Vanguardias, militancias y Guerra fría en Guatemala
Respuesta a Claudio Albertani

Arturo Taracena Arriolas*

“…he atraído la ira de los propagandistas
profesionales de la guerra fría, y muy
especialmente de los cruzados
anticomunistas que combaten bajo las altivas
banderas del ´Congreso por la
libertad de la cultura´”.

Isaac Deutscher, “Réplica a unas críticas”,
Esprit, marzo de 1954.


Las fuentes utilizadas


Antistalinismo nunca ha sido sinónimo de anticomunismo


El marxismo en Guatemala luego de la Revolución de 1944


¿Apoyó Fernández Granell el intento de golpe de estado de julio de 1948?


Hacia el exilio


¿Fue una “purga” comunista la que evitó la aparición de la edición de Arte y artistas en Guatemala de Fernández Granell?


Colofón de una respuesta


Referencias bibliográficas


Resumen

En esta respuesta al artículo de Claudio Albertani intitulado “Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo y antitotalitarismo: 1936-1950” y publicado en la página electrónica de la Fundación Andreu Nin en enero de este año de ٢٠٢١, no contestaré las valoraciones personales de mi persona como un “estalinista”, a pesar de presentarse como un amigo mío de larga data. Me limitaré en responder sus argumentos centrales en los que crítica mi libro Polémica entre Eugenio Fernández Granell, la AGEAR y el Grupo Saker-ti. Desencuentros ideológicos durante la primavera democrática guatemalteca, Guatemala, FLACSO, 2014, en el cual analizo el comportamiento del pintor surrealista en Guatemala de 1946 a 1949, y el de los años posteriores a su salida del país centroamericano. Años que tuvieron como epicentro las repercusiones de la intervención militar de Estados Unidos en contra del gobierno de Árbenz en junio de 1954. Una intervención de carácter mercenario, acompañada de un golpe de estado castrense guatemalteco.

En esa coyuntura hubo un periodismo que le inventó intenciones comunistas a los presidentes Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz que nunca tuvieron. Se dio un proceso de fake news, que en plena Guerra Fría terminó por triunfar, porque creó una paranoia anticomunista en todo el país y el continente, e hizo de Guatemala su laboratorio continental en torno a la construcción del anticomunismo como ideología de Estado y razón de ser de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Las consecuencias sociales, políticas y económicas de la intervención de la CIA se tradujeron en Guatemala en el desarrollo de un conflicto armado interno de 36 años, el cual después de los Acuerdos de Paz de 1996 sigue vigente por medio de la lucha entre historia y memoria, por el peso que tiene el hecho de que la clase dominante ha utilizado al Estado para construir mecanismos legales y políticos que resguardan sus intereses, azuzando la desmemoria en el discurso político e historiográfico que aborda los orígenes de la reciente guerra civil guatemalteca. La Guerra Fría no desapareció con la caída del muro de Berlín en 1989, sino que, fragmentada, se ha seguido reinventando.

Mi juicio histórico sobre Eugenio Fernández Granell (conocido como Eugenio Granell), Julián Gorkin, Joaquín Maurin y Víctor Alba se refiere a su actuación con relación a Guatemala durante los primeros dos lustros de la Guerra Fría, y no se traslada mecánicamente a su actuación en la guerra civil española ni a la historia de su partido, el POUM, como infundadamente lo hace parecer el artículo de Albertani. Analiza la actuación de Fernández Granell y de aquellos personajes guatemaltecos y extranjeros que contribuyeron a crear el ambiente anticomunista en contra de Arévalo y Árbenz y que, como en el caso de Mario Alvarado Rubio, aun posteriormente con su obra Recuento de una polémica: Pellecer-Alvarado, Arévalo-Alvarado: el asesinato del coronel Arana, resaltaron el valor ideológico que para la derecha guatemalteca ha tenido el asesinato de Arana en junio de 1949. La justificación ideológica de su posterior actuación política y paramilitar durante la guerra civil guatemalteca.

Las fuentes utilizadas

Mi ensayo histórico utilizó diversas fuentes, entre ellas la correspondencia del pintor gallego, la prensa y la bibliografía de época, con el fin de comprender por qué éste, un curtido luchador político en la guerra civil española y en los combates en contra de los comunistas españoles, afirmó que su estancia en el país centroamericano fue “la pesadilla de Guatemala”, al punto que, al abandonarlo “creíamos salir de la tumba”. Entender por qué en la correspondencia con sus compañeros y con André Breton, Fernández Granell no hace ninguna alusión a los sucesos golpistas del 18 y 19 de julio de 1949, ni a la muerte de su líder, el coronel Francisco Javier Arana Arana, hechos que conmovieron hasta los cimientos al régimen de Arévalo y que lo empujaron al exilio en Puerto Rico, entidad estatal asociada de Estados Unidos.

