Núm. 20 (2020): Políticas de la Memoria

TITULOS:


A propósito de Leandro Losada, Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940


A propósito de Horacio TarcusLas revistas culturales. Giro material, tramas intelectuales y redes revisteriles en América Latina


A propósito de Eduardo Minutella y María Noel ÁlvarezProgresistas fuimos todos. Del antimenemismo a Kirchner, cómo construyeron el progresismo las revistas políticas


A propósito de Daniela SzpilbargCartografía argentina de la edición mundializada: modos de hacer y pensar el libro en el siglo XXI, Temperley, Tren en Movimiento


A propósito de María O’ Donnell, Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros


A propósito de Adrián Celentano (Dir), 1938: Reforma Universitaria, higiene social y antifascismo en la UNLP. Itinerarios, militancias y publicidades en torno de las conmemoraciones del ‘18

 

A propósito de Leandro Losada, Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940,
Buenos Aires, Katz, 2019, 193 pp.

Bien podría leerse como un libro de historia del pensamiento político liberal y antiliberal en la Argentina del siglo XIX al XX desde las invocaciones y reflexiones sobre Nicolás Maquiavelo. Una significativa contribución a la historia pendiente del liberalismo local. Pero es también y más, un estudio de la circulación y los usos de las ideas del florentino en Argentina. Una historia intelectual más atenta a la discursividad que a la materialidad y las mediaciones; recortada sobre las siluetas de diversos hombres —académicos y publicistas, mayormente destacados—, ciertas revistas y espacios institucionales, antes que sobre la reconstrucción de ediciones, traductores, programas universitarios o intervenciones en diarios y demás que, en muchas ocasiones, hacen también a las lecturas “plebeyas”. Sin embargo, las decisiones de investigación y recorte del objeto no cercenan una inquietud palpable por las propuestas de la llamada “nueva historia intelectual” filiada en los trabajos de la escuela de Cambridge tanto como en los estudios de recepción en lo que refiere, como dijo Horacio Tarcus en una oportunidad, a los “usos políticamente productivos del anacronismo” que permiten pensar la cultura y reponer matices. En efecto, Tarcus remitía a los “anacronismos fecundos” que alude Enzo Traverso en su introducción a La historia como campo de batalla, justamente sobre el uso de Maquiavelo por Gramsci y para advertir acerca de lo inevitable del uso anacrónico de los clásicos —usos que, en su tarea de interpretación histórica, interesan especialmente a los estudios de recepción desde la historia intelectual— y exponer sus reservas hacia ciertas propuestas de Cambridge. En esas gradaciones, precisamente, el libro de Losada estimula interrogantes que nutren el campo de estas investigaciones; para ilustrar: ¿Cómo acceder a los usos más solapados? ¿Qué dicen de una recepción los usos manifiestos y qué indicios ofrecen aquellos tácitos, los silencios e incluso la circulación corriente y desmarcada que no responde a una práctica de lectura concreta?

Lo central del texto tiene que ver con la reconstrucción que propone a partir de la pregunta sobre cómo fue leído y usado Maquiavelo en el pensamiento político liberal y antiliberal argentino entre 1830 y 1940. Losada transita así desde el campo de la historia de las elites (vale recordar su biografía sobre Marcelo T. de Alvear, por Edhasa, que funciona como un precedente de esta investigación) hacia una historia intelectual que descubre en las representaciones locales del florentino diversos usos entre el poder y la libertad. Compone todo un tema original el tratamiento en términos conceptuales de los desplazamientos de sentido entre “maquiavélico”, “maquiaveliano”, “maquiavelismo” y Maquiavelo, del adjetivo calificativo al sustantivo propio.

Como suele ocurrir con los trabajos de recepción desde la historia intelectual, el interés de la investigación de Losada está en estudiar esas lecturas e interpretaciones como una vía de acceso a problemas menos transitados o no tan evidentes desde otros prismas. De tal modo, tensados entre la emergencia y la crisis del liberalismo, los tres capítulos cronológicos que componen el libro exponen con gran claridad un arco que va del desdén y el repudio en lecturas incipientes del siglo XIX hacia una recuperación a inicios del siglo XX; de la generación del 37 y su condena al florentino en tanto enemigo de la libertad (un Maquiavelo asociado a la reivindicación de la tiranía, la violencia y la mentira) a las lecturas desde el republicanismo y la democracia liberal; del autor antiguo al moderno.

Entre fines del siglo XIX e inicios del XX —en una coyuntura en la que concurren efemérides, nuevas condiciones materiales e institucionales en el campo intelectual, las primeras ediciones locales y la Reforma Universitaria, entre otros aspectos—, se produce un punto de inflexión. Los usos antiliberales que Losada reconstruye para las décadas de 1920 a 1940 muestran la relevancia e intensidad que adquieren las obras de Maquiavelo en el pensamiento político argentino, en lecturas que van de la adhesión al rechazo. Se trata de un cambio cualitativo y cuantitativo respecto del siglo XIX, en el que el florentino pasa de ser filiado en el antiliberalismo para ser inscripto en el liberalismo, al cual se combate con intervenciones críticas de sus obras.

En el marco de la especial densidad de ese “momento maquiavélico” y su consonancia con el golpe de Estado de 1930, Losada recompone la asociación en los años ‘20 del florentino con la crisis de la democracia liberal así como las distintas intensidades en la referencia a través de las lecturas de José Ingenieros, Enrique Martínez Paz, Carlos Astrada, Saúl Taborda, y otros. La ponderación en Leopoldo Lugones. Las interpretaciones de Julio Irazusta y Ernesto Palacio como referente del republicanismo, con sus propias modulaciones y ambivalencias. El rechazo desde el catolicismo tomista, como en el caso de Julio Meinvielle. Como se expresa con rigurosidad, esas apropiaciones contrastantes dan cuenta de las del antiliberalismo argentino: alternativas a la democracia liberal (como el fascismo), republicanismo aristocrático, Estado cristiano.

Otras razones de las controversias locales en torno a Maquiavelo se sitúan alrededor de la concepción de la autonomía de la política, a pesar de una coincidente ubicación del florentino como referente del realismo político. En discusiones en las que pueden advertirse reivindicaciones del florentino por sus contribuciones para pensar la primera parte del siglo XX, para construir un saber sobre la política y para dirimir sobre la libertad, Losada recupera diversos argumentos, entre ellos los de Tomás Casares, Arturo Sampay, Carlos Sánchez Viamonte, Juan Agustín García, Marcelo Sánchez Sorondo, José Luis Romero, José Bianco y Mariano de Vedia y Mitre. Muestra también cómo puede observarse, desde las lecturas y las inscripciones locales de las que es objeto Maquiavelo, el cambio en la concepción del tiempo histórico entre el siglo XIX y el XX.

Con todo, incluso cuando se encuentre al florentino tensado entre un autor del poder y uno de la libertad, en Argentina tanto el liberalismo del XIX como el antiliberalismo del XX tendieron a ver en él a un adversario, fuese como apólogo de la tiranía, como precursor del fascismo, como enemigo de la libertad moderna o como referente del liberalismo. En esas lecturas híbridas es posible descubrir su vigencia en el dos mil también, con la actualidad de discusiones sobre la relación entre libertad y Estado, pero como asociación y convergencia antes que en su oposición, en medio de la irrupción a escala global de una pandemia. Aparece, además, una síntesis liberal republicana donde las lecturas de Maquiavelo permiten ver tensiones, dificultades y lo nada unívoco ni trascendente de conceptos como “liberalismo”, lo que compone un argumento sustantivo dentro de los más clásicos debates entre historia de las ideas y nueva historia intelectual.

