Lucas Domínguez Rubio, “Documentos, colecciones y centros de documentación. Sobre las condiciones de posibilidad de la investigación histórica”,
en Políticas de la Memoria, n° 21, Buenos Aires, 2021, pp. 31-39. https://doi.org/10.47195/21.729. ISSN 1668-4885 / ISSNe 2683-7234.
Lucas Domínguez Rubio*
Introducción: contra la noción de fuente
Sobre el presente dossier: el ente como colecciones o de las colecciones al ser
Introducción: contra la noción de fuente
En 1965, el filósofo y crítico cultural Arthur Danto proponía un bello experimento mental en el que imaginaba la existencia de un “Cronista Ideal”. Para resumirlo de manera breve, el Cronista Ideal de Danto sería capaz de narrar con detalle los hechos acontecidos en todo tiempo y geografía. De manera que —parecería— el Cronista Ideal resultaría también un Historiador Ideal, en tanto no tendría los problemas de acceso al pasado del que padecen los historiadores reales. Como señaló Danto, este experimento mental resulta más productivo de lo que parece. Permite preguntarnos ¿cuál es la incapacidad de este supuesto Historiador Perfecto? ¿qué se pierde a pesar de su extraordinaria habilidad de cronista omnisciente? Responde Danto: este Cronista carecería de la perspectiva de observación que brinda conocer los acontecimientos posteriores. El historiador-cronista-infinito de Danto fracasaría, según su creador, porque nunca podría formularse preguntas relevantes para su propio presente y desde allí seleccionar testimonios y crónicas. Se encontraría con un problema homólogo al del viajero o al navegante que quisiera orientarse con un mapa tan detallado como la misma extensión que el tamaño y los accidentes del terreno.
Con el fin de identificar otros problemas historiográficos, en un gesto similar podemos imaginarnos otra versión del Historiador Ideal. En este caso, nuestro Historiador Ideal tendría acceso directo a todos y cada uno de los documentos —bibliográficos, hemerográficos y archivísticos— conservados. No obstante, nuestro recién nacido Historiador-documentalista-infinito (bastante más real: pensemos que simplemente dispone de una gran computadora capaz de acceder digitalmente a toda la documentación conservada en todos los acervos) probablemente vaya a existir en unos años. O, mejor dicho, quizás todxs somos potencialmente este tipo de Historiador/a/x Ideal, que, sin embargo, y éste es el punto, se encontraría con sus propios problemas ante su incapacidad de situar los propios documentos, dependiendo de cómo —o con qué meta-datos— pueda acceder a ellos.
Si el Cronista Ideal de Danto se enfrentaba al problema de un pasado infinitamente detallado, con buenas preguntas el Historiador Archivista Ideal podría plantear hipótesis sobre cuál es la documentación adecuada para responderlas. Sin embargo, aun así, este nuevo Historiador Ideal podría tener que sortear otra clase de problemas referentes a cómo recuperar determinadas dimensiones del documento fundamentales para pensar cómo utilizarlo. Es decir, aún con esta gran base de datos nos toparíamos con el problema de no poder considerar cómo, cuándo, por qué y dónde se conservó cada documento.
De modo que el Historiador-de-la-computadora-que-accede-a-todas-las-plataformas no podría historizar el mismo corpus y entonces, por ejemplo, desconocería junto a qué otros documentos fue conservado el documento que encontró, cómo fue preservado, quién y por qué lo resguardó, qué otras lecturas tenía quien produjo la colección en el que está ubicado y, finalmente, dentro de qué diálogos y discusiones fue leído.
Desde ya, el riesgo latente consiste en que un mal uso de las plataformas digitales de libros, periódicos y material archivístico puede dar la falsa idea de que todos los documentos disponibles pueden ser utilizados sin mayores reflexiones sobre su trayectoria previa hasta llegar a nuestras manos, o nuestras pantallas. Al mismo tiempo, desde ya, no se trata solamente de un tema de “uso” por parte de quienes investigan, sino, en buena parte y, sobre todo, del modo en que se concibe la misma plataforma digital. La misma disposición de esos documentos podría tener borrados esos rastros de su historia archivística.
De hecho, esto es lo que sucede en casi todas las plataformas de acceso a revistas digitales que se desarrollan de manera desvinculada del trabajo de un centro de documentación.1
Insisto, aunque actualmente contemos con facilidades digitales impensables para quienes se dedicaban a la historia en el pasado, historizar la conformación de los acervos documentales nos dice mucho sobre el mismo material y las problematizaciones metodológicas necesarias al momento de utilizarlo dentro del corpus de una investigación histórica.2
Se trata de un problema historiográfico amplio y común a toda área de investigación. No obstante, como bien plantearon algunas investigaciones, en el caso particular de la historia de las izquierdas, existe en el siglo XX un vínculo muy estrecho entre lo que podríamos llamar historias “ocultadas” y la difícil accesibilidad a su producción impresa como producto de su desplazamiento político e histórico. Incluso porque muchas veces producción impresa y bibliotecas fueron intencional y directamente destruidas o apropiadas: allanamientos a centros gremiales o políticos, a imprentas de la prensa obrera, confiscación y quema de bibliotecas militantes por fuerzas represivas o parapoliciales, autodestrucción bajo condiciones de riesgo, etc.3 Por estas razones, quienes deseen dedicarse a estas historias deben ser conscientes de que las suertes que llevaron a la conformación de un determinado acervo dicen mucho de la manera en que quedaron representadas estas fuentes y ciertos problemas propios que involucra su utilización.