Asimismo, me interesaba entender por qué le sedujo la personalidad del coronel Arana, jefe de las Fuerzas Armadas y líder de la oposición a Arévalo y hombre de confianza de Washington, a quien Fernández Granell lo caracterizó como un “caudillo de un movimiento liberal democrático, una especie de general radicalsocialista (sic)”. Una valoración política que no resiste ninguna prueba documental. Y, al mismo tiempo, entender por qué sus biógrafos y críticos de arte, en lugar de investigar los hechos y polémicas vividas durante su estancia en Guatemala, repiten las afirmaciones de ese desencuentro, que además de ser ideológico, fue asimismo generacional. Como cuadro político, Fernández Granell no supo orientar las aspiraciones políticas de jóvenes que, para 1945, estaban entrando a la tercera década de vida, ni tenían los parámetros para entender la profundidad de la huella indeleble que la guerra civil española, la represión estalinista y el exilio francés dejaron en él. En Guatemala, el pintor terminó por transformar su legítimo antistalinismo en anticomunismo, ligándose a aquellas fuerzas políticas que complotaban en contra del gobierno de Arévalo y que en el campo internacional militaban en el seno del Congreso por la Libertad y la Cultura. Paralelamente, desde hace años estoy interesado en aportar nuevos elementos a la comprensión de cómo operó de forma temprana la dinámica de la Guerra Fría en Guatemala, país que se convirtió en laboratorio para América latina y cuyas consecuencias se siguen sintiendo en el país centroamericano. Era necesario ir más allá de la historia diplomática y partidaria, tan trabajada en este caso, y comprender el papel de los intelectuales, la juventud y la diversidad de exilados democráticos, ya fuesen latinoamericanos o españoles. En ese marco cabía el análisis del papel jugado por la Asociación General de Escritores y Artistas Guatemaltecos —AGEAR— y el Grupo Saker-ti, así como la Casa de la República Española.

Por tanto, no abordaré las extensas páginas de Albertani en las que busca demostrar su conocimiento de la historia del Partido Obrero de Unificación Marxista —POUM— y de sus principales actores, como tampoco las dedicadas a los debates ideológicos entre estos y sus opositores de izquierda, tanto españoles como extranjeros, de las cuales mi voluble crítico hace un derroche de alarde en la medida en que mi libro fue una excusa para lucirse como un intelectual antiestalinista, ajustando sus cuentas non dites con mi persona.

En su artículo, Albertani hace una interpretación reductiva del totalitarismo al situarlo exclusivamente en la Alemania nacionalsocialista y en la Unión Soviética durante el periodo estalinista, sin que en América Latina pudiese existir una variante de regímenes autoritarios, justificados en la supuesta defensa de la democracia, los que Estados Unidos tanto ha aupado en el continente, como fue en el caso de Guatemala con su oposición a las presidencias de Arévalo y Árbenz, y la exaltación del régimen de Castillo Armas, no digamos con los gobiernos militares que se sucedieron.

Antistalinismo nunca ha sido sinónimo de anticomunismo

Al margen de que en mi escrito haya podido cometer alguna tergiversación en los conceptos, es de aclarar primero que, como movimiento, el trotskismo original nunca convirtió su antistalinismo en anticomunismo en la medida en que se sentía heredero legítimo del bolchevismo. Segundo, lo mismo sucedió con el POUM, en cuyo seno había muchas variantes de antiestalinistas, siendo muy minoritaria la trotskista. Algunos de los poumistas habían apoyado a la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky en la URSS. Sin embargo, el POUM no era miembro de la IV Internacional y Trotsky no dejó de expresar sus divergencias con él. Un debate que quedó fuera de las pretensiones de mi libro.

En el caso de algunos de los poumistas, el paso hacia el anticomunismo sí se dio durante su exilio en América Latina, después del fin de la Segunda Guerra Mundial y en ya la dinámica del surgimiento de la Guerra Fría. Es el caso de Alba, Gorkin, Maurin y Fernández Granell. Tal paso se produjo al estar marcados por el impacto indeleble que tuvo en ellos la represión por parte del Partido Comunista de España y de los agentes soviéticos durante la guerra civil, así como por la derrota militar frente al franquismo y el inicio de una despiadada dictadura y de un largo exilio itinerante.

