria. Si ya desde los orígenes del partido Justo había marcado el vínculo indisoluble entre socialismo y democracia, y este vínculo se había visto reafirmado luego en la disputa con los comunistas, fue a partir del enfrentamiento con el gobierno nacido en el golpe de 1930 que esa identificación dio lugar a intentos de construir solidaridades más amplias. Fue “en defensa de las instituciones democráticas” que los socialistas adhirieron a la Alianza Demócrata Socialista que en 1931 ligó al PS al PDP, una fuerza de una escala menor que, además, por estar dispuesta a concordar en los grandes puntos con la plataforma del PS, no ponía en juego las propias definiciones identitarias. También fue en defensa de esas instituciones que los socialistas lanzaron llamados a organizar el espacio opositor en 1932. La convocatoria, aunque más amplia que la Alianza Demócrata Socialista, surgía de la iniciativa del PS y seguía sus líneas principales. Muy diferente fue el caso de las propuestas de organizar un Frente Popular, las que, de haber fructificado, hubieran ligado al PS a una fuerza de mayor escala, la UCR, que ejercería un indiscutible predominio, y la que, además, planteaba una concepción de la democracia muy distinta y a la que el socialismo siempre había criticado por sus rasgos “personalistas” y por la adhesión a formas de acción exteriores a las instituciones.

El señalamiento de la subsistencia de tensiones, críticas y aun condenas respecto al radicalismo no implica adherir a la lectura de Tulio Halperin Donghi quien, como señalamos, sostiene que la divisoria radicalismo-antiradicalismo, que polarizó la política argentina de los años 20, siguió siendo la central en la política de los ‘30, al punto de que la identidad del resto de los actores siguió estando marcada por una toma de posición respecto al que los enfrentaba al radicalismo.49 Sostenemos, por el contrario, que en el caso del PS, al que Halperin Donghi incluye en su argumento, esta divisoria, sin diluirse nunca totalmente, fue perdiendo potencia frente a la oposición entre democracia y fascismo, que colocó como adversario principal a las fuerzas conservadoras reunidas en la Concordancia, a las que tendió a asociar con el “fascismo”

Este modo de pensar la divisoria fundamental del campo político aparece confirmado si atendemos a la construcción de una frontera temporal. En los primeros años de la década del ’30 los socialistas postulaban como fecha clave para el debilitamiento de las instituciones al año 1928, momento a partir del cual, afirmaban, un retornado Yrigoyen había apelado a prácticas que violaban el orden republicano, prácticas que serían retomadas y profundizadas por los gobiernos posteriores. Hacia 1936, en cambio, el PS colocaba como fecha decisiva y trágica al golpe de septiembre de 1930, divisoria que, a la vez que los acercaba con el radicalismo depuesto, colocaba irremisiblemente en el lugar del enemigo a los actores “antidemocráticos” que rendían culto al 6 de septiembre.

Debemos señalar que tampoco a fines de 1936 y comienzos de 1937, cuando las expectativas de constituir un Frente Popular se alejaban, el PS tampoco tomó como eje de su discurso la divisoria radical-antiradical. Por el contrario, la recusaba como ilusoria para asociar, bajo el nombre de “partidos tradicionales”, al radicalismo con los sectores conservadores. El cuestionamiento a unos y otros por parte de los socialistas se articulaba en tres modos de identificar al PS. En primer lugar, como una fuerza “democrática”, pero también “socialista”: tanto el enfrentamiento con los radicales como el llamado que el PC y la izquierda socialista hacían para apoyar a la UCR, derivaba en la reactivación de la dimensión propiamente socialista de la propia identidad. Desde la dirección del PS se subrayaba, en un planteo infrecuente en años anteriores, que ésta no podía ser dejada en un segundo plano en nombre de la reivindicación “democrática”. En segundo lugar, se presentaba como la verdadera fuerza que impulsa el “Frente Popular”. Como señala Bisso, la prédica de un Frente Popular no implicaba dejar de lado el proselitismo partidario sino que, por el contrario, una forma de este proselitismo pasaba por el intento de apropiación de esa prédica en clave particularista.50 Tal es el caso de los socialistas que, a la vez que instaban a los radicales a constituir la coalición opositora, los responsabilizaban por su no concreción. En tercer lugar, el PS se proponía como la verdadera fuerza nacional y antimperialista: retomando rasgos no tan presentes en el discurso fundacional del PS, pero planteado con ocasión del debate de las carnes y profundizado ante el “escándalo de la CHADE”, el PS se presentaba como la única fuerza que defendía “los intereses generales de los argentinos”, en un movimiento que buscaba asociar tanto a conservadores como radicales en la posición de defensores de los monopolios.


