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Intellectual history

Resumen

Diecinueve historiadores de nueve países diversos reflexionan en la presente encuesta sobre el estado de la historia intelectual. A comienzos de 2022 enviamos las tres preguntas que componen la encuesta a más de treinta investigadores cuyas obras vienen renovando los análisis sobre las ideas o los discursos –distinción importante para algunas formulaciones– y sus promotores. Tomando como precedente esas obras, la/os invitamos a ensayar una breve reflexión que sistematice sus decisiones teórico-metodológicas y su parecer sobre el estado del campo.

En las últimas décadas ha crecido notoriamente la cantidad de investigaciones realizadas en América Latina que se inscriben en la historia intelectual. Si bien se han preparado algunas encuestas sobre esa producción –e incluso unos pocos investigadores han sistematizado sus posiciones teórico-metodológicas–, continuaban sin aclararse dos cuestiones que desde el CeDInCI consideramos decisivas: la ruptura o continuidad entre historia de las ideas e historia intelectual, por un lado, y la relación entre historia intelectual y marxismo, por el otro. Para comenzar a reflexionar sobre las respuestas recibidas, podríamos señalar las ausencias que, en coincidencia con otras prácticas historiográficas, parecen recorrer a la historia intelectual.

Extendimos la convocatoria a investigadores inscriptos decididamente en la historia intelectual así como a quienes defienden la historia de las ideas y a la/os que optan por el cruce entre ambas perspectivas. Si ello no se refleja en las respuestas, es porque lamentablemente los dos impulsores más decididos y destacados de la historia de las ideas en América Latina optaron por no participar. Seguramente, en esta ausencia debamos leer una nueva confirmación de la escasa voluntad de discusión que desde hace décadas recorre a la práctica historiográfica en su conjunto. Por otra parte, en la decisión de no responder que tomaron una serie de investigadores latinoamericanos que practican la historia intelectual confluyeron dos cuestiones diversas: la poca importancia que le asignan a la reflexión teórico-metodológica y el reducido tiempo que queda para esas reflexiones cuando la investigación se realiza desde una marcada fragilidad institucional. También parece dejarnos sin aportes significativos la falta de participantes de Uruguay, Perú, Bolivia y otros países latinoamericanos. Como en los casos anteriores, esto no responde a la desvinculación entre investigadores –por el contrario, el CeDInCI mantiene relaciones fluidas con equipos de investigación de los tres países mencionados–, sino más bien a la ausencia de grupos de investigación en historia intelectual y sobre todo a los contados estudios realizados desde esta perspectiva. Finalmente, el número de mujeres que participa en la encuesta es considerablemente menor. Y esto tampoco responde a una decisión de la convocatoria, sino a una característica que se extiende a los estudios históricos. En efecto, aunque el número de mujeres y varones que egresan de las carreras de historia y de otras disciplinas humanísticas tiende a ser proporcional, cuando confeccionamos la lista de investigadores a convocar confirmamos que sigue siendo mucho mayor el número de varones que se dedican a la investigación y publican obras inscriptas en la historia de las ideas o la historia intelectual.

Ancladas en estas ausencias las respuestas proponen una reflexión que nos permite avanzar en otra serie de características. En primer lugar, la/os investigadores no tienden a asumir una ruptura tajante entre historia de las ideas e historia intelectual. Más bien, optan por un llamado a trazar puentes y cruces entre ambas así como con otras disciplinas que analizan a las ideas o los discursos, sus autores y la cultura. De todos modos, esa convergencia está formulada desde un historicismo contextualista que, de modo tácito pero tajante, establece un corte con la historia de las ideas tal como tendió a  desarrollarse en la segunda mitad del siglo XX. En efecto, teniendo en cuenta tanto sus obras como sus respuestas, la/os encuestada/os, en su casi totalidad, asocian la historia intelectual al análisis de las ideas o de los discursos en sus contextos de producción, recepción y circulación y con ello rechazan implícitamente un rasgo que fue constitutivo de la historia de las ideas: la asunción de un trascendentalismo eticista que permita ordenar de modo progresivo y valorar la producción filosófica. Y en caso latinoamericano ese ordenamiento y valoración se guió por la participación en una originalidad latinoamericana y emancipatoria.