Gorkin, Maurin y Alba lo dieron en el seno del Congreso para la Libertad de la Cultura, como lo han documentado, con matices, Stonor Sanders (1999), Glondys (2012) y Janello (2015). Para ellos, la creciente influencia en la posguerra del comunismo internacional en los movimientos sociales resultaba un problema de primer orden en América Latina. Es más, la muerte prematura de Víctor Serge en México en 1947 los dejó sin un horizonte ideológico más sereno y precipitó a muchos de ellos a asociarse a dicho Congreso, sobre todo después del surgimiento en 1948 de los Congresos Mundiales Por la Paz, bajo el ojo soviético. Una opción que no fue gratuita para ellos debido al papel político-ideológico-financiero de Washington.

En lo que se refiere a Fernández Granell y su actuar político en Guatemala, queda claro en los documentos y declaraciones que yo pude recopilar, tanto de su autoría como de la de sus pares y de los personajes políticos guatemaltecos contemporáneos, que se dio un deslizamiento a posiciones esencialmente anticomunistas en el marco de las disputas de poder e ideológicas durante las presidencias de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, las cuales éste siguió ahondando a lo largo de la década de 1950, como lo demuestra la correspondencia con sus compañeros adheridos al Congreso para la Libertad de la Cultura.

Los malabarismos históricos de Albertani para desmontar mi investigación se aprecian mejor en este enredado pasaje que me dedica en el artículo de marras:

Taracena analiza dicha polémica en el marco de la incipiente Guerra Fría, lo cual, como veremos, es discutible. Sostiene, además, que Granell, al criticar la política de los comunistas guatemaltecos, favoreció los intereses imperialistas de Estados Unidos, lo cual me parece un despropósito. La Guerra Fría fue, como todos sabemos, un enfrentamiento entre dos superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos, que aspiraban al control del mundo. Menos aceptada es la tesis de que dichas superpotencias tenían en común mucho más de lo que sus respectivos partidarios estaban (y están) dispuestos a reconocer: en la URSS no existía socialismo y en los EE. UU. sólo había un simulacro de democracia. Lo que imperaba en ambos países eran dos variantes de un mismo sistema de dominación, el capitalismo.

Primero, reducir a la Guerra Fría al sólo enfrentamiento entre EE. UU. y la URSS es una ingenuidad y, de paso, vendría a desmontar las afirmaciones de que la Guatemala revolucionaria se perfilaba como una punta de lanza de los soviéticos en la región centroamericana. Segundo, afirmar que lo que imperaba en ambas potencias eran dos variantes de un mismo sistema de dominación, el capitalismo, pues en la URSS no existía socialismo, de tal suerte que, ante una lucha entre esas “dos variantes” capitalistas, cualquier persona con criterio político habría escogido los Estados Unidos, donde por lo menos había un “simulacro” democrático. Es así que, Albertani hace, por tanto, suyas las posiciones que Gorkin comparte con sus compañeros desde las páginas de la revista del Congreso por la Libertad y la Cultura.

Trotsky le da la respuesta cuando definía a la URSS en 1939 como un “Estado obrero degenerado” y de ahí la importancia de luchar contra el stalinismo para recuperar la démarche histórica clasista que la revolución bolchevique le había dado.

El marxismo en Guatemala luego de la Revolución de 1944

En Guatemala, la refundación del Partido Comunista de Guatemala —PCG— el 29 septiembre de 1949 se dio en la clandestinidad y éste actuaría así hasta su legalización en diciembre de 1952, antes de volver a la clandestinidad en junio de 1954. Con la llegada definitiva de Fernández Granell a este país centroamericano en noviembre de 1946, los pocos personajes comunistas en él eran contados con los dedos. Entre los guatemaltecos, Alfredo Guerra Borges, quien se había vuelto comunista en Chile en 1945 y los hermanos Ismael y José Méndez Zebadúa. Y, considerados por él como “stalinistas” los intelectuales y diplomáticos Enrique Muñoz Meany y Luis Cardoza y Aragón, habiéndose este último enfrentado desde 1936 a los comunistas mexicanos en torno a la imposición que representaba el realismo socialista.

En cuanto a extranjeros, estaban dos salvadoreños: Max Ricardo Cuenca y Pedro Geffroy Rivas, pues los obreros comunistas sobrevivientes de 1932 habían sido expulsados del país por el presidente Arévalo en 1945 ante el intento de fundar la Escuela Sindical “Claridad”. A ellos se agregó más tarde su compatriota Virgilio Guerra, así como el hondureño José Antonio Ardón. Españoles, lo eran los refugiados republicanos Rafael De Buen y Lozano y Amador Pereira Redondo. Frente a ellos, estaban los anarquistas, Isaías Rebolleda Ortiz de Zárate y Salvador Aguado Andreut y dos poumistas, el propio Fernández Granell, a quien en 1948 se le unió Bartolomeu Costa-Amic. No había trotskistas ni poumistas guatemaltecos.