Desde la historia del pensamiento político argentino, Losada resalta y sintetiza en las conclusiones tres cuestiones que no han perdido actualidad: el desdén hacia una convergencia republicana liberal en los años ‘30, las reservas ante la democracia por parte del liberalismo local y la intención de avivar una reflexión liberal en crisis echando mano del repertorio republicano. Señala también algunos elementos comunes a la diversidad de usos de Maquiavelo en Argentina abordados antes, en especial el darle al florentino un lugar fundante en la asignación de autonomía a la política; la política como espacio irreductible. A esa búsqueda por sobreponer una síntesis a la pluralidad de interpretaciones restituidas, ¿qué dificultades le impone el hecho de que —como advierte Losada— cada cual dialogara con un Maquiavelo distinto, que no instaura ni se inscribe en una tradición? En esa multiplicidad y riqueza de interpretaciones aparece el carácter dislocado pero también central y completamente articulado a las propias condiciones de estos pensadores locales.

Mariana Canavese
(CONICET-UBA-CeDInCI)

 


A propósito de Horacio Tarcus, Las revistas culturales. Giro material, tramas intelectuales y redes revisteriles en América Latina, Buenos Aires, Tren en Movimiento, 2020, 128 pp.

Los estudios sobre revistas desde hace varias décadas han crecido de manera exponencial en la Argentina. Desde los clásicos estudios de autores y autoras como Jorge Rivera, Beatriz Sarlo, Claudia Gilman Fernando Alonso y John King —los de mayor influencia en posteriores investigaciones— hasta la actualidad, la disponibilidad de trabajos de calidad en torno al mundo revisteril ha sido una de las vetas investigativas más dinámicas en áreas como la crítica literaria, la historia intelectual, la sociología de la cultura y la historia de la literatura.

En ese mundo de publicaciones e investigadorxs procedentes de disciplinas distintas y con intereses y métodos de aproximación diversos, Horacio Tarcus se convirtió en uno de sus principales exponentes y animadores. Ya en los libros dedicados a intelectuales como Milcíades Peña, Silvio Frondizi y Samuel Glusberg o la “hermandad” compuesta entre otros por Ezequiel Martínez Estrada y Leopoldo Lugones, pero también en sus trabajos sobre Marx en la Argentina y el mundo editorial, Tarcus había dado sobradas muestras de un uso muy productivo de las revistas como fuente para la reconstrucción del mundo político-cultural argentino, al tiempo que visibilizó una significativa cantidad de publicaciones casi desconocidas. A pesar del avance registrado, todavía era materia pendiente elaborar un balance de tipo metodológico, pero también un mapeo histórico de publicaciones y tendencias de investigación desplegadas en las últimas décadas. Precisamente estos son los temas centrales de su nuevo libro, Las revistas culturales.

En el primer capítulo, el objeto revista es delimitado como parte de una materialidad diferenciada de otros, como el libro o la prensa diaria, a partir de condicionamientos específicos de producción, circulación y consumo. Así, por caso, para Tarcus si el libro “se nos presenta individual”, la revista por el contrario es “siempre colectiva y dialógica por definición” (p.16). Asimismo, su circulación supone mayor velocidad, pero también envejecimiento frente al mayor tiempo de sobrevida del libro, quién, sin embargo, en múltiples oportunidades su factura dependió de aquellas como banco de pruebas y errores. A pesar de lo que se entiende como revista deja de lado el componente discursivo, priorizar tal enfoque es vital a la hora de comprender su singularidad y el atractivo que ejerce para el estudio de los principales pulsos culturales, políticos o sociales.

La comparación que se realiza entre revista y otros soportes como el libro o la gaceta, a su vez se recorta sobre un marco específico de atención. Para Tarcus el tipo de revista que denomina como “cultural” está íntimamente asociada al mundo de los intelectuales. Aunque contempla un espectro amplio de la idea de “revista cultural” —como las que abordan temas como el deporte, el teatro, la infancia o la política internacional—, a lo largo de sus páginas es clara su opción por aquellas producidas por el mundo letrado. De allí su hipótesis de partida que asocia el ciclo de revistas culturales tanto en la Argentina como América Latina al de los intelectuales, en su objetivo de intervenir en el espacio público y aún político a lo largo de los siglos XIX y XX. En efecto, las revistas culturales han estado desde su nacimiento tensionadas entre el campo cultural y el político, incluso las dedicadas a la poesía, las artes, la literatura o la estética. Según Tarcus, aún en aquellas consideradas estrictamente culturales como Martin Fierro o Sur, la política logró filtrarse entre sus páginas, ya sea al asumir una posición ante el segundo gobierno de Hipólito Irigoyen o en su apoyo a la República española respectivamente. En su reverso, otras publicaciones en donde la política, al decir de Oscár Terán, dotaba de sentido a su contenido, como las sesentistas Pasado y Presente, Pensamiento Crítico o Antropología del Tercer Mundo, su análisis exige un abordaje enfocado en sus repercusiones en la vida cultural en torno a la Ciencias Sociales, el análisis cultural o las culturas políticas.

Las revistas culturales no solo se destaca por el estudio y análisis metodológico que efectúa de los casos argentinos. Una contribución central radica en reponer y examinar publicaciones ubicadas en distintas coordenadas espacio-culturales de América Latina, desde mitad del siglo XIX hasta principios del XXI. El libro ofrece una faceta poco explorada en la Argentina y en nuestra región por parte de investigadores e investigadoras. En sus páginas las fronteras de las revistas amplían su escala, evadiendo el encorsetamiento del estado nación, para reponer la circulación transnacional de varias de ellas, o, simplemente, vislumbrar las nacidas en distintos espacios y momentos históricos.

En el diagrama de lo que se denomina como el “ciclo histórico de las revistas latinoamericanas”, el comienzo es datado a mediados del siglo XIX con la aparición de la argentina La Moda, la montevideana Iniciador o la chilena El Crepúsculo. Dichas publicaciones fueron las primeras en lograr diferenciarse y establecer una especificidad respecto a formatos de época como los periódicos informativos o las gacetas. Para fines del siglo, estas revistas modernas se afirmaron en el panorama cultural de nuestra región, hasta alcanzar su esplendor al calor del crecimiento de la alfabetización, la escolarización, la multiplicidad de profesiones intelectuales y un panorama cada vez más poblado en el ámbito de la opinión pública que se registra a mediados del siglo XX. Es precisamente en ese contexto que las revistas culturales consolidaron un espacio singular entre las publicaciones periódicas y al mismo tiempo vieron proliferar diferentes tipos y formas, algunas más “patricias”, “plebeyas”, “nativistas”, “contraculturales” o “comerciales”. Y aunque en el libro se considera a todas ellas parte del universo cultural latinoamericano, el foco reposa sobre las confeccionadas por figuras y colectivos intelectuales —como Casa de las Américas, Mundo Nuevo o Plural— y no tanto a las identificadas con la cultura de masas, el periodismo especializado o la divulgación.

