Biografías, militancias, diccionarios

Michel Verret*, “Biographies, militants, dictionnaires”, en Michel Dreyfus, Claude Pennetier y Nathalie Viet-Depaule, Le parti des militants, Les Editions de l’Atelier, París, 1996, pp. 21-34. Traducción al castellano para Políticas de la Memoria Margarita Merbilhaá.


Sociología de la biografía

Biografía y militancia

Historia(s) y diccionarios

Bibliografía

Resumen

Diccionarios biográficos del Movimiento obrero: ¿Cómo puede leerlos el sociólogo? ¿Qué tendría para decir sobre ellos la sociología?

Si no la sociología, al menos el sociólogo…

¿Y sobre la biografía, cuando ella adopta el modo historiográfico?

¿Y sobre la historia1 del Movimiento obrero, cuando adopta el modo biográfico?

¿Y sobre la historia biográfica del Movimiento obrero, cuando adopta el modo diccionario?


Sociología de la biografía

El movimiento obrero es ya viejo, como lo es también su historia. La biografía lo es más aún. ¿Por qué ha ingresado tan tarde en la historia de este Movimiento?

Es que, al fin y al cabo, a no ser que tomemos como adjetivos a los sustantivos, el obrero no es tal sino en su vida y por su vida, en la que es no solo un sustantivo sino un sujeto. ¿Y de qué manera se llega a saber lo que sea acerca de “¿qué es ser obrero?” si no es mediante la pregunta de “¿quién es obrero?”; o acerca de “¿quién es obrero?”, ¿si no es abordando a “tú que lo eres”, “yo” o “él”, sujetos de habla y ante todo, de vida? A decir verdad, se trata siempre más bien de “yo”, “tú” y “él” —en una interlocución e inter-existencia—, ya que nunca se es sujeto de habla sino en la lengua, y no hay manera de ser sujetos de habla sin estar dentro de la lengua, y no hay manera de estar juntos en la lengua, sin compartir la existencia, sin saber desde dónde se habla ni de aquello de lo que se habla. Por lógica, entonces, la historia de la vida obrera solo debería haberse hecho como una historia de la vida de los obreros, y esta historia, solo a partir de sus historias de vida. Sin embargo, es al cabo (provisorio) de una larga historia precedente, cuando surge el propósito de escribir las vidas que fueron la condición de existencia de esta historia, o incluso, paradójicamente, de su conocimiento…

Se trata de una situación recurrente en la historia, y acaso originaria.2 En efecto, la historia pasó a ser rápidamente y por mucho tiempo la historia de la vida de los pueblos, las ciudades y los imperios —o más simplemente, de los linajes aristocráticos—, antes que la historia de vida de los individuos que integraban estos colectivos. O bien, cuando lo es, tiene que ver a tal punto con una identificación respecto de las figuras que los encarnaban —fundadores, jefes guerreros, reyes, emperadores (la primera biografía fue La Ciropedia…)—, que su historia particular no se distingue de la leyenda de su pueblo. Se advierte en la amplificación, la sobreestimación, la cristalización en las que se opera su magnificación conjunta. Por ende, se acercaba más al relato mítico —relato de la vida de los dioses, semi-dioses, semi-humanos, héroes— que al propiamente histórico.

Probablemente el proyecto de la historia como tal —en tanto relato verdadero que se distingue del relato ficticio (ficción mítica o dramática derivada)— aparece en Aristóteles,3 su primer y gran teórico, como contemporánea al proyecto biográfico, e incluso consubstancial a él… “Lo que Alcibíades ha hecho y lo que le sucedió”, en la azarosa contingencia de la “tuké” en contraposición con lo que el Destino anuda en sus lazos de necesidad (“ananké”, y no “tuké”). Esto es para Aristóteles lo que constituye el programa divergente, si no antagónico, de doble relato histórico y trágico que deriva del relato mítico. Ahora bien, el relato trágico se desarrollará más rápido e irá más alto que el histórico. Este último apenas otorgará un lugar tardío y muy limitado al relato biográfico propiamente dicho —el relato de una secuencia irreversible de los acontecimientos significativos de una vida singular. Un lugar limitado, podría decirse, al género Alcibíades: el ejemplo aristotélico de la vida por azar no es seguramente azaroso. Alcibíades, figura escandalosa de la aristocracia aventurera, fascinará a otro marginal, crítico y acaso cínico como lo fue Sócrates, el amigo de Platón,4 en el mismo tiempo de crisis.