Desde ya, “suerte” y “fuentes” son dos términos que se mencionan irónicamente, ambos destinados a ser criticados y desterrados desde estas reflexiones.
De hecho, al historizar también el itinerario y conservación de los distintos documentos, el objetivo consiste en problematizar la noción de fuente como aquel material que “está ahí”, disponible, simplemente dispuesto a emanar cierta información, para en cambio tratar de pensar a su vez históricamente al propio documento y su eventual disponibilidad.4
Contra todos los riesgos de tomar como objeto de estudio una publicación fuera de su tradición, podemos pensar que es una necesidad metodológica considerar cada documento dentro del acervo en que se conservó. En síntesis, la necesaria problematización sobre la documentación utilizada en una investigación requiere también una justificación del armado del corpus como un momento no narrativo de la investigación. En tanto sabemos que hay periódicos, ejemplares, actas y documentos inhallables que no se conservaron, tener en cuenta los itinerarios de conformación de un acervo permitiría, conjeturalmente, tanto situar la “fuente” como mensurar las ausencias.
En pocas palabras, los principios de la archivística moderna que recomiendan resguardar la procedencia y respetar el orden original de los fondos no sólo tienen relevancia técnica para el trabajo del archivista, sino que resultan también principios gnoseológicos y epistemológicos fundamentales para la práctica historiográfica, en la medida en que ésta requiere poder dimensionar un documento en el acervo en que se lo conservó al momento de utilizarlo dentro del corpus de una investigación.5 Según el objetivo del presente dossier, poner estas preguntas en juego resulta crucial para poder considerar el trabajo documental en general y de la historia de las izquierdas en particular.6
Acervos para el estudio de las izquierdas:
colecciones militantes, archivos de la represión y centros de documentación
Insistimos, el experimento mental recién desarrollado busca enfatizar la necesidad historiográfica de considerar los particulares modos de conformación de distintos repositorios documentales para poder situar la documentación utilizada en una investigación histórica.
Con esto, podemos determinar la importancia de desagregar los acervos utilizados para el estudio de las izquierdas en cinco grandes grupos: (i) fondos personales de militantes;7 (ii) fondos institucionales de bibliotecas, hemerotecas y archivos producto de la actividad partidaria, militante y gremial;8 (iii) los llamados “archivos de la represión”, es decir, los documentos producidos por la actividad represiva ejercida por distintas organizaciones estatales y/o para-estatales;9 (iv) los fondos personales de investigadorxs que tuvieron que recolectar distinto tipo de documentación para sus respectivas investigaciones; y (v) los centros de documentación profesionales, que surgieron frente a la inexistencia de políticas sistemáticas de conservación tanto estatales como militantes y que contienen varias colecciones de distinto origen, de modo que, a su vez, pueden resguardar colecciones provenientes de fondos personales, instituciones o entidades represivas. Demás está decir que —como muestran bellamente los textos de este dossier— además, los centros de documentación desarrollan sus propias colecciones bibliográficas, hemerográficas y archivísticas.
Por supuesto, esta división no pretende afirmar que estos y sólo estos sean los únicos tipos de acervos útiles para estudiar las izquierdas. Por el contrario, entre otras tantas series de documentos, numerosxs autorxs han utilizado con provecho la prensa comercial de tirada amplia (y por lo tanto comparativamente mejor conservada) o los films de consumo masivo para investigar la cultura de izquierdas, así como otro material producido desde entidades estatales. Los ejemplos podrían ser muchos. Con todo, esta división permite tanto organizar y pensar los modos de conservación de los documentos producidos por las izquierdas así como las lógicas, objetivos y proyectos de los espacios donde actualmente se encuentran disponibles.
Como se ha dicho con anterioridad en varias ocasiones, en líneas generales los primeros historiadores de cada tradición política fueron a su vez militantes que también llevaron a cabo tareas de conservación documental. Por nombrar sólo los casos más determinantes, claro: Max Nettlau (International Institute of Social History, IISH), Diego Abad de Santillán (IISH), David Riazanov (Instituto Marx-Engels), José Ingenieros (CeDInCI); así como, entre muchos otrxs militantes que no se dedicaron específicamente a la tarea histórica, como Edgard Leuenroth (UNICAMP), Ugo Fedeli (IISH) y José y Margarita Paniale (CeDInCI). En las primeras décadas del siglo XX, todxs ellxs comenzaron a organizar sus colecciones documentales al percatarse de que efectivamente la producción impresa de sus propias tradiciones políticas estaba perdida o en riesgo de perderse. De hecho, la gran mayoría de la documentación conservada sobre el movimiento obrero argentino y latinoamericano comenzó a resguardarse con cierta sistematicidad a partir de la década de mil nueve veinte, pero, sobre todo, desde los primeros años de la década del treinta.10 Su particularidad radica en que hoy en día todas estas colecciones se encuentran resguardas en centros de documentación profesionales.