Como todo ciclo, el de las revistas culturales también tuvo su fin. Para Tarcus ello debió mucho a la “decadencia” sufrida por los intelectuales en el alba del siglo XXI, al replegarse cada vez más hacia el quehacer académico y alejarse del espacio público en la discusión de una agenda de ideas, visiones o programas político-culturales. Desde su perspectiva, entre el desafío de la “era digital” y el “imperio normalizador de las revistas académicas”, la época de las publicaciones culturales sucumbió en paralelo a la desaparición de la “escritura ensayística, la alianza entre texto y artes y el debate intelectual”. A pesar de esta mirada algo “pesimista” sobre el rol actual de los intelectuales y sus revistas que emergen aquí y allá, no es central en el libro, ni tiñen todo. Muy por el contrario. En muchos tramos sus páginas ofrecen un despliegue atrapante de conocimiento y erudición del rol central ocupado por las revistas culturales latinoamericanas del siglo XIX y XX, que difícilmente otro investigador pueda procurar entre los especialistas de América Latina y más allá.

En el último capítulo, Las revistas culturales brinda un pormenorizado recorrido de las tendencias actuales en el campo de estudios de revistas a nivel regional, de inestimable ayuda para quienes se dedican a la investigación. Como se afirmó al principio, en estos momentos asistimos a una explosión de estudios sobre revistas que mucho debe a una expansión de las políticas de recuperación patrimonial, zaga iniciada en la década de 1940 de la mano de estudiosos como el estadounidense Sturgis Leavi. Mientras el ciclo de revistas culturales latinoamericanas en el presente parece agotado, son justamente las revistas académicas, centros documentales, bibliotecas nacionales, universidades y revistas web quienes ofrecen un inusitado interés sobre este tipo de publicación. Asimismo, múltiples ediciones fascimilares, antologías y digitalización de colecciones disponibles —tarea desplegada, entre otros, por el Fondo de Cultura Económica, el Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano, la editorial de la Universidad de San Pablo o la editorial Renacimiento de Sevilla—, son parte de un “furor hemerográfico” que, nos explica el autor, originó una “súbita exhumación de colecciones de revistas del pasado” y una consecuente expansión en el presente de tesis doctorales, indagaciones monográficas, congresos y eventos.

En ese entramado países como Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y México son destacados animadores de la escena académica, sobre la base del trabajo desarrollado por universidades, Asociaciones Civiles — como el CeDInCI— y cátedras. Mapa imprescindible para un mejor conocimiento de cómo, quiénes y dónde se producen las investigaciones en la región, Tarcus reconstruye los principales núcleos dinamizadores que ofrecen una agenda nutrida de eventos y resultados en torno al rol de las revistas en la historia cultural de América Latina. Universidades como las de Buenos Aires, La Plata, San Pablo y UNAM, o, académicos como Oscar Terán, Silvia Saitta, Pablo Rocca, Jaime Massardo, Regina Crespo, Lydia Elizalde, Sergio Miceli y Heloisa Ponte son solo algunas instituciones e estudiosos respectivamente que han impulsado y dejado su impronta en diagramar, visibilizar y alentar proyectos de investigación sobre las revistas, sus ideas e intelectuales.

Ya sea para quiénes desde la historia intelectual, la crítica literaria o la sociología de la cultura se acercan a la reconstrucción de los distintos escenarios donde intelectuales, escritores, artistas y estetas han circulado y conformado sus redes a través de los siglos, o diagramado sus ideas y polémicas, este libro confirma una vez más la importancia de su lugar en la configuración histórica de la vida intelectual, cultural y social latinoamericana. Un lugar en el que el este trabajo de Horacio Tarcus seguramente tendrá mucho que ver en la consolidación y continuidad de un espacio de indagación, interrogación y conocimiento del pasado y del presente cultural de nuestra región.

Martín Ribadero
(UNSAM)

 


A propósito de Eduardo Minutella y María Noel Álvarez, Progresistas fuimos todos. Del antimenemismo a Kirchner, cómo construyeron el progresismo las revistas políticas, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 248 pp.

Durante la recuperación democrática de la década de 1980 el progresismo buscó articular facetas de las disímiles tradiciones socialdemócrata, liberal y republicana, alejar a la izquierda de posiciones revolucionarias y construir una cultura política democrática con instituciones fuertes. Fue, al mismo tiempo, una identidad lábil, un horizonte ambicioso y un corte con el pasado. Allí, a la distancia etaria dejada por la generación diezmada durante la última dictadura de los políticos, intelectuales y periodistas que dieron voz a los ochenta, un grupo variopinto de jóvenes llegó a la vida política y, luego, a los medios de comunicación, a veces junto a voces de los setenta. Si bien los unían diversos nexos con los modos de entender la política propios de la transición, en la década de 1990 este universo heterogéneo dio forma a un nuevo tipo de progresismo, más visible que articulado, que Eduardo Minutella y María Noel Álvarez estudian desde el prisma de las revistas políticas.

Los autores, historiadores por la Universidad de Buenos Aires y docentes de “Historia del periodismo argentino” en TEA, enfocaron el libro con rigurosidad investigativa, filo ensayístico y preguntas que hacen dialogar aquellos años con la Argentina actual y, desde ese eje, las relaciones entre política, cultura y medios en una etapa marcada por el menemismo y la convertibilidad, la videopolítica y el avance de internet, la crisis del 2001 y los orígenes del kirchnerismo.

El primer capítulo del libro, “La prensa contra el menemismo y el ‘giro progresista’”, enfoca brevemente al progresismo como una sensibilidad conformada en la transición, con centralidad de pautas éticas (e incluso estéticas), asumido de modo laxo por los actores que atraviesan las páginas. Antes que una identidad política, este progresismo se configuró, en tiempos de tercera vía internacional, como una cultura heterogénea y vaporosa.

El siguiente capítulo aborda la primera de las revistas analizadas: “Tres puntos. Leyendo el New Yorker en el Titanic”. Para Álvarez y Minutella, la empresa “intentó ser expresión y vehículo” del progresismo devenido “casi en una lingua franca”. Inspirado por el semanario estadounidense, respaldado en el prestigio de Jacobo Timmerman, dirigido inicialmente por su hijo Héctor y solventado por el empresario Hugo Sigman, Tres puntos buscó dirigirse a un público ABC1, con formación universitaria, intereses cultural-políticos y antimenemista. En las diferentes etapas de la publicación, la pregunta por el progresismo tuvo picos y valles, entre la presencia de un Carlos “Chacho” Álvarez, “que encarnaba el arquetipo del político progresista de la época”, ciertas notas resonantes y el imán que resultaban para las diversas firmas el perfil de la publicación y los abultados sueldos.

La revista atravesó cambios de dirección, decepciones políticas en torno a la Alianza y sobrevivió, con un cambio de nombre a 3 puntos, a la versión local de Le Monde Diplomatique lanzada por el mismo grupo editorial, ya llamado Capital Intelectual, y a la crisis de 2001. De la dispar experiencia, subrayan los autores, “(c)omo en ningún otro caso, los recorridos posteriores de los hombres y mujeres que trabajaron en la revista ilustran el estallido del periodismo progresista tal como lo habíamos conocido en los años del tardomenemismo y la Alianza”. Los de directores que sucedieron a Timerman, Jorge Halperín, Román Lejtman y Jorge Sigal, son muestra de ello.

