Presentación

Resumen

Hace cinco años, al proponernos esta línea de trabajo en el marco del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el Pasado Reciente (GEIPAR) teníamos claro que pretendíamos intervenir en la construcción de la agenda de nuestro campo de estudios. Más específicamente, queríamos contribuir al desarrollo de una estructura interpretativa común para lo que, a falta de una menor etiqueta, seguimos llamando “historia reciente”, con énfasis en la dictadura (1973-1984), sus prolegómenos y los procesos de transición a la democracia en los años ochenta. Partíamos de la constatación de que lo escrito sobre ese período, aunque rico, sofisticado y abundante, había estado marcado por una asombrosa fragmentación temática, sobre todo teniendo en cuenta que podíamos rastrear ya cinco décadas de sostenida producción académica.

En un trabajo publicado en 2012, repasamos esas décadas señalando los diferentes énfasis teóricos, perspectivas disciplinarias y problemas históricos que habían predominado en cada momento.[1] Analizábamos, en primer lugar, los enfoques estructurales y las caracterizaciones socioeconómicas que acompañaron la primera percepción de la crisis a fines de los cincuenta y tuvieron su auge hacia los años setenta para comprender los procesos autoritarios contemporáneos de la región en relación a la economía política de la época. Una segunda etapa empezó luego de los golpes de Estado en la región y se consolidó en Uruguay durante el retorno democrático de los ochenta. Predominó entonces una perspectiva politológica que se centraba en la dinámica de polarización de los actores políticos durante el período previo a la dictadura, en los marcos institucionales de la construcción del Estado autoritario y en las negociaciones de elite que llevaron a la transición a la democracia. Hacia fines de los noventa comenzó un tercer momento que puso acento en los fenómenos subjetivos y la relación entre cultura y política desde los novedosos enfoques de la psicología, la antropología y los estudios culturales, con especial atención a los procesos de memoria relativos a los aspectos más salientes de la represión y el autoritarismo. A partir del cambio de siglo, por último, creció la producción historiográfica al tiempo que se consolidaron las agendas académicas y se intensificó el diálogo entre los diferentes espacios de investigación.

En ese mismo texto reconocíamos que, con la llegada de la izquierda al poder en 2004, las nuevas condiciones políticas en términos de acceso a archivos y promoción oficial de investigaciones relativas a la violación de los derechos humanos habían habilitado un análisis sistemático de las practicas represivas y el “terrorismo de Estado”. A casi tres lustros, podíamos ya constatar que esas investigaciones habían permitido redimensionar el impacto de las prácticas autoritarias en diferentes aspectos de la vida de los uruguayos no sólo durante el período de la dictadura sino también en los años anteriores y posteriores. Sin embargo, constatábamos también entonces, que los esfuerzos realizados por integrar ese énfasis en la variedad de efectos de la represión y el autoritarismo con una mirada más amplia que contemplara las políticas económicas, las relaciones internacionales y las dimensiones culturales del gobierno autoritario no habían logrado superar la fragmentación del campo de estudios en el que nos inscribíamos.

Esa insatisfacción con el estado de cosas en nuestro campo de estudios está en el origen del proyecto cuyos primeros resultados estamos presentando ahora. Al iniciar el trabajo, sentíamos la necesidad de contribuir a la construcción de una narrativa histórica más plural que integrara los diversos aspectos de los conflictivos procesos culturales, sociales, políticos e ideológicos y que, sin caer en reduccionismos, permitiera reconstruir la contingencia histórica en la cual se crearon las dinámicas que derivaron en el autoritarismo (y lo mantuvieron). En ese sentido, nuestra primera decisión fue evitar el obvio corte del golpe de Estado de 1973 y aun el trazado del “camino democrático al autoritarismo”, según la feliz expresión de Álvaro Rico, hasta mediados de los sesenta.[2] Conscientes de que las decisiones de cronología son siempre conceptuales, elegimos, en cambio, remontarnos a los años cincuenta cuando aparecieron los primeros diagnósticos de crisis estructural y también tempranas propuestas que cuestionaron la imagen ideal que amplios sectores tenían del país y su inserción internacional (la mentada “Suiza de América”). Nos interesaba también destacar que, si bien algunas de esas propuestas abogaban por una suerte de retorno al pasado, a ese supuesto “Uruguay clásico” congelado antes de los primeros signos de la crisis, otras apostaban a promover los cambios necesarios para alcanzar un futuro radicalmente distinto, del signo que fuera. Desde fines de los sesenta, queríamos señalar, asimismo, estos diversos proyectos enfrentaron respuestas conservadoras que se fueron consolidando en la década siguiente. Nos preocupaba especialmente mostrar que la consecuente profundización del enfrentamiento había hecho que con demasiada frecuencia las memorias del período quedaran encapsuladas en los aspectos relativos a la violencia política como principal marca epocal. De esta manera, otras dimensiones de la conflictividad de esos años eran soslayadas por una literatura que indagaba mucho en las relaciones entre actores políticos y Estado (con el extremo de la llamada “teoría de los dos demonios”) y poco en otros aspectos culturales, sociales e ideológicos.