Por un lado, bajo esta misma alerta, durante la década del treinta surgieron en distintos países los primeros emprendimientos de conservación militantes, con proyectos tanto vinculados al socialismo como al anarquismo y al comunismo. La mayoría de ellos mostraron diferentes tipos de límites al momento de desarrollar sus proyectos.11
Por otra parte, a partir de la donación iniciática de Max Nettlau al Institute of Social History (IISH) en Amsterdan fundado en 1935, otros militantes, como Diego Abad de Santillán, Ugo Fedeli y Luigi Fabbri, enviaron también allí sus colecciones. En un mapa geopolítico aún no suficientemente estudiado, en el inicio de la misma década, el Ibero-Amerikanisches Institut (IAI) de Berlín tuvo su impulso inicial en los fondos de los bibliófilos y diplomáticos Vicente y Ernesto Quesada.12 Y los proyectos de recopilación documental latinoamericana desde Estados Unidos también datan sus primeros intereses a fines de la década del treinta.
Así como el IISH fue creado —en un país que aparecía como neutral frente al avance del nazismo— con los fines de resguardar acervos que se encontraban en peligro en países como Alemania y Austria, los centros de documentación que se mencionan a continuación fueron fundados o reorganizados al caer las dictaduras en sus respectivos países.
En Italia, la fundación de la Biblioteca Giangiacomo Feltrinelli e Istituto Giangiacomo Feltrinelli con el fin de desarrollar colecciones de historia de las izquierdas e historia económica se fundaron formalmente en 1949, inmediatamente después de la guerra y la derrota del fascismo.
En España, hoy ubicada en Alcalá de Henares, cerca de Madrid, hay que destacar la hemeroteca, biblioteca y archivo de la Fundación Pablo Iglesias que se creó en 1977, en el inmediato posfranquismo. Tiene el fin de difundir la historia y el pensamiento socialista, en especial del Partido Socialista Español (PSOE) y la Unión General de Trabajadores (UGT), con una importante cantidad de fondos personales e institucionales. En Madrid, la documentación producida por el anarquismo español es resguardada en la Fundación Anselmo Lorenzo, que posee distintos tipos de colecciones vinculadas a la histórica central sindical a la cual pertenece, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y muchas otras organizaciones. En Barcelona, la Biblioteca Pública Arús fundada por en 1895 posee un fondo documental especializado en masonería, movimiento obrero, anarquismo, socialismo y cooperativismo, que se conservó por haber permanecido cerrada durante gran parte del franquismo.
Al menos a esta lista hay que sumar las colecciones de las bibliotecas vinculadas a distintos proyectos políticos. Este es el caso de la Biblioteca de la Fundación Friedrich Ebert, fundada en 1925 en Berlin. Uno de sus objetivos fue el de recoger el archivo y la biblioteca del Partido Social Demócrata Alemán, fundado en 1875, que además de resguardar su propio fondo institucional se había enriquecido durante décadas con los aportes de las bibliotecas personales de las figuras fundacionales
del socialismo alemán, empezando por Marx y Engels. Si bien la biblioteca fue luego prácticamente destruida por el nacional-socialismo, fue reconstruida y actualmente funciona en Bonn.13
Por su parte, la impresionante colección de Edgard Leuenroth comenzó a ser resguardada por la Biblioteca de la Universidad de Campinas a partir de 1973. En 1974 se constituyó como Arquivo Edgard Leuenroth (AEL), aunque recién se comenzó a organizar en la década de 1980 y en la década de 1990 alcanzó organización profesional.14
En Francia, gracias a un importante fondo documental de la Primera Guerra Mundial, se fundó en 1917 la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine (BDIC), el espacio, además de la Bibliothèque nationale de France (BNF), que probablemente hoy en día cuente con los fondos documentales más importantes para el estudio del movimiento obrero y los movimientos sociales desde principios del siglo XX. Más adelante, en 1966 Jean Maitron creó a partir de su propio fondo documental el Centre d’Histoire du Syndicalisme, hoy llamado, dentro de la Universidad Paris 1, Centre d’Histoire Sociale des Mondes contemporains (CHS). Con un volumen considerablemente menor, en 1977 se creó el Centre d’Etudes et de Recherches sur les Mouvements Trotskyste et Révolutionnaires Internationaux (CERMTRI), en donde al fondo de archivo y a los documentos proporcionados por la Organisation Communiste Internationaliste (OCI) se añadieron los fondos aportados por militantes del movimiento trotskista.