“De Veintiuno a Veintitrés: progresismo para multitudes” es el tercer capítulo, centrado en la publicación gestada por Jorge Lanata, gran referente del periodismo progresista de la etapa, quien antes de lanzar “la revista del siglo que viene”, se había quedado sin pantalla en América TV, denunciando censura. Ello aumentó la expectativa sobre el semanario, donde reunió nombres que habían pasado por su programa y venían de Página/12, diario central del progresismo, que Lanata había dirigido desde su salida en 1987 a 1994, como Horacio Verbitsky, Martín Caparrós, Marcelo Zlotogwiazda o Ernesto Tenembaum, y también a Jorge Rial, representante del periodismo de chimentos. Minutella y Álvarez indican que la revista buscó “la combinación de cierta sensibilidad progresista con mucho de los valores y la estética propios de aquella década”. El sentido lúdico y una moderada irreverencia se combinaron con una preeminencia del gesto sobre el contenido, destacando la centralidad de su director, los ardides publicitarios y la estética de impacto, que buscaba ampliar el universo de lectores de Página/12 hacia el público televisivo de Lanata.

Con cambios de nombre por Veintidós y Veintitrés, sin Lanata desde 2008 y ya dentro del grupo de Sergio Spolski, ligado al kirchnerismo, la revista prosiguió hasta 2016, alejada del impacto inicial y políticamente opuesta a su fundador. Para los autores la revista “permite reconstruir una época: la del antimenemismo, el desencanto con la Alianza, la crisis de legitimidad, el ‘que se vayan todos’ y el módico desconcierto inicial que produjo la llegada de Néstor Kirchner al gobierno”.

El cuarto capítulo, “TXT y Debate. Los semanarios progresistas en el espejo del kirchnerismo”, estudia dos experiencias muy distintas: una, “el progresismo divertido” y “una revista de opinión”, la segunda, editadas desde Capital Intelectual. Nacidas tras la debacle de 2001, la primera incorporaba a parte del plantel de Tres puntos bajo la dirección de Adolfo Castelo (del grupo editor original de Veintiuno), quien conducía el exitoso ciclo radial “Mirá lo que te digo”; Debate, como Tres puntos, repetía la dirección de Héctor Timerman. “Como en Veintiuno, la revista se nutría de la complicidad entre el director y los lectores, una comunidad imaginada con guiños y sentidos compartidos”, subrayan los autores sobre TXT, que reunía periodismo político, estética pop y notas generales con el sello irónico de Castelo. Junto a plumas consagradas, allí ganaron visibilidad nombres como la escritora Mariana Enríquez y el cronista Cristian Alarcón, e incluso se incluyó como suplemento a Barcelona, la ácida publicación que hacía de la burla a los lugares comunes del periodismo una de sus claves y se había vuelto referencia obligada en el ambiente.

Debate. Revista semanal de opinión, por su parte, tomaba su modelo de The Nation, el semanario progresista fundado a finales del siglo XIX en Estados Unidos. Como subrayan los autores, los “límites borrosos” del perfil progresista permitieron la convergencia de firmas invitadas diversas, de Beatriz Sarlo a Horacio González, pasando por Marcos Novaro, por lo menos hasta que Timerman se vinculó con el kirchnerismo tras su paso por el ARI de Elisa Carrió —quien giraba hacia posiciones paulatinamente derechistas. En torno al quiebre producido por los posicionamientos sobre el gobierno, tras un momento de convergencia general del espacio progresista, los autores indican que “habían comenzado a hacerse evidentes por lo menos desde 2004” las grietas que fueron desarticulando y enfrentando al espacio de periodistas y analistas políticos, con gran visibilidad desde 2008. Allí, el debate sobre el rol de los medios se hizo central, la figura del periodista perdió el prestigio previo y su quehacer fue inquirido de un modo que pinta la boutade de Verbitsky que recogen Minutella y Álvarez: Barcelona pasaba por ser el medio de análisis político más serio del país. Por ello, en las conclusiones los autores despliegan una serie de hipótesis de interés sobre la coincidencia del pico del periodismo postdictatorial con la sospecha, y luego el descrédito, de la política; las relaciones entre periodistas, grupos de medios y política; las dificultades de trasladar el estilo del antimenemismo ante el kirchnerismo.

Por el trabajo, circulan una red de nombres, de María O´Donnell a Roberto Caballero, de Reinaldo Sietecase a Claudia Acuña; la contrafigura ideal de Menem; los momentos de bonanza y crisis; las relaciones entre periodistas, intelectuales y políticos; el quiebre de la agrupación “Periodistas”, que buscó construir una institucionalidad ecuménica. Progresistas…tiene el gran mérito de articular de modo coherente y dinámico este friso y, al no ser estrictamente un libro académico, abre una gran base para investigaciones posteriores.

Martín Vicente
(CONICET-UNCPBA-REIDER)

 


A propósito de Daniela Szpilbarg, Cartografía argentina de la edición mundializada: modos de hacer y pensar el libro en el siglo XXI, Temperley, Tren en Movimiento, 2019, 320 pp.

¿Cómo se hacen los libros? Cientistas sociales rondan una pregunta aparentemente sencilla, pero que, en las prácticas académicas, tiende a ocupar un lugar cada vez más visible, a través de un espacio establecido y consolidado: los estudios sobre el libro y la edición. Se trata de un ámbito que reúne a profesionales de diferentes disciplinas y que, entre sus resultantes, incluye congresos, grupos de estudio, tesis de posgrado, artículos y, por supuesto, libros. El celebrable aporte de Daniela Szpilbarg, Cartografía argentina de la edición mundializada, originalmente concebido como su tesis doctoral en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, se inscribe en una colección denominada “Sentidos del libro” —de la editorial Tren en Movimiento— y se orienta por aquella máxima de que hay libros que hablan de otros libros (si se nos permite el parafraseo de una idea expuesta, por ejemplo, en El nombre de la rosa de Umberto Eco). En este caso, podríamos precisar: se trata de un libro que estudia las acciones de las personas —editores— y los emprendimientos culturales y comerciales —editoriales— que se encargan de mediar en la gestación del delicado artefacto que llamamos “libro”.

La introducción nos plantea un estado del arte dividido en varios niveles. En primer término, hallamos una ponderación de los estudios sobre la cultura escrita y la edición, a través de una sucinta recapitulación en que ingresan nombres internacionales y ya canónicos para el área, como los de Robert Darnton, Don McKenzie, Roger Chartier o Pierre Bourdieu, de quien Szpilbarg nos anticipa que toma su marco teórico para su propia investigación —y, en el transcurso de la lectura, corroboramos que las reflexiones de la autora se nutren (para usar el verbo que ella elige) de los conceptos clave del autor francés: campo, capital y habitus—. En segundo término, recibimos una breve recensión sobre el ámbito local de los estudios sobre el libro y la edición, en que transitan algunos nombres de referencia, como Gustavo Sorá o José Luis de Diego. En un tercer momento, se nos informa de manera breve sobre el carácter histórico de las actividades del editor en la Argentina —a modo de anticipo de que sus funciones en el siglo XXI resultarán diferentes y/o diversificadas con respecto a aquellas desempeñadas a mediados del siglo XX—. Como cierre introductorio, la autora reseña dos formas complementarias de concebir los estudios sobre la edición: a partir de una periodización histórica —como sucede en el libro dirigido por de Diego, Editores y políticas editoriales en Argentina— y/o a partir de modelos de edición —basados en una clasificación efectuada por Hernán Vanoli en su tesis de maestría. Luego, el estudio se estructura en cuatro partes de extensión variable, de las que a continuación referimos algunos aspectos.