Corpus citado


Publicaciones periódicas

La Vanguardia, Buenos Aires, República Argentina (1936).

La Prensa, Buenos Aires, República Argentina (1936).


Referencias bibliográficas

Aboy Carlés, Gerardo, Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 2001.

Aboy Carlés, Gerardo, “De lo popular a lo populista o el incierto devenir de la plebs”, Gerardo Aboy Carlés, Sebastián Barros y Julián Melo, Las brechas del pueblo. Reflexiones sobre identidades populares y populismo, Los Polvorines, Universidad Nacional de General Sarmiento, UNDAV Ediciones, Universidad Nacional de Avellaneda, p. 39.

Bisso, Andrés, Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Aires, 2005, Prometeo.

Bisso, Andrés, El antifascismo argentino, Buenos Aires, CeDInCI Editores-Buenos Libros, 2007.

Camarero, Hernán, A la conquista de la Clase Obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2007.

Giménez, Sebastián, “La juventud radical y la opción por los frentes populares, 1935-1936”, ponencia presentada a las VII Jornadas de Sociología de la UNLP, La Plata 5 al 7 de septiembre de 2012.

Giménez, Sebastián, “Una década de transformaciones en el radicalismo”, Leandro Losada (coord.) Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 1-18.

Halperin Donghi, Tulio, La República imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004

Jackson, Gabriel, La República española y la guerra civil, Barcelona, Crítica, 2019.

Jackson, Julian, The Popular Front in France. Defending democracy (1935-1938), Cambridge, Cambridge University Press, 2007.

López, Ignacio, “Un frente nacional en tiempo de crisis: la Concordancia y el ocaso de la política de los viejos acuerdos”, en Leandro Losada (coord.), Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 19-34.

Losada, Leandro, Marcelo T. de Alvear. Revolucionario, presidente y líder republicano, Buenos Aires, Edhasa, 2016.

Losada, Leandro, “Presentación”, Leandro Losada (coord.) Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. IX-XVI.

Macor, Darío, “Partidos, coaliciones y sistema de poder”, Alejandro Cattaruzza (dir.) Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política (1930-1943). Tomo VII Nueva Historia Política, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, pp. 49-95.

Malamud, Carlos, “El Partido Demócrata Progresista: Un Intento Fallido de Construir Un Partido Nacional Liberal-Conservador”, Desarrollo Económico, vol. 35, n° 138, 1995, pp. 289-308.

Malamud, Carlos, “La evolución del Partido Demócrata Progresista y sus plataformas políticas (1915-1946)”, Anuario IEHS n° 15, Tandil, pp. 211-238.

Martínez Mazzola, Ricardo, “El Partido Socialista en los años treinta (1930-1943)”, Leandro Losada (coord.), Política y vida pública. Argentina 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 87-105.

Martínez Mazzola, Ricardo, “Afirmación identitaria y coaliciones electorales. La política de alianzas del socialismo argentino 1890-1931”, Nicolás Azzolini y Sebastián Giménez (coords.) Identidades políticas y democracia en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Teseo, 2019, pp. 175-215.

Mauro, Diego, Reformismo liberal y política de masas: Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe (1921-1937), Rosario, Prohistoria, 2013.

Milos, Pedro, Frente popular en Chile: su configuración, 1935-1938, Santiago de Chile, Lom Ediciones, 2008.

Pasolini, Ricardo, Los marxistas liberales, antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.