Sin duda, la organización de estas diferentes instituciones durante el siglo XX resultó de una importancia crucial para la conservación de documentación por las posibilidades que abrían a la investigación. No obstante, hasta hace apenas unos diez años, el material continuaba siendo de un acceso dificultoso a quienes querían consultarlo. Las colecciones sólo se volvieron accesibles lentamente, lxs investigadorxs tenían que trasladarse a las ciudades más diversas para poder acceder a los fondos documentales. Además, desde ya, las consultas todavía no estaban agilizadas por las innumerables ventajas que brindan hoy los catálogos digitales y sus motores de búsqueda. De este modo, de manera amateur, militantes, compradorxs privados, coleccionistas e investigadorxs tuvieron la necesidad y el espacio en el mercado para generar colecciones privadas. Entre ellxs, de hecho, a menudo, quienes investigaban no tenían más opción que comprar los documentos necesarios disponibles en el mercado para abordar su objeto de estudio.
Los problemas para la investigación hasta la década del noventa son también entonces conocidos. Herederxs, hijxs de militantes, coleccionistas e incluso determinadxs investigadorxs gozaban de cierto poder sobre el material recolectado, de modo que sólo admitían (y en algunos casos aún hoy en día sólo permiten) su consulta de manera arbitraria y condicionada, de modo discrecional como parte de una red de favores serviciales. Los riesgos son también conocidos: pérdida, deterioro, riesgo que acervos únicos se desperdiguen en mesas de saldo o se vendan al exterior a precio dólar. Así como los riesgos, en comparación menores, de que se conserven, ordenen y reordenen, una y otra vez, sin considerar los preceptos de conservación de la disciplina archivística.15
Desde su fundación en 1998, el CeDInCI ha llamado la atención sobre los problemas de conservación documental en Argentina y en toda América del Sur, cuya producción hemerográfica y archivística se encuentra mejor conservada fuera del propio continente, ya sea en bibliotecas universitarias de los Estados Unidos o en los centros de documentación ya mencionados, como el Ibero-Amerikanisches Institut (IAI) de Berlín o el Insternational Institute of Social History (IISH) de Amsterdam.16 Sin dudas, la creación del AEL en Campinas y la del CeDInCI en Buenos Aires contribuyeron, por su tarea de conservación y las discusiones impulsadas, a que disminuyera el drenaje patrimonial latinoamericano hacia Europa y los Estados Unidos.
En lo referente a los estudios en Argentina, el crecimiento del campo bibliotecológico y archivístico tuvo recientemente un desarrollo significativo. No sólo por la implementación de nuevas tecnologías de informatización de bases de datos que propiciaron la creación de catálogos y una importante digitalización de documentación, sino además, al menos en Argentina, se trató de un desarrollo vinculado a dos grandes procesos: la apertura de archivos para juzgar los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura y el surgimiento de experiencias profesionales alrededor del sistema académico y universitario. De hecho, la derogación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final en agosto de 2003 y la habilitación de los juicios a los delitos cometidos durante el proceso militar argentino entre 1976 y 1983 no sólo brindaron una nueva relevancia a la historia reciente, sino que también se dieron de la mano de un fuerte aumento del presupuesto y de personal para los proyectos de recuperación de archivos —por ejemplo el de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA) por la Comosión Provincial de la Memoria, o los fondos recuperados o donados a la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación (AGN).
No obstante, lo llamativo es que este crecimiento no sólo se limitó a los archivos estatales, sino que, además, en distinta medida fue acompañado de una organización al menos parcial, según el caso, de las bibliotecas, hemerotecas y archivos del Partido Comunista, de la Unión Cívica Radical (UCR), del socialismo y del anarquismo. De todos modos, años después de iniciados estos procesos de ordenamiento, habría que remarcar que tanto los emprendimientos públicos como militantes encontraron distintos tipos de límites en sus continuidades.
De cualquier modo, este proceso también trajo en el país la aparición de una nueva literatura sobre archivos y ciencia de la información con sus correspondientes debates. En parte puede verse en el nacimiento de las revistas Información, cultura y sociedad y la misma Políticas de la Memoria en 1999, un año después de la fundación del CeDInCI, y en la más reciente aparición en el 2010 de la Revista electrónica de fuentes y archivos. Todas plataformas que contribuyen en la constitución de un campo de discusiones y nuevas intervenciones académicas de investigación sobre ciencias de la información.17
Sobre el presente dossier: el ente como colecciones o de las colecciones al ser
El dossier que se abre en este número de Políticas de la Memoria y continuará en los siguientes recopila una serie de textos que historizan la conformación de las principales colecciones para el estudio de las izquierdas así como de los centros de documentación e investigación que los albergan. Todos ellos proponen un análisis de las colecciones conservadas (y, por la negativa, entonces también de las no conservadas), sus proyectos, sus modificaciones, su propia historia. En todos los casos además con sugerentes reflexiones sobre los vínculos de inter-determinación mutua entre la historia de los fondos documentales y la tarea historiográfica.
En el texto que abre este dossier, David Bidussa recuerda cómo, durante el discurso inaugural de la nueva sede de la fundación que lleva su nombre, el célebre editor Giangiacomo Feltrinelli enfatizaba en 1961 que las colecciones de una entidad “expresan su fisonomía”, de modo que las colecciones de libros “permiten comprender un tiempo”.