La primera parte, intitulada “La herencia de los 90: Cierres y aperturas en el mercado editorial argentino”, despliega una contextualización múltiple de la década previa al principal período de estudio de la autora, el siglo XXI. A nivel económico, la información sustantiva consiste en la concentración del rubro en torno a dos grandes grupos editoriales, Planeta y Penguin Random House, formados a partir de compras de empresas de menor escala y de uniones entre otras de mayor envergadura —como la fusión, en 2013, entre Penguin y Random House. Ya desde este momento, Szpilbarg nos hace notar que cualquier perspectiva nacional sobre el sector editorial no puede desconocer su evidente grado de internacionalización —proceso que, por cierto, no se limita únicamente a la dinámica de concentración del capital. A nivel político, la presencia del Estado, a través de diferentes funciones —producción de estadísticas, generación de disposiciones legales, creación de programas de fomento y subsidio culturales y económicos, etcétera—, constituye un factor que no debe soslayarse (y que otras investigaciones muchas veces dejan de lado). A nivel social, Szpilbarg repara en una serie de particularidades del complejo contexto de entresiglos —con la crisis político-económico-social de 2001 incluida—, entre las que destacamos la visión sofisticada de un neoliberalismo surgido tanto “desde arriba” como “desde abajo” —y aquí la referencia teórica es La razón neoliberal de Verónica Gago—; en dicho marco, la existencia de acciones desde la sociedad civil parecen complementar —o enfrentar a— las regulaciones y disposiciones estatales —y uno de los ejemplos significativos de tales acciones consiste en la creación de ferias del libro alternativas, de editores, etcétera.

La segunda parte, “Nuevas dimensiones de los procesos de edición (2000-2013)”, describe un panorama de la tendencia hacia la profesionalización y burocratización, así como la exacerbación, en ciertos aspectos y ámbitos, de la mercantilización —hecho que, desde luego, se corresponde en mayor medida con las editoriales de sesgo comercial. En estrecha ligazón con los procesos de concentración del capital expuestos en el capítulo precedente, el dato que nos ofrece la autora sobre la rentabilidad es llamativo: “los editores tradicionales podían tener una tasa de ganancia del 4%, con productos de rotación lenta, pero la nueva industria —según detallaron editores de grandes grupos durante las entrevistas— necesita tasas de ganancia del 10 al 15%” (p. 74). Esta transformación se vincula con otra de relevancia: el pasaje desde un período de publicación de libros con mayor duración en el mercado hacia otra fase de elevada rotación de títulos y sobrepoblación de novedades. A propósito de estos y otros cambios en el mercado, uno de los momentos de mayor densidad reflexiva consiste en la rumiación cartesiana en torno a la “independencia”, operacionalizada a través de una serie de características concretas —resumidas en la página 101 y luego explicadas en el anexo metodológico del libro, que contemplan, de manera no exhaustiva, aspectos económicos, organizativos, comerciales e identitarios—, aunque, en el siguiente capítulo, se efectúa un matiz complementario, en que la autora concluye que se trata no tanto de una serie de atributos objetivables de las editoriales como de “un modo de posicionamiento que ‘construye’ discursivamente a ciertos editores” (p. 126).

El tercer y más extenso segmento, “Especuladores inspirados: Los editores post 90”, nos brinda una tipología de editores y sus diferentes percepciones sobre sus labores. El trabajo de campo, producto de entrevistas a una variada muestra de perfiles de editor en el siglo XXI, deriva en la siguiente clasificación, de la que nos limitamos a nombrar la etiqueta y la persona en que se inspira la categoría —y que incluye desde cargos de gerencia, con una indiscutible orientación hacia el marketing y una concepción del libro como mercancía, hasta editores-artesanos cuyos micro-emprendimientos resultan ligados a la propia trayectoria vital—: el editor productor (Pablo Avelluto), el editor comercial puro (Mario Rolando), el editor modernizador (Carlos Díaz —y cabe recordar que, en el capítulo precedente, hay una recapitulación de la significativa trayectoria de su padre, Alberto Díaz—), la editora empresaria (Trinidad Vergara), el editor digital (Octavio Kulesz), el editor gestor (Pablo Braun), el editor autor (Damián Tabarovsky), el editor militante (Matías Reck), el editor artesanal (Lucas Oliveira) y la editora feminista (Dafne Pidemunt). A veces (y esta es una de esas veces), la sociología se parece al arte y se permite pincelar retratos, según la sagaz observación de Robert Nisbet en La sociología como forma de arte. En este mismo libro, el sociólogo norteamericano indica que la disciplina realiza, en clave artística, paisajes: algo de esto también nos ofrece Szpilbarg en las postrimerías del tercer capítulo, por medio de un análisis topográfico y simbólico de la presencia de distintas editoriales en la Feria del Libro de Buenos Aires —con énfasis en un fenómeno percibido en los últimos años: la asociación de editoriales pequeñas y medianas en puestos colectivos de la feria.

Por último, “Escenas de extraducción en Argentina” vuelca su interés sobre los estudios de traducción, particularmente en los procesos de extraducción, es decir, las traducciones de obras nacionales a lenguas extranjeras —y el dato que se nos presenta al respecto da cuenta de la orientación “internalista” del mercado del libro argentino: en los últimos años, sobre un promedio aproximado de publicación de 30.000 novedades anuales, la media de los títulos traducidos apenas ronda el centenar por año. Hallamos una descripción de las ferias internacionales de libros, con especial énfasis en la de Frankfurt, donde se negocian ventas de derechos de traducción y publicación para distintas geografías mundiales —y aquí, en consecuencia, cobra relevancia el accionar de distintos mediadores: el scout, el gestor de derechos y, especialmente, el agente literario. En el tramo final del capítulo, contamos con un extenso y pormenorizado estudio del Programa Sur, entre 2010 y 2012, sobre las traducciones de autores y obras de la Argentina en el exterior —programa creado en 2009, a raíz de la participación de nuestro país como invitado de honor en la feria de Frankfurt de 2010.

Más allá de no contar con un apartado final de conclusiones (en que se podrían establecer nuevas conexiones entre los capítulos) y de algunas críticas de menor relevancia (como ciertos detalles de estilo y redacción, que sí importan o, al menos, sí importan para quien suscribe esta reseña), la investigación de Szpilbarg nos otorga un elevado y muy valioso caudal de datos, informaciones, clasificaciones y reflexiones. Los puntos más logrados de su estudio se cuentan en plural: la contextualización e historización multidimensional de un fenómeno opaco, a través de la descripción de sus distintas facetas e implicaciones —económicas, sociales, políticas, culturales, profesionales, tecnológicas, genéricas, etcétera—; los rodeos meditativos en torno a la “independencia”, entendida menos como un conjunto de atributos de las editoriales que como una estrategia discursiva por parte de algunos editores; el alabable trabajo de entrevistas y su correspondiente análisis, que permiten mostrar y retratar una heterogeneidad de subjetividades, trayectorias y funciones de la figura del editor en el siglo XXI; y, no por último, la también significativa descripción de la Feria de Frankfurt, así como la minuciosa inspección del Programa Sur de traducciones. A fin de cuentas, la sumatoria de las componentes de la investigación de Szpilbarg redunda en un gran mérito final: una mayor visibilización y una mejor comprensión de las prácticas y los discursos de una esfera de la actividad humana que se encarga de mediar en la gestación de ese múltiple y seductor artefacto sin el cual nuestras vidas no serían las mismas: el libro.