Otra cuestión en la que tienden a coincidir la/os investigadores es en una incorporación selectiva del programa de la escuela de Cambridge. Si en las últimas décadas del siglo XX Quentin Skinner y John Pocock encabezaron una profunda renovación de la aproximación a la historia de la filosofía política moderna desde lo que llamaron una “intellectual history”, la que se practicó y practica en América Latina –así como la impulsada por Peter Burke, Francois Dosse,  Martin Jay, Christophe  Prochasson y Enzo Traverso– está lejos de asumir una versión radical del giro lingüístico como la que sustenta el programa de Cambridge. Más precisamente, las respuestas tienden a mostrar que la advertencia que realizó ese programa sobre las lecturas arbitrarias y simplificadoras que se desprenden de la búsqueda de la coherencia en una obra o de la sistematicidad doctrinaria es un rasgo constitutivo de la historia intelectual. Pero a ello parece restringirse la recepción latinoamericana de la escuela de Cambridge. Por un lado, en América Latina las obras que comparten el llamado de Cambridge a estudiar los textos únicamente en vinculación con otros textos en tanto “contexto lingüístico” antes que inscribirse en la historia intelectual tienden a hacerlo en la crítica literaria. Por el otro, las respuestas –y sobre todo la bibliografía consignada en la tercera– muestran que las obras señeras de la historia intelectual, más allá de las escritas por Skinner y Pocock, rechazan una concepción del lenguaje que impida establecer algún tipo de acceso a las experiencias del pasado y que impugne toda relación entre ideas o discursos y contexto social. Finalmente, la historia intelectual que se esboza en las respuestas recorta objetos de estudio posibles que exceden el interés de la escuela de Cambridge por la filosofía política moderna. Las ideas o los discursos de los que se ocupa la historia intelectual tienden a cruzarla con la historia de los intelectuales. Pero la ampliación del foco de interés en las grandes obras filosóficas para abarcar también a opúsculos y panfletos de gran circulación está acompañada de la extensión de la noción de intelectual. Y en las respuestas se advierte que permanece en discusión si la noción de intelectual debe restringirse a las elites letradas que buscaron participar de los debates públicos o tiene que incluir a editores, gestores culturales y escritores que sin tener un gran reconocimiento fueron centrales en la difusión y recepción de las ideas o los discursos analizados.

Un programa que sí convoca a diversos investigadores latinoamericanos y dio origen a varios grupos es el de la Begriffgeschichte. De todos modos, las respuestas tienden a acordar en que, al igual que el programa de la escuela de Cambridge, no fue central en los inicios de la historia intelectual en América Latina. A ello se suma que no hay un acuerdo acerca de si la revisión de la historia latinoamericana –y sobre todo de los procesos independentistas– que se emprende desde la historia conceptual se inscribe dentro del amplio campo de la historia intelectual o constituye un campo específico.

Si la historia intelectual surgía del mencionado impulso historicista-contextualista y en América Latina tomaba distancia de una versión radical del giro lingüístico, no sorprende entonces que aquí encontrara una orientación decisiva en la sociología del conocimiento de Pierre Bourdieu y en los análisis materiales de la cultura propuestos por Raymond Williams, o que incluso las respuestas tiendan a reconocer la centralidad de los marxismos no deterministas para analizar las ideas o los discursos. Esto nos permite introducir un rasgo con el que podríamos cerrar esta presentación. En las últimas décadas el giro lingüístico recibió la impugnación del llamado giro material. En la práctica de la historia intelectual ello renovó los análisis sobre los soportes y las vías materiales de circulación de las ideas o los discursos y, como se advierte en las respuestas, sumó a la mencionada vinculación de la historia intelectual con la historia de los intelectuales el cruce con la historia del libro y la edición. 

Desde la decisión de no reducir las ideas a su contexto socio-económico que constituyó a la historia de las ideas y que se mantuvo en la ruptura producida por la historia intelectual, se han ensayado múltiples y muy diversas aproximaciones a las ideas o los discursos. Si todavía es posible reconocer en la historia intelectual un campo dinámico y productivo, es en parte porque el giro material y el cruce con la historia del libro y la edición señalan  dimensiones de las ideas o los discursos sobre las que apenas se ha detenido la historia.

 

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