No obstante, no sólo eso, su hipótesis va mucho más allá: las colecciones de un centro de documentación generan en sentido estricto muchas de las dimensiones de un campo de estudios. Es decir, la conformación y disponibilidad de una colección no sólo constituye la condición material de posibilidad de un área de investigación, sino que además contienen las hipótesis de lectura que las habilita. La transformación de material disperso en documentos dentro de una serie dota a los documentos de un nuevo significado que también genera cambios a nivel de las hipótesis, la metodología y la misma lengua, al re-definir tradiciones teóricas y políticas.
Por esto, Bidussa sostiene respecto a la Fundación que él dirigió:
Es el resultado final de un proceso que tiene lugar, ante todo, a nivel de la fisonomía de las colecciones, de su construcción, pero también en la identificación de los temas/disciplinas/cuestiones, sobre los cuales la Biblioteca concentra su propia atención, o decide invertir como lugar de trabajo para transformar un tema en una “disciplina”, en un objeto de investigación innovador, tanto en relación con el objeto como al perfil de la investigación, al que la construcción del patrimonio contribuye de forma decisiva.18
Volvemos entonces a enfatizar las afirmaciones que puntualizamos al comienzo en relación con esta cita. Así como una investigación involucra un momento no narrativo en la confección de su corpus, un centro de documentación propone y genera también una intervención intelectual: con hipótesis, recortes, métodos y conexiones, al armar y superponer sus colecciones. Pongamos el acento en la importancia de este momento tácito en la confección de una investigación, donde las fuentes no existen, los documentos se ordenan en series y el funcionamiento totalmente artificial del corpus se pone en movimiento, a generar relaciones e hipótesis. Como señala de Certau, los documentos se copian, se reproducen dentro de un nuevo ambiente y de este modo se modifican totalmente. La construcción del corpus —por parte del/a investigador/a— claramente forma parte fundamental de la investigación, y, a una escala mayor, la conformación de un corpus por parte de un centro de documentación contiene las hipótesis de un período. De modo que el proyecto de un centro de documentación engloba a su vez condiciones de posibilidad materiales y metodológicas, en una operación cultural que contiene las hipótesis de todo un momento historiográfico.
Así como Bidussa enfatizaba este aspecto no narrativo, constructivo y creador de las colecciones de un centro de documentación, el segundo artículo, narra el desmantelamiento durante la década del veinte del principal centro de documentación instaurado durante la Rusia revolucionaria. ¿Qué implica para la historiografía el control por años de un acervo como éste? Probablemente incluso más de lo que podemos dimensionar. A partir de la figura de su principal impulsor, David Riazanov, este texto desarrolla cómo el Instituto Marx Engels pasó a ser el Instituto Marx-Engels-Lenin (IMEL) en 1931 para, con posterioridad, transformarse en el Sector de Marx y Engels del Instituto del Marxismo-Leninismo del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
El historiador ruso-soviético Yakov G. Rokityansky, egresado de Facultad de Historia de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú, trabajó durante 25 años en el sector de las obras de Marx y Engels dentro del mencionado instituto. Sacando provecho de tantos años de labor en semejante puesto estratégico, a lo largo de la década de 1990 y a comienzos de la siguiente dio a conocer una serie de estudios sobre la obra y la trayectoria de David Riazanov, el fundador del Instituto Marx-Engels, al mismo tiempo que exhumaba una serie de documentos inéditos que habían quedado celosamente guardados durante la era soviética. Como resultado de esa labor investigativa, publicó dos libros, aún sólo disponibles en ruso: el primero, en colaboración con el historiador alemán Reinhard Muller, se tituló El disidente rojo. El académico Riazanov, rival de Lenin, víctima de Stalin (Moscú, 1996) y el segundo fue Humanista de la era de Octubre. El académico D. B. Riazanov, socialdemócrata, activista de derechos humanos, científico (Moscú, 2009). Como un avance de esta última obra, Rokityansky dio a conocer en 2008 el presente estudio, traducido directamente del ruso para Políticas de la Memoria.
Por último, en este número el dossier cierra su primera parte abordando la historia del archivo de la familia Bakunin y su trayectoria, desde su confección y uso a fines del siglo XIX por las mujeres de la familia hasta su actual disponibilidad. Las peripecias de la trayectoria de este acervo central para la historia de las izquierdas dejan muy en claro cómo la producción historiográfica queda totalmente vinculada al ordenamiento, la confección, el uso y la forma en que se ofrece un determinado corpus a la consulta; es decir, a sus lógicas. Dependiendo de quién posee y maneja un archivo, con sus modos de catalogarlo y ofrecerlo, en conjunción con las modificaciones en su manejo a lo largo del tiempo, no sólo modifican la fisonomía y formas de las colecciones, sino sobre todo el papel social e historiográfico que juega un acervo a lo largo del tiempo.
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El presente artículo enfatiza la importancia historiográfica de conocer la ubicación de un documento dentro del corpus en que se conservó, y, entonces, también de tener en cuenta los particulares modos de conformación de estos repositorios para poder situar la documentación utilizada en una investigación histórica. En un segundo momento, esta afirmación lleva a una clasificación de los distintos tipos de acervos y modos en que se conservaron materiales para el estudio de las izquierdas, desde los acervos personales de militantes hasta los centros de documentación profesionales, mencionando varios problemas a lo largo de este proceso. Finalmente, con la bibliografía citada, insiste con la importancia de los centros de documentación como dadores de las condiciones de posibilidad de la investigación histórica.