Eso hizo que la aspiración a la construcción de un Partido Comunista guatemalteco descansase sobre todo en miembros de la generación de jóvenes de la posguerra, ligados algunos al Grupo Saker-ti y otros a la Universidad de San Carlos, especialmente a la facultad de Derecho. Jóvenes a los que les llevó a cuatro años el proceso de asumirse como comunistas, sumándose a ellos algunos jóvenes obreros y maestros, más los políticos radicalizados en el seno del gobierno arevalista, como fue el caso de José Manuel Fortuny. Luego se dio el regreso a la política de viejos comunistas guatemaltecos de la década de 1920, como Antonio Cumes, Juan Luis Villagrán y Antonio Obando, quienes primero militaron en el Partido Revolucionario Obrero de Guatemala —PROG—, liderado por el maestro Víctor Manuel Gutiérrez Garbín.

De esa suerte, orientado por Juan Andrade desde París, Fernández Granell trabajó con la idea de revertir la incidencia comunista en los movimientos cultural y juvenil guatemaltecos, enfrentándose cada vez más al Grupo Saker-ti (1946) y apoyándose en la Asociación General de Escritores y Artistas Revolucionario —AGEAR— (1945), comprometida abiertamente con el arevalismo como expresión dominante de la izquierda guatemalteca en ese momento. Un arevalismo o “socialismo espiritual”, abiertamente autodeclarado como “anticomunista” por el propio Juan José Arévalo, quien se dedicó a vetar cualquier posibilidad de refundación del Partido Comunista en Guatemala, como lo demostró con la ilegalización de Vanguardia Popular en 1947 a iniciativa de algunos miembros de las agrupaciones Alianza Socialista, Vanguardia Socialista, Asociación de la Juventud Democrática de Guatemala. Hasta el final de su mandato, Arévalo buscó la forma de mantener fuera de la ley su presencia. En septiembre de 1950 cerró el recién fundado periódico Octubre y dos semanas más tarde la Escuela “Jacobo Sánchez”, la que estaría clausurada por dos años. Los primeros escritos públicos firmados a nombre del PCG aparecieron en septiembre de 1951, siendo ya presidente Árbenz. Su legalización como partido político se produjo en diciembre de 1952 y su ilegalización se dio en julio de 1954, ya con los golpistas de 1949 y sus aliados liberacionistas triunfantes con el financiamiento y de la CIA y de la United Fruit Company.

Es más, como miembro de la AGEAR, Fernández Granell contaba con el apoyo de dos importantes personalidades abiertamente anticomunistas en el actuar político de ese momento. El licenciado Mario Alvarado Rubio, su presidente y el escritor Mario Monteforte Toledo, el más importante intelectual guatemalteco afiliado a ella y presidente del Congreso de la República. Con el tiempo, se fue dando un distanciamiento con este último por el rechazo a favorecer el intento de golpe de estado de julio de 1948, el cual fue condenando públicamente por Monteforte Toledo desde su puesto de congresista y su labor como periodista.

Ya antes se había dado un distanciamiento entre Monteforte Toledo y Fernández Granell, a partir de la propuesta de Andrade en 1948 de lograr la adhesión de varios políticos guatemaltecos de derechas y de izquierdas hacia una actividad organizada en París por quienes pronto darían vida en Berlín al Congreso para la Libertad de la Cultura. En este intercambio epistolar es difícil saber cuánto Fernández Granell lo animó a pensar que en Guatemala había las condiciones para derrotar a los animadores de una corriente estalinista y en cuánto las iniciativas internacionales de Andrade empujaron al pintor a pensar que en el país centroamericano estaban dadas dichas condiciones. Lo cierto es que durante su vida Andrade mantuvo una posición antiestalinista de izquierda. Así lo conocí yo en París a la cabeza de la librería Ediciones Hispanoamericanas en la década de 1970, apoyando a todos los estudiantes latinoamericanos y aconsejándonos como el sabio librero en que se había convertido.

Lo cierto es que Fernández Granell se quedó solo, pues sus compañeros republicanos del exilio guatemalteco, poumistas, anarquistas y socialistas, en su mayoría no lo siguieron, apostando por las posibilidades personales y políticas que ofrecía la experiencia revolucionaria guatemalteca o defendiendo las conquistas democráticas del régimen arevalista frente a una derecha cada vez más complotista. En el cargo de presidente del Congreso, Monteforte Toledo, se negó a firmar la proclama. Sólo lo apoyaron algunos compañeros de la AGEAR, encabezados por Alvarado Rubio.