Persello, Ana Virginia, El Partido radical. Gobierno y oposición, 1916-1943, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2004.

Piñeyro, Elena, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucijada, Rosario, Prohistoria, 2014.

Piro, Mittelman, “El Partido Comunista de Argentina y el Frente Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas y radicales”, Historia Regional. Sección Historia, Año XXXIII, nº 42, enero-junio 2020, pp. 1-16. Disponible en http://historiaregional.org/ojs/index.php/historiaregional/index


Between partisan particularism and the coalition of democratic forces

The Partido Socialista and the Popular Front

Resumen

En la década del ‘30 el Partido Socialista (PS) experimenta importantes cambios. Dejando de lado la postura de orgullosa soledad de sus años fundacionales, mantenida incluso luego de que la Ley Sáenz Peña lo colocara en lugares de responsabilidad política, avanza por primera vez hacia alianzas con otras fuerzas. A la Alianza Civil, entablada junto al Partido Demócrata Progresista (PDP) en 1931 siguen los, más ambiciosos intentos de 1936, orientados a conformar un Frente Popular que reuniría al PS no solo con el PDP, y con sus hermanos-enemigos del Partido Comunista, sino también con la Unión Cívica Radical, una fuerza con la que tenía una larga historia de desconfianzas y la que, por su indiscutible peso político, ocuparía un lugar predominante en la coalición. En este artículo reconstruiremos las posiciones que el PS adoptó frente a la perspectiva de una posible integración en el Frente Popular. En las reflexiones finales partiremos de la distinción de tres dimensiones presentes en toda identidad política propuesta por Gerardo Aboy Carlés, para señalar los elementos que hacían posible la confluencia identitaria y también para dar cuenta de los límites que la identidad fijó a la adhesión a la propuesta de Frente Popular.

Palabras clave: Partido Socialista; Frente Popular; Alianzas políticas; Identidades; Unión Cívica Radical.


Abstract

In the 1930s the Partido Socialista (PS) underwent important changes. Leaving aside the position of proud loneliness of its founding years, maintained even after the Sáenz Peña Law placed it in places of political responsibility, it is advancing for the first time towards alliances with other forces. The Alianza Civil, established together with the Partido Demócrata Progresista (PDP) in 1931, is followed by the more ambitious attempts of 1936, aimed at forming a Popular Front that would unite the PS not only with the PDP, and with its brother-enemies of the Partido Comunista, but also with the Unión Cívica Radical, a force with which it had a long history of mistrust and which also, due to its indisputable political weight, would occupy a predominant place in the coalition. In this article we will reconstruct the positions that the PS adopted in light of the prospect of possible integration into the Popular Front. In the final reflections we will start from the distinction of three dimensions present in all political identity proposed by Gerardo Aboy Carlés, to point out the elements that made identity confluence possible and also to account for the limits that identity set to adherence to the Popular Front proposal.

Keywords: Partido Socialista; Popular Front; Political Alliances; Identities; Unión Cívica Radical.

Recibido: 3/3/2022

Aceptado: 15/5/2022


1 Este artículo retoma y profundiza los avances e hipótesis planteados en la ponencia “El Partido Socialista y el Frente Popular. Fusión identitaria o patriotismo de partido”, presentada en el XIIIº Congreso Nacional de Ciencia Política organizado por la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) y la Universidad Torcuato di Tella, Ciudad de Buenos Aires, 2 al 5 de agosto de 2017. La ponencia no fue publicada. Agradezco los comentarios de Natalia Milne.

2 Tulio Halperin Donghi, La república imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004.

3 Gerardo Aboy Carlés, “De lo popular a lo populista o el incierto devenir de la plebs”, Gerardo Aboy Carlés, Sebastián Barros y Julián Melo, Las brechas del pueblo. Reflexiones sobre identidades populares y populismo, Los Polvorines, Universidad Nacional de General Sarmiento, UNDAV Ediciones, Universidad Nacional de Avellaneda, p. 39.