En efecto, tendrán que aparecer circunstancias históricas muy especiales para ver emerger biografías históricas de individuos, distintas de las figuras emblemáticas de los grupos o de las figuras que estos edificaban mediante la exaltación de virtudes individuales. Dichas circunstancias fueron recientemente analizadas por Arnaldo Momigliano, y antes por Jacob Burkhardt, respecto de las dos épocas clásicas de la biografía en la historiografía:

- La emergencia,5 en la democracia ateniense que siguió al estallido del orden de las comunidades nobles, de procedimientos electivos destinados a optar entre líneas políticas y estratégicas concurrentes —líneas y no linajes (aunque todavía tuvieran que ver con ellos)—, encarnadas y defendidas por individualidades excepcionales, suficientemente singulares como para dar lugar al relato de su singularidad…

- La aparición,6 en la Italia del Renacimiento, también en medio de una crisis comunitaria de los poderes patricios y eclesiásticos, de poderes personales, acaso tiránicos, y donde las figuras de los príncipes, los condottieri y sus súbditos, artistas ante todo, rivalizarán por la gloria de representar, como testigos altaneros y extremos, una excelencia denominada “virtú”…

Hay que decir que, en ambos casos, las singularidades que quedaron registradas en un relato de vida siguieron siendo figuras eminentes. Lo mismo sucedió después, en estos espacios curiales, donde el lustre del Estado ilustra por sí mismo, de alguna manera, a los autores de acciones amplificadas por el simple efecto de aparato (y el relato de estas Vidas ilustres cobrará rápidamente el estatuto legendario y éstas serán retomadas en las intrigas trágicas de las escenas de la ficción shakespeariana o stendhaliana).

Recién en la era burguesa —el burgués constituye aquel “yo” disociado de un “nosotros” en cuanto a todas las libertades de emprendimiento7—, el proyecto biográfico se desilustrará y a la vez se banalizará, dentro del movimiento general de desencanto del mundo noble que la caracterizó. “Me resulta extraño que no se cuenten vidas más a menudo”, observa Francis Bacon.8 Sí van a contarse algunas, y bien raras: en efecto, en esta emergencia generalizada del derecho a la singularidad, la atención biográfica se centrará en la insustancialidad singular. Por ende, en la adopción del detalle, del “ínfimo detalle característico”, en palabras de Boswell,9 el iniciador clásico de la gran biografía moderna con La vida de Samuel Johnson, estudiada en toda la banalidad de su grandeza o en la grandeza de su banalidad, como se prefiera. Antes, John Aubrey había adoptado esta postura en sus Vidas breves,10 breves porque no retenían más que estos detalles, aunque inolvidables: “Su señoría no apreciaba la cerveza dulce”, ni tampoco la que le enviaba tal duque (Su Señoría, para Francis Bacon que lamentaba que no se contara su vida, ahí tiene). “Era muy calvo y le gustaba trabajar con la cabeza al descubierto, costándole bastante que las moscas no se posaran en su calvicie”, comenta Thomas Hobbes, el autor del inmenso Nuevo Leviathan. Son vidas escritas desde la mirada de los ayudantes de cámara, dice Hegel. Claro que hacía falta tener tales ayudantes, y no habrá vidas escritas sobre ellos —excepto en las novelas (Jacques Le Fataliste, aunque allí había mucho del propio Denis Diderot) o en el teatro (Fígaro, que sin embargo se parece alevosamente a Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais)…11

Para que finalmente aparezcan las vidas de abajo, la gente de abajo tuvo que llegar a cobrar suficiente importancia en la Historia que se hace, y entonces la historia que se escribe se detuvo en ellas. Pero esto no se da siquiera primero en biografías singulares. Más bien aparece como leyenda anónima del “hombre común” —el “hombre cualquiera”, tan absorbido en su función y sustituible en ella que se lo designa genéricamente (cualquier campesino se llama Jacques; cualquier sirvienta se llama Marie). El derecho de estas singularidades, impedidas por obra de estos anonimatos funcionales, de ser narradas y ante todo reconocidas como tales, emerge desde abajo, al igual que sucedió en lo alto, según las condiciones y límites de los grandes momentos críticos de ruptura de las comunidades originarias. Comunidades campesinas, en la emergencia obligada de los migrantes (La Vida de mi padre, de Nicolás Edme Restif) o de los inmigrantes (campesinos polacos que se trasladan a Estados Unidos, de Thomas y Znaniecki).12 O también comunidades corporativas abandonadas cuando se libera la figura del aprendiz itinerante sin balizas (como en otros tiempos, y quizás hasta hoy, el marinero, primera figura del aventurero, y según Hegel, de la individualidad). Entre los obreros propiamente dichos,13 encontramos distanciamientos críticos producidos por el desempleo o la lucha, la represión y la sublevación frente al cambio de origen, en el caso de las figuras marginadas de los desocupados, los anarquistas o los delincuentes (como era antes el caso de los bandidos para los campesinos). En otra forma de distanciamiento vertical, aparecen figuras de fuga de la propia clase, de aquellos que “salieron de ella” a través de la promoción social, convirtiendo al interesado en un caso notable tanto para sí mismo como para los demás. En la mayoría de los casos, tanto entre las modestas o las grandes eminencias, las biografías se construyen sobre estereotipos de ejemplaridad didáctica que reciben apenas un poco menos de barniz que las vidas edificantes sobre la gente de Arriba, destinadas a ser admiradas por los de Abajo.