El mismo Bartomeu Costa-Amic se negó a hacerlo por el creciente enfrentamiento del pintor con personeros del Gobierno, como era el caso de Muñoz Meany y de Cardoza y Aragón. Lista a la que más tarde agregaría al escritor Miguel Ángel Asturias. La única personalidad extranjera que salió en su defensa en la prensa guatemalteca fue la poeta costarricense Eunice Odio, quien también terminó por dejar Guatemala, pues Costa-amic y el socialista español Mariano Redondo “escondieron la cabeza como avestruz”, como se quejó nuestro personaje.

¿Apoyó Fernández Granell el intento de golpe de estado de julio de 1948?

Albertani afirma que no hay pruebas de ello. Como combatiente de primera línea en los dos días y medio que duró la lucha, no. Como parte de la sabia política que alimentó intelectual y organizativamente el mismo, sí. Con sus escritos e intervenciones públicas desde mediados de 1947 y hasta lograr que se cancelase el Primer Congreso de Intelectuales y Artistas de Guatemala propuesto por la AGEAR y el Saker-ti para celebrarse en los primeros meses de 1949.

El 6 de diciembre de 1948, Fernández Granell le escribió a Alvarado Rubio que no podía respaldar la primera decisión de la AGEAR de apoyar la celebración de dicho congreso, pues era un deber repudiar al mismo tiempo toda tendencia totalitaria fuese fascista o comunista. Con tal carta reventó el evento y profundizó la animadversión de los jóvenes sakertianos hacia él, quienes ya para el mes de marzo de ese año empezaron a tacharlo de franquista al publicar en su revista el artículo “Fascismo. Caso de Fernández Granell. Hacia un congreso de intelectuales”. En carta a Andrade, el pintor comentó eufórico:

Les deshice el congreso, que iba a tener una gran repercusión, al poner en evidencia su carácter comunista. Esto los tiene furiosos contra mí. El Saker-ti, Leiva y otros de manera visible, pero mucho más ocultos convenientemente (el PAR, funcionarios destacados, el Ministro del Exterior, etc.), desataron contra mí una furiosa campaña, ayudados por la nutrida fauna stalinista hispana, cobijada en el redil de la llamada Casa de la República.1

Al romper Fernández Granell con el canciller Muñoz Meany, patrocinador del buscado congreso, éste lo señaló de atacar al sistema democrático guatemalteco, situándose del lado de los abiertos opositores a Arévalo, para entonces ya con actitudes abiertamente pro-estadounidenses por el papel que jugaba el embajador yanqui Richard Patterson. Desde el puesto de jefe de las Fuerzas Armada, el coronel Arana se consolidaba como el principal opositor al presidente Arévalo y a la eventual candidatura a la sucesión del coronel Árbenz, ministro de la Defensa. El resultado fue su asesinato en un confuso intento por detenerlo dirigido por Árbenz en junio de ese año cuarenta y nueve, luego de haberse apoderado de un importante lote de armas.

Meses antes, el 4 de septiembre de 1948, las relaciones de Fernández Granell con la Casa de la República Española, centro de los exiliados, se deterioraron al punto que, junto a varios socialistas, renunció a ésta por la presencia de comunistas en su seno enviando una carta a Arévalo en la que le señalaban que se encontraban al margen por “haber pedido que dicha entidad hiciera cuanto de ella dependiera para librarse del calificativo comunista” y que declarase públicamente que, como entidad republicana española, ésta no podía hacer actos público en favor del gobierno guatemalteco. Esto último a raíz del apoyo manifiesto que el socialista Antonio Román Durán había pedido para la actuación de la delegación guatemalteca en la Conferencia de Bogotá, donde Muñoz Meany y Cardoza y Aragón fueron acusados de promover el “bogotazo” que le costó la vida al líder liberal Eliazar Gaytán. Fernández Granell encabezaba a los firmantes.

En las páginas de El Imparcial, el pintor surrealista publicó el 15 de mayo de 1949 el escrito “De como un congreso comunista de intelectuales se convierte en una patraña policiaca”, en el que atacaba tanto al Grupo Saker-ti como a funcionarios del gobierno de Arévalo y, luego, en una carta fechada el 27 de mayo, le escribió a André Breton que, a raíz de la polémica con el Grupo Saker-ti y su enfrentamiento con Muñoz Meany, “en contraste con el aumento de los enemigos, era bastante penoso ver la espantosa disminución de amigos”. Todo ello por haber impedido que se celebrase el congreso unitario en la medida en que era en Guatemala donde los comunistas tenían su “cuartel general” para toda Centroamérica.