Hernán Maltz
(UBA-CONICET)

 


A propósito de María O’ Donnell, Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros, Buenos Aires. Editorial Planeta. 2020, 378 pp.

El libro de María O’ Donnell se publicó al cumplirse el cincuentenario de un hecho político que conmovió a la opinión pública argentina: el secuestro y posterior asesinato en 1970 del ex dictador de la autodenominada Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu. El éxito en ventas de Aramburu muestra a las claras que es un tema que no pierde vigencia en la sociedad argentina. El objetivo de esta reseña es dar breve cuenta de los puntos centrales que se abordan en Aramburu, la metodología utilizada por la autora y finalmente plantear algunos interrogantes que nos ha dejado la lectura de este muy interesante trabajo.

En primer lugar, una breve referencia biográfica de la autora: María O’ Donnell, nació el mismo año del “Aramburazo”, en 1970, en Connecticut (Estados Unidos). Es Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires y egresada de la maestría de Relaciones Internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Trabajó como periodista en medios muy importantes de nuestro país (Página/12, La Nación) y es conductora de programas periodísticos en radio (Metro/Radio con Vos) y televisión (Corea del Centro, Ronda de editores, entre otros). Antes de Aramburu, publicó tres libros: El aparato: los intendentes del conurbano y las cajas negras de la política (2005); Propaganda K: una maquinaria de promoción con el dinero del Estado (2007) y Born (2015, reeditado en 2018). Recibió cuatro premios Martín Fierro, dos Premios Eter por Conducción Femenina y una beca del Fund for Investigative Journalism para la investigación de uno de sus libros.

Aramburu es un libro periodístico, pensado para el gran público, de lectura ágil, atrapante y dinámica dividido en 28 capítulos. La autora no se propone una discusión académica “de nicho” y si bien consultó una abundante bibliografía, las referencias en el texto son mínimas. Tampoco tiene un formato clásico de libro de historia, sino que va y viene en el tiempo (los años 1970/ la actualidad) y espacio (Barcelona/Buenos Aires/ Timote/ Córdoba). Según afirma O’ Donnell, la principal motivación que la llevó a escribir el libro es que el crimen de Aramburu, si bien es un caso muy conocido, aún tiene demasiados “puntos oscuros”. En nuestro humilde juicio, creemos que esos “puntos oscuros” no se terminan de iluminar en la obra —en particular, los referidos a la participación de otros guerrilleros en la ejecución de Aramburu, que no aparecen en el “relato oficial” que hizo la organización.

A lo largo de los 28 capítulos, O’ Donnell reconstruye de manera muy convincente el clima de ideas de la década de 1960 en que los “proto-montoneros” irán conformándose: la influencia de los curas tercermundistas; el viaje de entrenamiento a la Cuba revolucionaria; la mixtura entre cristianismo y revolución; los primeros operativos (por ejemplo, el asalto a La Calera en 1969). Por otro lado, reconstruye muy minuciosamente (e insisto, de manera atrapante) el secuestro de Aramburu en su domicilio, el traslado hasta la estancia en Timote y su posterior ejecución, utilizando los cincuenta cuerpos de la causa judicial. También son muy electrizantes sus narraciones sobre la toma de La Calera en julio de 1970, la clandestinización de los Montoneros que asesinaron a Aramburu, la investigación policial que conectó a los grupos de Buenos Aires y Córdoba, los sucesos de William Morris en que fueron asesinados Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, la muerte de José Sabino Navarro, entre otros tantos aspectos. Cabe remarcar que la narración de los hechos está basada en una copiosa y actualizada bibliografía —ubicada al final de la obra— y la realización de entrevistas a los y las principales protagonistas —o familiares directos— de aquella época.

Analicemos algunas cuestiones más que nos ha despertado la lectura de Aramburu: 1) El “caso” Firmenich; 2) La caracterización que realiza de la organización Montoneros y de la militancia revolucionaria peronista; 3) Los orígenes de la violencia política en nuestro país y 4) Algunos puntos que nos han parecido un tanto curiosos. Respecto al punto 1) cabe elogiar la perseverancia de la autora en conseguir el testimonio del ex líder guerrillero que hace años se llamó a silencio y no otorga entrevistas de ninguna índole. Dicho esto, no podemos saber qué ideas a priori tenía O’ Donnell sobre la figura de Firmenich. Sí es posible conocer, con algún grado de verosimilitud, la vaga idea que tiene la sociedad argentina en general y la militancia revolucionaria de aquellos años en particular. Por motivos que no es posible desarrollar aquí, la valoración que pesa sobre Mario Firmenich es profundamente negativa. Y creemos que esa “mirada” social condicionó a la autora o, tal vez, sólo le confirmó las ideas que tenía a priori —lo que suele direccionar las investigaciones. Veamos algunos ejemplos: O’ Donnell narra las peripecias hasta llegar a Firmenich, a través de un amigo en común “peronista y católico”, da cuenta de su estilo soberbio y sentencioso y afirma que Firmenich casi no viene a la Argentina puesto que “quiere evitar que lo reconozcan y lo insulten. Solo los genocidas de la dictadura despiertan una reacción equivalente y la mayoría ha muerto”. Si bien la autora no adscribe a la “Teoría de los Demonios” y afirma que durante la dictadura de Juan Carlos Onganía comenzó el deslizamiento hacia el Terrorismo de Estado, esta comparación puede despertar cierta confusión. Cabe recordar que Firmenich fue muy criticado desde sectores de la militancia setentista por aceptar el indulto de Carlos Menem, junto a los genocidas, puesto que alimentó aquella teoría.

Por otro lado, cuando O’ Donnell da cuenta del modo en que Firmenich llegó a encaramarse como líder máximo, todo parece deberse a la muerte de los jefes anteriores (Abal Medina, Maza, Sabino Navarro) antes que a cualidades propias —si bien en otras partes de la obra remarca la prodigiosa memoria y la disciplina de Firmenich que marcaba el ritmo a los demás miembros de Montoneros. En un terreno más sinuoso ingresa cuando desliza ciertos puntos oscuros en el rol de Firmenich el día que fueron asesinados Abal Medina y Ramus, puesto que llegó tarde a la cita en la “Pizzería La Rueda”, junto a Norma Arrostito, tardanza que era “algo inverosímil dadas las medidas de seguridad que tomaban” o cuando la Policía Federal lo fue a buscar a la casa de sus padres por el crimen de Aramburu y Firmenich ya había huido, ante lo cual O’ Donnell afirma que “el futuro líder empezaba a mostrar su habilidad para quedar a salvo cuando todos los demás caían”. Es preciso remarcar que O’ Donnell no da crédito (afirma no haber encontrado ninguna prueba) a las teorías que conectaban a Firmenich con los Servicios de Inteligencia y/o con Francisco Imaz, el Ministro del Interior del dictador Onganía. Teoría que aún hoy sigue sosteniendo el núcleo más cercano a Aramburu (específicamente su hijo Eugenio) y fue planteada, con muy poco sustento empírico, por compañeros de armas del ex dictador de la Libertadora y por Martin Andersen, un autor norteamericano poco afecto a los archivos, como ya lo ha demostrado Ernesto Salas, en una contribución en la revista Lucha Armada, de la que la autora echa mano.