Biografía y militancia

Como se ve, existe un vínculo esencial entre biografía y vida excepcional. ¿De qué modo, entonces, encontrarle un lugar en la historiografía de la vida masiva?

Masa: grupo constituido por hombres o mujeres que se vuelven sustituibles en la producción, por la simplificación del trabajo; en el consumo por la serialización de productos; en la opinión, por la estereotipización de la información; en la política, por la burocratización de los aparatos. ¿Qué podrá contar de su vida aquel

“Cuyo rostro no se ha visto
Ni percibido el ser secreto,
Ni se ha oído nítidamente el nombre”?14

La primera respuesta sería que no puede contar nada, simplemente porque falta la visibilidad de algo “contable”…

La visibilidad y la perspectiva. Pero no hay nada certero, al menos en tanto y en cuanto el enfoque biográfico se confunda con la “puesta en intriga”, en términos de Paul Ricoeur.15 Es decir, el encadenamiento de acontecimientos, como hilos cruzados a partir de los cuales el historiador trama una soga. Se pueden dejar más o menos juego libre a los hilos, al tramar, según la tipología propuesta por Jean-Claude Passeron:16 “itinerario” como aquel recorrido aleatorio en un juego de probabilidades donde cada jugada redefine las chances. O bien “carrera”, con un fin predeterminado y etapas programadas. O “trayectoria”, que actualiza en la captura de las circunstancias la forma virtual de una vocación íntima. Aventurero, funcionario o clérigo: la biografía siempre se organizará, como observa Passeron, en un recorrido unidireccional, realizado en la vida, rehecho en el relato, por momento en el modo prospectivo, por otros retrospectivo, y siempre en perspectiva…

Ahora bien, precisamente este perspectivismo, condición categorial de la linealidad, parece estar ausente de la vida de un obrero cualquiera.17 Él mismo se referirá directa y continuamente a la “vida sin perspectiva”. La movilidad profesional, que muchas veces se aprecia en los cambios de empleadores, bien podría trazar una línea horizontal de vida, pero se la percibe a tal punto como repetición ante un horizonte cerrado, que las etapas se mezclan en la memoria: es más, muchos vivirán como un redescubrimiento la reconstitución de la carrera para tramitar la jubilación. Sucede lo mismo con la movilidad de domicilio entre espacios muy semejantes dentro de un mismo barrio, o de una calle parecida, que dejará en la memoria apenas el contorno impreciso de una imagen modal. En igual sentido, la participación —o no— en sucesivos actos electorales considerados como sin una eficacia destacable, solo quedará en la memoria, salvo las fechas excepcionales (1936, la Liberación de 1945), como una impresión general y formalmente vacía, o como un circo en parte gracioso. De este modo, cuanto mucho la vida no dejaría para contar más que las etapas de una vida familiar, que a su vez a menudo queda trivializada como “no historia”.

Enumerar estas imposibilidades categoriales respecto de la biografía implica exceptuar al obrero cualquiera. Quizás no al militante ya que con él aparece nuevamente la visibilidad. Y también la perspectiva. En efecto, en el horizonte de las luchas se advierten proyectos de movilización, estructuras de orden de las organizaciones, la posible linealidad de una vida combativa, ya sea con aventuras, carreras o vocaciones, lo cual cambiaría sin dudas el sentido de la biografía aunque no su línea…18

Sin embargo, se trata de una línea de cresta. No vaya a ser que la cumbre oculte la montaña, pues existe solo por ella. Lo visible, no obstante, que deja ver lo invisible, también nos lo arrebata. Allí reside todo el problema del diccionario de vidas, en contraste con el diccionario de lenguas: éste último puede apostar, virtualmente —y por qué no actualmente— a relevar la totalidad de las palabras, incluso de los usos de las palabras en una lengua especial y hasta en una lengua general. El diccionario de vidas, por su parte, debe renunciar de antemano a esta pretensión, para elegir vidas que relevará basándose en un principio de visibilidad. ¿Sobre qué principio de visibilización?