Palabras clave: Colecciones documentales; Historiografía; Centros de documentación; Historia de las izquierdas.
Documents, collections and documentation centers: on the conditions of possibility of historical research.
Abstract
This article emphasizes the historiographic relevance of knowing the location of a document within the corpus in which it was preserved, and, therefore, also of taking into account the particular ways in which these repositories were formed in order to situate the documentation used in historical research. In a second moment, this statement leads to a classification of the different types of repositories and ways in which materials were preserved for the study of the left, from the personal repositories of militants to professional documentation centers, mentioning several problems along this process. Finally, with the bibliography cited above, it insists on the importance of documentation centers as providers of the conditions of possibility for historical research.
Keywords: Documentary collections, Historiography, Documentation centers, History of the left.
* Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas-Universidad Nacional de San Martín / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CeDInC-UNSAM/CONICET. Orcid: https://orcid.org/0000-0001-9058-9573
1 Sólo uno de los problemas radica entonces en no saber leer las bases digitales y entonces no poder mensurar la representatividad de un determinado documento dentro de una investigación. Dos breves ejemplos vinculados al campo de estudios en Argentina. Unos de los peligros puede ser equiparar de alguna manera distintas revistas, de distinta tirada y/o repercusión, pero con una mayor visibilización en acervos digitales. Lila Caimari llamó la atención sobre el efecto que tuvo hace unos (quizás ya casi diez) años la digitalización con reconocimiento de texto (OCR) de la revista argentina Caras y Caretas (Buenos Aires,1898-1941) por parte de la Biblioteca Nacional de España. De pronto, la fácil accesibilidad a su colección provocó que esta revista fuese utilizada por una inmensa cantidad de trabajos, artículos y tesis. La revista tomó así una nueva centralidad para explicar la cultura argentina de principio de siglo sin matizar su papel respecto a otras publicaciones que le fueron contemporáneas. Quedaba sumamente claro, una vez más, que la historia se construye sobre los documentos disponibles y con una dificultad extrema de mensurarlos en relación con los, por diversas razones, no disponibles. Segundo ejemplo. En una dirección similar, sólo se conserva un ejemplar de cada uno de los tres números de la revista Mente (Córdoba, 1920) en el acervo de la Federación Libertaria Argentina (FLA). Su excepcionalidad, por la que se digitalizó y por la que sólo se conservó en un único espacio de militancia, radica en que se inscribió en una línea sovietista particularmente combativa dentro del anarquismo local que luego quedó fuera de la historiografía libertaria “oficial”. El desarrollo institucional que se continuó desde la Alianza Libertaria Argentina (cercana en su fundación al grupo, ya minoritario, “anarco-bolchevique”) y la Federación Anarco-Comunista Argentina, que finalmente constituyó la FLA, explican por qué pudimos encontrar sólo ahí esta colección, aunque ahora accedamos a ella digitalmente. Sin embargo, los textos publicados en la revista Mente suelen ser interpretados como característicos de la filosofía de la historia que impulsaba el anarquismo argentino en esos años o como parte de un proyecto teórico de largo aliento. Nada más lejos.
2 Para una ponderación de los límites y posibilidades del estudio de revistas literarias digitalizadas y las humanidades digitales: Hanno Ehrlicher y Nanette Rißler-Pipka (eds), Almacenes de un tiempo en fuga, Aachen, Shaker Verlag, 2014.
3 Por dar sólo un ejemplo, Turcato utiliza el término de Thompson “sociedad opaca” para describir la dificultad de investigar proyectos políticos perseguidos. Y argumenta que los académicos deben utilizar diversas metodologías creativas con el fin de dimensionar los indicios que desafían a las historias tradicionales ampliamente documentadas. David Turcato, “Italian Anarchism as a Transnational Movement, 1885-1915”, irsh, Vol. 52, n° 3, Amsterdam, 2007, pp. 407-444. Además, por ejemplo, pueden verse: Ariel Dorfman, Ensayos quemados en Chile, Buenos Aires, De la Flor, 1974; Judith Gociol y Hernán Invernizzi, Un golpe a los libros, Eudeba, 2003.
4 Plantear una dicotomía fuerte entre la noción de fuente y la de documento permite contraponer aquello que parece brindar información de manera dada, obvia y transparente, sin una problematización de sí mismo como objeto histórico, contra la importancia de los meta-datos de clasificación de un documento y su presencia en determinadas colecciones, datos que, a menudo incluso resultan quizás más importantes que el contenido del propio documento. De modo que, por ejemplo, en el caso de las revistas, colecciones completas sólo pueden armarse a lo largo de distintos acervos, y tener en cuenta en cuáles resulta sumamente relevante.