4 Sobre la posición del PS ante la dictadura de Uriburu y sobre la formación de la Alianza demócrata-socialista, véase Ricardo Martínez Mazzola “El Partido Socialista en los años treinta (1930-1943)”, Leandro Losada (coord.), Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 87-105. Sobre los conflictos y alineamientos políticos a comienzos de los años 30, véase Darío Macor,“Partidos, coaliciones y sistema de poder”, Alejandro Cattaruzza (dir.) Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política (1930-1943). Tomo VII Nueva Historia Política, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, pp. 49-95 y Losada, op cit.

5 Debe señalarse que la relación del PS con el propio PDP había sido conflictiva antes de 1930, siendo particularmente frecuentes los choques en el Parlamento Nacional y en las escenas políticas locales porteña y santafesina. Debe destacarse también que el acercamiento entre el PS y el PDP, ya importante desde la concreción de la Alianza Demócrata Socialista, se vio reafirmado por el repudio al asesinato del senador demócrata-progresista Enzo Bordabehere en julio de 1935. El hecho dio lugar a una importante movilización conjunta, de la que también participaron dirigentes radicales, la que puede ser vista como antecedente al acto de “Frente Popular” que tuvo lugar el 1° de mayo de 1936. Sobre el PDP, véase Carlos Malamud, “El Partido Demócrata Progresista: Un Intento Fallido de Construir Un Partido Nacional Liberal-Conservador”, Desarrollo Económico, vol. 35, n° 138, 1995, pp. 289-308; Carlos Malamud, “La evolución del Partido Demócrata Progresista y sus plataformas políticas (1915-1946)”, Anuario IEHS n° 15, Tandil, pp. 211-238; y Diego Mauro, Reformismo liberal y política de masas: Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe (1921-1937), Rosario, Prohistoria, 2013.

6 Luego del golpe de 1930 la UCR había iniciado un proceso de reunificación. Encabezado por la figura de Alvear, quien contaba con el aval de Yrigoyen, tomaron lugar no solo los personalistas sino muchos antipersonalistas “quienes evaluaban que solo un acercamiento con los primeros les permitiría seguir desempeñando un papel en los acontecimientos futuros” Ana Virginia Persello, El Partido radical. Gobierno y oposición, 1916-1943, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2004, p. 131. Ese núcleo, reunido en la “Junta del City”, levantó la candidatura presidencial de Alvear, y cuando esta fue vetada por el gobierno militar levantó la vieja bandera de la abstención. En tanto, aquellos radicales que consideraban que la reorganización de la UCR implicaba la exclusión de los yrigoyenistas permanecieron al margen, formaron la “Junta del Castelar” y entraron en negociaciones con el Gral Agustín P. Justo, formando parte de la “Concertación” que llevó a este de candidato presidencial. Sobre la UCR a comienzos de los 30, véase Persello, op cit, Losada, op. cit., y Sebastián Gimenez, “Una década de transformaciones en el radicalismo”, Leandro Losada (coord.) Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Imago Mundi, 2017, pp. 1-18. Sobre la UCR antipersonalista, véase Elena Piñeyro, Elena, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucijada, Rosario, Prohistoria, 2014.

7 La Vanguardia, 6/4/1936.

8 La Vanguardia, 25/4/1936.

9 En julio de 1935 el VII Congreso de la Internacional Comunista abandonó la línea de “clase contra clase”, que colocaba a los partidos socialistas en el lugar del enemigo, y la reemplazo por otra de “Frente Popular”. Con el fin de contener la expansión del fascismo, cuya derrota se consideraba como un paso previo a las tareas propiamente revolucionarias, los partidos comunistas daban prioridad a una alianza policlasista, que incluía a los partidos socialdemócratas e incluso a sectores “burgueses democráticos”. En septiembre el periódico del PC argentino, La Internacional, publicaba las resoluciones del Congreso y las recomendaciones de la IC a liquidar todo resto de la “tradición sectaria”. En conformidad con esas directivas el PC modificó su caracterización de socialistas y radicales, los que pasaron a ser considerados partidos “democráticos” y potenciales aliados, y centró toda la crítica en políticos como “Fresco” o los “uriburistas”, a los que asoció con el fascismo. Véase Piro, Mittelman, “El Partido Comunista de Argentina y el Frente Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas y radicales”, Historia Regional. Sección Historia, Año XXXIII, nº 42, enero-junio 2020, pp. 1-16.
Disponible en http://historiaregional.org/ojs/index.php/historiaregional/index. Sobre el PC en los años ’30 véase también Hernán Camarero, A la conquista de la Clase Obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, 2007, Siglo Veintiuno; y Ricardo Pasolini, Los marxistas liberales, antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013.