El Gobierno de Arévalo que le había abierto las puertas de sus dependencias y órganos culturales comenzaba a cerrárselas, especialmente desde el Ministerio de Educación. En la carta al poeta francés, Fernández Granell reconocía: “cometí un error de impedirles hacer un congreso intelectual”. Por ello pedía a André Breton la conveniencia de publicar en Francia un folleto, “que podría ser la voz de los artistas e intelectuales independientes de izquierda”. Desde París, éste le respondió el 3 de octubre, ya pasado el intento golpista de los aranistas, informándole de por qué no había funcionado el apoyo de los intelectuales franceses y europeos a su causa. Había enviado poca información al respecto, por lo que no veía oportuno intervenir ante Cardoza y Aragón, en ese momento ministro consejero de Guatemala en Francia, con lo cual había “aplazado la intervención en la forma en que nos pedía darle”. Dos días después, Fernández Granell se asiló en la embajada de Bélgica.

Hacia el exilio

El intento golpe de Estado de los partidarios de Arana a raíz de su asesinato se dio los días 18 y 19 de julio, dejando 65 víctimas entre fallecidos y heridos. Las consecuencias inmediatas en el seno del gobierno de Arévalo fue la disputa en el gabinete entre los partidarios de aplicar el exilio a los golpistas, cuyos líderes salieron para México y El Salvador, y la oposición de Muñoz Meany señalando que Guatemala no podía volver a la era del general Jorge Ubico. De esa forma, entre otros opositores, dejaron Guatemala el licenciado Mario Méndez Montenegro, cabecilla de los aranistas y el pintor Mario Alvarado Rubio, presidente de la AGEAR y mejor amigo de Fernández Granell. En las semanas que siguieron, aquellos que eran considerados partidarios del intento de golpe fueron acosados por los arevalistas. En ese contexto, Monteforte Toledo y José Santa Cruz Noriega escribieron el folleto Una democracia aprueba de fuego, en el que afirmaban que su oposición a los comunistas guatemaltecos no pasaba por la caída del gobierno de Arévalo.

Puesto en minoría, Muñoz Meany renunció en agosto a su cargo de canciller y viajó a Canadá. En su lugar fue nombrado el primo de Arévalo, el licenciado Ismael González Arévalo, quien imprimió a la política exterior guatemalteca un acercamiento a Estados Unidos, sabedor de cómo el presidente Truman había aupado el intento golpista de los aranistas por medio de sus representantes diplomáticos. De esa forma, como artífice de la política exterior revolucionaria guatemalteca, basada en la lucha contra las dictaduras, en favor de la descolonización y en defensa de la soberanía nacional, Muñoz Meany se mantendría en un exilio dorado hasta su muerte en París en 1951, concentrado en la actividad seguir con el proyecto oficial de lograr que refugiados republicanos españoles en Francia y otros países europeos y africanos se trasladasen a vivir a Guatemala, siguiendo el ejemplo de Fernández Granell en 1946.

Desde el mes de julio de 1949, éste hizo sondeos con las autoridades de Puerto Rico para cambiar de residencia. En septiembre de 1949, dejó brevemente Guatemala para presentar en dicha isla la muestra de pintura que antes había expuesto en suelo guatemalteco durante el mes de mayo. De paso, aprovechó el viaje para lograr un contrato de trabajo en la Universidad de Piedras Negras. Regresó a suelo guatemalteco y a los pocos días fue advertido por Monteforte Toledo de la necesidad que se asilase, pues milicianos gubernamentales (milicianos naranjeros) lo iban a matar a tiros. El pintor decidió hacerlo en la embajada de Bélgica el 5 de octubre y pudo abandonar Guatemala a inicios de 1950. En esos mismos días, luego de ser declarado non grato, el embajador estadounidense Patterson dejó igualmente el país.

Hacía menos de una semana del paso dado por Fernández Granell hacia un nuevo exilio, que los comunistas guatemaltecos habían fundado clandestinamente su partido, en número de 44, hombres y mujeres. Quien entre sus seguidores había lanzado amenazas de muerte hacia Fernández Granell por su papel de “traidor” fue el periodista salvadoreño Zamora Corletto, presidente de la ADJG, las que resultaron mal acogidas por sus camaradas. Por ello, le negaron participar en la fundación partidaria, el día 29 de septiembre de ese año. El 27 de enero de 1950, pocos días después de que Fernández Granell dejó Guatemala, Zamora Corletto denunció en una conferencia de prensa la existencia clandestina del PCG y acusó a los comunistas de querer controlar la asociación que el presidía. ¿Era Zamora Corletto un provocador en el seno de los jóvenes que se asumían como comunistas y por ello amenazó de muerte a Fernández Granell? Su comportamiento parece respaldar dicha posibilidad.