5 Efectivamente, los nuevos estándares descriptivos de la archivística ponen muchísimo énfasis en que es casi más importante el contexto de producción que “el documento” en si. Y por eso hay que registrar, en lo posible, las operaciones de creación, ordenamiento, los faltantes de documentación, etc. Para una explicación de estos dos principios y la diferenciación aquí utilizada entre ‘acervos’, ‘colecciones’, ‘archivos’ y ‘centros de documentación’ puede verse: Antonia Heredia Herrera, Archivística general: teoría y práctica, Sevilla, Excma, 1995.
6 Una discusión distinta consiste en pensar la importancia que puede tener consultar la documentación en su soporte original, ver: Andrew Hoyt, “Hidden Histories and Material Culture: The Provenance of an Anarchist Pamphlet”, Zapruder World, Vol. 1, [Roma], 2014. Este autor sostiene que la materialidad de una publicación puede transmitir información históricamente tan relevante como el contenido mismo del texto y colaborar en responder también las preguntas en las que insistimos respecto a cómo y por qué se construyó un objeto, cómo se hizo, quién y cómo lo vendió, quién lo compró, qué lo salvó, quién lo leyó, quién y cómo lo conservó, y, con el tiempo, cómo se archivó, en qué condiciones se guardó y cómo se catalogó: “por lo que puede decirnos mucho sobre el mundo indocumentado que deseamos investigar”.
7 A lo largo de las notas al pie, me centraré en ejemplos pertenecientes centralmente al campo de estudios de Argentina. A modo de ejemplo, entre los principales fondos personales conservados para el estudio de las izquierdas, hay que mencionar: Fondo Diego Abad de Santillán (IISH, Amsterdam), Fondo Max Nettlau (IISH, Amsterdam), Edgard Leuenroth (UNICAMP, Campinas), Ugo Fedeli (IISH, Amsterdam), José y Margarita Paniale (CeDInCI, Buenos Aires), Fondo Luis Danusi (CeDInCI, Buenos Aires), Héctor Raurich (CeDInCI, Buenos Aires), Juan Carlos Portantiero (FLACSO, Buenos Aires), Benito Milla (CIRA, Laussane), Rodolfo Mondolfo (Universidad de Bologna); Rodolfo Puiggrós (Universidad Nacional de Lanús), Jorge Abelardo Ramos (Biblioteca Nacional, Buenos Aires), José María Aricó (Universidad Nacional de Córdoba, Buenos Aires) y Juan José Real (Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires). Además, entre algunos más de menor volumen, el CeDInCI conserva los fondos personales de José Ingenieros, Héctor Raurich y José Sazbón Por otro lado, no específicamente en lo que respecta a las izquierdas, resulta necesario destacar por su importancia, el Fondo de Vicente y Ernesto Quesada que dio origen al Instituto Ibero-americano de Berlín (IAI); los archivos de escritores como Alejandra Pizarnik, Juan José Saer y Ricardo Piglia en Princeton; y aquellos que se conservan en fundaciones privadas, como los de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Manuel Mugica Láinez (en donde, claro, el acceso suele depender de la buena voluntad de quienes las conservan); Leopoldo Lugones (Biblioteca Nacional de Maestros, BNM, Buenos Aires); Ricardo Levene (BNM), y la de Emilio Ravignani (UBA); Córdoba Iturburu (CeDInCI). Ver: Virginia Castro, “La biblioteca de Samuel Glusberg en el CeDInCI”, en Políticas de la Memoria, nº 16, Buenos Aires, pp. 51-59.
8 A modo de ejemplo, en Argentina, entre algunas más: Biblioteca-Archivo de Estudios Libertarios de la Federación Libertaria Argentina, Biblioteca del Partido Comunista Argentino, Biblioteca Popular José Ingenieros, Biblioteca de la Federación Obrera Regional Argentina, Biblioteca del Partido Radical, Biblioteca Juan B. Justo, Biblioteca y Archivo Social Alberto Ghiraldo, Biblioteca del Sindicato de Obreros de la Madera de Capital Federal, Biblioteca de la Confederación General del Trabajo y Biblioteca Juventud Moderna.
9 Nos referimos a la documentación producida por las entidades vinculadas a la persecución política. En el caso de Argentina, consta de archivos policiales, documentos conservados en el Ministerio del Interior y al material intercambiado por las embajadas de diferentes países. Puede verse: Rodolfo Porrini, “Uma aproximacao aos arquivos históricos do movimento sindical e das organizacoes socias no Uruguay”, en: Arquivos e o direito à memória e à verdade no mundo dos trabalhadores, Sao Pablo-Rio de Janeiro, Arquivo Nacional - cut, pp. 159-180.
10 Con relación al caso argentino, Félix Weil en su visita al país llamó la atención sobre este problema por primera vez en 1923. Cuatro años más tarde, Max Nettlau pidió la confección de una “bibliografía local esmerada” a los militantes de diferentes regiones y Abad de Santillán fue sólo uno de los que respondió a este llamado biblio-hemeorgráfico. Fueron ellos entonces también algunos de los que comenzaron tareas sistemáticas de conservación, confeccionando colecciones de periódicos, libros y folletos a la par que sumaban documentación a sus propios archivos personales producto de su propia tarea militante. Me permito citar: Lucas Domínguez Rubio, El anarquismo argentino, Buenos Aires, Anarres-CeDInCI, 2019.