10 El señalado giro en la política de la “Internacional Comunista” hizo posible el establecimiento de “Frentes Populares” que ligaran a “fuerzas democráticas” reunidas para combatir el “avance fascista”. En febrero de 1936 el Frente Popular conformado por republicanos, radicales, socialistas y comunistas, entre otros, devolvió el gobierno de la República española a “las izquierdas”. Pocos meses después, esa coalición que había llevado a Manuel Azaña a la presidencia, tendría que enfrentar el alzamiento “nacionalista” encabezado por el General Francisco Franco. Semanas antes de ese alzamiento, un Frente Popular formado por radicales, socialistas y comunistas había obtenido el triunfo en las elecciones francesas, llevando a la Presidencia al socialista León Blum. El gobierno de Blum no debió enfrentar un alzamiento militar sino la resistencia empresaria que, a una ola de huelgas suscitadas por las expectativas generadas por el triunfo del Frente Popular, respondió con una evasión masiva de capitales que desfinanció el estado y devaluó la moneda, llevando a Blum a renunciar al gobierno en junio de 1937. Véase Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil, Barcelona, Crítica, 2019. Debe señalarse que la política de “Frente Popular” también se llevó adelante en Chile, estableciendo una coalición de la que tomaban parte el Partido Comunista y el Partido Socialista, entre otras fuerzas, la que llevó al radical Pedro Aguirre Cerda en las elecciones de octubre de 1938. Véase Pedro Milos, Frente popular en Chile: su configuración, 1935-1938, Santiago de Chile, Lom Ediciones, 2008.

11 La Vanguardia, 3/5/1936.

12 La Vanguardia, 3/5/1936.

13 Íbidem.

14 Íbidem.

15 Íbidem.

16 Íbidem.

17 Íbidem.

18 La Vanguardia, 15/6/1936.

19 En realidad, los debates más duros nacieron del duro juicio que la izquierda partidaria planteaba respecto a la actuación del Grupo Parlamentario Socialista. También se discutió el margen de autonomía de que debían gozar las Juventudes Socialistas. La Vanguardia, 29/6/36.

20 La Vanguardia, 29/6/1936.

21 La Vanguardia, 30/6/1936.

22 Íbidem.

23 La Vanguardia, 1/7/1936.

24 La Vanguardia, 2/7/1936.

25 Sobre la propuesta de un “Frente Nacional” véase Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004, pp. 179-180; e Ignacio López, “Un frente nacional en tiempo de crisis: la Concordancia y el ocaso de la política de los viejos acuerdos”, en Leandro Losada (coord.), Política y vida pública. Argentina, 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 19-34.

26 La Vanguardia, 8/5/1936.

27 La Vanguardia, 22/5/1936.

28 La Vanguardia, 29/5/1936.

29 Andrés Bisso, Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Aires, 2005, Prometeo, p. 55

30 La Vanguardia, 20/5/1936.

31 La Prensa, 1/6/1936.

32 La Vanguardia, 2/6/1936.

33 La Vanguardia, 8/7/1936.

34 La denuncia del falso nacionalismo de las elites se ligaba con el cuestionamiento de las iniciativas que, apoyadas en un discurso xenófobo y racista, proponían restringir los derechos de los argentinos naturalizados. Luego de lamentar las burlas que los discursos “nacionalistas” dedicaban a los apellidos de los inmigrantes, La Vanguardia planteaba que, si había “verdaderos argentinos” estos se hallaban principalmente en el Norte del país donde eran “explotados por la oligarquía terrateniente que cuando actúa en política se llama “fascista”. Se afirmaba que era justamente el “‘nacionalismo’ constituido por abogados de empresas extranjeras, por industriales del azúcar o de la riqueza forestal, por especuladores de la tierra” el que defendía un régimen que, a través de la miseria y la enfermedad, estaba exterminando a los ‘verdaderos argentinos’”. Véase La Vanguardia, 31/7/1936.