Otra idea que aparece en la obra es la de inmutabilidad de Firmenich, de haberse quedado congelado en el tiempo, puesto que no se arrepiente del crimen de Aramburu cometido hace cincuenta años y de su participación en la lucha armada. Frente a la inmutabilidad del jefe montonero, aparece una nueva mirada sobre Aramburu, que ya no era el dictador de 1955, que había derrocado a un gobierno constitucional, que proscribió al peronismo, que secuestró el cadáver de Eva Duarte y lo envío a enterrar a Milán con un nombre apócrifo y, entre tantas otras cosas, ordenó el fusilamiento de militares y civiles en junio de 1956. El Aramburu de 1970 ya había comprendido que no había juego político posible sin la participación del peronismo y por ello estaba tendiendo lazos con Perón. Así, vemos a un Firmenich inmutable en su postura y Aramburu, de repente, convertido en un demócrata de la primera hora.

El punto 2) refiere a la caracterización que la autora realiza sobre Montoneros y la militancia revolucionaria peronista. Afirma O’ Donnell que esta organización tenía un carácter antidemocrático, al punto que la “primera y única vez” que votaron fue para elegir el nombre de la organización; que las mujeres no integraron los cuadros de conducción; resalta el carácter “soberbio”—por ejemplo, cuando Emilio Maza ingresó a la comisaria de La Calera con aires de superioridad—, o cuando Fernando Abal Medina le “exige” a su cuñado Carlos Magüid la realización de determinadas tareas vinculadas al secuestro de Aramburu. En este último caso parece estar ausente la decisión individual de integrar (o no) la organización armada. Por otro lado, afirma que Montoneros (por su pasado en Acción Católica, el Liceo Militar y los boy scouts) se estructuró “en gran parte como una copia del Ejército”, en Regionales, Columnas, Unidades Básicas Revolucionarias y Unidades Básicas de Combate. En los orígenes, hubo un sector, liderado por José Sabino Navarro, obrero, con credenciales “inequívocamente peronistas” (a diferencia de los otros jefes montoneros, de clase media), que intentó luchar contra esta militarización, que promovió la discusión horizontal y asamblearia, pero su temprana muerte “rodeada de controversias”, obturó esa posibilidad.

Por otro lado, cuando la autora da cuenta de los orígenes de Montoneros y su formación política en grupos católicos y nacionalistas (incluso antisemitas y fascistas), afirma que “los conceptos más tradicionales de derecha e izquierda hacía rato que habían perdido utilidad para explicar el mapa de las alianzas que se iban configurando dentro del amplio paraguas del peronismo”. Considero que O’Donnell debería señalar que el carácter vertical, jerárquico y antidemocrático de la guerrilla montonera (al igual que la ausencia de mujeres en la conducción) debe hacerse extensivo al resto de las organizaciones armadas de las décadas de 1960 y 1970. Ahora bien, cabe preguntarse si por razones obvias de seguridad se puede votar de manera democrática en una asamblea el asalto a un cuartel o el “ajusticiamiento” de un militar torturador. Similar situación encontramos en estos “virajes” ideológicos (derecha/izquierda y a la inversa) como es el caso de Joe Baxter (de la nazionalista Tacuara a quedar a la izquierda de Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP), Jorge Ricardo Masetti (de la derecha católica a lugarteniente de Ernesto “Che” Guevara) y de Norma Kennedy, del castrismo al loperreguismo.

Sobre el punto 3) los orígenes de la violencia política y el subtítulo del libro “el crimen que dividió al país”, a nuestro juicio, la división ya existía en la Argentina, previa al “Aramburazo”. Si bien, cabe aclarar, la autora afirma que la división se dio entre quienes celebraron el crimen y quienes lo condenaron, creo que es importante reflexionar sobre este punto. ¿Hasta dónde deberíamos remitirnos para fechar la división del país? ¿al asesinato de Dorrego en 1828?, ¿a la Semana Trágica de 1919?, ¿a los “cabecitas negras” que colmaron la ciudad de Buenos Aires el 17 de octubre de 1945?, al “Viva el cáncer” de 1952? ¿o a los bombardeos a la población civil del 16 de junio de 1955? Creo que es un debate que hay que seguir profundizando y este libro es una contribución al mismo, no obtura el debate, sino al contrario.

Por último, 4) quiero marcar una serie de curiosidades —a falta de una definición más precisa—, que me ha despertado la lectura del interesante Aramburu de O’ Donnell. No voy a detenerme aquí en el nombre del portero del edificio de Barrio Norte donde vivía Aramburu: Roberto Esclavo. Tampoco en la definición de “momia sagrada” que realiza O’ Donnell para referirse al cadáver de Eva Duarte. Menos aun cuando afirma que el atentado de Montoneros en Coordinación Federal en el año 1976, fue el más sangriento de la historia argentina hasta la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), olvidando mencionar el bombardeo sobre la población civil en la Plaza de Mayo y aledaños, el 16 de junio de 1955, que dejó la friolera de más de 350 muertos y miles de heridos.

Me centraré en el nombre que los Montoneros eligieron para el comando con el que realizaron su hecho fundacional y más impactante de su historia, que a medio siglo los sigue marcando: Juan José Valle. Es sabido que Valle encabezó el alzamiento contra la “Revolución Libertadora” en junio de 1956, que fue detenido y fusilado junto a otros militares y civiles —de allí el mote de “Fusiladora” que la militancia peronista le colocó a esta dictadura. Tal vez menos conocida es la opinión que Juan Domingo Perón, desde su exilio en Centroamérica, le transmitió a su entonces delegado John William Cooke sobre Valle. En esa correspondencia, Perón criticó acerbamente “el golpe militar frustrado”, que atribuyó a “la falta de prudencia que caracteriza a los militares”. No mostró ningún tipo de compasión, los acusó de haberlo traicionado y conjeturó que, de no haberse ido del país, lo hubieran asesinado “para hacer méritos con los vencedores”. Me pareció de interés pensar los motivos de la elección de ese nombre por parte de Montoneros, despreciado por Perón y que en definitiva murió por él. Tal vez un presagio de lo que vendría años después.

En suma, Aramburu de María O’ Donnell es una obra de gran interés, tiene un cabal conocimiento de la bibliografía académica producida sobre las décadas de 1960 y 1970, realiza un arduo trabajo en los archivos judiciales y abre nuevas pistas para las investigaciones futuras. Todos aspectos que constituyen a Aramburu en un aporte al campo de la llamada “historia reciente”.

Jorge Alberto Núñez
(CONICET-UBA-INHIDE)

 


A propósito de Adrián Celentano (Dir), 1938: Reforma Universitaria, higiene social y antifascismo en la UNLP. Itinerarios, militancias y publicidades en torno de las conmemoraciones del ‘18, La Plata, Servicop, 2019, 145 pp.

Bajo la dirección de Adrián Celentano y con las colaboraciones de Néstor Nicolás Arrúa y María Josefina Lamaisón, el libro reúne tres análisis de diversas representaciones intelectuales y políticas suscitadas por los acontecimientos conmemorativos del vigésimo aniversario de la Reforma Universitaria del ‘18, en el ámbito de la carrera de medicina de la Universidad Nacional de La Plata (en adelante, UNLP). Con 1938: Reforma Universitaria, higiene social y antifascismo en la UNLP, los autores avanzan sobre el itinerario trazado por las ideas que una comunidad de estudiantes y profesores platenses gestó y difundió a través de tres dispositivos impresos: la Revista del Centro de Estudiantes de Medicina (en adelante, Revista del CEM), la Revista de la Escuela de Ciencias Médicas y del Centro de Estudiantes de Medicina (en adelante, Revista de la ECM y CEM) y la Revista de la Facultad de Ciencias Médicas y del Centro de Estudiantes de Medicina (en adelante, Revista de la FCM y CEM). De esta forma, el plan general de la obra coloca en sus cimientos a las publicaciones periódicas y las interpreta como un laboratorio de ideas capaz de modelar la cultura de un período histórico determinado.