11 Sobre este punto, con nuevo permiso: Lucas Domínguez Rubio, “Acervos, bibliotecas, hemerotecas y archivos: consideraciones para el estudio del movimiento anarquista y la cultura de izquierda”, en Martin Albornoz, Eduardo Godoy Sepúlveda, Juan Cruz López e Ivanna Margarucci (coords.), Reflexiones en torno a los archivos en el estudio del anarquismo en América y España, Santiago de Chile-Madrid, Eleuterio-Piedra Papel, 2022.
12 Sobre este punto, puede verse, por ejemplo, el Dossier Legados de Ernesto Quesada, con textos de Sandra Carreras, Gerardo Oviedo, Sol Denot, Diego Pereyra y Martín Bergel, en Políticas de la Memoria, nº 8/9, 2009, pp. 177-230.
13 Jaques Paparo, “En busca de los libros perdidos: historia y andanzas de una biblioteca”, en Nueva sociedad, n.º 277, 2018. Sin tratarse de un acervo con colecciones específicas para la historia de las izquierdas, resulta necesario destacar que la Akademie der Künste en Berlin posee los fondos documentales de Bertolt Brecht, Walter Benjamin y Theodor Adorno, además de fondos especiales sobre exiliados durante el nazismo.
14 Walnice Nogueira Galvão, “Resgate de arquivos: o caso Edgard Leuenroth”, en Revista do Instituto de Estudos Brasileiros, n° 54, São Paulo, pp. 21-30.
15 La lista a nivel nacional de investigadores que tuvieron que forjar sus colecciones y conservan y conservaron fondos de manera privada bajo una consulta condicional consta de una larga lista de nombres, entre los que se destacan los de Victor García Costa y Guillermo David. El caso del librero Washington Pereyra resulta especialmente significativo de la situación documental local en la década del noventa. Probablemente, por su magnitud, el caso más preocupante ha sido el de la fantasmática Fundación para la Literatura Rioplatense Bartolomé Hidalgo, erigida a partir de una colección personal, luego puesta a disposición con fondos públicos y finalmente vendida y desperdigada con ganancias privadas. Por sus propios catálogos y las discrecionales consultas que permitió durante su corta existencia durante la década de 1990 y comienzos de la siguiente sabemos que su enorme colección dispuso de revistas únicas hoy perdidas, no sólo por el carácter amateur del proyecto sino además por su confuso vínculo entre lo público y lo privado. Si tenemos que enumerar a investigadorxs y escritorxs que permitían bajo intercambios serviciales la consulta del material recolectado, la lista se haría enorme.
16 Frente a la inexistencia de políticas de conservación a largo plazo y el interés de importantes universidades extranjeras y centros de documentación con mayor poder adquisitivo, permanentemente existe en Argentina un bien conocido éxodo de bibliotecas, hemerotecas y fondos de archivo. Como señaló Horacio Tarcus (2002), por lo general han sido tres los destinos de las bibliotecas y archivos de la izquierda argentina: cuando no son vendidos al exterior, o permanecen en poder de la familia que heredó el material de su pariente militante o son adquiridos por coleccionistas privados. Estas dos últimas opciones han mostrado en la práctica la gran cantidad riesgos que involucran. En ambos casos la falta de sistematicidad y criterio de organización se da de manera conjunta al riesgo de ventas esporádicas pieza por pieza y la posibilidad de que se desperdigue en mesas de saldo o en librerías de anticuarios, o, directamente, de que se deteriore frente a la falta de cuidados. Horacio Tarcus, “El drenaje patrimonial como destino. Bibliotecas, hemerotecas y archivos, un caso de subdesarrollo cultural”, La Biblioteca, nº 1, Buenos Aires, 2005, pp. 22–29.
17 Puede verse: “Presentación / Editorial: Para una política de archivo”, en Políticas de la Memoria, nº 4, Buenos Aires, 2004, pp.3-10; Mariana Nazar y Andrés Pak Linares, “El hilo de Ariadna”, en Políticas de la Memoria, nº 6/7, Buenos Aires, 2007, pp. 212-218; Horacio Tarcus, “Los archivos del movimiento obrero, los movimientos sociales y las izquierdas en la Argentina: Un caso de subdesarrollo cultural”, en Políticas de la Memoria, nº 10/11/12, 2011, Buenos Aires, pp. 7-20; Philippe Artières y Dominique Kalifa, “El historiador y los archivos personales: paso a paso”, en Políticas de la Memoria, n°13, Buenos Aires, 2013, pp. 7-11; Eugenia Sik, “Archivos personales en transición, de lo privado a lo público, de lo analógico a lo digital”, en Políticas de la Memoria, nº 19, 2019, Buenos Aires, pp. 16-25.
18 Ver el texto a continuación traducido especialmente para el presente número de Políticas de la Memoria: David Bidussa, “La Biblioteca - Istituto Feltrinelli: La fisionomia delle collezioni”, en Giuseppe Berta y Giorgio Bigatti, La Biblioteca - Istituto Feltrinelli: Progetto e storia, Milano, Feltrinelli, 2016.