35 La Vanguardia, 9/7/1936.

36 La Vanguardia, 10/7/1936

37 La Vanguardia, 23/8/1936.

38 La Vanguardia, 23/8/1936.

39 Íbidem.

40 La Vanguardia, 25/8/1936.

41 Tulio Halperín Donghi, op. cit., p. 174.

42 Al tiempo que cuestionaban el desinterés radical por avanzar hacia un Frente Popular, los socialistas rechazaban las propuestas frentistas de los comunistas. La Vanguardia publica columnas que destacan, en tono aprobatorio, el rechazo que las propuestas comunistas de “Frente Único” habrían recibido por parte del laborismo británico (La Vanguardia, 13/9/36) de distintos partidos socialistas europeos (La Vanguardia 14/9/36 y15/10/36). La publicación de estas resoluciones, en la que los distintos partidos expresaban su rechazo a entablar una alianza con los comunistas, sentaba las bases para adoptar una toma de posición similar en el caso argentino. Tal toma de posición es planteada y argumentada en un largo artículo en el que Adolfo Dickmann, luego de afirmar que el Frente Popular solo podían ser integrado por la UCR, el PS, el PDP y la CGT, explicaba que los comunistas no podían integrarlo debido a que “a pesar de la ratificación de su táctica anterior…acepta la libertad y la democracia como tragos amargos que no puede evitar.” Adolfo Dickmann, en Andrés Bisso, El antifascismo argentino, Buenos Aires, CeDInCI Editores-Buenos Libros, 2007, pp. 541-545.
No puede dejar de mencionarse que, al mismo tiempo que la dirección del PS rechazaba la participación del PC en el Frente Popular, desde el gobierno se impulsaba la aprobación de una legislación persecutoria del comunismo. Es cierto que los parlamentarios y la dirección PS rechazaron esa legislación,, apelando para ello tanto a la defensa de las libertadas públicas como al señalamiento de la insignificancia del PC argentino (La Vanguardia, 16/10/36), pero no debe dejar de tomarse en cuenta que las reiteradas delimitaciones socialistas respecto al carácter antidemocrático del PC evidenciaban el esfuerzo por desmentir al discurso oficialista que asociaba a toda la oposición con el comunismo y con la posibilidad de una insurrección violenta. Véase Halperin Donghi, op. cit., pp. 188-189.

43 Sobre los contactos entre Alvear y Justo véase Losada, op. cit., pp. 210-217.

44 La Vanguardia, 13/11/36.

45 La Vanguardia, 25/11/36.

46 La Vanguardia, 29/11/36.

47 Martínez Mazzola, Ricardo, “El Partido Socialista en los años treinta (1930-1943)”, Leandro Losada (coord.), Política y vida pública. Argentina 1930-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2017, pp. 87-105.

48 Aboy Carlés distingue entre tres dimensiones de toda identidad: la de la alteridad, que refiere a que toda identidad se construye delimitándose de un “otro”; la de la escenificación, que remite al carácter representativo de sus liderazgos, ideología o símbolos, y la dimensión diacrónica, que da cuenta de cómo una identidad resignifica su devenir a partir de la construcción de una tradición. Gerardo Aboy Carlés, Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 2001.

49 Tulio Halperin Donghi, op. cit., pp. 18-21.

50 Andrés Bisso, El antifascismo argentino, Buenos Aires, CeDInCI Editores-Buenos Libros, 2007, p. 18.

El Partido Socialista y el Frente Popular
Entre el particularismo partidario y la coalición de fuerzas democráticas

Ricardo Martínez Mazzola*

« Volver atrás