Las hipótesis que guían las investigaciones del texto cumplen al mismo tiempo una función técnica y cartográfica. Por un lado, y gracias a ellas, se accede al juego de tensiones que habitan dentro de las representaciones simbólico-materiales de las revistas; por otro, resulta posible localizar su ubicación: las revistas existen propiamente en los bordes de un paradigma intelectual, operando como cajas de resonancia de aquellas ideas que marcan la línea de vanguardia de una teoría política, científica o social. Esto le permite a esta obra asir el horizonte de pensamiento de una época, evidenciándolo en las publicaciones nombradas que lo difundieron. En ese sentido, los conceptos de revista y de intelectual resuenan a lo largo del libro propiamente como categorías teóricas entrelazadas. Tanto es así que el primer concepto, revista, tiene puesto su acento en la forma de producción y circulación de las publicaciones platenses mencionadas, en el aura cultural y de época que le imprimieron sus editores. Pero no por eso aquel tiempo deviene hoy en absoluto pretérito, porque entra en juego el término intelectual, que hace contemporánea a la coyuntura de emergencia de las revistas y de los textos analizados en el libro. Este concepto opera no sólo como tarima para focalizar los conflictos ideológicos aquí estudiados, sino incluso para hacer comprensibles ciertos procesos de construcción conceptual al momento de abordar la historia de las ideas, y más precisamente el imaginario cultural que ellos han legado a generaciones siguientes.

Visto en su conjunto el tratamiento que el libro hace del término intelectual, una figura que se sitúa —al mismo tiempo que opera y se configura— en el entramado político-cultural y en la red de sociabilidad de las publicaciones periódicas, está ligado a un pensamiento de corte moral y humanista, que gracias a las revistas académicas gana estado público e interpela a su entorno próximo, aunque concibiéndolo como parte integrante del espacio latinoamericano. En otras palabras: estos emprendimientos intelectuales colectivos habitados por miradas y voces con dimensión continental hacen que las revistas sean un dispositivo cultural ágil para instaurar polémicas y hacer circular saberes. Y en ellas estos intelectuales elaboran su proceso de autonomización bajo otro registro simbólico: transitada la problemática estética vanguardista de los años ‘20, la coyuntura política internacional les impone ahora un nuevo programa de acción por fuera de la renovación de cánones estilísticos, uno que aspira a la conformación de un frente de lucha mancomunado contra el fascismo y el antiimperialismo dentro del proceso mundial de transformación social. Por ello, si se examinan las fuentes documentales y el dossier que componen la obra es posible dar cuenta de los preceptos políticos que guiaron a esta comunidad de intelectuales: bregar veinte años después de la Reforma Universitaria por la vigencia de los preceptos reformistas acuñados en el ‘18. Todas las investigaciones expuestas aquí tratan cuidadosamente este punto y analizan sus efectos socio-culturales en su presente inmediato, y al observar ese momento histórico, dejan el camino allanado para futuras líneas de trabajo interesadas en estudiar otras dimensiones políticas del pensamiento de modernización latinoamericanista y su impacto en la cultura cosmopolita de las sociedades de masas de la primera mitad del siglo XX. En sus tres partes —prólogo, capítulos 1o a 3o y dossier documental— el libro exhibe una trama de fricciones, similitudes y distanciamientos en los escritos específicos de las revistas. Pero además provee un conjunto de herramientas histórico-sociales para entender el diálogo entre las publicaciones periódicas y el campo cultural, sobre todo en el señalamiento del compromiso antifascista y antiimperialista asumido por las izquierdas latinoamericanas, incluyendo acciones modernizadoras en educación, salud pública y prácticas sanitarias que debían ser llevadas a cabo desde el Estado.

Mientras el prólogo funciona como un módulo de referencia para el marco conceptual del libro, su primer capítulo reconstruye y estudia una configuración ideológica peculiar dada en los años ‘30 por el cruce entre reformismo, higienismo y antifascismo. Celentano identifica a esta mixtura de pensamientos como una trama reformista latinoamericana, desde la cual se nutren los debates por la vigencia de los preceptos de la Reforma de 1918. Allí examina las intervenciones intelectuales publicadas en la Revista de la FCM y CEM para celebrar este aniversario de la Reforma Universitaria. A contramano de las enunciaciones que reproducen el saber dominante académico, esta investigación se caracteriza por su posicionamiento crítico frente al canon patrocinado desde el ámbito universitario: una y otra vez, la serie de acontecimientos tratados revelan las líneas de pensamiento seguidas desde la revista por esta comunidad intelectual platense en los procesos de transformación cultural. El segundo capítulo analiza la trayectoria político-intelectual de Noel H. Sbarra, un médico platense con un pensamiento modelado en las improntas reformista, higienista y antifascista de la época, que ya desde temprana edad estuvo dispuesto a ser partícipe activo de la construcción de una cultura universal y humanista. Esta actitud determinó su vinculación con agrupaciones de fuerte presencia rural, obrera y popular, en especial desde la práctica médica. Arrúa trabaja así sobre diversos aspectos formativos y de labor profesional de Noel Sbarra, siendo explorados particularmente en varios de sus escritos publicados también en la Revista de la FCM y CEM, órgano que Sbarra incluso dirigió. Ya en el último capítulo, Lamaisón propone un acceso a la Revista de la FCM y CEM centrándose en el estudio de los soportes materiales que viabilizaron su edición y circulación, y realiza un análisis de los avisos publicitarios bajo parámetros de grado técnico, científico, geográfico y descriptivo de la totalidad de agentes e intereses publicitarios de la revista. Esta clasificación de los avisos comerciales como dispositivos de estímulo para accionar en el mercado de medicamentos o de la medicina profesional permite reconstruir el perfil de sus agentes intervinientes: las industrias y/o laboratorios locales, las empresas farmacológicas extranjeras y los sanatorios y clínicas médicas. A su vez, Lamaisón lee esos datos a la luz del discurso médico higienista y reformista de la revista, una posición que fuera asumida con el fin de desplazar a las actividades sanitarias de índole caseras y costumbristas.

En suma, el libro reúne una serie de investigaciones que operan sincronizadamente para rehabilitar una línea de pensamiento crítico-social que buscó situarse a escala latinoamericana. Desde esta óptica, Celentano, Arrúa y Lamaisón logran poner al descubierto un nudo de ideas ligado por preceptos que, propios de un espíritu de época, demandaron acciones enérgicas y comprometidas con procesos políticos e intelectuales emancipatorios. La experiencia previa que muestran los autores en el estudio de las revistas y sus documentos hace que cada pieza de la obra sea un producto intelectual significativo para este campo temático, lo que conlleva a que el lector principiante en esta área del conocimiento deba manipular la información sin precipitarse, con el fin de lograr una mejor y más profunda aproximación a las hipótesis que teje el texto.

Por todo lo expuesto se puede considerar que este libro constituye un nuevo aporte a la historia intelectual que atraviesa a las revistas en el espacio de la cultura argentina y latinoamericana de la primera mitad del siglo XX.

Diego A. Orlando
(UBA-FFyLL)


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