¿Fue una “purga” comunista la que evitó la aparición de la edición de Arte y artistas en Guatemala de Fernández Granell?

Para mi detractor y “a pesar de todo amigo”, el archivamiento y luego destrucción del ya impreso el libro Arte y Artista en Guatemala de Fernández Granell fue, al fin y al cabo, una “purga” stalinista, dejando en el aire la sospecha que detrás de todo estaban los comunistas. Ni Muñoz Meany ni Cardoza y Aragón pudieron ser los que dieron la orden, pues el primero estaba hospitalizado en Canadá́ y el segundo ejercía su cargo diplomático en Francia. Tampoco los comunistas pudieron haber sido, porque no eran quienes mandaban en la Tipografía Nacional, menos siendo Costa-Amic el jefe de talleres y operando ellos en la clandestinidad.

Todo parece indicar que fue algún alto funcionario del gobierno de Arévalo como medida de retorsión hacia Fernández Granell por haberse asilado. Los principales sospechosos vendrían a ser los entonces ministros de Relaciones Exteriores y de Educación Pública, Ismael González Arévalo y Raúl Osegueda Pálala, o directamente el director de esa dependencia, Alfonso Estrada Ricci. Las tres personas de confianza del presidente Arévalo. En sus memorias, el expresidente no dice nada al respecto, aunque es de concluir que, indudablemente, no vio con buenos ojos que un refugiado español tomase, por razones políticas, la decisión de exiliarse durante su mandato, luego de haberlo arropado a su llegada al país a inicios de 1946.

De esa forma, estuvo a punto de desaparecer uno de los mejores ensayos del arte contemporáneo guatemalteco. Albertani considera yo no puedo dar un juicio positivo de la obra por la “animadversión” que le tengo al pintor surrealista, deducción que en definitiva retrata su modo de pensar. De ahí que a muchos de sus colegas y amistades los considere como “stalinistas”. Es más, podemos sentir animadversión por un personaje como Mario Vargas Llosa y no por ello dejar de reconocer que algunas de sus novelas son obras de gran literatura. Entre éstas, la recién publicada Tiempos recios, en la que siendo un partidario declarado del neoliberalismo no deja de torpedear la línea de flotación de la narrativa ideológica e histórica del anticomunismo guatemalteco y su versión de la caída de Árbenz. Deduzco que, si es coherente con el reclamo que me hace, a Albertani no le habrá gustado esta novela.

Colofón de una respuesta

La perspectiva histórica no puede fundarse sin más en la “justeza de los argumentos”. Si Fernández Granell y sus camaradas “tenían razón”, debieron hacerla valer sin indilgarle a Guatemala los fantasmas de la lucha ideológica que se dio en el seno de la izquierda durante la guerra civil española y los años subsiguientes. Si el pintor español quería hacer política en el país centroamericano que acaba de poner fin al régimen ubiquista, debió entenderlo, sabido que, saliendo de una dictadura militar personalizada de catorce años, éste buscaba abrirse paso en el concierto de las naciones democráticas de posguerra, que su juventud era diez a quince años menor que él y no tenía su cultura política sino los anhelos de dejar atrás la impronta del imperialismo estadounidense en una hasta entonces “república bananera”.

El socialismo libertario murió con Serge y con la revista Mundo de México, que pasó a editarse en Chile, sin mayor repercusión. La falta de ecos a esta prédica llevó a Fernández Granell apoyarse en Gorkin, Maurin y Alba ya asociados al Congreso para la Libertad de la Cultura. Una opción que no fue gratuita y que, al final, se congratuló de la intervención estadunidense en contra de los gobiernos nacionalistas de Arévalo y Árbenz, los que en nada tuvieron características “totalitarias”, como lo deja suponer la última fecha del título que Albertani le da a su artículo: “Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo y antitotalitarismo, 1930-1950”.