El militante citado en lo escrito es visible porque se lo ha escuchado hablar. Se sabe que uno de los grandes principios de elección militante del representante es que “sabe hablar”; “habla bien”. Sin embargo, se puede saber actuar, y actuar bien, sin saber hablar bien, ni hablar a secas (al menos dentro del campo de la palabra reconocida). Bastará que hayan visto a un militante y que hablen de él (¿quiénes?), para que escriban (este plural no coincide necesariamente con el anterior) sobre él. Pero ¿qué hay de aquel que no habla ni se ve, y del cual nadie habla (al menos con el mismo lenguaje que el que escribe)?19 Y sin embargo, ¿alguno se fijaría en el militante perceptible, de no existir esta base imperceptible?20

Línea de cresta, línea de fuego. El militante obrero no es más que el exponente visible de un gran movimiento invisible, como sucede con el militante de los clubes revolucionarios de siglos pasados o incluso antes, con los militantes de fe del humanismo devoto (devoción, la “crema de la leche de caridad”21, decía François de Sales): en efecto, él “cristaliza la masa” (Elias Canetti)22 o precipita la reacción, no importa la figura. Lo importante será el vínculo restituido de lo percibido y de lo perceptible a lo imperceptible… Toda la militancia detrás, al lado, debajo, alrededor del militante. Y esta movilización detrás, debajo, con, alrededor del Movimiento. Y también detrás, debajo, con, alrededor de la movilización, esa clase que parece inerte —aunque la inercia implica también resistencia— y cuyo reposo aparente —aunque el reposo no implica más que una forma de movimiento— es la condición sin apariencia del movimiento aparente, del mismo modo que la ciudad griega era la condición de combatividad de los ciudadanos muertos en combate a tal punto que se acostumbraba, tanto en victorias o derrotas, no mencionar su nombre en las oraciones fúnebres. O como las figuras de los Santos nombrados en la iconografía bizantina, que no se oían, implícita o explícitamente, sin la teoría anónima de los “mártires cuyo nombre solo Dios sabe”…

Si la sociología tiene algo que decirle a la historia —en el caso que nos ocupa, la sociología de las Encuestas de vida23 a la historia biográfica— sería eso: recordar en la estrella, su nebulosa…

Esto es así para la luz que encontraríamos en todas estas vidas pequeñas —Vidas minúsculas, según Pierre Michon—,24 pues solo son sombras vistas desde lejos. Desde cerca, ante el brillo estable del militante, todo un centelleo de militancia con destellos inestables, a veces fugitivos —rayos de acción (acción directa, acción de apoyo), destellos de pensamiento (pensamiento crítico, de propuestas), destellos de fe (fe como confianza, fe como fidelidad)— sin los cuales su combate organizado dejaría de ser orgánico para convertirse en discurso político vacío, acción mecánica, gestualidad formal, por momentos gesticulación…

Toda una vida individual de masa —pues no hay nada en la masa que esté tan uniformizado como para que no se aloje en ella alguna alteridad— de la cual ni la visibilización, ni la expresión se rendirán (aquí estaría la segunda marca relativizadora) ante la lógica del relato organizado en intriga, sobre el hilo lineal del curriculum vitae, que inevitablemente remite a un cursus honorum. Se trata, en efecto, de conjuntos borrosos de acciones tenues y móviles, que solo resultan atendibles en el discurso en perspectiva mediante evocaciones dispersas y siempre laterales respecto de su propio hilo, que incluso puede quebrarse en cualquier momento en la madeja que, a su vez, retorna indefinidamente en la conversación. Porque la palabra, en este caso, tenderá más fácilmente a ser colectiva que individual. Por su parte, la memoria tramará en ocasiones algún relato: este tipo de experiencia necesita también conservarse y si no llega a convertirse en Conservatorio de papel, será Conservatorio de la palabra. No obstante, lo hará bajo otra lógica: la “lógica del narrador”25 a la que se refiere Walter Benjamin a propósito de Nikolas Leskov. Entiéndase, aquella que “restituye la experiencia integrándola a la experiencia vivida del locutor” —en el pulso sin rumbo de sus movilizaciones, según sus ocurrencias interlocutorias: intereses, emociones, alegrías y angustias, entusiasmos y rituales de cada momento…