Partiendo entonces de la constatación de que existía un océano inexplorado de debates y propuestas que habían signado la segunda mitad del siglo veinte uruguayo, nos propusimos elaborar un glosario de conceptos históricos que nos permitiera recorrer transversalmente toda la época y reconstruir continuidades y discontinuidades. Aunque la inspiración provenía inequívocamente de la llamada “historia conceptual”, desde un comienzo tuvimos claro que no podríamos atenernos a sus lineamientos teóricos y metodológicos. Esta perspectiva se distanció de la tradicional historia de las ideas, abandonando el rastreo de genealogías y antecedentes de autores y escuelas de pensamiento para reponer la contingencia de los usos y sentidos de los conceptos modernos, que aparecieron como verdaderos campos de batalla semánticos en la obra de autores tan diversos como Quentin Skinner, Reinhart Koselleck y Pierre Rosanvallon, por mencionar tres tradiciones nacionales esenciales en esta verdadera revolución de la historiografía contemporánea.[3] Este enfoque aterrizó en América Latina al despuntar el nuevo milenio de la mano de Javier Fernández Sebastián y el proyecto Iberconceptos, centrado en el período 1750-1870, cuando se produjo una mutación sustancial en los lenguajes que daban sentido a la vida política y social del espacio Atlántico.[4] El libro Historia conceptual: Voces y conceptos de la política oriental, coordinado por Gerardo Caetano, trajo a Uruguay esta perspectiva de estudio de los más importantes conceptos, lenguajes y metáforas políticas que circularon en este territorio desde mediados del siglo XVII hasta fines del XIX.[5]

Más allá del innegable parentesco con estos trabajos adscriptos a la corriente de la historia conceptual, nuestro abordaje de la segunda mitad del siglo veinte uruguayo nos puso en un camino a la vez más simple (o menos sofisticado) en términos teóricos y más complejo en el nivel heurístico. Esto derivaba de la necesidad de dar cuenta de las particularidades de estudiar una época signada por la explosiva ampliación de la esfera pública a partir del desarrollo de las industrias culturales de masas. Además, como dijimos, nuestro punto de partida no era la adscripción a un enfoque historiográfico determinado sino una evaluación crítica de nuestro campo de estudios con la voluntad de ampliar el rango de temas y perspectivas mediante el análisis de las disputas por el sentido de algunos conceptos claves utilizados por los actores del período.

Con este objetivo en mente convocamos a un equipo de siete investigadores que en su mayoría estaba realizando estudios de posgrado sobre la etapa que nos preocupaba. Las reuniones mensuales que mantuvimos durante el primer año comenzaron por la discusión colectiva de algunos textos de la llamada “historia conceptual” (incluyendo los autores mencionados anteriormente) para afinar nuestra perspectiva, y se centraron luego en la definición de un posible listado de términos a ser abordados individualmente. Tratamos entonces de identificar qué palabras capturaban mejor los debates y conflictos del período.

La palabra “revolución”, que sólo por motivos logísticos no quedó en la selección final, permite ejemplificar nuestra búsqueda en esas primeras reuniones: aparecía en los planes desarrollistas elaborados por los gobiernos blancos a comienzos de los sesenta, se hizo por supuesto bandera principal de los diferentes grupos de la izquierda política, encarnó la voluntad rupturista de algunos sectores juveniles de la contracultura y fue utilizada también por el presidente de facto Juan María Bordaberry en los primeros años de la dictadura. Aunque obviamente dibujaba horizontes completamente diferentes para cada uno, su recurrencia indica una extendida demanda de cambios sociales radicales que no se canceló con el corte autoritario de 1973. Así, las tempranas discusiones sobre este ejemplo reafirmaron, además de la importancia de prestar atención a sus usos y significados en boca de cada actor, la pertinencia de asumir una periodización amplia que nos permitiera repensar los cortes temporales más asumidos en nuestra historiografía local.