En esa coyuntura hubo un periodismo que inventó intenciones que Arévalo y Árbenz nunca tuvieron y para ello baste el ejemplo de Julián Gorkin, cuando escribió en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, “La experiencia de Guatemala. Una política de libertad en Latinoamérica”, donde presenta Castillo Armas como “libertador de su país de la dictadura comunista”. A raíz de su pasaje por Guatemala, Víctor Alba escribió́ a Fernández Granell el 20 de mayo de 1955, ya en pleno gobierno de Castillo Armas, indicándole que en este país le habían hablado bien de él y que si se había alegrado de volverlo a contactar después de tantos años, fue posible gracias a Julián Gorkin a su regreso a México. Por su parte, Joaquín Maurín fue también contundente en apoyar la intervención estadounidense, como lo refleja una carta —citada por Glondys—, dirigida a Luis Araquistáin, el 5 de julio de 1954, tres días después del triunfo militar castilloarmista:

Lo de Guatemala a lo que te refieres no podía tener otra solución que la que ha tenido: era inevitable. Si EE.UU. hubiesen consentido que los comunistas crearan allí una cabeza de puente, con armas soviéticas incluso, hubiese significado que capitulaban ante la invasión roja. Los comunistas guatemaltecos demostraron ser fanfarrones; y Árbenz demostró que era un imbécil. La fanfarronería y la imbecilidad se pagan finalmente.2

De esa forma, se dio el proceso de fake news que en plena Guerra Fría terminó por triunfar que ayudó a hacer de Guatemala uno de los puntos culminantes de la Guerra Fría en América Latina. Para los guatemaltecos, el triunfo de dicho anticomunismo significó y sigue significando “la larga noche liberacionista”, a pesar de la firma de los Acuerdos de Paz de 1996, luego de los 36 años de guerra civil y miles de muertos, desaparecidos, encarcelados, refugiados y exilados por el delito de ser considerados como comunistas o sus colaboradores.

En conclusión, Albertani hace una amalgama de mi critica a Fernández Granell y a algunos de sus colegas por las posiciones que asumieron con Guatemala en pleno surgimiento de la Guerra Fría con una supuesta crítica de mi parte a la historia del POUM y de sus dirigentes, la que le permite concluir que soy un “stalinista”. De hecho, en ese artificio me usa como “chompipe (pavo) de la fiesta”, diríamos los guatemaltecos.

La solución es simple. El lector puede leer en internet Polémica entre Eugenio Fernández Granell, la AGEAR y el Grupo Saker-ti. Desencuentros ideológicos durante la primavera democrática guatemalteca y sacar sus propias conclusiones. Es sabido que un historiador está sujeto a cometer imprecisiones, pero si actúa de forma profesional, hay ética en el resultado, lo que no sucede necesariamente con el que escribe para desacreditar la obra de otro.

Una cosa es la investigación histórica, que está sujeta a aproximaciones, errores y a nuevas interpretaciones, y otra es abordar un problema desde un punto de vista exclusivamente ideológico y propagandístico. Con el agravante que se hace sin tener en cuenta, por omisión y/o ignorancia, el contexto
histórico-político particular del tema que se pretende desmontar. De ahí su carácter difamatorio.
Res non verba.

Mérida, 1 de mayo de 2021.

Referencias bibliográficas

Albertani, Claudio, “Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo y antitotalitarismo: 1936-1950”, en Fundación Andreu Nin, Barcelona, 22 de enero, 2021. Disponible en https://fundanin.net/2021/01/22/deltiempoenque-eugenio/

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Resumen

Respuesta de Arturo Taracena Arriola al artículo de Claudio Albertani “Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo y antitotalitarismo: 1936-1950”, en el que plantea una crítica al libro Polémica entre Eugenio Fernández Granell, la AGEAR y el Grupo Saker-ti. Desencuentros ideológicos durante la primavera democrática guatemalteca, Guatemala, FLACSO, 2014, escrito por él.

Palabras Clave: Stalinismo, POUM, Guatemala, Fernández Granell, Taracena Arriola.

Abstract

Arturo Taracena Arriola’s response to Claudio Albertani’s article “About the time when Eugenio Fernandez Granell was right. Revolución, surrealismo y antitotalitarismo: 1936-1950”, in which he criticizes the book Polémica entre Eugenio Fernández Granell, la AGEAR y el Grupo Saker-ti. Desencuentros ideológicos durante la primavera democrática guatemalteca, Guatemala, Guatemala, FLACSO, 2014, written by him.

Keywords: Stalinism, POUM, Guatemala, Fernández Granell, Taracena Arriola.


* Universidad Nacional Autónoma de México. https://orcid.org/0000-0002-7632-2589 (taracenaarriola@gmail.com)

1 Eugenio Granell, Correspondencia, pp. 136-138.

2 Olga Glondys, La guerra fría cultural y el exilio republicano español. Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (1953-1965). Prólogo de José Carlos Moliner, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2012, p. 153.


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