Allí la vida se seguirá narrando —vida propia, vida ajena: vida del otro en uno, de uno en el otro— pero esta vez en base a una lógica de “mosaico” (Walter Benjamin), bajo múltiples ángulos y profundidades variables, muy diferente de la lógica lineal-perspectivista en la que las biografías historizadas arman intrigas con modelos más cercanos al encadenamiento dramatúrgico de las necesidades que de las redes reticulares en las que el narrador (que no recita) recoge su pesca incierta hacia las aguas de la vida…

Un determinado código unifocal se corrige por otro multifocal. Algo semejante hizo la pintura (Georges Braque, Henri Matisse, Pablo Picasso) sobre su siglo, en su propio ámbito, —pintura de objetos e interiores, pero también retratos— a través de la deconstrucción y reconstrucción de una visión respecto de una perspectiva única, y de un espacio-plano convertido en espacios “hojaldrados” y enfoques múltiples. La novela lo hizo también en su ámbito (James Joyce, Marcel Proust, Gertrude Stein, John Dos Passos) con el monólogo interior puesto en abismo e infinitamente interrumpido y quebrado que vino a sustituir la introspección en retrospectiva plana. Por su parte, el psicoanálisis lo hizo en la disyunción de la conciencia identitaria en napas de psiquismo distribuidas en desniveles, interferencias, incoherencias de un aparato psíquico multipolar, dentro del cual la conciencia no es más que una función intermitente y frágil. Es también lo que descubrió la sociología en la biografía multiperspectivista (Oscar Lewis)26 y el estudio de las vidas bajo la forma del montaje (el cine no estaba lejos). La historia, por último, que no lo ignora del todo (pues ya en Las Vidas, de Suetone, adoptaban un formato más misceláneo que de relato) bien podría tener que redescubrirlo a su manera.


Historia(s) y diccionarios

En verdad, el Dictionnaire biographique lo hace a su manera. Y más que ninguno, el Maîtron, dadas las redefiniciones de objeto y abordaje que implicó su propio objetivo…

Por la apertura de campos de visibilidad laterales respecto de la visión de los Grandes: puso el foco en los mundos sindicales y partidarios, con sus periferias societales, mutualistas, solidarias…

Por el interés puesto en ampliar el área hacia zonas que resultaban invisibles por la fuerza o por una clandestinidad buscada, que han ocultado (desde la ilegalidad profesional hasta los secretos empíricos por precaución), con efectos lamentables, actividades de lucha siempre expuestas a la represión abierta o velada, y tanto más cruel cuanto más vulnera las condiciones mínimas de vida, por más que sea en el ámbito del trabajo.

Por los múltiples hilos que teje respecto de la intriga biográfica: hilos en la militancia, por su conocida multiplicidad de voces, hilos de la militancia hacia hilos familiares, escolares, profesionales, ideológicos. Y por la ruptura que conlleva, o incluso a que obliga, respecto del modelo deductivista de las biografías oficiales, “escritas”, como decía James Boswell,27 “como si la vida fuera un libro”. Ni hablemos de las Necrologías de las cortes —los aparatos han puesto tantas veces reyes y tiranos como cortesanos— que llevan a preguntarse, con Lytton Strachey,28 “si no serán obra de las casas velatorias y el último artículo de su contrato”. Por eso, la biografía de los militantes debe cuidarse más que otras de cualquier forma de adjetivismo ilustrativo, criticado por Isaac Babel:29 “Si tuviera que escribir mi vida, sería la de un adjetivo”. Judío, comunista, ukraniano, menchevique —ignoro cuál de ellos tenía en mente ni por cuál lo mataron (o por todos, en tiempos en que un adjetivo podía ser un estigma asesino)… En conjunto, las páginas de este diario de 1920 donde está escrita esa frase, muestran bastante el modo en que esa vida no podía reducirse a un adjetivo o a una serie de posibles adjetivos. Acaso, lo que nos enseña un Diccionario multívoco y por eso mismo siempre un poco multifocal, como el de ustedes (o el nuestro), es hacer comprender a través de las lentes pacificadas de la memoria, en la vida de cualquier militante: las vidas militantes no se dejan adjetivar más que por las razones ofensivas y defensivas de una polémica social que las envuelve y por momento las arrastra, sin llegar nunca a resumirlas.