Logramos finalmente definir un listado de conceptos y distribuirlos entre los investigadores intentando contemplar los intereses y perfiles disciplinarios de cada uno. Así, “comunismo” y “democracia” quedaron a cargo del historiador Mauricio Bruno; “crisis” y “homosexual”, en manos del especialista en género y doctor en ciencias sociales Diego Sempol; “derechos humanos” y “juventud” fueron asignados a Vania Markarian, con antecedentes en ambos temas; “desarrollo” y “técnicos” a María Eugenia Jung, quien trabaja en su tesis la modernización universitaria; “fascismo” a Gabriel Bucheli, quien se encuentra finalizando su maestría sobre grupos de derecha; “guerra” y “liberación” fueron adjudicados a Carla Larrobla, quien también está culminando su maestría sobre los Tupamaros; “intelectual” y “libertad” a Gabriel Lagos, que proviene de la literatura; “masas” y “modernización” fueron tomados por Isabel Wschebor que se especializa en historia de los medios audiovisuales; “nación” y “orden” por Javier Correa quien ha trabajado también sobre políticas represivas; y, por último, “pueblo” y “cantegril” fueron abordados por Aldo Marchesi, que está iniciando un proyecto sobre desigualdad y pobreza urbana.

Todos los investigadores avanzaron con su trabajo en consulta con los coordinadores y sometieron sus primeros avances a la discusión colectiva. Finalmente, sin embargo, las restricciones de recursos y tiempos que todos los universitarios conocemos determinaron que algunos abandonaran el proyecto y otros decidieran concentrarse en sólo una de las palabras que les fueran asignadas. Los cuatro conceptos que ahora presentamos son “democracia”, “técnicos”, “masas” y “homosexual”. Creemos que a pesar de ser sólo una pequeña muestra del ambicioso planteo original los resultados dan cuenta de las búsquedas por renovar la agenda temática de la historia uruguaya de la segunda mitad del siglo XX.

Abre el dossier el trabajo de Mauricio Bruno, que recorre a lo largo del período los diferentes significados que fue adquiriendo la palabra “democracia”. El principal logro del texto, de acuerdo a nuestro punto de partida, es interpelar una de las tensiones subyacentes en los enfoques de la llamada “historia reciente”, específicamente la dicotomía tajante que se suele establecer entre autoritarismo y democracia. Bruno, por el contrario, muestra cómo un amplio espectro de actores, incluyendo aquellos firmes promotores de proyectos autoritarios, intentaron apropiarse del concepto de democracia en esta etapa.

En segundo lugar, el texto de Diego Sempol recorre la trayectoria de la palabra “homosexual” desde los años sesenta hasta el retorno democrático de los ochenta. El autor pasa revista a las aproximaciones realizadas desde diferentes campos profesionales y disciplinarios, atendiendo también a su presencia en los debates públicos para sugerir que los cambios políticos tuvieron cierta incidencia en los usos de esa palabra. De este modo, se propone un recorrido original que se escapa de los enfoques políticos tradicionales sobre la historia reciente pero que de todos modos integra la dimensión política de toda disputa por el sentido.

También el artículo de Isabel Wschebor sobre el concepto de “masas” dialoga con esa producción académica y amplía la visión predominante de lo político. Mientras en la historiografía del período el término aparece generalmente asociado a la movilización sindical y estudiantil de fines de los sesenta, la autora recupera aquí los usos del concepto en las décadas previas. Por otra parte, vincula sus usos políticos a los significados culturales asociados a la llamada “sociedad de masas” y las transformaciones en el mundo de los medios y las formas de comunicación.

Por último, el trabajo de Maria Eugenia Jung pone la atención sobre la palabra “técnicos”, que refiere a un actor central del período que ha recibido escasa atención historiográfica. Al detenerse en un tiempo marcado por el incremento del poder de los organismos internacionales en los diseños de las políticas locales a partir de un discurso que enfatizaba las dimensiones técnicas de la transformación por sobre sus consecuencias políticas, Jung muestra la profunda imbricación entre ambos aspectos y las profundas implicancias políticas de un término que parecía rechazar una lectura en esa clave.

Se trata sólo de una pequeña porción del listado definido al iniciar el trabajo colectivo y es claro que la muestra es insuficiente para redefinir la agenda de nuestro campo de estudios. Sin embargo, creemos que, tomados en su conjunto, estos cuatro textos logran ampliar el repertorio de temas y actores de nuestra historia reciente y abrir una ventana hacia las posibilidades analíticas de un enfoque de este tipo.

  1. Ver: Aldo Marchesi y Vania Markarian, “Cinco décadas de estudios sobre la crisis, la democracia y el autoritarismo en Uruguay”, Contemporánea n° 3, 2012.

  2. Ver: Alvaro Rico, Cómo nos domina la clase gobernante: orden político y obediencia social en la democracia posdictadura Uruguay, 1985-2005, Montevideo, Trilce, 2005.

  3. Ver, por ejemplo, Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, “A manera de introducción: Historia, lenguaje y política”, Ayer n° 53/1, 2004.

  4. Ver: J. Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano I y II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009 y 2014; Ver también www.iberconceptos.net

  5. Ver: Gerardo Caetano (dir.), Historia conceptual: Voces y conceptos de la política oriental, 1750-1870, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2013.

 

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