Esta redefinición relativizadora de la escritura biográfica no basta, sin embargo, para que los Diccionarios biográficos se liberen del código de la intriga histórica. Tejidas más finamente, sobre una paleta más colorida y una trama más compleja, las biografías siguen ubicadas, debido a su brevedad, en el hilo lineal de un código perspectivista. Se podría salir de él no por su código de escritura sino por su código de lectura…

Lectura del diccionario: lectura por esencia desintrigada de las intrigas globales en las que la historia teje los relatos de sus espacio-tiempos. Está doblemente desprovista de intriga. Primero, por la dispersión alfabética que redistribuye analíticamente el relato sintético de los acontecimientos históricos en los relatos de vida de sus principales actores, e incluso de todos los agentes. Segundo, por la “democracia del abecedario” que además de redistribuir la vida de los más pequeños y de los más grandes, sobre la grilla arbitraria, aunque igualitaria, de sus perfiles iniciales, la da a leer de un modo (cuasi) aleatorio, sin presuponer saberes previos, no condicionados por secuencias cumulativas, ni por una atención continua. En las entradas discontinuas la lectura está, por ende, estallada y en ella el obrero encontraría —y es por eso que el diccionario siempre significará para él el libro elegido para ingresar a cualquier saber— el código mosaico de la narración oral del que su habla permaneció más cerca que otros, por estar más alejado (junto con el campesino) de la Escuela donde todo se aprende a pensar sobre la base del código de la cultura escrita, si no letrada…

Por cierto, la razón intrigante de la historia oficial bien podría tender a descalificar el Diccionario como un género instrumental y menor de la historia de los pobres (eso exactamente se le hizo sentir a Maitron en su vida universitaria). Habría que ver si el destejer el noble ropaje histórico no brindaría a los nobles tejedores, si es que deben serlo, una oportunidad para volver a trabajar sobre su tejido. En efecto, este reordenamiento, dado por el espacio de la dispersión alfabética del diccionario, de elementos encadenados por la intriga global del relato histórico, no implica simplemente una destrucción bárbara. Como ya observó Andre Leroi-Gourhan, y luego Jack Goody,30 toda proyección en un espacio gráfico implica una apertura para pensar el espacio de yuxtaposiciones mediante comparaciones sinópticas que serían imposibles en un orden sucesivo. ¿No es ese acaso el programa de este coloquio, precisamente, al convocar a militancias y movimientos para establecer comparaciones sistemáticas? Tipologías de épocas, generaciones, edades. De orígenes familiares, trayectos formativos, itinerarios de profesionalización, inscripciones en la división del trabajo, adhesiones a determinados campos ideológicos. De cercanías o distancias respecto de otras militancias y movimientos campesinos, estudiantiles, intelectuales, confesionales, filosóficos…

En ellas quedarían quizás expuestas, ante la Historia pautada por la sucesión, todas estas determinaciones desplegadas en napas interferentes y múltiples escalonamientos de la “Historia lenta”, como decía Fernand Braudel.31 Su circulación quedará mejor identificada desde la lógica del mosaico que de la perspectiva. En efecto, ni las fusiones críticas ni las explosiones revolucionarias, como tampoco las transformaciones inadvertidas del trabajo, los cambios silenciosos en la sensibilidad, los deslizamientos de opinión ni las demás aguas de la historia a largo plazo dejarán ponerse en intriga, ni en un encadenamiento, en base a modelos de pensamiento metaforizados por los actos de tejer, encordar, anudar, enhebrar o enganchar…

Las biografías, al igual que todos los procesos históricos, se traman en intrigas o no lo hacen, se encadenan o no se encadenan, se encadenan mal o se sueltan, en ocasiones se desencadenan, combinan movimientos que pueden describirse tanto con metáforas químicas, geológicas o astronómicas como con metáforas textiles, a no ser que se las aborde a través de una grilla topológica…

¿La historia no se habrá apresurado en adoptar la intriga aristotélica, y la intriga histórica, en adoptar la intriga dramatúrgica? ¿Habrá leído y traducido demasiado rápido a la lengua perspectivista galileana los términos algo enigmáticos —precisamente la fuerza del enigma reside en la multiplicidad de sentidos— con que Aristóteles fijaba su problemática sobre el desdoblamiento mítico entre historia y tragedia?32

Resulta forzado lingüísticamente traducir “Sustasis ton pragmaton”, como hace Paul Ricoeur, sin una gran forma de desarrollo, en términos de “puesta en intriga de las acciones humanas”. En efecto, además de que “pragmata” designa siempre tanto a “las cosas” como las “acciones humanas”, ¿acaso “sustasis” no es solo la manera que tienen ellas de (o la manera que tenemos de hacerlas) “estar juntas”? ¿Acaso no hay mil maneras para las acciones humanas de estar en nosotros y para nosotros, de sostenerlas? ¿O para nosotros los humanos de estar, de ser sostenidos juntos? ¿Y mil maneras para la historia que se escribe, de sostener juntos ―o de ser sostenida por― los códigos de inteligibilidad de la Historia que se hace, de las múltiples maneras en que se hace? En forma o no de encadenamiento, en forma o no de intriga. Pues se trataría también de saber hasta qué punto la historia que se escribe puede —y debe— plantearse una “mímesis” idéntica o incluso análoga, a la que la dramaturgia (hay que decirlo, ¡con gran diferencia de elaboración y de interpretación!) hace con la Historia que se hace: téngase en cuenta que el escenario teatral (y esto vale más aún para el cine) responde tanto a las lógicas mosaicas multifocales de la imagen en general, como a los códigos lineales perspectivistas de lo escrito en general,33 ¿la historia está por su fundamento, llevada a plantearse como un cine o como un teatro, por más hermosas que sean las obras surgidas de su escenario?

Un Diccionario parece cosa inofensiva. Sin embargo, más allá de que no narre necesariamente las cosas, o que hable de gente fuera de lo común, al avanzar por caminos poco alisados, podría generar en las intrigas poco acabadas de la historia de los de Arriba, un saludable desorden.


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Biographies, militancy, dictionaries

Resumen

Como se sabe la larga historia del género biográfico inició atendiendo figuras célebres. Para que finalmente aparezcan las vidas de abajo, la gente de abajo tuvo que llegar a cobrar suficiente importancia en la Historia que se hace, y entonces la historia que se escribe se detuvo en ellas. Habilitada esta mirada, la acción militante devino un observatorio privilegiado. Esto es lo que atiende este texto e invita a comprender el militante obrero como el exponente visible de un gran movimiento invisible, en tanto es quien “cristaliza la masa”. Además, propone el diccionario de vidas como una herramienta para leer de forma no inercial un Movimiento, el obrero, con dinámicas múltiples: no solo aquellas que se ubican arriba, sino también las que están en todos los costados e incluso detrás. Un Diccionario parece cosa inofensiva. Sin embargo, más allá de que no narre necesariamente las cosas, o que hable de gente fuera de lo común, al avanzar por caminos poco alisados, podría generar en las intrigas poco acabadas de la historia de los de Arriba, un saludable desorden.

Palabras clave: Biografía; militancia; itinerario; vidas; gente de abajo; movimiento obrero

Abstract

The biographical genre began with famous figures. For the lives from below appear, the people from below had to become sufficiently important in the History that is made, and then the history that is written stopped at them. With this gaze enabled, militant action became a privileged observatory. This text invites us to understand the militant worker as the visible exponent of a great invisible movement since he is the one who “crystallizes the mass”. In addition, it proposes the dictionary of lives as a tool to read in a non-inertial way a Movement, the workers’ movement, with multiple dynamics: not only those who are located above but also those who are on all sides and even behind. A dictionary seems a harmless thing. Although it does not necessarily narrate things, or that it speaks of people out of the ordinary, by advancing along little-traveled roads, it could generate, in the unfinished intrigues of the history of those at the top, a health disorder.

Keywords: biography; militancy; itinerary; lives; people from below; labor movement.


1 Escribimos con mayúscula inicial la Historia que se hace y con minúscula, la que se escribe o simplemente se narra.

2 Arnaldo Momigliano, Les Origines de la biographie en Grèce ancienne, Paris, Circé, 1992 (éd. originale, 1971).

3 Aristote, Art poétique, ch. IX.

4 Platon, Alcibiade.

5 Arnaldo Momigliano, op. cit. Jean Pierre Vernant, Religions, histoires, raisons, Paris, Maspero, 1979. Paul Veyne, Jean-Pierre Vernant, Louis Dumont, Paul Ricœur, Françoise Dolto, Francisco Varela, Gérard Percheron, Sur I’individu (colloque de Royaumont), Paris, Seuil, 1987.

6 Jacob Burkhardt, “Développement de I’individu”, La Civilisation italienne de la Renaissance en Italie, tomo I, Paris, Plon, 1958 (coll. Livre de poche). Sthendal, Voyages en Italie, Paris, passim, 1992, segunda parte, capítulo 1 al 4.

7 Bernard Groethuysen, Les Origines de l’esprit bourgeois en France, tomo I: L’Église et la bourgeoisie, Paris, Gallimard, 1927. Norbert Elias, La société des indivius, Paris, Fayard, 1991 (1a ed., 1987).

8 Arnaldo Momigliano, op. cit., p. 69.

9 James Boswell, Vie de Samuel Johnson, Paris, Gallimard, 1954.

10 John Aubrey, Vies brèves, Paris, Obsidiane, 1989.

11 Salvo en el caso de ciertos ayudantes de cámara en la corte, a quienes personajes de alto rango social solicitan, gustosos, oír su crítica mordaz (lo encontramos mucho en Tallemant o en Saint-Simon).

12 William Isaac Thomas y Florian Znaniecki, Le Paysan polonais en Europe et en Amérique, Récitde vie d’un migrant, Paris, Nathan, 1998 (1a éd., 1919). Una presentación de este enfoque: Jean Peneff, La Méthode biographique, Paris, A. Colin, 1990.

13 Jean Peneff, op. cit. Trabajadores propiamente dichos: los de la gran industria capitalista.

14 Berthold Brecht, Poèmes.

15 Paul Ricoeur, Temps et Récit. I. L’intrigue et la réalité, Paris, Seuil, 1983 (especialmente 2.: “El escenario de la trama”, donde se encuentran las opciones de traducción del autor).

16 Jean-Claude Passeron, Le Raisonnement sociologique. L’espace non-poppérien du raisonnement naturel. V Le scénario et le corpus, Paris, Nathan, 1991.

17 Jean Peneff, op. cit

18 Jean Peneff, op. cit., Cahiers du LERSCO n° 2, 1979. Béatrice Fevre y Jean Peneff, “Autobiographies de militants de la CFTC-CFDT”, Cahiers du LERSCO n° 4, Nantes, septiembre, 1982.

19 Jean Peneff, La Méthode biographique, op. cit.

20 Michel Verret, Le travail ouvrier, Paris, Armand Colin, 1982.

21 Saint-François de Sales, Introduction à la vie dévote (1608). El devoto, este activista de la iglesia, sigue siendo llamado “corredor y saltador de Dios”.

22 Elias Canetti, Masse et puissance, Paris, Gallimard, 1966.

23 Jean Peneff, Daniel e Isabelle Bertaux, F. Cabane y muchos otros.

24 Pierre Michon, Vies minuscules, Paris, Gallimard, 1984. Pero en este caso se trata de Vidas imaginarias —pues la esencia de estas vidas sin sucesos se presta mejor a ser recreada en lo ficticio que en la realidad. Marcel Schwob ya había abierto esta línea (Vies imaginaires, Paris, Lebovici, 1986). Recientemente encontramos otras como Christian Garcin, Vies brèves, Paris, Gallimard, 1983, entre otros. N. de la T.: se recomienda Brigitte Ferrato-Combe, “Entretien avec Christian Garcin”, Recherches & Travaux n° 68, 2006. Disponible en https://journals.openedition.org/recherchestravaux/140?lang=de

25 Walter Benjamin, “Le narrateur. Réflexions sur Nicalos Leskov” y “Sur quelques thèmes baudelairiens”, Poésie et revolution, Paris, Denoël, 1971, pp. 139-169 y pp. 225-275. Jules Renard en La vie de Ragotte, la trabajadora doméstica agrícola en Nos frères farouches y Lou Sin en La vraie vie de AH Q (Paris, Éditeurs français réunis, 1953), el pobre trabajador agrícola chino, adoptan, próximos de la ficción (la literatura, aquí como en todas partes, suele funcionar como un banco de prueba para las ciencias sociales), esta forma narrativa episódico-anecdótica donde es probable que solo pueda evocarse la biografía casi anónima de esta gente de abajo, cuya vida parece indefinidamente sustituible a ella misma, del mismo modo en que los de abajo parecen indefinidamente sustituibles unos por otros.

26 Oscar Lewis, Les Enfants de Sanchez, Paris, Gallimard, 1963.

27 James Boswell, op. cit.

28 Lytton Strachey, Victoriens éminents, Paris, Gallimard, 1933 (1a éd. en 1918).

29 Isaac Babel, Journal de 1920, Paris, Balland, 1991.

30 Andre Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, t. Ӏ: Technique et langage, t. ӀӀ: Mémoire et rythmes, Paris, A. Michel, 1964 y 1965, y Jack Goody, La Raisson graphique, Paris, Minuit, 1979 (1a éd., 1977).

31 Fernand Braudel, Civilisation matérille, économie, capitalisme, 1, 2, 3, Paris, A. Colin, 1979.

32 Aristote, op. cit

33 Georges Mounin, “La communication théâtrale”, Introduction à la sémiologie, Paris, Minuit, 1970, pp. 87-95.

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